aperturas psicoanalíticas

aperturas psicoanalíticas

revista internacional de psicoanálisis

Número 010 2002 Revista Internacional de Psicoanálisis Aperturas

Caminos de la comunicación emocional

Autor: Bucci, Wilma

Palabras clave

Caminos de la comunicacion emocional.


“Pathways of emotional communication”. Publicado originariamente en Psychoanalytic Inquiry, vol. 21, No.1, págs. 40-70 (2001). Copyright © 2001 de Melvin Bornstein, Joseph Lichtenberg & Donald Silver. Traducido y publicado con autorización de The Analytic Press, Inc.

Traducción: María Rosa Salanova García-Mauriño

El fenómeno que clínicamente se ha calificado como ”comunicación inconsciente” se puede explicar de manera sistemática como comunicación emocional, que se produce tanto dentro como fuera de la conciencia. La nueva formulación se basa en trabajos actuales de la ciencia cognitiva, ampliados para dar cuenta del procesamiento de la información emocional y no sólo del procesamiento de la información, y enfatiza la estructura y organización de las múltiples modalidades del procesamiento mental, más que de la dimensión de la conciencia. El proceso de la comunicación emocional, tal como tiene lugar en el tratamiento (y en todas las interacciones de la vida), se explica desde el punto de vista del proceso referencial, definido dentro del contexto teórico de la teoría del código múltiple. El proceso referencial opera en el paciente que intenta expresar la experiencia emocional, que incluye la experiencia rechazada, de forma verbal; también opera en el analista que escucha, experimenta y genera una intervención y en la interacción entre los dos.

Generalmente, el proceso de “la comunicación inconsciente” se entiende como los medios por los cuales el analista “sabe” que hay en la mente del paciente, aunque éste pueda no saberlo y no decirlo. Freud (1912) consideró que este proceso era inmediato y directo, similar al mecanismo del teléfono:

    “Al igual que el receptor transforma en ondas sonoras las oscilaciones eléctricas de las líneas telefónicas que fueron creadas por ondas de sonido, el inconsciente del facultativo es capaz, desde los derivados del inconsciente que se le comunican, de reconstruir el inconsciente, que ha determinado la asociación libre del paciente.” (Freud, 1912, p. 115).

Al igual que Freud, Reik consideró que el proceso de la comunicación inconsciente es sencillo y directo, pero también reconoció dudas con respecto a este proceso en el campo de la psicología y fuera del psicoanálisis:

    “La vida interna individual de una persona no se puede leer dentro de las dimensiones que la psicología ha captado hasta ahora... Es la mente inconsciente del sujeto la que tiene una importancia decisiva y el analista la encuentra utilizando su propia mente inconsciente como instrumento de percepción. Esto es fácil de decir pero difícil de llevar a cabo, los psicólogos apenas pueden concebir la noción de percepción inconsciente. Para el psicoanálisis la noción no presenta dificultad alguna, pero comprender la peculiar naturaleza de la percepción y observación inconsciente no es tan fácil.” (Reik, 1948, p. 133).

Reik recurrió a los conceptos de introyección, proyección y reproyección para explicar la comprensión inmediata del analista de la experiencia del paciente: el analista recoge la experiencia inconsciente del paciente y, a continuación, se hace consciente de la naturaleza de esta experiencia al considerar que pertenece a la otra persona. Como veremos Reik también intentó situar estos procesos dentro del marco científico. Sin embargo, en los años siguientes, las explicaciones psicoanalíticas de la comunicación inconsciente se han hecho cada vez más abstrusas. El énfasis en la identificación proyectiva y los conceptos relacionados ha hecho más profundo el halo de misterio epistemológico que rodea la cuestión de cómo el analista puede “conocer” la experiencia del paciente y ha distanciado aún más al psicoanálisis de la psicología científica.

Irónicamente, durante este mismo periodo se ha reconocido ampliamente dentro de la psicología el funcionamiento del procesamiento inconsciente. En contraste con la época de Reik, como veremos, los psicólogos no tienen hoy en día dificultades para “concebir la noción de la percepción inconsciente”. Desde la perspectiva actual de la ciencia cognitiva, la cuestión no es demostrar la existencia del procesamiento inconsciente sino explorar su naturaleza compleja y de múltiples facetas. De hecho, ahora podemos ver que han cambiado las tornas de la duda científica. Los psicólogos cognitivos plantean ahora cuestiones relativas a estos procesos dentro del foco de la atención, planteando dudas en relación a su significado psicológico, tal como cuestionaron con anterioridad la operación de los procesos fuera de la conciencia.

Al mismo tiempo, la ciencia cognitiva también ha abierto una nueva comprensión de la estructura y función de los procesos mentales y sus múltiples modalidades de operación dentro y fuera de la conciencia. Este trabajo examinará, desde las perspectivas duales de la observación clínica y la ciencia cognitiva, los procesos que se han calificado clínicamente de comunicación inconsciente y desarrollará una reformulación basada en estas perspectivas. La reformulación resuelve algunos de los supuestos misterios epistemológicos asociados con la comunicación analítica y también revela nuevas complejidades y cuestiones frente a las que hay que tener cautelas que deben ser abordadas.

Comunicación en el contexto clínico

“No puede haber nada en nuestro intelecto que no estuviera antes en nuestros sentidos.” (Kant, citado por Reik, 1948, p. 135).

En su intento de explicar el proceso de comunicación a través de la introyección, Reik (1948) comienza con la premisa de Kant de la que dice que “es también cierta para el psicólogo que busca captar los procesos inconscientes en otros” (p. 135). Tal como Reik argumenta, las interacciones que pueden parecer extrasensoriales o sobrenaturales se pueden explicar a través de medios sensoriales observables. Identifica una riqueza de claves que el paciente, intencionada o inintencionadamente, transmite y que el analista capta a algún nivel y que proporciona información relativa al estado interno del paciente. Uno de estos datos incluye “la considerable porción que captamos a través de la audición, vista, tacto u olfato conscientes” (p.135). El analista experimenta de forma consciente estas claves que, aunque no se reflejen en el discurso del paciente, pueden producirse dentro de su consciencia.

Existe otra categoría de datos que influye en nuestras opiniones y respuestas sin que centremos nuestra atención en ellas. “Aparecen como parte de la impresión total. No emergen de forma separada en nuestra percepción.” (p. 137). Pueden incluir aspectos como la demora, gestos y movimientos corporales, matices de olor y tacto, movimientos musculares en el rostro o las manos, movimientos de los ojos, una forma especial de respirar, o detalles especiales y peculiaridades del vestir. Los indicadores paralingüísticos que acompañan el discurso, incluidas las modulaciones vocales; cambios en el tono, timbre y ritmos del discurso; y variaciones del énfasis y las pausas proporcionan información propia, que puede enfatizar o contradecir el mensaje verbal.

Una categoría adicional de claves físicas que Reik identificó, consta de “impresiones a través de los sentidos que están más allá de nuestra consciencia ... que no tienen lugar en la consciencia humana o que lo han perdido.” (p. 137 - 138). Estas incluyen impresiones sensoriales que tienen “su origen en el pasado animal de la raza humana” (p. 138) tales como el “sentido de dirección en las abejas, la capacidad de las aves migratorias para encontrar su camino, el sentido de luz en la piel de los insectos, la comprensión instintiva de peligro próximo de diversos animales” (138), así como funciones sensoriales que poseemos de forma rudimentaria y débil en comparación con otros animales tales como el sentido del olfato. Freud (citado por Reik) también observó estos medios arcaicos de comunicación que, presumiblemente, han “sido reemplazados en el curso de la evolución racial por el método, superior, de comunicación por símbolos. Pero el método más antiguo puede sobrevivir... en el fondo y los seres humanos recurrir a él bajo ciertas condiciones” (Reik, 1948, p. 139).

Las claves sensoriales y conductuales proporcionan un acompañamiento constante a las palabras del paciente, con sus múltiples niveles de significado, que revelan a la vez que ocultan. El lenguaje que se utiliza actúa a distintos niveles de significado. El significado manifiesto de una expresión verbal también puede contrastar con otros aspectos de la conducta y, al hacer esto, transmitir información más allá de lo que se pretendía.

Arlow (1979) también identificó una variedad de claves verbales y no verbales, similares a las observadas por Reik, que el paciente transmite, normalmente sin intención:

    “El paciente utiliza diversas formas de comunicación con el terapeuta. Se expresa de forma verbal y no verbal. La forma de comportarse, la expresión facial, la postura corporal, diferentes gestos, todos transmiten significado que aumenta, elabora o, incluso en ocasiones, contradice lo que el paciente articula de forma verbal. El timbre de la voz, el ritmo del discurso, las expresiones metafóricas y la configuración del material transmiten más significado allá que sólo mediante el discurso verbal. Todos estos se perciben en ocasiones de forma subliminal y se elaboran y conceptualizan de forma inconsciente, p.e., intuitivamente. Hay algo intensamente ascético y creativo en esta forma de funcionamiento. Se sabe que los descubrimientos científicos y las innovaciones artísticas de gran complejidad se han originado precisamente de la misma forma” (p. 285).

Tal como indican estas observaciones clínicas, la comunicación no verbal en el contexto analítico se basa firmemente en la información sensorial que se puede identificar de forma potencial, que se puede transmitir tanto de forma consciente como fuera de la conciencia, pero que, con frecuencia, no es ni intencionada ni observada de forma explícita en el momento de la interacción. El paciente puede ser consciente a algún nivel de cómo se siente, a pesar de que pueda no reconocer su significado ni expresarlo verbalmente. El analista observará ciertas claves, a pesar de que pueda no ser capaz de decir de forma explícita lo que son o qué significan. Los analistas captan un amplio rango de claves a través de los sentidos conscientes; éstos aparecen primariamente como parte de una impresión total, en vez de emerger de forma separada en su percepción. En el contexto del trabajo actual en la ciencia cognitiva, podemos desarrollar una comprensión sistemática de tal proceso intuitivo, sin confiar en la percepción extrasensorial u otras explicaciones abstrusas.

El procesamiento inconsciente: la perspectiva cognitiva

El péndulo de los puntos de vista científicos relativos a la dimensión de la conciencia ha oscilado mucho durante el pasado siglo. La investigación de Wundt y Titchener se centró en los estados mentales conscientes estudiados a través del método de la introspección. La reacción extrema del conductismo supuso un rechazo declarado a la vida mental, consciente o inconsciente, como tema adecuado de estudio científico. El estudio de la vida mental regresó con el paradigma cognitivo, pero de forma nueva. Los científicos cognitivos estudian los sucesos mentales como constructos hipotéticos que se infieren desde la conducta observable, en vez de como experiencia subjetiva. Este es el enfoque de toda ciencia moderna; los eventos no observables, desde las partículas al big bang y más allá, se estudian como constructos teóricos, que se definen a través de amplias interconexiones dentro de redes teóricas, y que se deducen desde múltiples hechos observables. Los sucesos cognitivos y emocionales -dentro y fuera de la conciencia- se estudian de la misma forma; mediante este enfoque los significados, incluidos los significados emocionales, se pueden considerar dentro de la observación científica (Bucci, 1993). En general, los científicos sociales tienen mucho camino que recorrer -y los teóricos e investigadores psicoanalíticos han de ir aun más lejos- para crear el tipo de redes sistemáticas de constructos conectadas con aspectos observables que apoyen el trabajo en las ciencias físicas, pero el enfoque es el mismo.

La metodología de la ciencia cognitiva es más compatible con el psicoanálisis de lo que podría parecer en un principio (Bucci, 1989, 1997). Cada individuo tiene acceso inmediato sólo a la propia experiencia interna y sólo a parte de ella, como bien saben los psicoanalistas. Las experiencias internas de otras personas, conscientes e inconscientes, son sucesos que no se pueden observar y que requieren algún tipo de red teórica para su comprensión. Todos los individuos extraen conclusiones constantemente sobre la experiencia interna de otras personas, dentro del marco de sus teorías implícitas de la emoción y la mente, para posibilitar sus interacciones diarias. Los psicoanalistas -y los científicos cognitivos- tienen más marcos teóricos formales que contribuyen a las inferencias que hacen.

El paradigma cognitivo aporta una nueva perspectiva a la comprensión del procesamiento consciente e inconsciente. De acuerdo con los modelos actuales de la arquitectura de la cognición, se considera que el procesamiento consciente es un componente activado de la memoria a largo plazo, en ocasiones asociadas con lo que se denomina “memoria de trabajo” (Anderson, 1983; Baddeley, 1990), con rasgos y funciones específicas. El procesamiento consciente se caracteriza por un acceso muy rápido (pocos cientos de milisegundos), capacidad limitada (más o menos siete “pedazos” o ítems, tales como palabras o dígitos como demostró Miller (1956), y un periodo de retención corto. Las funciones del procesamiento consciente incluyen el dar prioridad a las operaciones de acuerdo con los objetivos actuales del individuo y una organización apropiada de los mecanismos sensoriales y motores para alcanzar estos objetivos (Posner, 1988; Posner y Rothbart, 1989), la integración de rasgos dentro y a través de las modalidades (Treisman, 1987), facilitar formas de respuesta no habituales (Posner, 1978), y la organización del “input” semántico (Kintsch, 1988).

Como ahora reconocemos, el procesamiento consciente es la punta del iceberg psíquico. Todo almacenamiento de información en la memoria a largo plazo y todos los tipos de información pueden, virtualmente, almacenarse y procesarse fuera del foco de la conciencia, en las modalidades verbal y no verbal. Los psicólogos cognitivos han desarrollado un amplio y variado rango de técnicas experimentales para investigar los procesos inconscientes y han distinguido una variedad de formas diferentes en las que pueden producirse. La memoria implícita (Schacter, 1987) se identifica mediante cambios en la actuación que siguen a las intervenciones experimentales denominadas “imprimación”T, sin recuerdo explícito de la propia intervención. En principio, cualquier tipo de información puede estar representado en la memoria implícita, incluidos números, palabras y otros tipos de representaciones. La memoria procedimental, o no declarativa, tal como la denominó Squire, se refiere a las conductas hábiles o hábitos, incluidas las habilidades motoras, perceptivas y cognitivas; el aprendizaje condicionado y emocional; y cualquier aprendizaje que “cambie la facultad para operar en el mundo”; esto contrasta con la memoria declarativa que permite “acceso consciente a hechos pasados específicos” (Squire, 1992, p.210). Mientras que el procesamiento consciente se ha asociado con anterioridad a las operaciones intencionales y el inconsciente a las funciones automáticas (Posner y Snyder, 1975), se ha mostrado que el procesamiento fuera de la conciencia incluye además funciones intencionales y voluntarias (Zbrodoff y Logan, 1986).

Desde esta perspectiva es necesario enfatizar varios puntos principales. Todos los tipos de procesamiento -verbal y no verbal, intencional y no intencional, y todas las formas de habilidades motoras, perceptivas y cognitivas- se pueden producir fuera o dentro de la conciencia. La atención se puede calificar como una linterna que dirige o enfoca y selecciona los componentes del aparato mental, somático y sensorial que se activará en relación con objetivos concretos; es entonces cuando se lleva a cabo una gran parte del procesamiento, a todos los niveles de complejidad, de forma autónoma, es decir, fuera de la conciencia. Una vez que el concepto de procesamiento inconsciente se ha extendido de esta forma, es necesario volver a considerar sus implicaciones como constructo psicoanalítico. Lo crucial para comprender la comunicación analítica no es la dimensión de la conciencia o su falta de ella, sino la forma y organización del pensamiento.

¿Que significa “conocer”? Una teoría de código múltiple de la comunicación emocional

Los avances en la ciencia cognitiva, tanto teóricos como metodológicos, han traído nuevas perspectivas al estudio de las operaciones mentales y han ampliado nuestra comprensión de lo que significa “conocer”. Los modelos clásicos de procesamiento de la información se basaban en sistemas de símbolos (Simon y Kaplan, 1989) Ahora tenemos modelos adicionales, definidos como conexionistas o subsimbólicos, que se construyen sobre un tipo de formato de procesamiento esencialmente diferente y que da cuenta del tipo de procesamiento holístico e intuitivo que reside en el núcleo de la comunicación analítica, tal como describieron Arlow y Reik.

La teoría del código múltiple incorpora tanto el procesamiento subsimbólico como el simbólico y amplía la perspectiva de la ciencia cognitiva para explicar además el procesamiento de la información emocional. La teoría se ha presentado en otro lugar (Bucci, 1997) y se pergeñará brevemente aquí, centrándonos principalmente en la relación de la comunicación analítica con la modalidad del procesamiento subsimbólico; esta aplicación no se ha examinado previamente.

Los humanos utilizamos tres sistemas principales de representación y procesamiento de la información, incluida la información emocional. Compartimos las modalidades no verbales subsimbólicas y simbólicas con otras especies; la verbal simbólica es el avance humano.

Procesamiento simbólico

Desde una perspectiva del procesamiento de la información, los símbolos se definen como entidades diferenciadas con propiedades de referencia y generatividad; es decir, los símbolos son entidades que hacen referencia a otras entidades y que se pueden combinar para generar una variedad infinita de nuevas formas. Los símbolos pueden ser palabras o imágenes. El lenguaje es la quintaesencia de la modalidad simbólica. Las palabras son entidades diferenciadas que hacen referencias a entidades fuera de ellas mismas, incluidas imágenes y otras palabras, y que se combinan en formas gobernadas por reglas para generar una miríada de variedades de formas lingüísticas que hablamos o escribimos. Al igual que las palabras, las imágenes son entidades diferenciadas que hacen referencia a otras entidades que pueden combinarse para crear formas nuevas: la policía une combinaciones de rasgos para construir un retrato robot que se aproxime al rostro de un sospechoso; las imágenes auditivas se combinan en música de programática tal como “Pedro y el lobo”. Al contrario que las palabras, las imágenes se forman en modalidades sensoriales específicas; son concretas en ese sentido especial.

La modalidad subsimbólica

El concepto del procesamiento subsimbólico, también denominado conexionista o procesamiento distribuido en paralelo (PDP), ha permitido una reformulación sistemática del sistema de procesamiento de la información que nos incumbe. Al igual que la imaginería, el procesamiento subsimbólico se produce en formatos de modalidades específicas, incluidas todas las modalidades sensoriales, así como los formatos visceral y motor. Sin embargo y en contraste con las funciones simbólicas, el procesamiento subsimbólico es formalmente analógico y holístico, calculado como variación en dimensiones continuas, en vez de generado desde elementos diferenciados.

El procesamiento subsimbólico se entiende de forma científica mediante modelos matemáticos complejos (Smolensky, 1988; Rumelhart, 1989) pero, en la experiencia, nos es inmediato y familiar. En las acciones y decisiones de la vida diaria -desde encestar un trozo de papel en una papelera o entrar en una fila de tráfico en movimiento hasta sentir que la lluvia está llegando, saber cuando la pasta está casi hecha y debe ser escurrida para estar “al dente”, y responder a expresiones o gestos faciales. El procesamiento subsimbólico da cuenta de habilidades muy desarrolladas en deporte y las artes y ciencias y es central para el conocimiento del propio cuerpo y de la experiencia emocional. El tipo de procesamiento al que se refiere Reik, que aparece como parte de una impresión total más que como elementos diferenciados, la “comunicación arcaica” fuera del sistema de signos al que se refiere Freud, o los modelos intuitivos y pasivo - receptivos descritos por Arlow son ejemplos del procesamiento subsimbólico. En contraste con la descripción de arcaico que Freud hizo de él, ahora se considera que el procesamiento subsimbólico es sistemático y organizado y que opera junto a sistemas simbólicos a lo largo de la vida adulta normal y racional.

El formato del proceso primario se puede comprender como aspectos del procesamiento no verbal simbólico en la forma de imaginería, pero dominado por la modalidad subsimbólica. Sin embargo y a diferencia del concepto del proceso primario psicoanalítico, el procesamiento subsimbólico no es intrínsecamente primitivo o asociado de forma única a deseos prohibidos u otro material conflictivo. Es un tipo específico de procesamiento de la información, que puede figurar en representaciones de deseos y anhelos, pero que también juega un papel central en actividades complejas y dirigidas a un objetivo1.

Mientras que las funciones subsimbólicas pueden estar muy desarrolladas y organizadas, y pueden producirse dentro del foco de la atención, la especial naturaleza del cómputo es tal que no se puede expresar totalmente en palabras. La opinión de que estos procesos son primitivos y arcaicos puede derivar en gran parte de esta falta de conexión con la modalidad verbal. El gran escultor “conoce” su oficio en sus sistemas táctil, motor y visual. Bernini tenía que “conocer” las múltiples características de cada pieza de mármol y la interacción de ojos, músculos y mármol mediante esas modalidades. Los cómputos se producen sin métricas explícitas, dimensiones específicas ni elementos diferenciados. La esencia del conocimiento del escultor no existe para él de forma simbólica y no se puede comunicar en palabras; al enseñar, comunica su conocimiento de forma más efectiva en la forma en que existe. El conocimiento del bailarín se almacena en el formato de sentimiento, movimiento e integración con la música; Balanchine se comunicaba con sus bailarines a través de esas modalidades. Su comunicación era intencional, consciente, sistemática y compleja -dentro de la modalidad motora. Al igual que Bernini o que un entrenador de tenis, no recurría a las modalidades motoras o sensoriales porque se reprimieran las representaciones verbales, sino porque la información sólo existía en una forma que no se podía captar totalmente en palabras. Grandes compositores y pintores trabajan fundamentalmente con la modalidad subsimbólica. El objetivo del método Stanislavsky se puede ver como una forma de posibilitar que el actor entre y utilice sus propias modalidades subsimbólicas vivenciales y expresivas. Como veremos, se pueden entender muchos aspectos de la comunicación emocional de la misma forma.

Conciencia e intención en las tres modalidades de procesamiento

Todos los procesamientos, tanto el simbólico como el subsimbólico, puede producirse dentro o fuera de la conciencia. El lenguaje es un medio central de dirigir la atención; las imágenes también funcionan de esta forma. El procesamiento lingüístico y de imágenes también se produce de forma autónoma, como cuando nos despertamos con una palabra o solución para un problema que nos ha eludido el día anterior. La memoria implícita, tal como se ha demostrado mediante las intervenciones de “imprimación” (Schacter, 1987), incluye elementos simbólicos tales como la imaginería o las palabras. El procesamiento simbólico puede ser automático al igual que regulado de forma intencional. Todos tenemos la experiencia de imágenes, frases de canciones o recuerdos de palabras que llegan de forma espontánea y, en ocasiones, molesta.

Con frecuencia, el procesamiento subsimbólicos parece operar de forma automática, fuera de la conciencia, permitiéndonos llevar a cabo varias funciones de forma simultánea. Lo que resulta más difícil de reconocer es que el procesamiento subsimbólico también puede controlarse de forma intencional y producirse dentro del foco de la atención. Bernini tenía que golpear su pieza de mármol de una forma particular para elaborar la forma que veía en su mente. La ubicación de sus instrumentos y la fuerza de su golpe estaban controlados de forma intencional y requería las funciones integradoras y dirigidas al objetivo de la atención, mientras que llevar a cabo su imagen a través de la acción motora en un medio particular implicaba cómputos subsimbólicos complejos. Si no se centraba de forma intensa y directa en sus acciones, si sus pensamientos divagaran sobre la cena de la noche anterior o los placeres de la próxima noche, la dirección del corte podría no ser exacta. El jugador de tenis necesita mirar a la bola para dirigir sus acciones; si pierde su intenso foco, su golpe será menos preciso.

Procesamiento de la información emocional: los esquemas emocionales

Los esquemas emocionales son los organizadores de nuestros mundos interpersonales. Son tipos particulares de esquemas de memoria, forjados sobre la base de interacciones repetidas con otra gente, en particular los cuidadores primarios, desde el principio de la vida. Determinan lo que esperamos de otros, cómo los percibimos y actuamos con ellos; al igual que todos los esquemas de memoria, difieren de otros en el predominio de los elementos subsimbólicos -acciones y reacciones sensoriales y viscerales - que constituyen el “núcleo afectivo” del esquema. Los componentes corporales están representados en múltiples formatos subsimbólicos; los objetos del esquema -la gente hacia las que se dirigen las acciones y reaccione - se representan en la modalidad simbólica no verbal. Los contenidos siguen estando elaborados, de forma primero no verbal y después verbal, a través de la vida. Más tarde, el lenguaje estará conectado con los esquemas, hasta un grado limitado.

Conectando la experiencia subsimbólica con palabras: El proceso referencial

El poeta no puede hablar sobre lo que ya conoce (Northrop Frye)2

El proceso referencial es el principal proceso integrador del sistema de código múltiple; permite la organización del sistema no verbal, la conexión de la experiencia subsimbólica con los símbolos no verbales, la conexión de los símbolos no verbales con palabras, y subyace también a la acción inversa de comprender las palabras de los demás. El gran avance humano no es la formación de palabras per se, sino la conexión de símbolos verbales con la experiencia. No obstante, la función de conexión referencial tiene una limitación y parcialidad inherentes; los procesos continuos, analógicos del sistema subsimbólico se pueden conectar sólo parcialmente con los elementos individuales del código verbal, como hemos mostrado.

Las imágenes, con sus propiedades de transición -modalidad específica, como representación subsimbólica; discreta y generativa, como palabras- son ejes del proceso referencial, organizando el sistema no verbal y facilitando conexiones con las palabras. No se pueden expresar de forma verbal y directa los componentes subsimbólicos del núcleo afectivo; su naturaleza, como el arte del escultor o el bailarín, es tal que no pueden expresarse directamente en palabras. Para describir un sentimiento de forma verbal, se describe una imagen o se cuenta una historia que incorpora los contenidos del esquema, los sucesos, objetos y acciones que se pueden saber o compartir con otra gente y que evoca la experiencia sensorial y las acciones del núcleo afectivo. Esta comunicación puede tener lugar incluso cuando el significado emocional de una imagen o suceso no se comprende totalmente. El poder de la expresión emocional está en los detalles, tal como saben los poetas y como Freud también sabía. El poeta expresa la experiencia emocional de una forma concreta y metafórica específica -los detalles irrelevantes y triviales de los sucesos específicos- cuyo significado se extiende y reverbera más allá del suceso o imagen que se describe. Busca metáforas que abran puertas de la experiencia más allá de lo que ya conoce o intenta; lo que sabe de forma explícita o verbal no es cosa de la poesía, tal como observa Frye. El poder de la asociación libre - hablando de los detalles cuyo significado no se comprende plenamente - es convertir al paciente en un poeta sin que sea consciente de ello.

Un modelo de patología

En el funcionamiento adaptativo, los esquemas de emoción operan de forma flexible, en canales paralelos múltiples, en gran parte fuera del foco de atención, incorporando nueva información y cambiando en respuesta a ella. El funcionamiento adaptativo depende de la integración de los componentes subsimbólicos y simbólicos de los esquemas emocionales; la patología es principalmente el resultado de la disociación dentro de los esquemas. Podemos tener éxito en alejar la atención de los objetos que causan el afecto doloroso, que nos aterroriza o enfada, o que suscita insoportables sentimientos conflictivos. Sin embargo, la activación del núcleo afectivo continúa, pero ahora privada de símbolos, disociada de los objetos simbólicos que le dan significado. La persona se siente activada, pero no sabe qué siente o hacia quien. No es que la emoción sea inconsciente, sino que ha sido privada de símbolos. Entonces el paciente es también incapaz de incorporar y conectar nueva información simbólica con el núcleo afectivo. Por tanto la rectificación potencial de un cambio de realidad no es efectiva y el esquema continúa operando de un modo rígido y sin regular.

Las formas específicas de patología son el resultado de la disociación entre componentes diferentes de los esquemas emocionales, al igual que de los intentos de reparar la disociación que pueden ser en sí mismos desadaptativos. Un alto nivel de activación sin significado es un estado insoportable; la persona intenta dar significado a la activación corporal y a la experiencia motora, y también evitar los significados prohibidos, por lo que, con frecuencia, hace su situación peor. Puede expresar el esquema mediante un paso al acto, como en la conducta impulsiva, o dirigiendo la acción hacia el interior, como en la somatización, o puede asociar la activación con otro objeto que no sea tan amenazador y prohibido, como en el desplazamiento. Se pueden distinguir una variedad de operaciones diferentes, algunas defensivas y otras expresivas, sobre la base de diferentes niveles de disociación y formas de intento de reparación (Bucci, 1997)

El círculo de la comunicación emocional3

En el tratamiento buscamos provocar el cambio en los esquemas emocionales desadaptativos; esto es lo que queremos decir, fundamentalmente, con cambio estructural. Para hacer esto, el paciente debe comunicar los contenidos del esquema emocional; el analista debe comprender la comunicación y generar una intervención que conecte de nuevo con el esquema del paciente. Ahora podemos replantear la cuestión de la comunicación emocional en términos del proceso referencial: ¿Cómo comunica el paciente la experiencia que está asociada con un esquema de emoción en el cual se ha producido la disociación y el desplazamiento, en el cual la experiencia domina y está activada pero disociada de los objetos simbólicos individuales que se pueden representar en palabras, y en los cuales el paciente tiene la intención, a algún nivel, de evitar los significados emocionales que se expresan? ¿Cómo comprende el analista esta comunicación? En última instancia ¿cómo opera la interacción verbal de la sesión para provocar el cambio en el esquema y su núcleo afectivo?

El proceso referencial en el contexto analítico

Se pueden identificar tres fases en el proceso referencial cuando éste se aplica de forma específica a la comunicación verbal de la experiencia emocional en el contexto analítico (Bucci, 1997):

    1. Experiencia de activación dominada por elementos subsimbólicos, los componentes sensoriales, somáticos y motores del núcleo afectivo.

    2. Representación de la experiencia de forma simbólica; primero la imaginería y después las palabras. Los elementos subsimbólicos que se han activado conectan con imágenes de objetos o recuerdos de episodios que conforman los componentes simbólicos del esquema emocional, aun en forma no verbal. Los contenidos objetivos del esquema se pueden expresar entonces en palabras. La narración de un episodio, recuerdo o sueño específico tiene el poder de expresar el esquema emocional activado de forma verbal - lo que uno quería, como reaccionó el otro, lo que uno hizo o sintió entonces. Esta expresión se produce incluso -o en especial- cuando el paciente no conoce aun el significado simbólico del episodio y no es capaz de nombrar el esquema emocional en conjunto. Narrar los detalles específicos y concretos de un episodio o imagen es, en este sentido, un proceso exploratorio.

    3. Reflexión sobre el significado de la imaginería. El paciente o el paciente y el analista juntos explican la metáfora, conectan los contenidos de la narrativa a otros sucesos, incluidos los sucesos que se producen dentro de la relación terapéutica. El procesamiento lógico y la modalidad de comunicación compartido entran en juego, conectados a la experiencia emocional que se ha activado. La reflexión y los nuevos significados pueden abrir más el esquema emocional, llevando a explorar a un nivel más profundo y puede abrirse en ese momento un nuevo ciclo de comunicación.

Fracaso del proceso referencial

Se puede dejar que el paciente siga el camino asociativo cuando el proceso referencial avanza de forma óptima. Para algunos pacientes en algún momento -y para algunos la mayor parte de las veces - no se produce la progresión óptima a través de estas fases. Ogden (1994) describe a un paciente que “me explicaba una y otra vez que sabía que debería estar sintiendo algo, pero que no tenía ni una clave de lo que debería ser” (p. 67). El paciente intenta evitar y, al mismo tiempo, expresar el esquema activado. Sus sueños fueron:

    “a menudo llenos de imágenes de gente paralizada, prisioneros y mudos. En un sueño reciente había tenido éxito, tras gastar mucha energía, en abrir en dos una piedra sólo para encontrar jeroglíficos grabados en la superficie interior... Su alegría inicial se extinguió ante el reconocimiento de que no podía comprender ni un sólo elemento de los jeroglíficos. En el sueño, su descubrimiento era momentáneamente excitante, pero en última instancia una experiencia vacía, y dolorosamente tentadora que le dejó sumido en una honda desesperación” (p. 67 - 68)

Esto proporciona una hermosa metáfora de la experiencia subsimbólica conectada con símbolos que expresan la disociación del esquema emocional en sí mismo, en vez de con símbolos que proporcionarían significado al esquema. El paciente busca con urgencia tal significado, pero lo que halla es opaco. La ausencia o fracaso de significado es insoportable en sí mismo. Entonces el paciente regresa a un estado habitual de desapego emocional extremo. “Incluso el sentimiento de desesperación se borró inmediatamente al despertar y se convirtió en un conjunto sin vida de imágenes oníricas... un recuerdo estéril” (p. 68)

Las fases del proceso de escucha

En términos del proceso referencial podemos preguntar cómo escucha el analista y trabaja con un paciente que no es capaz de moverse a la fase de recuperación de imaginería derivada que le permita comunicar su experiencia en palabras; cómo comprende el analista la experiencia del paciente y, eventualmente, permite el movimiento a una modalidad en la que se simbolice; en última estancia, ¿cómo proporciona o facilita la expresión verbal que conecte de nuevo con el núcleo afectivo del esquema de la emoción del paciente y, en última instancia, dónde debe producirse el cambio? Se pueden identificar cuatro fases en el proceso de escucha del analista y en el proceso de generar una intervención que de cuenta de estas funciones:

    1. El “conocimiento” del analista de su propio estado afectivo;
    2. La traducción de esta experiencia a la forma simbólica;
    3. El uso de sus propias representaciones internas como indicadores del estado del paciente;
    4. la decisión sobre la intervención terapéutica.

Las dos primeras fases constituyen la contrapartida del proceso de simbolización en el lado de la decodificación; las fases tres y cuatro representan la extensión de esto en un contexto interpersonal. Las cuatro fases se pueden definir en términos tanto de los procesos psicológicos que subyacen como de su funcionamiento en el entorno clínico.

Activación de la experiencia subsimbólica en el analista: El “conocimiento” del oyente

Muchas de las formas de comunicación “inconsciente” descritas por Reik y Arlow son esencialmente formas en las que un paciente comunica la experiencia subsimbólica que, intrínsecamente, no se puede expresar directamente en palabras. La comunicación afectiva de un individuo -tanto de forma sensorial y motora como verbal - se recibe y conoce a través de los sistemas sensoriales del otro, así como a través de la retroalimentación de los sistemas motores que se activan en respuesta. Por tanto, las expresiones subsimbólicas del paciente, componentes de sus esquemas de emoción disociados o desplazados, activan experiencias subsimbólicas en el analista que son componentes de sus propias esquemas. El analista “conoce” su propia emoción por la activación de su núcleo afectivo por las sensaciones y sensación visceral que siente, por las acciones que se ve impulsado a llevar a cabo -al igual que Bernini conoce las características de una pieza de mármol en sus músculos y Balanchine conoce los movimientos de un baile.

La transmisión se produce de diversas formas posibles, con diversos significados. Muchos de los aspectos expresivos del esquema del paciente son comunes a todos los humanos y también a otras especies, en las formas específicas de sus propios canales de procesamiento y representación. Darwin (1889) demostró la presencia, a través de las especies e intraespecie, de patrones característicos de expresión y gestos faciales asociados a estados emocionales específicos.

“¿Qué le dicen al perro A, que acaba de conocer al perro B, y se prepara para una pelea o un interludio sexual mientras B da vueltas en torno a él, las intenciones secretas de su pareja o adversario?” (Reik, 1948, p.456). Tal como dice Reik, el perro A responde a señales olfativas y otros aspectos de la apariencia y acción de B; el perro A también experimenta reacciones internas, tales como tensión muscular, cambios en la temperatura corporal o tasa cardiaca, piloerección o, de forma alternativa, excitación sexual. A sabe entonces la experiencia de B en términos de la suya propia, sabe tanto como es necesario saber, sabe con certeza y actúa de acuerdo con ese conocimiento.

Los humanos tenemos formas motoras y sensoriales parecidas de conocer directamente en los sistemas motores, sensoriales y somáticos. Ekman (1984) y otros han identificado expresiones faciales características que parecen estar asociadas de forma universal con estados emocionales. Por otro lado, las reacciones humanas son más plásticas, menos guiadas por los instintos y más susceptibles de ser dirigidas de forma intencional que en el caso de otras especies. Cada individuo en el curso del desarrollo adquiere modalidades características de expresión emocional que son exclusivamente suyas. La comprensión especial del analista puede incluir un acceso elaborado e intensificado a este conocimiento afectivo, arraigado en la historia personal de cada individuo y también en las modalidades expresivas comunes de las especies. La sabiduría clínica del analista también incluye reconocer la posibilidad de aportar múltiples interpretaciones alternativas de la propia respuesta.

En el contexto del foco actual de la contratransferencia, hay una mayor conciencia de este conocimiento no verbal - o subsimbólico. La definición de Bollas del “estado de contratransferencia más común” como “no saber y sin embargo vivenciarlo” se refiere en esencia a esta fase. Tal como describe Bollas (1987) este estado: “sé que estoy a punto de experimentar algo, pero todavía no sé lo que es y puede que tenga que mantener esta ignorancia durante un largo tiempo” (p. 203). A lo que Bollas se refiere con “ignorancia” o en otro lugar con “conocimiento no pensado” es esencialmente a lo que me he referido como esta fase del conocimiento del oyente, en su cuerpo, en los sistemas sensoriales, a menudo en la acción incipiente, sin interpretación simbólica. Esta experiencia se produce en un nivel que se ha denominado inconsciente; no obstante, el analista sabe que está “a punto de experimentar algo”; el estado que Bollas describe no es inconsciente, sino que implica un tipo específico de conciencia - saber y pensar. James (1890) utilizaba el término consciente para referirse a los estados mentales de esta naturaleza al igual que hizo Gazzaniga (1985) casi un siglo después y en un contexto diferente.

En el caso del paciente al que se hacía referencia antes, Ogden (1994) describe como “la experiencia intersubjetiva creada por el par analítico se hace en parte accesible al analista a través de la experiencia de su propia “reverie”, forma de actividad mental que con frecuencia parece no ser más que un ensimismamiento narcisista, distracción, rumiación compulsiva, ensoñación y cosas por el estilo” (p. 94 - 95). Ogden también describe otro caso en el cual “la sensación somática del analista, unida a las experiencias sensoriales y fantasías relacionadas con el cuerpo del analizado, servían como medio principal mediante el cual el primero experimentaba y llegaba a entender el significado de las principales ansiedades que se estaban generando (de forma intersubjetiva)” (p.95).

Arlow (1979) identifica un estado similar en términos diferentes. De acuerdo con Arlow, el analista comienza adoptando un papel pasivo receptivo, lo que facilita la identificación con el material del paciente:

    “La intimidad compartida de la situación psicoanalítica... intensifica la tendencia a la identificación mutua... y... sirve para estimular en la mente del analista fantasías inconscientes, bien idénticas o bien que corresponden a aquellas decisivas en los conflictos y desarrollo del paciente. El analista y el analizado se convierten, por tanto, en un grupo de dos que comparte una fantasía inconsciente”. (p. 286).

En todos estos ejemplos, el analista llega a saber lo que siente en múltiples modalidades subsimbólicas, antes de que se desarrolle o halle el significado simbólico.

Traducción a la forma simbólica: poseer la propia experiencia

Entonces, el analista lleva a cabo el proceso de conectar la experiencia subsimbólica activada dentro de sí mismo con formas simbólicas, que incluyen tanto imágenes como palabras. Ogden se sorprende observando manchas concretas en un sobre que había estado a la vista durante una semana; piensa en una llamada telefónica que grabó su contestador automático la hora anterior. Estos objetos comunes en el entorno del analista se convierten en “objetos analíticos” (p. 75); son símbolos cuyos significados se crean en la matriz de una experiencia intersubjetiva en desarrollo. El analista que escucha, como el paciente que asocia, puede estar conectándose con objetos o eventos que son manifiestamente irrelevantes pero que, de hecho, son componentes simbólicos del esquema de la emoción que se ha activado, cuyo significado no conoce todavía. Ogden (1994) es capaz entonces de decir mucho del significado emocional de los objetos metafóricos: “En este punto de la sesión comencé a ser capaz de describir por mí mismo los sentimientos de desesperación que había estado sintiendo y la frenética búsqueda del paciente de algo humano y personal en nuestro trabajo juntos” (p. 70).

Arlow (1979) describe con detalles la naturaleza de la experiencia analítica a medida que desarrolla su comprensión del material del paciente:

    “La intervención de otra persona no provoca el cambio, como en el caso del analizado; es la conciencia del analista la que lo hace a través del proceso de introspección, de algunos procesos mentales dentro de sí mismo que se han inmiscuido en su conciencia. El pensamiento que aparece en primer lugar en la mente del analista raramente llega en forma de una interpretación bien formulada, con consistencia y articulación lógicas. Con frecuencia, lo que el analista experimenta adopta la forma de algún pensamiento al azar, el recuerdo de un paciente con un problema similar, un verso, las palabras de una canción, algún chiste que oyó, algún comentario ingenioso propio, quizá un artículo que leyó la noche anterior o una presentación en la reunión de hace algunas semanas. El ámbito de las impresiones iniciales o, más correctamente, las asociaciones del analista del material del paciente, es prácticamente infinito y puede, o no, que parezca formar parte directamente de lo que el paciente ha estado diciendo”. (p. 284)

Esta es la segunda etapa del proceso referencial, que se desarrolla en la escucha del analista. La poesía o las canciones a las que se refiere Arlow son objetos metafóricos, como las manchas de un sobre que captaron la atención de Ogden. La transformación de conocer en el sentido corporal, sensorial y motor a conocer en la modalidad simbólica, primero imágenes y luego palabras, se produce dentro de la experiencia interna del analista, en el contexto de los propios esquemas emocionales de analista, antes de que se realice la “inferencia emocional” a la experiencia del paciente.

“Conociendo” el estado del paciente

A continuación, el analista utiliza su propia experiencia e imaginería subsimbólica como información relativa al estado del paciente. En términos de Ogden (1994) la experiencia del analista de sí y del “tercero analítico”, que representa este tercero la intersubjetividad de la diada, “se utiliza (de forma primaria) como vehículo para comprender la experiencia consciente e inconsciente del analizado” (p. 94). Ogden comienza a sentir que “entendía algo del pánico, desesperación e ira asociados con la experiencia de chocar una y otra vez con algo que parece ser humano, pero que se siente como mecánico e impersonal” (p. 70-71). El paciente estaba “experimentando los rudimentos de un sentimiento que no estábamos contando de una forma que pareciera viva” (p. 71).

Reik (1948) aporta el ejemplo de un paciente que, en su primera sesión analítica, con frecuencia intercalaba en su informe de relaciones familiares y hechos pasados expresiones tales como. “¿Me sigue?”, ”¿Lo entiende?”, “¿Sabe?”, “¿Entiende lo que quiero decir?” o, simplemente, “”¿Entiende?”. Reik vivencia sus sentimientos de fastidio “como si hubiera expresado falta de respeto o desprecio”. De acuerdo con Reik: “Este ‘como si’ traduce realmente lo que el paciente sentía inconscientemente” (p. 453). Aquí tenemos a un paciente cuya conducta manifiesta era cortés, respetuosa y de agradecimiento, pero que hablaba de una forma para comunicar una visión del analista como si fuera “estúpido, o un psicólogo incompetente” (p. 453).

Bollas (1987) describe a un paciente que de forma característica comenzaba una narración y paraba a mitad de frase, hacía una pausa durante varios minutos y la retomaba como si no se hubiera producido ninguna interrupción. A medida que el tratamiento continuó, Bollas descubrió que:

    “divagaba durante estas pausas, y cuando reanudaba su discurso podía ser unos pocos segundos antes de que yo hubiera vuelto a escuchar ... No la consideraba amable de la forma en que los pacientes ayudan normalmente al analista a que los considere. En su lugar, sabiendo por adelantado cómo iba a ir la sesión, comencé a sentirme aburrido y somnoliento”. (p. 212).

Bollas es consciente de la irritación y confusión que le produce su paciente y de la tendencia a la retirada mostrada en su aburrimiento y somnolencia. Entonces “consideré la idea de que ella debía de estar transfiriendo a la situación analítica la naturaleza del lenguaje de su madre de cuidado maternal, y de que yo (el objeto-infante de tal sistema de cuidado) era un testigo existencial de una madre muy extraña y ausente” (p. 212).

Para Arlow (1979), como para otros autores citados aquí, “la asociación libre del analista, incluso cuando parece aleatoria y remota del tema de los pensamientos del paciente, representa sus comentarios internos y la percepción incipiente de los procesos de pensamiento inconscientes del paciente.” (p. 285). “A medida que aumenta la experiencia del analista, se da cuenta de que en el amplio rango de sus reacciones internas, se hacen consciente en él claves que apuntan al significado inconsciente de las comunicaciones inconscientes” (p. 287).

Uso de la inferencia en la técnica analítica

Un aspecto que parece ser común en todas las orientaciones es la confianza del analista en su propia experiencia como un indicador del estado del paciente. Las diferencias entre orientaciones surgen en la fuente inferida de la experiencia del analista, en las teorías en contraste dentro de las que se interpretan los contenidos temáticos y en las formas en las que la experiencia del analista se incluye en el trabajo analítico. Los analistas pueden buscar dentro de sí mismos el origen de las reacciones emocionales que experimenta, como Ogden hizo en el caso descrito antes o, en algunas circunstancias puede experimentar la reacción como algo ajeno y que atribuye a la proyección del paciente en un sentido más directo.

Algunos analistas pueden decidir, en ciertas circunstancias, mostrar sus reacciones directamente al paciente. Tras algunos meses de análisis con la paciente descrita con anterioridad, Bollas le dice que sus largas pausas le dejan en un estado en el cual pierde el hilo, como si ella estuviera creando algún tipo de ausencia que él estuviera destinado a experimentar, y como si ella apareciera y desapareciera. De acuerdo con Bollas (1987), la paciente -y también el analista- experimentaron alivio ante su revelación:

    “Ningún analista debería interpretar exclusivamente con el fin de aliviar el sufrimiento psíquico que pueda experimentar pero, de igual forma, tampoco debería ignorar esas interpretaciones que le curan del efecto del paciente. Al poner mi experiencia a disposición del paciente, pongo en el espacio clínico potencial un pedazo subjetivo de material creado con el paciente”. (p. 213).

Según Arlow (1979), la fase del proceso interpretativo que se basa en la identificación transitoria, en la cual el analista llega a comprender al paciente a través de la identificación y la fantasía compartida, da lugar a una fase “basada en la cognición y en el ejercicio de la razón. Con el fin de validar su comprensión intuitiva de lo que el paciente ha estado diciendo, el analista debe volver a los datos de la situación analítica” (p. 286). “La experiencia interna del analista tiene que estar en consonancia con el material del paciente de acuerdo con criterios disciplinados y cognitivos, antes de transformarlos en una interpretación” (p. 288).

Un modelo de comunicación emocional

El modelo de la comunicación emocional presentado aquí se esboza de forma sistemática en la Figura 1. 


 

El esquema emocional del paciente se activa en la sesión; un esquema en el que se ha producido la disociación o el desplazamiento. Se activa el núcleo afectivo de los procesos subsimbólicos, pero no está conectado con las representaciones de los objetos e imágenes que le dan significado. El paciente se ha comprometido a seguir hablando, pero sus expresiones verbales están disociadas del núcleo afectivo del esquema. Al mismo tiempo, expresa este último directamente en formatos subsimbólicos de múltiples formas tales como los catalogados por Reik.

Las palabras del paciente y los múltiples canales paralelos de las expresiones subsimbólicas activan la experiencia sensorial y somática en el analista. En la medida en que las conexiones dentro de los propios esquemas emocionales del analista estén intactos y operativos, generará imaginería, meditará sobre ésta y, con el tiempo, llegará a alguna comprensión emocional del estado activado. El analista infiere una comprensión del estado del paciente - aunque esté todavía poco clara para paciente - sobre la base de estas transformaciones internas de su propia experiencia.

El objetivo del analista se puede plantear de forma específica: intervenir de forma que se active la imaginería que el paciente no encuentra, para permitir que continúe el proceso referencial. La imaginería es el eje del proceso referencial, simbolizando los contenidos subsimbólicos y permitiendo conexiones con las palabras. Si las palabras son efectivas, evocarán imaginería al paciente que conecte su propia experiencia somática y sensorial. La imaginería puede ser, hasta cierto punto, compartida entre el analista y el paciente, pero debe estar generada por el paciente. La comunicación emocional evoluciona desde la interacción de dos procesos referenciales separados que operan en dos sistemas de representaciones. Cuando el paciente ha generado la imaginería que conecta y simboliza los procesos de su propio núcleo afectivo, entonces será capaz de generar sus propias narraciones basándose en esto. Sea cual sea la naturaleza de los medios técnicos, el camino del procesamiento de la información emocional que se busca es el mismo -permitir que el paciente conecte la experiencia subsimbólica con las representaciones simbólicas que puedan a su vez expresarse en palabras.

Al mismo tiempo, ampliando el “círculo” a un nivel diferente, el analista estará también expresando continuamente su propia experiencia en el formato subsimbólico en la sesión, tal como hace el paciente y como hacemos todos en las interacciones -con el tono de voz, las pausas, los gestos, el movimiento corporal, y en sus diversos grados de atención y conexión. También puede experimentar una variedad de reacciones tras la sesión, al pensar o soñar con el paciente, y todo esto entra en el trabajo analítico. Los efectos de las expresiones subsimbólicas del analista sobre el paciente son poderosas en potencia, para bien pero también para mal, por lo que es necesario abordarlos. De forma óptima, las intervenciones verbales y subsimbólicas del analista operan juntas para facilitar la integración del esquema emocional del paciente, el desarrollo del significado emocional que es el objetivo del tratamiento psicoanalítico.

Si tiene éxito el trabajo terapéutico -las intervenciones específicas en el contexto de la transmisión continua de información subsimbólica - el paciente responderá de una forma tal que indique que el círculo de la comunicación emocional se ha completado con éxito. Los indicadores pueden ser ambos simbólicos, en las historias o imágenes que surgen, y subsimbólicos representados por el movimiento, tono de voz o estado interno, indicando que ha tenido lugar un cambio en el núcleo afectivo del esquema.

La necesidad de verificación

Cada analista hace dos series cruciales de inferencias al comprender el estado del paciente y éstas deben considerarse como momentos de oportunidad -y por el mismo principio, momentos de incertidumbre informativa. En ambos casos estamos hablando principalmente de inferencias o conexiones emocionales – a lo que a veces nos referimos como intuición-, no inferencias en un sentido lógico.

El analista conecta primero su propia experiencia subsimbólica con su significado simbólico -imágenes y palabras. Mientras que el conocimiento subsimbólico del analista de su propia experiencia es directo, la interpretación simbólica y los significados derivados son variables; la primera etapa de incertidumbre se produce aquí. El analista también infiere la experiencia del paciente desde la suya propia; la posibilidad de una interpretación variable es significativamente mayor en este salto desde la propia experiencia hasta la subjetividad de otra persona. El analista debe comprender al paciente en el contexto de los propios esquemas emocionales únicos del analista. Ogden (1994) también pone énfasis en este punto; como observa, el tercero analítico (N.T. La intersubjetividad creada por paciente y analista) “es vivido por el analista y el analizado en el contexto de su propio sistema de personalidad, historia personal, composición psicosomática,” y por tanto “no es idéntica para cada participante” (p. 93). La cuestión principal es el grado en el cual el analista es capaz de extraer o distinguir las señales del paciente del contexto experiencial en el cual se reciben -el propio estado interno del analista. La experiencia del analista será alguna función del esquema del paciente y del suyo propio, determinado por un amplio rango de factores que incluye cada historia personal individual, los esquemas desarrollados en la formación del analista, su orientación teórica, la relación con su supervisor y la historia particular de cada diada paciente - analista.

Tal como hemos analizado, el perro A de Reik conoce en gran parte el estado del perro B a través de sus propias sensaciones, cambios corporales y conductas. No experimenta duda aparente con relación a este proceso; la inferencia es inmediata y segura. La urgencia es necesaria para los animales y, en particular, para los animales salvajes; generalmente no hay tiempo para dudar si el animal tiene que sobrevivir. Sin embargo, incluso los animales pueden estar “equivocados” acerca de otros que no comparten sus estructuras internas particulares: un perro atado a un árbol atacó salvajemente a una niña de tres años que se puso a su alcance para recuperar una pelota; otro atacó a unos niños que quisieron acariciarle, quizá de una forma abrupta. Dada la complejidad y plasticidad de la expresión humana, la inferencia de la propia experiencia del estado interno de otra persona debe estar siempre sujeta a duda.

Arlow observa que la “situación de una reacción contratransferencial extrema” constituiría una excepción al uso de las asociaciones y respuestas del analista como fuente de datos. De forma similar, Reik (1948) señala que se requieren precauciones y garantías al utilizar la propia experiencia como camino hacia la de otra persona:

    “La ciencia del análisis profesa ser capaz de ofrecer una cierta garantía de que el espejo en el cual se reflejan los procesos en la otra mente no está empañado. Es necesario que el propio analista pase por análisis para que sus propias represiones no dificulten o distorsionen la comprensión psicológica. Además requiere un examen estricto de sus propias impresiones y su propio juicio psicológico de los datos” (p. 448).

Creo que es probable que muchos analistas de todas las orientaciones estén de acuerdo con estas advertencias, a pesar de que puedan no estar de acuerdo en qué constituye una reacción contratransferencial que sea “extrema”. También creo que hoy en día se puede considerar optimista hasta la ingenuidad la afirmación de Reik de que el análisis del analista le protege de que “sus propias represiones dificulten o distorsionen”. Tal como el psicólogo ingles Bartlett (1932) demostró hace unos 60 años, la percepción y la memoria son siempre procesos activos, determinados, además de por la entrada del estímulo, por lo que trae el sujeto. Se debe reconocer el papel del sujeto en organizar la imaginería y la memoria, incluso en el caso de fantasías que pueden vivirse como egodistónicas en la forma.

¿Qué clase de verificación se requiere? Un nuevo enfoque

Es necesaria la validación de las inferencias que el analista hace acerca de la experiencia del paciente; por otro lado, la naturaleza de las inferencias realizadas debería informar de la naturaleza de la validación que se busca. El tipo de validación que Arlow (1979) esbozó, en la cual se aplican “criterios cognitivos disciplinados” antes de que se genere la interpretación, se puede considerar ahora problemático en el contexto de gran parte del trabajo clínico del día a día.

Es necesario un nuevo enfoque que proporcione al tema de la verificación un estado mejor para la caracterización del trabajo clínico que se esboza aquí -el complejo movimiento de ida y vuelta entre los sistemas subsimbólico y simbólico necesario para la comprensión clínica. Un programa de verificación tal es un tema para otro trabajo, pero se puede presentar brevemente aquí:

    1. El analista que responde sobre la base de su cómputo subsimbólico, sin llegar a formularlo en términos simbólicos, trabaja, no obstante, con conocimiento sistemático -“saber” subsimbólico - de una modalidad que no es ni mágica ni primitiva. Existen bases para sus inferencias que se identifican con el tiempo, a pesar de que pueda no hacerlo en el momento de la interacción.

    2. En cualquier caso, el analista necesita reconocer, en algún nivel, que está trabajando de una forma tentativa; pese a que su conocimiento subsimbólico pueda ser experimentado de forma directa y con certeza, es necesario verificar la inferencia de los significados simbólicos, los suyos y los del paciente.

    3. La verificación de estas inferencias es difícil pero posible. Para tal verificación, buscaremos orientación, como hacen todos los clínicos, en las respuestas de un paciente ante una intervención, tanto la respuesta inmediata como los efectos a largo plazo. Dado que gran parte del conocimiento que constituye la comprensión del analista -y del paciente- es a su vez subsimbólico, puede ser necesaria la verificación que implica al procesamiento de la modalidad subsimbólica. Odgen (1994) escribe que la voz de su paciente tras una intervención “se hizo más alta y pronunciada de una forma que no había oído antes” A continuación el paciente permaneció “en silencio durante los restantes 15 minutos de la sesión. No se había producido antes un silencio de esa longitud en el análisis” (p. 72). En la siguiente sesión, el paciente informa de haber sido despertado por un sueño en el cual estaba sintiendo una profunda tristeza. “Dijo que salió de la cama porque solo quería sentir lo que estaba sintiendo, a pesar de no saber porqué estaba triste” (p. 73). Además de los indicadores que buscamos de forma habitual cuando aparece nuevo material simbólico, tales como sueños, recuerdos o reflexión introspectiva, los indicadores subsimbólicos, tales como el tono de voz, los movimientos corporales o los informes de sentimientos intensos, proporcionan evidencia de que una intervención ha conectado con un esquema emocional. En algún punto, el analista recurrirá a la formulación verbal y a la evaluación lógica para ampliar y probar su comprensión. Es probable que la fase de reflexión que hemos identificado en nuestro esbozo del proceso de escucha incluyera una evaluación de este tipol.

    4. El tipo de verificación que hemos estado discutiendo afecta a la propia reflexión del analista sobre su trabajo terapéutico. En ultima instancia, también se deben aplicar a los propósitos científicos de construir la teoría y las técnicas (no al trabajo del día a día) las advertencias y limitaciones básicas del paradigma de investigación de la psicoterapia. Al igual que para cualquier verificación de la inferencia analítica, la percepción de un solo individuo involucrado de forma intensa no es suficiente. Es necesario compartir las observaciones, utilizar los datos que aportan las grabaciones y otras fuentes; para algunos propósitos también se deben utilizar las notas del proceso. Estos procedimientos no tienen porqué ser más intrusivos que muchos procedimientos clínicos que ya están muy aceptados; el proceso de supervisión introduce a una tercera persona en la interacción diádica de una forma al menos tan profunda como la grabadora. Las observaciones como las de Ogden basadas en claves como el tono de voz y las pausas se podrían verificar utilizando exclusivamente las grabaciones.

El analista funciona como un científico cognitivo en varios aspectos: al considerar el material de las asociaciones del paciente como datos desde los cuales hacer inferencias del estado interno de éste, en vez de como informes verídicos de la experiencia como en el enfoque introspectivo; y al utilizar datos de conducta observables como base para la inferencia, dentro de una red normotética basada en la versión del analista de la teoría psicoanalítica. El énfasis del analista sobre la información e inferencia emocional y su uso de su propia experiencia interna como fuente de datos va mucho más allá de las prácticas habituales de la ciencia cognitiva y puede servir para enriquecer estas prácticas. Por otro lado, el analista puede tender a hacer inferencias desde su propia experiencia sin reconocer las diversas fuentes de incertidumbre informativa que intervienen; esto representa un problema tanto para el trabajo clínico como para el desarrollo de la teoría psicoanalítica. Cada campo puede beneficiarse de los avances del otro.

Conclusiones: la estructura recuperada - y en una nueva clave

Sobre la base de la teoría del código múltiple y del proceso referencial bidireccional se puede comprender ahora de forma diferente el fenómeno denominado “comunicación inconsciente”. Estamos interesados en el proceso sistemático de comunicación emocional, que tiene muchas modalidades, que puede ser consciente o inconsciente y que opera de forma continua en toda nuestra comunicación inconsciente así como en todos los estados patológicos. Las formas básicas de comunicación emocional que operan en el contexto analítico también subyacen a toda interacción interpersonal. Tanto en el funcionamiento normal como en la patología, estamos enviando y recibiendo constantemente señales subsimbólicas; estas se producen con frecuencia sin que se vean acompañadas de mensajes verbales y son difíciles de hacer explícitas. Una diferencia fundamental entre el funcionamiento normal y patológico es que en el primero la comunicación subsimbólica está conectada, o lista para conectarse, con los componentes simbólicos del esquema. El individuo que está experimentando elementos del núcleo afectivo de un esquema de rabia, presumiblemente reconocerá que está rabioso, con quien y porqué, mientras que en la patología, las representaciones subsimbólicas están muy disociadas de las modalidades simbólicas que les proporcionarían significado.

En la época de Freud, la noción del procesamiento inconsciente era radical y nuevo. Ahora reconocemos que prácticamente todas las formas de procesamiento mental pueden seguir fuera de la conciencia. La noción del procesamiento inconsciente se ha expandido mucho más allá de lo que Freud preveía pero, al mismo tiempo, ha perdido su especial fuerza teórica. Freud se apartó de forma explícita del nivel de conciencia como factor sistemático que determina el procesamiento mental. A este respecto, el modelo estructural es compatible con los puntos de vista científicos modernos. No obstante, a lo largo del evidente cambio teórico desde el modelo topográfico al estructural, Freud mantuvo la opinión de que el pensamiento inconsciente estaba determinado por la represión del material prohibido y conflictivo y que tenía la estructura y contenidos asociados con el proceso primario. En su breve formulación final Freud (1940) equiparó de forma explícita el inconsciente con funciones del ello y lo consciente con el ego. La correspondencia reflejaba su retención de facto del sistema inconsciente como determinante de la motivación y el comportamiento. Esta premisa no desapareció nunca del psicoanálisis y es muy aceptada hoy en día -aunque en ocasiones de forma implícita.

Como he argumentado, lo crucial es el formato del procesamiento de la información emocional, más que el estado de conciencia asociado. Lo que los clínicos han llamado “comunicación inconsciente” se produce en la realidad en una miríada de niveles, tanto conscientes como inconscientes, y en una variedad de formas, tal como Reik esbozó hace medio siglo y como han descrito muchos clínicos desde entonces. Ahora podemos regresar al propósito del modelo estructural con una nueva perspectiva, en el contexto de los avances recientes de la ciencia cognitiva. La teoría del código múltiple proporciona una explicación sistemática de la comunicación emocional, tal como se produce en el tratamiento, y para todo el mundo a lo largo de la vida, en modalidades conscientes y no conscientes, en formas no verbales y no simbólicas.
 

T(Nota de traducción) Imprimación traduce al término inglés “priming” que en psicología cognitiva caracteriza al proceso por el cual un estímulo produce efectos sobre un estímulo subsiguiente. Así, por ejemplo, en un test en que se le pide al sujeto que vaya decidiendo de manera lo más rápida posible que ciertas combinaciones de letras forman una palabra o son simples combinaciones al azar, el reconocimiento de que la combinación de letras “doctor” sí es una palabra resulta mucho más rápido si la combinación de letras mostrada previamente ha sido “enfermera” y no la combinación de letras “norte”. La imprimación es una propiedad general del psiquismo que va más allá de su uso en psicología experimental de reconocimiento léxico: interviene en cómo un estado afectivo condiciona cómo será codificado un estímulo que se presente, cómo una idea o asociación condiciona el sentido que se le dará a la siguiente, etc.



Notas de la autora

1.Debemos poner énfasis en que el prefijo “sub” denota aquí que lo subsimbólico subyace a la representación simbólica, no aúna modalidad de procesamiento primitivo o inferior. Las continuas gradaciones de la modalidad subsimbólica subyacente se dividen o “trocean” en “clases funcionalmente equivalentes” (Kosslyn, 1987) para generar imaginería simbólica diferenciada, como se discute con detalle en otro lugar (Bucci, 1997).

2.Citado por John Bayley en la introducción de The Wings of the Dove (Las alas de la paloma) de H. James, reeditado en Penguin Classics, 1986, p. 7.

3.Greenspan (Greenspan y Wieder, 1998) utiliza los términos “círculo de comunicación” y “completando el círculo” en su trabajo con niños con trastornos de conducta graves. La relación entre los procesos que facilitan la simbolización en esta población y en pacientes analíticos ha de ser explorada.



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