aperturas psicoanalíticas

aperturas psicoanalíticas

revista internacional de psicoanálisis

Número 034 2010 Revista de Psicoanálisis en Internet

Cómo a través del nuevo conocimiento sobre la parentalidad se desvelan las implicaciones de la intersubjetividad: una síntesis conceptual de las investigaciones actuales

Autor: Ammaniti, Massimo y Trentini, C.

Palabras clave

Parentalidad, intersubjetividad.


"How new knowledge about parenting reveals the neurobiological implications of intersubjectivity: A conceptual synthesis of recent research"  fue publicado originariamente en Psychoanalytic Dialogues, 19:537-555,2009

Traducción: Armando Cano
Revisión: Marta González Baz

A través de las observaciones realizadas de las interacciones tempranas entre madre-infante se ha demostrado que la intersubjetividad es una motivación primordial y se ha resaltado la importancia de las competencias maternales en este desarrollo. En nuestro estudio, se propone una visión general conceptual de las diferentes perspectivas según qué cuidados parentales se formulen. La teoría psicoanalítica ha promovido fundamentalmente la exploración de la constelación intrapsíquica materna y paterna, dando importancia al papel que juegan los procesos inconscientes en la actitud parental así como en el desarrollo infantil. En contraste con la teoría psicoanalítica, el marco conceptual del apego ha considerado, sobre todo, las interacciones reales entre padres e infante, subrayando las habilidades parentales para proveer al/a la niño/a una base segura. Finalmente, a través de la investigación infantil se explora la complejidad del sistema comunicativo entre padres e infantes y que se presenta ya activo desde el nacimiento del bebé. Recientemente, estos diferentes puntos de vista, se han ampliado gracias a la investigación neurobiológica, que ha emprendido su estudio del funcionamiento y estructura del cerebro materno a través de nuevos instrumentos científicos como la técnica de Imágenes por Resonancia Magnética funcional (fMRI). Desde estas perspectivas, se expone una visión en conjunto de la maternidad, subrayando tanto las transformaciones neurobiológicas como psicológicas, que empiezan desde la gestación y transcurren a través del primer año del infante, cuando se construye la matriz intersubjetiva madre-infante. Esta matriz influye en la construcción del sí mismo (self) del/de la niño/a y da soporte al desarrollo del sentido del “nosotros”, un tipo de red interaccional, que enlaza al bebé con los padres, permitiéndole sentirse como una parte más del mundo familiar.
Introducción
Las observaciones realizadas sobre cuidados parentales durante los primeros años de vida de los infantes han reflejado importantes implicaciones tanto teóricas como clínicas en el campo de la intersubjetividad.
Hallazgos actuales procedentes de varios campos coinciden en señalar que hay muchas características de la organización neuro-psíquica maternal que interactúan con el infante para dar soporte a una matriz intersubjetiva y adaptativa de “nostredad”. Esta matriz es el andamiaje para todo el desarrollo posterior (Emde, 2007).
La extensión actual de tal investigación a tan distintas áreas como el psicoanálisis, neurociencia, salud mental infantil, investigación del apego y tantas otras áreas refutan cada vez más un punto de vista emergente de un sentido de la personalidad dinámico, operativo y organizado en términos de “sí mismo-con otro”.
En este artículo se investigan estos diferentes puntos de vista, explorando sus especificaciones tanto teóricas como metodológicas, áreas de imbricación y puntos de contacto, así como sus divergencias.
Se revisa el área de la maternidad, empezando desde el embarazo y recorriendo el primer año del infante, cuando se construye la matriz intersubjetiva madre-infante. Esta matriz sostiene al/a la niño/a en la adquisición de las competencias sociales e intersubjetivas necesarias para entrar en la comunidad humana.
¿Y sobre el origen de la habilidad de la madre para el cuidado de su bebé?
El cuidado parental evolucionó en los humanos probablemente junto a la adquisición del bipedismo, aunque, a este respecto, algunos antropólogos, como Lovejoy (1981), sugirieron que el bipedismo procedía originariamente de una variación en la reproducción genética y se desarrolló debido a las ventajas relacionadas con el cuidado de la descendencia inmadura. La especificidad del vínculo materno puede estar influenciada por la necesidad de proteger la descendencia contra los depredadores, como así lo ha sugerido la teoría del apego (Bowlby, 1969/1982), pero también por el espaciamiento entre nacimientos y la propagación demográfica. Desde este punto de vista, la selección del vínculo afectivo padres-infante puede haber estado relacionada con las capacidades concretas de la comunidad humana necesarias para la comunicación y el aprendizaje social.
De forma similar a lo que sucede con otros primates, los infantes son relativamente inmaduros en locomoción, mientras que son precoces en desarrollo comunicativo. Por esta razón, los humanos deben prepararse para llegar a ser madres y padres competentes con el fin de interactuar con sus niños/as y comunicarse con ellos justo desde el nacimiento. Es un largo entrenamiento humano, que se inicia desde la infancia (juegos con muñecas) y alcanza la maduración al final de la adolescencia a través de la identificación con las figuras parentales.
Por esta razón, los niños humanos son muy sociales desde el nacimiento, si no antes. Como Tomasello (1999) indica, “hay dos conductas sociales que podrían sugerir que los infantes humanos no son sólo sociales, como otros primates, sino que son más bien “ultra-sociales” (p.59). De hecho, desde el nacimiento, podemos observar “proto-conversaciones” (Trevarthen, 1979) entre padres e infantes, y la facultad de los neonatos humanos de realizar movimientos imitativos de la boca y la cabeza de los adultos (Meltoff & Moore, 1977, 1999); tales evidencias empíricas demuestran que las dimensiones emocionales de los lazos sociales están controladas por procesos biológicos muy conservados, que guían las expresiones de los sentimientos parentales como infantiles además de las conductas diádicas (Panksepp, 1998).
Estado mental materno en la teoría psicoanalítica
Al explorar la relación entre la actitud parental y el desarrollo de un infante, la teoría psicoanalítica ha resaltado fundamentalmente el papel del mundo intrapsíquico materno y paterno, que está esencialmente influido por los procesos inconscientes. Desde su punto de vista, Donald Winnicott (1956) llamó la atención sobre el peculiar estado mental materno que él denominó “preocupación maternal primaria”. Este estado mental es “casi una enfermedad” de la que una madre debe experimentar y de la que debe recuperarse para crear y sostener un entorno que pueda cumplir con las necesidades físicas y psicológicas de su infante. Winnicott señaló que este estado especial empieza hacia el final del embarazo y continúa a través de los primeros meses de la vida del bebé. Este importante concepto clínico y del desarrollo ha dado la oportunidad de explorar el estado mental de las madres durante el embarazo y el primer año de vida del bebé.
Esta construcción teórica sobre la maternidad tiene sus antecedentes en el pensamiento teórico de Freud, representado por la hipótesis de que cualquier relación experimentada con los padres de uno en la infancia, tanto a nivel consciente como inconsciente, tendrá una influencia decisiva en el desarrollo de la personalidad del bebé. En su estudio “Introducción al Narcisismo”, Freud (1914) trata sobre los roles parentales durante el proceso intergeneracional, centrándose en la función de la “compulsión [de los padres] a atribuir toda clase de perfecciones al niño” (p.91), y en las siguientes líneas, añade: “el niño debe cumplir aquellos sueños deseados de los padres, sueños que ellos nunca realizaron” (p.91). En su ensayo posterior, “Psicología de las masas y análisis del yo”, Freud (1921) hace frente al otro aspecto de este proceso: en efecto, tiene en cuenta el mecanismo de identificación del niño que representa “la manifestación más temprana de un lazo afectivo con otra persona” (p. 105). A pesar de que Freud se refiere a la identificación con la “pre-historia personal” del padre a través de la cual uno “quisiera crecer como él y ser como él” (p.105), describe este tipo de vínculo en un bebé como la primera relación que tiene con su madre. Es interesante advertir que dentro del concepto de compulsión de atribuir [algo] a alguien se puede prever el descubrimiento posterior de M. Klein de la identificación proyectiva. Este mecanismo no es sólo intrapsíquico sino también intersubjetivo y podría implicar en sí mismo la modificación del objeto, sobre el que la proyección tiene lugar, en la fantasía y también en la realidad.
Otra contribución a la comprensión de los mecanismos intersubjetivos ha sido dada por Sandler (1976) quien habla sobre el concepto de realización (“actualization”) o mejor dicho de “una interacción de rol deseado, con una respuesta del objeto, deseada o imaginada, que está siendo tanto parte de la fantasía que se desea como la actividad del sujeto en ese deseo o fantasía” (p.64). Este concepto de Sandler resalta el intento principalmente inconsciente de manipular o provocar situaciones intersubjetivas actuales de modo que reproduzcan en el contexto presente aspectos de experiencias y relaciones pasadas. Aplicando esto a los padres y sus infantes, Selma Fraiberg (1980) escribió, “en cada habitación infantil hay fantasmas…visitantes del pasado olvidado de los padres…Estos espíritus antipáticos y no deseados son desterrados de la habitación… los lazos de amor protegen al niño y a sus padres contra los intrusos” (p.164). Puede suceder que en algunos casos la familia parezca estar poseída por sus fantasmas y los padres y su hijo puedan encontrarse re-actuando un momento o escena de otra época con otro grupo de personajes. En esta situación el bebé ya está en peligro, mostrando los síntomas tempranos de la inanición emocional o atribución maligna, porque él está cargado por el pasado opresivo de sus padres.          
La teoría psicoanalítica ha resaltado fundamentalmente la constelación intrapsíquica y representacional materna, que está profundamente influida por las experiencias infantiles de la madre y por sus vicisitudes con las figuras parentales: en este contexto, los sucesos relacionales y la resonancia inconsciente están conectados recíprocamente.
Es interesante observar el énfasis en el carácter narcisista del amor parental y en la investidura pulsional del bebé, el cual influye en el estado afectivo materno especialmente durante los primeros meses del infante. De hecho, según el psicoanálisis, el desarrollo del infante está muy influido por las pulsiones que deben ser gratificadas por la madre con el fin de establecer una homeostasis básica. Sin embargo, las necesidades básicas del infante están en contraste con la organización del entorno.
Sistema de cuidados en la teoría del apego
Si estas contribuciones, a las que se ha hecho referencia, se establecen dentro del contexto psicoanalítico, la teoría del apego de Bowlby ha inspirado un importante cambio para entender el desarrollo de la relación cuidador/a-infante. Hay importantes imbricaciones entre la teoría psicoanalítica de las relaciones objetales y la teoría del apego (Levine, Tuber, Slade, & Ward, 1991), ya que ambas se centran en la relación cuidador/a-infante y en los modelos mentales del sí mismo y el otro que un/una niño/a desarrolla a través de las interacciones con los cuidadores. En ambas teorías se destaca la importancia de los modelos representacionales que se forman en la infancia y se modifican en los años posteriores, guiando el funcionamiento individual y la construcción de las relaciones significativas.
Según la teoría del apego, los infantes que reciben un cuidado regular básico tienden a elegir las figuras de apego, lo que indica que la proximidad a una figura de apego es suficiente para el desarrollo de un vínculo de apego (Bowlby, 1969/1982). Bowlby admitió que el sistema de cuidados está en relación mutua con el sistema de apego, evolucionando en paralelo el uno con el otro, y realizando una función adaptativa en proteger la descendencia y, finalmente, la idoneidad reproductiva (Geeorge & Solomon, 1999). Se están empezando a explorar los modos en los que los sistemas conductuales del infante interactúan con los del/de la cuidador/a y viceversa.
La asociación consistente entre los sistemas de apego materno y del infante ha sido inicialmente sugerida por Mary Ainsworth, quien enfatizó el papel de la sensibilidad maternal en el fomento del desarrollo de una relación de apego seguro (Ainsworth, 1973; Ainsworth, Bell, & Stayton, 1971), confirmado más tarde en el estudio muestral de Baltimore, por las diadas madre-hijo de clase media, a través del procedimiento “Strange Situation Procedura” (“Procedimiento de Situación Extraña”) (Ainsworth, Blehar, Waters, & Wall, 1978). Conforme a Ainsworth (1969, 1973) una madre sensible se puede describir como capaz de leer las señales emocionales procedentes de la conducta abierta de su hijo/a con el fin de responder a ellas de modo apropiado. Estos aspectos son consistentes con la investigación reciente de Jaffe, Feldstein, Crown, y Jasnow (2001) sobre la relación entre respuestas contingentes maternas en los primeros meses y la seguridad de apego en el infante.
Siguiendo el supuesto de Bowlby de que la experiencia temprana contribuye directamente a la diferenciación en la organización y función de los vínculos de apego, Ainsworth documentó que los/as niños/as cuyas madres respondían de un modo sensible durante el primer año de vida eran más proclives a expresar abiertamente su rabia y miedo cuando se los observaba en el Procedimiento de la Situación Extraña. Estos/as niños/as veían a sus madres como una base segura, es decir, como alguien que está disponible emocionalmente para ellos en los momentos de angustia. La experiencia repetida de este tipo de cuidados permite al/a la niño/a desarrollar un sentido de eficacia y agencia, y usar el repertorio completo de la comunicación emocional de una manera bien regulada (Tronick, 1989).
Tal evidencia en la transmisión intergeneracional ha sido destacada por varios proyectos de investigación cuyo origen está en la teoría del apego: El Proyecto Minnesota dirigido por Morris (1980); el Proyecto Amherst dirigido por Ricks and Novey ((1984); y el Proyecto Berkeley dirigido por Main, Kaplan, y Cassidy (1985). Estos estudios resultan ciertamente interesantes para nuestra comprensión del mundo afectivo y los estilos relacionales individuales, y permiten la investigación de la dinámica a través de la cual los modelos operativos internos [“Internal Working Models”] y las representaciones mentales parentales influyen en el desarrollo del apego en el/la niño/a (Main y colaboradores, 1985).
No sólo los estudios retrospectivos evidencian la fuerte asociación entre los patrones de apego materno e infantil, sino que también la investigación prospectiva ha clarificado el camino de la transmisión del apego entre generaciones. Como Fonagy, Steele, y Steele (1991) han demostrado en su muestra de madres que esperan su primer hijo, es posible predecir, sobre la base del apego maternal durante el embarazo –investigado mediante la Entrevista de Apego para Adultos [AAI] (Main y Goldwyn, 1997)– la estructura del apego del/de la niño/a (seguro versus inseguro) al año de edad en el 75% de los casos. Tal evidencia resalta cómo la representación de la madre sobre su relación con sus padres puede predecir la calidad de la clasificación del apego que tendrá su niño/a.
Las madres de infantes seguros han elaborado coherentemente las relaciones de la infancia con sus padres, reconociendo en ellos un valor destacado para su propia historia personal y para su estado mental actual. Estas madres no sólo valoran sus relaciones sino que también mantienen un punto de vista equilibrado de ellas mismas dentro de sus relaciones con los otros, son capaces de perdonar cualquier daño, son coherentes en describir experiencias tempranas, y no idealizan a sus padres. Esta orientación personal capacita a la madre para responder afectivamente las demandas de seguridad y necesidad de independencia de su bebé. Por tanto, el bebé interiorizará un sentimiento de confianza relacional; de hecho, el bebé espera que su madre preste atención a sus demandas y comunicaciones y sea capaz de entenderlas.
Muy diferente es el caso de las madres a quien nosotros podríamos llamar enredadas/atrapadas, que mantienen una muy fuerte dependencia con su familia de origen. De hecho, parecen ser incapaces de desidentificarse de sus propias relaciones inmaduras, siguen mostrando hostilidad y resentimiento hacia lo que las sucedió durante la infancia, y siguen intentando congraciarse con sus padres aunque sean ya adultas. Estas madres son generalmente incoherentes en describir sus propias relaciones de apego y sus propias experiencias infantiles. Cuando observamos a niños/as introducidos dentro de este clima afectivo, advertimos una muy marcada ambivalencia hacia la madre, con una búsqueda ansiosa de relación con ella y con reacciones de ansiedad, temor, y rabia siempre dirigidas hacia la madre.
Por otro lado, las madres desapegadas afectivamente parecen ser incapaces de valorar sus relaciones de apego, les resulta difícil recordar experiencias relacionales tempranas, y no muestran respuestas afectivas a sus recuerdos de situaciones tempranas y dolorosas. Podríamos explicar esto diciendo que los mecanismos de defensa de escisión y negación que se están empleando efectivamente cancelan los recuerdos y experiencias dolorosas y mantienen una visión idealizada del sí mismo y de los otros. El mismo estilo defensivo será perceptible en sus niños/as, que tenderán a escaparse de las interacciones afectivas que involucran al sí mismo, y adoptarán estrategias defensivas para eliminar cualquier afecto negativo, tales como ansiedad y rabia.
Por último, las madres clasificadas como irresueltas están desorientadas en sus comentarios sobre sus historias infantiles de pérdida o abuso, como indican los lapsus al monitorear el razonamiento o discurso (Hess & Main, 2000; Main & Hesse, 1990); sus estrategias para regular las emociones reflejan una falta de resolución de aquellos eventos vividos (Main & Hesse, 1990). Esta clasificación de apego materno está relacionada con la desorganización de apego infantil (van IJzendoorn, 1995); tal relación se debe al fracaso maternal en controlar la conducta durante las interacciones y regular las señales de angustia de sus hijos.
Por tanto, mientras que las aproximaciones a las emociones adoptadas por las madres desapegadas y enredadas/atrapadas pueden reflejar estrategias organizadas en la regulación emocional, parece que a las madres irresueltas les falta una estrategia funcional para hacer frente a las experiencias emocionales intensas, dejándolas más vulnerables a la desregulación emocional.
El papel del los padres
Se ha enfatizado el papel particular de las madres en la protección y educación del/de la niño/a: sin embargo, como comenta Lichtenberg (1980), los padres son también capaces de responder al nacimiento de sus hijos con una “fascinación” que transcurre paralelamente a la “preocupación” de la madre. Los padres se involucran activamente en el juego con su hijo y demuestran una misma sensibilidad a sus mensajes, siendo capaces de captar el interés de éste. Por esta razón, los infantes también buscan a sus padres, expresando de vez en cuando su preferencia por permanecer con ellos y estar protegidos. Por supuesto, el modo en el que los padres juegan es más vigoroso, manual, físico. Como Lichtenberg escribió, “la intimidad, entonces, radica tanto en el placer de los intercambios suavemente modulados (principalmente con la madre) y en la excitación de los juegos vigorosos (principalmente con el padre) (p.109). Estos hallazgos, entonces, piden una revisión de la teoría del apego exclusivamente centrada en la madre e indican que el sistema motivacional del apego del infante en el primer año de vida se activa tanto hacia la madre como hacia el padre, cuando cada uno está disponible.
Los hallazgos recientes sobre los efectos que convertirse en padres tiene en las parejas presentan un abordaje similar. Estudios recientes han explorado la alianza co-parental prenatal (Carneiro, Corboz-Warnery y Fivaz-Depeursinge, 2006), demostrando que durante el primer embarazo la pareja se somete a una profunda transformación, desarrollando y diferenciando dos sistemas de pareja: la marital y la co-parental. Al mismo tiempo, se ha observado una continuidad entre la alianza co-parental prenatal y la familiar postnatal, aunque hay un descenso de intercambios positivos en la pareja y un ascenso de conflictos después del nacimiento del/de la niño/a (Belsky y Kelly, 1994; Cowan y Cowan, 1992).
 El marco conceptual del apego considera principalmente las interacciones reales entre padres e infantes en claro contraste con la teoría psicoanalítica, que en su lugar enfatiza el papel de los procesos inconscientes en la actitud psíquica maternal y en el desarrollo temprano del infante. Estos intercambios reales se dirigen a proveer al infante una base segura mediante la regulación de su sentido de seguridad. Desde esta perspectiva, la principal tarea materna es reconocer y cumplir con las necesidades de contacto, protección y apego del infante. A diferencia de la teoría psicoanalítica, que cree que el conflicto procede del contraste entre los deseos del infante y las respuestas de la madre, la teoría del apego enfatiza la difícil situación de la incapacidad de la madre en responder a la necesidad de seguridad y protección de su infante.
Dinámica materna durante el embarazo
Como hemos subrayado, el sistema de cuidados se activa durante el embarazo y el periodo postnatal. Durante el embarazo la mujer hace frente a las transformaciones psicológicas y físicas y se prepara para convertirse en madre con el fin de cuidar a un bebe indefenso e inmaduro, que necesita protección: en otras palabras, aprende a pensar por dos (Ammaniti, 2008).
Según progresa el embarazo, la mujer tiene que reorganizar su mundo representacional interno, afrontando y elaborando sus relaciones con su madre, porque ella no es sólo una hija en relación con ella, sino que, además, también está experimentando la oportunidad de llegar a ser madre, haciendo una identificación con aquella (Pines, 1972). El proceso de llegar a ser madre está, por supuesto, caracterizado por conflictos y ambivalencias, especialmente si la mujer ha experimentado una falta de disponibilidad o rechazo u hostilidad por parte de su madre. Mientras la mujer está intentando reelaborar su apego con sus padres, se apega a su niño/a inicialmente de un modo fusional y después reconociendo su independencia. Por supuesto, esta vía supone diferentes dinámicas: algunas madres experimentan al feto como un bebé ya desde los primeros meses; otras lo consideran como un objeto distante y extraño a controlar y, en algunos casos, como una presencia peligrosa. Especialmente durante los últimos meses del embarazo, la mujer tiene la oportunidad de tener experiencias de fusión con el bebé identificada con las necesidades de éste, pero, a la vez, el bebé debería mantener una separación en su mente, ser diferenciado de sus fantasías.
El logro de una barrera flexible y permeable permite a la madre mentalizar tanto el bebé como su propia identidad materna (Fonagy y Targert, 1996), desarrollando la capacidad de considerar al bebé como parte de ella misma y apartado de ella: este es un prerrequisito para la relación después del nacimiento que es, al mismo tiempo, recíproco e íntimo (Cohen y Slade, 1999). Este proceso está estrictamente conectado con el desarrollo de las representaciones maternas de ella como madre y del futuro bebé (Ammaniti, 1994) como resultado de las proyecciones, sueños, atribuciones, y fantasías conscientes e inconscientes maternos. Estas representaciones maternas están arraigadas en la historia personal de cada mujer desde la infancia hasta la adolescencia, reflejando específicamente la vida real y la relación con el compañero y con su propia madre.
En las situaciones más típicas, las representaciones maternas de ella como madre y de su bebé son bastante flexibles y coherentes y están coloreadas de emociones alegres: el bebé hace realidad las experiencias de la pareja y abre nuevas posibilidades. Un aspecto importante es la capacidad de la madre para distinguir entre sus propias fantasías y la realidad del bebé, lo que significa tolerar emociones y experiencias reales sin recurrir a proyecciones narcisistas sobre su propio niño. La calidad de tales representaciones maternas está influida por la capacidad de la madre para integrar y elaborar las experiencias psico-biológicas del embarazo, conectadas con la calidad de las relaciones objetales internalizadas (Pines, 1972, 1988), por la capacidad de tolerar las regresiones durante el embarazo y por la ambivalencia y los conflictos no resueltos, y finalmente por el apoyo del compañero y de la familia.
Sin duda, la representación de la mujer como madre durante el embarazo y después del nacimiento del bebé ampliará e integrará la identidad materna. Mediante el empleo de una entrevista semiestructurada (Entrevista de representaciones maternas durante el embarazo [Interview of Maternal Representations during Pregnancy]; Ammaniti, Candelori, Pola¸ y Tambelli, 1995), hemos documentado que las representaciones maternas durante el embarazo pueden expresar diferentes configuraciones mentales de la relación madre-bebé (Ammaniti y colaboradores, 2002). Cuando el embarazo se considera como una etapa importante del ciclo del desarrollo, las mujeres por lo general evidencian una representación equilibrada e integrada de ellas mismas como madre y del futuro bebé: estas representaciones se caracterizan por una riqueza de percepción, investidura afectiva y por una narración coherente de su maternidad en el contexto de su historia personal. En cambio, las representaciones maternas están limitadas y desinvestidas cuando las madres son incapaces de involucrarse en la experiencia del embarazo, mostrando desapego y rigidez en los ritmos personales. O bien, las representaciones no están integradas o son ambivalentes cuando las mujeres muestran aptitudes contradictorias hacia la maternidad y el niño, oscilando entre la implicación excesiva y el desapego.
Es interesante anotar que el nacimiento del bebé puede tener un efecto tranquilizador para las madres, promoviendo una integración psicológica y un descenso de las representaciones menos funcionales. De hecho, el nacimiento del bebé puede estimular una resolución de los conflictos y la ambivalencia, permitiendo a las mujeres elaborar su rol maternal.
Las representaciones maternales tienen un importante valor, no sólo porque describen los diferentes modos en que las madres afrontan la maternidad, sino también porque pueden predecir las interacciones futuras con el bebé después del nacimiento, influyendo de modo decisivo en su desarrollo. En los últimos meses de gestación e inmediatamente después del nacimiento hasta el tercer mes del bebé, hay un estado mental alterado, denominado por Winnicott (1956) “preocupación materna primaria”, a la que ya nos hemos referido. En este periodo las madres están intensamente centradas en el infante, limitando, de este modo, la influencia del mundo externo. Esta preocupación incrementa la habilidad maternal para anticipar las necesidades del infante sosteniéndolo para que desarrolle un sentido del sí mismo.
En un estudio longitudinal, Leckman y colaboradores (2004) demostraron que el punto más álgido de preocupación está próximo al alumbramiento, afectando tanto a las madres como a los padres (estos en menor grado). Los contenidos mentales de las preocupaciones de las figuras parentales frecuentemente incluyen pensamientos recurrentes sobre la posibilidad de que algo malo suceda a su bebé a los 8 meses de gestación. Después del alumbramiento y de vuelta al hogar, las preocupaciones más frecuentes son la adecuación de uno como un nuevo padre, preocupaciones sobre la alimentación del bebé, acerca del llanto y pensamientos sobre el bienestar del infante. Durante el embarazo, las madres desarrollan un vínculo de apego con su bebé, que llega a ser cada vez más significativo en relación al crecimiento del feto y a una representación más diferenciada del hijo. Al mismo tiempo, las madres se preparan para pensar por dos construyendo una perspectiva intersubjetiva que incluye al bebé. Estos aspectos están bien documentados por la actitud de las madres cuando hacen se refieren al bebé con un apodo y cuando le hablan como si fuese una pareja social activa.
Desde la perspectiva teórica, en esta etapa temprana podemos observar una conexión próxima entre el sistema motivacional del apego y el intersubjetivo. En muchos sentidos, entonces, las múltiples investigaciones sobre parentalidad apoyan la perspectiva de que hay un sistema motivacional intersubjetivo caracterizado por una comunicación e intercambio interpersonales activos que da forma a los modelos básicos de experiencia social, incluso cuando el infante aún no es capaz de decodificar explícitamente los mensajes de la madre. Al elaborar esto, Stern esboza la existencia de estados afectivos internos que se desarrollan dentro de una “matriz intersubjetiva”, en la cual el infante organiza su experiencia en términos de “sí mismo-con otro” Tales procesos se refieren a cómo la autorregulación del estado interno del infante, de base biológica, y la intencionalidad auto-consciente se sostiene a través de la involucración activa con otros que se muestran receptivos.
Dinámica madre-hijo después del nacimiento del bebé
Los estudios observacionales, efectuados durante el primer año de vida, han documentado la complejidad del sistema de comunicación entre padres e infantes, que aparecen ya activos desde el nacimiento. Una cuestión importante es sobre la interacción entre la experiencia intersubjetiva durante los primeros meses del infante y el desarrollo del vínculo de apego. Después del nacimiento, la tarea esencial de la madre es criar al bebé, protegiéndolo y cuidándolo, puesto que desea que “crezca y esté sano, feliz, e independiente” (Bowlby, 1988). A este respecto, Ainsworth (1969) escribió, “una madre puede ser bastante consciente y entender exactamente el comportamiento del bebé y las circunstancias que conducen a la angustia o a las demandas de su bebé”; con otras palabras, la capacidad de ver los intercambios con el/la niño/a desde el  punto de vista de éste/a. En la crianza, la capacidad de las madres para responder de un modo sensible y contingente a las necesidades de su infante es crítica para el desarrollo del apego seguro infante-madre (Ainsworth y colaboradores, 1978).
En la perspectiva del cuidado, las figuras parentales no sólo proveen protección y cuidado hacia el/la niño/a sino que también actúan como una base segura (Bowlby, 1988), desde la que el/la niño/a puede hacer frente al mundo externo y a la que puede volver con la sensación de sentirse bien acogido y confortado si está angustiado, y ser tranquilizado si está asustado. El comportamiento materno es “recíproco” (Bowlby, 1969/1982) al comportamiento de apego del infante, que se desarrolla en relación con la sensibilidad de las madres al responder a las señales de sus bebés y a la cantidad y naturaleza de sus interacciones: de este modo, la relación madre-infante se basa en un “intercambio recíproco”, que abre interesantes intersecciones con las teorías transaccionales. Las teorías transaccionales enfatizan el papel central del cuidador principal en co-regular la regulación diádica de las emociones (Sroufe, 1996) así como los estados emocionales expresados facialmente por el/la niño/a (Schore, 2002).
Durante el primer año de vida del bebé, no sólo se activa el sistema motivacional del apego, sino que también aparecen algunas formas de intersubjetividad justo después del nacimiento. De hecho, en los seres humanos, cerebro y mente están equipados con el fin de intuir posibles intenciones de otras personas a través de la observación de sus expresiones faciales o de sus acciones dirigidas a objetivos. A este respecto, Trevarthen (2005) encontró intersubjetividad primaria en infantes muy jóvenes observando la estrecha coordinación mutua de la conducta madre-infante durante el juego libre: en particular, el autor examinó el ritmo de sus movimientos, el inicio de sus expresiones faciales, y sus anticipaciones de las intenciones del otro.
También la imitación temprana entre madre y bebé es otra importante forma de intersubjetividad. A este respecto, Meltzoff y Moore (1977, 1999) evidenciaron que los neonatos imitan las acciones que ven en la cara del experimentador (p.e., sacar la lengua); ellos argumentan que los neonatos son capaces de reproducir expresiones faciales en una forma temprana de intersubjetividad basada en la transferencia transmodal de forma y ritmo.
Según avanza el desarrollo, el ritmo coordinado es central para la sincronía y el acceso a la experiencia del otro. En esta misma línea, Beebe y Lachman (1988) mostraron que la madre y el infante acoplan modelos temporales y afectivos recíprocos. Jaffe y colaboradores (2001) demostraron cómo los infantes preverbales y las madres cronometran de modo preciso el inicio, la parada y la pausa de sus vocalizaciones, para crear un acoplamiento rítmico y coordinación bidireccional de sus diálogos vocales. Específicamente, encontraron que, a los cuatro meses, los niveles de coordinación en el ritmo vocal entre madre e infante durante la interacción cara a cara puede predecir la calidad del apego a los 12 meses. Estos autores han observado que un nivel alto de coordinación, definido por un excesivo control parental del comportamiento del infante, limita su oportunidad para experimentar incertidumbre y proponer iniciativas interactivas: en estas condiciones, la falta de flexibilidad mutua parece ser un factor predictivo de inseguridad en el apego. De hecho, un excesivo nivel de coordinación limita el desarrollo de las habilidades de autorregulación del infante, restringiendo sus competencias para sobrellevar estimulaciones aversivas. Por el contrario, una coordinación muy baja, caracterizada por una escasa respuesta materna, permite al infante reaccionar con un excesivo empoderamiento de los procesos de autorregulación, dirigido a involucrarse en conductas de auto-consuelo. Por tanto, según Beebe y Lachmann (2002), la calidad de intercambios intersubjetivos se relaciona con el equilibrio que existe entre el sí mismo y los procesos de heterorregulación, que se conectan recíprocamente de modo flexible. Estos modelos fueron relacionados con la seguridad de apego en el segundo año de vida. En general, ahora está claro que la reciprocidad afectiva deriva de la coordinación mutua entre la madre y el infante, quien modula el ritmo, la forma y la intensidad de sus propias expresiones emocionales, para lograr unos intercambios interactivos armónicos y complementarios.
Dentro de estos dominios, varios modos comunicativos se coordinan entre padres e infantes; estos incluyen emociones, visión, y otras vías sensorio-motrices. La participación afectiva es central en las relaciones intersubjetivas y capta el sentido de la especulación parental o la respuesta empática, que han sido comentadas por los teóricos del psicoanálisis como Lacan, Bion, Loewald, Mahler, Jacobson, Kohut, y Winnicott. Por ejemplo, la madre imita las expresiones y gestos faciales del bebé, demostrando que ella es capaz de leer el estado de los sentimientos del infante a partir de la conducta manifiesta de éste. Como han demostrado Gergely y Watson (1996, 1999), para lograr estas transacciones, la madre debe ir más allá de la estricta imitación especular. Según Gergaly, la madre no sólo es capaz de producir muestras imitativas y empáticas de emociones que se corresponden con las expresiones de afecto del infante, sino que además realiza una versión transformada, perceptivamente marcada (es decir exagerada) de la expresión facial real del bebé. El cuidador resonante hace más que reflejar el estado del infante: co-crea un contexto de resonancia intersubjetiva asumiendo el papel de un “espejo biológico” (Papousek y Papousek, 1979) o de un “espejo amplificado” (Schore, 1994). Como Winnicott (1967) ya sugirió, esta especial especulación maternal desempeñaría un papel importante en el desarrollo del bebé. De hecho, en su estudio, Winnicott sugería que el infante, cuando mira a su madre que lo está mirando a él, se ve en los ojos de ella: “La madre está mirando al niño…Lo que ella mira está relacionado con lo que ve allí” (p.131).
Está ahora bien establecido que las interacciones cara a cara de padres e infantes son bastante tempranas y bidireccionales. La especulación facial ilustra que las interacciones organizadas mediante las regulaciones y experiencias continuas de interacciones mutuamente compenetradas son fundamentales para el sentido en desarrollo del “nosotros”. Los intercambios especulares de alta intensidad crean una experiencia “fusional”, que actúa como un crisol para el forjado de los lazos afectivos del vínculo de apego. El contexto de una interacción específicamente hecha a la medida entre infante y madre ha sido descrito como una resonancia entre dos sistemas compenetrados entre sí (Sander, 1991).
Tales experiencias visuales desempeñan un papel crítico en el desarrollo social y emocional: en particular, la cara emocionalmente expresiva de la madre es el estímulo visual más potente en la experiencia del infante. La mirada representa la forma más intensa de comunicación interpersonal y la percepción de las expresiones faciales es uno de los canales más sobresalientes de la comunicación no verbal. No sólo Winnicott, sino también Kohut (1971) resaltó que “las interacciones más significativamente relevantes entre madre e hijo tienen lugar por lo común en el área visual; en efecto, a la expresión corporal del niño responde el brillo de los ojos de la madre” (p.117). Según Bowlby (1969/1982), el contacto visual es un elemento central para el establecimiento de un apego primario con la madre: de hecho, desde el principio, madre y bebé realizan una proto-conversación la cual es mediada por las orientaciones de ojo-a-ojo, vocalizaciones, gestos con las manos, y movimientos de los brazos y de la cabeza, todo ello en coordinación para expresar conciencia y emociones interpersonales (Trevarthen y Aitken, 2001). En un estudio reciente, Tomasello, Hare, Lehmann y Call (2006) evidenciaron que los humanos tienen los ojos especialmente visibles, de hecho estos “son coloreados de modo que ayudan a advertir tanto su presencia como la dirección de la mirada de forma mucho más destacada que en otros primates” (p.315). Una hipótesis es que los ojos de tipo humano evolucionaron bajo situaciones de presión para mejorar las habilidades cooperativas-comunicativas del tipo necesario en las interacciones sociales mutuas, implicando atención conjunta y comunicación basada en la visualización, como el señalar. Es importante subrayar que los ojos humanos a menudo indican diferentes estados emocionales (Baron-Cohen, Wheelwright, Hill, Raste, y Plumb, 2001).
A demás, a través de la comunicación de ojo-a-ojo, las madres emplean su propia capacidad para entender el comportamiento de su niño/a, reflejando estados mentales, sentimientos, y deseos subyacentes con el fin de anticipar sus acciones (Fonagy y Target, 1998).
Como hemos comentado, el proceso de tener al bebé en mente (Slade, 2002) empieza al principio de la gestación y se desarrolla después del nacimiento del bebé activado por el contacto íntimo y las interacciones con éste.
Como ya se ha argumentado, al final de la gestación, se desarrolla un estado de preocupación (Winnicott, 1956) o un estado de alta sensibilidad y permanece durante las primeras semanas del periodo postnatal. Las madres llegan a estar muy centradas en el infante y esta preocupación tiene un objetivo importante de ámbito evolutivo ya que incrementa la capacidad materna de leer las señales del infante, para protegerlo y anticipar sus necesidades. Parece evidente que, desde un punto de vista evolutivo, estos repertorios conductuales asociados con las habilidades tempranas de parentalidad estarían sujetos a una tensión intensa selectiva (Bretherton, 1987), porque la gestación y los primeros años de la vida de un infante están llenos de peligros especialmente en el pasado. Durante la gestación, las madres aprenden a representarse a ellas mismas como madre además del niño con el fin de desarrollar lo que se llama parentalidad intuitiva (Papousek, 2000) “un subsistema modular en la regulación de las conductas de cuidado en humanos, que ayuda en la importante faceta del cuidado de la progenie” (p.305).
Desde un ángulo en cierto modo diferente, Daniel Stern (1977, 1985, 2004) se ha interesado en cómo la madre y el infante logran conocer sus estados de sentimientos internos recíprocos, con un cambio desde la conducta manifiesta a la experiencia subjetiva que subyace a ésta. Como Stern (1986) ha evidenciado, los padres y madres pasan mucho tiempo al servicio de la regulación fisiológica, pero a la vez se centran en las interacciones sociales con el/la niño/a y
actúan, desde el principio, como si el infante tuviese un sentido del sí mismo. Las figuras parentales inmediatamente atribuyen a sus hijos intenciones (“Oh, quieres ver eso”), motivos (“Estás haciendo eso para que mamá se dé prisa con el biberón”), y autoría de la acción (“tiraste aquello aposta, ¿eh?) (p.43).
 
Emociones y regulación emocional en el intercambio padres-infante
Las emociones juegan un papel importante en el intercambio padres-infante, ya que ambos participan en el sistema intersubjetivo (Tronick, 1989), caracterizado por lazos imposibles de desenlazar entre los afectos y el comportamiento maternal y los del infante. El sistema motivacional intersubjetivo depende de las relaciones entre las dimensiones de heterorregulación, afectividad, motricidad y regulación interna. El proceso de regulación afectiva es el resultado óptimo entre las predisposiciones del niño/a para producir tanto autorregulación como comportamiento interactivo y la capacidad de la madre para interpretar las señales de aquél y responder apropiadamente a ellas. Para afrontar los cambios de su estado emocional, el infante puede emplear una serie de conductas cuya función es regular su estado emocional y así reducir su involucración con el mundo externo, esto es, reducir su receptividad perceptiva a través, por ejemplo, de la retirada o evitación, reemplazándola por comportamientos de autoestimulación y autoconsuelo.
En el inicio, el bebé necesita algunas habilidades reguladoras más que le son dadas por la madre que interpreta las conductas de autorregulación del infante y responde apropiadamente a ellos (Tronick y Weinberg, 1977). Al mismo tiempo, el bebé es capaz de emplear conductas de regulación dirigidas a otros como la sonrisa para indicar a su madre que continúe manteniendo una interacción o el llanto para interrumpir un comportamiento inapropiado cuyo objetivo último es el de alcanzar un estado emocional positivo compartido (Speranza, Ammaniti y Trentini, 2006).
El proceso de ruptura y reparación es un suceso crítico para entender la regulación recíproca. De hecho, estos son momentos de falta de sintonía en la diada que pueden ser afrontados a través del modelo “interrupción y reparación” (Beebe y Lachmann, 1994). Durante estos momentos de desajuste, el infante es capaz de proponer varios esquemas expresivos y motrices (tales como llorar, protestar o poner caras alegres) para restablecer un nivel de contingencia con la madre. La madre sensible sintoniza con los estados afectivos del infante, respondiendo a sus iniciativas interactivas. Desde un punto de vista del desarrollo, la ausencia pasajera de reciprocidad interactiva tiene un valor adaptativo fundamental para el infante, permitiéndole adueñarse de sus habilidades externo-reguladoras y sentirse competente dentro de las interacciones afectivas.
En general, por tanto, es necesario un entorno protegido y seguro para el bebé especialmente durante situaciones de peligro, alarma y tensión, pero, al mismo tiempo, las interacciones de bajo nivel intervienen en promover una matriz intersubjetiva común entre padres y bebé. Probablemente estos intercambios intersubjetivos influyen en la construcción del sí mismo del infante, tal como enfatizó Stern (1985), pero también tienen un impacto en el desarrollo del sentido del “nosotros”, una especie de red conectiva que enlaza al bebé con las figuras parentales, permitiéndole sentirse parte del mundo familiar (Emde, 2007).
Cerebro materno
Junto con las transformaciones psicológicas que tienen lugar durante la gestación y el primer año del bebé, se producen sorprendentes cambios en el cerebro materno (Panksepp, 1998). Estas evoluciones han sido resaltadas por la investigación neurológica reciente, que emplea nuevos instrumentos científicos como la Resonancia Magnética Funcional (fMRI). La investigación neurocientífica indica que las intensas fluctuaciones hormonales que se producen durante la gestación, nacimiento, y lactancia pueden remodelar el cerebro femenino, incrementado el tamaño de las neuronas en algunas regiones y produciendo cambios estructurales en otras.
Recientes experimentos han mostrado que ratas madres superan a las ratas vírgenes al conducirse en los laberintos y en capturar presas. Según Kinsley y colaboradores (1999), el cambio hormonal –inducido por la modificación cerebral– no sólo motiva a las ratas hembra hacia el cuidado de sus recién nacidos sino que además mejora las habilidades de búsqueda, ofreciendo a sus crías una mejor oportunidad de supervivencia. Estos datos demuestran que la regulación de la conducta materna requiere la coordinación de muchos sistemas hormonales y neuroquímicos y que el cerebro femenino es particularmente sensible a los cambios que se producen durante la gestación. En particular, la vasopresina y la oxitocina (Insel y Young, 2001), ambas secretadas en el hipotálamo, estimulan el vínculo entre madre e infante. Junto a las hormonas, otras sustancias relacionadas con el sistema nervioso parecen desempeñar un papel en provocar impulsos maternales. Las endorfinas, a este respecto, no sólo intervienen preparando a la madre para las molestias del parto sino que pueden iniciar el comportamiento maternal.
Según subrayan Mayes, Swain y Leckman (2005), la aparición y mantenimiento de la conducta maternal involucra a un circuito neuronal específico. Con la gestación o con las interacciones repetidas con el niño/a se producen cambios estructurales y moleculares –no completamente entendidos- en regiones concretas límbicas, hipotalámicas, y del cerebro medio, que reflejan parcialmente los procesos adaptativos a las demandas asociadas con el cuidado materno. Otras investigaciones también han identificado las regiones cerebrales que gobiernan la conducta materna: el área preóptica media del hipotálamo es ampliamente responsable de la regulación de las respuestas maternas, además del hipocampo, que regula la memoria y el aprendizaje. Estos cambios cerebrales se activan por grandes cantidades de estrógenos y progesterona producidas por los ovarios y la placenta durante la gestación. Los datos actuales procedentes de imágenes cerebrales han evidenciado que la corteza órbitofrontal derecha interviene activamente en modular las capacidades de la madre para decodificar las señales emocionales de su infante para responder a ellas de un modo sensible (Nitschke y colaboradores, 2004). Se ha demostrado que esta región cerebral está implicada activamente en las conductas socio-emocionales y funciones de regulación de afecto que están involucradas específicamente en el sistema de apego (Schore, 2003).
De forma destacada, investigaciones recientes sobre el cerebro sugieren que muchas de estas mismas áreas cerebrales son activadas también por otras formas de apego apasionado, como los estados amorosos o románticos. A este respecto, la investigación neurobiológica que emplea técnicas de neuroimagen ha evidenciado un interesante solapamiento neuronal entre amor romántico y materno ya que ambos son experiencias muy gratificantes (Bartels y Zeki, 2004). Desde el punto de vista evolutivo, los amores materno y romántico comparten un objetivo común, a saber, el mantenimiento y perpetuación de la especie. A la vez, aseguran la formación de apego profundo entre personas, promoviendo una experiencia de gratificación y sugieren un acoplamiento estrecho entre los procesos de apego y los sistemas neuronales de gratificación (Insel y Young. 2001).
Tanto el amor materno como el romántico provocan un conjunto de desactivaciones cerebrales, solapadas en diferentes áreas conectadas con la cognición, las emociones negativas, y la “teoría de la mente”. En resumen, Bartels y Zeki (2004) han demostrado que estas dos formas de apego humano activan regiones específicas en el sistema de gratificación y conducen a la supresión de actividad neuronal asociada con el juicio crítico social a otra persona y con emociones negativas, lo que explica la frase “el amor es ciego”.
También, estudios recientes han demostrado que el cerebro humano puede sufrir cambios en los sistemas de regulación sensorial: por esta razón, las madres humanas son capaces de reconocer muchos olores y sonidos de sus infantes (Fleming, O’Day, y Kraemer, 1999). Las madres con niveles altos de la hormona cortisol tras el nacimiento están más atraídas y motivadas por los olores de sus bebés y son más capaces de reconocer los llantos de sus infantes. Con la elevación de los niveles de cortisol, el estrés de la parentalidad puede aumentar la atención, vigilancia y sensibilidad. Estos hallazgos sostienen la hipótesis de que los sistemas de respuesta al estrés son activados adaptativamente durante el periodo de alta sensibilidad maternal que rodea al nacimiento de un bebé.
Luego, después del nacimiento del bebé, las dimensiones emocionales del cuidado materno parecen estar controladas por procesos biológicos altamente conservados que guían las expresiones de las conductas tanto de las madres como de los infantes y la emoción que se desarrolla entre ellos.
Hemisferio derecho: implicaciones neurobiológicas del apego
El hemisferio derecho, definido como el “cerebro emotivo”, afronta su máximo crecimiento durante los 18 primeros meses de la vida, y tiene un papel destacado en los 3 primeros años (Chiron y colaboradores, 1997; Schore, 1996, 2003). Durante este periodo, el hemisferio derecho funciona como un sistema unitario, preparando al organismo para reaccionar ante los desafíos del desarrollo (Wittling, 1997), mediando la capacidad del individuo para hacer frente a las situaciones angustiantes.
El contacto afectuoso entre el infante y el/la cuidador/a activa las regiones límbica y mesofrontal que sufren los cambios en el desarrollo durante los años posteriores al nacimiento, empezando con una fase de maduración temprana que se lateraliza al hemisferio derecho (Joseph, 1996; Schore, 1996, 2003). Las interconexiones entre la amígdala, corteza órbitofrontal, y giro cingular proveen la integración necesaria entre sentimientos, impulsos a actuar y experiencias del mundo, incluyendo experiencias de personas y de sus acciones y emociones.
Varias investigaciones neurocientíficas confirman que el hemisferio derecho esta involucrado significativamente en los comportamientos del cuidado materno. Desde el punto de vista psico-neurobiológico, por tanto, el sistema de apego puede considerarse como una adquisición de estrategias de memoria implícita y de estrategias afectivas y conductuales, encaminada a regular los estados de arousal (activación) aversivo (Carlson, Cicchetti, Barnett, Barnett y Braunwald, 1989; Sroufe, 1996).
Las madres humanas - tanto diestras como zurdas - y muchos primates sostienen a sus recién nacidos con la parte izquierda del cuerpo (Sieratzki y Woll, 1996), y utilizan los brazos y manos izquierdos con más frecuencia que los padres y las que no son madres (Horton, 1995). Esta aptitud lateralizada permite la colocación del/de la niño/a en el campo visual izquierdo materno, directamente en comunicación con el hemisferio derecho, que está, a su vez, involucrado en procesar las comunicaciones afectivas y no verbales y en producir gestos intuitivos de consuelo (Schore, 2003; Sieratzki y Woll, 1996). Manning y colaboradores (1997) sugirieron que estas predisposiciones permiten el flujo de las comunicaciones diádicas afectivas hacia los hemisferios derechos, considerados como los centros cerebrales de los procesos del apego social humano (Ammaniti y Trentini, 2008; Henry, 1993; Horton, 1995; Trentini, 2008).
En general, por tanto, los estudios psicobiológicos están revelando que los sistemas madre-infante están intercorrelacionados dentro de una organización supraordinada que permite la regulación mutua de los procesos cerebrales, bioquímicos y autonómicos: a través de estos mecanismos “ocultos”, el cerebro adulto funciona como un elemento regulador externo, que mejora el desarrollo de los sistemas homeostáticos inmaduros del infante (Hofer, 1990). El apego es más que una conducta manifiesta, es interno, “siendo construido en el sistema nervioso, en el transcurso, y como resultado, de la experiencia del infante de sus transacciones con la madre” (Ainsworth, 1967, p. 429).
Neuronas espejo: una explicación neurobiológica de la intersubjetividad
Está, por tanto, claro que las experiencias intersubjetivas tempranas están localizadas dentro de las funciones cerebrales de cada persona. Este aspecto se puede ilustrar haciendo referencia al descubrimiento reciente del sistema de neuronas espejo (Gallese, 2001, para este tema; Gallese, Fadiga, Fogassi y Rizzolatti, 1996). Las neuronas espejo trazan un plano de las acciones observadas y ejecutadas, las emociones o sensaciones experimentadas personalmente y observadas dentro del mismo sustrato neuronal, por medio de los procesos de “simulación encarnada” (“embodied simulation”). Este concepto de “encarnación” se usa para explicar cómo los sucesos neurobiológicos son requeridos para explicar los sucesos mentales (Emde, 2007). Por medio de la “simulación encarnada”, las representaciones internas de los estados corporales asociados a acciones, emociones, y sensaciones son evocadas en el observador/a, como si él o ella estuvieran realizando una acción similar o experimentando una emoción o sensación similar. Estos procesos funcionales mejoran a los individuos que se enfrentan al comportamiento de otros, experimentando un fenómeno específico denominado de “sintonización intencional” (“intentional attunement”): tal situación genera una calidad peculiar de familiaridad con otras personas, producida por el acople en las intenciones y emociones de los otros con las del observador (Gallese, 2006). En este sentido, el sistema de la neurona espejo se puede describir como el correlato neurobiológico del sistema intersubjetivo, ya que representa la motivación innata y encarnada (corporalizada) de estar en contacto con las emociones del otro y compartir con ellos la experiencia subjetiva.
Desde estas consideraciones, hemos efectuado investigaciones para estudiar la intersubjetividad mediante la exploración de los sistemas de neurona espejo de la madre durante la presentación de estímulos emocionales en el infante. En nuestra investigación, hemos empleado técnicas de fMRI para investigar los fundamentos neurobiológicos de la empatía en madres con niños/as de edades comprendidas entre 6 y 12 meses (Lenzi y colaboradores; Lenzi y colaboradores, 2008). Durante estos experimentos, se instruyó a las madres para imitar activamente o sentir empatía hacia fotografías de sus niños/as o de otros/as niños/as desconocidos/as. Las fotografías se dividieron en distintos grupos según las expresiones faciales de los infantes (de alegría, de angustia, ambigua y neutral). Los datos de la fMRI demostraron que cuando las madres sentían empatía por las expresiones emocionales de los infantes, esto activaba significativamente grandes sectores de las áreas de las neuronas espejo y del sistema límbico. Además, estas áreas eran más activas (particularmente en el hemisferio derecho) cuando las madres sentían empatía por sus propios/as niños/as. Esto podría ser el resultado del esfuerzo maternal incrementado para entender las emociones de sus niños/as con el fin de interactuar efectivamente con ellos/as (p.e., ayudándoles en situaciones angustiosas). En base a estos datos, podríamos sugerir que las neuronas espejo podrían representar el sustrato neurobiológico de la respuesta maternal, teniendo un papel destacado durante el primer año del bebé, facilitando el intercambio diádico en una etapa del desarrollo en donde el lenguaje todavía no se ha desarrollado.
Comentarios finales
Los intercambios intersubjetivos entre la madre y el bebé son parte de un sistema de motivación primario, innato, esencial para la supervivencia de la especie, y tiene un status igual que el sexo o el apego” (Stern, 2004, p.97). Estos intercambios intersubjetivos se desarrollan desde el nacimiento entre el bebé y la madre, pero también con el padre, creando un contexto interactivo tríadico (Fivaz-Depeursinge y Corboz-Warnery, 1999). Sobre las bases de las observaciones neurobiológicas, puede suponerse que el sistema parental está vinculado al sistema básico de motivación intersubjetiva, es una ampliación de él, y es esencial para su reproducción en las siguientes generaciones.
Esto es lo más ampliamente documentado respecto a cómo desde el inicio la maternidad promueve profundos cambios psicológicos en una mujer durante la gestación y después del nacimiento del bebé. Hay un cambio normalmente básico en el sentido global del sí-mismo para incluir la identidad maternal, que incluye la activación de una configuración psíquica particular, específica de la maternidad, una “constelación maternal” (Stern, 1995). La investigación que concierne a los circuitos neurobiológicos maternos ha mostrado que regiones específicas del cerebro se activan cuando los diferentes sistemas motivaciones involucrados en el funcionamiento parental son observados en la conducta de la madre (Lichtenberg, 1989; Nitschke y colaboradores, 2004; Schore, 2003).
La actividad del sistema límbico frontal interviene en la modulación de las conductas sociales y emocionales y en las funciones de regulación de afecto que están específicamente involucradas en el sistema de apego. La corteza orbito-frontal del hemisferio derecho desempeña un papel importante en el proceso de apego. Además, en nuestra propia investigación sobre el funcionamiento del cerebro materno, encontramos que la función de espejo de la madre y la imitación de las expresiones faciales afectivas del niño activan las áreas clásicas de las neuronas espejo (corteza ventral premotora, circunvolución frontal inferior posterior) y del sistema límbico – centros clave de la emoción del cerebro. Además, las modificaciones hormonales durante la maternidad se producen con la activación de circuitos específicos maternos (Mayes y colaboradores, 2005).   
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