aperturas psicoanalíticas

aperturas psicoanalíticas

revista internacional de psicoanálisis

Número 036 2010

Implicaciones clínicas de la teoría de género contemporánea

Autor: Kulish, Nancy

Palabras clave

género, Teoria de genero.


"Clinical implications of contemporary gender theory" fue originariamente publicado en Journal of American Psychoanalytic Association, 58 (2), 231-258,

Traducción: Marta González Baz
Revisión: Hugo Bleichmar

La escena intelectual actual en el psicoanálisis está marcada por enérgicas controversias teóricas acerca del género. Las ideas que se debaten tienen importantes implicaciones para el trabajo clínico, que no han sido rigurosamente explicadas ni integradas en la práctica común. Estas implicaciones incluyen las siguientes: el género puede acumular significados idiosincrásicos; la identidad de género se considera fluida y la rigidez de la identidad de género se juzga problemática; los conflictos relacionados con el género se describen típicamente como divergentes; el análisis de los conflictos del superyó relacionados con el género se convierte en especialmente importante; y, finalmente, los prejuicios relacionados con el género se consideran inevitables y deben ser tenidos en cuenta en la situación clínica. Un detallado ejemplo clínico ilustra la aplicación de estas ideas. Si bien los casos más dramáticos relacionados con el género han sido los temas de estudio más frecuentes, los conflictos en torno al género son acontecimientos cotidianos para nuestros pacientes y merecen más atención.

El panorama intelectual actual en el psicoanálisis está marcada por fascinantes y enérgicas controversias teóricas en torno al género, con feministas y teóricos del género, así como clínicos de todas las corrientes, unidos en el diálogo. Las ideas que emergen de este discurso tienen importantes implicaciones para el trabajo clínico, y cada vez más encuentran su papel en la práctica psicoanalítica. Al mismo tiempo, puesto que nuestras suposiciones acerca del género, tanto en la teoría psicoanalítica como en la sociedad en general, están cambiando con tanta rapidez, el terreno clínico para trabajar con problemas relacionados con el género está modificándose. Tanto teórica como clínicamente, ya no hay–y tal vez nunca las hubo- recomendaciones evidentes y uniformemente reconocibles para abordar los temas relacionados con el género. En este artículo revisaré el pensamiento psicoanalítico actual acerca del género, esbozaré las que me parecen sus importantes implicaciones para la práctica clínica, y luego ilustraré estas ideas con material clínico. Mi objetivo es ilustrar cómo me he enfrentado a estos desafíos y ambigüedades, e intentado integrar algunas de estas novedosas ideas en mi trabajo clínico.

Creo que los conflictos en torno al género son acontecimientos cotidianos para nuestros pacientes –probablemente tan frecuentes como los conflictos en torno a la libido, agresión, dependencia o narcisismo. Sin embargo, son los casos más drásticos, llamativos o controvertidos –los casos de "trastorno de género", de transgénero, de travestismo, de individuos que se sienten prisioneros en cuerpos del sexo equivocado- los que han captado nuestra atención. Ciertamente, en estos casos los temas de género tienen un protagonismo primordial, haciendo inevitable y, en cierto modo, más fácil, su examen. Una podría preguntarse si podemos generalizar a partir de estos casos más conspicuos a otros más sutiles, o si estos casos son ejemplares o relativamente inusuales. Uno podría ciertamente plantearse si podemos utilizar estos casos para construir teorías sobre el desarrollo del género. Un grupo de estudio de investigación sobre el género en el cual participé se preguntaba por qué para ciertos individuos el género asume un papel distorsionado y exagerado en el sentido subjetivo del self. El grupo concluyó que en los casos estudiados el género servía a muchas funciones y que las perturbaciones de género nunca eran primarias, sino que eran secundarias a diversas dificultades en la integración, cohesión, separación, depresión y problemas con la agresión y la rivalidad. En estos individuos, el género desempeñaba con frecuencia un papel importante, en diversos sentidos, en sus antecedentes familiares (Olesker, 2003).

Revisión selectiva de la literatura

El pensamiento contemporáneo sobre el género puede organizarse en cinco importantes áreas, relacionadas entre sí: 1) construcción social del género; 2) complejidad y fluidez del mismo; 3) separación del género y la elección de objeto; 4) normalidad versus marginalidad; 5) embodiment (ver más adelante nota al pie). Podrían abordarse también otros muchos temas, pero he elegido centrarme en aquellos que me parecen más relevantes para el material clínico que voy a presentar.

Construcción social del género

En un archiconocido e innovador artículo, Fast (1978) proponía que la identidad de género se desarrolla mediante un proceso de diferenciación. Los niños al principio no conocen límites a su género; el sentido de género es ilimitado o indiferenciado. Mediante un proceso de aprendizaje, principalmente dentro del ámbito familiar, los niños distinguen gradualmente lo que constituye la masculinidad o la feminidad. (Fast reconoce que los factores innatos pueden influenciar, e influencian, el género). Este proceso evolutivo de diferenciación supone decepciones narcisistas cuando el niño/a capta el hecho de que no puede serlo todo. Los teóricos del género actuales (Bassin, 2000) han comenzado a mostrar su desacuerdo con la teoría de Fast, descontentos con la idea de "renunciación" implícita en que el niño tenga que limitar la infinitud de sus posibilidades de género. Aun así, la conceptualización clara y aparentemente simple de Fast ayudó a que el pensamiento psicoanalítico pensara en la teoría de género en una nueva dirección. Antes de Fast, los conceptos de género habían sido enmarcados en términos de los conceptos de desarrollo psicosexual de Freud (1925); es decir su explicación de cómo el descubrimiento por parte del niño/a de las diferencias anatómicas entre los sexos –y la angustia de castración o envidia al pene resultantes- influye en el desarrollo, los conflictos y la personalidad masculinos y femeninos.

Freud no utilizó los términos género ni identidad de género, ni operó en estos marcos de referencia, pero generaciones teóricos psicoanalíticos han forcejeado con las cuestiones sobre género que plantearon sus originales ideas sobre el desarrollo psicosexual. Estas cuestiones incluyen: 1) la cuestión naturaleza/nutrición, es decir ¿son características innatas al género o inducidas por el entorno?; 2) ¿Son características vinculadas al genéro? (Ver Schafer, 1974); 3) ¿La feminidad realmente surge de una masculinidad innata, lograda mediante la serie de renuncias de objetivo, objeto y órgano, como proponía Freud? No reabriré aquí estas cuestiones. Hasta el momento son territorios para el debate psicoanalítico y, aunque siguen persiguiéndonos, afortunadamente parecen estar dejándose a un lado[i].

Empezando por la idea de que el género es socialmente construido, muchos teóricos del género, como Foucault (1978) y Butler (1990), cuestionan las premisas y la terminología básicas del género. Para ellos, los términos masculinidad y feminidad, o masculino y femenino, no tienen significados reales ni fijos, sino que siempre están definidos por el contexto y la cultura. Layton (2000) sostiene que la desigualdad de género es el resultado de una escisión del mundo en dos categorías culturalmente inducida e intercambiable. La masculinidad y la feminidad se definen la una a la otra, por lo que la otra no es (ver también Benjamin, 1998) y no tienen significado intrínseco. Dimen (1991) está de acuerdo: "en el corazón del género no están la 'masculinidad' ni la 'feminidad' sino la diferencia entre ambas" (p. 335).

La complejidad, multiplicidad y fluidez del género

Las conceptualizaciones contemporáneas del género acentúan su fluidez y complejidad (Elise, 2000b). Harris (2005) sostiene que el género se construye socialmente, es mediado por la familia y la sociedad, y emerge en el contexto de interacciones sociales entre el self y los otros. Ella acuñó la idea de que el género está "suavemente ensamblado –es decir, que el género no es predeterminado, con un despliegue predecible a partir de un punto determinado, como pueden serlo las variables sexuales innatas. Más bien, el "paquete" del género tiene en distintas personas diferentes patrones y contenidos; sigue múltiples vías y obtiene resultados que no son fijos, sirve a varias funciones psíquicas y sociales y es influido por numerosas variables, intrapersonales e interpersonales, conscientes e inconscientes. La idea de "ensamblaje" enfatiza el proceso más que la estructura. Para un posible modelo para el desarrollo psíquico del self y el género, Harris recurre a la teoría del caos contemporánea basada en sistemas dinámicos no lineales, en la cual los resultados no pueden predecirse a partir de unas condiciones iniciales[ii]. Las aplicaciones clínicas de la teoría del caos a la teoría y la práctica psicoanalíticas han sido hasta ahora probadas hasta ahora sólo por encima.

En sus argumentos, Harris deja a un lado el modelo psicoanalítico incondicional de líneas evolutivas que, afirma ella, ofrece un anteproyecto demasiado rígido y absoluto para el desarrollo humano. Corbett (2001b) nos advierte que  pensemos en líneas evolutivas como metáfora, no como hecho. Si tenemos en mente esta precaución, creo, no necesitamos ser tan rápidos en deshacernos del concepto, que puede ofrecernos guías útiles para el desarrollo infantil, si no se aplica de una manera rígida y sistemática, como una norma.

Intentando ampliar los conceptos del género, Benjamin (1996) sostiene que las teorías psicoanalíticas sobre el desarrollo edípico nos dejan con una idea de identificaciones de género demasiado limitada. La lógica edípica, dice ella, es una lógica de opuestos binarios –una identificación sin brechas con la figura parental del mismo sexo, y una elección del otro como objeto sexual, una lógica o/o. Benjamin describe que el desarrollo "postedípico" del género no está tan dicotomizado, siendo lo ideal que permita un sentido del self que pueda acomodar múltiples facetas: "la diferenciación en la fase edípica no es el logro final que a menudo ha supuesto la teoría psicoanalítica (p. 33). (Creo que de hecho la mayoría de los teóricos psicoanalíticos hoy no suscriben la perspectiva rígida descrita por Benjamin).

Young-Bruehl (2003) es otro que cuestiona las viejas categorizaciones, favoreciendo en su lugar la complejidad y la fluidez: "la nuestra es una época en la que gran parte del interés psicoanalítico está centrado en fenómenos que cuestionan directamente a las categorías Mujer y Hombre, Masculinidad y Feminidad, como categorías… Los historiadores que trabajan en la subdisciplina relativamente nueva de historia de la sexualidad han mostrado los diversos modos en los que siempre se interpretan las diferencias fisiológicas y anatómicas entre ambos sexos, que una vez se consideraron temas de conocimiento objetivo" (p. 158)

Estas ideas cambiantes sobre el género han sido ilustradas en los últimos años con ricas explicaciones clínicas. Por ejemplo, Balsam (2001) propone que la identidad de género madura en las mujeres está compuesta de una mezcla integrada y compleja de identificaciones y representaciones corporales masculinas y femeninas. Ilustra convincentemente esta complejidad de representaciones de género tal como se expresa en las fantasías e imágenes corporales de sus pacientes y como se desarrolla clínicamente en sus transferencias. De forma similar, Yanof (2000), en un interesante caso del análisis de una niña pequeña, rastrea los sentimientos y fantasías de su paciente en cuanto al género a lo largo de un tratamiento de cinco años. El caso ilustra cómo se adjudican múltiples significados al género y cómo el género funciona como una solución para cambiar los conflictos. De acuerdo con Harris, Yanof concluye que el desarrollo del género no es lineal, sino más bien caótico y complejo, basado en interacciones entre la biología y el entorno sujetas a una continua reorganización.

Diamond (2004a, b, 2006), en una serie de artículos clínicos sobre el desarrollo masculino, advierte contra la idea prevalente de que un chico debe "desidentificarse" de su madre para lograr la masculinidad, y muestra cómo la identidad de género puede ser reelaborada a lo largo de la vida de los hombres. Él es uno de los muchos psicoanalistas (Ross, 1986; Elise, 2001; Fogel, 1998, 2006; Reichbart, 2006) que escriben sobre la masculinidad y han intentado "desmontar" los rígidos modos e ideales fálicos con los que cargan sus pacientes masculinos y que están encastrados en las teorías psicoanalíticas. Fogel (1998) amplía el significado de la angustia de castración en los hombres identificando una genitalidad corporal interior, escindida de la experiencia, que él denomina "femenina". Todas estas explicaciones clínicas hacen evidente que la fluidez del género no es en sí misma constante; aun en un individuo determinado cambia la identidad de género: parece fija en un momento dado y en un contexto distinto, más fluida.

Género y elección de objeto

Los autores psicoanalíticos contemporáneos coinciden en que es importante distinguir entre el género (y la identidad de género) y la elección de objeto (Tyson, 1982). En un brillante conjunto de ensayos, Chodorow (1994) sostiene que tanto la heterosexualidad como la homosexualidad deberían considerarse formaciones de compromiso y que la heterosexualidad "normal" no puede tomarse como un don que no necesita ser cuestionado, mientras que la homosexualidad se cuestiona automáticamente. Chodorow nos pide que deshagamos la estrecha conexión entre identidad de género y elección de objeto. Ataca las suposiciones que los psicoanalistas han dado por supuestas: que la identificación con una figura parental da lugar necesariamente al deseo erótico hacia la otra. "Cómo –se pregunta ella- reconciliamos una perspectiva variada y compleja de multiplicidad de sexualidades y la naturaleza problemática de las concepciones de normalidad y anormalidad con una visión dicotómica, tradicional, sobre la que no se ha reflexionado, de género y papel de género o el llamamiento a una 'masculinidad' y 'feminidad' no definidas… [Por ejemplo] los chicos homosexuales en desarrollo son "feminizados" como si solamente siendo femenina alguien pudiera desear a un hombre…" (p. 60).

Así, en el panorama contemporáneo, se cuestionarán tanto la heterosexualidad como la homosexualidad, pero el origen de la homosexualidad no es "relevante". Este enfoque es planteado más claramente por Corbett (2001b): "La inmensa mayoría de mis pacientes gays enfocan su sexualidad con una cierta inevitabilidad que no plantean cuestiones de origen específico ni de legitimación. Mediante esta afirmación, no intento decir que no me proponga con mis pacientes comprender –en la medida de lo posible- de qué modo se ha desarrollado su sexualidad. Sino que nuestros esfuerzos en este sentido están guiados por la pregunta: "¿Homosexualidad cómo?" (con qué significado y a qué efectos) en lugar de lo que me parece el proyecto etiológico mal concebido de "¿Homosexualidad por qué?" (p. 325).

En estas discusiones, a menudo se evoca el concepto de bisexualidad. Butler (1995), otra influyente teórica del género, entrelaza conceptos de bisexualidad en sus teorías sobre la elección de objeto. Plantea una base bisexual en el individuo a partir de la cual la sociedad y la familia moldean y guían a los niños a la elección de un objeto sexual del sexo opuesto y a una supresión/represión de los impulsos homosexuales. Basa sus argumentos en su comprensión de "Duelo y Melancolía" de Freud (1917) y en sus teorías sobre el desarrollo psicosexual, en las que la heterosexualidad se logra al final de un camino difícil y complicado. Luego elabora la idea de que este laborioso e incierto logro de un tenue estado de heterosexualidad  previene una homosexualidad repudiada.  La situación deja un estado del que nunca se hace el duelo, y del que no se puede hacer, encubierto por identificaciones con personas del mismo sexo y una heterosexualidad convencional y socialmente sancionada. En una crítica de estas ideas, Balsam (2007) sostiene que Butler minimiza el destino de la ambivalencia y la agresión interna, tan cruciales en la teoría de la melancolía de Freud.

El concepto de una bisexualidad original, que forma parte de la tesis de Butler, es aceptado por numerosos psicoanalistas, aunque lo han conceptualizado de diversas formas. Parens (1980), analista de niños, describe una bisexualidad innata básica y una libido genital neutral a partir de la cual se diferencia la "libido heterosexual que deriva de la masculinidad y la feminidad primarias" (p. 110). Layton (2000) sostiene que la conducta bisexual debería reconocerse como una solución sexual aceptable independiente de la heterosexualidad y la homosexualidad.

Normalidad vs marginalidad

Las teorías contemporáneas de género desafían las indicaciones y suposiciones tradicionales sobre lo que es el género normal vs el patológico. Corbett (1997, 2001 a, b) sostiene enérgicamente que los modelos de desarrollo tradicional estaban dominados por una lógica de centralidad normativa, con una escasa consideración de la necesidad de marginalidad. El homosexual o "invertido" estaba al margen. Esta lógica ha sido reemplazada por una "ética queer" en la que todo tipo de cosas son "fabulosas", pretende ampliar la libertad mental, y obtiene su significado y energía por su relación de oposición con la norma.  Para Corbett, la señal de salud es la libertad mental. Al mismo tiempo, advierte que ambas polaridades –coherencia y semejanza vs diferencia y ambigüedad- tienen problemas asociados. Sostiene que el género puede tener un efecto regulador, limitando a una persona mediante los estereotipos sociales que supone y sus normas acerca de los roles y normas. Aunque puede celebrarse la diferencia y la incoherencia, él cree que la significancia (y yo añadiría la necesidad) de semejanza y coherencia también debe ser tenida en cuenta. Los pacientes sufren desintegración y despersonalización y el dolor de ser un sujeto no conforme enfrentado con el "brazo fuerte de la cultura". Cauta y sabiamente, él concluye que "debemos defender la paradoja, pero no idealizarla" 1997, p. 270).

Consideremos cómo se piensa en la "difusión" de género o las categorías de "transgénero" en la literatura teórica contemporánea, en la que existe una llamada a la aceptación de todas las variedades de sexualidad y conducta relativa al género. Tomemos, por ejemplo, la declaración de Benjamin "en defensa de la ambigüedad de género" (1996). Escuchamos una nueva serie de voces del margen, de las comunidades de intersexos y transgéneros, que demandan aceptación y nos piden que abandonemos nuestras tradicionales categorías binarias de género y "normalidad".

Corbett (2001b) amonesta a los clínicos por confundir la normalidad de género con la salud. Él y muchos otros sostienen que el género no es una entidad, sino que funciona de modos múltiples y excesivamente determinados como superficie, representación y solución psíquica. Él siente que los psicoanalistas se han posicionado como guardianes de la frontera del género, con una especie de tallaje único. Señala a los sujetos con transgénero que no han tenido voz en el diálogo y son etiquetados como desviados. Por supuesto, acechando tras estos argumentos está la larga y desafortunada historia de los psicoanalistas intentando "curar" a los homosexuales de su homosexualidad (Goldberg, 2001).

Otra toma de la cuestión normalidad/anormalidad proviene de Crawford (1996), una psicóloga del self que pone un fuerte énfasis en el género en la situación clínica. Para ella, también, es la propia identidad de género (estrechamente empaquetada) la que plantea un trauma narcisista. El proceso de socialización ordena una aplicación rígida de lo que es aceptablemente masculino o femenino y hace imposible la auto-restitución (Ulman y Brothers, 1988). El proceso conduce a un sentimiento de inadecuación, incompletud, y la falta básica de confianza en uno mismo y los otros se convierte en su foco clínico. Al igual que Corbett, Crawford se centraría en la "libertad" como objetivo para los problemas relacionados con el género.

Prejuicios de género

Ha existido mucha discusión sobre los prejuicios de género de los terapeutas, frecuentemente con autores de diferentes posiciones entrecruzando insultos a los prejuicios de cada orientación teórica.  Layton (1998) sostiene que todas "las autorrevelaciones y las interpretaciones tienen una carga de contenido que refleja la posición sexual y de género propias" (p. 738). Algunos analistas sienten que pueden evitar esos prejuicios centrándose en la realidad psíquica del paciente. Kaplan (1990), por ejemplo, sostienen que una exploración crítica o filosófica de los ideales de feminidad y masculinidad – planteados por el orden social- nunca sido el objetivo del psicoanálisis clínico, sino que pertenece más concretamente al psicoanálisis aplicado y otras disciplinas. El papel del analista es explicar el uso que el paciente hace de la represión en los conflictos en torno a valores sociales vs impulsos inconscientes internos.  Kaplan reconoce que los psicoanalistas han sido confundidos a lo largo de los años por los estereotipos de género, sobre todo teóricamente, pero sostiene –con más optimismo que yo- que mantener el foco en los conflictos del paciente sobre la masculinidad y la feminidad puede mantener el proceso clínico libre de dicho prejuicio. En la situación clínica, cree, la realidad social del género siempre es una resistencia, puesto que la adherencia a un conjunto de valores sociales excluye la consideración de otro, y enmascara conflictos inconscientes. En esta discusión, Kaplan ofrece una interesante perspectiva sobre el desarrollo de la conformidad y el narcisismo de la diferencia y la semejanza.

Algunos analistas (Greenberg, 2006; Hirsh, 1993; Mitchell, 1996) han escrito abierta y conmovedoramente acerca de sus prejuicios relacionados con el género en algunos casos clínicos. Para mí, estas exposiciones ofrecen los enfoques más útiles para llegar a manejar, clínicamente, estos prejuicios.

Embodiment*

 Estrechamente relacionado con la cuestión de la construcción social del género está el tema del  embodiment. Muchos teóricos contemporáneos recelan de los conceptos en torno a las influencias corporales sobre el género, con el afán de mantenerse libres de viejas reificaciones y afirmaciones tajantes como "la anatomía es el destino". Puesto que la idea prevalente es que el género es articulado y mediado en la esfera comunicativa interpersonal, dichos teóricos confían más, y se sienten más cómodos, en los enfoques clínicos relacional e intersubjetivo (Harris, 2005). Uno puede percibir esta incomodidad en la introducción de Dimen a un coloquio sobre el género y el cuerpo (1996). Comienza observando que en el pensamiento postmoderno, el cuerpo se ha convertido en una "coproducción lingüístico-cultural" (p. 386). La investigación contemporánea se centra en el embodiment más que en la constitución, en cómo paciente y analista se comunican entre sí, y en cómo un individuo usa el cuerpo para representar o comunicar una fantasía, sentimientos disociados o pensamientos no verbalizados. (Para un interesante ejemplo clínico de cómo se usa el cuerpo para representar las fluctuaciones en el sentido de género de una persona, ver Elise, 1998).

En este sentido, entonces, el cuerpo es una materia variable e individualizada para las representaciones de género. Para Diamond (2006), "el destino es lo que hacemos con nuestra anatomía" (p. 1103). Intenta unir las polaridades entre el construccionismo social y el esencialismo biológico ofreciendo una comprensión más complicada y ambigua del género, construida fundamentalmente a partir de identificaciones tempranas con cada figura parental, pero dejando abierta la posibilidad de ser influenciada por variables biológicas. Stimmel (2000), Elise (2000a), y Layton (2000) se unen a este diálogo sosteniendo, desde posiciones en cierto modo diferentes en torno al polo del construccionismo (y, de nuevo, el esencialismo) que la bisexualidad toma su significado del que le otorga un individuo determinado, y no de dones biológicos necesariamente intrínsecos.

Aplicaciones clínicas

Estas comprensiones contemporáneas del género tienen importantes implicaciones para la clínica práctica:

1. Si el género tiene múltiples capas, es complejo y fluido, y si sus significados cambian con el tiempo y en distintos contextos, y no son fijados por imperativos innatos, puede acabar vinculado, o entrelazado con, un rango ilimitado de pensamientos y fantasías en un individuo determinado. Puede acumular significados idiosincrásicos. Estos enredos pueden necesitar ser abordados explícitamente en la situación clínica. En muchos sentidos, hasta exploraciones recientes, el género se considerado inmune al concepto de determinación excesiva.

2. Si el género está socialmente construido, o en la medida en que lo está, los clínicos pueden hacerse conscientes de los prejuicios y contratransferencias relacionados con el género, y las suposiciones sobre el género profundamente incrustadas que interfieren o enturbian nuestros juicios y evaluaciones. Muchos psicoanalistas (yo entre ellos) suponen que estas actitudes son inevitables y no pueden esquivarse.

3. Han cambiado las suposiciones subyacentes sobre lo que es psicopatológico en el campo del género y la identidad de género. Hace cien años, el psicoanálisis era displicentemente inconsciente de sus percepciones de base social de lo que constituye la "normalidad" en el área del género (Schafer, 1974). Si una persona se desviaba de las normas socialmente aceptadas de ciertos modos, entonces éstos llamaban la atención como síntomas o problemas. Más aún, el péndulo ha cambiado también en otras áreas; la fluidez o, incluso, la inestabilidad en la identidad de género se consideran ahora más "saludable" y la constancia o rigidez más "enfermizas". En gran parte del pensamiento contemporáneo, de hecho, la rigidez en las identificaciones o identidad de género es un signo frecuente, aunque no reconocido, de patología.

4. Los conflictos relacionados con el género no siempre pueden conceptualizarse en términos familiares de impulso vs defensa. Los conflictos relacionados con el género pueden describirse y entenderse mejor en palabras de Kris (1985) como divergentes en lugar de convergentes. En los conflictos divergentes, dos fuerzas tiran en direcciones opuestas como en la fantasía de ser independiente y "masculino" y, al mismo tiempo, mimado y "femenino". En los conflictos convergentes, que nos son más familiares, dos fuerzas, digamos un impulso y una defensa, se dirigen a un objetivo común (p. ej. odiar a la madre y, al mismo tiempo, ser dependiente de ella).

5. El análisis del superyó o lo que ha llegado a conocerse como "ideales del yo" puede resultar especialmente convincente en el tratamiento de los conflictos relacionados con el género. Los pacientes a menudo se sienten en conflicto en torno a valores o ideales que rodean la masculinidad o feminidad que no pueden alcanzar.

Ejemplos clínicos

A continuación ofrezco dos viñetas clínicas y un caso más extenso que demuestran los diversos modos en que las ideas de masculinidad o feminidad pueden encajar en concepto del self, adoptar significados narcisistas, realizar funciones defensivas e infiltrar fantasías inconscientes. El material clínico pretende ilustrar la construcción social del género, su incertidumbre y su relación con la elección de objeto.

Caso 1

Durante un tiempo, supervisé a un candidato psicoanalítico, un joven serio y responsable, que luchaba por equilibrar sus numerosos roles y responsabilidades. Estaba casado y tenía dos niños pequeños, y estaba involucrado muy activamente con su familia. También tenía una posición exigente en una universidad local, tenía práctica clínica y estaba en formación psicoanalítica. Su caso de control era el de un hombre joven de más o menos su misma edad, que, al igual que él, estaba casado y tenía dos hijos. Pero las semejanzas parecían terminar aquí.  Antes de empezar su análisis, el paciente había dejado un trabajo a jornada completa en el campo de la informática para emprender un negocio propio de diseño. La familia de su mujer tenía dinero, aunque ella trabajaba como profesora adjunta por un sueldo muy bajo. Sus rentas, en esencia, los mantenían a ellos y a su análisis de honorarios reducidos.

El paciente padecía depresión y ansiedad, y una insatisfacción profunda consigo mismo. Pasaba horas y horas construyendo y perfeccionando obsesivamente sus proyectos, rumiando angustiosamente acerca de sus trabajos ocasionales y masturbándose periódicamente con porno por Internet. Cuidaba bien de sus hijos, y era responsable en gran medida de su cuidado. En sus sesiones rumiaba largamente en un monótono registro intelectualizado. No es necesario decir que volvía loco a su analista. Y yo podía entenderlo.

Este paciente se había sentido devastado por el divorcio de sus padres cuando tenía 5 años. Su padre había abandonado a su madre para casarse con otra mujer, con la que ya había engendrado un hijo, y al final se fue del estado. Dejó al paciente a cargo de una madre infantilizada y excesivamente seductora.

Por debajo de esta intelectualización, discernimos en este hombre un hambre de padre. Especulamos  que había tenido una airada necesidad  de derrotar a su padre y a su analista derrotándose a sí mismo y retirándose de su triunfo competitivo edípico.  Señalamos su ansiedad y su clara angustia y los conflictos en torno a la masculinidad. Para él, ser un buen padre significaba no separarse nunca de sus hijos. Su idea de "masculinidad" estaba mezclada con el egoísmo y la infidelidad sexual.

Mi supervisado y yo nos preguntábamos a veces lo siguiente: ¿Qué pasaría si este paciente fuera una mujer? ¿Una madre que se quedara en casa, mantenida por su esposo, haciendo el trabajo que siempre quiso hacer en casa y comenzando a ganar dinero por ello? ¿Miraríamos su situación, la patologizaríamos, del mismo modo? Probablemente no. Pero ni el candidato ni yo podíamos librarnos de nuestros estándares sobre el género.

Ni tampoco, nos decíamos, podía el paciente, que creció en la misma sociedad y estaba en conflicto con sus estándares internalizados. Por  el momento decidimos, no sin dificultad, que nuestra formulación era correcta, que habíamos separado nuestros propios valores y conflictos de los del paciente. Pero también pensé que era importante y útil que pensáramos esto juntos, y que continuásemos pensándolo mientras continuasen el análisis y la supervisión.

Caso 2

Cuando comenzó su análisis, la Sra. A, una mujer de negocios de 40 años, estaba angustiada y mostraba resistencias. Parecía sensible a las separaciones, aunque no podía, o no quería, hablar de sus reacciones ante éstas y faltaba a muchas sesiones. En el análisis, le preocupaba no estar llegando a ninguna parte y también no poder expresarse bien. Me llamaba la atención que la Sra. A se refiriese a su padre como "Les" y a su familia no como "mi abuela" o "mi tía", sino como "la madre de Les" o "la hermana de Les". Mi conjetura era que esto reflejaba la amargura y la distancia de su madre hacia Les. Poco después del nacimiento de la paciente, Les se marchó de repente y dejó a la madre por otra mujer.

Un día, hacia el principio del análisis, la Sra. A acudió temprano a una sesión. Contó que para pasar el rato había caminado por los alrededores de mi consultorio y había visto un cartero. "De pequeña había querido ser cartera. No había pensado en ello desde hacía muchísimo tiempo. Crecí en un entorno tan estéril que ser cartera me parecía algo así como un objetivo muy elevado. Mi padrastro trabajaba en una fábrica; mi madre de dependienta o en el bar. En la rama paterna [biológica], la madre de Les hizo dos años de universidad y su padre tenía un pequeño negocio.  Por parte de madre, yo era la primera en ir a la universidad. Más tarde, mi tío [materno] fue a la universidad. Una tarde él y yo estábamos hablando de filosofía y yo me entusiasmé y le dije a mi madre lo fantástico que era hablar con él. Ella me cruzó la cara de una bofetada y dijo "te crees tan jodidamente buena, y eres igual que Les. Usaba una palabra rimbombante para todo". Creo que equiparé ser inteligente con estar loca, y tal vez con ser masculina, como Les. Si mis notas eran buenas, mi padrastro decía "no queremos una empollona". No se me permitía leer por placer. Decían que eso significaba que yo era igual que Les".

Yo hice la siguiente observación: "Así que hacerlo bien para Vd. significa ser masculina y estar loca, o ser abandonada". Esta simple observación pareció calmar su angustia y me dio una base para enfocar su resistencia en esta fase temprana del análisis. Aquí lo "masculino" tenía significados idiosincrásicos: "demasiado" inteligente y alguien a quien rechazar antes de ser rechazado.

Esta viñeta demuestra la elasticidad del género –como los significados pueden adherirse a él como el velcro. A lo "masculino" se han adherido los significados –idiosincrásicos y particulares del entorno de esta mujer- de malo, inteligente, loco, lo que provoca rechazo en uno u otro sentido. En el tratamiento, los significados, a menudo inconscientes, pueden ser desempaquetados y desbloqueados, y por tanto liberar la angustia y abrir aspectos del self que se rechazan.

Caso 3: Christina

Mostraré un material más extenso de un caso en el que eran predominantes los temas sobre el género. Christina procedía de una familia que hacía mucho hincapié en el género. Además, los temas sobre el género están especialmente claros porque la paciente era muy consciente de sí misma y estaba en búsqueda de sí misma.

Christina era una mujer de poco más de 40 años que acudió en busca de tratamiento por una depresión más bien grave. Unos meses antes, había descubierto que la que era su compañera desde hacía mucho tiempo la había engañado con otra mujer. La posterior separación la dejó perdida y sin objetivos, y la forzó a volver a la zona donde vivía su familia. Al ser artista, encontró pronto un trabajo como profesora en una escuela técnica de arte magnético. Cuando empecé a verla, Christina estaba con un hombre que había conocido en el gimnasio, que quería casarse con ella. Ella lo consideraba un buen amigo y lo encontraba sexualmente atractivo, pero sentía que eran demasiado diferentes como para casarse, puesto que él no compartía sus intereses intelectuales y ella recelaba mucho de su tendencia al abuso del alcohol.

Christina procedía de una familia italiana tradicional católica, eran ocho hermanos. Su padre, trabajador autónomo, bebía demasiado; su madre era ama de casa. Christina describió a su padre como frío y cruel. Su lengua afilada, sarcástica y degradante era temida por todos sus hijos, pero era especialmente duro con Christina, que nunca siguió la línea familiar. Dejaba claro que prefería a los varones, pero sus hijos no soportaban su ira.

Christina no tiene recuerdos sexuales tempranos conscientes, excepto algún juego sexual con un hermano en la bañera, pero se preguntaba si había existido algún posible abuso de este tipo. En el análisis, reconstruimos una experiencia cuando tenía tres años en la que el padre la azotó, desnuda, sobre sus rodillas. Su percepción era que el padre estaba excitado sexualmente y tal vez tuvo una erección.

La madre de Christina era más accesible, pero siempre respaldaba al padre y lo defendía. Trataba a sus hijas como una unidad cuando eran niñas, queriendo vestirlas a todas iguales con vestidos de volantes para ir a la iglesia, o, cuando ya eran adultas, queriendo ir todas juntas a un día de compras de chicas. Christina se resistía a los intentos de su madre por vestirla con vestidos y sombreros y prefería la compañía de sus hermanos. Estaba especialmente próxima a su hermano, un año mayor, que era el preferido de los padres, el "niño de oro" que sobresalía en todos los deportes. La familia toleró los ademanes masculinos de Christina hasta la escuela primaria, cuando sus hermanos le dieron la espalda; en su adolescencia, la presión para volverse "más femenina" se hizo aún más intensa. Sus hermanas perseguían objetivos muy femeninos tradicionalmente, incluso "hiperfemeninos", tales como ser modelos. Christina se consolaba con sus excepcionales capacidades atléticas, que la hicieron pasar la universidad y le procuraron mucha popularidad. Más adelante, su talento en el arte le valió una prestigiosa beca en el extranjero.

En general, Christina sentía que para tener su propia identidad, tenía que distanciarse física y psicológicamente de su familia, y de sus inquebrantables rituales y demandas de conformidad.

Christina aceptó con agrado mi sugerencia de que se analizara. El sentimiento de que en ese momento estaba sufriendo me llevó a ser especialmente cuidadoso y no proceder con demasiada rapidez o seguridad. Era una persona reflexiva que se sentía cómoda con la fantasía y los sueños, pero gran parte de su historia estaba reprimida. "No hago narrativa", dijo. En los primeros meses del tratamiento, traía su trabajo artístico, que usaba para mostrarme sus fantasías y recuerdos. Antes de comenzar el análisis, entraba en el consultorio y ponía sus trabajos en el diván, esperando que yo respondiese. Yo no decía mucho –no sabía qué decir, excepto pedirle que me explicara las piezas y resaltar sus sorprendentes efectos. Su arte era bello y poderoso. En esta fase de su análisis, estaba haciendo collages de objetos en capas –hojas de afeitar, carretes de hilo, guantes de beisbol, hojas, manos- en composiciones discordantes pero extrañamente agradables. Este aspecto de su tratamiento, que se relacionaba con temas de creatividad y cómo ésta se relaciona con la verbalización, es especialmente fascinante, pero demanda atención más focalizada por derecho propio.

Como pueden inferir de esta breve historia, Christina podría denominarse bisexual en al menos dos de los significados del término. Era bisexual en cuanto a la elección de objeto, en el sentido de que le parecía bien tener una pareja tanto masculina como femenina; se sentía más atraída sexualmente hacia los varones, pero emocionalmente prefería a las mujeres. En términos de su identidad de género, Christina nunca había sido feliz siendo mujer; había deseado–y había intentado- ser un chico. Este descontento, que se mezclaba con su depresión,  era uno de los principales focos de su tratamiento. No podía identificarse cómodamente con ninguna de las figuras parentales: ni con el padre, a quien veía como un matón, ni con su madre, que era la criada de éste. En el curso del análisis, sin embargo, descubrimos muchas identificaciones y desidentificaciones inconscientes tanto con la madre como con el padre, y junto con éstas, fantasías en conflicto, conscientes e inconscientes, en torno a la feminidad y la masculinidad. (No pretendo definir aquí estos términos: me refiero a lo que la paciente, idiosincrásicamente, entendía por feminidad y masculinidad). De este análisis, denso y finalmente exitoso, voy a extraer algunos momentos para mostrar cómo trabajamos a través del material entrelazado referente al género.

Lo que sigue pertenece a una sesión al principio del análisis. Christina se quejó de sus sofocos. (Sus señales de menopausia se añadían a su depresión, como pudimos entender en el transcurso del análisis; para ella significaban el decaimiento de su cuerpo y de sus capacidades atléticas y, a un nivel más profundo, la realidad de que nunca tendría hijos). Se refirió a un sueño que había tenido dos noches atrás, y comentó que si ella fuera un chico no tendría los temores y preocupaciones que tenía.  "Muchas veces me siento asexual. Ni siquiera tengo identidad. Es incómodo flotar en ese estado. En ese sueño, mi madre estaba trabajando en algo sobre su regazo, como punto de cruz. Esto me hace pensar en el tiempo cuando acudía a mi madre con algo que me disgustaba y ella decía "No te preocupes. Hagamos punto de cruz."

En retrospectiva, me pregunto si el punto de cruz tal vez tenía otro significado inconsciente –"travestismo" [N. de T. asociación ocasionada por la semejanza en inglés en el prefijo de "cross-stitching", punto de cruz y "cross-dressing", travestismo]- pero en ese momento vinculé esto con los sentimientos que con frecuencia ella expresaba sobre mi silencio.

"Eso le ocasiona el sentimiento de que yo no estoy ahí para Vd., de no tener un puerto seguro".

"Tiene razón. Estoy esperando las repercusiones en Vd. En mi casa no estaba permitido ser honesto en cuanto a lo emocional. No se permitían ciertas expresiones. Teníamos que adoptar un lenguaje formal falso. En inglés no podrías referirte a mi madre como "ella". Tenías que llamarla "madre" o podías terminar con un bofetón en la cabeza [por parte del padre].

En este momento del análisis, la transferencia alternaba rápidamente entre una madre decepcionante que no podía ofrecer palabras de consuelo, sino sólo diversiones tradicionales relacionadas con el género y un padre crítico y duro sentando tras ella, que podía "pegarle en la cabeza". En este momento no pude apreciar o asociar con los muchos significados en capas del tema del "regazo", que más tarde emergieron en el análisis –el regazo estaba vinculado a su padre, el emplazamiento corporal de su abuso de ella, y al anhelado regazo de su madre, que aparecía repetidamente en sueños e imágenes de yo sentado en un sillón, inaccesible y de su propio regazo y los sentimientos sexuales alojados allí. Más adelante en el análisis confesó avergonzada que una vez cuando era niña se masturbó poniendo un gatito en su regazo.

Tres meses después, habló de que le gustaba su internista, mujer, de cuánta memoria tenía un nuevo ordenador, de cómo a algunas amigas casadas parecía irles bien, y de su deseo de trabajar en su arte con luz incandescente. Se refirió a un sueño que habíamos trabajado la sesión anterior, en el cual ella –vestida de modo masculino e inocente- estaba escondida en el ático, asustada. Un hombre adulto, tal vez un escultor, estaba buscándola. Recordaba haberse vestido en realidad de ese modo y querer tener 10 años para siempre.

Le señalé que no es infrecuente que los niños quieran quedarse en los 10 años: "Aún pueden jugar y aún no existe sexualidad adulta. En el sueño Vd. estaba vestida como un niño como un modo de esconderse de un adulto que la asustaba y de la sexualidad. Por supuesto, ser marimacho también significaba que podía ser el tipo de persona que quisiera ser, jugar a los juegos que quisiera".

"Eso es cierto. Con el escultor en el sueño había interés y miedo".

Le dije que tenía mucho conflicto en torno a la sexualidad y ella dijo "Cuando empiezas a intentar ordenarlo todo, cuando eres adolescente, en este sueño, o aquí, no está claro dónde estás: ¿quieres ser sexual, y con un hombre o con una mujer?". Concluí: "había sentimientos mezclados sobre todo eso, y aún los hay".

"Estoy de acuerdo. Es muy útil imaginar los orígenes y significados de mis respuestas. Mis padres jugaban un papel así conmigo también, lo que lo hizo peor".

En este momento al principio del análisis, yo empezaba a comentar sus conflictos sobre la sexualidad y el género. Tal vez hubiera una inclinación en mi expresión, que muchos teóricos del género contemporáneos hubieran criticado, a sugerir que necesitaba hacer una elección binaria; tal vez pensaba inconscientemente que yo, al igual que sus padres, estaba representando un papel con ella. Lo que estaba intentando responder y entender, sin embargo, era su temor al sexo. En este momento no comenté las implicaciones transferenciales obvias, de las que ella era claramente consciente: su vinculación con su doctora, o cuánta memoria tenía yo. También me percibía como el escultor varón atemorizante de su sueño, que podía moldearla y convertirla en otra cosa, o manejarla sensual y eróticamente. Dichas transferencias homoeróticas, heterosexuales, preedípicas, se exploraron en más profundidad en el transcurso del análisis. Su apreciación obvia y su afición a nuestro trabajo analítico eran gratificantes.

En los meses que siguieron, emergieron muchas identificaciones complejas y cambiantes. Por ejemplo, diseñó una tarjeta de visita con la imagen de una geisha, de pelo oscuro cortado corto y liso. Lo asoció con la tira de cómic de Nancy que le gustaba cuando era niña, y con el papel sumiso de las mujeres de su familia. Vinculó esto con una conciencia cada vez mayor de identificarse con otra Nancy, yo: "Soy más curiosa en lo que respecta a ti. Tenemos temperamentos similares. Ambas tenemos alergias. A las dos nos gusta ayudar. Como a la marioneta de la niña pequeña… En un momento dado dejé de llevar vestidos. Jugaba con mi hermano y sus amigos. Sin embargo tuve un enamoramiento con un niño cuando tenía 5 años. He tenido enamoramientos con chicos. Luego en el instituto me uní al grupo de softball. Mis padres intentaron presionarme para ser algo más… Nunca podré agradecer lo suficiente lo que el softball y la entrenadora hicieron por mí. Ella no era lesbiana". Había empezado a llorar. (La referencia a que la entrenadora no era lesbiana es importante. Christina me dijo cuántas entrenadoras de las que había tenido a lo largo de los años había sobrepasado los límites con las atletas, y cómo eso le parecía aberrante).

Le dije: "Al mirarme y pensar que tenemos el mismo temperamento, la cuestión es: ¿qué tipo de mujer soy yo y qué tipo de mujer es, será, Vd.?" Nótese que la identificación conmigo en este momento era como otra sirvienta (una geisha) pero tenía otro componente: Nancy, el valiente personaje de cómic.

Un mes más tarde, volvió a estos temas en la transferencia, que iba animándose: "Tuve un sueño. Estoy haciendo el amor con un hombre asiático. [Se ríe]. Tiene una piel asombrosa. Estamos tumbados uno al lado del otro, la cabeza de uno al lado de los pies del otro. Está acariciando mis nalgas. Yo me doy placer a mí misma. Tengo un clítoris muy largo, casi como un pene. [Esta imagen me recordó la práctica que Christina había confesado previamente en el análisis de masturbarse tirándose de los labios y fingiendo que tenía un pene]. Luego está sobre mí. Tengo el deseo de formar parte de esta maravillosa piel. Ayer pregunté qué significaba ser fálica. Significa tener poder. Mi madre pertenece al Club de las Madres con Pene (se ríe)".

Comenté explícitamente las imágenes bisexuales del sueño –sus sueños estaban llenos de ellas- y luego preguntó: "¿No está Vd. diciendo que estaría bien tenerlo todo de una persona, de mí?".

Mostrándose de acuerdo, Christina se rió y dijo: "¿No es para eso para lo que sirve el cielo?"

Así, los conflictos narcisistas, relacionados con el género y sexuales se representan y reparan mediante fantasías corporales concretas.

Hasta aquí podemos observar una amalgama de identificaciones y objetos de amor complejos y en conflicto: Christina como un niño con sus hermanos; Christina que tuvo enamoramientos de niños; Christina como pequeña marioneta, una geisha; Christina como alguien que puede darse placer a sí misma; Christina con un pene y un clítoris; Christina identificándose con una madre fálica; Christina anhelando la piel suave de un amante masculino; Christina perseguida por un hombre amenazador pero en cierto modo atrayente; Christina ayudada por una entrenadora no lesbiana; Christina aplastada por una amante lesbiana. Su deseo de ser todo y de obtenerlo todo nos trae a la mente las formulaciones de Fast acerca de los deseos narcisistas de los niños pequeños en torno al género. También ilustra muy claramente lo que plantean los teóricos del género contemporáneos como Harris y Young-Bruehl: que el género sirve para resolver problemas psíquicos internos y que las identificaciones y significados con carga de género son múltiples, en capas y cambiantes. Aquí el sentido que Christina tiene de sí misma con género es fluido y no fijo, con fragmentos de sus hermanos, hermanas, madre y padre en la mezcla. Así es también su objeto de amor fantaseado –un hombre que tiene lo que ella define como características femeninas (p. ej. la piel suave). Como sujeto sexual, Christina tiene potencia bisexual –genitales masculinos y femeninos. Así, no necesita sentirse vulnerable a anhelos del otro potencialmente dolorosos y decepcionantes, o a experiencias devaluadas de sí misma.

La fase intermedia del análisis estuvo marcada por temas que portaban significados de escena primaria en la que el paciente oscilaba rápida y confusamente en sus identificaciones y deseos, queriendo ser o tener al padre, luego a la madre, siendo ambos inaceptables, atemorizantes e inalcanzables; más tarde por periodos de transferencia homoerótica más sostenida que podía caracterizarse como "edípica negativa". Es decir, Christina ansiaba mi amor, a menudo en términos muy eróticos, y se sentía celosa de los hombres a quienes imaginaba como sus rivales, al igual que había sentido siempre que su padre y sus hermanos eran los primeros para su madre.  Sus celos de sus hermanos y su padre eran intensos y despertaban mucha culpa. Éramos capaces de comprender cómo ella fantaseaba que ser un varón la ayudaría a  conseguir ese amor. También deseaba el cuidado y el abrigo de su madre, deseos que siempre había repudiado hasta que se activaron en la interacción conmigo. Resumió estos insights: "quería su atención, pero la rechazaba totalmente. Había un conflicto enorme". Especulamos que querer ser un chico estimulaba un montón de fantasías; además de estar más próximo a la madre, representaba un deseo de obtener aceptación por parte del padre. En todo esto, a menudo yo me veía arrastrada por las arenas movedizas y buscaba más coherencia. Creo que esto era tanto una identificación proyectiva de la confusión de Christina (tal vez reflejando experiencias similares a la escena primaria) y una búsqueda de coherencia, como mi propia necesidad personal independiente de la suya.

Pocos meses después, comenzó a permitirse sentimientos homoeróticos más abiertos hacia mí. En una sesión, empezó hablando de una serie de situaciones en las que los hombres siempre estaban al cargo. Luego contó una serie de sueños. En uno había un concurso de belleza al desnudo, en el que un hombre estaba al cargo, con mujeres que era "visualmente estimulantes". Tenían diferentes colores de vello genital –rubio, pelirrojo o rubio rojizo- pero una también tenía vello en el abdomen, "como el cuerpo de un hombre": esa era la mejor para ella. Asoció con una película protagonizada por la actriz pelirroja Julianne Moore. Admitió tener esos pensamientos hacia mí, pero sentía que para ella como mujer era "tabú" mirar a las mujeres.

A continuación incluyo una sesión más o menos un año después, que muestra una elaboración considerable de estas ideas y menos oscilación entre identificaciones.

"Bueno, así que se marcha. ¿A algún lugar en especial o simplemente es un descanso? No voy a impartir esa clase de por la noche. Se me ha dado un doble mensaje sobre si la necesito o no. Recibí una carta de mi madre diciendo que había encontrado una caja con mis trofeos de mis años de competición. Así que tal vez querría tenerlos. ¡Ja!"

En respuesta a mi pregunta de si iría a recoger sus trofeos, Christina dijo: "Sí, me merece la pena. Sin embargo tiene que atraerme con un juguete. No tiene suficiente autoestima. Últimamente es decepcionante".

"Tenemos que dejar esto y pasar a mis sueños. Recuerdo lo mucho que deseaba ser un chico. Cómo me estiraba uno de los labios [genitales]. El dolor y el placer mezclados, qué inútil. En este sueño es como si estuviera dentro y fuera de él. Todo chicos… un par de bicis estáticas. El viernes cené en un restaurante vietnamita. Un hombre asiático estaba algo así como ligando conmigo. Así que había un hombre asiático en el sueño, así como atado por las piernas… Enrollado con hilo rojo de forma sexual… No sé. Era sexualmente excitante. Más hombres, entran chicos en la habitación, que es como una sauna. Estoy pensando en mis hermanos. Pienso que no puedo participar. Hacen cosas sexuales entre ellos. Yo estoy al margen… ¿Ve lo que pasa cuando se marcha? Una mano bajo el agua lo toca. Hay algo blanco y cremoso en la superficie, como si hubiera eyaculado".

Continuó: "lo primero de todo es que marchas por mucho tiempo. Yo no quiero que… Ayer vi la película Pleasantville. Es sobre una relación madre-hijo. Encuentran su color cuando encuentran su pasión… Me compré un bolso [normalmente llevaba una mochila]. ¡Un símbolo enorme! Yo no puedo ser demasiado femenina".

Nótese que la referencia a la película Pleasantville, en la que la madre y el hijo encuentran su pasión, es una pista para la contratransferencia de este período. Había veces en las que inconscientemente me retiraba de los deseos eróticos de la paciente -cambiando de tema, centrándome en sus conflictos en torno a la identidad de género, perdiendo de vista la transferencia- no, creo, a causa de sus contenidos homoeróticos, sino a causa de su intensidad.

"¿Cuál es la conexión entre que yo me vaya y que Vd. hable de ser masculina, o no demasiado femenina?"

"¿Qué si se va me mataré?"

"¿Que si Vd. fuera un varón tal vez se fuera conmigo?"

"Seguramente su marido se va con Vd.".

Yo señalé cuánto de lo que ella estaba hablando expresaba el sentimiento de verse excluida de mí, de sus hermanos, de su madre (quería que su madre dijera directamente que quería verla).

Estuvo de acuerdo conmigo y dijo "Sí, y entendí lo que Vd. dijo. Mi madre me dejaba en la bañera. Si yo fuera un chico, eso no me habría pasado". En un tono más condescendiente, reflexionó "Una carta de mi madre… es un modo de comunicarse", pero luego dijo, con más amargura: "No es de extrañar que si esto era lo que se entendía por amor en mi familia, yo haya salido tan lisiada. ¿Para qué sirve?"

En esta línea, algunos meses más tarde, la paciente reflexionó: "Hay algo seductor rondando por aquí. Pensé que era como mi madre y que competía por mi padre, pero esto es distinto, ¿no? Ella, no mi padre, era a quien yo deseaba. Así que hay otro modo en el que no pude ganar, ¿verdad? No pude tener a mi padre ni pude conseguir a mi madre. Siempre estaba compitiendo por Papá, también; creo que era el único que se parecía a mi madre. Pero lo natural es esto, miro a sobrina con mi hermano y es coqueta y seductora, y es encantadora. Creo que así es como es entre las niñas pequeñas y sus papás". Aquí reconoce su dilema de tener anhelos sexuales tanto del padre como de la madre, ninguno de los cuales supo responderle con un afecto adecuado. En su imaginación, anhela lo que ella (y la cultura) etiqueta como "normal", la situación edípica positiva entre las niñas y sus padres.

Al comienzo del cuarto año de análisis, la paciente comenzó a abordar algunos deseos profundamente conflictivos, vergonzantes, de ser más "femenina". Los vinculaba con la posición vergonzosa de las mujeres, tal como ella lo veía, en relación con los hombres: "El vínculo entre la víctima y su abusador. La moneda de la relación entre mis padres. Vergüenza y servicio mutuos. Puedo ver cómo rechazo todo lo que tiene que ver con mi madre, todo. Esa idea de la belleza femenina; me afectó a mí y a su relación conmigo. Sentí que se asesinaba mucho de lo que yo era. Sentirme bien con lo que yo era como persona y con mi sexualidad". Es decir, sentía que para ser aceptada tenía que aceptar una falsa feminidad, el tipo de feminidad prescrita por su familia y, al mismo tiempo, abandonar importantes aspectos de sí misma que les resultaban inaceptables, aspectos considerados masculinos: atletismo, ser aventurera.

En nuestro trabajo analítico tuvo que reconocer con dolor otros aspectos "masculinos" de sí misma: identificaciones con su padre, el agresor, es decir su sadismo y furia. Por ejemplo, en una sesión, tras describir los juegos de poder en la escuela entre sus compañeros de docencia y cómo se situaba ella en la dinámica, observó: "Mi padre. Ser como él. Tendré el poder, y luego no resultaré herida. ¿De eso se trata? Puedo pensar o decir mi padre y amor en la misma frase. Papá era un dictador. Como los judíos en Europa que colaboraban con los nazis. Cuando los nazis vinieron a llamar a la puerta para decir "Vuélvete así y así o te mataremos", eso los convierte en colaboradores. Aunque luego vengan dentro de 3 meses y te cojan de todos modos. Pero mi madre era la auténtica colaboradora. Para hacer feliz a mi madre y obtener su aprobación, tenías que intentar complacer a mi padre".

En el último año o año y medio de análisis, las sesiones se hicieron muy intensas y dolorosas, puesto que estaban repletas de las quejas de Christina, ahora expresadas más abiertamente, de ser "la única" que estaba buscando amor y amar (a su otra tan significativa). Se había imaginado que compartíamos intereses comunes: arte, cine, literatura, psicología. Yo tenía todo lo que ella podía desear.  Al mismo tiempo, ella sabía que esto era imposible, y reflejaba sus deseos, que nunca iban a ser satisfechos, hacia ambos padres. Los últimos meses de análisis estuvieron marcados por su duelo por lo que nunca sería, dentro de la transferencia y de su familia. Al mismo tiempo, emergió una aceptación de sí misma y la posibilidad de un futuro mejor, más esperanzador.

Christina llegó a entender que en su rabia hacia el rechazo de su madre hacia ella, su falta de apoyo y empatía, rechazada todo lo de su madre, todo lo que ella percibía como "femenino".

"Es sorprendente lo fuertes que son mis sentimientos de rechazo hacia ella. Estaba mirando cosas en algunas tiendas. Fui de compras el otro día. Necesito unos pantalones y estuve mirando unos vestidos de verano muy monos, así que intenté con un vestido negro muy mono, así como suelto, liso y sin mangas. Ni siquiera puedo ir allí… me miro en el espejo y veo a mi madre. No puedo ser eso, ¡no puedo!"

Comenté: "No puede porque la rechaza, y rechaza querer algo como lo suyo".

"Mi madre, que era guapa, tenía un vestido negro como ese. Me acuerdo. Parezco mi madre… Los vestidos negros son como de puta, también".

La siguiente sesión  pertenece a la semana de terminación. La mayor comodidad en la transferencia, y la cada vez mayor capacidad para elaborar sus sentimientos fue acompañada de cambios en sus sentimientos acerca del género.

Christina comenzó: "La primavera está en el aire y me compré un libro de jardinería. Escuche este sueño: Tenía una máquina de coser pequeña. Me gustaría tener una de verdad. No podía usarla porque no tenía hilo. Luego alguien encontró el hilo. Eso me recuerda que en la realidad los chicos encontraron en clase una solución a un problema en un proyecto de arte en el que estábamos trabajando. En el sueño, el hilo era de colores básicos, y ellos encontraron los colores. Este es un gran sueño. He usado esa imagen del hilo en gran parte de mi trabajo, pero coser, hilos, he rechazado todo eso de mi madre. Hablamos sobre eso. Ahora, es una indicación de aceptarlo y equivale a conocer todos los colores. Ahí hay un sentido de terminación. Está relacionado con aquí, con terminar con Vd.". Esta actitud hacia sí misma y su sentido de feminidad contrasta con la fantasía inicial del punto de cruz y del travestismo. Su identidad de género está más integrada: llena de muchos colores y no en dos tonos enfrentados de masculinidad/feminidad.

Hablé del sentido de elección y creatividad, de sentirse libre de elegir ser el tipo de mujer que quiera ser. Como cuando había empezado recientemente a hablar de qué ropa llevar.

"Sí, ayer fui de compras y había unas ofertas enormes. Necesito una bata. La mía es como de hombre –de cuadros, es fea. Estaba buscando una identidad, pero tiene que estar bien. Sé lo que tengo en mente. Hace unos meses encontré una. Era demasiado cara. Era de seda con un exótico estampado asiático. Tal vez vuelva a por ella… Los chicos ayudaron en el proyecto y es bueno que pueda depender de ellos".

Las frecuentes referencias a Asia reflejan el gusto de Christina por lo asiático. Sus padres tenían una pequeña mesa "oriental" negra en su casa, que era claramente un objeto especial, traspasada por un pariente paterno lejano pero admirado. Christina la consideraba un objeto de "arte" y le parecía más sofisticada que cualquier otra cosa que hubiera en la casa. Aquí, por tanto, había un objeto que conllevaba significados condensados con connotaciones maternas/paternas y femeninas/masculinas.

Cuando terminó el tratamiento, Christina estaba mucho más feliz en general, y concretamente consigo misma en relación a los sentimientos acerca del género. Estaba más contenta consigo misma como mujer, más libre de aceptar aspectos, conductas y deseos que ella (y la sociedad) consideraban "femeninos"; también aceptaba con menos culpa los aspectos e identificaciones que consideraba "masculinos". Su arte también había cambiado. Seguía siendo potente y hermoso, pero ahora era menos discordante, las composiciones ya no estaban fragmentadas, y tenía colores más brillantes y vibrantes. Había elaborado durante mucho tiempo en el análisis el abandono de la fantasía –y el duelo por ella- de que su persona especial fuera la analista. En ese momento, estaba buscando, aún no lo había encontrado, un compañero: alguien con quien pudiera compartir el amor, el sexo y la vida. Había decidido que sería más fácil y preferiría que ese alguien fuera un varón, pero si aparecía una mujer, ella mantendría abierta esa opción.

Discusión

Creo que estos ejemplos clínicos, y este último concretamente, demuestran las ideas contemporáneas sobre la fluidez y complejidad del género. He intentado mostrar que los conflictos en torno al género son comunes, suceden todos los días, adquiriendo significados y funciones idiosincrásicas, reflejando sin embargo creencias culturales compartidas.

Para Christina, el género se había mezclado con significados y fantasías de poder, aceptación y mérito de ser amada. El análisis reveló su fantasía de obtener un poder mágico mediante un objeto de amor bisexual. Sentía que no podía conseguir el amor incondicional que ansiaba, ni siendo masculina ni femenina, lo que la hacía sentir incómoda e infeliz con su propio género. He incluido ejemplos en los que abordé estas fantasías y conflictos  explícitamente en la situación clínica e intenté demostrar cómo los significados adjuntos cambiaban con el transcurso de nuestro trabajo. Siguiendo el material del proceso, podemos ver cómo el género era según el momento fluido o fijo, vinculado a la sexualidad, o no.

Intenté mantener en mente mis propios prejuicios y contratransferencias sobre el género cuando trabajaba con los de Christina, para separar los míos de los suyos. Cuando miro este material en retrospectiva, puedo detectar en la transferencia los miedos de la paciente de que intentara atraerla a la feminidad, como hizo su madre, o vencerla y acosarla para que acatara la heterosexualidad, como hizo su padre.  Creo que intuía en mi una tendencia a "hacerla femenina" y me pregunté si compartía su convicción de que la heterosexualidad podía ser para ella un estilo de vida más fácil y la empujaba en esa dirección. Tal vez. Pero en realidad creo que sentía que si ella pudiera encontrar esa verdadera alma gemela, del género que fuera, me alegraría por ella. Siempre aprecié y admiré el potencial creativo de esta mujer que reflejaba sus aspectos e identificaciones multifacéticos.

Creo que todos los individuos poseen múltiples identificaciones tanto con varones como con mujeres, aunque en la mayoría de la gente éstos puedan ser menos visibles y más aparentemente integrados en sus personalidades de lo que lo eran en Christina. Mi experiencia también me ha llevado a creer que los individuos especialmente creativos como Christina parecen sentirse más cómodos y tener más acceso a las fantasías bisexuales y a las identificaciones con ambos géneros que otras personas (Kulish, 2006). Al mismo tiempo, ella no estaba cómoda con el sentido incoherente e inconsistente que tenía de ella misma y de su identidad sexual. En cualquier caso, los antecedentes de rechazo doloroso por parte de ambos padres, que estaban muy explícitamente vinculados al género, contribuyeron a sus conflictos en torno al género.

Conclusión

Los teóricos contemporáneos del género han intentado apartarnos de las categorías binarias de género y de las estrechas ideas de normalidad. Para ellos, la patología de género está más estrechamente vinculada a la conformidad a las normas y constricciones sociales que al conflicto  intrapsíquico; un mal culturalmente infligido, si quieren expresarlo así. En mi primer ejemplo, mi supervisado y yo nos preguntábamos si estábamos atribuyendo esta "patología" a su paciente. En realidad, numerosas personas padecen la excesiva rigidez en los significados y valores que adscriben al género y que gobiernan sus vidas: hombres que no pueden permitirse reconocer tener miedo, o ser vulnerables y llorar, o ganar menos que sus esposas (Reichmart, 2006); mujeres que no pueden permitirse sentir enfado no sea que dejen de ser "buenas", o que se fuerzan, con un coste muy alto, a cumplir los estándares sociales, familiares o las normas internalizadas de belleza (Lieberman, 2000).

Al mismo tiempo, no siento que el dicho "todo vale" sirva para la felicidad o la "salud" psíquica. La gente necesita cierto sentido de continuidad y cohesión del self –y yo creo que también del género. Ciertamente pensé que era mejor para Christina aceptarse y gustarse como mujer que seguir "flotando", asexual, sin identidad sexual, como estaba cuando comenzó el tratamiento.

Aquellos que censuran las viejas certidumbres pueden a su vez crear nuevas rigideces y estrecheces mentales. Por ejemplo, en el clima de hoy en día no es políticamente correcto intentar entender y desentrañar la elección de objeto; es decir, cuestionar el "origen" de la homosexualidad, cuando la heterosexualidad se toma como la norma. Pero creo que los "porqués" de cualquier elección de objeto –homo u heterosexual- son áreas de investigación importantes en una indagación psicoanalítica. Christina es un buen ejemplo: estaba interesada en por qué elegía un objeto sexual y no otro, en términos de sexo y "género, así como su semejanza y diferencia en cuanto a aspectos amados y odiados, fantaseados y recordados, de su madre, padre, hermanas, hermanos y miembros de su extensa familia. La investigación de estos significados y los antecedentes de estas elecciones e identificaciones mostraron ser iluminadores y, en último lugar, útiles para ella. Lo ideal es que fuéramos capaces de enfocar y utilizar esa evidencia clínica –y las evidencias de otras fuentes- sin nociones preconcebidas en ninguna otra dirección. Así que hago una invocación a la tolerancia: creo que necesitamos estar abiertos de mente no sólo clínicamente, sino también científicamente. Necesitamos acumular más evidencia científica y clínica sobre el género.

No es posible, pienso, librarse de los propios prejuicios relacionados con el género. Lo que he intentado, al trabajar analíticamente con mis pacientes, es darme cuenta de ellos cuando focalizo en la realidad psíquica y los afectos del paciente. Lo admitamos o no, o seamos o no conscientes de ello, creo que todos tenemos ciertas nociones  de "salud" y "no salud, aun cuando no estén guidas por las normas sociales o las curvas estadísticas de campana. Corbett sostiene que las teorías psicoanalíticas de género deberían aceptar y dar un lugar a la marginalidad, pero al mismo tiempo no idealizarla. Este argumento me parece convincente pero yo añadiría que el psicoanálisis debería investigar los márgenes así como el centro.

La teoría de género contemporánea esclarece y condena nuestra necesidad de certeza sobre el género y de la comodidad de las categorías binarias. Como he intentado aplicar las teorías de género contemporáneas a mi trabajo clínico, soy consciente de esta paradoja y lucho contra ella.

Bibliografía

Balsam, R. (200 1). Integrating male and female elements in a woman's gender identity. Journal of the American Psychoanalytic Association 49: 1335-1360.

Balsam, R. (2007). Toward less fixed internal transformations of gender: Commentary on "Melancholy femininity and obsessive-compulsive masculinity: Sex differences in melancholy gender," by Meg Jay. Studies in Gender & Sexuality 8:137-147.

Bassin, D. (2000). On the problems with keeping differences where they belong. Studies in Gender & Sexuality 1:69-77.

Benjamin, J. (1996). In defense of gender ambiguity. Gender & Psychoanalysis 1:27-43.

Benjamin, J. (1998). In the Shadow of the Other. New York: Routledge. BUTLER, J. ( 1990). Gender Trouble. New York: Routledge.

Butler, J. (1995). Melancholy gender-refused identification. Psychoanalytic Dialogues 5:165-180.

Chodorow, N.J. (1994). Femininities, Masculinities, Sexualities. Lexington: University of Kentucky Press.

Coburn, W.J. (2000). The organizing forces of contemporary psychoanalysis. Psychoanalytic Psychology 17:750-770.

Corbett, K. (1997). It is time to distinguish gender from health: Reflections on Lothstein's "Pantyhose fetishism and self-cohesion: A paraphilic solution?" Gender & Psychoanalysis 2:259-271.

Corbett, K. (200 I a). Faggot = loser. Studies in Gender & Sexuality 2: 3-28.

Corbett, K. (200 I b). More life: Centrality and marginality in human development. Psychoanalytic Dialogues 11:313-355.

Crawford, J. (1996). The severed self: Gender as trauma. Progress in Self Psychology 12:269-283.

Diamond, M.J. (2004a). Accessing the multitude within: A psychoanalytic per­spective on the transformation of masculinity at mid-life. International Journal of Psychoanalysis 85:45-64.

Diamond, M.J. (20046). The shaping of masculinity: Revisioning boys turning away from their mothers to construct male gender identity. International Journal of Psychoanalysis 85:359-380.

Diamond, M.J. (2006). Masculinity unraveled: The roots of male gender identity and the shifting of male ego ideals throughout life. Journal of the American Psychoanalytic Association 54:1099-1130.

Dimen, M. (199 1). Deconstructing difference: Gender, splitting, and transitional space. Psychoanalytic Dialogues 1:335-352.

Dimen, M. (1996). Bodytalk. Gender & Psychoanalysis 1:385-401.

Elise, D. (1997). Primary femininity, bisexuality, and the female ego ideal: A re-examination of female developmental theory. Psychoanalytic Quarterly 66:489-517.

Elise, D. (1998). Gender repertoire: Body, mind and bisexuality. Psychoanalytic Dialogues 8:353-371.

Elise, D. (2000a). "Bye-bye" to bisexuality? Response to Lynne Layton. Studies in Gender & Sexuality 1:61-68.

Elise, D. (20006). Generating gender: Response to Harris. Studies in Gender & Sexuality 1:157-165.

Elise, D. (200 1). Unlawful entry: Male fears of psychic penetration. Psycho­analytic Dialogues 11:499-531.

Fast, I. (1978). Developments in gender identity: The original matrix. International Review of Psychoanalysis 5:265-273.

Fogel, G. I. (1998). Interiority and inner genital space in men: What else can be lost in castration. Psychoanalytic Quarterly 67:662-697.

Fogel, G. I. (2006). Riddles of masculinity: Gender, bisexuality, and thirdness. Journal of the American Psychoanalytic Association 54:1139-1163.

Foucault, M. (1978). The History of Sexuality. New York: Random House.

Freud, S. (1917). Mourning and melancholia. Standard Edition 14:237-258.

Freud, S. (1925). Some psychical consequences of the anatomical distinction between the sexes. Standard Edition 19:241-263.

Goldberg, A. (2001). Depathologizing homosexuality. Journal of the American Psychoanalytic Association 49:1109-1114.

Greenberg, J. (2006). "What daimon made you do this?" Thoughts on desire in the consulting room. Paper presented to Michigan Psychoanalytic Society, April.

Harris, A. (2005). Gender as Soft Assembly. Analytic Press, Hillsdale, NJ.

Hirsh, I. (1993). Countertransference enactment and some issues related to exter­nal factors in the analyst's life. Psychoanalytic Dialogues 3:343-366.

Kaplan, D. M. (1990). Some theoretical and technical aspects of gender and social reality in clinical psychoanalysis. Psychoanalytic Study of the Child 45:3-24.

Kris, A. (1985). Resistance in convergent and in divergent conflicts. Psycho­analytic Quarterly 54:537-568.

Kulish, N. (2000). Primary femininity: Advances and ambiguities. Journal of the American Psychoanalytic Association 48:1355-1379.

Kulish, N. (2006). Frida Kahlo and object choice: A daughter the rest of her life. Psychoanalytic Inquiry 26:7-32.

Layton, L. (1998). What's disclosed in self-disclosures? Gender, sexuality, and the analyst's subjectivity: Commentary on paper by Samuel Gerson. Psychoanalytic Dialogues 8:731-739.

Layton, L. (2000). The psychopolitics of bisexuality. Studies in Gender & Psychoanalysis 1:41-60.

Lieberman, J.S. (2000). Body Talk. Northvale, NJ: Aronson.

Mitchell, S. (1996). Gender and sexual orientation in the age of postmod­ernism: The plight of the perplexed clinician. Gender & Psychoanalysis 1:45-73.

Cilesker, W (2003). Gender and its clinical manifestations. Psychoanalytic Study of the Child 58:3-18.

Parens, H. (1980). An exploration of the relations of instinctual drives and the symbiosis/separation-individuation process. Journal of the American Psychoanalytic Association 28:89-113.

Reichbart, R. (2006). On men crying. Journal of the American Psychoanalytic Association 54:1068-1098.

Ross, J.M. (1986). Beyond the phallic illusion: Notes on man's heterosexuality. In The Psychology of Men, ed. G.I. Fogel, F.M. Lane, & R.S. Liebert. New York: Basic Books, pp. 49-70.

Schafer, R. (1974). Problems in Freud's psychology of women. Journal of the American Psychoanalytic Association 22:459-485.

Stimmel, B. (2000). The baby with the bath water: Response to Lynne Layton. Studies in Gender & Sexuality 1:79-84.

Tyson, P (1982). A developmental line of gender identity, gender role, and choice of love object. Journal of the American Psychoanalytic Association 30:61-86.

Ulman, R., & Brothers, D. (1988). The Shattered Self. Hillsdale, NJ: Analytic Press.

Yanof, J.A. (2000). Barbie and the tree of life: The multiple functions of gender in development. Journal of the American Psychoanalytic Association 48:1439-1465.

Young-Bruehl, E. (2003). Where Do We Fall When We Fall in Love? New York: Other Press.

625 Purdy Street Birmingham, MI 48009 E-mail: nkulish@aoLcom

 

 

 

 

 

 

 

 



[i] La idea de feminidad primaria se avanzó como un antídoto al falocentrismo de las primeras teorías. Al no ser en absoluto un concepto unificado ni claro, la feminidad primaria se ha utilizado de forma diferente en diversos marcos de referencia. Los dos términos que componen este concepto –feminidad y primaria- son problemáticos (Elise, 1997; Kulish, 2000).

[ii] Coburn (2000) describe las características de un sistema no lineal: su trayectoria evolutiva está determinada por componentes mutuamente organizadores de ese sistema y cambian continuamente las configuraciones. "Los resultados del proceso dinámico de un sistema no lineal tienden a violar las expectativas tradicionales inherentes en la noción de progresión teleológica, epigenética" (p. 753).

* Nota de la redacción de Aperturas: en psicología cognitiva y en algunos estudios importantes sobre la relación entre cuerpo y mente en psicoanálisis (ver, p. ej. Fonagy, P. y Target, M. The rooting of the mind in the body. JAPA, 55, 2, 2007: 411-456) se denomina embodiment a la influencia que el cuerpo tiene en la creación y mantenimiento de los procesos mentales. Por ejemplo, en el artículo mencionado, bajo el sugerente título de "Las raíces de la mente en el cuerpo" se aporta amplia información acerca de cómo procesos cerebrales y fisiológicos  contribuyen a la organización del mundo simbólico. Por otro lado, hay autores que cuestionan esta direccionalidad desde el cuerpo a la mente (a los que Kulish se está refiriendo) y enfatizan que la mente construye al cuerpo y que éste está moldeado por las relaciones intersubjetivas y el orden simbólico, tal como expresa Kulish cuando se refiere a Dimen en este apartado, para quien "el cuerpo se ha convertido en una 'coproducción lingüístico-cultural'". El sentido que adquiere entonces el término embodiment marca otra dirección diferente: el cuerpo es usado "para representar o comunicar una fantasía, sentimientos disociados o pensamientos no verbalizados", tal como la propia Kulish menciona en el apartado que dedica al término embodiment en este artículo.