aperturas psicoanalíticas

aperturas psicoanalíticas

revista internacional de psicoanálisis

Número 063 2020

Ver en PDF

Por qué Freud nos persigue

Why Freud haunt us

Autor: Roth, Michael

Para citar este artículo

Roth, M. (febrero, 2020). Por qué Freud nos persigue. Aperturas Psicoanalíticas, (63). Recuperado de http://aperturas.org/articulo.php?articulo=0001103

Para vincular a este artículo

http://aperturas.org/articulo.php?articulo=0001103


Trabajo traducido y publicado con autorización: Roth, M. (2012). Why Freud haunt us. En: Memory, trauma, and history: Essays on living with the past (pp. 117-126). Nueva York, Estados Unidos: Columbia University Press

Traducción: Marta González Baz
Revisión: Beatriz López-Palop de Piquer

 

Hay un anciano a quien vamos a ver cuando nos sentimos mal, o simplemente confusos. No habla demasiado. Se sienta detrás de nosotros cuando nos tumbamos en el diván. Podemos oírlo respirar, y sabemos que lo que olemos es el humo de su cigarro. El anciano no cuenta historias, pero nosotros empezamos a contar historias cuando él está cerca. Parece que nos hace hablar, aunque solo sea porque él no habla mucho. Sabemos lo que quiere. No servirá cualquier historia vieja. Quiere escuchar nuestros secretos, nuestros anhelos. Podemos empezar hablando de las últimas decepciones, de las crisis más recientes. Pero sabemos que eso no es suficiente. Él quiere escuchar las cosas que no le contaremos a nadie más. Está ahí, esperando que abramos una cueva en nosotros para despertar a ese animal que está hibernando. Esa es la historia que quiere, ¿verdad? Esa es la historia que queremos contarle, ¿verdad? ¿Por qué venimos aquí? ¿Qué necesitamos?

Freud no se marchará. Sabemos que se equivocaba, lo sabemos. La medicación es mucho más efectiva, y luego está todo ese asunto embarazoso del sexo y los penes, de la agresión y la culpa ineludibles. Y las madres. Todo eso es de otra época, ¿verdad? Después de todo, ahora sabemos que las mujeres son iguales a los hombres, así que no nos esforzamos demasiado por explicar cómo el patriarcado se reproduce generación tras generación a pesar de la ética que profesamos. Ahora sabemos que el sexo puede ser saludable, que incluso puede ser tan seguro como para ser menos que deseable. Y sin embargo, Freud nos persigue. Sigue apareciendo en lugares en los que no tiene nada que hacer. Justo cuando conseguimos expulsarlo de la medicina porque es contraproducente para los beneficios de las empresas de medicinas y seguros, aparece en los programas de humanidades de la universidad, en novelas, en la televisión. Hace una generación, animaba los chistes de Woody Allen; más recientemente pudimos sentir su presencia cuando Brian, el perro pensante de Padre de Familia, se preguntaba con su terapeuta si el orinar en el suelo era un acto de agresión. Freud estaba allí cuando Tony Soprano y su terapeuta, la Dra. Melfi, intentaban entender qué significaba ser abandonado por tu hermana y tener que hacerte cargo de tu madre. Y cuando parece que podemos descartar al Dr. Freud (con una carcajada) de la obra excesivamente teórica de nuestros académicos literarios con su jerga, entonces aparecen ruidos nostálgicos desde la psiquiatría quejándose sobre medicamentos sin evaluaciones de líneas de base, sobre tratamientos de salud mental propiciados por las compañías de seguros, y sobre la necesidad de que los pacientes den significado a su experiencia. Ahí se sienta, detrás de nosotros.

Cuando empezamos a contar nuestras historias, a dar una explicación de nosotros mismos, usamos la narrativa para construir una imagen de nuestra identidad en relación con otras personas y en relación con el cambio a lo largo del tiempo. No importa qué historia contemos, hay una pregunta freudiana básica y perturbadora que puede plantearse para desbaratar la historia: ¿Qué sacas con esto? Esto a menudo planteado como “¿Qué vas a sacar realmente de esto?” Como el propio Freud planteaba en Psicopatología de la vida cotidiana:

Cuando un miembro de mi familia se me queja de que se ha mordido la lengua, pillado un dedo, o algo así, no obtiene la simpatía que espera, sino la pregunta “¿Por qué hiciste eso?” yo mismo me pillé una vez con enorme dolor el pulgar cuando un joven paciente  me habló durante una sesión de su tratamiento de su intención... de casarse con mi hija mayor. (p. 180).

El propio Freud se pilló el dedo y nosotros nos mordemos la lengua en busca de simpatía. En una historia acerca de un amigo, una esposa o un familiar, por ejemplo, que se mete con nosotros, el que nos pregunten “¿Qué sacas realmente de esto?”, “¿Qué estás sacando de que se metan contigo?”, es una pregunta ofensiva. ¿Qué deseo se expresa en tu agravio, o en contar la historia de tu agravio? ¿Qué deseo está satisfaciendo en realidad la guerra contra el terrorismo? ¿Por qué el pequeño Malcolm conduce ese Hummer? ¿Por qué algunas personas heterosexuales están tan enfadadas porque algunas personas gay abracen la monogamia? Estas cuestiones simplemente dan por hecho que las respuestas evidentes -las razones de las que somos conscientes- no serán los factores motivadores. Cuando se hacen preguntas freudianas, sabemos que se supone que las respuestas deben revelar factores motivadores que estén conectados con deseos de los que no solo no somos conscientes, sino que probablemente nos avergüencen. El origen de este tipo de pregunta puede encontrarse en la teoría de la interpretación de los sueños de Freud, en la que es conocido que declaró que todo sueño es la expresión de un deseo oculto. Los deseos intensos siempre están ocultos (los mejores disfraces pueden ser la aparente sencillez) porque nunca son simples; los deseos están siempre, según Freud, ligados al conflicto (articulados a través de él).

Una de las razones por las que Freud nos persigue es que hemos llegado a esperar este tipo de pregunta: ¿qué sacas de X? Y hemos llegado a esperar que la respuesta a esta pregunta describa siempre un tipo de ambivalencia. La ambivalencia comenzó como un término técnico en psiquiatría y llegó a connotar una cualidad de todas las emociones fuertes: dan lugar al conflicto y pueden ser fruto del mismo. El amor más fuerte, por ejemplo, siempre estará mezclado con agresión. Cuando Janice le preguntó a Tony Soprano “¿De dónde viene su odio hacia mí?” el hombre anciano sabe que viene del mismo sitio que su amor por ella. El amor no puede ser satisfecho sin agresión, y la antipatía extrema está siempre unida al deseo. Estos elementos no pueden separarse entre sí al igual que la alimentación no puede separarse de la digestión. Los tríangulos edípicos, en los que toma forma la conducta sexual reconocible, están alimentados por deseos ambivalentes. En el modelo freudiano no hay posibilidad de satisfacción plena y sostenida porque los deseos que uno pretende gratificar son contradictorios. No puedes matar al padre al que amas... ¿o es que no puedes amar al padre al que matas? Satisfacer ciertos deseos siempre significará la negación de otros. Es más, la satisfacción alimenta a la culpa, y la culpa alimenta nuevos deseos. ¿Qué obtienes de X? Mucho más de lo que esperabas, y eso hace que las historias sean complejas e interesantes. Queremos oírlas, pero, lo que es más importante, parecemos querer contarlas y estar en ellas.

Pero, por supuesto, Freud nos da una explicación detallada de por qué es tan difícil contar estas historias, incluso de por qué es tan difícil acceder a ellas por nosotros mismos. La represión fue ciertamente uno de los conceptos clave de Freud (es sabido que la llamó la piedra angular de su proyecto) y ha dado lugar a la permanencia del poder del cuestionamiento freudiano. En él, no importa cuánto preguntemos, nunca llegaremos al fondo de nuestras propias motivaciones, no digamos a las de otras personas. Por mucho que queramos saber qué historias contar cuando estemos tumbados en el diván, hay otros deseos encaminados a impedirnos saber qué historias contar. Puesto que “obtenemos algo” (alguna satisfacción) de no saber, siempre habrá una inhibición básica en contra de conocernos a nosotros mismos. Estamos motivados a la oscuridad aun cuando nos esforcemos por entender. El concepto de represión de Freud lo ayuda a continuar persiguiéndonos porque representa nuestro rechazo deliberado a la autocomprensión; es un mecanismo psíquico que nos impide reclamar nuestros deseos. La presencia de Freud nos recuerda que nuestras acciones y nuestras narrativas pueden estar motivadas por un deseo de no ver quiénes somos realmente. Ninguna historia que pudiéramos contar supondría una superación total de la represión porque la represión es un mecanismo psíquico necesario, según Freud. Esto es más que un programa de pleno empleo para terapeutas. Es una insistencia dogmática en nuestra incapacidad para la transparencia aun cuando exprese nuestro deseo de ella. Si Freud ya no nos persiguiera, podría preocuparnos el estar reprimiéndolo a él o a su mensaje. Dicha preocupación sería una forma de perseguirnos.  Cara, gana él; cruz, perdemos nosotros.

El olor del humo de un cigarro que nos recuerda que alguien está escuchando, el “ajá...” y las pausas que no podemos evitar escuchar marcan la presencia de otro que espera que sigamos hablando, que hagamos una asociación, una conexión... estas han sido las señales pasivas de que el fantasma psicoanalítico está en la habitación. Los fantasmas pueden dar más miedo, ser más reales, cuanto menos hacen: unos ruiditos aquí y allá, cosas que desaparecen, corrientes de aire cuando las ventanas están cerradas. De forma parecida, Freud parece tener el máximo interés no cuando está forzando una explicación de psicopatología, sino cuando está haciendo preguntas, o cuando su mera presencia (el tipo de cosas que él podría estar pensando) nos inspira para hacer más preguntas. Cuando el psicoanalista finalmente se suelta con una interpretación completa, el efecto es en cierto modo como cuando el ectoplasma se hace visible mientras alguien grita “¡Aaaaah, un fantasma!” Nos decepciona la vulgaridad, lo obvio de la aparición. Puede que las interpretaciones de Freud no impresionen siempre a los lectores como impresionaron a Nabokov ("mitos griegos aplicados crudamente a nuestras partes privadas"), pero no son los elementos más memorables de su obra. ¿El niño Wolfman realmente vio a sus padres teniendo sexo, estando su padre detrás de su madre? ¿De verdad Dora quería al horrible Herr K? ¿Cómo de cerca estaban los temores del pequeño Hans por los caballos y su inclinación a jugar con su pito? No, es la búsqueda lo que es interesante en Freud, no el así llamado descubrimiento. Que nuestras casas mentales puedan estar encantadas por el pasado resulta mucho más interesante que lo que los fantasmas del pasado harían si estuvieran realmente por ahí.

La interpretación freudiana sigue siendo más interesante como amenaza, como una posible vía de investigación, que uniría asociaciones y descubriría factores motivadores que habían sido invisibles en una lectura o escucha superficiales. Muchos han preguntado cómo podríamos saber si una interpretación en particular era cierta, o incluso cómo podríamos elegir entre interpretaciones opuestas. Freud reconoció la dificultad de este tema, y habló con gran coherencia sobre el valor pragmático de las interpretaciones. Una buena interpretación es aquella que debería ayudarnos a avanzar, permitirnos obtener una narrativa sobre el pasado en relación con el presente con la que podamos vivir. Sé que hay algo insatisfactorio sobre esto. Muchos han preguntado si esa historia es realmente verdadera. Freud dijo que una historia solo nos ayudaría a avanzar si “concuerda con lo que es real en el paciente”. Adolf Grünbaum, entre otros, ha afirmado que este era el “argumento de concordancia” de Freud, lo que significa que el anciano realmente estaba buscando una correspondencia entre sus interpretaciones y los hechos del mundo real. Si esto fuera así, entonces podríamos diseñar tests para determinar si se da esa correspondencia. No creo que el Freud que desarrollase hipótesis medibles sea el anciano que nos persigue con sus preguntas e historias. Cuando este Freud fantasmal hablaba de una interpretación que concuerde con lo que es real en el paciente, estaba hablando de cómo una interpretación le habla a algo de nuestro interior, cómo una historia contacta con lo que es real en nosotros.

¿Qué hace una buena historia, o que hace a una historia buena para nosotros? En el caso de Freud, las buenas historias son las que dan lugar a más historias, más narrativas que combinen la complejidad del significado con una intensidad humana básica. Las historias freudianas tienen que ver con la ansiedad y el placer; se ocupan de los límites de la memoria y la expresión al tiempo que exploran nuestra fascinación por el placer y la disolución. Las historias de Freud tienen que ver con la prohibición y el deseo, con el amor y la muerte. ¿Cómo podrían desaparecer?

Cuando nos persigue el Freud de estas historias, nos persigue la presencia de la intensidad. Esto significa que nos persigue una pulsión o instinto que está al acecho y generalmente esto se entiende como ser perseguido por el sexo o, posiblemente, la agresión. La intensidad forma parte de nosotros, pero no es una parte de nosotros que podamos reconocer fácilmente como propia. ¿Cómo vivimos con esta intensidad sin perder su capacidad para generar significado en nuestras vidas? La intensidad y la ambivalencia de nuestros deseos han dado lugar a intentos masivos de controlarlas, y estos controles, a su vez, han alimentado esos mismos deseos. ¿Qué satisfacciones estamos obteniendo de las prohibiciones de ciertas satisfacciones? Las maravillas y los estragos de la culpa son temas centrales en el psicoanálisis. Freud sugería que no existe más satisfacción, y no digamos felicidad, en el mundo porque nos hacemos infelices a nosotros mismos y porque hemos creado una sociedad que es muy buena en hacernos más infelices. Reconocer los modos en que contribuimos a nuestra desdicha es un placer (una de las razones por las que seguimos volviendo a ver al anciano, supongo) y también nos ofrece una cierta posibilidad de cambiar el ciclo de nuestro autocastigo.

La desdicha autoinfligida no va a desaparecer, aun cuando intentemos vigorosamente protegernos contra el daño causado por los otros. En el mundo freudiano, como en el mundo político, la seguridad interior, poner vallas alrededor de lo que nos importa, es una amenaza tanto como una promesa. Los temas que Freud exploró han seguido siendo vitales para nosotros aun cuando sus hallazgos y metodología estén sometidos a una presión crítica cada vez mayor. Nuestras nociones de identidad, memoria, infancia, sexualidad, agresión y, más en general, del significado de haber sido moldeados en relación con la obra de Freud y, a menudo, en oposición a esta. Aunque siempre discutido, el pensamiento freudiano orienta el modo en que nos percibimos a nosotros mismos y a la sociedad, y sigue siendo relevante para la forma en que se abordan algunas de nuestras preocupaciones más prominentes (desde el abuso de drogas a la agresión al género y la sexualidad). Nuestra psicología vernácula es freudiana en cierto sentido fundamental. No importa lo críticos que seamos con la influencia del anciano en nuestra cultura, parece que no hay modo de hacerlo desaparecer. Freud, al contrario que Marx y Nietzsche, los considerados maestros de la sospecha con quienes a menudo se le compara, ha conservado una capacidad de perseguirnos no por sus explicaciones de la psicopatología, ni siquiera por su modelo de terapia como una cura por la palabra. Continúa en nuestra cultura debido a las posibilidades amenazantes y cómicas que plantea su tipo de cuestionamiento. Como teórico, he sostenido, Freud estaba más interesado en darle un significado al recuerdo, en construir historias con las que pudiéramos vivir. Como fantasma, Freud continúa teniendo cierta presencia en nuestra cultura porque esa presencia socava los modos convencionales en que solemos darle sentido al mundo.

Piensen, si quieren, en Freud como una especie de figura de acción, o debería decir de inacción. Hasta el momento, he recibido tres figuras de estas como regalo de distintos amigos y colegas. En la última ocasión en la que se me dio una, mi hija, que entonces tenía 5 años, (harta de que su padre recibiera juguetes) quiso jugar con el muñeco. Después de mover al anciano un poco, mi Sophie preguntó con cierta exasperación “¿Qué hace?”Los fabricantes de este juguete son ingeniosos. Saben que Freud está más presente cuanto menos hace. Así que Freud, la figura de inacción, se mueve muy poco, elevando su cigarro. Si los fabricantes apuntaran a un precio más alto, nos habrían permitido tirar de una cuerda en la espalda del muñeco para oír al juguete decir... nada.

En la vida cotidiana, saber que el anciano (o alguno de sus seguidores) anda cerca, ha resultado preocupante e interesante porque ha sugerido que alguien está haciendo la pregunta, "¿qué estás sacando realmente de esto?” o “¿Qué significa realmente este gesto, esta señal, este modo de vivir?”.  Como Freud escribió en 1905: "El que tiene ojos para ver y oídos para oír se convence de que los mortales no pueden guardar secretos. Si sus labios están en silencio, hablan con las yemas de los dedos; la traición se impone a través de cada poro". Los secretos que el paciente traiciona son señales de que las historias que nos hemos contado sobre cómo hemos llegado del pasado al presente pueden ser sólo sintomáticas de otra manera de dar sentido a nuestro pasado y a nosotros mismos. Algunos han argumentado que hemos entrado en una época en la que "dar sentido a nuestro pasado y a nosotros mismos" tiene tan poca relevancia para la realidad como la privacidad en la red, la disfunción eréctil psicosomática o la depresión como respuesta razonable a las formas del mundo. En otras palabras, han argumentado que la historia y las narrativas a través de las cuales esta se constituye son productos de un modo de pensar burgués, moderno o patriarcal del que podemos liberarnos. En La posibilidad de una isla, una farsa sexual de ciencia ficción de escasa calidad del novelista francés Michel Houellebecq, un científico explica que hace mucho tiempo la gente pensaba que tenía que entender su pasado para cambiar su vida. El científico explica que los neurólogos han descubierto que recordar el pasado sólo te esclaviza (a nivel bioquímico) a él. Houellebecq imagina neohumanos que no tienen necesidad de revisitar el pasado, pero incluso ellos escriben diarios en secreto. Y, por supuesto, ellos (y nosotros) tienen a su novelista.

Si alguna vez nos liberamos de la historia, si la historia llega a ser superflua para la forma en que vivimos en el futuro, Freud ya no nos perseguirá, porque su amenaza, su inacción, ya no sería relevante. En ese caso, el psicoanálisis (y muchas otras cosas) seguramente desaparecería. Tal vez entonces seríamos realmente neohumanos. Pero si seguimos considerando que el pasado es importante para dar sentido y dirección a nuestras vidas, entonces es una buena opción que oigamos los sonidos débiles del anciano, ya que estamos de nuevo animados a encontrar una manera de contar nuestras historias para entender mejor quiénes somos y qué queremos.