aperturas psicoanalíticas

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revista internacional de psicoanálisis

Número 068 2021 Clínica psicoanalítica y desigualdad social

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Migración y exilio: estudio psicoanalítico [Grinberg y Grinberg, 1996]

Autor: Brox Campos, Vicente

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Brox Campos, V. (2021). Migración y exilio: estudio psicoanalítico [Grinberg y Grinberg, 1996]. Aperturas Psicoanalíticas (68). http://aperturas.org/articulo.php?articulo=0001170

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Reseña de la obra de Grinberg L. y Grinberg R. (1996). Migración y exilio: estudio psicoanalítico. Editorial Biblioteca Nueva. 192 páginas

 

Este libro refleja el análisis, desde un punto de vista psicoanalítico, de aquello que la experiencia migratoria origina en las personas que viven esta situación. La base de los datos de este estudio deriva del ámbito clínico, de los trabajos de León y Rebeca Grinberg tanto en Argentina como en España. El fenómeno migratorio es un proceso complejo, se dan en él una gran variedad de circunstancias, concerniendo a personas con características diferentes.

Como escriben en el prefacio “Cada migración, su `porqué´ y su `cómo´, se inscriben en la historia de cada familia y de cada individuo” (Grinberg y Grinberg, 1996, p. 13).  Destacan la clínica de lo singular, idea de incuestionable valor aún vigente en el campo del psicoanálisis. También señalan como importante, el ubicar el trabajo en un determinado contexto histórico, cultural y social, y la influencia de todo esto en el sujeto. Se pretende en este texto un acercamiento clínico, donde lo intrapsíquico, lo interpersonal, y lo transsubjetivo serán tenidos en cuenta. 

El fenómeno migratorio está  compuesto de múltiples factores heterogéneos interrelacionados: condiciones de vida, circunstancias personales, calidad de la red de apoyo, oportunidad de desarrollo, características de personalidad, costumbres sociales, etc. Es el cambio de vida a otro lugar un desplazamiento no siempre fácil, que se da en pequeños grupos o en masa, con apoyos sólidos o con un horizonte de gran incertidumbre. Los sentimientos, ansiedades, pensamientos y actitudes que acompañan dicha experiencia,  señalan  las dificultades que conlleva migrar. Incluso realizándose en las mejores condiciones posibles, implicará afrontar en la mayoría de los casos situaciones potencialmente traumáticas, que pueden dejar huellas psicológicas y afectivas duraderas.

Como se ha señalado se pondrá el acento en la singularidad de esta experiencia, lo que nos lleva a una configuración diferente en cada sujeto, puesto que comporta  razones y procesos únicos. Se debe considerar la personalidad previa del sujeto, sus características psicológicas predominantes, que los efectos de la migración pondrán a prueba. Migración que realiza una persona, que puede ser vivida como extraña o diferente, ajena en muchas ocasiones a las costumbres culturales presentes en el lugar de destino, generando una historia de encuentros y desencuentros con el país de origen y el de acogida (sentimientos frente al grupo de pertenencia y frente al nuevo entorno). Expectativas, empatías, solidaridades, prejuicios, indiferencias, cambios sociales, pérdidas y ganancias que marcan lo vivido. Se puede recibir al recién llegado como intruso, con rechazo y desconfianza, o con grados variables de aceptación. La calidad en los vínculos condicionará este hecho complejo. Esta mezcla de elementos facilitará o no la adaptación e integración de las personas, conduciendo a su enriquecimiento o a un perjuicio en el desarrollo personal.

La migración se ha dado en todas las épocas de la historia de la humanidad, hay factores económicos, sociales, políticos, y personales que llevan  a esto. Se pueden clasificar en voluntarias o forzadas, transitorias o permanentes, etc.  Este fenómeno está lleno de matices o posibilidades diferentes, que marcan la diversidad de las circunstancias a enfrentar, y su estudio puede conducir a establecer indicadores de actuación y de pronóstico.

Los equipos de salud mental, como se subraya en el libro, cada vez más hacen frente a este tipo de problemática psicológica particular” (Grinberg y Grinberg, 1996, p. 15), a los síntomas que suele conllevar. Lo que puede conducir a plantear una psicopatología de la migración, mediante el estudio de las motivaciones, las expectativas, las ansiedades, los mecanismos de defensa,  los conflictos que genera en la identidad,  los sentimientos  que se desencadenan en las personas que migran y su entorno, etc. Resaltar la necesidad de establecer en estos casos, tanto a nivel preventivo como asistencial, medidas terapéuticas que faciliten  la elaboración de este suceso. 

Se habla de los mitos, abiertos como siempre a diversos significados, enigmáticos y ricos en postulados o conocimientos, ofreciendo un surtido mundo simbólico. Así muestran a Adán y Eva como la primera migración al ser expulsados del Paraíso, lugar ideal lleno de tranquilidad, seguridad, y gozo eterno; este relato  sirve de símbolo de nacimiento, refleja el paso de ese estado ideal, a otro donde se pueden sentir desamparados, y se imponen  sacrificios para garantizar la supervivencia.  El mito de Edipo también recoge diversas migraciones, y lleva a pensar en este sentido, sobre el efecto de indagar la verdad, alimento para la mente, así como semilla de conflicto; como del intento de evitar su destino, lo reprimido arcaico persiste, y la tragedia al ignorarlo, que nos remite a esa idea de actuar lo que no se pudo resolver; mito que también habla del exilio, de tener por tanto que dejar un lugar seguro y protector. La torre de Babel  expresa el deseo de llegar al cielo, con la sanción de la confusión de lenguas, y el problema de la comunicación que implica; las personas que dejan sus tierras encuentran en mayor o menor medida dificultades con el medio, las costumbres, el idioma (otra posibilidad de ataque a la facultad de vincular, la cooperación es más difícil ante la diversidad de lenguas). Migración, por tanto, como búsqueda, prohibición, expulsión, castigo, etc., entre la proeza y el sufrimiento.

En el capítulo segundo muestran cómo la migración puede ser una experiencia traumática.  Entendida esta, no solo “como un fenómeno agudo”, que genera determinado “colapso psíquico porque la mente se ve desbordada por la intensidad de los estímulos que lo desencadenan” (Grinberg y Grinberg, 1996, p. 23), también al extenderse o prolongarse demasiado en el tiempo ciertas condiciones de dificultad. El trauma amenaza la integridad adaptativa del sujeto, produce incapacidad de responder adecuadamente a los conflictos presentes. Los Grinberg  entienden el fenómeno migratorio como una experiencia múltiplemente determinada, no se trata de una situación traumática que pueda reducirse al momento de la partida del lugar de origen o al de llegada al lugar de destino. Confluye una constelación de factores que desencadenarán ciertos síntomas como las manifestaciones ansiosas, síntomas fóbicos, pesadillas, insomnio, trastornos psicosomáticos, cambios de humor, etc. Señalan que la reacción característica frente a la vivencia traumática de la migración es el sentimiento de desamparo,  de pérdida de protección y seguridad, experiencia acompañada de grandes vivencias amenazantes, de intensos  sentimientos de carencia. También las migraciones son vistas aquí como situaciones de crisis. “Esta crisis puede, por otra parte, haber sido el disparador de la decisión de emigrar, o bien la consecuencia de la migración” (Grinberg y Grinberg, 1996, p. 27).  Ocasionando periodos de transición que pueden producir en el sujeto efectos antagónicos, es en algunos casos, una oportunidad de crecimiento, en otros un momento de peligro y riesgo de desorganización. Rafael Paz habla de “explorar lo traumático, en la doble perspectiva de lo dañino eventual y de lo doloroso/estructurante, desde las marcas iniciales de pérdidas y desamparos” (2017, p. 142). El hostigamiento de lo interno y lo externo, la huella y los estigmas que el encuentro con el otro produce, las ligazones con el sufrimiento, y cómo dichos vestigios también pueden ser semilla para nuevos desarrollos del ser.  Los traumatismos actuales o pasados por su gravedad cercenan el funcionamiento del Yo, pudiendo lastimar de manera vital el espacio de confianza:

Los pacientes que padecen traumas no resueltos casi siempre hablan de vivencias corporales desreguladas; a nivel corporal se reproduce interminablemente una cascada incontrolable de emociones y de sensaciones físicas intensas desencadenadas por los recuerdos de la traumatización. Esta activación fisiológica crónica suele estar con frecuencia en la raíz de los síntomas postraumáticos recurrentes para los que el paciente solicita tratamiento. (Ogden et al., 2009, p. 39)

Se preguntan sobre quienes emigran, si están forzados por motivos políticos, religiosos, económicos, personales, etc. Probablemente con la esperanza de realizarse a través de un cambio, o por hacer posible el sobrevivir. Por tanto, hay factores que pueden explicar, en cada caso, esta decisión; también se despliegan imaginarios sobre lo que  se busca y se puede encontrar. “Todos deben pasar por momentos de duelo, desarraigo e intentos de adaptación, que podrán ser exitosamente elaborados o desencadenar síntomas psicopatológicos” (Grinberg y Grinberg, 1996, p. 31). No es lo mismo para quien espera en un tiempo regresar, que para quien su partida tiene un carácter más definitivo; como si parten de manera voluntaria, o se ven obligados a partir; o si permanecen en una situación de ilegalidad, o son acogidos legalmente; o qué cambios en las condiciones de vida toca enfrentar, etc. Recogen la idea de Menges (1959) de que aquellos que sucumben ante la nostalgia será por problemas infantiles no resueltos, de dependencia patológica. Estas personas al emigrar pueden tener menor capacidad de adaptación que quien tiene un mejor anclaje personal, familiar, de pareja, etc. También subrayan que los grupos familiares dependientes tienden menos a emigrar que aquellos que definen como  grupos de familia esquizoide, estos últimos pueden con facilidad tender al alejamiento, e incluso a la desintegración de sus miembros. No obstante, al depender el cambio de muchas circunstancias, algunas obligadas o forzadas, hasta con factores de resiliencia adecuados se pueden experimentar crisis de relevancia. 

Siguiendo a Balint (Grinberg y Grinberg, 1996, p. 33) y en relación a lo que este autor llamó estructura ocnofílica y estructura filobática (dos tipos de relaciones objetales primitivas, fruto de lo que denominó la falta básica), los Grinberg piensan que, desde la primera, por su aferrarse a la seguridad y el apego a sus relaciones de objeto, apoyo percibido como vital y necesario, cualquier separación se vive como amenazante, así, este tipo de personas tienden menos a salir de su entorno. Por el contrario, las personas filobáticas, viven con tensión la proximidad, con desconfianza o indiferencia, y se ven menos amenazados al alejarse de sus objetos, incluso por su anhelo de búsqueda de experiencias nuevas tienden a prescindir más de los otros, y generar su particular independencia, lo que llevaría a que fuera para estos más fácil partir hacia otros lugares. Este autor postula que la meta de todo ser humano es establecer una comprensiva armonía con el ambiente, pudiendo ser  el trauma algo que altera sustancialmente esta relación de equilibrio.

Plantean que hay quienes afirman que solo tienden a migrar los que tienen un Yo más fuerte, y capacidad para enfrentar riesgos” (Grinberg y Grinberg, 1996, p. 34), lo que implica hablar de suficientes objetos buenos instalados en la realidad psíquica del individuo, ya que esto reduciría posibles desbordamientos impulsivos, temores de abandono y las ansiedades persecutorias.  La marca de estos objetos potencia la dinámica psíquica, el pensamiento, el establecer vínculos verdaderos, facilitando logros, y mayor grado de satisfacción. No deja de ser un ideal para migrar, ahora hablaríamos de capacidades de resiliencia de cada persona. “La posibilidad de desarrollar un sentimiento de pertenencia parece ser un requisito indispensable para integrarse exitosamente en un país nuevo, así como para mantener el sentimiento de la propia identidad” (Grinberg y Grinberg, 1996, p. 35). La migración, vista de este modo, puede ser un elemento de riesgo psicopatológico, más si la estructura previa de la persona que migra es frágil. En este libro se subraya la idea de que  toda pérdida que sucede en el desarrollo de la persona remite a sucesos de la infancia, acontecimientos negativos en esa época aumentan la vulnerabilidad a distintas formas de patología psíquica. Si en los primeros años de vida se establecieron  suficientes objetos buenos, que dieron seguridad y protección, esto permite una construcción de lo que se vivencie  más favorable.

¿Qué impulsa a partir? Hay personas que desde mucho tiempo atrás han tenido en su cabeza ese anhelo de ir a vivir a otro país. Por circunstancias internas o externas ven el irse a otro lugar como una huida necesaria, que abre nuevas esperanzas; hay un anhelo de cambio, un tanto idealizado, en busca de algo mejor para sí mismo, o para los suyos. No es fácil, en muchos casos esa resolución, ansiedades primarias hacen difícil estas decisiones: miedo a romper la seguridad de los vínculos de pertenencia, miedo a la soledad, o a las dificultades a enfrentar. Nos indican estos autores cómo los que parten pueden ser objeto de admiración y respeto, pero también blanco de hostilidades.

También se preguntan sobre los que se quedan, sobre sus vivencias, las cuales dependen de la calidad de los contactos instaurados, muchas veces relacionados con el vínculo de consanguinidad.  Así, padres que vivirán la partida de un hijo como una pérdida, lo que puede generar algo más que un dolor de orden psicológico y conllevar cierto quebranto de su estructura psíquica y física. O los hijos de los que parten, que muchas veces quedan al cuidado de familiares durante largos años, llenos con frecuencia de carencias afectivas, sentimientos de abandono, resentimientos, envidias, etc. Y las huellas que deja esto en el devenir: “Volver indianos, habiendo hecho fortuna. Muchos de los que no lo lograban ya no volvían, por no enfrentar el fracaso de sus ilusiones” (Grinberg y Grinberg, 1996, p. 76).

La elección de partir ya implica perdida, dejar amigos, familia, rutinas, lugares, etc. Es este, como se puede imaginar, un proceso de cambios, frecuentemente angustiosos, aunque hay que destacar lógicamente, que no todas las personas que viven grandes sucesos inquietantes responden igual. Como defensa ante emociones dolorosas por este estado de conflicto o situación estresante, es frecuente que las personas tiendan a la disociación. Se puede por tanto idealizar todos los aspectos nuevos que se dan en el nuevo sitio, como se devalúa todo lo del lugar de origen. O al contrario, se resalta con aprecio lo dejado en la partida, y se desvaloriza lo encontrado en el sitio de acogida. Las cualidades vinculares de cada sujeto harán posible una mejor o peor adaptación a los cambios que se planteen.

Destacan que  la migración es un proceso largo que tal vez no termine nunca. Vivencias de inseguridad,  ansiedades frente a lo desconocido, sentimientos de desamparo e inhibición. “En estas condiciones, el individuo necesita imperiosamente que alguien, persona o grupo, en el nuevo medio, asuma funciones de `maternaje´ y `continencia´ que le permitan sobrevivir y reorganizarse” (Grinberg y Grinberg, 1996, p. 81). Los Grinberg subrayan la necesidad de crear un espacio potencial que sirva de lugar de transición entre los distintos mundos, que facilite la posibilidad de vivir e integrar, sin rupturas fuertes con el entorno, estos hechos. Establecer condiciones de seguridad que otorguen la posibilidad de vivir satisfactoriamente en lo fundamental, en una relación de continuidad de entorno y self, un ambiente que dé confianza permite un mejor desarrollo de las capacidades personales. Se puede prevenir, por tanto, el éxito o fracaso en una migración. La psicología que se ha denominado transcultural se plantea entre sus objetivos dar cuenta y atender a los procesos y factores implicados en la relación entre salud mental y diversidad cultural. El estudio de los procesos migratorios desde una perspectiva socio-psicológica resulta imprescindible para entender el hecho migratorio, y entender la trama de emociones y sentimientos que se movilizan; saber, por tanto, los mecanismos necesarios para un ajuste saludable a estos cambios, y ayudar a crear nuevos y solidos sentimientos de pertenencia.

Es crucial la respuesta que da la comunidad receptora a la persona que llega, la cual puede también sentir el impacto de la presencia del extranjero. El efecto que se genera, para estos autores, está entre dos polos, entre la aceptación y el rechazo (entre un acogimiento apropiado, y la deshumanización y cosificación del inmigrante, negando su condición de persona). El modelo que sugieren para pensar este hecho es el planteamiento que Bion hace de la relación continente-contenido (el continente nos hablaría de todo lo que ocurre con el grupo receptor, y el contenido, de la idea nueva que conlleva el ajeno). En este sentido destacan un término utilizado por Bion, el establishment, para referirse a personas que ejercen un papel de poder sobre el grupo. La manera que el grupo enfrenta esta realidad nueva, depende en cierta medida de los movimientos que alientan sus líderes. El establishment concilia distintas vivencias emotivas grupales; lo que conlleva la función de facilitar una adecuada contención, que limita y protege al grupo de la perturbación de lo nuevo, y da esperanzas; o difunde miedos, amenazas, ambiciones, etc. “La idea nueva contiene para Bion una fuerza potencialmente disruptiva, que violenta en menor o mayor grado la estructura del campo en el que se manifiesta… el establishment trata de proteger al grupo de esta disrupción.” (L. Grinberg et al, 1991, pp. 34-35), de esto depende en gran parte la asimilación de lo nuevo, las reacciones del grupo, y los cambios que se desarrollen. Como podemos observar el establishment puede plegarse a otro tipo de voluntades o intereses, y así en vez de ser promotor de logros y cambio, vehiculizar mensajes de hostilidad, menosprecio, etc., con la función de desazonar, suprimir, negar, confundir, o dominar. No obstante, las actitudes de ambos grupos pueden facilitar la integración, creando buenas condiciones de holding.

Los seres humanos van cambiando, tanto los que se han ido como los que se han quedado, del mismo modo que van cambiando los hábitos, las formas de vida y el lenguaje (aunque se trate del mismo idioma). Lo que no cambia, y eso es importante, por su influencia y repercusión ulterior, es el ambiente no-humano, que llega a constituir una parte significativa del sentimiento de identidad. (Grinberg y Grinberg, 1996, p. 84)

Las angustias que pueden surgir poco después del periodo inicial de una migración son de tipo persecutorio, confusional y depresivo. Estas angustias están presentes como una constante en todo proceso migratorio, pero con grandes variaciones en cuanto a intensidad, durabilidad y evolución. (p. 91)

Todo esto puede conducir a desarrollos anómalos, o favorecer la manifestación de la patología latente. Otro de los problemas que resaltan estos autores como significativo es la dificultad de los inmigrantes para encontrar su lugar en este nuevo destino. Muchas veces su posición social o estatus se ve comprometida. Esta temática aparece con facilidad en sueños, que como los de índole traumática, son con frecuencia evacuativos o repetitivos. Otros lo que pagarán es el esfuerzo por la superación personal. En ambos se dan con frecuencia  temores a la miseria y el desamparo. Y lo fundamental tener trabajo, elemento de valor en la organización y equilibrio de la vida psíquica, hace sentirse bien consigo mismo, refuerza por tanto la autoestima, y facilita su integración en el nuevo medio, haciendo posible un nuevo comienzo.

En toda migración hay, normalmente, un incremento de las ansiedades más  primitivas. Ansiedades persecutorias frente a las amenazas de lo desconocido, ansiedades confusionales  ante la desorientación que generan los cambios, y depresivas ante la conmoción de lo perdido. Se sufre por daños,  por sensaciones de inquietud, de aflicción, e incomunicación. Sufrimientos que formarán parte de la psicopatología de la migración, y su evolución dependerá  de las posibilidades de poder enfrentarlos satisfactoriamente. La capacidad o no de afrontar y solventar las dolencias que se despiertan: sentimientos de  pérdida,  angustia, tristeza, inseguridad, inestabilidad, precariedad, desarraigo, nostalgia, etc.; las expectativas e ilusiones que se ven realizadas o frustran; la crisis de identidad que frecuentemente se producen, marcan el éxito o fracaso de este proceso.

Estos hechos pueden conducir, según este texto, a vivencias de “cambio catastrófico” como describió W. R. Bion. Situaciones difíciles que conllevan con frecuencia hasta breves fases de despersonalización. Lo que nos remite  al pensamiento pensado y al pensamiento no pensado; a la relación entre continente y contenido; a la conexión del sujeto con la propia verdad (la perturbación del pensamiento sucede ante la incapacidad del sujeto de entrar en contacto con su realidad psíquica). Ante un cambio nuevo, se pueden desencadenar fuerzas disruptivas, que en menor o mayor grado violentan los vínculos internos y externos. Produciendo desde modelos expulsivos, dogmáticos, u otro tipo de transformaciones, así,  su desenlace puede dirigirse  hacia una catástrofe o desorganización grave, o por lo contrario hacia  un resultado exitoso y creativo.

Aumenta la dificultad de este proceso, si el sujeto encuentra fuertes obstáculos, por ejemplo, el idioma. La frustración del lenguaje, de enfrentar un nuevo idioma, es un gran generador de angustias. “El lenguaje determina el conocimiento del mundo, de los demás y de uno mismo. Suministra un punto de apoyo para la propia identidad” (Grinberg y Grinberg, 1996, p. 109). También es un inconveniente el efecto del clima, es decir, la obligada adaptación a temperaturas extremas o muy diferentes a las acostumbradas. Para su integración al medio es fundamental el aprendizaje del idioma, la incorporación de nuevas costumbres y normas, etc. La integración de los inmigrantes obliga a adecuarse a una realidad diferente de la conocida, y es desde esta realidad desde donde se inician  otros conflictos o dificultades, que variarán dependiendo de recursos, capacidades o estilos de personalidad.

Es importante la edad en la que se da la experiencia migratoria. El desarrollo del niño se ha demostrado complejo, más si se incluye la dimensión histórica, es un sujeto en evolución, por tanto, con la ventaja de una importante capacidad de asimilación. Los vínculos con los padres dejan en el espíritu del niño una huella insondable e indeleble, si las carencias son grandes se llegará a emociones de desesperación y desapego, lo contrario  generará  seguridad y confianza en sí mismo. El ambiente puede en estos casos ser deficiente en lo social no  asegurando una interacción suficiente y confiable, dando lugar a posibles dificultades mixtas, socioeconómicas,  psicológicas, etc., con el peligro de que surjan trastornos graves. La carencia persistente tiene un efecto notable en el desarrollo del niño, que se puede traducir en secuelas afectivas, relacionales, y en el bloqueo de sus capacidades personales. “La vergüenza y la duda tempranas, sentimientos que la inmigración acentúa, minan la confianza básica adquirida, más aún si ésta es endeble por conflictos previos” (Grinberg y Grinberg, 1996, p. 122). En nuestra sociedad se intenta proteger al niño, aunque normalmente se carece de marcos asistenciales que den la atención adecuada. También se puede emigrar en la vejez, y como se  señala en este texto, con la posibilidad de que las pérdidas sean más grandes que los beneficios que se consigan.

La migración afecta al sentimiento de identidad, puede afianzar ciertos aspectos de imagen y significación, o desestabilizarlos. Se enriquece incorporando recursos y vivencias. También si se pierde el sentirnos nosotros mismos,  la angustia puede presentarse, facilitando sentimientos de rechazo, ajenidad y hostilidad. El mantener cierto estatus en el lugar de acogida facilita el equilibrio psíquico.

El concepto de identificación es central y básico para la comprensión del desarrollo y organización de la personalidad. Interviene como proceso fundamental en la formación del yo, del superyó y del ideal del yo, del carácter y la identidad, siendo a la vez una constante en el continuo interjuego de la relación entre el sujeto y los objetos. (L. Grinberg, 1985, p. 7)  

Una emoción frecuente es el miedo al fracaso, el tener que ser mejor que antes en logros sociales y económicos, esto afecta a las personas y familias de manera significativa.  Y el temor al rechazo, lo que hace que se pueda devaluar lo propio. Resulta inevitable preguntarse por la dialéctica de lo mismo y lo otro, encontrar identidad puede ser un camino tortuoso, el emigrante pretende muchas veces eliminar las diferencias, lo que conduce a cierto borrado de aspectos de su personalidad, o defensivamente remarcar su particularidad lo que conlleva cierto grado de confrontación. Contradicciones, y situaciones de incertidumbre y ambivalencia, que desafiarán su estabilidad psíquica. El migrante se mueve con frecuencia entre emociones ambivalentes de idealización y rechazo frente a lo que deja y a lo que lo recibe. Puede sobreestimar la virtud del país de acogida y de sus gentes, o lo contrario, dando vueltas, se denigra, o añora desmedidamente.

La migración supone un factor de estrés relevante, así, los obstáculos externos  pueden facilitar una descompensación psicótica, que se suman a factores de vulnerabilidad estructural que el sujeto tiene. Las pérdidas sufridas, las condiciones duras de la vida, el desamparo, el sentimiento de desprotección, generan perturbaciones suficientes para desencadenar patología psíquica (ansiedad,  depresión, trastornos psicosomáticos,  psicosis, etc.).

En momentos de estrés crónico o ansiedad, como muestran muchas investigaciones, es difícil que se desarrollen estrategias elaborativas adecuadas.

La mentalización se refiere a la capacidad de comprender las acciones de los demás como de uno mismo en términos de nuestros pensamientos, sentimientos, deseos y anhelos; se trata de una capacidad muy humana que sustenta nuestras interacciones cotidianas… En ausencia de mentalización no puede haber un sentido robusto del self, ni interacciones sociales constructivas, ni reciprocidad en las relaciones, como tampoco ninguna sensación de seguridad personal. (Bateman y Fonagy, 2016, p. 28)

El exilio obviamente es una desventaja, es algo más que el partir de tu país, es un paso forzado que quiebra el proyecto de vida. Se subraya en el libro el impacto emocional que conlleva este cambio obligado.  Son frecuentes los anhelos de volver, de recuperar lo que se dejó, fundamentalmente la familia. El contacto con otras realidades conlleva cambios importantes, hasta en la propia identidad.  Se habla del odio del exiliado “armas de doble filo: estímulos vitales si pueden ser controlados y dosificados con prudencia, pero armas peligrosas y destructivas si son ellos los que dominan. Además de atacar la propia cordura pueden destruir las fuentes de esperanza y ayuda…” (Grinberg et al., 1996, p. 151).

En el capítulo sobre la segunda generación de inmigrantes, se expone un caso clínico donde se destaca el efecto que provoca la lucha de la familia por sobrevivir, por mejorar sus condiciones de vida, de dar un futuro más próspero a los hijos. Hijos que son los beneficiarios de la trayectoria recorrida por los padres, y herederos con frecuencia de otros conflictos no resueltos por estos, por ejemplo, señalan:

Hay casos en que el duelo se posterga tanto que se delega en la segunda generación. Sucede entonces que la familia original que emigró mantiene un equilibrio más o menos estable en apariencia… el duelo no elaborado pesa sobre sus integrantes y uno de los miembros de la generación siguiente será necesariamente el depositario del mismo. (Grinberg y Grinberg, 1996, p.161)

La segunda generación se integra más en ciertos aspectos culturales, pero con frecuencia sus miembros están inmersos en mayores conflictos sociales.

Nos hablan en el siguiente capítulo del retorno al lugar de origen del emigrante. Con  diferencia lógicas entre trabajadores que fueron por un periodo temporal, a aquellos que buscaron una vida diferente. Volver implica incertidumbre, no se sabe las dificultades o facilidades que encontrarán.  Esta decisión es más difícil si implica a otros miembros de la familia, lo que comporta discrepancias individuales normalmente sobre el deseo de regreso. 

Al volver a su país el emigrante llega, a veces, ilusionado, con expectativas de recuperación de todo lo añorado… Pero la realidad que enfrenta suele ser distinta. La comprobación de los cambios en las personas y las cosas, los hábitos y las modas, las casas y las calles, las relaciones y los afectos, le harán sentirse un extraño. (Grinberg y Grinberg, 1996, p.179)

Estos autores, como metáfora, piensan el desarrollo humano como una experiencia migratoria. A lo largo de la vida, desde el propio nacimiento se van sufriendo migraciones. Los hechos que vivimos, la cohesión que  el otro posibilita, es un continuo de separaciones y encuentros. Esto genera  experiencias de satisfacción que dan confianza en uno mismo y en el entorno, y rupturas donde lo negativo y lo agresivo juegan en distinto grado. Todo ello va construyendo referentes que serán tenidos en cuenta consciente e inconscientemente por el sujeto, que se van convocando ante nuevas circunstancias externas e internas. Así, las pérdidas del presente, amenazas, confusiones, duelos, separaciones, ambiciones, frustraciones, etc., son una nueva oportunidad de elaborar pérdidas pasadas, o de repetir viejos dolores. Como se subraya en todo el libro, la introyección de objetos buenos es garantía de salud mental. Winnicott, al estudiar la naturaleza humana, parte también en su enfoque evolutivo de cierta fusión primaria con el ambiente, que hace posible el sentimiento de continuidad del ser, y, por tanto, el fortalecimiento y desarrollo de distintas funciones yoicas, entre ellas la capacidad para estar a solas, la adquisición de dicha capacidad es un rasgo crucial de madurez emocional. “La capacidad para estar solo depende de la existencia de un objeto bueno en la realidad psíquica […] el individuo ha tenido la oportunidad de establecer la creencia en un ambiente benigno…” (Winnicott, 2006, p. 460).

“El rêverie, factor fundamental de la función alfa (mentalizante y transformadora) de la madre tiene un papel fundante y constitutivo para la formación de una función análoga en el aparato mental del niño” (Bolognini, 2004, p. 82).

Desde esta perspectiva nos hablan de la adopción, y de esas familias que por motivos económicos o de otra índole ejercen un papel semejante al de adopción, de una manera temporal o permanente. Los niños se confrontarán así con idealizaciones, resentimientos, añoranzas, etc. en relación a sus distintos mundos de pertenencia.

Al final se recogen testimonios personales en relación a estos temas tratados.

Referencias

Bateman, A. y Fonagy, P. (2016). Tratamiento basado en la mentalización para trastornos de la personalidad. Desclée de Brouwer.

Bolognini, S. (2004). La empatía psicoanalítica. Grupo Editorial Lumen.

Grinberg, L. (1985).  Teoría de la identificación. Tecnipublicaciones.

Grinberg, L y Grinberg, R. (1996). Migración y exilio. Editorial Biblioteca Nueva.

Grinberg, L., Sor, D. y Tabak de Bianchedi, E. (1991). Nueva introducción a las ideas de Bion. Tecnipublicaciones.

Menges, L. J. (1959). Geschiktheid voor emigratic Eenonderzock naar enkele psychologische aspecten der emigrabilitei (Tesis doctoral). Universidad de Leiden, Holanda.

Ogden, P., Minton, K. y Pain, C. (2009). El trauma y el cuerpo, un modelo sensoriomotriz de psicoterapia. Editorial Desclée de Brouwer.

Paz, R. (2017). Psicoanalizando. Ediciones Biebel. 

Winnicott, D. W. (2006). Obras escogidas. RBA Biblioteca de Psicoanálisis.