aperturas psicoanalíticas

aperturas psicoanalíticas

revista internacional de psicoanálisis

Número 025 2007 Revista Internacional de Psicoanálisis en Internet

Una perspectiva general de las contribuciones clave de Joseph Sandler al psicoanálisis teórico y clínico

Autor: Fonagy, Peter

Palabras clave

Afectos, Autorrepresentacion, Introyeccion, Identificacion, Seguridad (trasfondo de), Superyo, transferencia, trauma.


"An overview of Joseph Sandler's key contributions to theoretical and clinical psychoanalysis" fue publicado originariamente en Psychoanalytic Inquiry, 25, 2, 2005. Copyright 2005, Melvin Bornstein, M.D.; Joseph Lichtenberg, M.D., Donald Silver, M.D. Traducido y publicado con autorización de The Analytic Press.


Traducción:    Marta González Baz
Revisión:        Raquel Morató


Joseph Sandler desempeñó un papel fundamental en lo que Ogden (1992) ha denominado la “revolución silenciosa” en la teoría psicoanalítica durante las últimas décadas. Sus logros reflejaban su capacidad de combinar la habilidad para la investigación empírica con el más alto orden de comprensión de la teoría psicoanalítica. Desde el marco de referencia más tradicional adquirido mediante su formación analítica, Sandler evolucionó gradualmente hacia una integración compleja de la psicología del yo y la teoría de las relaciones objetales que ha llegado a ser cada vez más importante.  Mediante este proceso, Sandler pretendía mantener la teoría vinculada a la actividad clínica. Mientras que la mayoría de analistas aceptan de boquilla la íntima relación entre teoría y práctica, Sandler, utilizando como marco de trabajo el Index Psicoanalítico de Hampstead, investigó la aplicabilidad de los conceptos psicoanalíticos al marco clínico. Esto resultó en reconceptualizaciones de algunos de los principios fundamentales del psicoanálisis. Su formación como psicólogo experimental le dio una nueva perspectiva sobre los conceptos tradicionales, que él reforzó y modificó sobre la base de la investigación empírica. Su inmersión en el desarrollo de niños en el Centro Anna Freud también influyó en su desarrollo intelectual.

Revisar adecuadamente las contribuciones psicoanalíticas de Sandler requiere una capacidad para moldear y sintetizar conceptos psicoanalíticos que probablemente sólo poseía el propio Sandler. Aquí destacamos algunas de las contribuciones más importantes para animar a los lectores a seguir explorando por sí mismos.

La representación y los afectos

El mundo representacional

El nuevo concepto psicoanalítico más importante introducido por Sandler es su marco de referencia para el mundo representacional. Descrito plenamente en un artículo escrito junto con Bernard Rosenblatt (Sandler y Rosenblatt, 1962), el mundo representacional había sido previamente el trasfondo para su artículo de 1960 sobre el superyó (Sandler, 1960c), así como para otros (p. ej. Sandler, 1962). El concepto de Sandler del mundo representacional tiene sus raíces, entre otros, en el trabajo de Piaget (1936, 1937), en el concepto de autorrepresentación de Jacobson (1953a, 1954a, b, c), y la noción de esquema corporal de Head (1926). El mundo representacional pertenece a una familia de modelos psicológicos que adquirió relevancia con la revolución cognitiva en la psicología, estimulada por la analogía entre la mente humana y los ordenadores digitales, mucho después de la adopción del concepto por parte de Sandler. El uso de la idea de representación mental  en la ciencia cognitiva ha guiado a los psicólogos de orientación psicodinámica, así como a los psicoanalistas, a adoptar la noción de Sandler como marco referencial dominante para la conceptualización de la representación interna de las relaciones objetales (p. ej. Bowlby, 1973, 1980; Kernberg, 1976; Stolorow y Atwood, 1979; Stern, 1985; Blatt y Behrends, 1987; Horowitz, 1991; Westen, 1991).

El modelo de trabajo interno de Sandler antecede a la formulación de Bowlby pero se parece a ella en cierto modo. Ambos tienen una deuda intelectual con la revolución cognitiva en la psicología al principio de la década de los 60 (Gardner, 1985). Ambos consideran que las representaciones de relación consisten “en esencia, en un conjunto de expectativas relativas a la apariencia y las actividades de la madre” (Sandler, 1960c, p. 147). En la explicación de Sandler (1962), las representaciones del self y el otro tienen una “forma”; también tienen un componente afectivo crítico que ayuda a organizar e integrar las sensaciones y percepciones que surgen de la experiencia interpersonal. Una vez que se forma una autorrepresentación, pueden establecerse las representaciones de objeto. La metáfora de Sandler vincula el modelo representacional con la teoría estructural: el yo es el teatro y las representaciones son los personajes en el escenario. Nos damos cuenta de que los personajes representan el drama, pero permanecemos felizmente ignorantes del atrezzo necesario que se requiere para montar la obra.

Esta idea permitió a Sandler diferenciar algunos conceptos psicoanalíticos básicos. Por ejemplo, en la introyección existe un cambio en el estatus de las representaciones parentales que no implica un cambio en la autorrepresentación. En la incorporación, por otra parte, la autorrepresentación cambia para parecerse a la imagen percibida del objeto. La identificación es una fusión pasajera de las representaciones del self y el objeto y que preserva sus fronteras y distinción. Un deseo instintivo puede verse como una modificación momentánea en la representación del self y del objeto; el conflicto puede resultar en la exclusión de la conciencia de estas representaciones. Las defensas reorganizan los contenidos del mundo representacional (p. ej. la proyección modifica la forma de la representación de objeto para hacer que se parezca a la autorrepresentación inconsciente). De forma similar, el narcisismo primario es la catexis libidinal de la autorrepresentación; el amor de objeto es la transferencia de esta catexis a la representación del objeto. El narcisismo secundario es la retirada de la catexis libidinal de la representación de objeto a la autorrepresentación.

En sus primeros artículos, Sandler no veía inconsistencia entre la noción de mundo representacional y la metapsicología freudiana clásica. Pero su desarrollo meticuloso, sistemático del marco del mundo representacional sería la piedra angular de la “revolución silenciosa” en el pensamiento psicoanalítico. No fue el primero en alinear implícitamente el psicoanálisis con los descubrimientos de otras ciencias de la mente (p. ej. Jacobson, 1964), pero sí fue el primero en hacerlo ofreciendo una conceptualización abarcativa alternativa del psicoanálisis, sin afirmar simultáneamente haber reinventado la disciplina completa. Este equilibrio de innovación radical vestida de innovación minimalista fue el sello de la brillante contribución de Sandler.

El concepto de los estados de sentimiento

Sandler revisó la teoría psicoanalítica ubicando los estados de sentimiento, en lugar de la energía psíquica, en el centro de la teoría psicoanalítica de la motivación. En un capítulo sobre el papel del afecto en la teoría psicoanalítica, Sandler (1972a) afirmaba inequívocamente que “si bien los impulsos, necesidades, fuerzas emocionales y otras influencias que emergen de dentro del cuerpo son enormemente importantes para determinar la conducta, desde el punto de vista del funcionamiento psicológico ejercen su efecto mediante cambios en el sentimiento” (p. 296). Sandler vio todo el contexto ideacional del campo de la experiencia incrustado en una matriz de estados de sentimiento que otorga dirección a todas las adaptaciones.

Este énfasis en los estados de sentimiento creó un puente entre las teorías pulsionales clásicas y las teorías de relaciones objetales. La suposición de Sandler de que los estados de sentimiento son experiencias subjetivas que representan un estado del self en relación con otra persona fue clave. Muchos autores creativos que han contribuido al estudio de las relaciones objetales, especialmente de las interacciones tempranas madre-infante, han hecho extensivo el uso del modelo de Sandler (p. ej. Stern, 1985; Emde, 1988), como una alternativa a las explicaciones escasamente adecuadas de la teoría pulsional.

En 1978, Sandler dio una conferencia sobre los deseos inconscientes y las relaciones humanas, haciendo explícita su convicción de que el deseo es la unidad básica del discurso psicoanalítico, mientras que los instintos y las pulsiones son tendencias psicológicas básicas. En artículos posteriores (p. ej. Sandler y Sandler, 1978), se hizo explícita la ruptura con la teoría pulsional clásica. Sandler esbozó la progresión histórica de sus ideas en un artículo publicado en 1985 en Nueva York (Sandler, 1989). Para Sandler, los afectos conducían a los deseos, que a su vez conducían a las acciones, y podían considerarse en la raíz del conflicto. Un abandono importante de los aspectos más mecanicistas de la tradición de la psicología del yo estaba ahora en camino, un proceso que culminó en su rechazo definitivo a esta tradición (Schafer, 1976, 1978). Si bien Sandler fue quizá uno de los primeros en centrarse en la teoría de la motivación basándose en los estados de sentimiento en lugar del de las pulsiones, no fue en absoluto el único. Entre aquellos que también contribuyeron a este cambio hubo varias figuras importantes del mundo de la psicopatología infantil (Spitz, 1965; Emde, 1980a, b), de la ciencia cognitiva (Rosenblatt y Tickstun, 1970, 1977; Peterfreund, 1971), así como pioneros en el trabajo psicoanalítico con los pacientes más graves del trastorno de la personalidad adulta (Kernberg, 1975, 1976; Masterson, 1985). Sandler fue único en su capacidad para mantener un contacto incesante con el trabajo de Freud y un compromiso con el mantenimiento de los componentes clave de la “vieja” metapsicología para los que era todavía útil y productivo.

El superyó, el ideal del yo y el self ideal

En un trabajo crucial y bien conocido, Sandler (1960c) revisó radicalmente el concepto del superyó. Introdujo el “esquema de superyó preautónomo”, alterando las formulaciones freudianas clásicas del superyó y las nociones kleinianas (p. ej. Klein, 1927, 1933, 1958), para explicar cómo los niños preedípicos pueden desarrollar una conducta moral relacionada con el objeto. Y lo que es más importante, mostró que el superyó contiene aspectos aprobadores y permisivos así como prohibitivos, dándole al niño un sentimiento de fondo de ser amado. La estructuralización del superyó permanece asociada con el complejo de Edipo e implica la capacidad para invocar estos estados afectivos sin la supervisión del objeto parental.

Como parte del procesamiento del material clínico en el Index Hampstead, Sandler, junto con Alex Holder y Dale Meers (Sandler, Holder y Meers, 1963) reveló importantes ambigüedades en el concepto del ideal del yo (p. ej. una conciencia, una autorrepresentación ideal, unos introyectos parentales ideales). Aplicando el modelo al mundo representacional, sugerían que el ideal del yo era una versión del self que tenía la forma deseada del self. Esta representación surgía como un compromiso entre la gratificación instintiva deseada y la necesidad del niño de obtener el amor y la aprobación de las figuras parentales o sus introyectos. La discrepancia entre el self y la autorrepresentación ideal se consideró como inversamente proporcional a la autoestima. La vergüenza, por ejemplo, podría surgir de una falla “para estar a la altura de los estándares ideales” (Sandler y col., 1963, p. 157), mientras que la culpa surgiría de una diferencia percibida entre el self ideal y el self dictado por los introyectos.

Dolor y depresión

En dos artículos, Sandler y Joffe (Joffe y Sandler, 1965; Sandler y Joffe, 1965a, b) reconsideraban la depresión desde una perspectiva del mundo representacional. Sostenían que el término previamente había sido usado de modo impreciso, sin distinguir entre los estados de infelicidad, sufrimiento (dolor) y depresión como respuestas afectivas. Sostenían que el dolor psíquico puede entenderse como la discrepancia entre el estado real del self y un ideal basado en recuerdos o fantasías. Esta discrepancia se consideraba común a todas las formas de displacer, incluyendo la ansiedad. La agresión era una respuesta normal a dicha inconsistencia.

El individuo desarrolla gradualmente una apreciación de la realidad que supone renunciar a estados de satisfacción previamente disfrutados y abandonar las experiencias mágicas y omnipotentes –lo óptimo es que lo hagan con el mínimo dolor. Abandonar estados ideales puede ser más análogo al proceso de duelo que a la depresión. Sin embargo, los estados ideales de bienestar implican representaciones objetales mentales. La pérdida del objeto puede ser traducida de modo útil entonces como la pérdida de un estado del self para el que el objeto era vehículo. Las respuestas depresivas pueden producirse a continuación cuando el individuo no responde al dolor psíquico con una descarga adecuada de agresión. La respuesta adaptativa es la individuación, un proceso de elaboración que implica abandonar la persecución de estados ideales perdidos y adoptar otros nuevos en sintonía con la realidad, así como con los estados internos. Este proceso tiene lugar a lo largo de la vida, pero es evolutivamente típico de estados concretos determinados por la biología y la cultura.

La respuesta depresiva –capitulación frente al dolor- es lo opuesto a la individuación. No es adaptativa en tanto que puede aliviar el dolor psíquico a causa de la inhibición asociada, pero “no está encaminada a la recuperación” (Joffe y Sandler, 1965, p. 423). La depresión es, por tanto, una vía final común a un amplio rango de influencias que puede incluir factores constitucionales así como ambientales e intrapsíquicos.

El trasfondo de la seguridad

En una presentación de 1959, Sandler (1960a) introdujo el trasfondo de la seguridad, un concepto revolucionario que ubicaba al yo en un marco positivo de intentar maximizar la seguridad más que evitar la angustia. Aunque Sandler reconoció la complementariedad inversa de la angustia y la seguridad, mostró que la persecución de la seguridad es un constructo dominante, compatible con la teoría de  los instintos, que tiene la capacidad de organizar las defensas, percepciones y fantasías. Además, Sandler reafirmó el estatus de las pulsiones instintivas como “motivadores primarios de conducta” (p. 365). Sin embargo, este concepto proporcionó un marco motivacional mucho mejor articulado con la tradición de las relaciones objetales interpersonales que un simple modelo de la teoría pulsional.

Los patrones de percepción pueden representar la seguridad, de modo que el éxito puede percibirse como una amenaza, y el fracaso puede llegar a estar vinculado con los sentimientos de familiaridad y seguridad. Así, el sentimiento de seguridad puede invalidar el displacer en términos de dolor y sufrimiento. El concepto aparentemente simple de seguridad, ha demostrado ser esencial no sólo para la elaboración de la teoría de las relaciones objetales de Sandler, sino también en otras áreas. Por ejemplo, en un artículo posterior, Joffe y Sandler (1968) lo aplicaron a la autonomía, que se consideraba un reflejo del rango de estrategias disponible para mantener el sentimiento básico de seguridad de cara a las amenazas de disrupción por parte de las pulsiones, el superyó o el mundo externo.

El concepto de seguridad de Sandler recuerda al instinto de aferramiento de Hermann (1923) y a la noción de base segura de Bowlby (1973), pero para estos autores, la seguridad era una fuerza biológica[1], mientras que para Sandler era algo distinto y carecía de la excitación normalmente asociada a la gratificación de las pulsiones. De hecho, Sandler (1989) se opuso a ambos, demostrando que la urgencia para obtener el sentimiento de bienestar y seguridad debería ser más fuerte que la gratificación instintiva de mantener a ésta última bajo vigilancia cuando su expresión implica peligro. La seguridad es el ejemplo más radical de la reelaboración de Sandler de la motivación en términos de estados de sentimiento en lugar de pulsiones.

Una teoría del trauma

Sandler (1967) revisó el concepto impulsado en parte por la dificultad de definir el trauma en términos absolutos como una experiencia intrapsíquica de estar abrumado o como una categoría concreta de acontecimientos externos. En un importante avance teórico, especificó que las secuelas patológicas del trauma no dependen de la experiencia inicial de indefensión por parte del niño frente al acontecimiento, sino más bien de la condición postraumática del niño. Sugería que las secuelas clínicas del trauma pueden deberse a la continua tensión del yo, determinado principalmente por el grado de conflicto interno que permanece tras el trauma, paralizando el crecimiento de la personalidad y conduciendo al desarrollo de patología borderline, delincuente o psicótica.

El modelo psicoanalítico básico

El trabajo de Sandler y Joffe culminó en un artículo (Sandler y Joffe, 1969) sobre el modelo psicoanalítico básico en el que introducían numerosas distinciones cruciales para la psicología psicoanalítica. Tal vez la más importante  fue la distinción entre los campos vivencial y no vivencial de la teorización psicoanalítica. Mientras que el primero se refería al modelo representacional de Sandler y Joffe, el último conllevaba mecanismos, estructuras y aparatos. Lo no vivencial es inherentemente no consciente, aunque no está reprimido ni inhibido dinámicamente. La distinción entre una fantasía (consciente o inconsciente) y la función organizada que la apuntala (el fantaseo) sigue siendo un ejemplo evocador.

El modelo deja claro que la experiencia no es el agente del cambio; el cambio es provocado por estructuras en el campo no vivencial, que ocasiona los correspondientes cambios en el vivencial. Así, la autorrepresentación no puede ser un agente, sino que es una entidad que determina como se comportan los mecanismos de la mente. Este artículo ubicaba el modelo de Sandler en una posición relativamente clara vis-a-vis la dicotomía de Greenberg  y Mitchell (1983) entre pulsiones y modelos relacionales. El modelo de Sandler ubicaba las formulaciones relacionales dentro del marco de una psicología estructural, si bien es cierto que considerablemente modificada de la de Freud, Hartmann, Kris, Loewenstein y Rapaport. Aunque modificando la teoría estructural, Sandler rechazó abandonar la ambición del psicoanálisis como una psicología general de estructuras y procesos mentales básicos.

En artículos posteriores, Sandler utilizó ampliamente esta importante distinción. Por ejemplo, en un artículo sobre “La estructura de los objetos internos y las relaciones objetales internas”, Sandler (1990) dejó clara su visión de los objetos internos como “estructuras” dentro del campo no vivencial, si bien construidas fuera de la experiencia subjetiva, consciente o inconsciente. Una vez creadas, dichas estructuras no vivenciales pueden modificar la experiencia subjetiva, incluyendo la experiencia que el niño tiene de los objetos reales. La distinción entre los campos vivencial y no vivencial siguió siendo un interés clave para Sandler. En su último artículo, presentado con ocasión del 80 cumpleaños de Hanna Segal, discutía el intento de la Dra. Segal de vincular el modelo del lenguaje de Chomsky a la noción de fantasía inconsciente. Sandler fue rápido en señalar que la estructura profunda de lo inconsciente era inherentemente no vivencial. Desde una perspectiva algo diferente, he avanzado con mis colegas una noción de que puede entenderse que el cambio psíquico sucede a dos niveles. Los cambios relativamente rápidos eran cambios de representación mental, cambios en la forma de la autorrepresentación, la representación del otro o los vínculos entre ambos. Esto se corresponde con el campo vivencial de Sandler. El cambio psíquico también se produce al nivel de proceso mental. Los procesos mentales son los mecanismos psicológicos que generan la representación mental. Hemos utilizado la metáfora de un instrumento musical: la melodía es la representación mental, el instrumento es el proceso mental. Los cambios en el proceso mental son no vivenciales por definición. Las alteraciones en la forma general, cualidad, coherencia e integridad de categorías concretas de representaciones mentales se aprecian, por ejemplo, aquellas asociadas con el afecto, las percepciones del objeto, los contenidos de la mente en el self y el otro. Estos cambios no vivenciales son difíciles de lograr, pero tal vez son más duraderos, y se vinculan con el constructo tradicional del cambio estructural.

Representaciones de relaciones objetales, pasadas y presentes

Realización y sensibilidad de rol

Un concepto clave en la segunda fase de la obra de Sandler fue la realización en el sentido de “hacer real” o “realizar una acción”. Sandler (1976b) rastreó las raíces de la realización hasta el capítulo 7 de la Interpretación de los Sueños, de Freud (1900), que discutía el cumplimiento de deseo en la fantasía como una repetición de la percepción vinculada con la satisfacción de la necesidad. Sandler sugería que el sueño proporciona satisfacción porque el que sueña observa su propio sueño, logrando así una identidad de percepción.

La idea de la realización fue utilizada de una manera excelente en un artículo sobre la sensibilidad de rol que aparecía más o menos en la misma época (Sandler, 1976a). En este trabajo tan influyente, Sandler mostraba cómo los pacientes crean relaciones de rol al desear realizar una fantasía inconsciente. Se lanzan junto con el analista a una relación específica que realiza una variedad de necesidades y defensas inconscientes. Los pacientes intentan actuar sobre el mundo externo y llevar a cabo cambios que lo vuelvan conforme a una fantasía inconsciente. Sandler (1976a) sugirió que los analistas deberían permitirse una “sensibilidad libre flotante” por medio de la cual acepten –al menos en parte- y reflexionen sobre el papel que se les ha asignado y hagan buen uso de él para comprender a sus pacientes. Es de vital importancia que una parte de la mente del paciente esté dedicada a examinar y comprender la situación total analista-paciente porque es la relación de rol total que representa una igualdad de percepción con la fantasía inconsciente. La contratransferencia, entonces, debe ser comprendida como parte de este proceso, que se extiende más allá de los límites de la situación clínica y refleja el funcionamiento normal de la mente inconsciente.

Relaciones objetales internas

En un artículo fundamental junto con Anne-Marie Sandler (1978), Joseph Sandler demostró el inmenso valor heurístico de su noción ampliada de la motivación. El marco de referencia proporcionado por la representación y el concepto de igualdad de percepción ofreció una nueva e ingeniosa teoría de representaciones de objeto interno. Mostró cómo las fantasías de deseo se representan como interacciones entre el self y el objeto, siendo el principal objetivo provocar un “buen” estado afectivo primario al tiempo que se distancia de otro malo. Así el objeto desempeña un papel importante como el self en la representación mental que incorpora el deseo. Las relaciones objetales son, por tanto, la satisfacción no sólo de deseos instintivos, sino también de las necesidades de seguridad, reaseguramiento y afirmación. Dichas necesidades acompañan la realización de una relación ideal de la infancia, si bien es cierto que muy disimulada en ocasiones.

Las relaciones abiertas son derivativas de relaciones de rol subyacentes a la fantasía de deseo.  Puesto que estas representaciones se refuerzan durante el desarrollo, la personalidad se forma y el individuo se vuelve cada vez más inflexible en los roles demandados por el self y los otros. Los rasgos de carácter pueden, entonces, entenderse como estructuras sensibles al rol bien establecidas que realizan una representación deseada de una relación, que a su vez deriva de una que existe en la fantasía inconsciente (Sandler, 1981).

Las estructuras psicológicas que representan estas relaciones deseadas no son simplemente percepciones de las interacciones entre el niño y las figuras parentales. Las percepciones de estas relaciones están sujetas a transformaciones defensivas que resultan de la necesidad del yo de gratificar los deseos inconscientes y sin embargo defenderse de ellos. La modificación defensiva se produce en respuesta a la representación mental intrapsíquica subyacente. Puesto que las estructuras que incorporan el self y la representación interna están determinadas en parte por la vida de fantasía del niño, el objeto, tal como está representado en la mente del niño, es una distorsión derivada en ocasiones casi totalmente de las construcciones de la fantasía. La imagen del objeto puede estar distorsionada de modo que represente aspectos escindidos de la imagen del self inconsciente que normalmente provocaría un afecto displacentero (p. ej. sentimientos de culpa o vergüenza). Así, la relación manifiesta que emerge en el encuadre psicoanalítico (o en los encuentros cotidianos) es con más frecuencia una versión altamente disimulada de la fantasía inconsciente –originalmente representada en términos de relación- más que una simple repetición de patrones internalizados de relaciones interpersonales. Sin embargo, el patrón internalizado resultante puede servir para crear la ilusión inconsciente de que el objeto amado se halla presente.

La utilidad reseñable de este marco de trabajo está bien ilustrada por su potencial para ofrecer una explicación satisfactoria de algunos de los aspectos más desconcertantes de la conducta humana. Muchos “diálogos”, como Sandler (1990) los denominó, entre el self y el objeto son extremadamente dolorosos y sin embargo paradójicamente retenidos por los pacientes. Él señalaba que proporcionan seguridad puesto que permiten al paciente continuar sintiendo la presencia del objeto. Son necesarios, aun cuando sean persecutorios o provoquen culpa, puesto que en la fantasía el objeto interno puede continuar, mediante esta presencia, funcionando como la personificación de aspectos inaceptables de la representación del self, favoreciendo así la experiencia de seguridad global del individuo en términos de economía mental del afecto. Además, su continuidad puede fomentar la seguridad gracias a la mera familiaridad de su presencia.

Identificación proyectiva

La formulación de Sandler (1987) de identificación proyectiva era un intento especialmente útil de vincular la noción kleiniana dominante con el sofisticado punto de vista representacional ahora generalmente adoptado por la mayoría de los teóricos. Sandler veía las observaciones clínicas en las cuales el psicoanalista parece estar sintiendo algo que sería más adecuado atribuir al paciente como una fantasía de deseo del paciente que incluía al analista. La fantasía implicaba la modificación de la representación del objeto en la mente del paciente de modo que contuviese aspectos no deseados de la autorrepresentación. Para realizar la fantasía, el paciente intenta que la conducta del analista se adecue a la representación distorsionada. Conservar los límites entre el self y el objeto es esencial para que el mecanismo satisfaga su función defensiva de disociar aspectos indeseados del self al  tiempo que mantiene la ilusión de controlarlos mediante el control del objeto.

Este concepto también puede ilustrarse dentro del contexto de la transmisión de una generación a otra de representaciones evidentes en la infancia (Fraiberg, Adelson y Shapiro, 1975; Sandler, 1994). La interacción de la madre con su hijo se basa en sus representaciones de relaciones de apego pasadas. En dichos encuentros, la madre puede modificar la representación de su hijo, haciéndola idéntica a un aspecto indeseado de sí misma. Puede entonces manipular al infante para que se comporte de forma consistente con su representación distorsionada. Naturalmente, este proceso funciona en ambos sentidos; los infantes pueden, a veces, verse obligados a distorsionar la representación de sus cuidadores para vérselas con un afecto inmanejable y provocar reacciones conductuales en los adultos que confirmen la certeza de su representación mental. El modelo es básicamente dinámico, en tanto que lo que el niño siente como inmanejable no es absoluto sino, más bien, fuertemente dependiente de lo que se percibe que el cuidador siente como inmanejable e inaceptable en el niño. Gradualmente, mediante este proceso, la autorrepresentación del niño puede parecerse cada vez más a la del cuidador. El proceso dialéctico que tiene lugar intrapsíquicamente entre la autorrepresentación y las representaciones del otro (dentro del marco de la representación de las interacciones entre ambas) avanza en un conjunto isomórfico de representaciones en los dos individuos.

Hemos encontrado que el modelo de identificación proyectiva de Sandler es enormemente valioso para comprender el apego desorganizado. Sandler no distingue entre identificaciones proyectivas en las que esté puesta en acto la representación interna de una relación y una situación más primitiva en la que una parte indeseada del self se percibe como más fuera que dentro. En otra parte hemos sugerido que un modelo dialéctico de autodesarrollo, en el que el self se considere modelado por el otro especularizante (Davidson, 1980; Cavell, 1994) genera inevitablemente una estructura del self desorganizada, fragmentada, cuando el otro es menos que perfecto para reflejar el self. Como este suele ser el caso casi de forma invariable, es inconcebible que la estructura del self sea impecable. Generalmente se acepta que cuando la especularización es imperfecta es el otro el que se internaliza en el self, sin embargo se experimenta como parte del self (Winnicott, 1956; Jacobson, 1964). La externalización de esta parte extraña del yo mediante la identificación proyectiva es reaseguradora porque la parte escindida del self puede percibirse estando fuera en el objeto controlado y empujado a comportarse en línea con la proyección buscada (Fonagy y col., 2002). En este contexto, lo más crucial para la relación que se crea mediante la identificación proyectiva es el sentimiento de seguridad que puede proporcionar la experiencia de ver la parte perturbadora de uno mismo fuera en lugar de dentro. Hemos sugerido que cuando más desorganizada sea la relación temprana de apego, más fragmentada será la estructura del self y más la identificación proyectiva servirá como una simple función de evacuación en lugar de servir a la creación de una relación de rol en la que se externalice la relación self-otro.

El modelo de las tres cajas

En una serie de artículos eruditos publicada en los años 70, Sandler y sus colaboradores (principalmente Alex Holder y Chris Dare) hicieron el intento más coherente de la historia de la disciplina por cristalizar los marcos de referencia del psicoanálisis clásico  (Sandler, Holder y Dare, 1972, 1973a, b, c, 1975, 1976; Sandler, Dare y Holder, 1972b, 1974, 1978, 1982; Sandler, 1974). Este trabajo culminó en un importante artículo de Sandler y Sandler (1984) que destacaba las inconsistencias que habían surgido como consecuencia directa del uso concurrente de estos marcos incompatibles.

Sandler y Sandler (1984) propusieron un marco de referencia mucho más coherente para distinguir dos aspectos del funcionamiento inconsciente. El primer sistema o “caja” consiste en “aquellas reacciones infantiles, deseos infantiles, o fantasías de deseo que se desarrollan al principio de la vida y son resultado de todas las transformaciones que las actividades defensivas y los procesos modificadores han ocasionado durante ese periodo” (p. 418). Este sistema es el niño dentro del adulto, primitivo en términos de estructura mental pero ni mucho menos restringido a los impulsos sexuales y agresivos. Sandler y Sandler (1987) consideran que el sistema está compuesto de fantasías inconscientes con aspectos de cumplimiento de deseos, solución de problemas, reaseguradotes y defensivos. En realidad, incorpora el yo del niño pequeño así como la formación del superyó de los primeros años. Desde el punto de vista de la sofisticación cognitiva, las representaciones dentro de esta estructura son menos elaboradas y están dominadas por las teorías de la infancia. El sistema, nunca directamente accesible a la conciencia, es esencialmente inmodificable. Lo modificable, sin embargo, es cómo la mente adulta acomoda los derivados del pasado inconsciente.

El segundo sistema o “caja” también es inconsciente; las representaciones que contiene pueden estar más o menos sujetas a la censura. Es equivalente al yo inconsciente de Freud, pero también contiene representaciones inconscientes normalmente asignadas al superyó. Difiere del primer sistema en que está orientado al presente más que al pasado. Los compromisos resolutivos del conflicto se crean dentro de él, facilitando la adaptación intrapsíquica; el más importante de estos compromisos es la creación y modificación de fantasías y pensamientos inconscientes actuales. Mientras que los estímulos internos aplicados al primer sistema pueden desencadenar la fantasía inconsciente pasada, el segundo sistema implica la constante modificación de las representaciones de las interacciones del self y el objeto que son menos perentorias y perturbadoras que los productos mentales del primer sistema. Está más implicado cognitivamente y menos estrechamente vinculado a representaciones de la realidad del momento actual.  También comparte la propiedad de los sistemas inconscientes de tolerar las contradicciones.

La naturaleza del segundo censor, en la frontera entre el segundo y el tercer sistema, difiere cualitativamente de la que se halla en la frontera entre el primero y el segundo. Mientras que éste último puede concebirse como análogo a la barrera de la represión de Freud, el primero está principalmente orientado hacia evitar la vergüenza, el bochorno y la humillación. El tercer sistema es consciente y sólo irracional en la medida en que puede ser autorizado por la convención social.

La importancia clínica de esta distinción es evidente por sí misma. La primera caja es una continuación del pasado en el presente. Carece del conocimiento de la necesidad de adaptación porque se basa en aspectos infantiles del self del niño. La segunda caja es el inconsciente presente, consistente en las adaptaciones de aquí y ahora a los conflictos y ansiedades desencadenados en la primera caja. De este modelo se deduce que el material de esta parte de la mente es más probablemente accesible a la interpretación de modo que debe ser considerado apropiado para la intervención -sobre todo porque la autoridad del analista lo posiciona para poder vencer al segundo censor proporcionando una atmósfera de tolerancia que debilite la inhibición basada en la vergüenza, el bochorno y la humillación. Las interpretaciones, incluso en un contexto transferencial, que intentan acceder inmediatamente a las fantasías putativas, perentorias, o encarar directamente al niño de dentro, sin encarar primero los derivados de aquellas en el segundo sistema confunden inevitablemente las dos formas del inconsciente y reducen el impacto de la intervención.

Fantasía inconsciente

Sandler distinguió primero entre fantasías que son descriptivamente inconscientes y fantasías que emergen como consecuencia del acto de la represión y por tanto pueden ser denominadas dinámicamente inconscientes en un trabajo anterior sobre la metapsicología de la fantasía (Sandler y Nagera, 1963).  Las fantasías que se originan en el sistema inconsciente proporcionan el contenido ideacional de los deseos insatisfechos pero no constituyen el cumplimiento de deseo; en cambio, representan la experiencia gratificante. Por el contrario, las fantasías preconscientes son intentos de cumplimiento de deseo o son derivados de las fantasías de cumplimiento de deseo. Las fantasías preconscientes pueden, por supuesto, reflejar el fracaso del cumplimiento de deseo en tanto que incorporan derivados defensivamente modificados. Lo dinámicamente inconsciente actúa como fuente de lo preconsciente o descriptivamente inconsciente, luchando por la conciencia para lograr la identidad de la percepción.

El artículo de Sandler y Nagera también distinguía entre la fantasía consciente (o ensoñaciones diurnas mediante las cuales la relajación del testeo de la realidad creaba una situación de cumplimiento de deseo en la imaginación de la que se sabe que no es real); la fantasía preconsciente, descriptivamente inconsciente (ensoñaciones diurnas no conscientes); y fantasía inconsciente (fantasías preconscientes reprimidas que, una vez reprimidas, funcionan como recuerdos de gratificación, mereciendo el nombre de “fantasía” sólo en tanto son fuente de fantasías conscientes o preconscientes). El proceso de fantaseo inconsciente se consideró como una función del yo ubicada en el yo no consciente y que implicaba tanto formas infantiles de pensamiento como otras más maduras -es decir, un continuo movimiento de “avance-retroceso” dentro del sistema preconsciente.  Sandler, en un capítulo sobre fantasías sexuales de 1975 y en el importante artículo de 1983 sobre los vínculos entre la teoría y la práctica psicoanalíticas, reforzó la importancia de reconocer que no todas las fantasías inconscientes de cumplimiento del deseo podían rastrearse hasta los instintos agresivos o sexuales; más bien, algunas pueden estar cumpliendo deseos de seguridad,  protegiendo contra las amenazas a la autoestima que suponen los sentimientos de culpa y vergüenza o incluso del mundo externo.

Con el desarrollo del modelo de las tres cajas, la noción de fantasía inconsciente podría ser más elaborada (Sandler y Sandler, 1986). Las fantasías inconscientes de la segunda caja (el inconsciente presente) funcionan de forma adaptativa implicando constantes modificaciones de las representaciones del self y el objeto, restaurando así el equilibrio del individuo una y otra vez, de forma muy parecida a como un giroscopio estabiliza un objeto físico mediante fuerzas centrífugas y centrípetas. Las urgencias perentorias y las fantasías del inconsciente pasado perturban el equilibrio mental pero son elaboradas en el segundo sistema para restaurar la homeostasis. Los deseos e impulsos que surgen en las capas más profundas del inconsciente presente amenazan el equilibrio actual del individuo. Estas fantasías se preservan dinámicamente de la conciencia por el juicio social internalizado del segundo censor.  Como reacción al daño narcisista, por ejemplo, las fantasías omnipotentes grandiosas ayudan a restaurar el equilibrio pero se vuelven inconsistentes  con los pensamientos más maduros del niño de modo que se mantienen fuera de la conciencia; si se les permite entrar, se modifican ampliamente (se hacen plausibles mediante la racionalización). Las fantasías inconscientes modificadas por la actividad defensiva se ven gratificadas por hacer la realidad consistente con ellas mediante la externalización y haciendo dichas acciones plausibles mediante la racionalización. Los fenómenos psicóticos tienen una función de equilibrio similar pero sacrifican la plausibilidad social.

 

Conceptos clínicos

Transferencia

En una perspicaz monografía junto con Chris Dare y Alex Holder basada en una serie de artículos publicados en el British Journal of Psychiatry en la década de los 70, Sandler examinó cuidadosamente muchos conceptos clínicos psicoanalíticos fundamentales (Sandler, Dare y Holder, 1973). Una productiva colaboración con Ursula Dreher tuvo como resultado una nueva edición de este texto enormemente utilizado. Muchos de los conceptos merecen ser presentados aquí, pero a causa de las limitaciones espaciales me concentraré sólo en un par de temas.

En un artículo de 1969 junto con colegas del Centro Anna Freud, Sandler revisó el concepto de transferencia (Sandler y col., 1969). El artículo contrastaba las transferencias en la situación analítica con las transferencias en la vida cotidiana, ilustrando los problemas que pueden surgir al aplicar un marco de referencia metapsicológico a un concepto clínico. El uso clínico y técnico del término cubre un amplio espectro de experiencias, todas las cuales se refieren a las relaciones objetales en general. Sandler y sus colegas identificaron numerosos fenómenos que presentaban dimensiones de transferencia que deberían distinguirse por razones tanto técnicas como conceptuales (p. ej. el desplazamiento de deseos, conflictos o reacciones a los otros, la externalización de partes del sistema representacional, transferencias de carácter, la denominada relación real y la alianza terapéutica). Reformularon la cuestión de lo que es transferencia preguntando “¿Qué dimensiones de la relación entran en la situación analítica especial y artificial y cómo son las implicadas en el proceso del tratamiento?” (p. 643). Así, la repetición de relaciones pasadas con defensas contra ellas es sólo una dimensión de un fenómeno complejo.

La elaboración del modelo de relaciones objetales internas llevó a Sandler (1990) a reformular el concepto de transferencia. Consideró que los pacientes gratificaban, mediante la realización en la situación analítica, sus fantasías de deseo inconscientes, por medio de una identidad de percepción disfrazada (Sandler, 1976b, 1990). El reconocimiento de estas relaciones objetales internas en la transferencia no constituye una percepción del analista, sino más bien una construcción, un marco impuesto al material que trae el paciente.

Sandler elaboró más aún la importancia de esta distinción. Las construcciones relativas al mundo interno del paciente pertenecen a un estado actual de las cosas, no a los recuerdos, aun cuando ese estado de las cosas esté marcado por aspectos infantiles e implique claramente un objeto de interés infantil (una figura parental omnipotente o una peligrosa y persecutoria). La reconstrucción, si bien frecuentemente confundida con la construcción, proporciona una perspectiva temporal redescubriendo el estado de las cosas del pasado histórico.

La distinción entre el inconsciente presente y pasado también ayudó a la comprensión de la transferencia (Sandler y Sandler, 1984). Las fantasías de transferencia inconscientes son parte del inconsciente presente con su objetivo de restaurar el equilibrio psíquico manipulando las representaciones de self y de objeto. Se mantienen fuera de la conciencia y se expresan de forma desplazada porque violan los principios del segundo censor, protegiendo la conciencia de la vergüenza y la humillación. Sandler y Sandler (1987) señalan que el esfuerzo constante por parte del paciente por realizar las fantasías de deseo en el inconsciente presente convierte al análisis de la transferencia en la ruta más convincente para la elucidación del inconsciente presente. La estratificación jerárquica de fantasías inconscientes en la segunda “caja” implica que la interpretación de la transferencia debería ser tan cercana como fuera posible al conflicto central actual y a la resistencia inmediata del paciente. El presente siempre debería ser interpretado antes que el pasado. El pasado sólo debería ser traído a primer plano para iluminar lo que está sucediendo actualmente.

Dentro de este marco, se considera que analista y paciente están creando conjuntamente un modelo ampliado del self y del mundo del paciente. Como resultado, el paciente adquiere una perspectiva sobre la parte infantil del self, que frecuentemente se repudia pero se hace aceptable en el contexto clínico gracias a la actitud tolerante del analista.

Contratransferencia y las vicisitudes de la culpa

En un artículo que integra su obra con las relaciones objetales internas y el inconsciente pasado y presente, Sandler y Sandler (1987) presentaron una descripción breve pero enormemente sofisticada del papel de la culpa en el trabajo psicoanalítico. Distinguían la culpa accesible a la interpretación, considerada parte del inconsciente presente, de la culpa hipotética primitiva incorporada en las fantasías arcaicas del inconsciente pasado que no puede percibirse, sólo concebirse y ser reconstruida.

Los Sandler  apuntan numerosas maniobras para protegerse de la influencia desestabilizadora de la culpa. Todas ellas pretenden modificar la representación de la interacción entre el self y el objeto (la fantasía inconsciente) para reestablecer la homeostasis. Pueden incluir sentimientos reales de culpa a causa de algo más que la fuente original. En las reacciones masoquistas, la culpa es expiada dirigiendo la agresión y el sadismo contra uno mismo. La sensibilidad de rol puede desempeñar un papel provocando la crítica de los otros cuando la fantasía inconsciente del self como reprochado o despreciado por el introyecto, se filtra sin que el paciente se dé cuenta. El analista debe tener conciencia contratransferencial de los sentimientos críticos hacia el paciente. A veces, la fantasía modificada puede mitigar la culpa modificando la fantasía de modo que describa la crítica injusta; el paciente puede realizar esta fantasía provocando acusaciones injustas, que dan lugar al sentimiento de sentirse con derecho y a la autojustificación. Todas estas puestas en acto pueden ser comprendidas por el analista pero no percibidas por el paciente sin la correspondiente interpretación.

Regresión

 Las contribuciones de Sandler tienen una fuerte orientación evolutiva. En ningún sitio queda esto tan claro como en sus artículos sobre regresión. El primero (Sandler y Joffe, 1965b) trataba los fenómenos obsesivos en los niños y evocaba el concepto de la función de la regresión de aspectos del yo (p. 145). Este modelo sugería que los modos concretos de funcionamiento del yo pueden estar asociados con grados variados de placer, creando así el potencial para volver a ese modo de funcionamiento de un modo análogo a la regresión pulsional. Los niños obsesivos manifiestan un “estilo particular de las funciones perceptivas y cognitivas del yo” que indica la fijación del yo en el segundo y tercer año de vida (p. 436). En los artículos de Sandler sobre depresión e individuación (Joffe y Sandler, 1965; Sandler y Joffe, 1965a, b), la regresión es descrita como una respuesta a la frustración y el sufrimiento que surge de la necesidad de abandonar los estados ideales tempranos mágicos y omnipotentes en favor de una apreciación de la realidad; intenta evitar la indefensión y su posible secuela, la respuesta depresiva. Los modos de funcionamiento del yo pueden producir sentimientos de seguridad y dominio y por tanto ejercer un retroceso brusco como lo hacen las fijaciones libidinales.

Sandler y Joffe (1967) fueron los primeros en reconocer plenamente las importantes implicaciones teóricas de la noción de Freud (1933) de persistencia cuando enfatizaban que

Las estructuras [psicológicas] no se pierden nunca en el curso normal de los acontecimientos, sino que se van creando nuevas estructuras auxiliares de complejidad creciente, que se sobreimponen a las viejas en el curso del desarrollo. La organización emergente más compleja no sólo debe proveer unos medios efectivos para la descarga y el control, sino también incluir sistemas de inhibición dirigidos contra la utilización de las estructuras más antiguas [p. 264].

En opinión de Sandler, entonces, la regresión es una desinhibición dentro de la estructura más antigua en lugar de ser un movimiento real de inversión o retroceso a esa estructura. La noción de persistencia continuó ocupando una posición central en el pensamiento de Sandler. Por ejemplo, en su discurso presidencial para el Congreso de la Asociación Psicoanalítica Internacional, Sandler (1993) apuntó a la identificación primaria que invariablemente caracteriza las percepciones interpersonales. Si observamos a alguien tropezando con el cordón, automáticamente nos enderezamos, lo que demuestra la presencia continua de modos primitivos de pensamiento que pueden ser incorporados en un proceso de empatía mucho más elaborado.

En 1994, Sandler y Sandler ampliaron la noción de persistencia aplicando la distinción entre inconsciente pasado y presente al fenómeno de la regresión. Como se observó clínicamente, la regresión (es decir, la regresión manifiesta) no es volver atrás en el tiempo sino, más bien, relajar el rol antirregresivo del yo. Esta función antirregresiva, que paraliza al individuo funcionando a un nivel evolutivo inferior (usando estructuras que han persistido a lo largo del desarrollo) es crucial para el fenómeno de la resistencia en el psicoanálisis clínico. Así, puede considerarse que el psicoanálisis permite al paciente relajar el funcionamiento antirregresivo en beneficio del análisis. Permitirse tolerar conscientemente deseos inconscientes previamente intolerables, lo sitúa a uno para hallar mejores soluciones o compromisos ante los conflictos entre las fantasías de deseo y las motivaciones defensivas autoprotectoras. Así, la regresión benigna o la relajación controlada de la función antirregresiva es un agente crucial del cambio terapéutico.

Contribución a la epistemología

Casi todas las contribuciones de Sandler podrían considerarse contribuciones epistemológicas. Su principal objetivo parece haber sido despojar el psicoanálisis de las confusiones conceptuales, la circularidad y la reificación. El patrón de su obra ha sido explorar la historia de un término o concepto en el psicoanálisis, luego elaborar los múltiples, y frecuentemente incompatibles, significados vinculados al término. Tras analizar los cambios históricos en la terminología, explica cómo surgieron las concepciones erróneas o se combinaron discusiones a distintos niveles de abstracción. Luego, con unas mínimas suposiciones, propone un modelo muy económico que abarca los múltiples usos de los variados significados del constructo en escrutinio. Un buen ejemplo de este enfoque lo hallamos en su artículo con Christopher Dare sobre el concepto psicoanalítico de oralidad (Sandler y Dare, 1970).

Tal vez fue la experiencia de Sandler en la Clínica Hampstead, así como su evolución intelectual en la agitación teórica de la Sociedad Psicoanalítica Británica, lo que lo condujo al importante insight de que mucho del desarrollo teórico psicoanalítico está precedido por las teorías parciales inconscientemente construidas que evolucionan en las mentes de los analistas con experiencia mientras luchan por desarrollar modelos mentales de las mentes de sus pacientes. En su artículo, frecuentemente citado, sobre las relaciones entre el concepto y la práctica en psicoanálisis (Sandler, 1983), señaló la necesidad de dichas prototeorías, así como de la presencia simultánea de construcciones teóricas preconscientes incompatibles en la mente de muchos analistas. La evidencia de dicha heterogeneidad en los modelos mentales de los analistas puede encontrarse fácilmente en la multiplicidad de usos de los conceptos psicoanalíticos, cuyo significado no puede derivarse sin considerar también su contexto clínico. La correspondencia entre la “teoría oficial” y dichas intuiciones tentativas determina la probabilidad de su emergencia en la conciencia. La contribución de Sandler es un tributo a la tolerancia de la ambigüedad requerida de los teóricos como él que hicieron contribuciones esenciales explicando estas ideas que, aunque generalmente las sostengamos, permanecen inaccesibles a la mayoría de nosotros.

Sandler fue uno de los, desgraciadamente escasos, psicoanalistas plenamente comprometido con la importancia de la investigación que complementa al trabajo clínico. Fundamentalmente, era un empírico. Veía la teoría psicoanalítica como un marco de referencia que podía aplicarse a las observaciones “sea en el diagnóstico, la terapia, la educación o la investigación” (Sandler, 1960b, p. 128; Sandler, 1962). Reconoció el papel de los escenarios distintos al consultorio como un modo de testar las suposiciones psicoanalíticas: “los psicoanalistas están constantemente haciendo suposiciones psicoanalíticas, y cualquier luz que pueda arrojarse sobre estas suposiciones, sea en el consultorio o en el laboratorio, debe ser de inmenso valor” (Sandler, 1960b, p. 150).

 

Conclusión

Sandler desarrolló una psicología de sentimientos, representaciones internas y adaptación estrechamente vinculada a las conductas del par analítico en la situación analítica. Además de contribuir a nuestra opinión cambiante sobre la teoría psicoanalítica, también influyó en la técnica psicoanalítica. Su concepto de la sensibilidad de rol fue coherente con su opinión de que el mundo interno implica representaciones internas del self y el objeto, las acciones entre ambos y los afectos que conllevan esas acciones. El modelo de “tres cajas” en la estructura psíquica, enfatizando la importancia de distinguir el inconsciente presente del pasado, dio lugar a la fructífera reexaminación de otros conceptos metapsicológicos y clínicos, incluyendo la transferencia y la contratransferencia. Finalmente, Sandler fue crucial para formar un cuadro de investigadores analíticos cuyas contribuciones estaban comenzando a influir en las ideas analíticas. Fue una fuerza que tendió puentes en psicoanálisis, intentando encontrar las vinculaciones inherentes entre ideas aparentemente opuestas, y ayudando a salvar la distancia entre los psicólogos del yo americanos y los kleinianos y los teóricos de relaciones objetales británicos. Tal vez una valoración más radical de su implicación le hubiera atribuido la preparación del campo teórico para la emergencia de la teoría relacional psicoanalítica.

No puede haber una evaluación completa de la contribución de Joseph Sandler sin mencionar a su esposa, Anne-Marie. Por supuesto, muchos de los artículos clave contaron con su autoría conjunta, incluyendo el modelo de las “tres cajas” (Sandler y Sandler, 1983), el libro sobre relaciones objetales (Sandler y Sandler, 1998), el artículo sobre la memoria (Sandler y Sandler, 1997), etc. La descripción caricaturesca de su sociedad como la del teórico (JS) y la clínica (AMS) está en realidad muy lejos de la verdad. Ambos estaban firmemente asentados en la práctica y en la teoría. Anne-Marie contribuyó al timbre profundamente evolutivo de su modelo de relaciones objetales y a la perspectiva humanista, casi relacional, muy centrada en la transferencia, que tan bien representa su trabajo clínico. Su perspectiva, teñida por su  formación como estudiante de Jean Piaget y su entusiasmo continuo por el análisis de niños, añadió realismo a las especulaciones evolutivas y una cimentación en la descripción de los encuentros interpersonales que es relativamente rara en los escritos psicoanalíticos.

Joseph Sandler fue un revolucionario silencioso, pero revolucionario al fin y al cabo. Al comienzo de su carrera, el psicoanálisis estaba dominado por una teoría insostenible de los afectos, las relaciones y el trabajo clínico. Sistematizando el conocimiento disponible y examinándolo en relación con las observaciones clínicas, Sandler derivó un nuevo modelo que a aquellos que trabajaban con él les pareció poco más que una reafirmación coherente de ideas existentes. Sin embargo trasladar el psicoanálisis al nivel de representación y reconceptualizar la motivación como organizada por un deseo de seguridad en lugar de reducción de la angustia o la tensión, creó un entorno profundamente diferente para los desarrollos de la teoría y la práctica. En concreto, comprender las relaciones actuales, por confusas, desadaptativas o perversas que sean, como motivadas por la experiencia de seguridad que el patrón de dicha relación puede producir, ha permitido considera la relación real que existe entre paciente y analista como el principal organizador del pensamiento terapéutico. Este avance unió a la mayoría de las escuelas psicoanalíticas en la misma plataforma intelectual por primera vez desde la muerte de Freud. De repente había lugar para las ideas kleinianas de identificación proyectiva, las ideas de la escuela independiente británica del entorno de apoyo, los conceptos norteamericanos de las relaciones objetales y los de la psicología del yo. Tal vez con la importante excepción del psicoanálisis francés, la teoría de las relaciones objetales tal como la formuló Sandler podría ofrecer un camino común para todo el psicoanálisis anglosajón.  Un indicador de su éxito es que Sandler es tal vez el único psicoanalista citado de forma regular por los autores kleinianos británicos y por los freudianos norteamericanos, así como por otros grupos. La revolución psicoanalítica actual, que puso de nuevo bajo el foco el enfoque interpersonalista de Sullivan, sería inconcebible sin el trabajo preparatorio realizado por el cambio de énfasis de Sandler de las pulsiones al afecto, del yo y el mundo externo al self y el objeto, y de la experiencia infantil reprimida al inconsciente presente Sandler ha sido el conductor de los residuos del psicoanálisis de principio del siglo XX al psicoanálisis del siglo XXI. Merece nuestra gratitud, no simplemente por sus masivas contribuciones intelectuales, sino también por la posibilidad que creó de que todos nosotros hiciéramos las nuestras.

 

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