aperturas psicoanalíticas

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revista internacional de psicoanálisis

Número 032 2009 Revista Internacional de Psicoanálisis en Internet

Un comentario a ?¿Hay una pulsión de amor?? Una perspectiva sobre el amor romántico desde los sistemas de conducta [Mikulincer, M. y Shaver, R.P., 2008]

Autor: García Sánchez, Alberto

Palabras clave

Mikulincer, M., Shaver, R. p., Amor romantico, Bowlby, Sistemas de conducta, Yovell (yoram).


Reseña: Mikulincer, M., & Shaver, R. P. Commentary on “Is there a Drive to Love? Neuro-psychoanalysis, 10:154-165 (2008).

En este artículo los autores tratan de hacer un comentario a la posición de Yoram Yovell sobre la pulsión erótica freudiana, examinada desde las lentes de Bowlby y su teoría del Apego. Para ello muestran su propia conceptualización de la activación y funcionamiento de lo que Bowlby denominó “Sistemas de Comportamiento” aplicados a la edad adulta. Comienzan por el cuestionamiento de la necesidad del propio concepto de “pulsión” para la explicación de la motivación y comportamiento humanos, confiando en su lugar en la explicación de tales sistemas de comportamiento. Después tratan el concepto de amor romántico y la pregunta de Yovell (explicada desde la visión de los autores) sobre el número de sistemas de comportamiento envueltos de manera natural y universal en el enamoramiento, así como sus funciones, disfunciones, e interrelaciones.

Los autores siguen a Bowlby (1969/82) en enfatizar tres sistemas de comportamiento:

-Sistema de apego

-Sistema de atención y cuidados (heteroconservación).

-Sistema sexual

Tratan de mostrar cómo las diferencias individuales en su activación y dinámica dan como resultado diferentes configuraciones cognitivas, emocionales y comportamentales del amor romántico. No pretenden buscar correlatos neurológicos (tarea que dejan a otros) puesto que no hay posibilidad, según ellos, de moverse unidireccionalmente de un nivel neural a uno psicológico, y dado que sería especialmente difícil hacer tal cosa partiendo de constructos genéricos vetustos como “energía psíquica”, para los que no hay correlato neurológico. Defienden que la integración de niveles en ciencia debe hacerse hacia abajo, vía reduccionismo, puesto que fenómenos de un nivel superior no pueden ser predichos, o imaginados, en un nivel inferior, por lo que la neurociencia generalmente busca explorar “correlatos neurales de conciencia” más que “correlatos mentales de neuronas”.

Sistemas de comportamiento en lugar de pulsiones

Milkulincer y Shaver señalan cómo Yovell hace notar que Bowlby se formó como psicoanalista, pero quedó insatisfecho con la concepción de una motivación humana basada en las “pulsiones” o la visión de la mente como movida por “energía psíquica”. Una concepción -como la tomada por Yovell- de una motivación basada primero en impulsos generales sin objeto, luego en un nivel intermedio de pulsión con vagos objetos y, más tarde, en pulsiones específicas con objetos más específicos, sería una perspectiva equivocada para estos autores. Con cierta ironía responden con ejemplos de la vida cotidiana:

Típicamente una persona que se levanta con el ruido del despertador se dirige al lavabo debido a señales de la vejiga (o por hábito). Debe tomar el desayuno bien por hambre (un sentimiento del intestino y en parte debido a señales del hipotálamo, como Yovell menciona) o debido a que ha leído que una persona es más sana y se mantiene en forma si desayuna cada mañana. Después de desayunar, se debe lavar los dientes -otro consejo médico que no debe ser entendido en términos de una pulsión de lavado dental o energía psíquica que busca ser expresada por ese canal” (pag. 155).

Según los autores, y de acuerdo con Bowlby, el cerebro humano tiene metas, piensa, evalúa, toma decisiones y gobierna conductas por su propia naturaleza y su organización cibernética. No tiene por qué estar ejercido por la libido o cosa parecida, sino que funciona a partir de la oxidación de la glucosa (pero no una glucosa que busca su medio de expresión). No habría necesidad de trazar cada objetivo hacia el cuerpo o imaginar cómo el cuerpo dirige al cerebro.

Los autores señalan que Bowlby rechaza la metáfora freudiana a partir de los avances de la teoría de control de sistemas, desarrollo cognitivo y etología, creando un modelo alternativo basado en el concepto de “sistemas de comportamiento” imaginados como especies universales que organizan el comportamiento, incrementando la probabilidad de supervivencia y reproducción a partir de estímulos ambientales, como “directores de metas” y “correctores de metas”. Servomecanismos que comienzan con demandas internas o ambientales y concluyen con respuestas efectivas.

Un aspecto importante para estos autores, que difiere de la posición freudiana de Yovell, es que el “comportamiento” se define como funcional si consigue su meta. Además las jerarquías personales en los procesos mentales gobiernan la activación y terminación de determinadas secuencias. Más aún, el significado psicológico de un motivo o acto perceptivo está determinado por el estado intrapsíquico que lo organiza y lo gobierna. Incluso repetidas fallas de acciones intencionales (p. ej. búsqueda de proximidad) para lograr objetivos (p. ej. protección y seguridad) modifican el sistema de metas del apego, así como las cogniciones y emociones que acompañan y guían el funcionamiento del sistema.

En suma, la teoría de Bowlby hace innecesario, para estos autores, el concepto freudiano de pulsión y energía psíquica (tal vez influenciados en Freud por corrientes de la Física de su época); los enormes avances en Biología desde aquel entonces hacen ver que la glucosa activa la maquinaria genética, no fluye por el cuerpo buscando una vía para expresarse.

Se señala que Bowlby propuso que el comportamiento es activado por condiciones internas de la persona o del ambiente de ésta, y que hacen que cierta meta sea buscada. Esta meta activa un sistema de comportamiento que predomina sobre otro al que ha ganado prioridad en un determinado momento. Por ejemplo, cuando un niño encuentra “pruebas naturales de peligro” (ruidos, cercanía de un extraño, etc.), deja lo que estuviera haciendo (p. ej. su exploración o juego) y trata de aproximarse al cuidador. Si éste le devuelve un adecuado confort y protección, el niño vuelve interesado a su actividad.

Otra diferencia importante que señalan los autores con respecto a la posición freudiana de Yovell, es que estos sistemas son flexibles e incluyen elementos aprendidos, y reflejan la historia de la persona a partir de la activación de sus sistemas de comportamiento en contextos particulares. Aunque sean sistemas inicialmente innatos y presumiblemente mecánicos a nivel subcortical, su habilidad para la consecución de metas depende en gran medida de que sus parámetros operacionales puedan ser ajustados y fijados a las demandas del contexto.

Se señala como muy importante el concepto de Bowlby “meta corregida”, esto es, que los sistemas de comportamiento poseen un feedback autorregulador enlazado que da forma a las estrategias e influye en que una persona desista o persista en determinadas de ellas, tras descubrir si fracasan bajo ciertas condiciones. Con el tiempo, después de operar repetidamente en el mismo ambiente social (p. ej. interacciones con los cuidadores primarios u otras relaciones significativas), los sistemas de comportamiento de una persona se moldean de manera que sus expresiones se ajustan a las limitaciones y demandas del entorno. De acuerdo con Bowlby, los residuos de tales experiencias permanecen en la representación mental de la persona, las transacciones ambientales (“modelos de trabajo” de uno y los demás) organizan la memoria de los sistemas de comportamiento y guían los futuros intentos de logro. Estas representaciones operan a nivel tanto consciente como inconsciente, volviéndose partes integrales de los sistemas de comportamiento, y son responsables tanto de la diferencia entre dos personas como de la continuidad en el tiempo de la misma persona.

Las relaciones recíprocas entre modelos de trabajo, comportamientos orientados a metas y percepciones de los resultados permite decir cómo estrategias, parámetros cognitivos y metas pueden ir resultando aún más diferenciadas, generando diferencias individuales en la activación y funcionamiento de los sistemas de comportamiento.

Si la estrategia primaria de un sistema de comportamiento da resultados de logro repetidos (p. ej. obtener protección y confort al buscar una relación de pareja) los modelos de trabajo se corresponderán con el sistema funcional normativo (p. ej. cuando encuentre dificultades, puedo llamar a mi figura de apego para recibir apoyo y luego, cuando me encuentre bien, volver a mis actividades con un sentimiento de confianza). Ahora bien, si las estrategias primarias fallan repetidamente en su logro, los modelos de trabajo resultantes alterarán sus estrategias de sistema y alguna de sus metas (p. ej. al tratar de depender de otros, si éstos no están disponibles o reflejan castigo, el sujeto se puede volver hipervigilante, intrusivo e histérico; o, por el contrario, volverse evitativo o rígidamente encomendado a la autosuficiencia).

Los autores concluyen que, tomando en serio la teoría de Bowlby, y considerando la similaridad con otras teorías contemporáneas de las bases motivacionales (Elliott & Dweck, 2005; Shah & Gardner, 2007), la ciencia no necesita de la “pulsión” o “energía psíquica” para explicar el amor romántico. La cuestión principal para ellos es: “¿Qué sistemas de comportamiento están envueltos en el amor romántico y cómo se combinan para crear sentimientos románticos sostenidos y, en muchos casos, un vínculo afectivo o de apego? No es necesario preguntarse, como hace Yovell, “¿Hay una única pulsión o instinto para el amor romántico, o es producto de otras pulsiones o instintos, ninguno de los cuales es único?” (p. 157). El siguiente apartado es su propia conceptualización del amor romántico en términos de sistemas de comportamiento.

La dinámica del amor romántico: apego, cuidados y sexo.

Los autores señalan cómo a partir de finales de los ´80 el propio Shaver y su equipo ampliaron la teoría de Bowlby (y sus estudios sobre el apego de los infantes con sus cuidadores) al estudio del amor adulto y las relaciones de pareja. Esta teoría ampliada (y largamente comprobada) establece una configuración de tres sistemas de comportamiento: apego, cuidados y sexo. Cada uno tiene sus funciones evolutivas y, aunque se afectan unos a otros, se conceptualizan como separados, de tal manera que las diferencias individuales en las funciones de estos sistemas permiten diferenciar las distintas configuraciones de amor romántico en las relaciones de pareja.

Mientras el funcionamiento óptimo del apego, los cuidados y el sistema sexual facilita la formación y mantenimiento de vínculos afectivos mutuos y satisfactorios, su mal funcionamiento genera tensiones relacionales, conflictos, insatisfacción e inestabilidad, provocando a menudo rupturas en la relación. El interjuego dinámico de estos tres sistemas de comportamiento es crucial, según los autores, para comprender cómo la gente experimenta e interpreta el amor romántico.

Los autores señalan que al comienzo se focalizó demasiado en el estudio únicamente del sistema de apego, olvidando la función de los otros dos sistemas, error que se ha venido corrigiendo (en estudios de los propios autores), y que lleva a establecer en este artículo una revisión de la confluencia de los tres sistemas de comportamiento en el amor romántico.

El sistema de comportamiento del apego

Los autores señalan que la meta de este sistema es la ayuda o protección objetiva, con el concomitante sentimiento de seguridad y protección. Cuando una persona se encuentra frente a alguna amenaza (factual o simbólica) se activa el sistema hacia la búsqueda de proximidad (factual o simbólica) de una figura externa o interna de apego. Los autores defienden que este sistema continúa funcionando a lo largo de toda la vida, como indica la necesidad adulta de proximidad, apoyo y seguridad.

Un funcionamiento fluido del sistema de apego requiere que la figura de apego esté disponible en momentos de necesidad, con capacidad responsiva, sensitiva, y efectiva a la hora de aliviar el sentimiento de angustia ante el llamado de proximidad. Tal interacción positiva genera creencias positivas sobre el manejo de la angustia, fe en la benevolencia de otros, un sentimiento de ser amado, estimado, comprendido y aceptado por los compañeros de relación o la pareja; y un sentimiento de autoeficacia para obtener ayuda cuando se necesite. Cuando tales figuras de apego no están disponibles y dispuestas al apoyo, no se consigue un sentimiento de seguridad, y la angustia que se activa en el sistema se compone de dudas y miedos sobre la posibilidad de conseguir un sentimiento de seguridad. Así las estrategias primarias deben ser reemplazadas, bien por una hiperactivación del sistema, o bien por una desactivación del mismo. La hiperactivación se manifiesta en unos energéticos e insistentes intentos de acercamiento en la relación, vista como insuficiente, con esfuerzos cognitivos y comportamentales para establecer no sólo contacto físico, sino, además, para establecer semejanzas entre ambos, con dependencia excesiva de la relación. Los autores citan trabajos de estudio propios que muestran este tipo de fenómenos. La hiperactivación mantendría el sistema de apego crónicamente activado, atento de manera constante a amenazas, separaciones, traiciones, con angustias y conflictos relacionales exacerbados. Por su parte, la desactivación del sistema incluye inhibición a la proximidad, buscando y cultivando lo que Bowlby (1980) llamó “autodependencia compulsiva” e “indiferencia-reserva”. Estas estrategias incluirían una denegación de las necesidades de apego, evitación de la proximidad; una maximización de la distancia cognitiva, emocional y física de los demás, y una lucha por la autodependencia e independencia de otros. Aportando también estudios propios, los autores señalan que esta estrategia inhibe pensamientos de la propia vulnerabilidad para impedir la activación del sistema de apego, lo que resultaría nada deseable para la persona.

Siguiendo a los autores y junto con otros estudios en el mismo campo, estos modos de comportamiento en la función de apego se pueden operativizar en dos dimensiones.

Por un lado, la dimensión de apego-asociado evitativo, en el que se refleja el grado en que se desactiva el sistema de apego y se dan esfuerzos por mantener distacia de otros, con comportamientos independientes; por otro lado, la dimensión de apego-asociado ansioso, que refleja el grado de hiperactivación de búsqueda de disponibilidad y proximidad de las figuras de apego. Se puede decir que las personas que puntúan bajo en ambas dimensiones que se sitúan en un apego seguro. Las dos dimensiones pueden ser medidas con escalas de autorregistros válidas y fiables, tales como “Experiences of close relationship inventory” (Brennan, 1998), y están asociadas teóricamente de manera predecible con la regulación afectiva, autoestima, y buen funcionamiento psicológico y personal (según estudios de los propios autores).

Los autores señalan que no todas las parejas de amor se transforman inmediatamente en la figura central de apego. De hecho, tal transformación es un proceso gradual, que depende de características personales tales como: (1) objetivo de proximidad buscado; (2) recursos de protección, confort y ayuda (para el alivio en momentos de necesidad, “refugio seguro” en términos de la teoría del apego); (3) “base segura” como la percepción de la propia capacidad de buscar metas en contextos de relaciones seguras (p. ej. Ainsworth, 1991). Estas tres funciones son las que se encuentran en las relaciones diádicas de gran confianza y larga duración.

Se señala que los paralelismos encontrados entre el amor romántico de adultos y la confianza emocional de los infantes con sus primeros cuidadores, lleva a los autores a concluir que el vínculo de los niños con sus padres y el amor romántico adulto son variantes de la activación del sistema de comportamiento del apego. Cuando una persona se enamora desde una posición de apego seguro, el proceso de enamoramiento incluye fantasías de cuidado, de estar menos solo y necesitado, teniendo a alguien en quien confiar, etc. Este sentimiento puede, o no, estar teñido de sexualidad, incluso no requerir la presencia directa de la figura de apego (pueden ser por ejemplo personajes famosos, o imágenes religiosas).

Los autores citan un estudio clásico y aún hoy interesante de Bell(1902), en el que se mostraba cómo muchos jóvenes se habían enamorado de sus profesores o cuidadores, en lo que parecía estar más motivado por un deseo de proximidad y de trato cercano que por lo que hoy se pudiera llamar “libido”.

El sistema de comportamiento de atención y cuidados

Este es un sistema que los autores señalan como no considerado por Yovell en las relaciones de amor, pero que interviene en estos vínculos, como ya estableciera Bowlby. De acuerdo con esto, el sistema de atención y cuidados está relacionado biológicamente con proveer de protección y apoyo a otros que están temporal o crónicamente necesitados de ayuda. Cuando funciona a nivel óptimo, sus metas son altruistas y responden a señales de necesidad emitidas por otras personas. Tiene como fin la reducción de sufrimiento de otra persona, su crecimiento y desarrollo. La estrategia primaria es adoptar lo que Bateson (1991) llamó una “actitud empática”, por ejemplo tomando de manera sensitiva y efectiva la perspectiva de un compañero de relación para reducir su malestar y fomentar su crecimiento personal, prestando, por tanto, atención a sus necesidades, emociones e intenciones, a su bienestar.

En el campo de las relaciones amorosas, el sistema de atención y cuidados se puede activar por señales del compañero, siendo la meta modificar las condiciones de necesidad. Este sistema, activo en el amor romántico, contribuye a la formación y mantenimiento de relaciones satisfactorias. Los autores señalan varios estudios que lo demuestran; incluso opinan que enamorarse puede describirse como desear nutrir intensamente a la pareja, colmar su malestar y promocionar el logro de sus metas personales. En el ámbito de la psicoterapia, señalan que esto mismo forma parte natural del trabajo terapéutico y que, por esta razón, los profesionales, en ocasiones, necesitan ser entrenados en no permitir que el proceso terapéutico se convierta en una especie de relación amorosa.

El buen funcionamiento del sistema de atención y cuidados depende de la habilidad y destreza personales para dar ayuda de manera empática y efectiva a la pareja. Estas interacciones positivas promocionan en la parte del cuidador un sentimiento interno de lo que Erikson (1950) llamó “generatividad”, un sentido de que uno es más que sí mismo, y que puede contribuir al bienestar de los demás. Esto incluye buenos sentimientos hacia uno mismo, al verse capaz de realizar buenas acciones y tener buenas cualidades, siendo útil en momentos de necesidad, generando confianza en las propias capacidades interpersonales y obteniendo sentimientos de conexión y comunión con la pareja. Todo esto es recompensado con el afecto del otro, con su aprobación y gratitud.

En caso de disfunciones del sistema de atención y cuidados, se pueden dar situaciones de hiperactivación o desactivación. Por un lado, la hiperactivación genera estrategias intrusivas, desacompasadas, de esfuerzo excesivo; estando dirigidas a hacer de uno algo indispensable para la pareja, para así mitigar las propias dudas sobre ser un cuidador competente. Estos objetivos tratan de ser logrados por una valoración exagerada de las necesidades de otros, con actitud hipervigilante hacia el malestar ajeno, realizando actos coercitivos para que se acepten los vínculos de cuidados, que se centran en las necesidades de otros desatendiendo las propias. Por otro lado, la desactivación de las estrategias de atención y cuidados implica inhibir la empatía y los cuidados afectivos, entablando una mayor distancia cuando un compañero busca proximidad. La persona se torna menos sensitiva y responsiva a las necesidades de los demás, sin atender a su malestar, suprimiendo pensamientos y conductas que tengan en cuenta las necesidades y vulnerabilidades de otros, e inhibiendo la simpatía y la compasión.

El sistema de comportamiento sexual

Los autores comentan la afirmación de Yovell de que no se puede entender el pleno amor romántico sin sexualidad. Desde una perspectiva evolutiva, señalan, la función del sistema sexual es traspasar los propios genes a la siguiente generación, pero esto requiere de movimientos de ambos miembros de la diada. Estas estrategias primarias buscan atraer al compañero sexual para alcanzar la fecundación, y consisten en ser atractivos hacía las posibles compañías fértiles, usando técnicas de persuasión. Desde esta perspectiva, la sexualidad es una fuerza motivacional que impele a buscar oportunidades de relación tanto a corto como a medio plazo. Siguen a Yovell en que los recientes estudios de las bases cerebrales de los sistemas sexual y de apego indican orígenes diferentes en ambos. Más aún, las relaciones sexuales a menudo ocurren sin vínculos afectivos. De la misma manera, la vinculación afectiva entre adultos tampoco se acompaña siempre de deseo sexual (Diamond, 2004, 2008), y la búsqueda de seguridad en un compañero o pareja no lo convierte automáticamente en una compañía sexual. Aun así, el vínculo afectivo en las relaciones de amor de larga duración se genera a menudo por una atracción sexual (p. ej. Hazan; Zeifman, 1999). Es más, los autores señalan cómo estudios de parejas de larga duración demuestran que tanto disfunciones sexuales como de apego pueden tener una gran influencia en el otro sistema de comportamiento (Sprecher; Cate, 2004). Así, aunque sexualidad y apego estén gobernados por diferentes sistemas funcionales, ambos se influencian entre sí, contribuyendo en conjunto a la calidad y estabilidad de la relación. También, refiriéndose a la adaptación natural, la contribución de ambos sistemas debe permitir que se consiga una suficiente estabilidad que logre el desarrollo de la progenie, al menos en las etapas de crecimiento de la dentición, el habla y el caminar (Gillath 2008).

Los autores cuestionan la posición de Yovell de que el tema de la elección de pareja necesite un constructo nuevo, el de “atracción”, que sea responsable de tal elección. Desde su punto de vista, la atracción resulta del alcance con el que la pareja potencial facilita un funcionamiento fluido y el logro de metas de los sistemas sexual, de apego y de cuidados. En otras palabras, los autores afirman que los seres humanos sienten atracción hacia parejas que facilitan el logro de un sentimiento de seguridad, de “generatividad”, de atracción sexual, y de potenciación del propio desarrollo personal. Se puede entender, por tanto, la atracción como combinación de metas y fuerzas asociadas con apego, cuidados y sexualidad.

Se señala que hay una creciente evidencia empírica de que la gratificación sexual en ambas partes de la pareja contribuye a la satisfacción y estabilidad de la relación, y que, en contraste, disfunciones en la sexualidad generan conflictos, en torno a dudas sobre el amar y el ser amado, erosionando el vínculo afectivo y aumentando el interés por compañías sexuales alternativas.

Las disfunciones del sistema sexual, al igual que en los otros sistemas, se puede conceptuar en hiperactivación y desactivación de estrategias. La hiperactivación incluye esfuerzos, preocupación, a veces intrusiva, e incluso intentos coercitivos de persuadir a la pareja para tener relaciones sexuales. Se puede sobrevalorar de este modo la importancia de la actividad sexual dentro de la pareja, adoptando una posición hipervigilante hacia las señales de activación sexual, atracción o rechazo. En contraste, la desactivación se caracteriza por inhibición del deseo sexual, erotofobia, evitando aproximaciones sexuales, o estableciendo una aproximación superficial que evite la intimidad en la pareja. Incluye el rechazo de las necesidades sexuales, distanciamiento cuando la pareja muestra interés sexual, suspensión de fantasías o pensamientos sexuales, represión de la memoria de acontecimientos sobre el tema, e inhibición de la activación sexual y disfrute orgásmico.

Apego, cuidados y sexo dentro de las relaciones de amor

Los autores reflejan que el funcionamiento óptimo de los tres sistemas amplía la “teoría triangular del amor” (discusión entre Yovell y Sternberg, 1986), y sus tres componentes (pasión, intimidad y dedicación-compromiso). El funcionamiento fluido de los tres sistemas tiende a crear sentimientos de comunión, conexión y unión con la pareja, sustentando la intimidad. El apego y los cuidados fortalecen la dedicación, una pareja responsiva genera no sólo sentimientos de seguridad, también gratitud y amor, lo que motiva a la otra persona a permanecer en la relación, y a comprometerse a promocionar el bienestar del otro, sosteniendo el componente de compromiso. El componente de pasión del amor romántico estaría íntimamente relacionado con el funcionamiento y activación del sistema de comportamiento sexual, lo que crea sentimientos de atracción, activación, vitalidad y excitación dentro de la pareja.

Se señala que los estudios sobre el apego seguro en parejas demuestran que está asociado a mayores niveles de estabilidad en la relación y mayor satisfacción, tanto en relaciones de noviazgo como de matrimonio. También se relaciona con mayor grado de intimidad en la relación y compromiso y con mejores estrategias adaptativas para la resolución de conflictos. En el campo de los cuidados, las respuestas empáticas sensitivas hacia las necesidades del otro miembro de la pareja llevan a amplios sentimientos de intimidad y amor, y mejoran la satisfacción en la relación tanto en el cuidador como en su pareja. Igual ocurre en el campo de las experiencias sexuales satisfactorias, generan estabilidad y sentimientos de amor en la pareja.

Los autores señalan de nuevo, como han venido manteniendo a lo largo del artículo, que las disfunciones en un sistema pueden interferir con el funcionamiento fluido de los otros sistemas. Citan estudios de autorregistros que muestran estas afirmaciones. Por ejemplo, altos niveles de apego ansioso o evitativo pueden generar problemas a la hora de proveer de cuidados al compañero de relación, al no percibir señales de necesidad o reaccionar con angustia ante las mismas. En cambio, las parejas con apego seguro están más motivadas a mostrar amor entre sí, más abiertos a la exploración sexual, con curiosidad positiva en los encuentros sexuales. También se muestran evidencias de que aquellas parejas que puntúan alto en apego evitativo están menos predispuestos a disfrutar de la intimidad sexual, y tienden a usar la sexualidad para manipular o controlar a su pareja, o para alcanzar metas no amorosas, tales como disminuir el estrés o aumentar su prestigio frente a los iguales. Parejas con apego ansioso tienden a usar la sexualidad como manera de alcanzar el propio reaseguramiento y evitar el abandono, incluso cuando la relación sexual no es deseada (Mikulincer y Shaver, 2007).

Conclusiones

Se señala que es prematuro conectar los estudios realizados en roedores y los estudios en humanos (observacionales, cuestionarios y entrevistas) para entender el amor romántico, dado que el amor humano envuelve gran cantidad de factores (culturales, cognitivos, límbicos, modelos de trabajo, etc…). Será difícil encontrar correlatos neuronales de estados románticos hasta que se tengan en cuenta tipos y diferencias individuales dentro del amor romántico. Confían en que este trabajo vaya en la línea de investigar desde el nivel psicológico hacia el neural, sin pasar por conceptos como “energía psíquica” o “pulsión”. La mente/cerebro genera metas, pensamientos, imágenes, sentimientos por naturaleza, sin necesitar otra energía que la oxidación de la glucosa. Muestran su dedicación a trabajar desde la moderna biología, haciendo observaciones comportamentales a nivel psicológico, para establecer conceptos claros y justificables empíricamente.

Los autores concluyen que, sin haber nada de malo en los estudios con animales no humanos o estudios de neuroimagen con humanos, no será posible construir un adecuado entendimiento del amor hasta que los procesos mentales sean suficientemente delimitados y sus correlatos neuronales sean discernidos.

Comentarios al artículo

En torno al amor, ya el “divino” Platón, como lo designaba Freud, distinguía dos tipos de Eros (véase el discurso de Pausanias en el Symposium). Un Eros Pandemos vulgar, “pulsional” podríamos decir, que haría al amante enamorarse del cuerpo en lugar del carácter ; y un Eros Urania, más elevado, que haría a los enamorados cuidarse mutuamente en orden a la virtud.

Pero, ciertamente, poco afín podía ser la posición de Bowlby y su teoría del apego, a la teoría freudiana. Freud (1922) negaba la existencia de un instinto gregario. Lo más cercano que tal vez estuvo la teoría freudiana de encontrarse con el apego pudiera ser eso que Freud denominó “viscosidad” o “adherencia de la libido”, cuando se dice que en algunos individuos(…) los procesos provocados por la cura se desarrollan mucho más lentamente que en otros, porque, según parece, no pueden decidirse a desprender de un objeto las catexias libidinales y a desplazarlas hacia un nuevo objeto, aún cuando no podamos descubrir la razón específica de tal fidelidad de catexis” (Freud, 1937). Fairbairn (1943), estableció sin ambages que: 1) en comparación con las relaciones de objeto, las actitudes libidinosas son relativamente de poca importancia; y 2) que el propósito final de la actitud libidinosa lo constituye el objeto y no la gratificación. Estas conclusiones implican una reforma completa de la clásica teoría de la libido. 

Para algunos, probablemente con razón, la teoría de Bowlby supuso un nuevo paradigma psicoanalítico, durante mucho tiempo apartado (Diamond, 2001). La visión de Freud, muy influenciada por el darwinismo de la época, no le permitió tener una perspectiva de las bases biopsicosociales del comportamiento, que en este caso Bowlby pudo obtener de la etología avanzada de su época y de la observación de los infantes en la relación con sus cuidadores. Mientras que Freud estudiaba las gónadas de las anguilas en sus primeras investigaciones (Gay, 1989), Bowlby comenzó su andadura como psiquiatra infantil. Como bien argumenta Mitchell (1988):

(…), la sexualidad desempeña un papel medular en casi todas las relaciones íntimas. Esto no se debe a que la regulación misma del placer sea la meta humana fundamental y, por ello, como Freud lo interpretaba, amar sea “la relación del yo con sus fuentes de placer” (1915). Más bien, lo fundamental es establecer y conservar la relación, y acaso el medio más fuerte en el que la intimidad y el contacto emocional se buscan, establecen, se pierden y se recuperan, es el intenso placer y respuesta emocional (…) Esto indica que es un error considerar como “sexualización” el papel de la sexualidad cuando se refiere a la necesidad de relación y apego.

De cualquier forma, parece evidente que el campo de las motivaciones y su estudio se ha venido ampliando de manera fértil desde los tiempos en que la propia teoría freudiana abrió los ámbitos de la sexualidad y el narcisismo, obviando tal vez en sus comienzos la posibilidad de que aparecieran otros sistemas que hoy se pueden integrar a tal conceptualización, probablemente a la misma altura que el resto, como sin duda ocurre con la teoría del apego. Esto hace que autores de prestigio comiencen a situar este sistema de apego como algo central en cualquier tipo de psicoterapia, aplicándolo a las relaciones de la díada terapéutica (Fonagy, Allen, Bateman, 2008)

Mikulincer y Shaver nos aclaran en este artículo toda esta temática de las relaciones amorosas y abogan por un estudio observacional de los procesos y sistemas comportamentales que intervienen. Con evidencias empíricas y rigor teórico, nos enseñan de manera instructiva (aunque tal vez un tanto reiterativa) cómo se forjan tales vínculos amorosos, sus vicisitudes y los elementos con los que podemos contar a la hora de plantearnos un buen abordaje del tema. Cuestionan certeramente conceptos y planteamientos que, si bien tuvieron gran sentido en su momento, pueden hoy día resultar innecesarios. Este enfoque motivacional entronca muy bien con la manera de entender el psiquismo desde la perspectiva Modular-Transformacional, en la que se establecen sistemas motivacionales en interacción, que dan cuenta de la complejidad y diversidad de comportamientos en este y otros ámbitos (para una visión completa de dicha teoría véase Bleichmar, 1997; Mendez, Ingelmo, 2009).

(Nota: Para acceder a la bibliografía de la reseña se remite al artículo original).

Citas del comentario.

-Bleichmar, H. (1997). Avances en psicoterapia psicoanalítica. Barcelona: Paidós

-Diamond, N. (2001). La obra de John Bowlby como paradigma psicoanalítico. En: La teoría del Apego. Un enfoque actual. Madrid: Prismática.

-Fairbairn, W. R. D. (1943). Estudio Psicoanalítico de la Personalidad. Buenos  Aires:Hormé.

-Freud, S. (1922). Psicoanálisis y teoría de la libido. En Obras Completas. Barcelona:Biblioteca Nueva.

-Freud, S. (1937). Análisis terminable e interminable. En Obras Completas. Barcelona:Biblioteca Nueva.

-Fonagy, P; Allen, J. G.; Bateman, A. W. (2008). Mentalizing in clinical practice. Washington: American Psychiatric Publishing.

-Gay, P. (1989). Freud, una vida de nuestro tiempo. Barcelona: Paidós.

-Méndez, J. A., Ingelmo, J. (2009). La psicoterapia psicoanalítica desde la perspectiva del enfoque Modular-Transformacional. Madrid: Sociedad Forum.

-Mitchell, S. (1988). Conceptos relacionales en psicoanálisis. Madrid: Siglo XXI