aperturas psicoanalíticas

aperturas psicoanalíticas

revista internacional de psicoanálisis

Número 013 2003 Revista Internacional de Psicoanálisis Aperturas

Sobre la conexión entre los defectos físicos y el tipo de carácter de la

Autor: Fernando, Joseph

Palabras clave

Defecto fisico, narcisismo, Tipo de caracter de la excepcion.


 "On the connection between physicial defects and the character type of the 'exception'” fue publicado originariamente en Psychoanalytic Quarterly, LXX, pp. 549-578. Copyright 2001 de Analytic Press, Inc. Traducido y publicado con autorización de The Analytic Press, Inc.

Traducción: Marta González Baz
Revisión: María Elena Boda


Se presenta un estudio clínico y teórico sobre los efectos de los defectos físicos en la estructura de carácter, especialmente sobre sus aspectos narcisistas. La tesis básica de este artículo es que existen dos respuestas diferenciables a la conciencia de una discapacidad física: varias formas de negación, y una adhesión a las sobregratificaciones narcisistas como compensación de los sentimientos negativos acerca del self. La primera respuesta, de abuso de la negación, es universal y, por supuesto, deja su marca sobre el carácter de una persona. No obstante, sólo el segundo tipo de respuesta, de adhesión a las sobregratificaciones, conduce al tipo de carácter de la “excepción” (Freud, 1916). Se presenta la distinción entre ideales morales, incorporados en el ideal del yo claramente definido, y los ideales no morales, incorporados especialmente en la imagen del self deseada, como una herramienta útil para comprender los variados efectos psicológicos de las discapacidades físicas.

Introducción

Las consecuencias psíquicas de los defectos físicos son complejas y variadas: complejas en cuanto que pueden implicar cuestiones de pulsiones y del yo desde muchos niveles de desarrollo en el mismo paciente, y variadas en cuanto que la reacción puede ser muy diferente en individuos diferentes, dependiendo de factores tales como la naturaleza del déficit, el momento en que comenzó, los atributos naturales del individuo y las reacciones parentales. En este artículo, me fijo concretamente en los variados efectos de los defectos físicos sobre el narcisismo de un individuo. Este énfasis no pretende en absoluto negar la importancia en estos casos de otras cuestiones, tales como las fijaciones libidinales; los conflictos relativos a la agresión; el recrudecimiento de la castración, la desintegración corporal y otras ansiedades; y, en consecuencia, a menudo profundos efectos sobre la imagen corporal y la imagen del self (Castelnuovo-Tedesco, 1981, 1997; Coen, 1986; Niederland, 1965, Parker, 1971). Estoy interesado en intentar aclarar los efectos de los defectos físicos sobre el narcisismo en concreto porque considero que ha existido cierta confusión con relación a esta cuestión.

Freud (1916) estableció una conexión entre el defecto físico y el tipo de carácter que él denominó la “excepción”, en el que una persona demanda un trato especial como recompensa por el déficit que tiene que soportar. En su estudio de las “excepciones”, Jacobson (1959 a) mostraba que muchas de sus pacientes femeninas, dotadas de una gran belleza física, desarrollaron el sentimiento de que merecían un trato especial por una razón aparentemente opuesta a la de los pacientes de Freud: siempre habían recibido una adulación especial por su belleza y habían llegado a apegarse a ser tratadas así. La imagen se complica aún más por el hecho –apuntado, por ejemplo, por Rothstein (1977)- de que muchos pacientes con discapacidades físicas no desarrollan el tipo de carácter de la “excepción”.

¿Estaba, por tanto, equivocado Freud al hacer esta conexión entre el defecto físico y un tipo particular de carácter? La tesis básica de este artículo es que de hecho existen dos reacciones diferentes a la situación de discapacidad física y que, estableciendo cuidadosamente la distinción entre estas dos reacciones y sus diferentes causas, se puede dotar de cierto sentido a esta confusa imagen. Estas dos reacciones son, concretamente, la fijación a las sobregratificaciones narcisistas y las negaciones masivas del defecto en la fantasía y en la acción.

Fijación a las sobregratificaciones tempranas

Como he argumentado en trabajos anteriores (Fernando, 1997, 1998), el apego a las sobregratificaciones narcisistas tempranas, que puede estar causado por la sobreprotección y los mimos compensatorios por parte de uno de los padres hacia un niño con discapacidad física, conduce a la negativa a abandonar la grandiosidad y omnipotencia de la infancia, lo cual interfiere con la integración normal del superyó en la personalidad y da lugar a demandas continuas de trato especial. Sin embargo, no todos los niños con discapacidades físicas son sobregratificados de este modo, si bien muchos sí lo son. Por otra parte, muchas otras situaciones pueden implicar el tipo de sobregratificación que conduce al denominado tipo de carácter de la excepción, tales como la adulación basada en habilidades o talentos excepcionales, o la belleza física (como sucedía con las pacientes de Jacobson), y situaciones en las que el padre/madre teme causar frustraciones al niño por razones distintas a la de la discapacidad física de éste.

Una fijación a la adulación y a ser especial exacerba las tendencias hacia la negación de las limitaciones reales, pero el uso de la negación con relación a los defectos físicos puede tener alguna otra causa. Puede ser una respuesta directa a la percepción de defectos con relación a los otros, incluso en aquellos que no tienen una necesidad fuerte de ser tratados como una excepción. En estos casos, el uso de la negación no afecta en gran medida al desarrollo del superyó, pero tiene otras repercusiones en la estructura psíquica. El abuso por parte del niño de la negación en la fantasía hace que la imagen del self deseada (Jacobson, 1964; Milrod, 1982), una subestructura dentro del yo con la que éste se compara sintiendo vergüenza si falla respecto a esta imagen, se eleve generalmente a límites inalcanzables.

Al mismo tiempo, por supuesto, la percepción por parte del niño de su defecto tiene influencias profundas y duraderas en la imagen del self. La combinación de una imagen del self denigrada y una imagen del self deseada ampulosa, irreal, conduce a unos agudos sentimientos de vergüenza, contra los cuales se emplean varias defensas. Estas dinámicas –la consecuencia del uso de negaciones masivas- son muy distintas, sostengo yo, de las dinámicas de la excepción, aunque ambas comparten las características de la negación recurrente, lo que puede crear cierta confusión. De hecho, yo creo que sólo mediante el método comparativo de casos, que conlleva comparaciones entre una serie de casos bien analizados con varias combinaciones de diferentes factores causales ambientales, podemos llegar a una valoración adecuada de los diferentes efectos de los factores relevantes.

Material clínico

En primer lugar presentaré un caso tomado de la literatura, y luego uno de mis propios pacientes. Este material servirá como base para una discusión más amplia sobre la validez de las distinciones hechas más arriba.

Peter: Un caso de rechazo parental de un niño con una discapacidad física.

Lussier (1960, 1980) presentó el interesante caso de Peter, un niño con una deformidad congénita por la que ambos brazos terminaban con manos a la altura de los codos (focomelia). La madre del niño pensaba en esta discapacidad en términos bastante simples, sintiendo que la causa había sido que su suegra había discutido con ella y la había cogido por los hombros cuando ella estaba embarazada de tres meses. Lo llevó reiteradamente a los médicos, esperando que ellos le curasen, y cuando le dijeron que no tenía codos, comenzó no obstante a creer que ella podía verlos, o al menos podía ver a Peter articulando los brazos.

La madre de Peter estaba muy avergonzada de la deformidad de éste, le cubría los brazos cuando estaban en público, y le hubiera gustado tener una casa con jardín para que Peter pudiera jugar sin ser visto. Peter la miraba en busca de reaseguramiento cuando se encontraban con otros, pero

...ella se “sentía avergonzada” y no podía consolar a su hijo. Se daba cuenta de que le estaba fallando a Peter, haciéndole sufrir y volviéndole más inseguro. Incluso así, no creía malcriarle aunque, decía, a veces era difícil no hacerlo [Lussier, 1960, p. 433]

 Lussier (1960, 1980) continuaba afirmando su creencia de que esta falla por parte de la madre de Peter para consolarle y quererle a pesar de su discapacidad era la causa más importante, si no la única, de sus problemas posteriores.

El padre de Peter estuvo ausente la mayor parte del tiempo, en la guerra, hasta que el niño tuvo siete años, momento en el que regresó y parecía llevarse bien con Peter. A los tres años, Peter fue a la escuela local y le fue bien. A los siete, se le apuntó en una escuela especial, donde su rendimiento académico se deterioró, mientras él se replegaba más y más en fantasías irreales. A los ocho años y medio, Peter sufrió una operación para prepararle para un implante de brazos artificiales; reaccionó a esto desarrollando una enuresis nocturna. El continuo empeoramiento de su rendimiento en la escuela motivó la derivación de Peter a un especialista, que le llevó a un análisis que comenzó cuando tenía 13 años.

El principal problema de Peter era que vivía en sus fantasías, en las cuales se negaba su discapacidad –por ejemplo en la fantasía de pegarle un puñetazo a alguien que le hubiera ofendido. A pesar de esta negación masiva en la fantasía, existían varios  puntos fuertes en el carácter de Peter, y aquí citaré la explicación de Lussier, dado que comprender estos puntos fuertes es, creo, esencial para desentrañar los variados factores causales de este caso:

[Peter] no mostraba satisfacción masoquista, pasividad ni autocompasión; tres características que en nuestra mente están demasiado automáticamente asociadas a la psicología de muchas personas discapacitadas. A Peter no le gustaba que se ocuparan de él, ni quería ser considerado como digno de compasión. No parecía obtener ni querer obtener beneficio ni gratificación de su discapacidad. En su conducta era dominante el esfuerzo activo hacia el logro de sus objetivos. [1960, p. 435]

Entre estos objetivos había algunos tan fantásticos, teniendo en cuenta  su discapacidad, como montar en bicicleta y tocar la trompeta a nivel profesional. Sin embargo, al final de su análisis, había alcanzado ambos objetivos entre muchos otros.

¿Qué vamos a destacar en este chico extraordinario? No es el único: Castelnuovo-Tedesco (1981) daba muchos ejemplos de logros casi increíbles entre los discapacitados físicos a lo largo de la historia. Uno podría especular con que la creación de una imagen deseada del self irreal y aparentemente inalcanzable en aquellas personas con discapacidades físicas pueden llevar o bien a un logro asombroso, si las fantasías se llevan a cabo en la realidad, o a una depresión y una vergüenza aplastantes si el individuo se queda corto respecto a este logro. Los factores que determinan qué resultado se impondrá incluyen la disponibilidad de oportunidades en la realidad, así como talentos especiales y otros factores constitucionales.

Luissier escribió sobre la asombrosa energía de Peter y su orientación hacia la actividad versus la pasividad, lo que parece haber sido una característica constitucional que le empujaba hacia el logro. Había otros factores positivos, como la relación generalmente buena entre Peter y su padre. No obstante, creo que la clave para entender sus consecuciones y, probablemente, las de muchos otros con discapacidades, reside en su carencia de lo siguiente: orientación masoquista, deseo de ser tratado de forma especial y autocompasión.

Aunque Lussier afirmaba enérgicamente su creencia de que la actitud de la madre de Peter era la causa principal de sus problemas, yo sostengo que también le evitó descender al masoquismo, la autocompasión y el deseo de un trato especial. Milrod (1972) demostró que en los niños excesivamente mimados, especialmente durante las enfermedades, tiende a desarrollarse una predisposición a la autocompasión. En algún otro trabajo (Fernando, 1998) he mostrado que la fijación a la sobregratificación narcisista en la infancia reduce la tolerancia del yo a afrontar los límites impuestos por la moralidad (esto es, el superyó) y la realidad. Esta intolerancia de los límites lleva al yo a resistirse a la integración del superyó  en la personalidad, que a su vez dificulta la maduración posterior del superyó. Así, uno ve la característica clásica de las denominadas excepciones: un superyó severo cuyas demandas son eludidas mediante la externalización de las mismas o de las partes culpables del self (1). Está claro que Peter no era sobregratificado por sus padres –de hecho, su madre intentaba bastante conscientemente no consentirle demasiado- y así se le evitó la fijación a una necesidad de trato especial.

Aun cuando los lectores estén dispuestos a reconocer estos puntos, pueden preguntarse por qué el rechazo de Peter por parte de su madre no condujo, como lo hace a menudo, a una orientación masoquista. Yo creo que la respuesta reside en el hecho de que el masoquismo no es una reacción al rechazo como tal, sino más bien es producto de la externalización intrusiva hacia un niño por parte de los padres de las partes “malas” de éstos, como han mostrado Novick y Novick (1987). Esto conduce a una actitud receptiva hacia las externalizaciones de los otros y a una sexualización de la relación del yo con el superyó a través de la formación de fantasías latentes. Si bien la madre de Peter estaba avergonzada de su discapacidad, la negaba y no podía servirle de apoyo, yo no creo que exista ninguna prueba de que ella o el padre de Peter tuvieran externalizaciones significativas fijadas en relación con él. El hecho de que ella fuera bien consciente de que le estaba fallando a Peter contradice la existencia de tales externalizaciones, puesto que cuando éstas están presentes, la realidad de cómo es el niño está gravemente distorsionada por los padres, quienes “saben” que el niño es malo y merece el tratamiento que recibe.

En este punto, alguien puede pensar que estoy sobrepasando los límites de lo que puede interpretarse razonablemente con relación a un caso ajeno, y estaré de acuerdo con quien piense eso. No insisto en la exactitud de mi interpretación sobre este caso en relación con el masoquismo, sino simplemente apunto que parece plausible, teórica y clínicamente.

Para compararlos con el caso de Peter, especialmente en relación  con la cuestión del masoquismo, refiero al lector a otros casos detallados en la literatura. Jacobson (1959 b) describió a un paciente con una reacción masoquista severa que sufría desde la infancia una cistitis y pielitis recurrente severa, y que era incesantemente considerado culpable de sus problemas por parte de sus padres. Por el contrario, Parker (1971) daba una descripción muy detallada de una paciente, analizada ya de adulta, que padecía espina bífida congénita con meningocele, lo que provocaba dificultades con el control de la vejiga y el esfínter. Parker describía los efectos de estos problemas sobre la imagen corporal y del self de esta paciente, así como las severas angustias de desintegración que subyacían en la raíz de su neurosis. Esta paciente no desarrolló, al contrario de lo que ocurría con el paciente de Jacobson, una reacción masoquista profundamente establecida, y Parker lo atribuía a factores constitucionales y al trato sensible hacia la niña por parte de la madre; claramente, no había externalizaciones fijadas por los padres. Asimismo, Parker apuntaba que “parecía que, cualesquiera que fueran sus diferencias personales, ambos padres estaban unidos en la determinación de apartar a su hija del sentimiento de que como “excepción”, era inmune a las demandas de la vida común” (1971, p. 319). Como uno podría esperar de este tipo de parentalidad, esta paciente no tenía ninguna de las características de las excepciones, y trabajaba diligentemente y con seriedad en su análisis.

El factor decisivo, sostengo yo, para proteger a la paciente de Parker y a Peter de la fijación a sentimientos de ser especial, y por tanto a desarrollar el tipo de carácter de la excepción, era la carencia de sobregratificaciones libidinales o narcisistas. El caso de Peter es especialmente instructivo al respecto porque, parece ser, él no tenía la parentalidad excepcionalmente sensitiva que tuvo la paciente de Parker y, sin embargo, Peter evitaba los riesgos de la excepción, demostrando que no es específicamente la empatía parental lo que protege frente a este trastorno, sino más bien la falta de sobregratificaciones.

No obstante, Peter desarrolló un trastorno grave que requería análisis. Lussier sentía que era como resultado de la actitud materna de rechazo, y si bien yo pienso que no hay casi ninguna duda al respecto, la naturaleza y el ritmo del problema sugieren también otras causas. Se dice que Peter ha tenido un buen progreso hasta los siete años, edad en la que comenzó a replegarse más y más en la fantasía. A esta edad es cuando los niños son capaces y se interesan en hacer comparaciones realistas entre ellos y los otros y es también a esta edad cuando muchos niños con deformidades físicas desarrollan en la fantasía y en la acción negaciones muy intensas de la deformidad, lo que les lleva a una actuación y una retirada de su implicación positiva en el mundo (Frankel, 1996). Entre los siete y los ocho años y medio, Peter pasó por una intervención quirúrgica, el retorno de su padre y un cambio de colegio, todo lo cual exacerbó sus reacciones. Al mismo tiempo, la actitud materna de fuerte negación tanto en la acción (escondiendo sus brazos) como en la fantasía (pensando que podía ver un codo cuando claramente no lo había) debe haber influido en la utilización por parte de Peter de estas defensas.

Así, como suele ocurrir en casos como este, la confluencia de numerosos factores hace difícil extraer las variadas líneas causales. La comparación con otros casos puede resultar de ayuda para este propósito. En ciertos casos presentados en la literatura, se ha mostrado que la propia reacción del niño a su defecto físico conduce a problemas relacionados con el abuso de la negación a los siete años, incluso sin el rechazo parental experimentado por Peter (Frankel, 1996; Parker, 1971). Como apuntaba, yo creo que esta negación interfiere especialmente con la maduración de la imagen corporal del niño, la imagen del self y la imagen del self deseada, si bien no impide en la misma medida el desarrollo del superyó.

Me doy cuenta de que mis afirmaciones sobre estas cuestiones en relación con el caso de Peter no pueden ser completamente convincentes basándose en el material presentado por Lussier (1960, 1980). Por tanto, antes de entrar en una discusión clínica y teórica más amplia acerca de los efectos estructurales de los defectos físicos, presentaré un caso propio.

Mark: Un caso de déficit físico con sobregratificaciones selectivas.

Mark, un asistente sanitario soltero al final de la veintena, acudió a mí en busca de ayuda por angustias sociales bastante graves y problemas con su potencia sexual. Parecía mucho más impulsado a trabajar sobre su angustia social, que perjudicaba gravemente su rendimiento en el trabajo, que sobre sus problemas sexuales, aunque ambas cuestiones estaban directamente vinculadas a un nivel consciente. Su temor principal era que la gente pudiera ver por sus reacciones que era impotente y, a partir de ahí, sacase la conclusión de que era homosexual. La idea de que la gente pensara esto de él le provocaba una tremenda vergüenza. Mark no tenía historia de conducta homosexual ni fantasías homosexuales conscientes.

Mark estuvo en una psicoterapia de dos veces por semana durante más o menos dos años, antes de comenzar un psicoanálisis de cinco sesiones por semana. A través del trabajo en su psicoterapia y de la primera parte de su análisis, logramos disminuir de forma importante su ansiedad social, momento en el cual sus talentos naturales y su personalidad generalmente agradable le condujeron a realizar logros significativos en su campo y a un rápido avance en su trabajo. Analizamos su dificultad para estar de pie con otras personas y para hacer presentaciones como basada en una fuerte ecuación cuerpo-falo, en la cual estar de pie era tener una erección y por tanto estar en peligro de que ésta desapareciera. El trabajo sobre las implicaciones edípicas de esta ecuación simbólica y este miedo nos llevó en muchas direcciones, revelando una rica fantasía vital consciente e inconsciente relativa a su cuerpo y al de sus padres, a lo que se encontraría en el interior de una vagina y a un intenso interés en ciertos paisajes y arquitectura como equivalentes corporales.

Este trabajo produjo una disminución en las ansiedades sociales de Mark, pero sus dificultades sexuales y de relación eran mucho más resistentes al cambio. Para los propósitos de este artículo, extraeré de las dinámicas complejas y entrelazadas de este caso las líneas relativas a una cuestión concreta: la corta estatura de Mark durante su infancia. Sólo con el análisis de ciertas fijaciones relativas a esta corta estatura tuvo lugar algún cambio significativo en los problemas de Mark con la potencia sexual.

Mark era el segundo de cuatro niños de unos padres de clase media. Al principio describió a su madre como “severa”, “extremadamente eficiente” y “muy hermosa, la mujer más bonita que he conocido”. Dijo que los demás la describían como fría. Caracterizó a su padre como tranquilo y generalmente siguiendo las directrices de su madre, pero se resistió a hacerle ninguna crítica. Según progresaba el análisis, emergieron aspectos muy diferentes de ambos padres.

La corta estatura de Mark comenzó a preocupar a su madre cuando él tenía cuatro o cinco años. (Su padre era bastante distante y estaba poco involucrado con los problemas de los niños). Le llevó al médico en varias ocasiones para hacerse pruebas e intentaba que bebiera batidos después de las comidas. Mark hablaba de cómo odiaba la presencia siempre vigilante de su madre y su naturaleza avasalladora y de la resistencia pasiva que mantenía en la mesa. Tras unos años de análisis, alertado por su insistencia de cuánto odiaba que su madre o cualquiera le avasallara, y consciente de sus respuestas dóciles a la mayoría de mis intervenciones, interpreté que su reacción al avasallamiento era más compleja de cómo él la presentaba. Recordó entonces que en realidad había tenido una relación muy cercana con su madre en los años preescolares; y admitía que incluso ahora parecía muy cuidadora con los niños pequeños y los infantes.

Le preocupaba estar en desacuerdo conmigo o demostrar su enfado, decía Mark, por la ayuda que obtenía del análisis. Sabía que una vez que se pusiera negativo acerca del análisis o de la ayuda que yo le estaba proporcionando, acabaría yéndose, como había hecho en otras relaciones. Con el tiempo, comenzamos a reconocer el miedo de Mark a que el enfado con su madre, que le había llevado a distanciarse de ella progresivamente, inundase el análisis.  Mediante la transferencia empezamos a entender el cambio en su actitud hacia su madre. Admitía con preocupación que, si se dejaba, se enfadaría mucho conmigo por no curar su problema sexual tras años de análisis. Estos desarrollos nos conducían a veces a recuerdos de sus primeros años de colegio, cuando comenzó a ser consciente de que era mucho más bajo que los otros niños, y de cómo había creído que su madre –quien, después de todo, le había “hecho”- era responsable de este estado de las cosas.

A los siete años, Mark se había vuelto muy agresivo con los profesores en el colegio, hosco con sus padres y especialmente furioso contra su madre. “Ella parecía muy preocupada, llevándome a médicos y haciéndome comer y realizar ejercicio, pero todo me parecía muy hipócrita. Después de todo, ella había creado el problema haciéndome bajo, y ahora pretendía querer resolverlo”. Según Mark se iba sintiendo cada vez más afligido por esta percepción de su defecto (“me sentía como un monstruo”) se volvía hacia la negación en la fantasía y la negación en la acción, lo que le llevó a la escisión de su yo, lo cual perjudicó la resolución de sus conflictos edípicos mediante la represión y la sublimación. A lo largo de la mayor parte de su latencia, Mark había sido muy consciente de su atracción sexual hacia su madre, que sobrevivió junto con su rechazo enojado hacia ella y con una actitud extremadamente prudente hacia todo lo sexual. Como detallaré más adelante, sólo el análisis de esta defensa de disociación, durante las últimas etapas del análisis de Mark, permitió una resolución de sus dificultades sexuales y de los efectos continuados de su baja estatura temprana.

El entrelazado de los conflictos edípicos de Mark con el trauma del descubrimiento de su “monstruosidad” fue un determinante poderoso de sus dificultades sexuales, aunque no el único. Cuando intentaba practicar el sexo, generalmente lograba una buena erección, pero entonces algo de lo que hacía o decía la mujer era interpretado por él negativamente como una burla o un comentario degradante. Sentía una corriente de ira y perdía su erección. En esta secuencia, reactuaba su relación positiva temprana con su madre, que continuó en la etapa fálica narcisista, seguida por el indignante descubrimiento de su corta estatura (pérdida de su erección) y la rabia hacia su madre y el culparla de esto (la mujer que le había hecho perder su erección). En la vida adulta, sentía que su falta de potencia era la que le hacía monstruoso, y así llegó a significar lo que su baja estatura durante la infancia, puesto que un estirón en la adolescencia le había hecho alcanzar la estatura media de un adulto.

El padre de Mark era un hombre tan tímido que daba pena, con muy poca interacción con sus hijos –o con cualquier otra persona. Como ya se dijo, mientras que Mark estaba dispuesto a culpar o criticar a su madre, era extremadamente reacio a darle voz a cualquier crítica hacia su padre. Tras esta renuencia subyacían sentimientos extremadamente dolorosos de daño y deprivación, sentimientos que influyeron enormemente en el sentimiento de su propio encanto personal y su virilidad. Sentía que no podía entrar en la vida adulta, puesto que nunca había despertado ningún interés por parte de su padre hacia su crecimiento (en palabras de Blos [1985], no tenía la bendición de su padre a ese respecto [pp. 133-173]) y porque crecer era renunciar finalmente a su poderoso deseo de recibir el amor de su padre.

Las quejas más agudas de Mark sobre su madre estaban relacionadas no sólo con el hecho de culparla de su corta estatura, sino que también servían para encubrir su apego a las variadas gratificaciones que había recibido de ella. Afirmó en varias ocasiones que su madre era extremadamente solícita cuando él o cualquiera de sus hermanos estaban enfermos. Solía añadir a esto un comentario negativo, del tipo de “formaba parte de su eficaz forma de ser la mamá perfecta”, o “me preguntaba tantas veces si estaba bien que me volvía loco”. A pesar de estas quejas, admitía de vez en cuando que disfrutaba de los cuidados de su madre y, de hecho, desde la infancia, disfrutaba al ir al médico por cualquier razón. Esta placer estaba relacionado con su apego continuado al cuidado de su madre hacia él, así como más concretamente a la atención especial que recibía de ella a causa de su corta estatura, lo que daba como resultado múltiples visitas médicas.

De la fase intermedia del análisis en adelante, emergió más y más material relacionado con la fijación de Mark a ser especial. Como ejemplo, observé que a menudo se quejaba de su falta de potencia sexual diciendo que “cualquier chico de 15 o 16 años, incluso los feos y poco populares, pueden hacerlo”. Hablaba de haber visto un programa de entrevistas que hablaba de hombres que habían dejado embarazadas a mujeres sin estar casados con ellas. “Me encontré gritándole a la televisión ¿Qué tenéis de especial? ¡Cualquier niño de 12 ó 14 años puede hacer lo que vosotros hicisteis! Creo que no me gustó que se les prestara atención”.

En un momento dado me pregunté en voz alta si Mark sentía que era especial a causa de su dificultad; que él era el único con un problema sexual, incluso aunque fuera relativamente común. Se puso muy a la defensiva, diciendo: “Pero no es común. Nadie tiene exactamente mi problema”.

“¿Qué quieres decir?”

“Bueno, no haber practicado nunca sexo. Estoy seguro de que nadie tiene ese problema”.

“Pero en realidad tú has practicado sexo en varias ocasiones”.

“Pero no contaron realmente. En una, estaba fuera del país. Luego están las veces que no eyaculé dentro”.

“Pareces querer minimizar tu experiencia sexual, como si tal vez eso te hiciera más especial”.

Mientras discutíamos estas cuestiones, Mark se dio cuenta del orgullo que le provocaba lo que él veía como su extraordinario problema sexual y, en conexión con esto, se dio cuenta también de que sentía cierto orgullo al referirse a sí mismo como la persona más baja de la familia –incluso cuando, tal como lo piensa ahora, se diera cuenta de que eso no era cierto.

Los muchos y variados modos en que Mark expresaba su deseo de ser especial son fascinantes, especialmente porque la mayoría de ellos no eran obvios en absoluto. Ciertamente a la mayoría de las personas no le hubiera dado la impresión  de un individuo demasiado narcisista que demandara un trato excepcional. Su necesidad de un estatus especial y los intentos de evadir los límites de la realidad y la moralidad se expresaban en áreas circunscritas de su vida, en conformidad con el hecho de que las sobregratificaciones de su madre a las que estaba fijado estaban asimismo circunscritas, limitadas a las enfermedades y a su baja estatura. En otros aspectos, la madre era imparcial con respecto al trato de los distintos niños, y no era en lo más mínimo mimosa ni sobreindulgente.

Durante los primeros cinco años de análisis, mientras que Mark hacía llamativos cambios en su ansiedad social y en muchas otras áreas, sus dificultades sexuales permanecieron. Esta era claramente el área en la que descansaba el apego al trato especial basado en su discapacidad. Mientras que a nivel intelectual podía apreciar esto, fue sólo mediante el análisis de un aspecto específico que llegaron a producirse el verdadero insight y el cambio.

Este aspecto tenía que ver con la evitación de la culpa por parte de Mark. Mientras hablaba de sus intentos de resolver su impotencia sexual con otras mujeres que no eran su novia, le señalé que me sorprendía que pareciera sentir tan poca culpa acerca de estos episodios. “Pero finalmente lo hago para resolver mi problema, lo que beneficiaría a Trish [su novia]”, decía.

“¿Piensas que eso es realmente así?”, pregunté. Ya habíamos apuntado que su deseo real era únicamente estar con estas mujeres, verlas desnudas, y en otros sentidos desempeñar el papel de niñito especial para ellas.

“Se que no es realmente cierto, pero si no dijera eso, me sentiría culpable. Intento no pensar en Trish cuando estoy con ellas. Creo que es extraño que no me sienta culpable. Si me sintiera culpable, no podría seguir haciéndolo, y realmente no quiero dejarlo”.

“Me pregunto si no es que en realidad no te sientas culpable, sino que puedes mantener la culpa acorralada mientras que sientas que estás trabajando en tu problema con estas mujeres, justo como trabajabas en tu corta estatura con tu madre”.

En este momento, la conversación pareció provocar el retroceso de Mark. Preguntó con voz irritada: “Pero ¿no sería escurrir el bulto ahora utilizar la moralidad como excusa para no intentarlo con otra mujer, cuando estoy tan cerca del éxito? Además, muchos otros chicos hacen el tonto y no se sienten culpables por ello, y ellos no tienen mi problema, así que esa realmente no puede ser la explicación”.

Mark había estado “a punto de resolverlo” con otras mujeres durante años. Cuando le señalé esto, comenzaron a emerger los recuerdos, en esta sesión y las siguientes, de lo especial que se había sentido cuando su madre le llevaba a los médicos o intentaba trabajar por otros medios en su problema. Su negativa a encarar los límites de su conciencia, por otra parte adecuada, en la esfera de sus relaciones especiales con mujeres que le mimaban, se basaba en su negativa a abandonar los placeres del trato especial por parte de su madre. El hecho de que la sobregratificación de la infancia, y por tanto la intolerancia a la presión del superyó, estuviera circunscrita en el caso de Mark lo hizo mucho más analizable que en los casos de sobregratificaciones o falta de límites más globales, con la consiguiente patología de carácter más severa.

En las últimas fases del análisis, el núcleo traumático de la reacción de Mark a su corta estatura durante la infancia cristalizó en una neurosis de transferencia. Hablaba de querer hacer un intento sexual con su novia pero, según pasaba el tiempo, me encontraba cada vez más frustrado por su postergación. Él mismo se sentía tan avergonzado que no había intentado nada, o se saltaba una sesión para no tener que contarme otra vez que se había echado atrás en su resolución de intentar el sexo. Dijo en numerosas ocasiones que debía sentirme fuera de quicio y decepcionado con su conducta. Si bien nunca afirmé expresamente mi decepción hacia él, quedaba claro que ambos estábamos actuando su relación temprana con su madre, quien había intentado con tanto empeño hacerle crecer.

Rastreamos el sentimiento de Mark de que yo estaba decepcionado con el hecho de que no tuviera sexo hasta llegar al sentimiento de que, durante su infancia, su madre estaba decepcionada porque no crecía. Yo le presionaba para que superase este problema, del mismo modo que su madre le había insistido repetidamente para que comiera y le presionaba para hacer ejercicio. No obstante, ella –y cuando Mark lo pensó, se dio cuenta de esto con sorpresa- en realidad nunca mostró decepción hacia él y de hecho había sido de bastante apoyo, saltando en su defensa cuando otros habían comentado que no crecía. Quedó claro que la decepción profunda, la vergüenza y el dolor eran exclusivamente de Mark.

No obstante, la madre de Mark, haciéndose cargo de su baja estatura y enfocándola del mismo modo energético y optimista que enfocaba todo lo demás, le había proporcionado un grado de gratificación: ella asumía la responsabilidad. Externalizando sobre su madre su propio deseo de crecer, Mark evitaba ser consciente de los abrumadores sentimientos dolorosos que la frustración de este deseo le había provocado y, de hecho, externalizaba la decepción sobre su madre como si fuera el sentimiento de ella. De hecho él, excepto pequeñas rachas que pasaban rápidamente, raramente había experimentado sentimientos de tristeza tras la adolescencia y ahora podemos entender por qué. Según comenzó a darse cuenta de que él mismo deseaba crecer, reexperimentó la tristeza y el dolor de su latencia, cuando se había sentido “como si no hubiera esperanza para mí; siempre sería un monstruo”.

La manifestación concreta de la fijación de Mark a los cuidados de su madre salió a la luz de un modo interesante. Desde casi el principio del análisis, echaba frecuentes miradas al reloj según se aproximaba el final de la sesión y decía: “¿Supongo que ya es hora de irme...?” como una interrogación. En las ocasiones en que no llevaba reloj, estaba muy angustiado con la hora de finalización, preguntándome cuánto tiempo nos quedaba. Cuando le pregunté qué pensaba él de esta conducta, Mark dijo que lo hacía porque tenía miedo de ofenderme rebasando su tiempo. Le preocupaba que me enfadase con él por eso, y que él también se enfadara, a su modo característico, y rompiera las relaciones conmigo perdiendo así la ayuda que necesitaba. Conectamos este miedo con las peleas con su madre y su novia, pero fue sólo al final del tratamiento, cuando se hizo obvio que él había visto todo el análisis como una nueva versión del intento de su madre de hacerle crecer, se me hizo evidente el significado concreto de sus acciones.

En una ocasión, Mark me habló de la vigilancia que su madre ejercía sobre él en la mesa para ver cuánto comía y de cómo él odiaba eso, inmediatamente después de haber hablado de la presión que sentía para practicar el sexo. Le pregunté si el análisis era como la mesa familiar donde yo, como su madre, le alimentaba e intentaba hacerle crecer en otros sentidos. Él habló de las batallas pasivas que mantenía con su madre, de que no comía mientras que ella ya estaba fregando los platos. Se quedaba preguntando “¿Puedo bajarme ya?”, una frase que comenzó a utilizar cuando era más pequeño y realmente tenía que bajar de la silla escalando. Decía que era divertido que hubiera seguido usando esa frase incluso mucho tiempo después, cuando ya no era el caso.

“Tengo una idea”, dije yo. “Me pregunto si el mirar el reloj y preguntar si ya es hora de terminar la sesión es una actuación de cuando le preguntabas a tu madre si podías bajarte ya”. Mark quedó impresionado por mi comentario. Éste pareció abrir la puerta a todo tipo de recuerdos y sentimientos relativos a la comida y el crecimiento. Con relación al sexo, pensó en su interés por el sexo oral, que era el único tipo de sexo con el que tenía cierto interés en fantasear. Admitía que en realidad estaba jugando un juego de espera, en cierto sentido viendo quién de nosotros sobreviviría a quién en el campo de batalla de si iba a intentar practicar sexo o no, del mismo modo que su madre y él se habían peleado por el tema de la comida. Él había disfrutado bastante esas peleas, decía con un placer obvio en su voz, así como sus otras batallas sobre temas tales como si se quitaba o no los zapatos sucios al entrar en casa.

Anteriormente, habíamos reconstruido que había mantenido una batalla importante con su madre cuando estaba aprendiendo a ir al baño. Ahora, mediante el vínculo intermedio de la batalla por la comida y bajarse de la mesa (=bajarse del inodoro), y la relación con su conducta en el análisis, esta reconstrucción cobró vida y tomó cuerpo. Parecía que junto con el enfado que la actitud activa y controladora de la madre había engendrado en él, también se sentía muy apegado a la forma en que lo trataba, con el mensaje implícito de que, después de todo, ella resolvería el problema por él.

Mark recordaba que había estado obsesivamente interesado en su peso y su altura en la primera infancia, pero en el momento en que empezó a pegar el estirón, sorprendentemente dejó de interesarse por estas cifras. Incluso ahora, era incapaz de recordar su altura exacta. Se resistía a medirse y, si lo hacía, olvidaba rápidamente la cifra exacta. No deseaba aceptar su altura relativamente normal y se aferraba a la relación temprana con su madre de la época en que habían trabajado duro con el tema de su baja estatura. Admitir que se encontraba dentro de un rango normal de altura habría sido perder esta relación. Él la perpetuaba en sus relaciones especiales con las mujeres con las que esperaba resolver su problema sexual, así como en la lectura incesante de libros de autoayuda y el trabajo constante en varias áreas de su vida en las que tenía la esperanza de crecer. “Sé que no puedo seguir viniendo aquí para siempre”, dijo Mark cuando discutimos su análisis. “Eso no es todo a lo que se refiere esto. Pero en cierto sentido es lo que quiero. Quiero trabajar siempre sobre el problema, pero no alcanzar nunca el final”.

El apego de Mark a la exigencia materna de que creciera era también una forma de identificación con el agresor. Se defendía contra la tristeza, la decepción y la rabia provocadas por su falta de crecimiento, externalizando estos sentimientos sobre su madre y otras personas, mientras que él mismo desempeñaba el papel de un destino malévolo, resistiéndose tenazmente a los esfuerzos de su madre y los otros (yo incluido) por hacerle crecer. Así, él cambiaba las tornas, dejándonos a su madre y a mí frustrados e indefensos, mientras que él se sentía poderoso y controlado.

Esta pieza del análisis de la transferencia fue importante para alcanzar el núcleo de por qué Mark tenía esta dificultad para renunciar a su imagen del self baja, “monstruosa”, a pesar de la vergüenza que le causaba. En la mente de Mark, el ser bajo estaba vinculado a variadas gratificaciones y atenciones por parte de su madre, en todas las fases de su infancia, mientras que querer crecer estaba ligado únicamente al dolor y la decepción. Aferrarse a la imagen del self baja/monstruosa/pervertida/retrasada le permitía aferrarse también a sus deseos edípicos y preedípicos hacia su madre, en lugar de reprimirlos. Así, él era muy consciente de su atracción sexual hacia su madre en la latencia y la adolescencia e, incluso en la vida adulta, estos sentimientos fueron simplemente suprimidos en lugar de ser reprimidos. Al mismo tiempo, llevaba una doble vida, en la que vivía una imagen del self de buen aspecto/buen carácter/puritano y serio en el trabajo, con su novia y con la mayoría de los amigos; mientras que con otras mujeres, y en la masturbación y el uso de pornografía, se aferraba a la imagen del self monstruosa, lo que le permitía continuar sintiendo su apego sexual hacia su madre de una forma apenas disimulada.

He obviado muchos aspectos de este caso para concentrarme en la cuestión de la baja estatura de Mark y su relación con el deseo de un trato especial. Entre las cosas que no he descrito en profundidad se encuentran cuestiones referentes a la relación con su padre y sus hermanos. También he omitido el enorme incremento –estrechamente relacionado con su baja estatura- de las angustias de castración y desintegración corporal de Mark. Su miedo más profundo, que en un momento determinado fue una terrible certeza, era que mientras que los demás se hacían más y más grandes, él se vería reducido a nada. La imagen del self de Mark de ser bajo y monstruoso también incluía la conexión entre un niño castrado y una mujer; y una razón adicional importante para su dependencia a esta imagen del self negativa era que representaba el ser amado, tanto sexual como no sexualmente, como mujer y niño pequeño por parte de su padre, que en la realidad se había mostrado distante y desinteresado. El significado de su peor miedo adulto –que la gente notara que tenía un problema sexual y sacara la conclusión de que era homosexual- estaba relacionado con estas cuestiones mediante numerosos vínculos de conexión. Sus problemas sexuales le ataban a la dependencia de la imagen de ser bajo y al trato especial que eso conllevaba, lo cual representaba una dependencia de sus deseos sexuales y sus deseos de reconocimiento por parte de su padre y su madre. El precio que pagaba por aferrarse a esta imagen del self era que significaba que simbólicamente era un niño o una mujer, causándole enormes sentimientos de vergüenza.

Discusión

Al discutir el material clínico presentado, intentaré mostrar primero cómo ciertas distinciones teóricas ente los ideales morales y no morales pueden resultar útiles para comprender las distintas reacciones de los niños a las discapacidades físicas. Luego discutiré brevemente algunas otras cuestiones suscitadas por el material: los efectos de las sobregratificaciones focales, como las observadas en el caso de Mark; los factores que favorecen u obstaculizan el logro real en estos tipos de situaciones; y por qué, en general, las discapacidades físicas o de otro tipo conducen con tanta frecuencia al denominado tipo de carácter de la excepción.

Ideales narcisistas versus morales.

Muchos autores (Blos, 1974; Hanly, 1984; Jacobson, 1964; Laufer, 1964; Milrod, 1982, 1990; Sandler, Holder y Meers, 1963; Schafer, 1967) han intentado entender teóricamente el desarrollo entrelazado de los ideales, el superyó, el ideal del yo y los deseos y fantasías narcisistas. Aunque la terminología varía, existe un acuerdo general entre estos autores sobre la necesidad de distinguir los ideales morales, así como las funciones de guía y de castigo asociadas con su cumplimiento (el sistema del superyó, que incluye el ideal del yo claramente definido), de otros ideales, generalmente relacionados con el engrandecimiento narcisista.

Jacobson (1964) presentó la discusión más detallada de los aspectos evolutivos de esta cuestión. Apuntaba que desde muy temprano el yo lleva a cabo esfuerzos encaminados a su propia mejora y eficacia, esfuerzos que son relativamente independientes de las pulsiones, aunque terminan teñidos de agresión. Comenzando por el colapso del sentimiento infantil temprano de omnipotencia en la subfase de acercamiento, se forman las fantasías de deseo de poder y grandeza (Mahler, Pine y Bergman, 1975; Milrod, 1982). Al principio, éstas están ampliamente proyectadas hacia los padres, a los que se considera omnipotentes, pero gradualmente forman dentro del yo una subestructura más o menos estable: la imagen del self deseada. Esta subestructura es denominada ideal del yo por muchos autores, pero yo creo que es más ventajosa la terminología de Jacobson, puesto que uno necesita un nombre para los ideales morales que residen como subestructura dentro del superyó.

Denominando a estos ideales morales el ideal del yo, se obtiene una imagen más clara del superyó como estructura compleja con muchas funciones (inhibidora, animadora, castigadora, recompensadora, amante y juez) todas las cuales dependen de la comparación del individuo con un ideal moral. Entonces tenemos dos términos diferentes para lo que en realidad son dos entidades muy diferentes, pero fácilmente confundidas: el término imagen del self deseada puede utilizarse para referirse a los ideales narcisistas, no morales, que residen en el yo, y el término ideal del yo puede referirse a ideales morales dentro de la estructura del superyó.

Durante la estructuración edípica del superyó, se reconfiguran en el ideal del yo, una subestructura dentro del superyó, ciertos aspectos de la investidura narcisista fálica, así como aspectos de los padres idealizados. “La cualidad prominente, extraña y preciosa del ideal del yo es su irrealidad y su distanciamiento del self real. Aunque generalmente somos perfectamente conscientes de esto, el ideal del yo ejerce una tremenda influencia en nuestra conducta realista” (Jacobson, 1964, p. 111). La imagen del self deseada, a menos que haya descarrilado durante su desarrollo, mantiene una relación más próxima, más realista, con el yo que el ideal del yo. Representa deseos y características alcanzables de forma realista, en su mayoría. El superyó y el ideal del yo tienen que ver especialmente con el trato de los otros y con el freno de los deseos narcisistas y de poder. La tensión entre el yo y el superyó, basada en una distancia demasiado grande entre el yo y el ideal del yo, es sentida como culpa. La imagen del self deseada tiene que ver especialmente con ambiciones de mejora narcisista del self. Una distancia demasiado grande entre la imagen del self deseada y el yo es sentida como vergüenza (Milrod, 1982, 1990).

La percepción de los defectos

Fijándonos ahora en los dos pacientes descritos más arriba, se puede apuntar que tanto Mark como el paciente de Lussier, Peter, desarrollaron una negación intensa, en la fantasía y la acción, de sus defectos. Esta negación pareció hacer descarriar su desarrollo en la latencia temprana, y yo mantendría que esto fue así porque la negación se hizo más masiva en esa época, comenzando a invadir muchas áreas de funcionamiento. Como se ha apuntado previamente, es la edad en que un niño se vuelve capaz de hacer comparaciones mucho más realistas entre el/ella y los demás (Frankel, 1996). Yo creo que para ambos pacientes cuando eran niños, la percatación de que eran tan diferentes de la norma, en aspectos que suponen una investidura narcisista y narcisista fálica tan fuerte (la altura y la posesión de brazos normales) les condujo a negaciones masivas como intentos de protegerse contra la vergüenza abrumadora y los sentimientos depresivos. La fijación al descubrimiento traumático de sus diferencias respecto a otros niños, y la negación de este descubrimiento, interferían con la maduración normal y progresiva de sus imágenes del self deseadas hacia la realidad. Tanto Mark como Peter se negaban a renunciar a sus fantasías poco realistas de lo que llegarían a ser, o a una cierta aceptación de sus cuerpos tal como eran. Así, se encontraban sujetos a sentimientos intensos de vergüenza por quedarse tan cortos respecto de sus imágenes del self deseadas.

Frankel (1996) sostuvo que es la propia percepción del niño de su defecto en la latencia temprana, independientemente de las reacciones de los otros, la responsable en gran medida de la negación masiva observada en ambos casos. Mi paciente, Mark, proporciona una buena muestra de esta contención, puesto que en casa no había ninguna reacción negativa o avergonzante frente a su baja estatura, y ésta era muy poco percibida fuera de su familia, y sin embargo él desarrolló una intensa negación y reacciones de vergüenza. Esto no quiere decir que la vergüenza de Peter no fuera empeorada por la reacción materna de vergüenza y rechazo, sino sólo que no son necesarias tales reacciones por parte de los padres para que se desarrollen esas mismas reacciones en los niños.

Reacciones parentales

Es interesante detallar también los modos en que las diferentes reacciones maternas en los casos de Peter y Mark se abrieron camino dentro del contenido de las imágenes del self deseadas de los pacientes. Las fantasías de Peter incluían llevar a cabo varias acciones en las que se negaba su carencia de brazos, tales como tocar la trompeta, y ser enormemente admirado por los demás por estos logros. El deseo de Peter de ser admirado de esta forma se basaba, escribía Lussier (1960), en su necesidad de ser admirado por su madre, invirtiendo la situación real de su infancia.

La madre de Mark, por otra parte, no reaccionó con la misma vergüenza o rechazo a su corta estatura, y la falta de atención paterna hacia él tampoco estaba basada en eso, esto lo tenía claro, puesto que desatendía por igual a todo el mundo, independientemente de su altura. En contacto con estas realidades, los deseos y fantasías de Mark incluían ser más grande en mil sentidos: teniendo un cociente intelectual más alto, siendo más alto y más pesado, y teniendo más ingresos, pero la idea de ser admirando por su grandeza no era prominente, como lo era para Peter.

Puede verse, así, que la negación de un defecto por parte del niño no es tan sencilla como puede parecer en un principio. Del mismo modo que las fantasías de Peter estaban influenciadas por las reacciones de su madre, la tendencia de ambos niños a utilizar la negación de forma masiva estaba influenciada por las reacciones de sus madres. En el caso de Peter, era obvia la tendencia de su madre a apartar la vista de sus defectos. La madre de Mark reconocía la dificultad, pero sólo en el sentido de que trabajaba duro para cambiarla. Nunca habló con su hijo de lo mal que éste podía sentirse con la situación y así fomentaba la tendencia de Mark a contemplar el cambio externo, en forma de crecimiento de uno u otro tipo, como la única solución a su problema.

No obstante, no deberíamos dejarnos llevar por nuestra tendencia a buscar causas en las reacciones parentales para infravalorar el efecto traumático sobre el niño del descubrimiento de su diferencia respecto de los otros. Este descubrimiento en la latencia temprana no sólo fomenta la tendencia a utilizar la negación y la escisión del yo, sino que la imagen corporal y las ansiedades corporales también son decisivamente influenciadas. Tanto Mark como Peter habían incrementado llamativamente la ansiedad de castración, que en Mark tomó la forma de terror a verse reducido a nada. Este terror estaba relacionado no sólo con la castración, sino también con cuestiones de la seguridad de su cuerpo como un todo (2). Como Mark lo dijo muy sabiamente: “estoy seguro de que lo que hizo mi madre tuvo su efecto, pero en una situación como esa, no puedes escapar sin cicatrices, es sólo cuestión de qué tipo de cicatrices tendrás”.

Desarrollo del Tipo de Carácter de la Excepción

Hasta ahora, he estado discutiendo los intentos de tratar el daño narcisista por la posesión de un defecto físico –y por las reacciones de otras personas a esto- mediante varias defensas, especialmente la negación. Estructuralmente, estos intentos se observan en las tendencias defensivas particulares del yo, que tienden mucho hacia la negación, la escisión del yo, y los intentos de resolver problemas internos mediante cambios externos. También se ve afectada la imagen deseada del self, donde el uso exagerado de la negación en la fantasía conduce a un sentimiento inflado y poco realista de lo que la persona debería ser para no sentirse avergonzada. Tanto Mark como Peter tenían estos efectos; y yo creo que casi todos, si no todos, los que tienen un déficit físico grave, o incluso sin importancia, mostrarán efectos similares (incluso cuando no sean tan llamativos) sobre los aspectos defensivos del yo y sobre la imagen del self deseada. La tesis principal de este artículo es que, por el contrario, no todos los que tienen un defecto físico mostrarán la adhesión concreta a la necesidad de un trato especial, con los efectos que eso conlleva en la maduración del superyó, lo que conduce al tipo de carácter de la excepción-

En este reino de ideales morales, en contraposición con los ideales narcisistas, hemos visto que Mark y Peter se diferenciaban sustancialmente. Lussier (1960) nos decía que Peter no tenía tendencia a la autocompasión, ni deseo alguno de ser tratado como una excepción. Yo he intentado mostrar los sentidos en los que considero que estos aspectos del carácter de Peter estaban relacionados con la falta de mimos o atención especial que se le otorgó. También he intentado mostrar en detalle que, por el contrario, Mark estaba expuesto a sobregratificaciones circunscritas que se relacionaban directamente con su defecto físico, y a las que él se aferraba tenazmente en su vida posterior.

Lo que quiero enfatizar aquí con relación a Mark es que era exactamente en relación con las conductas adultas representativas de esta sobregratificación –ir con prostitutas y con otras mujeres como un modo de hacerse crecer a sí mismo resolviendo su problema sexual- con las que se perdía el sentido de la moralidad, por lo demás adecuado, de Mark. Evitaba cualquier sentimiento de culpa mintiéndose en varios sentidos: diciendo que hacía esas cosas por el bien de su novia y que tenía problemas tan serios que se merecía hacer esos intentos de solucionarlos. En tales casos, la especificidad de la conexión concreta entre el área particular de sobregratificación y el área en la cual un individuo evita las restricciones del superyó y actúa como una excepción es lo que me convence especialmente de la importancia de las sobregratificaciones como causantes de este tipo de carácter. He podido confirmar la conexión específica en muchos casos y he presentado uno de ellos (Fernando, 1998), en el que un padre idealizada los futuros proyectos de trabajo de su hijo –el paciente- llevándole a actuar como una excepción, especialmente en su vida laboral.

Me parece que la idea de sobregratificaciones circunscritas es útil a la hora de dar sentido a casos como el de Mark. La idea no es nueva. Greenacre (1959) otorgó el nombre de simbiosis focal a la relación particular entre los padres (o hermano mayor o gemelo más fuerte) y un niño en la cual los padres conservan una función que debería haberse convertido en una función autónoma del niño. Ella apuntaba que “a menudo se da una peculiar unión de las necesidades especiales del niño con la sensibilidad especial de los padres” (p. 147). En el caso de Mark, la función en la que se centraba la simbiosis era la ingesta de comida y el cuidado corporal orientado a garantizar el crecimiento adecuado. El funcionamiento sexual de Mark (una erección=crecimiento de su pene/ser un adulto sexual) y otras áreas de crecimiento –por ejemplo la ampliación de su conocimiento- acabaron finalmente envueltas en esta dinámica. La fijación de Mark al cuidado materno en estas áreas interfería en que asumiera responsabilidades respecto a ellas y que evolucionara en las mismas, puesto que quería seguir siendo perpetuamente pequeño y necesitado de las atenciones de su madre –atenciones que se le prestaron de adulto por varias mujeres que sustituyeron a la madre.

Parece probable que la simbiosis focal y las sobregratificaciones focales en torno a los déficits condujeron al tipo de excepción (como Mark) que ha ocultado y circunscrito parcialmente áreas donde está activa la necesidad de un trato especial. Probablemente esta es la forma más común de este tipo de carácter y, de hecho, si uno se fija bien, en todos nosotros está presente una forma leve de esta necesidad focal de ser especial, suframos o no una discapacidad. Si somos honestos con nosotros mismos, vemos que en estas áreas específicas de la necesidad de ser especial también tendemos a librarnos y nos las arreglamos para evadir en cierto grado los propios juicios morales. El trastorno más global, en el que la insistencia en la superioridad y en la calidad especial está presente en todas las áreas –como sucede en muchos de los casos descritos por Kernberg (1984)-, implica una patología más severa del yo y del superyó.

Los defectos físicos y los logros extraordinarios

Hasta ahora, mi discusión ha focalizado casi exclusivamente sobre las consecuencias patológicas de un defecto físico. No obstante, no hay razón para pensar que la posesión de un defecto físico conduzca siempre, ni siquiera generalmente, a un trastorno psicológico grave. Es más, parecería que las discapacidades o perjuicios físicos o de otro tipo pueden ser un estímulo en ciertos individuos para logros bastante extraordinarios (Castelnuovo-Tedesco, 1981). Sobrepasa el propósito de este artículo el discutir en profundidad todas las razones para los diferentes niveles de logro entre los individuos discapacitados, pero me gustaría enfocar brevemente la cuestión desde la perspectiva de la distinción entre ideales morales y no morales que ha constituido el foco de este estudio.

He apuntado que un defecto físico puede llevar a la formación de una imagen del self deseada poco realista en el individuo afectado. El logro extraordinario deja claro que esta imagen puede considerarse poco realista sólo con relación a lo que uno normalmente esperaría. Si alguien se aproxima a su imagen del self deseada convirtiéndose en un artista mundialmente famoso, cambiando el curso de la historia científica o llegando a ser un conquistador mundial, antes del logro de ese objetivo uno hubiera tenido que decir que esta imagen del self era poco realista. Hay muchos factores, como el talento, la capacidad para sublimar, la oportunidad y la casualidad que, obviamente, desempeñan su papel para determinar esos resultados.  Lo que me gustaría resaltar es que una imagen del self deseada inflada y “poco realista” no es en sí misma una barrera para lograr algo; y de hecho, si se dan otros factores determinados, puede ser un estímulo hacia logros verdaderamente extraordinarios. Por ejemplo, en el caso de Peter, una vez que el análisis le había ayudado a superar su aguda ansiedad de castración y otras dificultades, no renunció a los deseos poco realistas que habían sido una reacción a la carencia de brazos normales, sino más bien se dedicó a alcanzar esos deseos aparentemente imposibles, que en su base constituían una negación en la fantasía, y más tarde en la acción, de su defecto.

Si nos fijamos ahora en los ideales morales, en la forma de sistema del superyó-ideal del yo, uno podría preguntarse si aquí también un ideal demasiado alto podría servir como estímulo para un logro. No creo que la experiencia confirme esta expectativa. Una conciencia excepcionalmente dura, basada en ideales morales extremadamente rigurosos, suele constituir un gran obstáculo para un logro real. No obstante, como suele pasar, la realidad no se engloba fácilmente en afirmaciones generales como ésta. Por ejemplo, parecería que un superyó relativamente severo, si va acompañado de un grado adecuado de investidura narcisista que sirva para proteger al yo de ser aplastado por el superyó, puede llevar a ciertos tipos de conquistas (Freud, 1931). No obstante, una situación como la de Mark, en la cual las fijaciones a las sobregratificaciones interfieran con la maduración del superyó, generalmente obstaculizará la aplicación mantenida necesaria para los logros sólidos, a causa del tirón regresivo de las fijaciones.

Existen otros muchos factores que entran en juego, por supuesto. No obstante, con relación a la cuestión que estamos manejando, mi impresión es que a menudo una combinación específica de trato especial y admiración en la infancia, cuando está equilibrada por límites más realistas –o incluso más a menudo por la deprivación real (lo que parece proteger contra una regresión a las demandas infantiles de un trato especial, mientras que estimula las consecuciones compensatorias, como ocurría en el caso de Peter)- puede ser un terreno abonado para producir resultados extraordinarios (3).

Conclusión

Aquí merece la pena revisitar la cuestión general de la conexión entre el denominado tipo de carácter de la excepción y los defectos físicos. Casos como el de Mark, donde se da un trato especial especialmente focalizado sobre el defecto, son bastante comunes, pero no son el único medio por el cual los problemas físicos parecen conducir a este tipo de carácter. Ciertamente no es infrecuente ver a las personas reaccionar a una discapacidad física o a otra desgracia que les golpee en etapas tardías de su vida desarrollando la actitud de una excepción. Aquí no existe la cuestión de una tratamiento especial temprano a causa del defecto.

Al observar mis propios casos, encuentro tres pacientes, analizados con relativa profundidad, que desarrollaron variantes del tipo de carácter de la excepción sobre la base de su desarrollo físico durante la adolescencia. Dos eran hombres, ambos se dieron cuenta de que sus penes eran más pequeños que los de la mayoría de sus compañeros en la adolescencia, y el otro era una mujer que estaba extremadamente decepcionada porque el pecho no se le había desarrollado. (Para evitar cualquier malentendido, dejaré claro que tenía una buena razón para creer que estos pacientes tenían una cierta base realista para estos juicios, de modo que no eran simplemente ejemplos de las ubicuas ansiedades corporales de la adolescencia). En cada caso, se daba una fijación preexistente a un área circunscrita de trato especial durante la infancia y en la adolescencia se produjo una regresión a este punto de fijación como respuesta a la terrible decepción por su desarrollo físico.

Por ejemplo, uno de los hombres tenía una madre bastante joven y sencilla que le había adorado y admirado, y a quien él podía, se dio cuenta muy pronto, engañar con exageraciones y mentiras bastante transparentes. Desde la adolescencia, buscó y encontró mujeres similares que le adoraran y le admiraran, volviéndose bastante detestable y dominante en su conducta hacia ellas. El paciente se había remontado a la grandiosidad de la infancia que había desarrollado como reacción al trato materno como un modo de manejar la decepción que sentía en la adolescencia respecto al tamaño de su pene y esta maniobra había marcado su carácter desde entonces.

Por el contrario, he visto a numerosos pacientes con problemas físicos desde la infancia temprana o ya avanzada su vida que no desarrollaron el tipo de carácter de la excepción y, en cada uno de estos casos, el factor decisivo parecía ser la falta de una fijación fuerte a la sobregratificación temprana, especialmente la sobregratificación narcisista, que estaba presente en los otros casos. Apuntando esto, no quiero infravalorar el efecto de la discapacidad real. Existía en todos los casos un fuerte sentimiento de haber sido maltratados por el destino, y la combinación de esta reacción con la fijación temprana llevó a algunos de ellos a rebelarse contra su destino, mientras que otros, sin esta fijación temprana, fueron capaces de reconciliarse más fácilmente con él.

En resumen, es extremadamente común cierto tipo de fijación a las sobregratificaciones narcisistas, y también lo es la tendencia a desarrollar un deseo de ser tratados de forma especial sobre la base de una discapacidad física posterior o cualquier otra dificultad. Los casos de deprivación narcisista son los que subrayan la importancia de las fijaciones tempranas y muestran que, de hecho, un cierto nivel de deprivación, como en el caso de Peter, si bien puede conducir a muchos otros problemas, en realidad protege contra el desarrollo del tipo de carácter de la excepción.

Notas
(1) Otros (Cohen, 1988; Hanly, 1984) han descrito también esta dinámica.

(2) Parker (1971) proporcionó una descripción muy detallada de los efectos de las dificultades físicas en las ansiedades corporales de su paciente, un aspecto de las consecuencias de los defectos físicos a la que yo no he prestado atención para concentrarme en cuestiones narcisistas.

(3) Sin embargo, esta combinación no tiene por qué producir necesariamente satisfacción. Yorke narraba (en Bergmann, 2000) haber visto a Peter quince años después de su análisis, y halló que si bien Peter continuaba realizando logros extraordinarios, seguía teniendo el sentimiento de no estar completo ni ser suficientemente bueno, un sentimiento que ninguna de sus consecuciones parecía haber disminuido.

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