aperturas psicoanalíticas

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revista internacional de psicoanálisis

Número 020 2005 Revista Internacional de Psicoanálisis en Internet

El papel del analista en la cura analítica en las épocas de crisis

Autor: Kogan, Ilany

Palabras clave

Amenaza vital, Holocausto, metaforización, negación, Realidad externa, Supervivencia, Terrorismo..


The role of the analyst in the analytic cure during times of chronic crises" fue publicado originariamente en Journal of the American Psychoanalytic Association,  vol. 52, No. 3, p. 735-757, 2004. Copyright 2003, American Psychoanalytic Association. Traducido y publicado con autorización de la revista.

Traducción: Marta González Baz

Revisión: Raquel Morató de Neme

Se ilustra el papel del analista en el tratamiento psicoanalítico durante los periodos de crisis crónicas presentando material de dos estudios de casos. La primera viñeta clínica muestra a una analista capaz de permanecer con los miedos provocados en la paciente por la realidad traumática externa, incluso mientras la analista intentaba explorar con la paciente un universo interno que manejara esta realidad de modos únicos. El segundo caso enfoca cómo la contratransferencia de la analista durante este período de crisis crónicas, que ella vivía junto con la paciente, le hacía difícil contener los miedos y angustias de éste, a causa de que su propia existencia se veía amenazada, así como su identidad como analista. En este segundo caso, la analista, negando la situación externa, se centró ciegamente en la realidad interna del paciente para contra-actuar su propio sentimiento de pasividad e indefensión en la confrontación con la muerte y la destrucción. Se aferró al análisis “clásico” intentando analizar las defensas del paciente, elaborándolas, etc., haciendo así las denominadas interpretaciones analíticas en lugar de permanecer junto al miedo del paciente, y el suyo propio, y ayudar al paciente más directamente. El punto de inflexión se produjo con el nacimiento de la nieta de la analista; el miedo por la seguridad de la recién llegada hizo que la analista fuera claramente consciente de que es imposible ignorar la realidad externa, que debe tener un lugar en la vida cotidiana y en el análisis. Esta conciencia permitió a la analista contener los miedos del paciente, lo que lo ayudó a sentirse más apoyado y facilitó el cambio.

En un momento en que la guerra y la destrucción forman parte de la vida cotidiana y nuestra seguridad está cada vez más amenazada, una de las preguntas que los analistas israelíes nos planteamos es ¿qué lugar ocupa el psicoanálisis en un mundo así? ¿Podemos proponernos de buena fe practicar el psicoanálisis en situaciones de crisis crónicas (1) y conservar nuestras identidades como psicoanalistas frente al efecto del terrorismo?

Mi primer intento de manejar esta cuestión se describe en mi libro El llanto de los niños mudos (Kogan, 1995), en el capítulo “En el mismo barco: el psicoanálisis durante la Guerra del Golfo”. En él examinaba los elementos curativos del psicoanálisis durante un período de estrés agudo, en el que analista y paciente se hallaban en una situación compartida de amenaza vital. La relación entre las realidades externa e interna en una situación de crisis crónica que suponía una amenaza vital ofrece un laboratorio natural en el cual reexaminar cuestiones fundamentales relativas a la práctica, así como a la teoría, del psicoanálisis.

En este trabajo, situado en el límite entre la realidad externa e interna, y en el límite entre lo profesional y lo personal, pretendo examinar el papel del analista en el tratamiento psicoanalítico en tales situaciones. Con este propósito utilizaré material clínico de dos estudios de casos.

Ilustración clínica: Susan

Susan, una contable de 41 años, buscó ayuda profesional por síntomas fóbicos y ataques de angustia que afectaban su calidad de vida. Susan estaba casada y era madre de tres chicos, uno de 15 años y (dos) gemelos de 13. Susan se quejaba de sentirse insegura, irritable, fácilmente herida y aislada en su entorno social. Aunque sentía que su marido era fiel y un buen sostén económico, no era fuente de apoyo emocional. Cuando nacieron los gemelos, se deprimió mucho y se sometió a tratamiento analítico, lo cual facilitó su recuperación. El marido apoyaba la idea de que Susan también se analizara.

Susan creció en Inglaterra, la mayor de tres hermanos. Su madre era una superviviente que había perdido a ambos progenitores en el Holocausto y había vivido escondida los años del Holocausto, entre su décimo y décimo-cuarto cumpleaños. Su padre había sido reclutado por el ejército soviético dos años antes de la guerra, y más tarde desapareció en un campo de concentración. Su madre se escondió durante un tiempo con su propia madre (la abuela de Susan) hasta que fueron descubiertas; la abuela fue llevada a Auschwitz, donde murió. La madre de Susan huyó a los bosques, donde casi murió de inanición. Se encontró más de una vez de cara con la muerte cuando, disfrazada de campesina, se cruzaba con soldados alemanes.

Después de la guerra, la madre de Susan fue enviada en un Kindertransport desde el este de Europa a Londres, donde conoció al padre de  Susan. Se convirtió en un hombre de negocios exitoso, y la familia tenía una posición acomodada. La madre de Susan era una persona psicótica que sufría episodios de descompensación. Había consultado a psiquiatras en varios momentos de su vida y había sido medicada. Susan recordaba que a lo largo de su infancia su madre a menudo hablaba sola y se comportaba de un modo extraño. Su madre solía arruinar la diversión de la familia impidiéndoles salir en el último momento, diciendo que no se encontraba bien. No facilitaba la conexión con otros miembros de la familia o con amigos, aislando así a la familia.

La relación de Susan con su madre era complicada y dolorosa. Sentía que su madre nunca estaba satisfecha con su apariencia o con sus logros. Le disgustaba especialmente el novio de Susan, que acabó convirtiéndose en su esposo. Intentaba convencer a Susan de que rompiera con él, y cuando venía de visita lo ignoraba totalmente.

Diez días antes de su boda, la madre intentó suicidarse y fue hospitalizada en una institución mental. La boda tuvo lugar a pesar de esto, puesto que en la religión judía las bodas no se posponen por ningún motivo. El padre de Susan siempre intentó camuflar el incidente diciendo que su mujer había ingerido por error una sobredosis de tranquilizantes.

Tras la boda, la pareja inmigró a Israel, donde nacieron sus hijos. La madre de Susan vino a visitarlos sólo una vez, después del nacimiento de los gemelos. Este fue un momento difícil para Susan, que no tenía ayuda de su marido deprimido y tenía que cuidar un niño de dos años y dos bebés, mientras su madre se quejaba todo el rato de que no se le prestaba la atención suficiente.

Hace cinco años, la madre de Susan dejó de tomar medicación, y como resultado de ello su situación se deterioró. No volvió a salir de casa y no permitía que la visitaran. La última vez que Susan la vio, se quedó impresionada por el aspecto abandonado de su madre: la ropa rota y sucia, el pelo descuidado y dientes que le faltaban. Susan temía que ese deterioro en las condiciones físicas y psíquicas de su madre la llevara finalmente a la muerte. Su padre, preocupado por sus propios asuntos, continuaba negando que su mujer estuviera mentalmente enferma. Los padres nunca permitieron que nadie interfiriera en sus vidas. Susan creía que, a pesar de la resistencia de su padre, debía haber buscado ayuda psiquiátrica para posiblemente salvar a su madre. El no haber tenido la fuerza de haberse enfrentado a sus padres le añadía una mayor carga de culpa a sus espaldas.

Durante los dos primeros años de análisis, intentamos elaborar la complicada relación de Susan con sus objetos primarios. La elaboración de sus sentimientos de enfado y culpa dio lugar a una disminución de su depresión, y sus síntomas fóbicos decrecieron. Obtenía mucha satisfacción de su trabajo y se sintió más segura de sí misma en su papel como esposa y madre.

El terror de la situación actual en Israel –una cuestión que se abordó en el tercer año de análisis-  provocaba un gran temor en Susan, alterando su estabilidad emocional. En el análisis quedó claro que este miedo estaba conectado con la mayor angustia de Susan, que giraba en torno a la posibilidad de la pérdida de control y la descompensación. Susan tenía miedo de enfermar como su madre.

A continuación ilustraré la reacción de Susan ante la realidad externa, y mi comprensión de dicha reacción, con material literal seguido de una puesta en acto. Las dos siguientes sesiones consecutivas pertenecen al tercer año de análisis.

Primera sesión

Susan: ¿Recuerdas los dos niñitos de Tekoa [un lugar de Israel] que se perdieron y fueron asesinados? Sentí que tenía que ayudar a sus familias. Me tomo el día tal como viene y por la noche digo “Gracias a Dios”. Es como la ruleta rusa. Puede sucederle a cualquiera, en cualquier parte. Por eso quiero que mi familia sepa dónde estoy.

Tiene razón, pienso para mí misma. Todos sentimos lo mismo, todos tenemos miedo de la muerte y la destrucción. Pero otro pensamiento cruzó inmediatamente mi mente: ¿era posible que, además del temor de Susan hacia la realidad externa, estuviera expresando su miedo a la muerte y fragmentación psíquicas? Si era así, ¿esperaba que yo, en el papel de miembro de la familia, lo supiera, de modo que pudiera vigilarla más estrechamente?

Susan: La semana pasada, cayó una bomba de mortero en casa de mi cuñado. Aterrizó en el sofá del salón, donde todos habíamos estado sentados unos días antes. Del sofá cayó al suelo. Mi cuñada entró y la tocó con el pie, y no pasó nada. Vinieron los soldados y la retiraron, y luego la llamaron por teléfono y le dijeron que tenía que estar agradecida por seguir viva. Hace una semana yo estaba en Jerusalén. Estuve allí varios días después de un ataque terrorista. No sé lo que puede pasar en el futuro. Vivo al día. Me preocupan los niños y espero que todos sigamos vivos. Mi hijo mayor tiene 15 años, los gemelos tienen 13. Irán juntos al ejército.  No me gusta pensar en ello.

Permanecimos un rato en silencio. Mis pensamientos giraban en torno a mis propios sentimientos de impotencia en esta situación y mi miedo por mis propios hijos. Esto no es identificación proyectiva, pensé; ¡esto es nuestra sangrienta realidad!

Analista: Todos somos vulnerables, todos tenemos miedo de la muerte y la destrucción.

Susan: Veo a personas que abandonan Israel. Conozco a alguien de Jerusalén cuyo hijo se supone que iba a entrar en el ejército. Se marcharon. No sé. Por una parte, estoy orgullosa de que nuestros hijos estén en el ejército pero, por otra, ¿estoy haciendo lo correcto al vivir aquí y permitir que sirvan al ejército? Marcharnos podría salvarnos la vida. Le dije a mi marido que los que habían huido durante el Holocausto salvaron sus vidas. Mi marido, que es el más estable de los dos, dice que si no hay un lugar para nosotros aquí, no lo hay en ninguna otra parte del mundo.

Analista: Tal vez estas son tus dos voces internas. Por una parte, te identificas con tu madre, quien se salvó huyendo a los bosques, pero por otra sientes que tiene que quedarte aquí y tener un lugar propio.

Susan: Es cierto. Quiero que mis hijos vivan una vida normal. No quiero que sientan mi miedo.

Me pregunté en silencio si Susan estaba expresando su actitud ambivalente hacia el análisis: su deseo de huir de él y su deseo simultáneo de continuar su lucha con las fuerzas oscuras de su interior.

Segunda sesión

Susan llegó llorando, y entre lágrimas me dijo que tal vez debería dejar el análisis. Le pregunté por qué estaba tan disgustada. Respondió a mi pregunta con la siguiente historia: dos días antes había llevado a su hijo a Jerusalén porque tenía una cita con el médico. Primero fue al “triángulo” a hacer algunas compras. (El “triángulo” es un área en la que tres calles principales del centro de la ciudad forman un triángulo; la mayoría se refiere a él como “el centro”).

Susan y su hijo no encontraron en la tienda lo que buscaban. El dependiente lo encargó y tenían que volver más tarde a recogerlo. Luego cogieron un autobús para ir al médico, después de lo cual el hijo de Susan se fue al colegio. Justo entonces Susan escuchó que un terrorista suicida se había hecho explotar justo al lado de la tienda en la que ellos habían comprado. Llamó inmediatamente al dependiente, preguntó si todos estaban bien, y si podía pasar a recoger su pedido. El hombre le dijo que todos los que trabajaban en la tienda estaban bien, aunque los cristales de las ventanas se habían roto y había policía por todas partes, pero si lo deseaba podía ir. Susan volvió a la tienda. El lugar estaba desierto, sólo con policías rondando por allí. Recogió su pedido y volvió a casa.

Al día siguiente, después del trabajo, sintió una necesidad imperiosa de volver al triángulo. Recorrió las calles vacías y compró algunas cosas. Me dijo entre lágrimas que no sabía por qué había actuado así. Estaba muy disgustada.

Para comprender la conducta de Susan, que yo consideraba que contenía significados simbólicos inconscientes, le pedí que me contara más acerca de sus sentimientos sobre este episodio. Estallando en lágrimas, me dijo que se sentía culpable por no haber ayudado a su madre deprimida y mentalmente enferma. Había comprado cosas para ayudar a las personas de la tienda a sentir que la vida continúa.

Mi primer pensamiento fue que, mediante este episodio, Susan estaba intentando reactuar la historia de su madre en su propia vida (Kogan, 2002). Al igual que su madre huyendo por los bosques, que se encontró de cara con la muerte, Susan tenía que aproximarse a la muerte para superarla. Desde esta perspectiva, su retorno al lugar de la explosión fue un intento de lograr un control activo sobre el trauma pasivo.

Me preguntaba, sin embargo, qué significado simbólico podía tener la palabra triángulo en este contexto. ¿Estaba Susan regresando al triángulo edípico, y el hombre de la tienda a quien había intentado ayudar representaba a su padre, a quien ella había intentado ayudar muchas veces tras los brotes psicóticos de la madre? ¿O era su necesidad de ver con sus propios ojos qué había sucedido en la escena de la explosión una fantasía inconsciente sobre la escena primaria? ¿Podía representar la destrucción en el triángulo el triángulo púbico de su madre mentalmente enferma, que contenía la fuente de la vida pero también fuerzas destructivas de muerte y fragmentación psíquicas?

Pensando en todas estas posibilidades, le dije a Susan, “Al principio de la sesión me preguntaste si deberías dejar el análisis. Creo que puede asustarte que haya una explosión dentro de ti, que estés en contacto con algo que pueda destruir tu cordura. Pero eres incapaz de huir del triángulo peligroso de tu interior. Regresaste para asegurarte de que estás sana y salva. Creo que quieres que yo te reasegure que no te dejaré sola, sino que te acompañaré en este viaje”. Susan suspiró con alivio y dijo “Creo que tienes razón. No me daba cuenta de ello”.

Después de esta sesión, me fui del consultorio y me encontré con la señora de la limpieza, que acababa de entrar en el apartamento. Parecía agitada, me miró ansiosamente y dijo “¿Oyó lo que pasó en Jerusalén? ¡Otro terrorista suicida, en el mismo sitio que hace dos días!”

La miré sorprendida e impactada. “¿Qué?”, dije. “¡No puede ser verdad!”. En la última sesión me vi inmersa en la búsqueda de significados simbólicos para este terrible suceso, buscando el significado personal más interno que mi paciente estaba vinculando con él, y ahora la realidad me golpeaba en la cara. Tuve el extraño sentimiento de que la realidad y la fantasía se entremezclaban. Es cierto, la mujer de la limpieza no se refirió al lugar como el triángulo, ni estaba flirteando con la muerte, como mi paciente. Pero ¿era posible, me pregunté, que al pensar en el significado metafórico del triángulo –la constelación edípica, la escena primaria- estuviera en realidad intentando protegerme contra nuestra cruel realidad común? Por otra parte, si sólo tuviera en cuenta la actitud consciente de mi paciente hacia la realidad externa, ¿no estaría pasando por alto el miedo inconsciente básico que la hizo querer abandonar el análisis? ¿Cuál era mi responsabilidad como analista en esos momentos?

Ilustración clínica: Jacob

Jacob es un científico de cuarenta años que trabaja en un instituto de investigación. Casado en segundas nupcias, tiene dos hijos, de 5 y 7 años, y un bebé de 6 meses. Jacob acudió para analizarse por lo que él percibía como inhibiciones sociales, y se ha estado analizando conmigo durante los últimos cinco años.

Es un judío de origen búlgaro, cuya familia procede de Sofía. Su padre comenzó de cero como vendedor de coches, y levantó allí un exitoso negocio.

Jacob, cuyo nombre era  Jacko hasta que emigró a Israel desde Bulgaria, se describía como “salvaje” y sin normas cuando era niño. Hiperactivo y con problemas de concentración, obtenía malos resultados en el colegio y era considerado estúpido por la familia y los amigos. Su conducta al jugar con los amigos era muchas veces “salvaje”: les rompía la ropa, causaba destrozos y a veces se hacía daño a sí mismo y a otros niños. Estaba muy apegado a su madre, quien se sentía insatisfecha por su pobre rendimiento escolar e irritada por esta conducta salvaje.

Jacko, el niño salvaje, se convirtió en un adolescente violento, rebelándose contra los valores materialistas de su familia y los de la sociedad en la que creció. Desarrolló interés en las actividades antigubernamentales y se convirtió en miembro activo de una organización disidente. Sus padres, preocupados por su seguridad, y por la de ellos mismos, sintieron un gran alivio cuando emigró a Israel a los 17 años. A su llegada, Jacko cambió su nombre por el de Jacob y modificó totalmente su estilo de vida y su conducta. Descubriendo su capacidad intelectual, se dedicó con gran pasión al estudio de las lenguas eslavas. Se enamoró de una joven, compañera de estudios, y se casó con ella. Durante este tiempo, su madre desarrolló un cáncer y murió tras un terrible sufrimiento. Su padre volvió a casarse poco después de su muerte.

Jacob y su esposa trabajaron duro en trabajos de poca categoría para financiar sus estudios. El padre de Jacob, mientras tanto, estaba malgastando su fortuna y su salud comenzó a estropearse. Durante esta época, Jacob se aburrió de su elección profesional, su matrimonio y de su vida. Cansado de ser pobre y sintiendo el impulso de “hacer algo grande”, se divorció de su esposa, lo dejó todo y se fue a Europa para un nuevo comienzo. Allí Jacob cambió su nombre, volviendo a ser Jacko otra vez. Comenzó a trabajar como vendedor de coches (la ocupación de su padre) y cambió su estilo de vida, de uno intelectual, con restricciones y puritano a otro dominado por los apetitos y los impulsos. Descubrió los goces del sexo y disfrutó de gran libertad sexual; buscó modos de hacer dinero fácil en la Bolsa y conducía “salvajemente”. A pesar de que su padre estaba enfermo, nunca lo visitó, puesto que no podía afrontar la humillación que sentía por la pobreza y la enfermedad paternas. Jacko seguía en su camino de convertirse en un hombre de negocios exitoso cuando su padre, tras perderlo todo, incluida la casa en la cual vivía, murió de un ataque cardíaco.

Una figura importante en la vida Jacob fue Shlomo, el mejor amigo de su padre en Bulgaria, que había inmigrado a Israel. Jacob admiraba mucho a Shlomo, a quien consideraba un hombre de negocios exitoso con una personalidad carismática, con mucho dinero y poder sobre las vidas de otras personas. Cuando era adolescente, y estaba solo en Israel lejos de sus padres, a menudo había sido invitado a la casa de Shlomo, donde había sido tratado como un hijo. Al tener sólo hijas, Shlomo lo adoptó y lo malcrió con regalos muy costosos.

Durante una visita a su protegido en Europa, Shlomo introdujo a Jacob, ahora Jacko, en el mundo de la especulación y el juego financieros. Shlomo, que llevaba un estilo de vida extravagante, deslumbró a Jacko con hoteles lujosos y restaurantes caros. Poco sabía Jacko que el amigo de su padre era un estafador totalmente endeudado y que huía de sus acreedores. Jacko lo puso a cargo de todo su dinero. Fue un shock cuando descubrió que Shlomo estaba en realidad en bancarrota. Jacko, al darse cuenta de que él era sólo otro “imbécil” que sufragaba las estafas y el extravagante estilo de vida de su mentor, se sintió profundamente traicionado por el hombre al que más había amado y admirado. Como resultado de esta dolorosa experiencia, Jacko abandonó su recién adquirida identidad como hombre de negocios en ciernes, sus sueños de dinero fácil y su nuevo estilo de vida. Volvió a Israel, donde se convirtió de nuevo en Jacob, un estudiante de ciencias que trabajaba duro para ganarse la vida.

No describiré nuestro largo y complejo viaje analítico. Para nuestro propósito aquí, baste decir que Jacob, el joven que buscó tratamiento analítico, era un científico inteligente, serio y trabajador. Se había casado de nuevo y ahora era padre de tres niños pequeños. Jacob esperaba ser becado en el instituto de investigación en el que trabajaba. Últimamente, sin embargo, se había sentido preocupado por la responsabilidad del nacimiento de otro niño y por la carga de trabajo que había asumido.

En el análisis, comprendimos que el intento de Jacob por convertirse en Jacko, un exitoso vendedor de coches, provenía de su incapacidad de aceptar la caída de su padre. Su ideal del yo se destruyó cuando la figura paterna poderosa y omnipotente de su infancia se deterioró para convertirse en un hombre pobre y miserable. Incapaz de elaborar el duelo por su representación paterna, intentó convertirse él mismo en el hombre de negocios exitoso que su padre había sido una vez. Luego modeló su ideal del yo sobre el amigo de su padre, su padre sustituto, con quien él quería identificarse. El descubrimiento del engaño de este hombre destruyó una vez más su ideal del yo y le causó un hondo daño narcisista. Se necesitó mucho trabajo psíquico para ayudar a Jacob a elaborar sus sentimientos de admiración, amor y odio hacia la representación paterna escindida.

Después de elaborar la figura paterna escindida, intentamos elaborar la escisión en la representación del self de Jacob. Ayudé a Jacob a darse cuenta de que envidiaba a Jacko, el joven que vivía la vida fácil y amaba el fútbol, el dinero y el lujo. Jacko, con su indulgente superyó, con pocas inhibiciones agresivas y libidinales, parecía haberse desvanecido en el aire. Fue reemplazado por Jacob, un joven tímido, trabajador, con depresiones periódicas, que acude a análisis a causa de sus inhibiciones, pero que está terriblemente asustado de liberarse de ellas, no sea que Jacko tome de nuevo el mando.

Uno de los objetivos del análisis era unir los aspectos en conflicto de Jacko y de Jacob en un self mejor integrado.

A continuación presentaré algún material literal de una sesión que tuvo lugar en el cuarto año de análisis, durante la intifada, que ilustra tanto la percepción que mi paciente tiene de la realidad de la vida aquí en Israel como mi incapacidad de permanecer junto a sus temores, que también eran los míos.

La Sesión

Jacob: ¡Qué decir de la situación actual de nuestro país! ¡Es una catástrofe! El hecho de que pueda estar aquí contigo es un gran lujo. En mi laboratorio trabajo solo. Durante la hora de la comida a veces escucho música o leo. Ayer tuve una experiencia tremenda. Volvía al trabajo sobre las cuatro y escuché que había habido otro ataque terrorista. Como científico trabajo en otro mundo pero, cuando dejo ese mundo, la realidad me golpea. Siento que en la terapia estamos tratando cosas insignificantes. Sé que esta es la condición humana, pero la terapia analítica maneja un mundo en el cual existe la noción de bien. Como científico quiero darle a la gente un mundo mejor donde vivir, pero cuando están sucediendo estas terribles cosas, eso se vuelve irrelevante. [Reflexionó por un momento  y luego continuó.] ¿Estoy utilizando lo que sucede aquí para evitar llevar a cabo todo lo que asumí, como el trabajo y una familia? Pero en realidad me siento bien haciendo lo que hago ahora.

Me pregunté si debía focalizar el modo defensivo en que Jacob estaba utilizando la realidad externa. ¿Me estaba mostrando que el análisis era irrelevante para él durante estas épocas atemorizantes?

Jacob: Generalmente vuelvo a casa a las ocho en punto. Me encuentro a mi esposa viendo una película estúpida. Evita ver las noticias. Siempre hay tensión cuando yo quiero ver las noticias. Está embarazada y molesta por la idea de traer niños a este mundo loco [Esto fue antes de que naciera el tercer niño.] La situación en el país es tan hostil y desagradable. Mi mujer, israelí, quiere abandonar el país y vivir una vida tranquila y confortable en algún lugar donde no tenga que preocuparse por la seguridad de sus hijos cuando van a la guardería.

Analista: La situación es en realidad difícil para todos nosotros; todos tenemos miedo. Pero al describir el deseo de tu esposa de abandonar el país, ¿no podrías estar expresando en realidad tu propio deseo de huir de tu familia, de tu profesión, del análisis?

Jacob: Sí. Tengo esa fantasía. Pero no actúo conforme a ella. Y también hay grandes ventajas en vivir aquí -es nuestro país, pertenecemos aquí. Poco a poco estoy empezando a entender lo compleja que es la situación política. ¡Se necesitaría un milagro para resolver este conflicto!

Jacob estuvo de acuerdo con mi interpretación de los deseos que surgían de su mundo interno. A partir de nuestro trabajo de años yo sabía lo dócil que era en la superficie. Pero inmediatamente volvió a la realidad externa. ¿Qué debo hacer ahora?, pensé. ¿Mi papel como analista no es señalarle el significado inconsciente del conflicto al cual se refiere, que en mi opinión representa el conflicto entre dos aspectos polarizados de su personalidad, y no hablar de la realidad externa?

Jacob: (continúa) Creo que el conflicto político entre Israel y los palestinos no puede resolverse. No destruirá el país, pero la vida se convertirá en una pesadilla tal que la gente se marchará por propia voluntad.

Analista: Creo que me estás diciendo algo sobre cómo te sientes ahora en el análisis, que tal vez deseas dejarlo atrás y no afrontar tus propios conflictos y fantasías [otra vez devuelvo el sujeto a su realidad interna].

Jacob: Ahí fuera las cosas están ardiendo, y nosotros aquí discutiendo los matices de los sentimientos. ¡Es un lujo tal! Es como meterme en una burbuja, de modo de poder estar solo y tener una vida decente. ¡Es sociopático, egocéntrico! Pero primero tenemos que permanecer vivos. Es como la ruleta rusa. La gente está siendo asesinada a diario. Ahora, como reserva del ejército, acompaño a los soldados al frente, a lugares peligrosos. Hay una canción nueva de un famoso cantante. “¿Quién será el siguiente en la fila? ¿Quién estará en la fila siguiente?” Tal como yo entiendo la política, siento que en el futuro, viviendo bajo la sombra del miedo, las personas llevarán armas por la calle, la violencia aumentará, el terrorismo aumentará, habrá problemas económicos, este país se convertirá en un país tercermundista.

Escuchando a Jacob, me di cuenta de que estaba aterrorizada por su macabra predicción del futuro. Incapaz de permanecer en silencio, pregunté “¿Y dónde encajas tú en todo esto?”

Jacob: Me pregunto si todo lo que estoy diciendo está dando entender que lo que realmente quiero es escabullirme de mi vida presente. Pero voy a continuar haciendo todo lo que hago. Estoy confuso. Mi mujer cambió recientemente de ser de izquierdas a ser de extrema derecha. Creo que necesitamos una voz cuerda para unir a las personas, de modo que no sigan a los fanáticos de ninguno de los dos bandos.

Analista: Creo que al describir nuestra difícil realidad externa, en realidad también me estás diciendo algo sobre los problemas que encuentras en tu realidad interna. Tal vez me estás diciendo que, por una parte, asumiste la responsabilidad de una familia, un trabajo, y la presión de avanzar en tu profesión pero, por otra, realmente quieres huir de todo ello y dejarlo todo atrás como hiciste en el pasado. Y tal vez me estás pidiendo, aquí en el análisis, que yo sea la voz cuerda que ayude a unir los aspectos polarizados de tu propia personalidad, de modo que puedas sentirte más integrado.

Como puede verse en este material, finalmente me di cuenta en esta sesión de que la percepción que Jacob tenía de la atemorizante realidad externa era también mi percepción de la situación, una comprensión que me hacía sentir pasiva e indefensa. ¿Y qué pasaba con mi papel analítico? ¿Podía abandonarlo y “solamente” permanecer al lado de los temores de mi paciente, que también eran los míos? Yo estaba intentando aferrarme a mi identidad como analista y, siempre que él retornaba a la realidad externa, yo me encontraba una y otra vez esforzándome por devolverlo a la realidad interna. Me parecía que yo tenía que interpretar el significado inconsciente que había tras su percepción de la realidad externa. Su percepción de la realidad externa no era simplemente un reflejo de deseos y fantasías conflictivos que surgían de su realidad interna; también la estaba utilizando para repetir una forma defensiva de conducta que había usado previamente en varias ocasiones. Yo podía haber considerado que esta conducta era una adaptación al peligro real, pero en cambio me aferré a lo que me hacía sentir segura -analizar sus defensas y elaborarlas con él. Y, en realidad, siguiendo este largo proceso, Jacob se hizo menos ambivalente en su decisión de quedarse con su familia, en Israel, en su profesión y en el análisis.

Sin embargo, en mis sentimientos contratransferenciales, de repente una duda sobre la decisión de Jacob se deslizó furtivamente. Si le sucediera algo a Jacob mientras prestaba su servicio como reserva del ejército, yo me sentiría culpable, pensé. Me recordé que mi deber era señalarle a Jacob sus deseos y fantasías inconscientes, que él era una persona madura, capaz de tomar sus propias decisiones, que él era el único responsable de su vida.  Pero ¿qué impacto estaba teniendo sobre mí la realidad externa?, me pregunté. ¿La situación de peligro había incrementado mi omnipotencia en tal medida que pensaba que podía salvar la vida mi paciente dejándolo huir del peligro? ¿Estaba sintiéndome yo misma amenazada por la confrontación diaria con mi posible destrucción y la de mi familia? ¡Pero cómo podía dejar que esta difícil situación destruyera mi capacidad analítica! Ser capaz de continuar funcionando como analista ¿no era una esperanza para la continuación la vida?

Un año después

Un episodio sucedido un año después, durante la amenaza de un posible ataque químico o biológico de Irak a Israel, me acercó más a mis propias defensas cuando confrontaba la posibilidad de muerte y destrucción. Durante los últimos dos años, enfrentado a la intifada, Jacob mencionó varias veces que deseaba emigrar a otro país. Últimamente, afirmó que su esposa estaba totalmente en pánico; quería que todos ellos se fueran a Bulgaria durante un par de meses y se quedaran con su hermano hasta que la amenaza de guerra hubiera pasado. Su mujer odiaba a su cuñada y pensaba que la vida en Bulgaria era pobre y miserable. Pero estaba tan angustiada que veía esto como la única solución posible.

Le dije a Jacob que su mujer probablemente representaba una voz interna suya, la voz de su propio miedo. Añadí que irse con su familia podría disminuir ahora este miedo, pero que también le daría la oportunidad de huir de sus deseos en conflicto y de las fantasías con las que estaba trabajando en el análisis.

Jacob respondió intentando describir lo difícil que le resultaba abandonar el país, ahora que podíamos enfrentarnos a una guerra terrible. ¿Y qué pasaba con la gente cuyo trabajo él supervisaba, o con sus alumnos? ¿Cómo se sentirían si él, su jefe, se marchaba para salvarse a él y a sus hijos? Pero, se preguntaba acto seguido, ¿qué era más importante, sus hijos o las otras personas? Durante el Holocausto, los que huyeron de los lugares peligrosos fueron los únicos que sobrevivieron.

Yo me preguntaba si Jacob tenía miedo de que yo me marchara y cuidara de mí misma y de mi familia, dejándolo solo en medio del peligro y la destrucción.

Como si hubiera leído mis pensamientos, Jacob dijo, “Fantaseé con que abandonaras el país. Sé lo importante que eres en tu campo. Se te recibiría con la alfombra roja en cualquier parte del mundo; serías muy bienvenida, tienes amigos en todas partes. Tal vez te tomes una pausa y la llames un periodo sabático.”

Sonriendo para mí misma, dije “Muchas veces me doy cuenta de que tú quieres huir de mí, del análisis. Pero ahora me estás mandando lejos, estás decidiendo que yo tengo amigos en el extranjero y que me recibirán con la alfombra roja. Todo lo que tienes que hacer es traerme los billetes en la próxima sesión”.

Jacob no encontró esto divertido. Dijo “¿Tal vez esto sea [sólo] mi miedo a que vayas a abandonarme? ¡Si tuvieras que elegir ente una vida tranquila y apacible o una vida llena de terror, tal vez no sería tan difícil decepcionar a unos pocos pacientes!”

Mis pensamientos giraban en torno a la transferencia reflejada en sus observaciones sobre mi partida. Jacob estaba en realidad asustado de que lo abandonara. Pero también sentí en la transferencia que Jacob me estaba colocando en el papel de Shlomo, el amigo de su padre, el hombre al que una vez él había admirado y querido enormemente. Me había convertido en la estafa del hombre carismático, con poder sobre las vidas de los demás, y que siempre salvaba su pellejo decepcionando a los más próximos a él. Jacob depositó estas cualidades en mí, al mismo tiempo que se identificaba conmigo y por tanto se las atribuía a sí mismo. Aparentemente, la alfombra roja era un deseo de Jacob que él proyectaba sobre mí.

Un punto de inflexión

A continuación expondré un acontecimiento de mi vida personal que incrementó mi conciencia de hasta qué punto yo había negado la realidad externa. Menciono este suceso sólo porque para mí constituyó un punto de inflexión en el análisis y me hizo elaborar mis propios temores de muerte y destrucción, así como la amenaza a mi identidad como analista. Este suceso, durante este tenso periodo en el que un ataque químico o biológico surgía en el horizonte, fue el nacimiento de mi primera nieta.

A los bebés se les daba el alta en el hospital con una pequeña tienda de campaña de plástico, para utilizarla en caso de guerra, lo que los aislaría completamente y los mantendría seguros en caso de ataque químico o biológico. Me representé lo que podía suceder durante un ataque así: los jóvenes padres (mi hijo y su esposa, en concreto) llevando máscaras de gas, intentando frenéticamente meter al lloroso bebé en su dispositivo y no pudiendo tocarla ni calmarla. Esta imagen me hizo dar cuenta de que no me estaba enfrentando a la situación. Lo que realmente deseaba era que los padres y el bebé estuvieran en el extranjero durante este período amenazante, con sus inciertos resultados. Podían estar en Francia con la familia de mi nuera, durante unas semanas. Sólo en este momento se me ocurrió la posibilidad  de que mi interpretación de huir del análisis, aunque estaba conectada con el modo en que Jacob manejaba la vida, también podía ser una proyección de una fantasía mía que se estaba inmiscuyendo en el análisis.

Cuando Jacob vino a la siguiente sesión y habló de nuevo de marcharse a Bulgaria con su familia, yo estuve muy callada. Lo único que pude decir fue “En realidad da mucho miedo quedarse aquí con niños pequeños durante estas épocas difíciles”. Ahora, por fin reconocía la realidad externa. Jacob guardó silencio. Luego dijo: “Gracias por acompañarme en estos momentos difíciles”. Jacob debió sentir que mi actitud había cambiado. Cuando acepté su temor a la realidad externa, en lugar de sólo focalizar su realidad interna, Jacob se sintió apoyado. Esto le dio el valor, según progresó el análisis, para enfrentarse a sus conflictos internos y externos de un modo diferente. Hasta ahora, Jacob me había percibido como si yo representara una realidad interna persecutoria que le parecía irrelevante en un periodo de peligro. Por tanto siguió enfocando el análisis sólo en la realidad externa. Ahora él podía relacionarse conmigo más como un aliado en su lucha con su propio self en nuestra situación compartida de amenaza vital.

Discusión

Mi trabajo como psicoanalista durante un periodo de crisis crónicas, y especialmente el cambio en los temores de mi paciente que yo sentí durante la guerra con Irak, me llevó a explorar las siguientes cuestiones: (1) el impacto de la persona del analista en la cura analítica en una situación compartida de amenaza vital; (2) la relación entre la realidad externa e interna en una situación de terror; y (3) el objetivo del psicoanálisis en una época de terror.

El impacto de la persona del analista en la cura analítica en una situación compartida de amenaza vital

Esta cuestión me preocupó durante algún tiempo, y me hizo plantearme varias preguntas: ¿Es posible que durante un tiempo yo fuera incapaz de contener el temor de mi paciente porque estaba negando el mío propio? ¿Qué me hizo adherirme tan ciegamente a las normas usuales del psicoanálisis durante esas épocas de miedo? ¿Era tan grande mi temor a perder mi función analítica que perdí de vista la realidad?

Sobre la cuestión de contener al paciente, quisiera citar a Bion (1959), quien afirmaba elocuentemente: “Cuando el paciente se esforzaba por librarse del temor a la muerte que sentía demasiado fuerte como para que su personalidad lo contuviera, escindía sus miedos y los ponía en mí, siendo aparentemente la idea que si se les permitía descansar allí lo suficiente sufrirían una modificación por parte de mi psique y podrían entonces ser reintroyectados sin peligro”. (p. 103).

¿Somos capaces de contener y modificar los temores de nuestros pacientes mientras nos vemos confrontados con la muerte y la destrucción? ¿No es() nuestra psique, el espacio interno en el que reposan esos miedos, constreñida por esa situación? En cuanto a esta cuestión, Abend (1986) ha señalado que “el impacto de los acontecimientos cotidianos, internos y externos, afecta (a) nuestra integración psíquica y produce esas fluctuaciones de humor, pensamiento y conducta que forman parte de nuestras denominadas personalidades normales. Puesto que nuestra receptividad y la reactividad ante nuestros analizandos depende de nuestro equilibrio psíquico, ¿cómo podemos imaginar que este ‘instrumento de análisis’, como a Isakower le gustaba llamarlo, no se ve afectado por su dinamismo constantemente cambiante?” (1986, p. 565).

En la situación de amenaza vital en la que vivimos en Israel, he comprobado que nuestro “instrumento de análisis” se ve en realidad afectado por los acontecimientos reales. El punto de inflexión para mí en el tratamiento de Jacob fue cuando me di cuenta de que mis sentimientos contratransferenciales no estaban inducidos sólo por la transferencia típica del paciente y sus acciones hacia mí (Boyer, 1983, 1999; Giovacchini, 2000; Kernberg, 1984; Volkan, 1987; Volkan y Ast, 1992, 1994); también eran resultado de mis propios mecanismos de defensa en confrontación con la muerte y la destrucción. Estas defensas tenían un fuerte impacto en el encuentro analítico y por tanto merecen ser examinadas con tanta atención como las reacciones consideradas normalmente como contratransferenciales.

Tal vez estaba negando mis propios deseos de huir con mi familia hacia la seguridad, puesto que estos deseos van directamente contra mis razones ideológicas para vivir en Israel. Me pareció más fácil luchar con los deseos de Jacob de escapar (que podrían encajar bajo el título “normal” de resistencia) que aceptar sus miedos, y los míos propios. Así, “la negación al servicio de la normalidad” era con toda probabilidad mi modo de vivir en una situación de amenaza vital. En este caso, la negación de la realidad externa me hizo, en cierta medida, poco empática hacia los miedos de mi paciente y restringió mi capacidad de contenerlos y modificarlos de modo que él se sintiera apoyado. Esto dificultó el trabajo analítico, y el paciente sentía con razón que el análisis se había vuelto irrelevante para sus necesidades más apremiantes (“Ahí fuera las cosas están ardiendo, y nosotros aquí discutiendo los matices de los sentimientos. ¡Es un lujo tal! ... ¡Es sociopático, egocéntrico!”).

Me han parecido muy útiles las palabras de Carpy (1989) sobre el desarrollo normal en el infante: “El infante normal necesita… la experiencia de ser alimentado por una madre en la que él pueda sentir el pánico pero que, sin embargo, sea capaz de darle leche. Esto es lo que hace tolerable al dolor” (p. 293). Los pacientes que temen la realidad externa necesitan esta experiencia –de un “entorno de sostén” (Modell, 1976) o “apoyo mutativo” (De Jonghe, Rijnierse y Janssen, 1992) -no menos que cuando tienen miedo de las proyecciones que surgen de su mundo interno. Sólo cuando pude tomar contacto con mi propio pánico fui capaz de darle a mi paciente la contención que él necesitaba.

Una gran dificultad para mí en el caso de Jacob fue que huir de una realidad peligrosa podía ser considerada una solución realista a un peligro real, así como una “defensa maníaca” (Klein y col., 1952; Winnicott, 1935) que él había utilizado en varias ocasiones previamente para huir de sus deseos conflictivos. Mis sentimientos de omnipotencia y culpa, que se incrementaron mucho por el hecho de que yo estaba sintiendo la realidad externa como una amenaza, me hicieron difícil tener en cuenta estas dos perspectivas.

Respecto a Susan, fue más fácil sentir empatía con su difícil situación. Yo me daba cuenta de la posibilidad de que la realidad externa facilitara la nueva puesta en acto omnipotente de los sucesos pasados fantaseados conectados con la historia del Holocausto de su madre, para amortiguar o anular su impacto. Desde otro ángulo, exploramos la realidad traumática real que fomentó los sentimientos de culpa de Susan en relación con su madre enferma. Esto ayudó a Susan a comprender que intentaba mitigar su culpa ayudando a otras personas que se encontraban en una situación difícil. Finalmente, puesto que me sentí más capaz de contener nuestros temores comunes provocados por la realidad externa, conseguí ayudarla a darse cuenta de que su puesta en acto tenía un significado inconsciente relacionado con sus miedos y angustias en torno a perder la cordura (los cuales emergían de su realidad interna).

La amenaza a mi identidad como analista simbolizaba para mí la posible destrucción de mi vida psíquica y de la de mi paciente. La situación actual me recordaba la historia del Holocausto de nuestros padres y abuelos y el daño al pensamiento metafórico que se ha sido demostrado en los estudios de supervivientes del Holocausto (Grubrich-Simitis, 1984; Herzog, 1982; Cristal, 1985; Oliner, 1983). Este miedo al retorno del pasado me hizo sentir que la situación actual no era menos amenazante para nuestra vida psíquica que para nuestra existencia física. El daño a la metaforización se ha atribuido a la desvitalización de la vida interna como resultado de una realidad abrumadora. Yo sentía que la realidad actual amenazaba con borrar la realidad interna disminuyendo el lugar del simbolismo en el análisis. Para contrarrestar esto, enfoqué intencionadamente la realidad interna. Lo hice para crear un sentimiento de seguridad, para confirmar la continuidad de la vida normal, y para asegurar la supervivencia de la realidad psíquica y física. Al hacerlo así, a veces pagué un alto precio, como ya he explicado.

La relación entre la realidad externa y la realidad interna en una situación de terror

En la ola actual de violencia que nos atenaza, podemos observar la desintegración de la trama normal de vida y la destrucción del sentimiento de seguridad.

El sentimiento de seguridad es descrito por Sandler (1960) como un sentimiento que forma parte de nosotros hasta tal punto que lo damos por hecho como telón de fondo para nuestras experiencias cotidianas. Es un sentimiento que guarda la misma relación con la angustia que los que guardan con la tensión instintiva los estados corporales positivos de saciedad y contención. Es un sentimiento de bienestar. La necesidad de mantener un sentimiento de seguridad es de gran importancia para el aprendizaje y el desarrollo, y por tanto es uno de los principales componentes de la situación terapéutica. En el tratamiento a menudo nos enfrentamos con las ansiedades internas y los deseos conflictivos que subyacen a las reacciones de nuestros pacientes ante la realidad externa. Como analistas, intentamos ofrecer un entorno seguro y protegido, que permitirá desplegar con facilidad la regresión terapéutica (2) y facilitará la búsqueda en el mundo interno del individuo.

Pero ¿qué sucede en este “refugio seguro” cuando las condiciones externas están repletas de terror y violencia? ¿Deberíamos, como analistas, intentar preservar la seguridad del  encuadre? ¿Podemos hacerlo aferrándonos a las nociones usuales del “análisis clásico”, alentando la exploración de los conflictos y ansiedades internos  y negando los peligros del exterior?

Existe una controversia continua sobre el impacto de la realidad externa en nuestra vida interna. Esta controversia ha sido examinada críticamente y en profundidad por Oliner (1996). Mostraré algunas ilustraciones de la actitud polarizada de los psicoanalistas respecto al lugar de la realidad externa traumática sobre nuestro mundo interno.

Un ejemplo clásico es el famoso análisis de Melanie Klein (1961) de Richard, un niño de 10 años que fue traído a Londres para que ella lo tratara durante la Segunda Guerra Mundial. El análisis se centró únicamente en la realidad psíquica del niño, mientas que la realidad externa bajo la que vivía, el bombardeo alemán a Londres, se ignoró totalmente. En el otro extremo encontramos el trabajo de Melitta Schmideberg (1942), hija de Melanie Klein, que al llevar a cabo un análisis durante la guerra reconoció la traumática realidad externa, así como los temores comunes de paciente y analista que compartían una situación de amenaza vital.

Una figura de extrema importancia con respecto a la realidad traumática en la historia psicoanalítica es Winnicott. En un encuentro de la Sociedad Psicoanalítica Británica que tuvo lugar durante la Segunda Guerra Mundial, señaló la existencia de la realidad externa a un grupo que prefería ignorarla. En su biografía de Winnicott, Phillips (1988) describe el incidente: “Margaret Little, una de las analizandas de Winnicott, recuerda en las primeras Jornadas Científicas de la Sociedad Británica a las que acudió, había bombas que caían cada pocos minutos y personas agachándose en cada estallido. En medio de la discusión, alguien a quien más adelante llegué a conocer como D.W. se levantó y dijo: ‘me gustaría señalar que está teniendo lugar un bombardeo aéreo’ y se sentó. ¡Nadie prestó atención y la reunión continuó!” (p. 61).

La controversia sobre el impacto de la realidad externa traumática en la realidad psíquica continúa en el presente. Los terapeutas que tratan a víctimas de abusos conocidos afirman que el psicoanálisis clásico presta una atención demasiado escasa a los acontecimientos reales en la vida de una persona como para ser útil a los pacientes traumatizados. Shevrin (1994) no está de acuerdo con esta suposición. En su aportación a un número del JAPA dedicado al trauma, apuntaba que “el psicoanálisis se introdujo en el límite entre la supuesta seducción sexual a una edad temprana como causa de neurosis y el papel de la fantasía” (pp. 991-992). Su conclusión es que el psicoanálisis clásico considera que la realidad traumática externa y su efecto en la vida psíquica es un elemento de lo más importante en el conflicto neurótico.

Normalmente existe una influencia mutua entre los elementos de los mundos externo e interno, en la que cada uno modifica al otro. Arlow (1991) lo describía del siguiente modo: “Existe una interacción mutua constante entre el aparato mental del individuo, tal como lo dictan sus fantasías inconscientes persistentes, y los acontecimientos de su experiencia consciente diaria” (p. 60).

La relación recíproca entre la realidad externa y la fantasía inconsciente en las situaciones vitales normales ha sido estudiada en profundidad por Winnicott. Él sentía que la realidad es útil para establecer límites a la fantasía, teniendo así un efecto reasegurador. Refiriéndose a Freud (1923), quien considera la realidad como aquello que frustra al individuo, Winnicott escribe: “La cuestión es que en la fantasía las cosas funcionan por arte de magia: no hay frenos en la fantasía y el amor y el odio tienen efectos alarmantes. La realidad externa tiene frenos, y puede ser estudiada y conocida y, de hecho, la fantasía sólo es tolerable con todo su impacto cuando también se aprecia la realidad objetiva” (Winnicott, 1964, p. 153).

Quisiera plantear la hipótesis de que la realidad externa de naturaleza traumática difiere de la realidad bajo condiciones vitales normales en que la primera no puede modificar la fantasía y contribuir, así, al mundo interno sirviendo como entidad reaseguradora.(3) Incapaz de establecer límites objetivos a los deseos agresivos y destructivos, no puede mitigar la omnipotencia y los sentimientos de culpa.

La realidad externa traumática en Israel crea una situación que no mitiga la omnipotencia ni los sentimientos de culpa. El recuerdo colectivo del Holocausto nos plantea la cuestión de cómo el trauma presente afecta al recuerdo del pasado. No existe el tiempo en el inconsciente (Schaeffer, 1980). El pasado y el presente se funden de modo que los significados que antes eran, siguen siendo ahora, y los significados que son afectan y modifican a los que antes eran (Loftus y Loftus, 1980). Existe un componente inconsciente en el temor a la repetición del pasado, hallado especialmente en los supervivientes del Holocausto (Moses, 1993), aun cuando éste no se base en la realidad.

El modelo psicoanalítico de trauma plantea dos acontecimientos: un acontecimiento posterior que revivifica otro original, que sólo entonces se convierte en traumático (Laplanche y Pontalis, 1967). Para todos los que vivimos en Israel y compartimos el recuerdo colectivo del Holocausto, la posibilidad de un ataque químico por parte de Irak  reactivó el trauma del pasado de nuestros padres. Puesto que se vinculó a horrores pasados, el terror presente adquirió la cualidad de los miedos y las pesadillas de la infancia. Esto amenazaba con destruir el límite entre el interior y el exterior, entre la realidad y la fantasía (Auerhahn y Prelinger, 1983). Estos “encuentros desafortunados” (Green, 1973) entre la fantasía y los acontecimientos traumáticos de la realidad pueden ser terroríficos porque la comunicación del interior al exterior se ve dañada hasta el punto de que los espacios internos ya no son capaces de contener el mundo interno (Janin, 1996). El sujeto ya no puede decir si la excitación es por algo interno o externo y se ve abrumado por los sentimientos de indefensión y miedo, la famosa Hilflosigkeit descrita por Freud (1917). La realidad externa traumática se convierte en la encarnación de las peores fantasías de la realidad interna, abrumando al sujeto con la percatación de su propia destructividad potencial.

El objetivo del psicoanálisis en las épocas de terror

Parecería que en una época de terror no podemos afirmar que el objetivo del psicoanálisis es continuar “verbalizando lo consciente incipiente en términos de la transferencia” (Winnicott, 1962, p. 169); en cambio, debemos pensar en las angustias de muerte del paciente provocadas por una situación de amenaza vital.

Modell (1996) se ha referido al problema de la percepción que el analista tiene de la mente del paciente afirmando que la interpretación no sólo reestablece el marco del psicoanálisis, sino que también introduce la construcción de la realidad por parte del analista. Esto lleva a la cuestión: ¿El contenido de la interpretación es totalmente construcción del analista o también refleja la mente del paciente?

Como analistas, nuestra experiencia subjetiva de una situación compartida de amenaza vital puede facilitar interpretaciones que reflejen la construcción de realidad de nuestros pacientes, así como las nuestras. Esta experiencia subjetiva es el único camino por el que podemos convertirnos en depositarios de la necesidad de nuestros pacientes de contener la intensa angustia de muerte ocasionada por la realidad traumática; esto ofrece, paradójicamente, una inversión esperanzada en el futuro. Por tanto, parte de nuestra función como analistas es reconocer y admitir nuestras propias reacciones ante la realidad externa.  En los casos que he descrito esto sucedió cuando me conecté con mis propios miedos como reacción a la realidad amenazante que yo sentía junto con mis pacientes.

Como resultado de la prolongada y dolorosa elaboración de mis propias defensas y conflictos en reacción al trabajo psicoanalítico en una situación compartida de amenaza vital, me he dado cuenta de la necesidad de respetar la realidad externa aun cuando intente, junto con mi paciente, explorar el universo interno que procesa y maneja esta realidad de modos únicos e idiosincrásicos. Como Eissler (1953) ha afirmado tan significativamente: “Nadie puede divorciarse del período histórico en el que vive, a no ser que pueda situarse más allá del tiempo y del espacio” (p. 107). Deberíamos respetar el periodo histórico en el que vivimos y ajustar la herramienta analítica en consecuencia.

NOTAS

(1) La repetición de las crisis en Israel en los últimos años –la intifada, la guerra de guerrillas y las posibles repercusiones que tendría para Israel una guerra entre USA e Irak- me indujeron a utilizar el término paradójico crisis crónicas para describir la situación actual.

(2) Como ha apuntado Treurniet “la regresión puede ser terapéutica en el análisis, puesto que ofrece al sujeto una oportunidad de conocerse a sí mismo mediante las experiencias. Esto está condicionado al encuadre y a la actitud del analista en la provisión de seguridad suficiente”.

(3) Wallerstein (1973) llama la atención sobre el problema de la realidad y su lugar en nuestro esquema psicológico de las cosas: “más allá de lo que he afirmado de la ruptura contemporánea del consenso sobre la realidad, y de que tengamos que afrontar conscientemente y discriminar entre una profusión de visiones de la realidad que compiten entre sí, está la aterradora cuestión real, en este día del poder nuclear y destrucción ambiental, de qué tipo de futuro tiene nuestra realidad o cualquier otra” (p. 7).

 

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