aperturas psicoanalíticas

aperturas psicoanalíticas

revista internacional de psicoanálisis

Número 024 2006 Revista Internacional de Psicoanálisis en Internet

Facilitar el análisis con autorrevelaciones implícitas y explícitas

Autor: Gediman, Helen K.

Palabras clave

Autorrevelaciones expliticas, Autorrevelaciones implicitas, Estereotipos de la subjetividad y la neutralidad, Psicoanalistas contemporaneos freudianos, Psicoanalistas relacionales, Tecnica, Metodologia y teoria psicoanalitica..


Propongo ir más allá de los falsos estereotipos que han dividido a los psicoanalistas contemporáneos freudianos y relacionales en cuanto a la autorrevelación. Comprender las autorrevelaciones realizadas por analistas de todas las tendencias en el curso de su trabajo cotidiano requiere una perspectiva relacional e intersubjetiva, pero no un cambio de paradigma. Las revelaciones del trabajo analítico cotidiano se basan en una relación bipersonal en la cual dos subjetividades se dedican a la “psicología unipersonal” del paciente. Tres amplias ilustraciones clínicas comparan y contrastan las autorrevelaciones inevitables que forman parte del tratamiento psicoanalítico con aquellas más explícitas, conscientes y deliberadas que sirven a un objetivo específico del tratamiento. Las revelaciones e interacciones, tal como se entienden en este marco de trabajo, pretenden demostrar mutualidad, pero no necesariamente simetría e igualdad de autoridad en la relación analítica. Las autorrevelaciones del analista, aunque indudablemente orientadas por la contratransferencia y otras reacciones personales, pretenden facilitar y profundizar un proceso en el cual la vida psíquica del paciente ocupa el lugar central.

 

Introducción

El reciente debate sobre si los analistas deberían o no revelar aspectos de sus propias vidas psíquicas a los pacientes se ha movido, dialécticamente, de las posiciones estereotipadas dicotómicas, absolutistas, hacia un punto en que analistas de distintas orientaciones parecen estar entrando en un campo discursivo más armonioso. Estoy convencida de que los relacionalistas como los freudianos contemporáneos pretenden revelar lo que es valioso terapéuticamente en la matriz intersubjetiva-relacional, que recientemente está siendo reconocida como parte de las interacciones analíticas críticas, especialmente de aquellas relevantes para comprender la transferencia-contratransferencia. Aunque los analistas que se guían principalmente por una orientación pueden tender a revelar con más frecuencia, y aquellos que se guían por la otra a revelar con menos frecuencia, ambos revelan dentro de los límites de preservar una posición analítica que incluiría la neutralidad en su sentido metodológico y no en el sentido conductual estereotípico. Como Meissner (2002) decía, la autorrevelación y la neutralidad no son incompatibles, sino que “la neutralidad posibilita discernir si la autorrevelación está indicada y tiene ventajas terapéuticas” (p. 830). Sin embargo, el debate se originó cuando ciertos analistas relacionales (Renik, 1996; Stolorow y Atwood, 1997) de “nueva orientación” (ver Eagle, Wolitzky y Wakefield, 2001; Eagle, 2003) desafiaron el estereotipo mítico de los analistas tradicionales de preservar rígidamente pantallas en blanco en su constante adherencia a los valores de neutralidad, abstinencia y anonimato en la díada analista-paciente. Los analistas tradicionales (Abend, 1995; Meissner, 2002; Boesky, 2003) contraatacaron desafiando la nueva perspectiva como otro estereotipo mítico en el cual el proceso analítico es exclusivamente subjetivo y construido conjuntamente en una díada simétrica analista-paciente y en la cual el analista no tiene más autoridad que el paciente cuando se trata de discernir verdades analíticas.

Ciertos analistas relacionales fueron criticados por considerar la díada como exageradamente fluida, consistente en ocasiones en lo que serían esencialmente dos pacientes analizándose el uno al otro. Pretendo contrarrestar ambos estereotipos mediante tres resúmenes de casos que ilustran la diferencia entre la autorrevelación implícita inevitable, lo que Meissner (2002) llamó autorrevelación (del self) [N. de T.: self-revelation versus selfdisclosure, término utilizado en el resto del artículo] o aquello a lo que me refiero en este artículo como “las revelaciones del análisis cotidiano”, y la autorrevelación selectiva explícita, consciente y deliberada.

Creo que una vez distinguidos estos dos tipos de autorrevelación, notaremos una disminución en la tendencia a estar polarizados en nuestra consideración del tema. La autorrevelación ha sido considerada como inevitablemente no neutral y correlacionada con el psicoanálisis relacional; por el contrario, las prohibiciones de autorrevelarse han sido caracterizadas como inevitablemente neutrales y correlacionadas con el psicoanálisis tradicional o freudiano. Yo sostengo que esta dicotomía, válida heurísticamente en su momento pero ahora falsa, se basaba en un conjunto de suposiciones erróneas acerca de la neutralidad analítica que recientemente han sido cuestionadas y abandonadas tanto por los psicoanalistas relacionales como por los freudianos contemporáneos. Es decir, los analistas de la mayoría de las escuelas ya no consideran la neutralidad simplemente como una conducta técnica concreta de retirada y mínima interacción o “pantalla en blanco” para salvaguardarse contra la revelación de aspectos de la propia psique (Meissner, 2002). Los analistas de todas las tendencias se han involucrado en reevaluar dicha “neutralidad” como un conjunto de principios terapéuticos de guía. Estos principios no suponen una incompatibilidad intrínseca entre la neutralidad, el anonimato y la abstinencia, por una parte, y el uso del self como un instrumento de análisis (Freud, 1912, Isakower, 1992) por la otra. Ambos enfoques son fundamentales para el avance del proceso psicoanalítico y son de interés para el progreso del paciente en el tratamiento. Estoy de acuerdo con Meissner (2002) cuando afirmaba: “en tanto la neutralidad se formule en términos conductuales relacionada con una posición autoritaria y totalmente abstinente, nos vemos forzados a una falsa dicotomía entre la apertura y la revelación versus el distanciamiento y la retirada” (p. 854).

La distinción entre la técnica y la metodología recientemente enfatizada por Boesky (2003) también ha orientado mis ideas. Boesky, con cierta ironía, caracterizó la técnica como algo que el analista a veces hace cuando no entiende lo que está pasando y se ve envuelto en una puesta en acto con el paciente. Una vez que está clara esta distinción entre la técnica, que a menudo puede ser una conducta descuidada, mecánica,  y la metodología como principios de guía subyacentes, los argumentos basados en caricaturas conductuales deberían disminuir. Los estereotipos de los relacionalistas que revelan de cualquier manera sus pensamientos, sueños, vidas personales y sentimientos, y de los freudianos que permanecen neutrales mediante la reserva gélida incesante de la pantalla en blanco y la retirada se reducirán y serán relegados al almacén atávico de las atribuciones falsas, ficticias que esperamos que desaparezcan.

Cuando Renik (1995, 1996) dijo que la neutralidad, la abstinencia y el anonimato son ideales irrealizables, y como tales prescindibles, me gusta pensar que ahora se referiría a estos parámetros como preceptos técnicos conductuales literales y no como principios guía. En ese sentido, tenía razón cuando decía que la autorrevelación es inevitable, sin importar lo deseable o indeseable que los analistas la hayan considerado en su momento. Más que irrealizables, es mejor pensar en estos principios analíticos, creo yo, como “una perspectiva mental de experiencia clínica continua en la cual todos los aspectos de la interacción son procesados y evaluados [con respecto a lo que es] facilitador del proceso analítico y del beneficio terapéutico para el paciente” (Meissner, 2002, p. 830).

También se han hecho distinciones polarizadas entre la objetividad y la subjetividad en psicoanálisis (Smith, 1999; Eagle y col., 2001). Aunque incuestionablemente intersubjetivos, los juicios personales del analista sobre el paciente no son irreduciblemente o exclusivamente subjetivos; también son relativamente objetivos en tanto que están orientados, como apuntaba Eagle (2003), por el material presentado por el paciente, el conocimiento de la literatura, la formación y la experiencia pasada. Eagle afirmaba: “Una cosa es rechazar las afirmaciones de acceso infalible a la verdad sobre la mente del paciente y la otra es rechazar completamente la posibilidad de que uno pueda inferir de forma fiable ciertas verdades sobre la mente del paciente” (p. 417). Renik (1993, 1998a, b), por el contrario, proponía que la naturaleza del tratamiento psicoanalítico es exclusiva e irreductiblemente subjetiva, puesto que ni analistas ni pacientes tienen un camino incuestionable hacia la verdad. Las autorrevelaciones, por tanto, ayudan a negociar una comprensión mutuamente lograda de las diferentes perspectivas subjetivas de la vida mental del paciente. Estas falsas dicotomías y polarizaciones de lo objetivo versus lo subjetivo, como la neutralidad versus la autorrevelación, también pueden haber sido útiles históricamente para subrayar los excesos y rigidez de ciertos analistas tradicionales y los excesos y la fluidez de ciertos analistas relacionales-intersubjetivos de la primera época.  Hoy, sin embargo, sólo sirven para fomentar pseudoargumentos que no hacen avanzar nuestros intereses mutuos. Creo que podemos favorecer y facilitar el diálogo productivo entre las diferentes escuelas una vez que hayamos reconocido la autorrevelación como una forma útil de intervención interactiva sujeta a un conjunto de principios guía que contribuyen al beneficio del paciente y del proceso analítico.

El material clínico de los análisis de los tres pacientes que presento, junto con considerables comentarios relacionados con las controvertidas cuestiones que he resumido, ilustra las variadas autorrevelaciones que deberían resultarle familiares a los analistas freudianos contemporáneos, a los interpersonales y a los relacionales. El primer caso de autorrevelación es representativo de las autorrevelaciones más implícitas e inevitables de la vida psicoanalítica cotidiana. El segundo caso gira en torno a un uso explícito y deliberado de la revelación en la finalización del tratamiento. El tercero implica aquellas revelaciones explícitas conscientes y deliberadas de ciertas realidades de la vida del analista cuando éste sufre una enfermedad real que impacta de un modo real y altamente significativo el tratamiento psicoanalítico. En estas ilustraciones pretendo mostrar que estamos manejando nuevas perspectivas de lo que hacen los analistas pero sin saber que lo hacían, no un nuevo paradigma para reemplazar aspectos valiosos y ahora mucho más fácilmente alcanzables que el antiguo. Los analistas relacionales, mediante su énfasis particular, han despertado la conciencia de muchos otros analistas de todas las tendencias para que reconozcan la importancia de la intersubjetividad interactiva. Los freudianos contemporáneos han revivido su interés en la importancia de las reacciones emocionales del analista para comprender las psiques de sus pacientes. El uso que el analista hace del self como instrumento de análisis ha adquirido más importancia en los contextos teóricos y clínicos nuevos y renovados.

 

Las relevaciones implícitas del análisis cotidiano

Los analistas de todas las tendencias hacen revelaciones en el curso de su trabajo cotidiano. Dichas autorrevelaciones cotidianas han sido mencionadas a menudo como autorrevelaciones inevitables en oposición a la autorrevelación intencionada deliberada y consciente (Abend, 1995; Meissner, 2002). Yo “revelo” hasta un punto el pensamiento y el sentimiento que hay en mis interpretaciones. Le revelo a usted, lector o público, el pensamiento, introspección, asociaciones paralelas, resonancia, actividad del yo, control estrecho y continuado, pensamientos y sentimientos que tengo durante la atención flotante para mostrar cómo pienso sobre lo que finalmente transmitiré a mi paciente como útil para él en una experiencia analítica. No le revelo a mi paciente en la medida en que lo hago con usted, pero le revelo. Mi revelación, aunque coherente con la posición pionera de Mitchell (1988, 1997), no es radicalmente distinta del método basado en el psicoanálisis del yo de compartir con mi paciente cómo funciona mi mente psicoanalíticamente (ver Gray, 1994; Busch, 1995, 1996). Mi revelación no requiere un nuevo paradigma analítico. La intersubjetividad, construcción y coconstrucción de significados interpretativos me interesan como procesos continuados en una díada más “asimétrica” que “simétrica”; es decir que, a pesar de las coconstrucciones o construcciones conjuntas, se supone que el analista tiene más autoridad que el paciente. Inevitable como es la autorrevelación, me gustaría enfatizar que la mutualidad, en oposición a la simetría en la díada, es crítica y que muchas verdades analíticas no son simplemente construidas sino que tienden a un grado de objetividad que es discernible en una matriz colaboradora, interactiva, relacional que, sin embargo, mantiene al paciente en el centro del interés.

Las autorrevelaciones del análisis cotidiano no requieren un nuevo paradigma técnico, interpersonal, relacional o intersubjetivo de la técnica. Todos los analistas autorrevelan. Llevado a su extremo más radical, la posición que defiende un cambio de paradigma sostiene que puesto que analista y paciente basan sus juicios únicamente en su propia experiencia subjetiva, ninguno tiene mayor autoridad analítica o verdad que el otro. La revelación no radical cotidiana de la que hablo es una extensión del modo tradicional en que los analistas siempre se han orientado por las reacciones reales, en gran medida subjetivas pero también, en cierto grado, “objetivas” hacia sus pacientes. Estas revelaciones preservan que la configuración diádica asimétrica en la cual el mundo intrapsíquico subjetivo del paciente y las experiencias interpersonales están en el centro del interés de ambos participantes. Las revelaciones de la vida analítica cotidiana se basan, por tanto, en una relación intersubjetiva bipersonal en la cual dos subjetividades aspiran a explicar la psicología “unipersonal” del paciente. Como dijo Eagle (2003):

… aun cuando esté intentando comprender mi propia realidad psíquica, es al servicio de comprenderlo mejor a usted. Estoy haciendo un juicio personal sobre lo que está sucediendo en usted. Es más, aunque sea un juicio personal, puede estar respaldado por la evidencia y una vez que uno se  base en la evidencia, pueden llegar otros. Por tanto, también puede ser objetivo en este sentido [pp. 421-422].

Este foco bipersonal centrado en el paciente difiere tanto de la caricatura de la posición tradicional de pantalla en blanco gélida y remota como de la caricatura de la posición relacional simétrica e igualitaria con respecto a la revelación. La revelación del analista se basa, óptimamente, en juicios medidos, restringidos y con criterio sobre el paciente que, al mismo tiempo, están orientados por sus respuestas emocionales subjetivas y objetivas al paciente, canalizadas en la introspección esencial, empatía y resonancia asociativa terapéuticas. Estas secuelas de la sintonía emocional son utilizadas asimétricamente por freudianos contemporáneos, psicólogos del self, kleinianos, analistas interpersonales y relacionales que utilizan óptimamente la autorrevelación de modo que la psicología de una persona, el paciente, siempre ocupe el centro del equipo de trabajo diádico bipersonal a pesar del reconocimiento de importantes influencias mutuas en el proceso analítico. La subjetividad inevitable del analista así como los puntos de vista y juicios objetivos no son sino medios para lograr este fin. El caso que presento a continuación ilustra cómo recoger aspectos de la interacción o transferencia es, inevitablemente, autorrevelador para cualquier analista de cualquier escuela.

 

Paciente 1. Autorrevelación implícita en las revelaciones del self en las interpretaciones psicoanalíticas cotidianas

Un hombre de 74 años que había retomado su tratamiento psicoanalítico abandonó con bastante decisión su posición segura de nivel alto y pasó los siguientes años postergando cualquier trabajo creativo serio en su vida y en su análisis. El paciente creía que su postergación expresaba principalmente sadismo y hostilidad, pero este rasgo de carácter me llamó la atención también como inconfundiblemente autoerótico y masturbatorio. Se ocupaba en el tipo de proyectos banales que automáticamente se regeneran, ejemplificados en limpiar un escritorio depositario de las acumulaciones diarias de correo y notas. Se mantenía ocupado, intentando entretenerse con tareas pequeñas pero interminablemente demandantes, aprovechando, al mismo tiempo, cualquier oportunidad para postergar las cosas grandes, como escribir su testamento y acabar con su atasco literario en la fase de recolección de datos, una parálisis que inhibía dolorosamente su avance en la integración y la síntesis de un borrador final que pudiera mostrar sus habilidades potencialmente buenas para el éxito público.

Aquí pretendo ilustrar y explorar los límites de la autorrevelación como vehículo para mis formulaciones e interpretaciones analíticas cotidianas de las transferencias conflictivas del paciente tanto en su vida general como en las situaciones analíticas. Confío enormemente en mi sentido empático, o en respuestas emocionales subjetivas definitivas y convicciones cognitivas, de que el paciente está sin lugar a dudas implicado conmigo en una transferencia erotizada con tonos claramente autoeróticos y autoplacenteros, especialmente en sus meditaciones incesantes y en sus rumiaciones tortuosas sobre el significado de su postergación. Siento fuertemente que está postergando autoeróticamente en la transferencia intentando analizar ad infinitum sus tendencias a postergar. Mis fuertes sentimientos orientan las interpretaciones, que incluyen las autorrevelaciones a las que me refiero aquí como autorrevelaciones inevitables de la vida analítica cotidiana.

Había notado durante mucho tiempo que el paciente, que no lleva reloj, no cesaba en sus rumiaciones de tinte anal-erótico hacia el final de la sesión, sino que seguía como si la sesión no fuera a terminar, de modo que siempre tenía que interrumpirlo para decir que teníamos que parar por hoy. Le pregunté si nunca se le había ocurrido que podía hacerme sentir incómoda interrumpir constantemente su reverie erotizada con un recordatorio de que se nos terminaba el tiempo. Se daba cuenta de este patrón, quería analizarlo y aunque generalmente respondía “Creo que es hora de irme”, no dejaba de intentar provocar que yo anunciara “la hora de cerrar” estableciendo las condiciones para que yo lo interrumpiera en medio de una frase interminable. Algunos pueden considerar mis interrupciones consistentes (y persistentes) para finalizar la sesión como una puesta en acto o contra puesta en acto, pero entonces ¿de qué otro modo podría responder a una maniobra tan patentemente controladora al final de una sesión? En alguna ocasión, en el 4º año de tratamiento, le interpreté mediante una autorrevelación que me parecía, basándome en mi sentimiento de su impulsividad interna, su lenguaje corporal y su reiteración predecible, que estaba postergando conmigo como lo hacía en otras situaciones. En esencia, mi sentimiento, mis reacciones subjetivas, a las que no considero contratransferenciales, orientaron mi interpretación. Hay poco de nuevo en esta idea de que las “vibraciones” emocionales orienten las interpretaciones. Lo nuevo es el reconocimiento explícito y creciente de que siempre hemos autorrevelado en nuestros encuentros psicoanalíticos cotidianos.

Le dije a mi paciente que el aspecto más prominente de sus meditaciones incesantes y sus rumiaciones tortuosas sobre el significado de sus postergaciones me parecía ser su determinación de buscar la gratificación autoerótica de continuar sin que yo se lo impidiese, casi como si estuviera en un trance autoplacentero que quisiera perpetuar eternamente en mi presencia. Le dije que sentía claramente el impacto autoerótico de su postergación mientras él hablaba y me preguntaba si él estaba en contacto con esos sentimientos. Así, lo dirigí mediante mi autorrevelación del tipo hacia el cual considero que tanto los analistas relacionales como los freudianos contemporáneos han enfatizando, a su propia auto- reflexión. El paciente reconoció cierta motivación para hacer que las sesiones durasen eternamente y estar eternamente conmigo, al igual que se había dado cuenta de intentar hacer que otras cosas durasen para siempre como un modo de evitar, en la fantasía, su muerte.

Al paciente se le había sido diagnosticado un cáncer y había recibido tratamiento, y él creía que había salido victorioso de la batalla. No obstante, su postergación lo ayudaba a evitar cierto conocimiento de que su muerte era inevitable. Este significado nuevamente contextualizado de su síntoma de postergación reflejaba ansiedades relativas a su posición actual en el ciclo vital. Sin embargo, había estado repitiendo variaciones de esta pauta toda su vida, y esta tendencia a la postergación erotizada estaba profundamente incorporada en su estructura de carácter anal obsesiva. Esperaba que mi interpretación transferencial-de“autorevelación”, afirmando que sentía claramente el impacto autoerótico de su postergación, lo ayudase a atravesar un impasse y suavizase el rasgo de carácter erótico anal en que buscaban refugio sus postergaciones autoeróticas. Nótese que mi revelación no incluía información biográfica ni nada de mi historia vital idiosincrásica, lo que no habría tenido valor alguno para él a excepción de cierta excitación lasciva de dudosa utilidad. La autorrevelación de mis reacciones personales a sus expresiones libidinales autoeróticas se basaba en una aproximación racional a la defensa de Jacob (1999) de que dichas autorrevelaciones no contratransferenciales podían ayudar al paciente a tener un impacto real no sólo sobre el analista sino también sobre otras personas de su vida ajena a la situación de tratamiento.

Mi autorrevelación fue recibida consistentemente con nuevas resistencias a abandonar un sentimiento profundamente importante de placer que provenía de meditar sobre la planificación pragmática. Esa gratificación, reforzada en gran parte por la adhesión de la libido, lo empujó más que nunca a hablar sobre su “impulso a postergar” postergando aun más. “La postergación es una conducta social dirigida agresivamente hacia mí mismo y hacia los otros”. Yo le revelo que escucho en esto más de la gratificación autoerótica de lo que él parece escuchar. “¿Quiere decir que obtengo placer?” (Eso es lo que sugerí en la última sesión y lo que sigo sintiendo palpablemente en el consultorio.) Mi intervención reveló un aspecto de mi reacción personal, no llegando a una forma más consciente y deliberada de autorrevelación. Hoffman (1983) y Renik (1999) sostenían que puesto que la autorrevelación es inevitable, no se desvía tanto de la práctica ordinaria ser explícito con el paciente acerca de la experiencia propia de detectar cómo se puede estar sintiendo. Aunque Hoffman y Renik nunca propusieron abandonar el juicio considerado y mesurado de lo que debería revelarse más allá de lo inevitable, también estaban claramente reaccionando al estereotipo de los analistas clásicos que presumiblemente se adhirieron al ideal de neutralidad con la presentación del analista como una pantalla en blanco fría, alejada e inexpresiva. Para enfrentar esta neutralidad estereotípica, ciertos analistas relacionales se unieron tras la idea de que puesto que esta forma de legitimar la autorrevelación era inevitable, era técnicamente necesaria. La posición de Hoffman, y luego la de Renik, condujo lógicamente a la conclusión extrema de que los pacientes a veces analizan la experiencia de su terapeuta y a veces los terapeutas se convierten en pacientes de su paciente. Uno espera que esta caricatura del análisis relacional se haya quedado tan anticuada como la caricatura de la falta de respuesta gélida del analista tradicional.

El paciente continúa: “Vd. me escucha mejor que yo mismo”. (Creo que hay ocasiones en que lo escucho en cierto modo de forma diferente a cómo se escucha Vd. mismo). Así, dirigí mi subjetividad y la suya, así como nuestros diferentes puntos de vista, a aspectos de la metodología del tratamiento que siempre han sido al menos tácitos, cuando no pasados por alto como aspectos significativos de un enfoque clásico sobre el trabajo interpretativo. “Menos mal que es así”. Sabe que está aquí para analizarse y respeta la autoridad del analista, aceptando en cierto nivel de conciencia que simplemente somos dos subjetividades diferentes pero iguales que requieren un intercambio mutuo aunque asimétrico de autorrevelaciones. Uno se siente tentado a pensar en él como un buen analizando al viejo estilo que trabaja bien bajo las condiciones de un buen análisis al viejo estilo.  “El placer”, dice “es posponer las cosas afirmándome a mí mismo. Hago lo que siento que me gusta hacer. Eso es autoindulgencia”. (Así es como Vd. se encuentra cuando se ve atascado en los placeres del pasado y los dilemas del presente. Creo que es cierto cuando habla de que su postergación tiene algo de enfado hacia los otros, pero también me impacta como una autoindulgencia erótica. Se atasca postergando, se atasca hablando conmigo acerca del significado de su postergación, se siente fijado como si fuera demasiado cómodo como para intentar salir de esa posición.) Lo que yo propongo es que cuando digo “también me impacta…” también estoy entrando en esa forma ubicua de autorrevelación, a la que me refiero aquí como autorrevelación implícita, que está y siempre ha estado involucrada en las interpretaciones del análisis cotidiano, de modo que, tan tautológico como suena, merece ser enfatizada para las distinciones conceptuales que estoy ilustrando.

Aunque he revelado mi reacción, enfatizo que estoy siendo neutral manteniendo una posición equidistante del ello, el yo, el superyó y la realidad. Esa idea de neutralidad no se corresponde de ningún modo con la caricatura de la pantalla en blanco, el analista retraído que juega con las cartas pegadas al pecho, sino, en palabras de Renik (1999), con encontrarse de forma más directa, más “de frente”. Presento mi “sentido” o “sentimiento” de la realidad instintiva que percibo de su autoindulgencia como un hecho psicoanalítico en el que ambos estamos de acuerdo, y no como un juicio de que no consigue engranar sus funciones superyoicas para contener su respuesta al placer autoerótico. Mis revelaciones expresan el espíritu de una metodología psicoanalítica contemporánea, freudiana, relacional, interpersonal o de cualquier otro tipo, respetuosa con la neutralidad en su sentido fundamental, no en el sentido caricaturizado por lo conductual.  Al mismo tiempo, mis revelaciones están ahora orientadas por una posición relacional intersubjetiva que los analistas clásicos anteriores habían utilizado la mayoría de las veces pero rara vez considerándola explícitamente como un aspecto importante de su trabajo interpretativo. Repito: El paciente prefería resaltar el sadismo y la hostilidad que había tras su postergación, pero puesto que yo percibía subjetivamente de manera muy clara este rasgo caracterológico como una indulgencia autoerótica, he “revelado”; mediante mi interpretación transferencial  el sentimiento de nuestras distintas subjetividades.  En ese sentido, nuestras respectivas perspectivas subjetivas abren el potencial para que ambos captemos múltiples significados en un contexto conflictivo. En esta coyuntura, juzgué que las interpretaciones deberían proceder en la dirección de su uso de la agresión para defenderse y resistirse de tomar conciencia del erotismo anal placentero.

Vuelvo a enfatizar aquí mis ideas sobre las psicologías unipersonales y bipersonales de asociación libre, empatía, introspección, intersubjetividad y revelación. Mis asociaciones y resonancia paralelas continuamente flotantes, mi introspección y la inmersión empática en la experiencia del paciente me mueven a revelar sentimientos y otras respuestas que se relacionan exclusivamente con mi paciente, especialmente cuando dichas revelaciones son esenciales para avanzar el proceso analítico. Mi trabajo como analista es interpretar los significados que tienen para el paciente los aspectos inevitablemente asimétricos de la díada, puesto que confío en la utilidad de mis reacciones subjetivas y espero que mi autoridad sobre los procesos inconscientes, etcétera, esté al menos un paso por delante de la del paciente, y mi paciente comparta esa expectativa.

Cuando le revelo que siento como si él estuviera disfrutando, estoy ejemplificando a lo que me refiero como revelación quinta esencial de la vida analítica cotidiana. Revelo mi sentimiento, mi subjetividad, pero no es algo sobre mí, sino sobre él. Por tanto, mi revelación es compatible con la técnica interpretativa clásica, así como con la de los teóricos relacionales contemporáneos. Encaja con el insight del buen analizando una vez más. Sus siguientes asociaciones parecen confirmar el valor de la forma de revelar de “análisis cotidiano” que contenía mi interpretación

Comienza la siguiente sesión contando un sueño que tuvo sobre una estudiante protegida suya a quien su padre está admirando  de un modo en que el padre del paciente nunca lo admiró a él. Al principio presenta la indiferencia de su padre ante sus logros simplemente como datos históricos manifiestamente ciertos, repleto de detalles obsesivos sobre los elementos del sueño y sin asociaciones reales. Yo supongo que, una vez más, está simplemente postergando y siendo autoeróticamente indulgente consigo mismo, pero, quién lo iba a decir, me equivocaba felizmente. Cuando le pido que asocie, piensa que Felix Mendelssohn es un genio, que el abuelo de Mendelssohn era un genio y un hombre exitoso, y que el padre de Mendelssohn era simplemente el escalón intermedio, un don nadie. (Cuando Vd. abandona la defensa y el placer de postergar mediante detalles reiterativos, presenta una brillante solución creativa al significado del sueño: desea ser el abuelo y el nieto distinguidos, no el padre mediocre.) En realidad, su padre fue y su hijo es  más distinguido y mejor conocido en sus respectivos campos de lo que lo es él en su ámbito laboral. En el análisis, por tanto, ha avanzado, ahora es capaz de dejar de aferrarse obsesivamente a los detalles y a la repetición de los mismos que había servido como compromiso para ayudarlo a defenderse de la grandiosidad de su deseo de ser como uno de los grandes Mendelssohn al tiempo que lo ayudaba a obtener gratificaciones de una naturaleza adictiva, compulsiva, perversa. Pregunta: “¿Qué tipo de pájaro se agarra y no se suelta nunca aunque esto le impida cantar?” Yo refrené revelar mi asociación inmediata: “Es un pájaro  de Kaka”. Razoné conmigo misma que esa revelación sería más mi asociación idiosincrásica sobre su importante fantasía coloreada de lo analretentivo y probablemente no sería una interpretación mutativa en ese momento a causa de mi deseo de base contratransferencial de exhibir mis talentos virtuosos en el acceso al lenguaje del proceso primario. Aunque algunos habrían podido considerar que mi impulso exhibicionista contribuía a una interpretación coconstruida, mi juicio es generalmente morderme la lengua cuando sospecho una motivación principalmente contratransferencial para una autorrevelación, esperando poder presentar lo suficientemente pronto una formulación que traiga al centro la psique del paciente y no la mía.

Salta a la vista que todos los analistas “revelan” algo sobre sí mismos simplemente por el hecho de ser analistas y hacer lo que suelen hacer los analistas. Algunos, de hecho, revelan más y con diferentes razones que otros. Los analistas identificados con la escuela relacional a menudo pueden revelar por razones que difieren considerablemente de aquellas que puede tener un analista identificado como freudiano contemporáneo porque creen más en la relación de revelación de cara a las coconstrucciones. Sin embargo, aun el freudiano contemporáneo cree que las autorrevelaciones son fenómenos inevitables, a menudo importantes y siempre relacionales intersubjetivos.


Autorrevelación explícita, consciente y deliberada

Presento dos nuevos ejemplos clínicos para intentar extraer las diferencias entre las autorrevelaciones conscientes y deliberadas y las “revelaciones de la vida cotidiana”, teniendo en mente la cuestión crítica de si estos diferentes tipos de autorrevelaciones requieren un cambio de paradigma teórico. En torno a la autorrevelación deliberada surgen cuestiones importantes conectadas con el énfasis que los analistas relacionales (Greenberg y Mitchell, 1983; Hoffman, 1983; Stolorow, Brandchaft y Atwood, 1987; Mitchell, 1988, 1993, 1997; Stolorow y Atwood, 1992, 1997; Davies, 1994; Orange y Stolorow, 1998) ponían en los aspectos intersubjetivos coconstruidos y cocreados del proceso analítico. Los analistas relacionales han tendido a afirmar que estos aspectos requieren autorrevelaciones en el espectro de todos los pacientes y situaciones. Recientemente, tales intereses han entrado cada vez más a formar parte del pensamiento psicoanalítico freudiano contemporáneo, en parte como respuesta a los argumentos de la escuela relacional, pero principalmente para enfatizar que los analistas de todas las escuelas reconocen la importancia de los factores subjetivos e interactivos en los procesos de tratamiento tradicionales y contemporáneos. Un número significativo de analistas freudianos contemporáneos, sin embargo, no estaría de acuerdo en que toda la comprensión psicoanalítica es coconstruida.  Discuto dos situaciones de tratamiento, una que implica autorrevelaciones explícitas durante la fase de terminación de un análisis de larga duración que llega a su fin natural y otra que implica revelaciones explícitas durante la fase de terminación de un análisis en el cual la paciente murió y la analista sobrevivió, ambas de un cáncer maligno grave.

Paciente 2. Autorrevelaciones durante la fase de terminación

Me fijaré ahora en un material ilustrativo de una segunda paciente que estaba lista para terminar un largo análisis. La terminación ha sido tradicionalmente el momento en que los analistas “revelan” a los pacientes algo más de lo normal sobre sí mismos, a menudo racionalizado como una preparación para la separación real y las posibilidades reales de encontrar al analista en ciertas situaciones profesionales y/o sociales. Estas posibilidades ciertamente se materializan con frecuencia para los candidatos que terminan con analistas que trabajan en sus mismos institutos y también se producen en una u otra medida para cualquier paciente que termine el tratamiento.

Presento este material para ilustrar cómo una analista relata a veces, consciente y deliberadamente, anécdotas sobre personas que conoce personalmente para atraer la disposición de la paciente a escuchar y responder afectivamente a importantes interpretaciones que de otro modo podían resultar inefectivas. Dicha autorrevelación explícita necesita ser entrelazada en el tejido del análisis para maximizar la probabilidad de que los aspectos personales de las revelaciones del analista no acaben al frente de la mente de la paciente sino como contexto de fondo para mejorar la conciencia de sí misma. Al final de un análisis de 13 años, una paciente de 50 años aquejada de angustias de separación manifiestas fue finalmente capaz de entrar en la fase de terminación y de terminar realmente el tratamiento. Llegó a la cima de su profesión, con enormes responsabilidades administrativas y de personal de las que dependía el bienestar de los otros, pero tras un divorcio traumático, nunca volvió a desarrollar interés en el matrimonio o en ninguna relación personal íntima de compromiso. De hecho se sentía orgullosa de no estar “ensillada” como otras mujeres. Cuando fue niña, es probable que tuviera un apego muy inseguro con dos figuras parentales que raramente le respondían con un grado óptimo de sintonización.  Visualizaba constantemente el momento en que no volvería a ver ni a cruzar la puerta de mi consultorio una vez que hubiese terminado. Tan pronto como entró en tratamiento, su principal deseo consciente era establecer un vínculo salvavidas conmigo como objeto sustituto de su madre a la que inevitablemente perdería. En su mente, el análisis iba a servir a ese propósito, y la mayoría de nuestro trabajo consistió en analizar las variadas funciones que cumplía la fantasía femenina sorprendentemente efectiva y poderosamente funcional de recibir “cuidado perpetuo” por mi parte.

En el transcurso del tratamiento, quedó claro que, además de estos apegos inseguros tempranos, la paciente también había desarrollado una fuerte necesidad de poder, que descubrió a la edad de 3 años, cuando su madre sucumbió a su reacción fóbica a ir al colegio. La niñita intimidó a su madre hasta el punto de que le permitió abandonar la escuela infantil y quedarse en casa con la cuidadora durante los años que otros niños de su edad acudían a preescolar. Cuando era muy pequeña se dio cuenta de un sentimiento eufórico de poder y de control sobre los demás cuando se negaba obstinadamente a moverse, o se aferraba obstinada, persistentemente y con perseveración a ideas que incluso ella consideraba absurdas y ridículas. Por tanto, ridiculizaba inconscientemente a aquellos que intentaban corregir su irracionalidad, incluyendo a la analista cuando intentaba interpretar esta dinámica. “Es lo mismo”, decía, “me aferro o quedo pegada a su diván como me aferraba o quedaba pegada al respaldo de nuestro sofá de casa y preocupaba a todos muchísimo haciéndoles ver lo fóbica que era”.

Mi primera relevación explícita consciente y deliberada tuvo lugar unas dos semanas antes de la fecha de terminación fijada por la paciente y aceptada por ambas. En medio de un rechazo tenaz que estaba haciendo a “dejar” el punto peliagudo preferido del momento, me razoné a mí misma que podía arriesgarme a contarle una anécdota personal en interés de que abandonase su último bastión de resistencia a la separación y para facilitarle la experiencia de terminación real. Le dije que me recordaba a una niñita de 2 años y 9 meses con la que había estado el último fin de semana, que había descubierto sus poderes en un museo. En lugar de ir felizmente de un lado para otro, como había hecho durante toda la mañana, de un dinosaurio a un mastodonte, se había detenido de repente extasiada con los pasamanos de goma de la escalera de dentro del museo, y los miraba con una fascinación increíblemente concentrada. Le dije a mi paciente que cuando le pregunté a la niña lo que estaba pensando, preguntó sobre los pasamanos: “¿Qué son?” “¿Para qué son?” “¿De qué están hechos?” “¿Quién los puso ahí?” “¿Por qué los pusieron?” etc. Mi siguiente paso audaz de la autorrevelación fue describirle cómo su padre y yo le explicamos cómo funcionaban los pasamanos y los peldaños y que la niña se detuvo y se atascó durante 10 minutos, evaluando lo que le habíamos dicho, aparentemente fascinada por los pasamanos y por su poder, tan pequeña como era, de hacer que su padre y su abuela dejasen de caminar y de llevarla a un agradable o elegante, refinado restaurante a comer. No quería que la hiciéramos marchar. En esta narrativa, por tanto, revelé consciente y deliberadamente que la niñita era mi nieta. Es más, estoy absolutamente segura de que esta autorrevelación no es ni remotamente similar a nada de lo que hago normalmente en mis autorrevelaciones de la vida analítica cotidiana. Éstas se limitan generalmente a revelar mis pensamientos y sentimientos al paciente de modo que éste pueda entender cómo funciona mi mente como analista en un esfuerzo por animarlo a reflexionar de forma similar. Por el contrario, mi revelación de la anécdota tenía un propósito diferente basado en una llamada al juicio razonablemente libre de contratransferencia que facilitase la última fase del análisis y el progreso de la paciente hacia el final.

Me llamó la atención el contraste así como las similitudes entre la reacción fóbica infantil extremadamente excitada de mi paciente cuando obstinadamente se aferraba al sofá y rechazaba salir de casa para ir al colegio y la excitación de la otra niña, mi nieta, cuando descubrió que podía sentarse a su antojo en las gradas a la entrada del museo y restringir la movilidad de su padre y su abuela, que querían continuar con lo que estaban haciendo y el placer de salir a comer con ella. También estaba la conexión obvia entre el rechazo de la niñita a abandonar el museo y la reticencia de mi paciente a dejarme según el análisis se acercaba a su terminación. Cuando revelé esta información anecdótica personal como una parábola de los motivos y esfuerzos importantes en la vida de la paciente, se vio tocada de un modo profundo, inusual para ella, y comenzó, algo raro en ella, a llorar. “Conozco ese sentimiento, no hay nada más estimulante en el mundo que sentirse tan pequeña y, sin embargo, tan poderosa”. Pensé que finalmente había entrado significativamente en contacto con el hecho de que su síntoma de angustia de separación de toda la vida no sólo le había causado un gran dolor psíquico, sino también un gran placer: Es decir, el síntoma de angustia de separación, aunque reforzado por los apegos inseguros tempranos, había llegado a servir como una verdadera formación de compromiso.

Continuando con la revelación, señalé la diferencia entre su experiencia de su propio padre distante, que la intimidaba y mis observaciones, tan neutrales como yo creía que podían ser (¡!), del padre de esta niñita, que no se rindió a sus “juegos de poder” sino que impacientemente pero con amor la cogió en brazos y la llevó a caballito al restaurante. Le dije a mi paciente que la niña estaba aún más entusiasmada que cuando estaba en su acto desafiante aislado y testarudo de descubrir sus poderes mediante la inspección de los pasamanos de goma y por el momentáneo éxito de su sentada en los escalones exteriores del museo. Mi intención era recordarle a mi paciente adulta que los placeres de ser cogida en los brazos de un hombre “edípico” amoroso podía sobrepasar al de recibir un cuidado continuado de una persona maternal “preedípica”. La paciente se sintió emocionada y molesta por mi revelación. Lamentó no tener un padre sensible afectivamente, sin embargo se sintió ambivalentemente contenta de discernir correctamente que probablemente yo nunca habría ofrecido este material anecdótico personal excepto como parte del procedimiento de terminación de destete-separación. Me había convencido a mí misma de que esta autorrevelación era el mejor camino, paradójicamente, de traer al lugar central las preocupaciones de la paciente de un modo terapéuticamente efectivo, aun a riesgo de provocar la envidia de la paciente hacia la relación de esta otra niña con su padre y hacia mi relación con mi hijo y mi nieta. Pero esos son los equilibrios en estos casos tan firmemente resistentes.

Durante años ella había querido oír algo, cualquier cosa que fuera, sobre mi vida privada -dónde vivía, las reuniones sociales que ella pensaba que organizaba, y especialmente quién formaba mi familia. Los principios de neutralidad, abstinencia y anonimato han guiado generalmente mis decisiones de no revelar esta información, puesto que hacerlo no habría fomentado el progreso de su análisis, y probablemente lo habría impedido. Ahora que había juzgado útil la autorrevelación y había actuado según mi juicio, ella se sentía agradecida, aunque tenía sentimientos muy ambivalentes acerca del hecho de saber algo sobre mi vida familiar. Presento su reacción como un cuento admonitorio para aquellos que defienden la revelación como instrumento técnico deliberado simplemente para facilitar la “realidad” de la fase de terminación. Mi motivación estaba basada no en ser real sólo por el hecho de serlo, en el que hay aspectos de las realidades de detener un trabajo que trasciende aspectos de la alianza terapéutica como tal, sino en mi convicción de que la fase de terminación puede promover e incrementar la alianza terapéutica hasta el final.

Mi decisión de revelar esa información personal estuvo influenciada por múltiples factores, incluyendo el hecho de que esta sesión fue una semana después de un incidente en el que algo sorprendentemente real rompió el marco analítico tradicional que ambas habíamos observado concienzudamente durante el curso de este largo análisis. Puesto que la señora de la limpieza había cerrado sin darse cuenta la puerta de mi consultorio con llave, había decidido tener esa sesión en la pequeña cocina de mi oficina mientras esperaba que el cerrajero llegara para recuperar el marco analítico normal. Durante este tiempo, la paciente tuvo algo así como una reacción claustrofóbica al hecho de sentarnos cara a cara y estar tan cerca de mí en un recinto tan pequeño. Revivió ciertos momentos similares traumáticos y embarazosos, difíciles,  que vivió de niña, cuando estaba en lugares pequeños, como el coche, con su padre y ninguno de los dos sabía qué hacer excepto permanecer conscientemente silenciosos y distanciarse emocionalmente.

Este acontecimiento es relevante para mi autorrevelación puesto que la pérdida del marco literal me “preparó” para aflojar mis restricciones habituales acerca de las revelaciones que impliquen experiencias vitales mías. Además, tal como sucedió, los acontecimientos que culminaron en la ruptura del marco de la situación analítica estructurado resultaron en uno de esos llamados momentos extraordinariamente transformadores puesto que por inesperado favoreció mi capacidad de acceder a material de dentro de mí.  Fui capaz de utilizar lo inesperado para revelar de un modo que podía hacer avanzar la terapia en lo que de otro modo habrían sido ciertas gratificaciones potenciales transferenciales y contratransferenciales de compartir información sobre mi familia con mi paciente, quien no iba a ser mi paciente durante mucho tiempo más. Estas ocasiones accidentales y casuales a menudo ofrecen una oportunidad para autorrevelaciones inadvertidas, pero en este ejemplo, me inspiró claramente hacia esa autocontención que me llevó tiempo formular y poner en acción tras la debida deliberación entre sesiones, y hacia la autorrevelación explícita y consciente que era en interés de la paciente, no en el mío. No fue coincidencia que estos acontecimientos tuvieran lugar poco después del 11S cuando se producían muchas distorsiones de marcos y realidades compartidas. Frecuentemente yo llamaba a mi paciente o ella me llamaba para reasegurarme que estaba bien, puesto que era responsable, profesionalmente, de ayudar con las importantes secuelas de la Zona Cero y a menudo yo no sabía dónde ni como estaba de un día para otro.

Durante nuestra sesión final, pensé en cuánto había podido revelar pero decidí no hacerlo. Podía haber revelado dónde me iba de vacaciones o cuál era mi restaurante favorito –aspectos de mi vida sobre los cuales había expresado a menudo su curiosidad- pero, ¿estas revelaciones habrían tenido que ver con la agobiante formación de compromiso que había dictado el curso de la vida y el análisis de la paciente? Dichas revelaciones reflejan sólo la vida real de la analista y no son compatibles con mantener una posición analítica neutral que fomente la alianza en cualquier momento del tratamiento, incluyendo el momento final. La paciente comenzó a hablar de internalizarme y de sus planes para hacerlo en los meses próximos manteniendo conversaciones imaginarias conmigo durante el periodo subsiguiente a la separación real. Era interesante que también recordara haber tenido esas conversaciones internas con su madre. De hecho, tras haber aceptado la muerte de su madre 2 años antes, había iniciado muchas conversaciones internas placenteras con ella. Como analista, con mis atenciones continuamente flotantes y mis asociaciones paralelas privadas, recordé en esa sesión final, pero no se lo revelé a mi paciente, el sueño que había tenido la noche anterior sobre mis padres, que en realidad han fallecido. Me preguntaba si debía decirle a mis padres que estaba pensando en dejar dos trabajos, con los que en el sueño había estado comprometida, para concentrar mis esfuerzos en mi práctica privada, que cada vez me exigía más. Los dos trabajos eran puestos de investigación, uno en un hospital y otro en una universidad, en los que no se me pagaba mucho y en los que seguía a pesar de no tener mucho que hacer en ninguno de los dos. En el sueño, eran trabajos simbólicos, aunque podían impresionar a otras personas como prestigiosos. Me sentí obligada a decírselo a mis padres y a volver corriendo para decirles una y otra vez que decidía no dejar el hospital ni abandonar mi puesto de profesora. No quería disgustarlos reduciendo los esfuerzos que les habían proporcionado, indirectamente, tanto orgullo y gratificación narcisista.

Cuando me senté pensando durante esta sesión con mi paciente, me di cuenta de que mi sueño representaba una experiencia psicológica real mía paralela a la que la paciente me estaba contando que había sentido. Ambas estábamos comprometidas en traer de vuelta el objeto perdido mediante representaciones internalizadas para manejar con mayor efectividad las separaciones, los finales, las partidas y en último lugar la muerte. Obviamente yo era ambivalente en cuanto a la partida de mi paciente, y aunque pensaba que no le quedaba mucho trabajo analítico por hacer, opté por no revelarle este sueño contratransferencial y mis asociaciones con el mismo. Aun en la última sesión, no quise posicionar el tratamiento como si estuviéramos en esa posición tan frecuentemente caricaturizada de dos pacientes, uno analizando al otro, sino en la de dos personas que han trabajado claramente como analista y analizando. Interesantes como podrían haber sido para mi paciente mis reacciones contratransferenciales, y habiendo podido ofrecer una excitante experiencia relacional diádica relativamente simétrica como regalo de terminación mío hacia ella, dicha autorrevelación no habría añadido nada terapéuticamente valioso. Más bien, hubiera interferido no sólo en la alianza sino también en el estado de bienestar de la paciente y en nuestra sintonización mutua relativa a la inminente separación “final” de esa sesión.

Mi comprensión de mis reacciones contratransferenciales no reveladas orientaron significativamente mi estrategia analítica. De modo que en cuanto la paciente se marchó fui a mi ordenador y escribí mis asociaciones paralelas, no sólo para descargar mi necesidad de expresar lo que había notado y me había abstenido de revelar sino en interés de la neutralidad, sensibilidad, empatía y sintonía. Creo que facilité los aspectos relacionales intersubjetivos del final de la fase de terminación adhiriéndome a la neutralidad analítica en sus principios si no claramente en la conducta. Mi enfoque contrasta con la posición de que puesto que el anonimato conductual es un objetivo imposible, uno no puede observar la neutralidad en su sentido conductual fundamental si no conductual concreto. Creo que una estrategia que abarcase la neutralidad metodológica fundamental mantendría los intereses del paciente en una posición más central de lo que lo haría un intercambio simétrico de nuestras respectivas realidades psíquicas. Este último enfoque podría suponer el riesgo de abandonar la actitud analítica en el último minuto trayendo a la luz los intereses inconscientes de la analista a costa de mantener en un lugar central los esfuerzos de la paciente en la terminación y su importancia crítica para su equilibrio intrapsíquico e interpersonal óptimo.

 Paciente 3. Enfermedad y muerte inminente de la analista

Las autorrevelaciones explícitas, conscientes y deliberadas por parte de los analistas con relación a sus enfermedades o muerte inminente siempre, cuando se mantienen en los principios metodológicos y no conductuales de la neutralidad, se centran en aquellas realidades de la vida del analista que podrían afectar seriamente al tratamiento (ver Abend, 1982; Dewald, 1982; Lasky, 1990a, b; Meissner, 1996; Pizer, 1997). Las revelaciones directas, objetivas, en dichas ocasiones, no obstante, pueden y deben estar en contacto con los principios analíticos que fomentan el desarrollo del tratamiento en la medida de lo posible, especialmente cuando ambos participantes de la díada comparten una preocupación real por el bienestar del analista. “Ni siquiera la enfermedad grave escapa a la perspectiva dominante de la neutralidad” (Meissner, 2000, p. 895). Sin embargo, no deberíamos olvidar que incluso en circunstancias extremas inusuales la relación extrínseca demasiado “real” en oposición a la relación intrínseca media esperable de la “relación objetal terapéutica” real (Loewald, 1960; Grunes, 1984, 1998) pone en riesgo la alianza terapéutica.

Edwards (1) (2002) presentó los detalles de la fase de terminación de un tratamiento dirigido por ella en el que su paciente se moría a causa de un cáncer metastático  en un momento en que ella misma había sobrevivido a tres operaciones por cáncer. Por razones que me parecen totalmente sincronizadas con un motivo para la autorrevelación consciente y deliberada, Edwards reveló, en respuesta a las preguntas directas de su paciente, su cáncer a la paciente que se estaba muriendo a causa del mismo. Había veces en que no se sentía bien ni tenía buen aspecto, y creo que no haber sido directa en sus revelaciones sobre su situación habría sido una violación de la actitud analítica y algo meramente representativo de las conductas estereotípicas de una caricatura de la neutralidad analítica. Puso al día a su paciente acerca de su condición médica pero sin entrar en detalles. Su revelación de las circunstancias de su vida relevantes para el proceso de tratamiento no sólo profundizaron y facilitaron ese proceso, también era la única cosa que humanamente podía hacer.  Contó y analizó sueños que había tenido acerca de su paciente y de ella misma, pero restringió las revelaciones relativas a su propia muerte a su analista, con la que había retomado el análisis, y a su audiencia psicoanalítica, ahorrándole a su paciente moribunda la carga de esa autoconciencia.

Yo apoyo la posición de Edwards de que una debe vencer las restricciones del marco analítico cuando el trabajo lo requiera. Tanto como admiro y apoyo lo que esta analista sensible y valiente hizo con su paciente, y tanto como considero que su enfoque representa una perspectiva relacional específica, me cuestiono su designación de la autorrevelación como una coconstrucción mutuamente procesada. Su modificación de la conducta de neutralidad, simplemente trataba con las importantes realidades de su enfermedad y la de su paciente, permitiendo la emergencia de nuevas configuraciones transferenciales-contratransferenciales y otras configuraciones interactivas. No creo que una perspectiva relacional, intersubjetiva e incluso a veces mutuamente coconstruida represente un cambio paradigmático. Estoy en desacuerdo con ella cuando concluye que puesto que sus revelaciones estaban adaptadas a su díada particular su enfoque debe considerarse únicamente relacional, intersubjetivo y coconstruido. Como ha afirmado Eagle (2003) los aspectos interactivos y relacionales de la díada analítica no descartan el hecho de que también existen propiedades de la mente independientes, estables, que no son coconstruidas. En este ejemplo, la perspectiva relacional de Edwards y su estrategia constituyeron una parte importante de un buen trabajo analítico, pero sus revelaciones no comprometen un paradigma metodológico psicoanalítico exclusivamente relacional. Por el contrario, el perspectivismo flexible es compatible con el buen trabajo analítico de cualquier orientación teórica. El cambio flexible de una buena perspectiva  analítica a otra siempre debe estar adaptado únicamente para las subjetividades duales de una díada determinada concreta analista-analizando.

Conclusión

En los principales argumentos que he planteado en este artículo, afirmaba que las autorrevelaciones implícitas del análisis cotidiano y las autorrevelaciones explícitas conscientes y deliberadas forman parte del marco analítico y ciertamente no constituyen un nuevo paradigma de análisis denominado “relacional-intersubjetivo” o algo así. Aunque las autorrevelaciones ciertamente reflejan la subjetividad de ambos participantes, se relacionan principalmente  con lo que es objetivamente discernible en la vida psíquica del paciente. Es importante que todos los psicoanalistas de hoy en día reconozcan que las perspectivas relacional, subjetiva e intersubjetiva son dominios compartidos, junto con las perspectivas intrapsíquica, interpersonal y objetiva, por todos los buenos analistas, y todas esas múltiples perspectivas orientan las razones y modos en que los analistas revelan lo que revelan.

Los tipos de interacciones que Edwards tuvo con su paciente, así como los tipos de ellas que he pretendido tener yo con mis pacientes, eran en realidad interacciones de dos seres humanos influenciadas subjetivamente. Sin embargo, es un error afirmar que definen un nuevo paradigma relacional-intersubjetivo. En los casos que presenté, incluyendo la paciente moribunda de Edwards, el centro lo ocupaba la paciente y los aspectos discernibles e interpretables de su vida psíquica. El trabajo era el trabajo diádico de dos personas que interactúan, cada una con su propia psicología, pero no por eso estaba simétricamente “coconstruido” aun cuando cada parte de la díada captase la subjetividad individual del otro en dichas sintonizaciones. Aun cuando el modo de favorecer el proceso analítico fuese en muchas ocasiones más o menos interpersonal, interactivo, subjetivo y relacional, el foco en todas las revelaciones se hallaba en la psicología unipersonal del paciente con el objetivo final de fomentar el avance del paciente en el tratamiento. La subjetividad de la analista reflejaba el valor analítico de ésta como instrumento de análisis para fomentar el compromiso mutuo dirigido a comprender la mente y la psique de la paciente. Espero haber logrado mi objetivo de demostrar que muchas de las cuestiones que han entablado un debate entre los analistas relacionales y los freudianos contemporáneos se han basado en estereotipos y caricaturas de la subjetividad y la neutralidad. Por útiles que puedan haber sido heurísiticamente estas perspectivas dicotómicas para modelar las diferencias entre varios enfoques de la técnica, la metodología y la teoría psicoanalítica, ya no es necesario marcar esas diferencias. Hemos llegado al punto en el que hemos aclarado los diversos fenómenos y principios que guían la autorrevelación; ahora necesitamos ver si podemos producir una posición coherente unificadora en el tratamiento y la metodología.

 

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(*) Una versión anterior de este artículo fue presentada en la Sección Uno, División de Psicoanálisis del Encuentro de la Asociación Psicológica Americana en Kansas City, 12 de octubre de 2002. Una versión abreviada se presentó el 6 de enero de 2000 en Nueva York, en el Coloquio del Programa Postdoctoral en Psicoterapia y Psicoanálisis de la Universidad de Nueva York.

(1) En el momento que escribo este artículo, Nancy Edwards ha fallecido. Le agradezco haberme dado permiso para presentar porciones de su excelente y valeroso trabajo.

 

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