aperturas psicoanalíticas

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revista internacional de psicoanálisis

Número 039 2011

El trauma infantil no resuelto en la terapia con mujeres víctimas de violencia de género

Autor: Lamana, Carmen - Seijo, Susana - Lockett Destri, Marcela

Palabras clave

violencia de género, Victima, Maltratador, Trauma complejo, Vinculo, Vinculo terapeutico, apego, Dependencia emocional, Regulacion emocional, Indefension, disociación, negación.


Son muchas las autoras y autores, que señalan que el haber sufrido violencia en la familia de origen ha ejercido un efecto de “naturalización” de la violencia: la cotidianeidad de tales conductas, percibida a lo largo de la vida, las ha convertido en algo corriente, a tal punto que muchas mujeres no son conscientes del maltrato que sufren. Un alto porcentaje de mujeres llevan a cabo un verdadero aprendizaje de la indefensión. Se piensa que la violencia familiar moldea las actitudes hacia un rol más tradicional de lo que se espera del hombre y la mujer en cuanto a estereotipos de género, desalentando en las mujeres una posición de mayor independencia y autonomía.

Brown y Manela (1978, citado en Lockett, 2009, p. 659) señalaron que las actitudes no tradicionales

proporcionarían a las mujeres un sistema de creencias que podrían guiarlas y apoyarlas en sus vidas como mujeres independientes con una identidad separada  de su rol como esposas o de ex esposas.

Se considera importante tomar en cuenta los discursos y mensajes que se les ha transmitido en sus familias de origen acerca de lo que debe ser una mujer: mandatos sociales ligados a la pasividad, la entrega incondicional a los otros, perdiéndose ellas mismas como sujetos, quedando aplastados sus deseos. El amor, entendido como fusión y entrega incondicional, y como consecuencia, el establecimiento de relaciones de pareja a la manera de  relaciones maternales. A estos mensajes transmitidos vía socialización se suman los modelos actuados por sus padres, y las identificaciones que se van constituyendo de cómo debe actuar una mujer frente a un hombre.

Utilizando la clasificación propuesta por Herman (1997) en su libro “Trauma y Recuperación”, hemos querido presentar una relación de todas las alteraciones psicológicas, que observamos en el trabajo con mujeres que han sufrido traumas familiares infantiles que afectan a su vida adulta. Evidentemente, no todas presentan las mismas dificultades, ni tampoco presentan los síntomas con la misma intensidad y gravedad, siempre hay variaciones dependiendo de los factores de protección y de riesgo que hayan encontrado a lo largo de su vida. 

Alteraciones en la regulación del mundo emocional

Entre las múltiples funciones que ejercen los adultos como cuidadores de las niñas y niños destacamos la capacidad para interpretar y modular la respuesta emocional.

En palabras de Mary Ainsworth (1978, citada en Lockett, 2009, p. 659):

durante la infancia, la respuesta sensible de los padres incluye notar las señales del bebé, interpretarlas adecuadamente y responder apropiada y rápidamente. La falta de sensibilidad, por el contrario, puede o no estar acompañada de una conducta hostil o desagradable por parte del cuidador. Existe cuando el cuidador fracasa en leer los estados mentales del bebé o sus deseos o cuando fracasa en apoyar al bebé en el logro de sus estados positivos o deseos.  

El sistema de apego es fundante, en la medida que propicia el vínculo adulto-niño necesario para la supervivencia del recién nacido, dependiente de un otro, y permite la regulación de los estados emocionales del  mismo.

Fonagy (1999, citado en Lockett, 2009, p. 660) expresa al respecto:

en estados de activación incontrolable, el infante irá a buscar la proximidad física con el cuidador  con la esperanza de ser calmado y de recobrar su homeostasis. Por lo tanto, el sistema de apego es un sistema regulador bio-social homeostático abierto.

Así, lo patológico se entendería como sintonías afectivas tempranas defectuosas;  rupturas del sistema cuidador-niño que llevan a la pérdida de capacidad de regular el afecto. La regulación emocional en los primeros meses a través del vínculo con el cuidador y la validación de su experiencia  como sujeto;  permite, la constitución y cohesión de su self, así como, la construcción  de una realidad acorde a su deseo, en caso de ser reconocido por otro.  De no ser así, la realidad es creada en función de la demanda de sus cuidadores, que no le otorgan el carácter de humanidad necesario para constituir su subjetividad, como un ser diferente y autónomo.

A partir de esa falta de sintonía en el vínculo, destacamos los siguientes efectos en la subjetividad de las mujeres que atendemos:

-          Dificultades para identificar y explicar sus emociones

-          Dificultades de autorregulación emocional y trastornos del apego derivados de primeros vínculos deficitarios y/o maltratantes.

-          Dependencia emocional, foco atencional en el otro/a, expectativa de que el otro repare, cubra, llene las carencias afectivas (salvador).

-          Baja autoestima

-          Dificultades para el control del impulso:

o     Disforia persistente

o     Impulsos suicidas crónicos

o     Autolesiones

o     Ira explosiva o extremadamente inhibida ( pueden alternar)

o     Sexualidad compulsiva o extremadamente inhibida ( pueden alternar)

Los testimonios de las mujeres lo expresan de la siguiente manera:

“Yo he sido una buena hija, pero siempre que mi madre habla no me incluye como hija, habla solo de mis dos hermanos varones”. Me ha dicho por ejemplo: no tengo motivo para estar orgullosa de ti... no tengo fotos de pequeña, tampoco celebraban mis cumpleaños, o la comunión... yo llegue a pensar que era adoptada...”.

“De niña siempre he tenido la ilusión de que venga una familia y me adopte...

Un día a los cinco años, armé el bolso y me fui con la vecina: ahí había bromas, se hacían diferente los deberes, yo les tenia envidia, sana...”.

“Cuando me conoció él me dijo yo te voy a adoptar, te voy a cuidar, voy a ser bueno contigo”.

“Echo de menos tener una familia normal, es algo que me traumatiza, se que no van a cambiar nunca”.

Alteraciones de la conciencia

Episodios disociativos pasajeros: la disociación es un mecanismo de protección habitual en mujeres abusadas, éste mecanismo consiste en compartimentar separadamente, contenidos mentales, de sensaciones corporales y sentimientos. Según se recoge en el manual de Judith Herman “Trauma y Recuperación” (2004), parece haber un correlación elevada entre la edad en la que se hayan producido los abusos y la gravedad de los trastornos disociativos.

Despersonalización: un cambio en el conocimiento de la mujer misma, en el que se siente separada de su propia experiencia del "yo", el cuerpo y la mente le parecen algo extraño.

Me miro en el espejo y no me reconozco”  Me comportaba como una autómata, era un robot completamente programada” “mi cuerpo estaba allí, pero yo lo vi todo desde afuera”.

Desrealización: un cambio en el medio ambiente de la mujer,  en donde el mundo a su alrededor le parece irreal o desconocido.

A veces voy por la calle y parece que no tocara el suelo”.

Revivir experiencias, tanto en forma de síntomas intrusivos del desorden de estrés postraumático, como en forma de preocupación reflexiva.

Amnesia de acontecimientos traumáticos: En palabras de Siegel (1999, citado en Pace, 2003, p. 10):

Con la disociación, o con  la prohibición de hablar con otros lo que se experimentó, como ocurre tan a menudo en el abuso familiar infantil, puede haber un bloqueo intenso en el camino hacia la consolidación del recuerdo. Las experiencias traumáticas sin resolver, pueden implicar un deterioro en el proceso de la consolidación cortical, lo cual deja estos hechos  fuera de la memoria permanente (narrativa, consciente). Sin embargo, la persona puede volver a experimentar, continuamente, las imágenes implícitas molestas de los horrores pasados.

      Alteraciones en la percepción de sí misma

Identidad frágil o ausencia de un sentido unitario del yo. Las mujeres con traumas infantiles presentan lagunas de memoria importantes sobre largos periodos de su vida que dificultan la elaboración de un discurso ordenado y coherente de sus propias experiencias. Esto motiva la ausencia de un sentido unitario del yo. En palabras de Cozolino (2002, citado en Pace, 2003, p. 11): “Los abusos tempranos pueden no solamente correlacionar con la falta de asistencia por parte de los cuidadores, en la co-construcción de narraciones coherentes acerca del yo, pueden también tener como resultado daños en las estructuras neuronales necesarias para organizar con cohesión, las narraciones y la historia del yo, lo que persistirá en la vida adulta”.

Sensación de indefensión, o parálisis de la iniciativa: se perciben carentes de recursos propios para hacer frente a las situaciones, después de infructuosos intentos por evitar la violencia.

Sentimientos de vergüenza. Las mujeres con frecuencia nos dicen en  sesión “me da vergüenza que me vean entrar aquí, me da vergüenza estar en la sala de espera”. En palabras de Lewis, “La vergüenza es una respuesta a la indefensión, a la violación de la integridad física y a la indignidad sufrida a ojos de otra persona” (Lewis, 1971, citado en Herman, J. 2004, p. 196)

Sentimientos de culpa. Según Janoff Bulman (citado en Herman, J. 2004, p. 97),

Sentimiento central de desprotección: el mundo no es un lugar seguro. Locus de control externo, los acontecimientos escapan a su control, esto se relaciona con la indefensión.

la culpa puede ser entendida como un intento de extraer una lección útil del desastre y de recuperar cierto sentido del poder y del control. Imaginar que una podía haberlo hecho mejor puede ser más tolerable que enfrentarse a la realidad de estar completamente indefenso.

Sensación de estigma y pérdida de dignidad humana. El acontecimiento traumático destruye la creencia de que una puede ser una misma en relación con los demás.

“Me ha quitado la dignidad y no la puedo recuperar”  “estoy rota”, frases como: “tenía temor a romperme” “no volveré a ser la misma,” “esto me ha marcado para siempre” ”no volveré a tener pareja nunca más”

Sensación de absoluta diferencia respecto de los y las otras, convicción de que nadie puede comprenderla o identidad no humana:

“Tengo miedo que la gente descubra que no soy tan buena como ellos piensan, siempre me he sentido un fraude por dentro, se que estoy llena de defectos y si me conocen bien se alejaran de mi, jamás me he creído digna de cariño.”

Alteraciones de la percepción del maltratador

Aceptación del sistema de valores o racionalización del maltratador. La mujer pierde la conciencia de sí misma, su identidad y el sentido de su vida, para la víctima solo existe el maltratador, ella es lo que el agresor dice que sea, a este proceso se le conoce como “Lavado de cerebro”. Todas las personas son vulnerables a este proceso si son expuestas el tiempo suficiente a la violencia, si se encuentran solas, sin apoyos y sin esperanzas de poder salir de esa situación.

Preocupación por la relación con el maltratador. Aunque a veces surgen  sentimientos de venganza, no suele ser la generalidad. Observamos que cuando aparecen, a las mujeres victimizadas  les cuesta reconocerlos o aparecen acompañados de sentimientos de culpa, lo mismo ocurre con la fantasía de muerte del agresor, como fin del problema.

Atribución no realista del poder total al perpetrador. A la mujer agredida frecuentemente le “da pena” su pareja,  por su irresponsabilidad “es como un hijo más”, “depende de mi”, por considerarle enfermo “es que bebe…”, “el está enganchado a las máquinas”, etc., asumiendo la responsabilidad de cambiarle o rehabilitarle.

Además, con frecuencia encontramos que las mujeres aún habiendo denunciado y siendo eficaces las medidas en cuanto a la contención de la violencia del agresor; siguen convencidas del poder ilimitado expresado en el contexto privado de la relación de pareja.  La sensación de seguridad y protección aparece en estos casos más lentamente.

Idealización o gratitud paradójica. En el vínculo, la mujer se siente agradecida por cualquier gesto del maltratador, por una mirada, una sonrisa, un abrazo; que el maltratador brinda, generalmente, como estrategia cuando el hombre detecta que puede perder a su mujer. Una frase dice: “se llega a valorar más la felicidad que siente las pocas veces que se libra del maltrato, que el dolor que se siente cuando lo recibe cotidianamente”. O lo que es lo mismo “es más valioso el alivio de la no agresión, que el daño que produce la misma”

“lo admiraba en la medida en que él era listo, siempre parecía salir bien parado, y tomar ventaja de todo”

“A veces era bueno, me dejaba tranquila”

Sensación de relación especial o sobrenatural con el agresor. “Cuando estábamos juntos estábamos todo el día, y se metía menos en líos; yo no hacia otra cosa... ahora no quiero que lo que he logrado (trabajo y estudio) desaparezca por volver a verlo”.

“lo malo era muy malo, pero lo bueno también”

Alteraciones en las relaciones con los demás

Aislamiento y distanciamiento. El agresor a través de diferentes estrategias de maltrato ha logrado su aislamiento y falta de apoyo sociales, la mujer se ha encerrado en si misma. Se ha producido una separación de cualquier otro referente externo al propio maltratador, creándose un confinamiento mental que se traduce en un aislamiento y distanciamiento en las relaciones con los demás.

Perturbaciones en las relaciones íntimas: las mujeres victimizadas con frecuencia se muestran extremadamente desconfiadas en el establecimiento de nuevas relaciones. Asimismo, puede darse el polo contrario, entregarse fácilmente a una nueva relación, desde los efectos de la traumatización, exponiéndose a nuevas situaciones de vulnerabilidad.

Búsqueda constante de un rescatador: Existe una negación de su autonomía, individualidad y libertad personal que llevan a idealizar la aparición de un rescatador que pueda rescatarla de esa situación.

Desconfianza persistente: Presentan graves problemas y dificultades para buscar ayuda y apoyo.

Fracasos repetidos en la autoprotección: Dificultades para reiniciar sus vidas, percepción de amenaza constante.

Alteraciones en los sistemas de significado

Pérdida de una fe de apoyo: manifestándose a través de sentimientos de desapego por otras personas

Sensación de indefensión y desesperación: Inseguridad respecto al futuro debido a una sensación de incapacidad para cambiar las circunstancias vitales.

Conclusiones

Hemos recogido algunos aspectos que nos parecen clave, en la intervención con mujeres víctimas de malos tratos y para la prevención de la transmisión intergeneracional del trauma familiar infantil, a saber:

La importancia del vínculo terapéutico

“En los casos de violencia hacia las mujeres con las que trabajamos y sobre todo los más cronificados, hay una historia generalmente de malos tratos, abusos, de identificación con una madre maltratada por su pareja, de abandonos y desencuentros con sus padres, faltas de sintonía en el “estar con” que se repiten en forma de patrones de relación. En esos primeros vínculos aprendieron como debe comportarse una mujer, la pasividad, el rol de cuidadora, el constante pedir afecto en las relaciones, el hacer lo que sea para no ser abandonadas nuevamente, el sacrificio por el otro, como forma de demostrar los sentimientos, lo poco que valen para sí mismas. No toda mujer aguantaría las situaciones que se plantean en las historias de violencia que escuchamos, llegando a anularse como personas a costa de otros: esto ya estuvo en sus vidas, porque esa manera de vincularse es la que reproducen en sus vínculos actuales y en el vínculo con el terapeuta” (Lockett, 2008, p169-170). Podríamos decir que los traumas de la infancia son la base para nuevas retraumatizaciones en la vida adulta.

Tutte (2006) utiliza la metáfora de “los hilos rotos que no logran el entretejido” para hablar de lo traumático, porque mostraría los agujeros que quedan en el self, suponiendo que los mismos podrán ser de mayor o menor  amplitud; y esto, será determinante a la hora del pronóstico de que una mujer pueda salir adelante en su vida”.

Es necesario que, como profesionales intervinientes en esta problemática, tengamos en cuenta, a la hora de trabajar con estas mujeres, los siguientes aspectos: por un lado su historia de violencia con su pareja y las secuelas que dichas relaciones producen en ellas, pero a la vez el poder ver como la traumatización crónica afecta su subjetividad, rompiendo esos hilos que menciona Tutte, en diferentes graduaciones, según la gravedad y cronicidad del trauma.

Como psicólogas especialistas en la temática, creemos en la importancia de tomar en cuenta estos  primeros vínculos del sujeto, y que las posibilidades de recuperación dependerán de esta complejidad de factores que hemos intentado exponer en estas reflexiones, dependiendo de cada caso particular. Coincidimos con los autores que señalan que la única manera de aprender de los vínculos, es por medio de relaciones intersubjetivas, y así el espacio terapéutico abre su abanico de posibilidades de subsanar en relación. Creemos que la relación terapéutica es un vínculo intersubjetivo de dos, y podemos apostar por la riqueza de este vínculo a la hora de trabajar dichos déficit.

La importancia de la intervención temprana inmediata

Además de la importancia del vínculo terapéutico en la reparación del daño psíquico, debemos tener en cuenta la importancia de la pronta intervención con la figura de apego (generalmente madres, y muy especialmente en madres maltratadas por sus parejas con traumas infantiles sin resolver), para prevenir la aparición del trauma en sus hijos e hijas; además de la intervención directa con el o la menor.

Según Peggy Pace (2003):

la interpretación que los y las menores hacen del acontecimiento traumático dependerá: de la edad y de su estado de desarrollo en el momento del trauma; y la cantidad de soporte emocional y la información real disponible (aportada por un adulto) en los momentos próximos en el tiempo al trauma. El esquema mental que niños y niñas utilizan para dar sentido al trauma, puede ser a la larga mucho más destructivo para el sentido del yo emergente de ese niño o niña, que el trauma en sí mismo. (p. 13)

En palabras de Cozolino (2004, citado en Pace, 2003, p. 12),

las experiencias de apego tempranas organizan (en capas ocultas) esquemas perdurables, los cuales a cambio, configuran nuestra experiencia con aquellos que nos rodean en toda nuestra vida. El grado de integración entre las conexiones verbales y emocionales determinará si llegamos a ser conscientes o no de nuestras emociones y si podemos ponerlas o no en palabras.

Sensibilización, respeto, confianza  y compromiso

El conocimiento de las alteraciones en la vida adulta que produce el trauma infantil por parte de los y las profesionales, es fundamental para identificar dichos efectos y procurar el abordaje adecuado. El trabajo con el trauma psíquico está lleno de incertidumbre, una incertidumbre que como profesionales debemos aceptar y tolerar. Con incertidumbre nos referimos a  que no siempre es posible obtener un detallado relato de lo que ocurrió, porque a veces esa información no es accesible para la víctima. Importan los hechos que relata, pero más que  la exactitud de los mismos,  debemos atender a la manera en que la víctima está y se relaciona con el mundo; para poder desde ahí, trazar un mapa que le de sentido a nuestra intervención en el camino a la recuperación. Incertidumbre también en los tiempos que cada mujer necesita para romper tantas y tantas capas de desconfianza y temor al ser humano. En muchas ocasiones, más de las que deberían, se producen nuevas fragmentaciones en esos tiernos e incipientes sistemas de significado, que vuelven a retraumatizar por el descrédito y la falta de reconocimiento social y la no reparación del daño de las víctimas de trauma por violencia de género desde diferentes estructuras sociales.

Cualquier tratamiento orientado a la recuperación de las víctimas del trauma debe tener en cuenta unas fases que comprendan la securización, la transformación del recuerdo o recuerdos traumáticos; y por último, la reconexión con el presente, para poder proyectarse al futuro. En palabras de Herman, “el trauma obliga a la superviviente a revivir todas sus luchas anteriores por tener autonomía, iniciativa, competencia, identidad e intimidad” (Herman, 1997).

Es necesario que el contexto no sólo terapéutico, sino social y político contribuya a devolverles a estas mujeres el poder, la voz y la confianza en sí mismas que durante tantos años les fue negada.

Para terminar, queremos compartir un párrafo casi literal del obligado manual de referencia en el trabajo con trauma, Trauma y Recuperación, cómo superar las consecuencias de la violencia de Judith Herman, tantas veces referenciado en este trabajo:

Los perpetradores lucharán con tesón para asegurar que sus abusos no se vean, no se reconozcan y estén condenados al olvido. (…) Nosotros, los testigos, debemos mirar en nuestro interior y encontrar una pequeña proporción del valor que deben tener día a día las víctimas de la violencia. Los ataques aunque den miedo, son un homenaje implícito al poder de la relación curativa. Nos recuerdan que es un acto de liberación crear un espacio protegido, en el cual las supervivientes pueden decir la verdad. (…) Nos recuerdan también, que la neutralidad moral en el conflicto entre víctima y perpetrador no es una opción. Como todos los demás observadores, en ocasiones se necesita que los terapeutas elijan en qué lado están. Los que escojan del lado de las víctimas saben que tendrán que enfrentarse inevitablemente a la furia del perpetrador. Para muchas de nosotras, ese es un gran honor. (pag 369-370)

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