aperturas psicoanalíticas

aperturas psicoanalíticas

revista internacional de psicoanálisis

Número 041 2012

Cooperación, Intersubjetividad y Apego

Autor: Cortina, Mauricio - Liotti, Giovanni - Silberstein, Margo

Palabras clave

Cooperacion, intersubjetividad, apego.


Este trabajo forma parte del libro "Investigación y aplicaciones clínicas de la teoría del apego". Ed: Bárbara Torres Gómez de Cádiz, José Causadías y Germán Posada. Madrid: Psimática [en prensa]. Publicado con autorización de la editorial.

Introducción

Las relaciones entre el fenómeno de la intersubjetividad y el sistema de apego están siendo exploradas tanto dentro de la literatura psicoanalítica (Allen, Fonagy, & Bateman, 2008; Bateman & Fonagy, 2004; Cortina & Liotti, 2010; Diamond & Marrone, 2003; Fonagy & Target, 1997; Lyons-Ruth, 2006; Stern, 2006) como dentro del campo de la psicología del desarrollo (Trevarthen, 2005). Se pueden discernir dos estrategias para integrar los conceptos de intersubjetividad y de apego. La primera, adoptada por Fonagy y sus colaboradores (2006), asume que en los humanos las facultades de comunicación intersubjetivas mas desarrolladas (mentalización) son una función avanzada de las relaciones de apego: “la evolución ha puesto a cargo de la relación de apego el desarrollo pleno del cerebro social (Fonagy, 2006 p.60). Allen, Fonagy y Bateman (2008) añaden que: “En este sentido, la función evolutiva del apego va mas allá de proveer protección en la niñez mediante la proximidad física como lo propuso Bowlby ....el apego en sinergia con la mentalización, organiza la regulación fisiológica y promueve el crecimiento cerebral” (p. 116, traducción de los autores del capítulo). Una segunda estrategia de integración asume que el apego y las comunicaciones intersubjetivas tienen funciones diferentes. El apego es un sistema "diseñado" para la protección, y la intersubjetividad es un sistema "diseñado" para la comunicación, y en nuestra especie, para un tipo de cooperación muy avanzada (Cortina & Liotti, 2010). Durante el transcurso del desarrollo típico, estas diferentes funciones están íntimamente ligadas (Lyons-Ruth, 2006; Stern, 2004; Trevarthen, 2005). En casos como el autismo, y en casos de historias con un apego desorganizado y trauma, se observan disociaciones entre el apego y las capacidades intersubjetivas avanzadas (mentalización). En la clínica se pueden observar un derrumbamiento de las capacidades de mentalización en pacientes con historia de un apego desorganizado o traumático o en pacientes con personalidades limítrofes. Se presenta un caso clínico para ilustrar el tratamiento de una paciente con una historia de apego inseguro – tal vez desorganizado – que se manifiesta desde la niñez en la forma de una angustia de separación severa.

Esbozo del capítulo

En la primera parte del capítulo revisamos la tesis de Sarah Hrdy (2009) y su hipótesis de que la capacidad de "leer" las emociones, gestos e intenciones de nuestros semejantes puede haberse originado en nuestra especie por la aparición de un tipo de crianza en que otros adultos (y a veces hermanas y hermanos mayores) ayudan a la mamá a cuidar y a alimentar a su bebé. Somos la única especie del grupo de simios al que pertenecemos – que incluye a los chimpancés, bonobús, orangutanes y gorilas – en que las madres permiten que otros participen en el cuidado de sus crías. Esta estrategia de crianza cooperativa (“cooperative breeding” como se le designa técnicamente en Inglés), probablemente emergió en nuestros antecesores nómadas entre 2 millones de años con la aparición del Homo erectus, y 200.000 años, cuando aparece el Homo sapiens. Creemos que esta estrategia reproductiva cooperativa puso en marcha otras formas de cooperación avanzada como la caza de animales grandes y su distribución de carne en forma equitativa entre miembros del grupo, así como la aparición de normas culturales igualitarias (Boehm, 1999).  Estos niveles de cooperación no hubieran sido posibles sin una capacidad de entender las intenciones, emociones y gestos de otros miembros del grupo. A su vez, la necesidad de cooperar a niveles superiores puso presiones selectivas sobre las comunicaciones intersubjetivas. Dicho en otras palabras, la comunicación intersubjetiva y los tipos de cooperación avanzada coevolucionaron, la tesis central de este capítulo. Más que ningún otro grupo, esta idea ha sido impulsada por Tomasello y sus colegas del Instituto Max Plank de antropología evolutiva en Leipzig, Alemania:

Las habilidades y motivaciones necesarias para la comunicación cooperativa coevolucionaron con actividades colaborativas porque este tipo de comunicación cooperativa depende de estas actividades y a la vez contribuye a ellas, facilitando la coordinación necesaria para construir metas conjuntas con roles diferenciados. Mi hipótesis es que el tipo de actividades colaborativas concretas que vemos hoy en día en los niños pequeños son una representación del tipo de actividades colaborativas que se dieron durante el curso de la evolución humana (traducción nuestra Tomasello, 2009 pp. 74-75).

En la segunda parte del capítulo revisamos el desarrollo de las habilidades intersubjetivas, desde los intercambios afectivos y la capacidad de mantener una atención conjunta durante los primeros meses de edad, a partir de los nueve meses y durante el segundo año de edad, el desarrollo de otras habilidades intersubjetivas: la intencionalidad conjunta y la capacidad de apreciar las interacciones sociales desde una perspectiva propia y desde una perspectiva de los otros. La capacidad de imaginarnos y sentirnos en el lugar de los demás (ver las interacciones sociales desde varias perspectivas) es una manera de definir el concepto mentalización.

Este desarrollo de la intersubjetividad no sería posible sin una base motivacional. Esta base motivacional consiste en el deseo de compartir experiencias positivas y colaborar con sus cuidadores en juegos y proyectos comunes. Este sistema de enlace y cooperación social esta caracterizado por la alegría y el goce social. En contraste, el anhelo de proximidad del apego está motivado por el miedo y la ansiedad y el deseo de restaurar un sentimiento de seguridad. Las dos motivaciones contribuyen al desarrollo de una relación de apego seguro. Tener una base segura facilita las comunicaciones intersubjetivas positivas y la capacidad de ayudar y cooperar con los demás. En este sentido, una base segura no solo promueve la exploración, sino también el desarrollo de comunicaciones intersubjetivas cooperativas. Estas motivaciones prosociales son nuestro legado evolutivo más importante. En la tercera parte del capítulo exploramos implicaciones clínicas con un caso clínico de este modelo de motivaciones prosociales.

El Cerebro Social: Los Orígenes Cooperativos de la Intersubjetividad

La diferencia entre los humanos y nuestros primos cercanos los simios, es fundamentalmente social. Ésta es una tesis que durante el transcurso de 25 años se ha convertido en uno de los temas más candentes entre primatólogos, antropólogos y psicólogos del desarrollo social y emocional  (Alexander, 1989; Barresi & Moore, 1996; Call & Tomasello, 2003; Cheney, Seyfarth, & Smuts, 1986; Cosmides & Tooby, 1987; de Waal, 2008; Donald, 2001; Dunbar & Shultz, 2007; Gallese & Umitá, 2006; Ganzzaniga, 1997; Gardner Jr, 2005; Hrdy, 2005; Tomasello & Carpenter, 2005; Trevarthen, 2005). Hasta hace poco, el consenso general ha sido que nuestras capacidades simbólicas, el lenguaje y la evolución cultural son las características que nos distinguen de otros simios. Desde luego esto es cierto, pero lo que ha ido emergiendo en las últimas dos o tres décadas es que el lenguaje, y la cultura en su forma más desarrollada, fueron precedidos por habilidades sociales de comunicación intersubjetiva más fundamentales. Estas habilidades intersubjetivas pueden observarse en niños preverbales y en primates que son capaces de entender comunicaciones basadas en gestos, emociones e intenciones de miembros de su misma especie. 

El proyecto más grande y exhaustivo hasta la fecha dentro de esta línea de investigación consistió en una comparación de tres grupos de primates: 106 chimpancés, 32 orangutanes y 105 humanos. El proyecto ha sido dirigido por Michael Tomasello y sus colegas del Instituto Max Plank de antropología evolutiva (Hermann, Call, Hernández-Lloreda, Hare, & Tomasello, 2007). La edad de los chimpancés y los orangutanes osciló entre los 3 y los 21 años, y la de los humanos fue de un promedio de 2.5 años o menos[1]. Se utilizó una batería de pruebas completa que examinó dos áreas: La primera área evaluó capacidades cognitivas como las relaciones espaciales, las relaciones de causalidad, y el manejo de números y categorías. La segunda área exploró habilidades sociales o cognitivo-sociales como la habilidad de aprender de los otros, la comunicación con gestos (como el apuntar para señalar algo de interés), y pruebas de "teoría de la mente" como la capacidad de entender las intenciones de los otros en situaciones competitivas y cooperativas. Los resultados mostraron que las capacidades cognitivas que ayudan a manipular el mundo material eran aproximadamente similares en las tres especies. En las pruebas con un contenido más cognitivo como el entendimiento de las relaciones de causalidad, la categorización y las relaciones espaciales, el rendimiento de los niños y el de los chimpancés era parecido pero el de los orangutanes fue inferior. Sin embargo, en las pruebas que examinaron habilidades cognitivo-sociales (“teoría de la mente”), los niños tuvieron un rendimiento notablemente superior al de los chimpancés y al de los orangutanes.

De la jerarquía a la cooperación social basada en la equidad

De acuerdo a Boehm (1999), un aspecto fundamental en esta transformación social consistió en agregar a un tipo de organización primordialmente jerárquica que predomina en los simios – y en muchas especies de mamíferos, pájaros y reptiles – una organización basada en la cooperación y la igualdad. Los antropólogos generalmente no coinciden en mucho, pero una de las pocas observaciones donde existe consenso entre ellos es que todos los cazadores y recolectores nómadas contemporáneos estudiados hasta la fecha muestran una forma de cooperación en que la igualdad social juega un papel central y es defendida ferozmente (Boehm, 1999). Una manifestación muy importante de esta igualdad es la forma en que los cazadores y recolectores nómadas distribuyen la carne entre todos los miembros del grupo después de que cazan un animal grande. Esta distribución ocurre independientemente de si otros hombres del grupo participan en la caza. La carne es altamente deseada entre los cazadores y recolectores nómadas y es crucial para su sobrevivencia, de manera que una repartición equitativa es de enorme importancia.  Pero la cooperación no se limita a la reparto de alimentos y tiene manifestaciones culturales cuya expresión más importante es un igualitarismo social (Boehm, 1999). El igualitarismo es inculcado desde la niñez, haciendo que esta norma social sea internalizada por todos los miembros del grupo. Este fenómeno de internalización de normas compartidas culturalmente por un grupo o clase social es el concepto central de la teoría del carácter social de Erich Fromm (1941; 1970).  En casos en que un individuo o individuos infringen esta norma social y tratan de imponerse sobre el grupo, sanciones sociales como el ostracismo, la vergüenza o la humillación pública mantienen la norma igualitaria bajo un estricto control social (Boehm, 1999). Muchos piensan que el igualitarismo social implica la ausencia de liderazgo en grupos nomádicos. Pero esta interpretación es incorrecta. Sí hay liderazgo, pero es consensual y se ejerce con mucho tacto y en forma sosegada, respetando el ideal igualitario (Boehm, 1999).

 La descripción del igualitarismo en cazadores y recolectores nómadas está basada en observaciones etnográficas recogidas en los últimos 80 años (Boehm, 1999). Estos grupos de cazadores y recolectores nómadas contemporáneos no son "fósiles vivientes" y no es posible saber si las normas igualitarias de recolectores nomádicos modernos son similares al sistema social que emergió entre cazadores y recolectores del Pleistoceno. Pero el solo hecho de que este igualitarismo y organización social sea similar en los cuatro continentes diferentes en que ha sido observado apunta hacia un origen filogenético común. Más aún, los patrones de difusión de poblaciones nomádicas, la similitud entre el tipo de herramientas de cazadores y recolectores contemporáneos y lo que se puede inferir de los restos arqueológicos de la época paleolítica, sugieren que los representantes contemporáneos se asemejan al tipo de vida social que predominó durante le época Paleolítica (Kuhn & Stiner, 2001). 

Posiblemente este tipo de organización social apareció con el segundo representante de los grupos homo (Homo erectus) que logró emigrar del continente Africano hace 1,8 millones de años (Tattersall & Schwartz, 2000). El Homo erectus tenía un cerebro un poco más del doble de tamaño que el de sus antecesores, los australopitecos[2]. Estos últimos tenían un cerebro de 450 ml, aproximadamente el mismo tamaño que el de los chimpancés contemporáneos. Los australopitecos eran bípedos, caminaban en forma erecta con una anatomía adaptada para vivir en los árboles y sobre la tierra. El Homo erectus abandona el hábitat forestal y apuesta su futuro en la planicie Africana. Este cambio permitió a la naturaleza “experimentar” con una anatomía diseñada para vivir en la Savannah Africana. El resultado fue una anatomía adaptada al caminar y correr eficazmente por largo tiempo (Tattersall & Schwartz, 2000, pp. 167-171). Esta eficacia se tradujo en un ahorro substancial de energía. Los chimpancés gastan más del doble de energía en trasladarse de un lugar a otro (Wrangham, 2009). Este ahorro de energía fue uno de los factores que facilitó la expansión de la corteza cerebral un nuestros antecesores de 900 ml en Homo erectus a 1200 a 1400 ml en Homo sapiens.  Hemos heredado una estructura músculo-esquelética muy similar a la del Homo erectus. Un cerebro grande, una anatomía adaptada a poder caminar por largo tiempo y una organización social cooperativa fueron los cambios fundamentales que le proporcionaron al Homo erectus una flexibilidad adaptativa extraordinaria. Esto le permitió emigrar del continente Africano, llegando a habitar regiones tan distantes como el este de Asia e Indonesia . Esa fue la primera oleada de emigración de África. La última – por parte de nuestra especie – ocurrió aproximadamente hace 120.000 y 70.000 años (Balter, 2011), logrando colonizar el mundo entero y llegando a Tierra de Fuego para finales del Pleistoceno –11.000 años (Goebel, Waters, & O'Rourke, 2008).

La crianza cooperativa

¿Cómo emergió este tipo de organización social altamente cooperativa basada en la igualdad?  Hrdy (2009) piensa que hubo un tipo de cooperación previa basada en una crianza colectiva, en que la mamá es asistida a cuidar a sus crías por otros miembros del grupo que pueden ser el padre, otros hijos, una abuela y, ocasionalmente, otros miembros del grupo que no son familiares. Queremos aclarar que la crianza colectiva se refiere al sistema de cuidado que proporcionan los adultos – o a veces una hermana o hermano mayor – y no al vínculo de apego del crío con sus cuidadores. Este vínculo de apego es muy selectivo. En los humanos, los bebés pueden tener unas cuantas figuras de apego y sus preferencias están organizadas jerárquicamente, con una figura de apego principal, generalmente la madre, y una segunda y tercera figura que puede funcionar en su ausencia (Bowlby, 1969).

La crianza cooperativa existe en algunas especies de insectos, pájaros y mamíferos. Aproximadamente el 3% de los mamíferos tienen este tipo de crianza cooperativa (Hrdy, 2009). Entre las especies mejor conocidas se encuentran los lobos y algunas especies de ratas y perros, los elefantes, y los delfines. Cabe aludir que todas estas especies son profundamente sociales. En los primates, una tercera parte tienen elementos de crianza cooperativa (Hrdy, 2009). La cooperación puede estar limitada a cargar al infante y ayudar en su protección, o puede ser más extensa, ayudando a la mamá en la alimentación de los críos (“provitioning”, como se le denomina técnicamente en Inglés). Solamente dos especies de primates, los monos de la familia Callitrichinae que habitan en Sudamérica – los tamarinos y los titíes – y la especie humana combinan en forma extensa el cuidado y la protección con la alimentación de las crías (Burkart & van Schaik, 2009; Hrdy, 2009)[3].

Vale la pena reflexionar un momento sobre la importancia de este fenómeno de la crianza colectiva. La mayoría de las especies tienen una crianza en que la madre es la cuidadora exclusiva. Desde una perspectiva evolutiva la estrategia predominante es más bien individualista. La cooperación en cambio precisa de condiciones especiales para emerger. Estas condiciones varían de especie a especie pero, como regla general, requiere de que haya cambios de clima muy importantes (hablaremos de esto después) y que la selección natural opere en el nivel social y no solo en el individual. Este nivel social puede ser la familia o el grupo. Éste es un tema complejo que no podemos abordar en este capítulo. Nos limitamos a señalar que durante los últimos 60 años ha habido avances muy importantes en las teorías evolutivas que han tratado de entender cómo pudo haber surgido el altruismo y la cooperación dentro de un mundo Darwiniano competitivo. Dentro de estas concepciones modernas queda claro que la cooperación tiene un papel singular que desempeñar en procesos de selección natural, ya que generalmente esta asociada a una complejidad biológica. Por otro lado la selección natural puede operar simultáneamente (y a veces en conflicto) a varios niveles: genes dentro de un individuo, individuos dentro de grupos, grupos dentro una meta-población de grupos y, tal vez, especies dentro de familias de especies (Bowles, 2006; Okasha, 2006; Sober & Wilson, 1998; Wilson & Sober, 1994).

En el caso de los primates la selección natural operando a nivel individual favorece una estrategia en que la madre cuida en forma exclusiva a sus críos. En los primates la preponderancia de este tipo de crianza materna tiene que ver con la jerarquía y el infanticidio. El infanticidio es muy frecuente entre los primates. La carne es altamente codiciada por muchas especies de primates, y los infantes son una presa relativamente fácil si la mamá se descuida o se muere. Otra motivación para el infanticidio es procreativa. El acceso a hembras con quien poderse aparear está directamente ligado al nivel que ocupan los machos dentro del la jerarquía social. Mientras más alto sea el rango de un macho, mayores son las posibilidades de copular y, por lo tanto, de que sus genes se transmitan a la siguiente generación. Desde luego, los primates machos no están pensando que la paternidad es la forma de propagar sus genes, pero sí están adaptados para acrecentar sus intereses procreativos y jerárquicos. Cuando las hembras están lactando no son por lo general fértiles y están menos dispuestas a copular. Si un primate macho quiere copular con una hembra que está lactando, la forma mas rápida de aparear es matar a su crío. Un ejemplo de esta adaptación violenta está descrita por Cheney y Seyfarth (2007) en su trabajo con los babuinos. Algunos machos de esta especie se separan de su grupo natal cuando maduran sexualmente. Viven temporalmente en bandas masculinas hasta que se integran en un grupo nuevo. Al integrarse buscan establecer una posición dominante y encontrar hembras con quien aparearse. Son feroces en su empeño y una vez que detectan una madre lactando la hostigan hasta encontrar el momento oportuno para atacar a su cría. Las mamás establecen coaliciones con miembros masculinos del grupo para defenderse de la amenaza de individuos errantes, pero esto no garantiza su éxito. El infanticidio es la causa más frecuente de muerte infantil en los babuinos y en muchas especies de primates, sobrepasando a la depredación como causa de muerte (Cheney & Seyfarth, 2007).

¿Por qué ha aparecido la crianza cooperativa en algunas especies y no en otras? La crianza cooperativa generalmente ha aparecido en condiciones en que se han dado fluctuaciones drásticas en el clima que han producido cambios ecológicos importantes. La crianza cooperativa ha ayudado a las especies a sobrevivir en estas condiciones, creando modos de adaptación más flexibles (Hrdy, 2009). En condiciones ecológicas más estables tienden a predominar las estrategias competitivas y los modos de crianza independientes en que las mamás son cuidadoras exclusivas. Las ventajas de las estrategias de crianza cooperativas tienen que ver con tres factores. Primero, y como veremos enseguida, la crianza cooperativa produce una mayor sociabilidad y flexibilidad en conductas adaptativas. Segundo, la ayuda en el cuidado, y sobre todo en la alimentación de los críos, libera a las madres y les permite contribuir al cuidado de otros miembros de la especie. El tercer factor tiene que ver con los niveles de fertilidad.  Durante la lactancia las madres tienden a ser infértiles. Cuando la cooperación incluye la alimentación, el periodo en que la madre está lactando se reduce. Un periodo de lactancia más corto permite a las madres reiniciar un ciclo reproductivo nuevo e incrementar su fertilidad. Por ejemplo, el periodo de lactancia de los chimpancés, con un sistema de crianza maternal exclusiva es de 4 años y en cazadores y recolectores nómadas humanos es de 2.5 años[4]. En promedio, los chimpancés tiene una cría cada 6.5 años mientras que los cazadores nómadas tiene un infante nuevo cada tres años, un poco más del doble que los chimpancés (Hrdy, 2009).

Crianza cooperativa y el desarrollo de la intersubjetividad

Las mamás de los primates, como cualquier mamífero, protegen a sus crías bravamente. Dada la frecuencia del infanticidio, tienen suficientes elementos para ser posesivas. Los chimpancés, por ejemplo, no dejan que nadie se acerque a su crío, independientemente de que su género sea masculino o femenino durante los primeros seis meses de edad, produciendo un aislamiento social (Hrdy, 2009). Este retraimiento temprano incrementa la sobrevivencia de sus crías, pero limita las interacciones de las crías con otros miembros de la especie en un momento crítico de su desarrollo social. En cambio, en especies con un tipo de crianza cooperativa, los bebés están expuestos desde edad temprana a muchos cuidadores y tienen una sociabilidad mucho más extensa que estimula potentemente el desarrollo de la sociabilidad y de las habilidades intersubjetivas. Los infantes se vuelven más sociales, sonríen y balbucean más y atraen a sus madres y a otras cuidadoras a interactuar más con ellos. 

¿Pero cómo explicar que esta sociabilidad temprana se vuelva característica de una especie? Un mecanismo común es a través de la creación de una presión selectiva positiva que favorezca una sociabilidad temprana. Tenemos un ejemplo cercano de este tipo de presión selectiva positiva en la domesticación de los perros. Los perros tienen capacidades extraordinarias de “leer” los estados emocionales de sus dueños (Hare & Tomasello, 2005). Los perros son descendientes de los lobos – que también tienen en un tipo de crianza cooperativa—y fueron una de las primeras especies que domesticaron nuestros antecesores hace aproximadamente 12.000 años. Desde entonces los humanos hemos ido seleccionando perros que no nos tienen miedo y que temperamentalmente son más sociables y menos agresivos (Hare & Tomasello, 2005). Es decir, ha habido una selección positiva de habilidades intersubjetivas avanzadas. Lo notable de muchas especies de perros es que son capaces de tener una comunicación afectiva y cognitiva con sus dueños que sobrepasa en muchas instancias a la de los simios, la familia taxonómica a la que pertenecemos y con los cuales compartimos entre un 95 y un 98 % de los genes. Esta capacidad de los perros también sobrepasa a simios que han convivido o crecido entre humanos (Hare & Tomasello, 2005; Murell, 2009). Podemos dar un ejemplo basado en un experimento sencillo (Hare, Brown, Williamson, & Tomasello, 2002). En este experimento se colocan tres cubetas opacas en frente de un perro o un chimpancé que han sido criados por humanos. Previamente se habitúa a las dos especies a esperar que una de las cubetas vaya tener comida. Después un humano apunta con el dedo hacia la cubeta que contiene comida. La gran mayoría de los perros inmediatamente van a la cubeta señalada y la tiran con su hocico. En cambios los chimpancés escogen al azar. Los perros entienden el gesto de apuntar como un gesto de ayuda, los chimpancés no[5]. El apuntar para compartir o para ayudar a los otros es unos de los gestos más importantes desde el punto de vista del desarrollo de la intersubjetividad. Su aparición data desde los 10-14 meses de edad del infante y marca el hecho de que es capaz de entender simultáneamente sus intenciones y las intenciones de los demás – una intencionalidad conjunta – y que desea compartir experiencias con otros (Tomasello, Carpenter, & Liszkowski, 2007). 

Tal vez por un proceso similar a la de la domesticación de los perros, las especies con una crianza colectiva desarrollan capacidades para leer los gestos, emociones e intenciones de sus congéneres que sobrepasa por mucho a las de las especies con un tipo de crianza en que la madre es la cuidadora exclusiva.  Por ejemplo, los tamarinos y los titiés, que mencionamos anteriormente, tienen un sistema de crianza cooperativa y exhiben un desarrollo cognitivo-social mucho más avanzado que especies de primates de un grupo taxonómico muy cercano que tienen un tipo de crianza maternal exclusiva y, por lo tanto, una sociabilidad temprana muy limitada (Burkart & van Schaik, 2009). En esta investigación se utilizaron una serie de pruebas comparando las habilidades sociales y habilidades de tipo más instrumental entre estas diferentes especies. A pesar de tener un cerebro más pequeño que los primates del grupo taxonómico cercano, los titiés y los tamarinos demostraron habilidades sociales mucho más avanzadas. Esta investigación  confirma que especies que cooperan en la crianza de los pequeños tienen habilidades de comunicación e interacción social muy desarrolladas. Debido a una crianza cooperativa, la construcción de habilidades sociales y comunicativas son aprendidas en el contexto diario de interacciones con varias cuidadoras. En ese contexto, los miembros juveniles de especies que tienen varios cuidadoras se “comprometen” y co-construyen prácticas cooperativas que eventualmente se internalizan cognitivamente en forma de representaciones mentales (comunicación personal con German Posada).

A continuación resumimos algunos de los otros hallazgos que apoyan la hipótesis de que la crianza cooperativa fue la clave para que emergiera la habilidad de entender la mente de nuestros congéneres (Hrdy, 2009; Hrdy, 2005).

  • La presencia de varias figuras de apego está correlacionada con el apego seguro y con la capacidad de entender las interacciones interpersonales desde varias perspectivas (van IJendoorm, Sagi, & Lambermon, 1992). Esta capacidad esta íntimamente ligada al desarrollo de la intersubjetividad y corresponde al concepto de mentalización que han propuesto Fonagy y sus colaboradores (Allen, Fonagy, & Bateman, 2008).
  • La presencia de hermanos o hermanas mayores está correlacionada con un desarrollo más temprano de la “teoría de la mente” a los 3 años. La teoría de la mente puede concebirse como una fase intersubjetiva avanzada basada en la capacidad de los niños de inferir creencias falsas en otras personas, una capacidad que, a su vez, depende de la capacidad de entender la perspectiva de los demás (Ruffman, Parner, Nairo, Parkin, & Clements, 1998).
  • La presencia de una abuela materna está correlacionada con una mayor sensibilidad materna (Spieker & Bensley, 1994) y con habilidades cognitivas más avanzadas en niños de 4 años que conviven con mas de una figura de apego (Furstenberg, 1976)

Las bases biológicas de la intersubjetividad y la cooperación

Empezamos con la siguiente observación que muestra como cuidados materno en ratas criadas en nidos comunitarios se transmiten de una generación a la siguiente. Cuando ratas crían a sus cachorros con la ayuda de otras hembras que participan en amamantar y cuidar a las crías en nidos comunitarios se observa un cuidado materno post parto más intenso que en ratas que crían a sus cachorros en forma aislada (Curley, Davidson, Bateson, & Champagne, 2009 ). Más aun, este cuidado maternal tiene efectos profundos en el desarrollo de sus crías. Como adultos, estos críos exhiben mucho menos miedo y más interés y persistencia en la exploración de su medio ambiente que sobrepasa por mucho a los de las ratas criadas por madres en aislamiento. Este efecto es transmitido a una segunda generación. Como adultas, las ratas criadas en nidos comunitarios exhibieron una mayor motivación al cuidar a sus propios críos post parto, recogiéndolos y asiéndolos más frecuentemente. Esta transmisión de conductas maternales ocurre independientemente de si las madres en esta segunda generación están aisladas o en compañía de otras hembras, una demostración clara de que el efecto trans-generacional de la crianza cooperativa se ha convertido en un fenotipo estable. ¿Como se transmite genéticamente estos cambios de una generación a otra?

Una de las áreas de mayor interés en la ciencia biológica contemporánea es entender cómo los efectos del medio ambiente sobre la conducta—como la crianza cooperativa y su efecto sobre habilidades intersubjetivas—son inducidos a un nivel genético (Miller, 2010). Esta inducción no necesariamente tiene que estar basada en una mutación que cambie la secuencia del ADN. Puede ocurrir mediante la modificación de la expresión del ADN, un mecanismo epigenético. La transmisión epigenética no cambia la secuencia de nucleótidos como en una mutación, sino que produce cambios a nivel del genoma modificando la expresión del ADN.  Un bloqueo o activación en el proceso de transcribir información del ADN al ARN modifica la expresión del ADN. Una alta calidad materna (¿o tal vez la crianza cooperativa?) puede ser “asimilada” genéticamente mediante un proceso que involucre la metilación de la citosina, uno de los cuatro nucleótidos que componen el ADN (Champagne & Curley, 2009). Este proceso de transcripción produce a su vez una cascada de efectos secundarios en el desarrollo del organismo, creando fenotipos que están más adaptados a cambios en el medio ambiente. Hay varios mecanismos a través de los cuales esto puede ocurrir, pero los más comprobados hasta la fecha involucran la metilación de la citosina o la de-acetilación de la histona, una proteína que rodea el ADN que también juega un papel importante en el proceso de transcripción del ADN al ARN.  En el ADN hay sitios que se encargan exclusivamente de la regulación genética. Un grupo metilo (o grupo metil como se le denomina comúnmente) se puede insertar al nucleótido citosina mediante una reacción enzimática en una región “promotora” del ADN adyacente a la zona reguladora. El donador más importante del grupo metil es el aminoácido metionina. A nivel funcional esta inserción de un grupo metil en la citosina (la metilación de la citosina) bloquea la transcripción de la polimerasa ARN del ADN, con el resultado de que la expresión del ADN es “silenciada”. Una calidad materna alta, o tal vez la crianza cooperativa silencian el ADN mediante este proceso de metilación. Los grupos metil también atraen a otras proteínas que promueven la de-acetilación de la histona. La histona es una proteína que envuelve algunas regiones reguladoras del ADN, y su de-acetilación también bloquea la expresión del ADN. Aun cuando el “silenciamiento” del ADN es reversible, es suficientemente estable para mantenerse durante la división celular. Por lo tanto los cambios indiciados por la metilación o acetilación del ADN pueden pasar de células paternas a células hijas, afectando en última instancia a procesos de desarrollo que influyen en la conducta maternal y tal vez en la conducta de los críos.

La oxitocina y su conexión con la monogamia y la solidaridad y cooperación a nivel grupal

Otro aspecto muy importante de la neurobiología de la cooperación, tanto a nivel de pareja como a nivel grupal, tal vez este relacionado con la oxitocina. La oxitocina es un neuropéptido sencillo con una secuencia de 9 aminoácidos que funciona como una hormona y un neurotransmisor en los mamíferos. La oxitocina tiene efectos periféricos y centrales (Donaldson & Young, 2008). Los efectos periféricos son la contracción uterina durante el parto y la estimulación de la lactancia. Los efectos centrales afectan a las relaciones sociales en muchos mamíferos, como el desarrollo de las relaciones de apego (el cuidado materno) y relaciones monogámicas, así como a la capacidad de reconocer a miembros de la misma especie, un reconocimiento que es fundamentalmente facial. La vasopresina (otro neuropéptido muy parecido) también tiene efectos sociales, sobre todo en los machos, contribuyendo a la formación de vínculos sociales duraderos en algunas especies (Young & Zuozin, 2004). Los efectos sociales de la oxitocina se pueden ver claramente en dos especies de topillos de campo. Una especie monógama vive en las praderas (Microtus ochrogaster) y la otra es polígama y vive en las montañas (Microtus montanus). El macho en los topillos de pradera establece una relación de por vida con su pareja y participa activamente en el cuidado de los cachorros (Curley, et al., 2009 ; Young & Zuozin, 2004). En cambio el topillo que habita en las montañas no participa en el cuidado de los cachorros, y la madre se encarga exclusivamente de sus cachorros. Estas diferencias se ven reflejadas en sus cerebros. El topillo monógamo tiene una densidad mucho más alta de receptores de oxitocina y vasopresina que la especie polígama. En la especie polígama también se observa una mayor densidad de receptores de la oxitocina y vasopresina pero solamente cuando el macho está buscando aparearse.

Es bien sabido que la oxitocina estimula la formación de relaciones monogámicas y el cuidado materno, pero hasta hace poco nadie se había planteado la posibilidad de que la oxitocina también pudiera afectar a la cooperación y al altruismo en grupos humanos, un altruismo grupal de tipo parroquial o localista que también contribuye a un tipo de agresión defensiva intergrupal (De Drew et al., 2010). De Drew y sus colegas demostraron este efecto administrando oxitocina a varias decenas de grupos compuestos por tres miembros, todos hombres universitarios. Se escogieron hombres como una prueba más rigurosa del efecto cooperativo de la oxitocina, ya que en conflictos intergrupales, los hombres son más agresivamente competitivos que las mujeres.  Para demostrar estos efectos se instruyó a los grupos cómo competir en una serie de tres juegos diseñados para contraponer los efectos de la oxitocina en fomentar el altruismo y la confianza dentro de los grupos (“amor”) y un tipo de agresión defensiva (“odio”) hacia otros grupos. Media hora antes del iniciar los juegos todos los participantes recibieron oxitocina o placebo por medio de un atomizador nasal en un diseño de doble ciego. A cada miembro de los grupos de tres personas se le dio una cantidad fija de dinero y se les dijo que iban a jugar con otro grupo también compuesto por otros tres estudiantes. Cada miembro podía escoger entre varias opciones para distribuir el dinero. Todas las decisiones se registraban en una computadora confidencialmente de manera que los otros miembros del grupo no sabían qué decisiones tomaban sus compañeros. En comparación con los hombres que recibieron el placebo, los que recibieron oxitocina optaron por quedarse con menos dinero para ellos mismos, donando el doble o más para los otros miembros de su grupo. Al mismo tiempo, los miembros que recibieron oxitocina optaron por una opción que beneficiaba a su grupo sin perjudicar a sus contrincantes. Un diseño más complicado demostró el lado de la oxitocina que fomenta el “odio” hacia los otros grupos. En esta opción participaron 75 estudiantes en un juego en donde se incluyeron más variables, acentuando la avaricia e introduciendo miedo y enojo hacia grupos contrincantes basándose en una opción de quedarse con más dinero para el grupo, pero al mismo tiempo perjudicando al grupo contrincante que se quedaba con poco o nada de dinero. En estas condiciones de conflicto intergrupal, los grupos que recibieron oxitocina optaron por ayudar aún más a su grupo pero, al mismo tiempo de protegerlo y defenderlo, elegían una opción agresiva preventiva contra el grupo contrincante. En cambio, los grupos que recibieron el placebo no se molestaron tanto por la avaricia agresiva de sus contrincantes y no respondieron con una agresión preventiva. De manera que la oxitocina no solo promueve el impulso de proteger al grupo, sino también de defenderlo, atacando más agresivamente a miembros del grupo contrincante.

Podemos inferir que, durante el curso de la filogenia, la oxitocina no solo ha funcionado como un agente biológico importante promoviendo el cuidado materno y las relaciones monogámicas. La oxitocina puede haber sido “apropiada” para desempeñar un papel nuevo a nivel de grupos, creando un sentimiento de altruismo y solidaridad grupal y un tipo de agresión defensiva que se manifiesta como cuando un grupo percibe una amenaza por parte de otro grupo. Este papel más extenso filogenético de la oxitocina seguramente fue importante durante la emergencia de especies con una crianza cooperativa, extendiendo el cuidado materno a otros miembros del grupo, y fomentando sentimientos de altruismo y solidaridad grupal – como en el caso del igualitarismo de los cazadores y recolectores nómadas que mencionamos anteriormente. Estos sentimientos altruistas fueron necesarios para crear niveles de cooperación sofisticados a nivel de grupo

El desarrollo ontogénico de la intersubjetividad y la cooperación

Así como la cooperación y la comunicación intersubjetiva co-evolucionaron durante la filogenia, durante el desarrollo ontogénetico vemos una co-evolución similar. El investigador Escocés Colwyn Trevarthen es un pionero en describir el proceso de desarrollo intersubjetivo y su relación con la cooperación (Trevarthen, 1979, 1988). Trevarthen hace la distinción entre la intersubjetividad primaria y la secundaria (Trevarthen & Aitken, 2001; Trevarthen & Hubley, 1978). La fase primaria, de 0 a 9 meses se caracteriza por un diálogo primordialmente afectivo con la mamá (“protoconversaciones”), con sonrisas, gestos y balbuceos por parte del bebé. Las madres imitan los gestos y balbuceos con un lenguaje cuya cadencia y entonación son un tanto exageradas (Bateson, 1971) y ajustan sus respuestas afectivas con una intensidad que se asemeja, pero no es idéntica, a la de su bebé, un fenómeno que Daniel Stern denomina entonación afectiva (Stern, 1985). Fonagy (2006) y sus colaboradores han propuesto un concepto similar de respuestas emocionales acentuadas (“markedness”) por parte de las madres que ayudan a los bebés a diferenciar sus emociones de las emociones de sus cuidadores. Las respuestas de las madres a las comunicaciones preverbales del bebé son en su mayor parte automáticas y están animadas por el deseo de cooperar con su cría. A esta edad la cooperación se manifiesta como un juego interactivo que es motivo de alegría para ambos participantes. Las figuras de apego también juegan un rol esencial en regular los niveles de estimulación, las emociones y necesidades fisiológicas del bebé (Sroufe, 1996; Trevarthen, 1979).

Sobre esta base de seguridad con las figuras de apego y una comunión afectiva más profunda se inicia una nueva fase del desarrollo intersubjetivo que incrementa substancialmente la capacidad de cooperación del niño con sus cuidadores. Estos cambios de índole cognitivo y afectivo son tan importantes que algunos investigadores lo denominan como la “revolución” socio-cognitiva de los nueve meses (Tomasello, 1999, pp. 70-76). Estas capacidades socio-cognitivas nuevas pueden describirse en términos de tres dimensiones que están entretejidas durante el desarrollo:  la atención conjunta y la intencionalidad conjunta  – que están íntimamente relacionada con la capacidad de contemplar las interacciones sociales desde varias perspectivas. Cada una de estas dimensiones representa diferentes facetas de la comunicación intersubjetiva y ayuda a los niños a cooperar con sus cuidadores a niveles cualitativamente más sofisticados. A continuación describimos estas habilidades.

La atención conjunta

La atención conjunta tiene dos aspectos, la habilidad de responder en la dirección de la mirada de los demás, y la habilidad de iniciar la atención conjunta mediante el gesto de apuntar o por medio de miradas dirigidas en secuencia: primero hacia el objeto o evento de interés y después hacia la mamá (Mundy, Sullivan, & Mastergrorge, 2009). Cuando los niños inician un episodio de atención conjunta generalmente significa que quieren que los cuidadores compartan el evento u objeto de interés con ellos. La habilidad de seguir la mirada de los otros emerge a partir de los 3 meses de edad y queda consolidada hacia los 9 meses de edad (Mundy,et al., 2009). La habilidad de iniciar la atención conjunta aparece unos meses después y queda consolidada entre los 9 y los 15 meses de edad (Mundy et al., 2009; Tomasello, Carpenter, & Liszkowski, 2007). Los dos aspectos de la atención conjunta están integrados en el desarrollo típico, pero pueden estar disociados en casos como el autismo. Aun cuando los niños o niñas autistas pueden demostrar déficit en ambos tipo de atención conjunta, la inhabilidad de iniciar episodios de atención conjunta define una de las características esenciales del autismo y, de hecho, es uno de sus marcadores diagnósticos.

Estas dos formas de atención conjunta, siguiendo la mirada de los demás o iniciando un episodio con el gesto de apuntar, tienen una organización diferente a nivel cerebral. Los circuitos neuronales involucrados con el seguir la mirada de los otros están localizados en el lóbulo parietal y occipital. Tenemos en común estos circuitos con otros primates. Los circuitos neuronales responsables de la iniciación de la atención conjunta se encuentran en la corteza frontal, en las regiones anteriores y prefrontales, y en el campo ocular frontal (Mundy et al., 2009). Estos circuitos están más desarrollados en la especie humana, dando una idea de su importancia en la evolución de nuestra especie. Los circuitos anteriores se encargan de procesar información sobre la atención visual desde una perspectiva propia, mientras que los circuitos posteriores procesan la atención visual desde la perspectiva de los demás. Lo que es característicamente humano es la posibilidad de procesar simultáneamente ambos circuitos encargados de la atención conjunta (Barresi & Moore, 1996; Tomasello et al., 2007).  Como veremos a continuación, esta representación simultánea es una de las bases neurológicas para poder ver interacciones sociales desde diferentes perspectivas y para poder coordinar actividades con los otros y utilizar sus reacciones emocionales como una guía de cómo responder a situaciones nuevas, un fenómeno llamado referencialidad social (Emde, 1992).

La intencionalidad conjunta

La experiencia de la intencionalidad tiene su origen en la capacidad temprana de los bebés de reconocerse como agentes en interacciones con objetos y personas. Pero la capacidad de entender la intencionalidad en términos de objetivos que se pueden alcanzar mediante diferentes planes no aparece hasta los 9 meses de edad. Con ello el bebé también empieza a captar que sus cuidadores tienen intenciones y metas propias (Tomasello, Carpenter, Call, Behne, & Henrike, 2005). Esta capacidad de entender las intenciones y metas de los otros cobra enorme importancia a partir del segundo año de edad en juegos que requieren una coordinación de intenciones, en tareas mundanas como alzar juguetes juntos, o en poder tomar roles recíprocos en juegos en que “tú te escondes y después yo me escondo”. Estos niveles de colaboración más avanzada se acompañan con una transición en el desarrollo en que las interacciones con los cuidadores pasan de ser diádicas (mamá y bebé) a convertirse en interacciones triádicas, donde el bebé y la madre comparten su atención con un objeto o evento de interés común. 

Una de las mejores maneras de observar esta transición es a través del gesto de apuntar. El apuntar tiene dos fases. Uno inicial de apuntar para pedir algo de un cuidador. Esta forma de apuntar aparece entre e los 7 y los 9 meses de edad. La fase subsecuente es un apuntar para compartir algo de interés, apareciendo alrededor de los 12 meses de edad, y es un fenómeno intersubjetivo por excelencia y de gran interés desde un punto de vista filogenético y ontogénetico (Tomasello, 2007; Tomasello et al., 2007). Desde un punto de vista filogenético somos el único primate que usa este gesto para compartir una experiencia, y con la excepción de los perros, el único animal que lo entiende (Hare, et al., 2002). Como acabamos de ver desde un punto de vista ontogénetico, el apuntar para compartir una experiencia con otros indica que la niña o el niño entiende que otros tienen intenciones y metas que son similares y a su vez diferentes a las suyas, y que las intenciones pueden coordinarse. La colaboración del segundo y tercer año de edad se acrecienta exponencialmente con la enorme contribución del lenguaje, pero también se vuelve motivo de conflicto a medida que el niño empieza a ejercer su autonomía y a darse cuenta de que sus metas o deseos pueden ser diferentes de los de sus cuidadores. Los famosos berrinches de los 2 a 4 años de edad son los ejemplos clásicos de este conflicto sobre la autonomía y las metas.

Vale la pena insistir que nuestros primos simios también tienen un concepto de intencionalidad conjunta que se manifiesta claramente en condiciones competitivas. Pero como vimos anteriormente, los chimpancés no entienden el gesto de apuntar como una forma de ayuda. Esto se puede demostrar haciendo una modificación del experimento de las tres cubetas que describimos anteriormente, una de las cuales tiene comida escondida (Hare & Tomasello, 2004). En la fase inicial en este experimento el humano siempre agarra la cubeta con comida a través del agujero en una pared de Plexiglás transparente. Esto lo observa el chimpancé a través de un arreglo idéntico, con una pared transparente que también separa las cubetas del chimpancé. Después de varias pruebas, el chimpancé entiende que si quiere la comida tiene que agarrar la cubeta a la que se dirige el humano primero, antes que la agarre éste. Es decir, está en competición con el humano. Se repite el experimento, pero esta vez la cubeta con comida ya no está al alcance del humano, pero sí al alcance del chimpancé. El chimpancé ve el intento infructuoso del humano de tratar de agarrar la cubeta a través del agujero. Inmediatamente el chimpancé agarra esa cubeta. Podemos concluir que en condiciones competitivas los chimpancés entienden perfectamente bien el gesto del humano de tratar de agarrar la cubeta con comida escondida. Están en su elemento. Pero como vimos anteriormente, en condiciones cooperativas los chimpancés no entienden el gesto de ayuda de un humano apuntando hacia donde está la comida escondida.

Los chimpancés han evolucionado para competir con miembros de su misma especie por los recursos y operan bajo el principio de maximizarlos (Jensen, Call, & Tomasello, 2007). Sin abandonar sus instintos competitivos, nuestros antecesores humanos adoptaron una estrategia de sobrevivencia basada en el principio de cooperación y ayuda mutua (para una revisión de experimentos que suportan esta conclusión ver Tomasello 2008). Vemos este principio de colaboración basado en la equidad en nuestra especie a todos los niveles. Por dar un ejemplo, hay una serie de experimentos diseñados por economistas y psicólogos sociales que cuestionan el modelo económico predominante individualista de maximizar recursos (Henrich et al., 2005). En estos experimentos se crea un juego en que los individuos tiene la posibilidad de escoger entre obtener más dinero (la estrategia basada en el interés propio) u obtener menos dinero (o inclusive perderlo todo) dependiendo de cómo el contrincante se comporte. Si la oferta en este juego interactivo es equitativa y razonable, en donde el contrincante que hace la oferta se queda con una cantidad un poco mayor para el mismo y un poco menor para el contrincante (digamos una proporción de 60% y 40 % respectivamente) la oferta es generalmente aceptada. Pero si la oferta es desmesurada, digamos que supone más del 70 o 80 % del dinero total, la gran mayoría de la gente rechaza esta propuesta, aun si esto quiere decir que se queda sin nada. Es decir, la mayoría prefiere quedarse sin dinero que aceptar una propuesta injusta. El juego se repite por varias rondas, después de la cuales la gente puede juzgar qué tan justo o qué tan egoísta es el contrincante. Este tipo de experimentos se han hecho por todo el mundo en culturas muy diferentes, y los resultados son los mismos (Henrich et al., 2005). La mayoría de la gente reacciona negativamente a ofertas donde hay una ganancia desmesurada y optan por perder todo el dinero con tal que el contrincante no se salga con la suya. El juego demuestra que en condiciones informales hay un sentido de lo que constituye una oferta justa y equitativa en todas las culturas estudiadas.

Desde luego, estos experimentos no contradicen lo que es de común dominio. El sentido de equidad se mantiene mientras hay opciones realistas para no aceptar ofertas o condiciones injustas. Pero si no existe esta opción, es muy fácil revertir a una mentalidad de maximizar las ganancias a expensas de los demás. Estas diferencias entre una tendencia básica a competir en forma individualista y maximizar recursos en los chimpancés, y una tendencia de ayuda mutua y sentido de lo que es justo en los humanos es fundamental (Tomasello et al., 2007). Estas diferencias nos pusieron en el camino de poder vivir en culturas que gradualmente construimos los humanos y que requieren de niveles de comunicación y cooperación muy avanzados. El proceso de construcción cultural tiene una “infraestructura” cooperativa como lo señala Tomasello (1999, 2008). El aparentemente humilde gesto de apuntar para compartir y ayudar, el indicador básico de que el niño tiene una capacidad de entender las intenciones de los demás (Tomasello et al., 2005), es uno de los elementos claves que hacen posible que haya esta infraestructura cooperativa en nuestra especie (Moll & Tomasello, 2007; Tomasello, 2008).

La perspectiva conjunta

La atención y la intención conjuntas preparan a los niños para otro logro fundamental. La posibilidad de contemplar simultáneamente una interacción social desde un punto de vista propio y desde el punto de vista de los demás (Hobson, 2004; Moll & Tomasello, 2007). La atención conjunta es una condición necesaria para este logro, pero no es suficiente. Un bebé y un compañero adulto que están interactuando pueden ver un evento al mismo tiempo (atención conjunta) pero esto no implica que pueden observar el mismo evento desde un punto de vista diferente. Para ello se requiere que el niño trascienda un egocentrismo natural de considerar las interacciones sociales desde una perspectiva propia. Ya vimos algunos antecedentes que anuncian la capacidad de apreciar el punto de vista de los demás. Cuando el niño inicia un episodio que requiere atención conjunta, implícitamente reconoce que su compañero tiene una perspectiva diferente a la suya. Lo mismo ocurre con la intencionalidad conjunta. Cuando el niño construye una torre e invita a un adulto para hacerla más grande – por ejemplo sosteniendo la base—el niño está asumiendo que el adulto tiene una intencionalidad propia que puede coordinarse con las suya.  Esto se puede ver en niños entre los 12 y los 18 meses de edad en un experimento sencillo con tres episodios (Moll & Tomasello, 2007; Tomasello, 2007). En el primer episodio el niño juega con un adulto con dos juguetes. En el segundo episodio el adulto abandona el cuarto y entra un asistente con un juguete nuevo. El niño juega con el asistente y los tres juguetes. En el tercer episodio el asistente sale del cuarto y entra el adulto con el que el niño estaba jugando al principio. Con una expresión de excitación, le pide al niño que le dé el juguete –sin mirar en la dirección de los juguetes y sin especificar a qué juguete se refiere. Invariablemente, los niños mayores de 18 meses de edad escogen el juguete nuevo. Para resolver esta situación el niño tienen que ponerse en el lugar del adulto con el cual jugó inicialmente, e inferir que la expresión de excitación y su petición ambigua de ver “el juguete” durante el tercer episodio tiene que referirse al juguete nuevo que no había visto antes. También podemos inferir que el niño conserva su punto de vista y que no lo confunde con el punto de vista del otro.

Como  señalan Barréis y Moore (1996) la capacidad de tener una “vista de pájaro” sobre interacciones sociales desde el punto de vista propio (primera persona) y el punto de vista del otro (tercera persona) supone una capacidad representacional nueva. El ponerse en la posición del otro es un acto de imaginación que también requiere el poder mantener al mismo tiempo una perspectiva propia.  Este acto de imaginación supone la capacidad de tener imágenes de relaciones interpersonales. Una manera de investigar a que edad aparecen esta capacidad de retener en la memoria imágenes es ver si el bebe puede repetir un gesto que observo días o semanas después de que lo vio por primera vez. Esta capacidad se denomina en la literatura como imitación diferida (Meltzoff, 1988). Por ejemplo, el infante observa un adulto inclinarse sobre un bloque de madera que tiene enfrente y tocarlo con su frente. Si el niño pueda repetir dos semanas después el mismo gesto, esto indica que retiene en la memoria la imagen de esto gesto. Esta capacidad está presente en los niños entre los 12 y 14 meses de edad. Con el desarrollo de las capacidades de representar mentalmente objetos o intenciones, los infantes empiezan a escapar de las limitaciones de una existencia en que solamente lo que se percibe es lo que existe. Naturalmente sin lenguaje o memoria autobiográfica, esta liberación del vivir exclusivamente en el aquí y ahora es aún muy limitada, pero no por ello deja de ser un paso trascendental. 

El símbolo está también uno, o varios pasos, removidos de la realidad que representa y es también un acto de la imaginación.  Luego hay una relación muy estrecha entre el poder ver la realidad social desde varias perspectivas, la imaginación, y el símbolo. Estas capacidades coinciden con la posibilidad de comprender que sus cuidadores tienen intenciones y deseos diferentes a los suyos. La imaginación juega un papel esencial en estas capacidades nuevas. 

El sistema de apego, el sistema de enlace social y cooperación, y el sistema de cuidado y ayuda: La motivación cooperativa como un fenómeno emergente

Los enormes logros del desarrollo intersubjetivo de los primeros dos años de edad no serían posibles sin motivaciones poderosas de querer interactuar con los demás. En esta sección queremos distinguir entre tres motivaciones prosociales que se manifiestan durante los primeros años de edad:

La búsqueda de proximidad asociada con la organización del sistema de apego. Hay un desarrollo gradual de una preferencia marcada por las figuras de apego. Tiene sus primeras manifestaciones con la preferencia que sienten los bebés recién nacidos por la voz y el olor de su mamá. Esta orientación gradual hacia la madre continua creciendo durante los primeros 6 meses de edad, pero no se manifiesta en forma más desarrollada hasta los 7 o 9 meses de edad cuando el bebé empieza a mostrar señales de protesta y llora cuando su mamá se aleja en situaciones extrañas o cuando está afligido y necesita que la madre lo consuele (Bowlby, 1969/1982). Estas primeras manifestaciones de protesta y deseo marcado por mantener proximidad con la madre se acompañan de signos de ansiedad con extraños.  Hacia los 12 meses de edad el sistema de apego está bien consolidado.

El sistema de enlace y cooperación social. Siguiendo la tradición iniciada por Porges (2005) entre otros, estamos usando el nombre de sistema de enlace social (social engagement system) para nombrar este deseo de comunicar y cooperar con los demás. Agregamos la palabra cooperación a este sistema de enlace social porque como hemos visto la cooperación tiene un rol fundamental durante el curso filogenético y ontgenético  Aun cuando este deseo de compartir momentos de placer en comunicación intersubjetiva y de cooperar con los otros esta integrado con el sistema de apego durante el desarrollo típico, estamos de acuerdo con Daniel Stern (2004) y Karlen Lyons-Ruth (2006) que este sistema intersubjetivo de enlace y cooperación social es una motivación independiente. Este deseo se manifiesta desde el momento de nacer, pero se vuelve más complejo a medida que las habilidades de atención conjunta e intencionalidad conjunta empiezan a expandirse a partir de los 7-9 meses de edad. Una manifestación temprana de esta motivación en el recién nacido es su preferencia marcada por orientarse en relación con la voz la humana y por mirar y ser mirado por los otros (Hoehl, et al., 2009; Porges, 2005).

Otra manifestación temprana de este sistema es la imitación de gestos. Investigadores con gran talento interpersonal como Gianni Kugiuomutzakis son capaces de conseguir que el 75 % de las veces los bebés recién nacidos lo imiten sacando lo lengua, abriendo y cerrando los ojos y la boca (Hobson, 2004, p. 30) Kugiuomutzakis piensa que los bebés están motivados para replicar estas conductas por un sistema innato “que busca a otro ser emocional con quien interactuar en un juego intersubjetivo que es complementario y cooperativo” (Hobson, 2004, p. 32). Algunos tal vez cuestionen si estas preferencias audio-visuales e imitaciones son una expresión temprana de esta motivación social. Una prueba de la importancia de este sistema se puede apreciar en el diseño experimental inventado por Tronick (1978) de la cara impasible (still face paradigm). La madre es instruida para interactuar y jugar con su bebé. Después de unos minutos de este juego se le dice a la mamá que mantenga que suspenda esta comunicación con su bebé y lo mire sin ninguna expresión. Bebés de apenas dos meses de edad tratan de reconectar con la cara de su mamá que se mantiene impasible. Después de fracasar en varios intentos de hacer que la mama responda, los bebés dan señales claras de estar alterados por la experiencia y caen en un estado depresivo momentáneo.

Así como el diseño experimental de la Situación Extraña es una prueba estresante que activa el sistema de apego y permite ver como los bebés van a interactuar con sus mamás al regreso de su partida, el diseño experimental de la cara impasible es una demostración clara del estrés que se produce en el infante cuando sus expectativas de que los otros van interactuar socialmente con ellos es contrariada. Pero sin duda, la aparición del goce que acompaña la sonrisa social y los balbuceos que aparecen entre las 5 y las 8 semanas de edad es una indicación clara de este sistema de enlace y comunicación social primario. Alan Sroufe, en su libro sobre desarrollo emocional (1996) nos ofrece un modelo preciso del desarrollo de este sistema de enlace y gozo social, enfocándose en el desarrollo de la sonrisa y los primeros balbuceos del bebé. Las primeras expresiones de la sonrisa son de un carácter fisiológico y tiene que ver con estimulación endógena. La sonrisa endógena esta correlacionada con la fase de movimientos oculares rápidos durante el sueño, y puede observarse después del parto y dura aproximadamente 4 semanas. En cambio la sonrisa como respuesta a un estimulo exógeno (sobre todo una sonrisa) aparece en forma mustia a partir de las 5 semanas de edad y, en forma más expresiva, con canturreos y sonrisas, hacia las 8 semanas de edad. Entre los 9 y las 12 semanas de edad el bebé tiene una sonrisa abierta que se acompaña de balbuceos, y hacia los 4 meses de edad los bebés empiezan a reírse a carcajadas. Entre los 10 y 12 meses los bebés se ríen en anticipación a un evento novedoso. No todas las expresiones del sistema de enlace social son tan expresivas. Muchas veces puede haber un estado de ánimo positivo más sosegado que frecuentemente se convierte en exploración e interés y se acompaña de una emoción cognitiva de curiosidad. Estas habilidades preparan al bebé para cooperar con sus cuidadores en formas mucho más efectivas como en juegos o situaciones más prácticas durante el segundo año de edad (Trevarthen, 2005; Warneken, Chen, & Tomasello, 2006). El deseo por parte del infante de colaborar con sus cuidadores es un resultado de las habilidades intersubjetivas de entender y responder en forma recíproca a los gestos, emociones y vocalizaciones de la madre. En este sentido la capacidad de cooperar que se manifiesta a partir del segundo año de edad es una motivación emergente.

El deseo de ayudar a otros, aunque sean personas extrañas.  Este deseo de ayudar a otros ha sido demostrado definitivamente en una serie experimentos en el Instituto Max Plank de Leipzig en Alemania (Warneken et al., 2006; Warneken & Tomasello, 2006). En estos experimentos se ve que a partir de los 14 meses de edad los niños espontáneamente ayudan a los adultos. Los experimentos están diseñados astutamente para que el infante esté en una posición de observar y después ayudar a un adulto extraño a lograr un objetivo que no está a su alcance. Creemos que esta motivación altruista de ayudar a los otros es una expresión temprana del sistema de cuidado, que en nuestra especie está mucho más desarrollado en comparación con otros simios. Dentro de la literatura sobre el apego, el sistema de cuidado ha sido descrito con respecto a las figuras de apego y el cuidado parental (George & Solomon, 2008). Las relaciones entre amigos o personas que no son miembros familiares están concebidas como un sistema de afiliación, un sistema social independiente al sistema de apego o de cuidado (Cassidy, 2008). Por razones que discutimos anteriormente, creemos que el sistema de afiliación (lo que nosotros denominamos como el sistema de enlace y cooperación social) y el sistema de cuidado están vinculados filogenéticamente en la medida en que el sistema de cuidado maternal exclusivo fue remplazado por un tipo de crianza cooperativa en nuestra especie. Como acabamos de ver, esta transformación pudo haber ocurrido por medio de la “apropiación” de la oxitocina para promover el altruismo hacia miembros del grupo, incluso hacia aquellos sin lazos consanguíneos. El hecho es que desde muy pequeños, niños y niñas de nuestra especie demuestran una tendencia a ayudar a extraños espontáneamente con muchísima más frecuencia que los chimpancés que tienen un sistema de crianza maternal exclusivo.

Diferencias entre el sistema de enlace y cooperación social y el sistema de apego

Una diferencia fundamental entre estos dos sistemas de motivación es que el apego tiene una función de protección. Por lo tanto, las emociones que lo acompañan en su activación son emociones que amplifican señales de alarma o peligro, como la ansiedad y el miedo. Dada la enorme importancia del sistema de apego para la sobrevivencia, no es de extrañar que tengamos muchas otras palabras para designar sentimientos que acompañan la activación del apego como miedo, desconsuelo, pena, congoja y aflicción. En cambio, la función primordial del sistema de enlace y cooperación social es la comunicación y cooperación social y los sentimientos que acompañan a este sistema son de un carácter placentero como el júbilo y la alegría.  Estas diferencias entre el apego, y lo que en la literatura del apego se nombra como el sistema de afiliación o sociabilidad, no siempre han sido aclaradas y dilucidadas.

Entender estas diferencias no es una cuestión esotérica. Su distinción puede ser de gran utilidad en la clínica y en la investigación. Hablaremos de las implicaciones clínicas después. Por el momento queremos sugerir una implicación importante para la investigación del apego. Creemos que una de las dificultades en algunas investigaciones del apego para demostrar una correlación estadística significativa fuerte entre la sensibilidad materna y el desarrollo de una relación de apego seguro (De Wolff & van IJendoorm, 1997) puede ser debido a que la gran mayoría de las observaciones de las interacciones materno-infantiles hechas en casa son de poca duración y no llegan a observar al bebé cuando está afligido y, por tanto, el sistema de apego esta activado. Ainsworth en su estudio clásico en Baltimore observó cada díada por 70 horas y encontró una correlación estadística robusta entre sensibilidad materna y el desarrollo de un apego seguro a los 12 meses (Ainsworth, Blehar, Waters, & Wall, 1978). En observaciones tan extensas es más probable llegar a presenciar cómo responde la mamá a su bebé cuando está afligido, pero en observaciones que duran minutos, aun cuando se repitan un par de veces, es menos probable llegar a observar la activación del sistema de apego. En estas observaciones cortas lo que se está observando no es el sistema de apego, sino el sistema de enlace y cooperación social. Este punto ha sido corroborado por Pederson (1995) y por Posada et al. (2004). En el estudio de Posada se observaron a la mamás en su casa por 10 horas y a los niños y niñas por 4 horas, reportando una correlación muy alta de .61 entre sensibilidad materna y seguridad en el apego, una correlación muy parecida a la que encontró Ainsworth .

Si bien es cierto que la sensibilidad materna en condiciones de desarrollo óptimo se va a manifestar cuando el bebé está contento o cuando el bebé está acongojado, hay por qué pensar que en algunas situaciones puede haber una disociación entre las dos. Por ejemplo, es común observar que algunas madres pueden jugar y cooperar en forma adecuada con sus bebés cuando están contentos, pero que ignoran o son muy inconsistentes en su capacidad de responder sensiblemente cuando el bebé está estresado y el sistema de apego está activo.  Aun cuando Bowlby no hizo hincapié en este asunto, sí era conciente de que era un tema que requería de un desarrollo teórico y empírico:

…tenemos que distinguir cuidadosamente el rol de de las figura de apego y el rol de compañera de juego. El niño busca su figura de apego cuando está cansado, hambriento, enfermo, o alarmado, o cuando está incierto en dónde se encuentra la figura de apego: cuando encuentra esta figura de apego, al principio busca proximidad y quiere ser abrazado o mimado. En contraste, el niño busca un compañero de juego cuando está en un estado de ánimo bueno y tiene confianza en donde se encuentra su figura; cuando encuentra su compañera de juego la va a querer involucrarla en interacciones juguetonas. Si este análisis es correcto, el rol de la figura de apego y el rol del compañero de juego son distintos. Sin embargo, como estos dos roles no son incompatibles, es posible que una misma figura en diferentes momentos desempeñe ambos roles (Bowlby 1969/1982, p. 307).

Nos queda claro que Bowlby pensó que el rol de la figura de apego y el rol del compañero o compañera de juego –basado en el sistema de enlace y cooperación social – tienen funciones muy distintas. Cuando el niño se siente seguro, hay una transición natural a querer interactuar socialmente en actividades placenteras. Ésta es la misma relación que existe con la exploración. La exploración y el sistema de enlace y cooperación social son dos sistemas de motivación básicos al que regresan los niños (y los adultos) cuando se sienten seguros y el sistema de apego no está activado. La exploración y el sistema de enlace social tienen muchas afinidades y oscilan de un momento a otro entre ellas.  En un momento dado el niño tal vez quiere jugar con un juguete nuevo – exploración -- y momentos después trata de involucrar a la mamá para que juegue con el juguete nuevo – el sistema de enlace y cooperación social.

 El querer disfrutar de actividades placenteras en comunión con nuestros semejantes es en sí mismo una motivación poderosa y no depende de si la actividad tiene un fin utilitario.  Esto se puede ver en experimentos comparando niños pequeños y chimpancés en una serie de actividades que requieren cooperación con un adulto humano (Warneken & Tomasello, 2006). Dos de las actividades en este experimento son de tipo utilitario y las otras dos consisten en un juego de tipo exclusivamente social. Una parte del diseño experimental consiste en suspender la actividad o el juego entre el adulto y el niño o entre el adulto y un chimpancé. Invariablemente los niños tratan de re-involucrar al adulto, aun en el caso de las dos actividades utilitarias. En cambio los chimpancés no hacen ningún esfuerzo de re-involucrar a su compañero humano y rápidamente pierden interés en el juego social. En general los niños son mucho más capaces de colaborar con los adultos que los chimpancés excepto cuando éstos están motivados por obtener comida.  Ésta es otra demostración de que en nuestra especie la motivación de querer cooperar y compartir experiencias con otros está mucho más desarrollado en comparación con los chimpancés.    

En resumen, el apego tiene una función protectora y el sistema de enlace de cooperación y enlace social tiene una función de promover la comunicación cooperativa. Una consecuencia directa de esta función cooperativa es un deseo de compartir experiencias comunes y un deseo de ser comprendido.

El modelo de la base segura y la comunicación cooperativa en la formación de una alianza terapéutica:

Una de las contribuciones más importantes de la teoría del apego a la clínica es el concepto de la base segura. En terapias efectivas de mediano a largo plazo, el terapeuta llega a funcionar como una figura de apego que facilita la exploración. La exploración en terapias de corte analítico puede ser de diversa índole, reconociendo e investigando el origen de relaciones disfuncionales, explorando eventos traumáticos y procesos defensivos, interpretando sueños o imágenes oníricas, o examinando reacciones transferenciales y contra-transferenciales. Pero nuestros pacientes vienen con historias de apego muy diferentes y en muchos casos no podemos asumir qué pacientes pueden usar al terapeuta como una base segura.

La activación prematura del apego hacia el terapeuta puede reactivar el trauma cuando todavía no ha habido suficiente tiempo de crear un ambiente de confianza y una manera de trabajar en forma conjunta que permita manejar la inestabilidad afectiva y cognitiva que acompañan a las historias de apego desorganizado traumáticas. Como es bien sabido, una historia de pérdida o trauma no resuelto suele transmitirse de una generación a otra. La consecuencia es un apego de tipo desorganizado (Main & Hesse, 1990).  Como lo ha descrito Liotti, (2008; 2000, 2004) cuando se reactivan memorias de un trauma prematuramente, con frecuencia no es posible contener la ansiedad o el pánico en el consultorio. En estos casos de trauma no solo tenemos que lidiar con procesos defensivos en nuestros pacientes que desdeñan la importancia de las relaciones de apego, y con tormentas afectivas cuando se sienten rechazados o abandonados. También hay un derrumbamiento de la capacidad de mentalización. En ese caso el paciente puede oscilar rápidamente entre distintos roles fragmentados de cuidador obsesivo, agresor o víctima que reflejan la experiencia traumática. Este mismo fenómeno ha sido descrito en la literatura del psicoanálisis relacional por Benjamin (1992, 2004) como la actualización de los roles de agresor y la víctima (doer/done to) dentro de la terapia.

Luego es imperativo establecer una forma de colaborar que no exceda las capacidades del paciente para integrar las experiencias traumáticas en una narrativa coherente. Poco a poco se pueden ir atando cabos y entender cómo las consecuencias de una historia traumática se actualizan en la relación terapéutica y en la vida del paciente. Entre más temprano podamos establecer esta alianza terapéutica, menos son la posibilidades de que las disrupciones inevitables que se presentarán produzcan una terminación prematura o un impasse difícil de resolver. 

Afortunadamente, la creación de una alianza terapéutica no depende totalmente de tener una base segura para explorar conflictos, defensas y síntomas con nuestros pacientes. De hecho, el crear una base segura muchas veces se vuelve la meta más importante de la relación terapéutica. Cuando el sistema de apego es disfuncional y no es posible por el momento crear un apego seguro como base para exploración, contamos con varios tipos de motivaciones prosociales. Además de no seguir sufriendo, contamos con el sistema de enlace y de cooperación social y el deseo de ser acompañado y comprendido. Buscamos metas terapéuticas en forma conjunta que no sean amenazantes y que nos ayuden a ganar la confianza de nuestros pacientes. Estas metas pueden ser de diferentes tipos, como medidas para evitar hospitalizaciones innecesarias, costosas y muchas veces contraproducentes, identificando personas a quien recurrir en momentos de pánico y haciéndonos disponibles en momentos de crisis. Creando alternativas a auto lastimarse encontrando modos de regular el pánico y miedo mediante la capacidad de identificar y nombrar emociones como la vergüenza, la culpa, la soledad o el pánico. Evitando conflictos interpersonales que pueden escalar en una crisis mediante el uso de reglas sencillas de comunicación, como el aprender a describir lo que uno siente en vez de atacar a la persona o a uno mismo. Evitando el buscar culpables y tratando de ver situaciones desde la perspectiva de los otros. Éstas y otras medidas le van dando confianza al paciente de que lo escuchamos, de que no estamos ahí para juzgarlos y de que podemos ayudarlos a disminuir su sufrimiento.

Un caso clínico

Presentamos a continuación un caso clínico para ilustrar la importancia en establecer un ambiente de colaboración y cercanía con pacientes con una historia de apego desorganizado y traumático.

Ana, una profesional soltera de 30 años de edad que trabaja en una organización internacional con sede en los Estados Unidos, recurre a una colega psicóloga (tercer autor) para ayudarla a sortear la muerte reciente de su madre de un tipo cáncer de mama que invade otros tejidos. Ana nació y creció en otro continente. Allá había visto varios terapeutas desde que era adolescente para que la ayudarán con una historia de un divorcio de sus padres muy tormentosa y una historia de angustia de separación con su madre, angustia que persistió hasta su muerte. Además del deceso de su madre, Ana había tenido otras dos pérdidas importantes. Un hermano mayor por suicidio cuando Ana tenía 19 años, y su papá por un alcoholismo crónico cuando Ana tenía 24 años de edad. Sobreviven dos hermanas casadas, una mayor y otra menor que radican en Europa. Cabe agregar que sus relaciones con novios han sido muy inestables y ha tenido situaciones muy conflictivas con sus hermanas y su madrastra.

Ninguna de las psicoterapias la ayudaron gran cosa ya que solo reportaba lo que le pasaba, con lo que no encontró ningún alivio. Decidió que va a dar una última oportunidad a la terapia y busca una terapeuta más activa y que la auxilie a manejar sus crisis emocionales frecuentes en que la domina el pánico, el enojo y auto-recriminaciones. El encuentro con mi colega es bueno. Después de dos meses la terapeuta le pide a Ana que tuviese una consulta con el primer autor, quien es psiquiatra, para ver si conviene cambiar o modificar un medicamento antidepresivo recetado por un medico general. El medicamento no está siendo efectivo para contener su ansiedad, y para contener periodos de desesperación durante los cuales  no le es posible a la terapeuta consolarla.

Se descubre en la consulta que el medicamento no está siendo empleado a una dosis suficiente para ser eficaz y por lo tanto se aumentó la dosis. Antes de la segunda consulta el caso es discutido y se propone un trabajo conjunto en equipo, basándose en un modelo de intervención con pacientes limítrofes en que dos terapeutas atienden al mismo paciente en sus respectivos consultorios, en un proceso de terapias paralelas. La descripción de este modelo está expuesta en varias publicaciones (Liotti et al., 2008). Solo se menciona aquí que la justificación de este modelo de terapia poco ortodoxo es que con pacientes limítrofes con historias de apego muy inestables, dos terapeutas, trabajando como equipo de terapia ayudan a contener la reactivación del trauma cuando se representa en el consultorio. Así, cuando el paciente está teniendo dificultades en contener las crisis en la sesión con uno de sus terapeutas, sabe que puede recurrir a un  segundo terapeuta para ayudarla. Este tipo de trabajo paralelo requiere de una colaboración muy cercana y un marco teórico común[6]. Los terapeutas pertenecen a un grupo de estudio que dirige el primer autor sobre el tratamiento de pacientes con historias de apego inestables y traumáticas por pérdidas no superadas. La terapeuta inicial se entusiasma con la propuesta de trabajar juntos y se decide que el segundo terapeuta presentará la idea a Ana, explicando que consiste en una extensión de su rol como psiquiatra que se encarga de sus medicamentos. Pero en vez de verla cada dos meses, su costumbre, la vería cada dos semanas con el objeto de apoyar su trabajo terapéutico con el de su colega. Se le  informa a Ana que los dos terapeutas estarán en comunicación constante para coordinar su trabajo, y que ella no va tener que “hacer reportes” sobre lo que está discutiendo con cada uno de ellos, a menos que ella lo traiga a colación. Su reacción inicial es negativa. El segundo terapeuta la escucha y no insiste. Minutos después de terminar la sesión, Ana regresa al consultorio y dice que quisiera intentar lo propuesto, pero con una modificación. Dice que quiere ver al segundo terapeuta una vez por semana para llegar a conocerlo más rápidamente. Este arreglo ha continuado sin cambios por cinco años. Ana rápidamente se sintió a gusto con este modo de trabajar juntos. Desde el principio empieza haber una diferencia en los roles que Ana asigna s sus terapeutas. Estos diferentes roles transferenciales han fluctuado durante los años pero se han estabilizado en los últimos dos años donde los terapeutas se han convertidos, cada uno a su manera, en padres adoptivos. Durante los primeros dos años, con la primera terapeuta habla de “cosas de mujeres” y trabajan sobre todo en la forma constante en que se critica a ella misma, sobre todo en las relaciones románticas. Con el segundo terapeuta exponía sus experiencias más traumáticas con su mamá y su desesperación. Lo que resultaba en común en ambos procesos son sus autocríticas constantes y episodios de desesperación donde es muy difícil consolarla.

La terapia se enfoca al principio en la muerte muy dolorosa y traumática de su madre. Seis meses antes de que se muriera, la madre les dice a sus hijas que se terminó su rol de mamá y que quiere poner toda su atención en una nueva relación. Ante esta postura emocional no hay manera de iniciar un proceso de despedida. Aunque se aleja de sus hijas, a la vez la madre las recrimina por no estar más presentes. Llegamos a entender que esta postura emocional confusa (estoy abrumada de ser su madre, pero si me abandonan las haré sentirse culpables) es un mensaje que Ana ha recibido desde niña. Por ejemplo, un par de años después del divorcio de sus padres, cuando Ana tenía 6 o 7 años edad, la madre llevo inesperadamente un hombre a su casa. Cuando Ana descubre en la noche a ese hombre en la cama de su madre, va al baño y empieza a llorar. Al despertar por el llanto, la madre en un tono de irritación le dice que no haga más dramas, y le advierte que es tiempo de que se dé cuenta de que ella tiene una vida propia.

Desde muy pequeña Ana sufre de una ansiedad devastadora cuando está separada de su mamá. Ir a la escuela o ir de vacaciones con su papá se volvía un suplicio. Se la pasa pensando en lo duro que trabaja su madre para sostenerlos, tanto a su hermano como a sus dos hermanas. La madre logra obtener un certificado como terapeuta y consigue un trabajo con pacientes muy enfermos en un hospital psiquiátrico en el que muestra gran dedicación e interés. Ana admira la tenacidad y empeño de la madre de salir adelante y buscar crear una situación económica mas holgada. Pero su angustia de separación se vuelve un irritante para la madre, que no sabe como consolarla y para sus hermanas que la critican por su “mamitis”. Esta angustia de separación constante deja muy poco espacio para su propio desarrollo y para pensar en ella misma. Así, nos dice Ana que en contraste con otras amigas de su niñez y adolescencia, jamás se permitió la idea de tener un novio con quien poder ilusionarse y pensar que podría crear una familia propia. Simplemente no concebía como podía estar emocionalmente separada de su madre.

Después de un par de años Ana empieza a estabilizarse y su pánico constante empieza a disminuir.  A pesar de que estos cambios tangibles, sus autocríticas no disminuían de intensidad y seguían siendo feroces. Los terapeutas nos enfocamos en su niñez haciendo énfasis en la falta de empatía por parte de su familia a sus sentimientos de desamparo. Ana había dejado de idealizar a su mamá y podía ver claramente que todo lo que recordaba era confirmado por otros miembros o amigos de la familia. La madre era una mujer muy inteligente y emprendedora, con la misión de encontrar otro hombre en su vida.  Pero la inteligencia muchas veces rayaba en arrogancia, y los hombres que escogía la madre eran menos educados que ella e inmaduros. Todas estas preocupaciones de la madre hacían que tuviera una relación emocional muy inconsistente con sus hijas e hijo. Con el trabajo que habíamos hecho juntos Ana podía intelectualmente tener simpatía por la niña asustada e insegura de su niñez, pero emocionalmente se sentía totalmente desvinculada con ella. Esto empieza a cambiar durante el cuarto año de la terapia cuando comienza a tener una serie de sueños sobre una niña. El primer sueño es el más dramático. En el sueño ve a una niña de 5 o 6 años de edad que agarra una piedra muy grande y empieza a golpearse en el pecho con ella. Ana ve esta escena con horror y le dice a la niña “no es necesario que hagas esto hay otras maneras de manejar la situación”. El sueño tiene un impacto enorme en Ana, no solamente porque ve claramente en esa escena onírica su auto-flagelación, y como la flagelación es una expresión brutal de la culpa que ha asumido por la situación familiar. Pero aún de mayor importancia, por primera vez Ana siente empatía por “esa niña”. En otro sueño ve a una niña casi autista que está desconectada de los demás. Pero en sueños subsiguientes la niña se ve más normal y Ana empieza a cuidarla.

Algunos aspectos transferenciales de la terapia

Hubo dos aspectos difíciles de tratar con Ana, su dificultad en ser consolada, y que  ocasionalmente su pánico y desesperación se convertían en ataques o enojo hacia nosotros. A medida que hemos trabajado juntos, los episodios de desconsuelo y desesperación empezaron a ser motivo de nuestra curiosidad. En una sesión importante durante el segundo año de la terapia, Ana le dice al psiquiatra que tal vez su desconsuelo y su llanto  son una manera de asegurarse de que no la va a abandonar. Entre más desconsolada, mas el terapeuta tiene que estar presente. Por otro lado estos episodios son una “prueba” de si su terapeuta puede suportar su llanto y desesperación. Unos meses después hace la conexión con su madre y se da cuenta de que tal vez una razón por la que nunca aceptaba o reconocía los esfuerzos de su mamá por consolarla tenía la misma lógica. Si reconocía esos esfuerzos, esto le daría “permiso” a su madre para estar aún más lejana.

Los ataques ocasionales en la terapia generalmente ocurrían al final de la sesión y se acompañaban de quejas de que no le estábamos dando las “herramientas” pare manejar sus episodios de pánico y desesperación, o que no le explicábamos con suficiente claridad los mecanismos psicológicos que generaban el pánico. La queja incrementaba en intensidad y culminaba en una exigencia que le proporcionáramos una explicación tajante y definitiva. En esos momentos había una atmósfera de desesperación en la oficina, no había lugar para incertidumbre. Cualquier gesto de tensión lo notaba Ana y la irritaba más. Le explicábamos a Ana que hay ocasiones en la vida en donde es importante ser tajante, pero en relaciones interpersonales es raro que haya una situación en donde las situaciones se pueden definir en blanco o negro. Sus crisis interpersonales se prestaban a un análisis sutil. Este tipo de reflexiones no satisfacían a Ana, y en más de una ocasión se salía furiosa de la sesión. La comprensión de estas crisis se fue dando poco a poco. Ana nos atribuía en momentos críticos un grado de omnipotencia y estaba convencida de que teníamos a nuestra disposición el conocimiento de cómo ayudarla, y si no la ayudábamos era por flojera o falta de interés. En parte la exigencia de querer repuestas definitivas y tajantes se debía al pánico en que se encontraba. Pero este deseo de querer tener respuestas absolutas es algo que había aprendido en su familia, sobe todo de su madre y en ocasiones de sus hermanas. Ana vió a la madre resolver conflictos en sus relaciones románticas de una manera contundente – como cuando decide divorciarse súbitamente del padre de Ana. Con su madre toda conflicto interpersonal serio con hombres requería una decisión súbita. Según la madre cualquier vacilación era señal de debilidad emocional de parte de las mujeres. En general había poca tolerancia para expresiones de ternura y empatía. No se le había ocurrido a Ana que tal vez no era cuestión de una explicación intelectual o de bravura, sino de la capacidad de ser sensible a comunicaciones emocionales y el poder estar emocionalmente presente en estos momentos de crisis para abrir el espacio para reflexiones conjuntas. Otro elemento importante en resolver estas crisis transferenciales fue el empezar a entender que en todas sus relaciones interpersonales, sobre todo las relaciones íntimas, había un elemento de desconfianza profundo. Otro mensaje que recibió Ana desde niña, sobre todo de su mamá y sus tías, es que no había que confiar en nadie, mucho menos en los hombres.

El ir revelando a Ana como nos sentíamos en esos momentos resultó muy útil. Le dijimos a Ana que lejos de tener las respuestas que buscaba, en esos momentos de crisis cuando nos exigía respuestas y se enfurecía con nosotros porque no le dábamos respuestas satisfactorias, nos sentíamos confundidos y ansiosos. Le aseguramos que estábamos haciendo todo lo posible por contener nuestra ansiedad y la suya, para así poder ayudarla. Al principio Ana no nos creía, pero se dió cuenta que este tipo de reacciones se habían dado en sus relaciones románticas y con sus hermanas. Cuando se siente criticada o abandonada Ana oscila entre atacarse a ella misma, la reacción más frecuente, o en atacar al otro, la reacción menos frecuente. Convencimos a Ana que examinar las circunstancias que generaban estas crisis en la terapia era una oportunidad para aprender de ellas y encontrar maneras nuevas de manejarlas. Pero para ello era necesario contener la necesidad imperiosa de tener una solución inmediata y definitiva y cuestionar su falta de confianza en los demás.

Los terapeutas hemos podido ver a Ana crecer en su trabajo con nosotros, en la medida que ha ido desarrollando una relación con un hombre con quien lleva ya tres años. Su novio es muy cariñoso y sensible, y tienen una relación donde pueden gozar de su compañía y divertirse. Esto es una experiencia totalmente nueva para ella. La relación tiene muchas complicaciones ya que es un hombre que está separado—el divorcio está por ser finalizado. Hubo un rompimiento cuando la ex-esposa decide llevarse a sus hijas a vivir con su familia en otro país sin el consentimiento del papá. Esto es un golpe muy duro para su novio y produce un rompimiento en la relación con Ana.  Después de unos meses pudieron hablar de la situación en forma mas calmada y deciden vivir juntos. Ana está atendiendo a manejar sus emociones violentas y su pánico en forma mucho más calmada y efectiva. Por primera vez ha contemplado la posibilidad de viajar con su novio si este decide vivir en un país donde pueda estar geográficamente más cerca de sus hijas. El contemplar esta posibilidad significa un paso gigantesco para Ana, ya que nos hemos convertido en una base para su estabilidad emocional. El que Ana pueda apostar su futuro en la relación con su novio, sabiendo que estaremos siempre pendiente de ella, es testimonio del enorme camino que hemos recorrido juntos en cinco años

Las bases para trabajar con Ana se sentaron al principio cuando accedió a experimentar con un tipo de terapia poco ortodoxo. Creemos que el modelo de terapia de tener dos terapeutas colaborando juntos en terapias paralelas en si mismo ha tenido efectos positivo para Ana. Ella ha notado que a pesar de tener estilos de trabajo diferentes, y en ocasiones interpretaciones diferentes del proceso terapéutico, podemos colaborar juntos respetando nuestra diferencias. Ana muchas veces ha comentado sobre estas diferencias y ha encontrado que nuestros estilos y forma de trabajar se complementan. Esta confianza en la relación con sus terapeutas le permitió usarnos en forma diferente y desarrollar una transferencia con cada uno de nosotros muy intensa. La constelación transferencial con el primer autor ha sido generalmente positiva, una padre benévolo con el cual podía traer la relación difícil y traumática con su madre pero con crisis ocasionales en que aparecen su desconfianza y su miedo de ser abandonada. Cuando la crisis se superaba esto liberaba a Ana a traer en la terapia con el tercer autor otros temas muy importantes, como sus autocríticas brutales y lo vulnerable que se sentía en relaciones románticas. Estaba convencida que el primer autor la vería como un caso patético. No quería exponer esa vulnerabilidad y sentirse “ridícula” con un terapeuta hombre. Como acabamos de describir, paulatinamente Ana empezó a expresar su enojo con sus dos terapeutas por no darle las “herramientas” para superar sus crisis emocionales. El haber podido entender esta transferencia complicada y explosiva nos ha permitido seguir la labor analítica con mayor confianza y esperanza. En este caso en particular, el modelo colaborativo ha sentado la base para crear una base segura con Ana. 

Hasta ahora hemos hablado de los posibles beneficios que este tipo de terapia paralela puede tener para pacientes como Ana, que han sufrido muchas pérdidas y vienen con historias da apego muy inestables. Queremos concluir con los beneficios para los terapeutas. Creemos que si hubiéramos trabajado con Ana en nuestros consultorios solos no hubiéramos tenido tanto éxito. El poder apoyarnos mutuamente y poder discutir el caso con regularidad nos ha dado una gran tranquilidad. A medida que Ana avanza en su trabajo y logramos tener una mejor comprensión de sus problemas de apego y de sus reacciones transferenciales y nuestras reacciones contratransferenciales, ha incrementado nuestra satisfacción con el trabajo y nuestro optimismo de que vamos por buen camino. 

Cualquier terapia de corte analítico requiere el ir creando una base segura para la exploración y un proceso de comprensión de los procesos de desarrollo que ayudan a entender las dificultades y conflictos que nuestros pacientes presentan en sus relaciones íntimas. Frecuentemente estas dificultades quedan iluminadas en las reacciones transferenciales y contra-transferenciales que se van desenvolviendo en la terapia. El crear un ambiente de confianza en la terapia, el tener fe de que el terapeuta está comprometido con el bienestar del paciente, el poder compartir experiencias amargas y momentos de triunfo y la experiencia de ser escuchado, consolado y comprendido son las bases para una buen desenlace del proceso analítico. La teoría de apego nos ayuda enormemente en la búsqueda de una base segura, mientras que las teorías intersubjetivas, como la que hemos expuesto nos proporcionan fundamentos para ir creando una comunicación cooperativa en que la se comparten experiencias profundas y se llega a la comprensión de conflictos y dificultades en las relaciones humanas.

Conclusión

Hemos introducido el tema de la enorme importancia que tiene la cooperación durante la filogenia, la ontogenia y durante el trabajo clínico. Hemos enfatizado que esta comunicación y cooperación intersubjetiva tiene componentes socio-cognitivos y componentes motivacionales y que son las motivaciones prosociales las que nos permiten cooperar y comunicarnos a niveles más profundos. No por ello pensamos que la importancia del rango, el poder y la competitividad dejan de ser importantes en nuestra especie. Después de todo somos descendientes de simios en los que la importancia del rango y la competitividad juegan papeles centrales en su organización social. Pero en nuestra especie, la capacidad de cooperar a niveles mucho más sofisticados es una de las características más importantes que nos distingue de otros simios.

 

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[1] Los chimpancés en este estudio viven en un santuario en África para chimpancés huérfanos. Los chimpancés viven en condiciones semi-naturales. Durante el día habitan en el bosque en una zona protegida muy extensa. Para mayor seguridad, los chimpancés regresan a la noche a un albergue común para evitar que cazadores furtivos humanos se aprovechen de la obscuridad para cazarlos. Los orangutanes viven en situaciones similares en un santuario en Indonesia. Las pruebas de habilidades sociales y habilidades cognitivas que ayudan a adaptarse al medio ambiente material fueron diseñadas ecológicamente para capturar estas habilidades en la forma en que se despliegan en un ambiente natural. Muestras previas mostraron que estas diferencias de edad entre los chimpancés y los orangutanes no modificaron los resultados en forma substancial.

[2] El consenso general es que Homo erectus no es una especie única sino una amalgama de poblaciones muy parecidas. Por ejemplo, algunos autores usan el nombre de Homo ergaster para referirse al primer al primer representante de Homo erectus Africano.

[3] Tuvimos un ancestro común con los Callitrichinae hace 35 millones de años y con los simios hace 6 millones de años. Somos el único miembro de los simios con un tipo de crianza colectiva.

[4] Los datos corresponden a grupos de cazadores y recolectores nómadas estudiados antes de que tuvieran acceso a formas de contracepción modernas.

[5] Los chimpancés sí comprenden el concepto de intencionalidad en condiciones competitivas. Si el mismo experimento se hace con un diseño competitivo, los chimpancés escogen la cubeta con comida (Hare & Tomasello, 2004). Los chimpancés han evolucionado en un ambiente altamente competitivo. Sus actividades cooperativas se limitan a formar coaliciones para mantener su posición jerárquica e ir en expediciones conjuntas para mantener su territorio (Mitani, 2006). Ocasionalmente cazan juntos, pero no hay un plan conjunto como se ve en los grupos de cazadores y recolectores humanos, sino una estrategia de rodear a la presa y atacar en grupo, como se observa en los lobos. 

[6] Una reacción común de muchos de nuestros colegas al oír de este tipo de terapia paralela es de escepticismo, y una preocupación  de que este tipo de terapia puede generar un “splitting” que resulte destructivo para el paciente. Esta inquietud es válida y hay que tomar muchas medidas para evitar una fragmentación mediante consultas semanales entre terapeutas y trabajo dentro de un grupo de apoyo. Lo fascinante del proceso es que en efecto, en cada díada se dan reacciones transferenciales y contra-transferenciales diferentes. Pero mientras que estas reacciones sean contenidas, su regulación y comprensión producen resultados poderosos que no podrían haberse anticipado y que resultan sorprendentes para los pacientes y los terapeutas.