aperturas psicoanalíticas

aperturas psicoanalíticas

revista internacional de psicoanálisis

Número 053 2016

La teoría de los sueños y la ciencia: una revisión

Autor: Givrad, Soudabeh
Dream Theory and Science: A Review fue publicado originalmente en Psychoanalytic Inquiry, 36:3, 199-213. Traducido y publicado con autorización.
Traducción: Marta González Baz
Revisión: Hugo Bleichmar
[Nota de la Redacción: el trabajo consiste en dos partes: a) una más neurofisiológica, basada en estudios electrofisiológicos, de neuroimagen, y de pacientes con daño cerebral que trata de explicar el origen y función general de los sueños en base a la activación de distintas partes del cerebro, la protuberancia y el bulbo); b) otra más descriptiva sobre los sueños de los niños a distintas edades, del tipo de pesadillas, del papel del trauma. Parte esta última que probablemente pueda interesar más a los profesionales dedicados a la clínica].
Resumen
Los sueños son una parte fundamental de nuestras vidas, que ha fascinado y mistificado a las personas durante siglos, y sobre el que aun hay escaso consenso acerca de su origen y su función. Hay algunas teorías que enfatizan el papel autónomo de estructuras cerebrales más profundas y consideran el soñar como un epifenómeno de sueño de movimiento ocular rápido (REM [Rapid Eye Movement]) sin un significado que descifrar. Otras teorías indican un papel en el procesamiento emocional, la consolidación de la memoria, o los roles evolutivos para preparar a las personas para afrontar las amenazas cuando estén despiertos. La mayoría de los estudios se han centrado en explorar los sueños y sus correlatos neuronales en los adultos, y por tanto la gente aún tiene una comprensión limitada del soñar en los niños. En esta revisión, discuto algunos de los hallazgos y teorías pasados y presentes sobre la fenomenología, los fundamentos neuronales y la función del soñar en general, haciendo énfasis en los hallazgos en niños.
Abstract
Dreams are a fundamental part of our lives that have fascinated and mystified people for centuries and yet there has been little consensus on their origin and function. There are some theories that emphasize the autonomous role of deeper brain structures and see dreaming as an epiphenomenon of rapid-eye movement (REM) sleep without a meaning to decipher. Other theories indicate a role in emotional processing, memory consolidation, or evolutionary roles in preparing people to face threats when awake. Most studies have focused on exploring dreams and their neural correlates in adults, and therefore people still have a limited understanding of dreaming in children. In this review, I discuss some of the past and current findings and theories about the phenom- enology, neural underpinnings, and function of dreaming in general with an emphasis on findings in children.
A pesar de los muchos estudios clínicos y científicos, la comprensión de los fundamentos neuronales de los sueños sigue siendo muy limitada. Cuando se trata de entender el fenómeno de soñar desde una perspectiva evolutiva/neuroevolutiva, la ciencia se queda aún más rezagada. Muchos investigadores han intentado estudiar los sueños en los niños; sin embargo, como resultado de las limitaciones y dificultades en el estudio de los sueños en general y en esta población en particular, la ciencia de la investigación de los sueños en los niños ha progresado lentamente. Más aún, los estudios que se fijan en los aspectos evolutivos del soñar han arrojado resultados controvertidos (Sándor, Szakadát y Bódizs, 2014). En realidad, hay poco consenso sobre la existencia de diferencias significativas en los diversos grupos de edad y la posible naturaleza de estas diferencias.
Los problemas metodológicos están entre las importantes dificultades a las que se han enfrentado los científicos al estudiar los sueños. Los sueños solo pueden estudiarse retrospectivamente y mediante el informe subjetivo del que sueña. Por tanto, cualquier intento de estudiar los sueños sistemáticamente tiene que incorporar informes en primera persona. En los estudios científicos, se ha cuestionado la fiabilidad de los informes del sueño. Entre otros factores, los informes fiables de los sueños dependen de la capacidad para recordar y recuperar los detalles del sueño, así como en las habilidades cognitivas y de lenguaje para articular los detalles y complejidades de este fenómeno mental. La importancia y el efecto de estos factores se hacen aún más prominentes en los niños, que pueden no tener la capacidad verbal, cognitiva y emocional para describir todos los detalles sensoriales y emocionales de los sueños. Los niños también pueden evitar hablar de los sueños que les provocan angustia o añadir o cambiar partes de los sueños cuando los cuentan (Sándor y col., 2014).
En esta breve revisión, discuto en primer lugar la comprensión actual del soñar, sus correlatos neuronales, y algunas de las teorías existentes sobre el papel del soñar. Tras esta perspectiva general, describo algunas de las dificultades metodológicas que han limitado los estudios científicos de los sueños y su fiabilidad. Luego resumo algunos de los datos disponibles sobre el soñar en los niños. Es importante apuntar que esta revisión pretende describir algunos de los datos y perspectivas más sobresalientes sobre el soñar, pero no pretende ser una revisión exhaustiva de toda la investigación, teorías y conocimiento existentes acerca del soñar.
Historia de la investigación sobre los sueños
Los estudios iniciales sobre los sueños emergieron en el siglo XIX y se centraban principalmente en la fenomenología de los sueños. Sin embargo, el surgimiento de dos movimientos diferentes en psicología al comienzo del siglo XX, el psicoanálisis y el conductismo, ralentizaron el flujo de estudios sistemáticos sobre los sueños. Las perspectivas psicoanalíticas ponen un mayor énfasis en el significado y la importancia de los sueños y lo que representan en la vida de cada individuo, mientras que el conductismo cuestionaba la existencia de experiencias mentales tal como los sueños. Por tanto, cada movimiento, a su manera, desacreditaba el estudio más sistemático de los sueños en muestras de mayor tamaño (Desseilles, Dang-Vu, Sterpenich y Schwartz, 2011).
En los años 50, Kleitman y sus colegas describieron episodios durante el sueño que se acompañaban de una elevada actividad cortical, actividad de alta frecuencia/baja amplitud en encefalograma (EEG), mayor ritmo cardiaco y actividad respiratoria, y movimientos oculares rápidos. Llamaron a estos episodios sueño de movimiento ocular rápido (REM). Más adelante, se notó que estos episodios se acompañaban también de atonía muscular (Aserinsky y Kleitman, 1953; Desseilles y col., 2011). En los experimentos realizados en el laboratorio de Kleitman, los despertares precedidos de una fase REM resultaban en sueños más vívidos, emocionales, intensos y extravagantes con un recuerdo más prolongado del sueño. También informaron que los despertares del sueño REM daban lugar a un 80% de recuerdo del sueño, comparado con el 10% de recuerdo del sueño en los despertares en fase de sueño no REM (NREM) (Solms, 2000; Ruby, 2011). Por tanto, ellos concluyeron que el soñar está asociado con el sueño REM y tiene lugar durante el mismo. A partir de aquí, los científicos en busca de una medición objetiva para estudiar el soñar consideraron al sueño REM como el equivalente fisiológico del soñar y lo estudiaron para entender mejor los sueños. Esto llevó a varios científicos a elaborar la hipótesis de que el sueño REM y el soñar tienen el mismo origen, una noción que más adelante fue desafiada por otros, debido a hallazgos que mostraron mecanismos y orígenes potencialmente diferentes para ambos. A continuación, discutiré primero algunas de las teorías sobre el funcionamiento del soñar, y a continuación resumiré algunos de los hallazgos de neuroimagen y lesiones hasta la fecha.
Diversas teorías sobre la función de los sueños
Muchas de las teorías sobre los sueños se basan en la evidencia de estudios fenomenológicos, neurofisiológicos, de neuroimagen y de lesión cerebral. En la primera mitad del siglo XX, Freud introdujo su teoría de los sueños, que postulaba que decodificar el contenido de los sueños ofrecía un insight del material inconsciente y ayudaba al individuo a manejar las dificultades en la vida impulsadas por estos pensamientos o sentimientos inconscientes.
Como hemos descrito anteriormente, el descubrimiento de la fase REM del sueño y su asociación con el soñar en los años 50 por parte de Kleitman y Aserinsky (1953) dio lugar a una serie de estudios que intentaban entender sus fundamentos neuronales. Se halló que el sueño REM emerge como resultado de una actividad que se origina en una parte de la protuberancia y el bulbo raquídeo. Hobson y sus colegas propusieron que durante el sueño REM, los estallidos ascendentes espontáneos y cíclicos ponto-genículo-occipitales colinérgicos de activación ocasionan el movimiento rápido de ojos mediante su efecto en las estructuras corticales del cerebro frontal y medio. En su hipótesis de activación-síntesis, proponían que esta activación se interpreta dentro del marco de recuerdos y esquemas de interpretación ya existentes mediante el cerebro frontal y, por tanto, concluían que el soñar es un epifenómeno del sueño REM sin una función específica (Hobson y McCarley, 1977). En ese marco, los sueños de los niños se describen como extravagantes y complejos en su contenido e imaginería visual de un modo similar a los de los adultos (Sándor y col., 2014).
En contraste con el modelo de AIM (activación, regulación de input-output, modulación), la perspectiva psicoanalítica generada por Solms propone que la conexión entre el sueño REM y el soñar no es tan fuerte como se planteó anteriormente. De hecho, estudios posteriores habían mostrado que alrededor de un 50% de los despertares durante el sueño NREM (NO REM( provocaban el contar los sueños y de estos sueños de la fase NREM alrededor de un 20% eran muy similares a los relatos del sueño durante la fase REM en cuanto a calidad. En sus propios estudios, Solms examinó los relatos de sueños en una serie de individuos con daño en distintas regiones cerebrales. Halló que el daño al tronco cerebral y la protuberancia detiene el sueño REM pero no así el flujo del soñar. Es más, en su población base, un número significativo de pacientes con lesiones en el cerebro frontal, pero sin déficits en el tronco cerebral, no podían soñar pero seguían teniendo sueño REM. Basándose en estos hallazgos y en una extensa revisión de la literatura, concluyó que el sueño REM no es necesario ni suficiente para el soñar. Concluyó que el soñar y el sueño REM eran “estados doblemente disociados” (Solms, 2011, p. 519) en tanto que uno puede soñar sin tener sueño REM y es posible tener sueño REM sin soñar (para más información sobre estos estudios de lesión, ver la sección a continuación). Solms sostenía que la comprensión actual del soñar es muy consistente con la teoría del sueño de Freud (Solms, 1995, 2000; Domhoff, 2001; Sándor y col., 2014).
Algunos investigadores y clínicos establecen la hipótesis de que los sueños tienen un papel significativo a la hora de modular el humor y las emociones. Por ejemplo, Kramer proponía que el sueño REM ocasiona una explosión de excitación afectiva (aumento en las respuestas fisiológicas y la actividad del sistema límbico). Planteaba que los sueños contienen y modulan estos arrebatos afectivos con su contenido de solución de problemas y, por tanto, ajustan las emociones asociadas con estos contenidos. Kramer también sugirió un proceso sucesivo progresivo-secuencial para los sueños a lo largo de la noche, es decir, la secuencia de sueños va de un contenido negativo más intenso al comienzo del sueño hasta un contenido menos negativa hacia el final del mismo. Hay cierta evidencia empírica que apoya los efectos reguladores que el soñar tiene sobre el estado de ánimo y que también muestran una asociación longitudinal entre el contenido emocional de los sueños y el estado de ánimo (Kramer, 1991, 1993). Algunos investigadores creen que los sueños desempeñan un papel en la reducción de estrés (Hoss, 2013). Otros propusieron que los sueños no solo ayudan a entender y procesar las emociones y conflictos mientras dormimos, sino que también desempeñan un papel similar en el estado de vigilia porque intentamos recordarlos, entenderlos y analizarlos, lo que podría dar lugar a la resolución de problemas. De forma parecida, Hartmann sugería que el soñar recuerda, en muchos sentidos, a la psicoterapia psicodinámica. Sostenía que ambos procesos intentan liberar el proceso asociativo, estableciendo conexiones psicológicas al tiempo que impiden la actuación, dentro de un entorno seguro. En su opinión, esto es especialmente cierto tras un trauma agudo cuando el individuo necesita un espacio para elaborar temas resultantes del acontecimiento traumático. Cree que esta semejanza va más allá de una simple metáfora, y que el soñar puede tener una función cuasiterapéutica (Hartmann, 1995). 
Se ha sugerido que dormir y soñar también desempeñan un papel en la reactivación y consolidación de la memoria. Los estudios han demostrado que dormir tras aprender sobre un tema da lugar a un mejor resultado en un examen sobre ese tema. Las evidencias muestran que el material aprendido antes del sueño se representa en sueños, especialmente en los estados NREM al comienzo del sueño. Más aún, los estudios de neuroimagen han mostrado que las mismas regiones que se activan durante el aprendizaje previo al sueño se activan preferentemente durante el sueño y que existe una correlación entre su actividad durante el sueño y el resultado que obtiene un individuo en una prueba tras el sueño. Más recientemente, se ha focalizado nuevamente en la función cerebral durante el estado despierto de reposo cuando se reduce significativamente el procesamiento de los estímulos externos (“modo por defecto” del cerebro; Wamsley y Stickgold, 2010). Los estudios de neuroimagen muestran que en este “modo por defecto” del cerebro hay varias regiones activas y procesando información. En su teoría, basada en la neurociencia cognitiva de la memoria, Wamsley y Stickgold sostenían que existen semejanzas significativas entre las imágenes, la actividad cognitiva y el contenido de los sueños y la experiencia consciente durante los periodos de (estados despiertos en que están reducidos los estímulos externos (tales como las ensoñaciones). También se basan en la evidencia que muestra un solapamiento sustancial de la actividad regional cerebral durante estos dos estados, en concreto la activación de la corteza prefrontal medial y el lóbulo temporal medial, implicados en el procesamiento de la memoria. Por tanto, proponían que soñar, al igual que los estados despiertos de reposo (con disminución de los estímulos externo) y como una parte del continuum de la conciencia, contribuye al procesamiento de los recuerdos pasados y prepara al individuo para el futuro (Wamsley y col., 2010; Wamsley y Stickgold, 2010; Wamsley, 2014).
También hay numerosas teorías sobre el soñar de orientación evolutiva que comparten algunas semejanzas con la opinión de Wamsley y Stickgold. Foulkes (2002) proponía una teoría cognitiva-evolutiva del soñar basada en amplios estudios longitudinales y verticales en niños de diversas edades. Foulkes planteó hipótesis sobre los efectos del soñar, en oposición al propósito del soñar. Desde su punto de vista, el soñar sólo puede afectar a aquellos que son capaces de soñar y esto se limita a los seres humanos post-infantiles. Sostenía que, puesto que a la edad en que los humanos son capaces de tener sueños más complicados, sus tareas elementales de adaptación biológica o social ya están operativas, el soñar no puede tener un papel significativo en estas áreas. Proponía que el soñar debería entenderse dentro del marco de cognición consciente, y que cualquier intento de entender su función debería estar relacionado con entender la función de la conciencia en general. Consideraba el soñar como un subproducto de la activación cortical y la conciencia generadas internamente. En línea con esto, sugería que el soñar tiene lugar porque tiene que suceder dadas las capacidades cognitivas que las personas desarrollan con los años (la capacidad para generar “representaciones conscientes de información actualmente activa” [capítulo 7]. Basado en los datos de sus estudios longitudinales y transversales sobre los sueños a lo largo del desarrollo (ver más sobre sus estudios y hallazgos a continuación), sacó la conclusión de que soñar sigue ciertos patrones graduales que Piaget había descrito para las habilidades cognitivas en sus estadios evolutivos (Foulkes, 2002).
En la segunda teoría de orientación evolutiva, Domhohh (2001) estableció una teoría neurocognitiva de los sueños que se basa en la neuroimagen y en  hallazgos de lesiones neuroanatómicas, como los de Solms, y también en datos de los estudios de Foulkes que muestran una trayectoria evolutiva hacia el soñar en los niños, que se alinea con el desarrollo de sus habilidades cognitivas y visuales espaciales. También usaba datos de estudios sobre el contenido del sueño que muestran contenido repetitivo estrechamente relacionado con los pensamientos, emociones y preocupaciones durante la vigilia. Proponía que soñar es un logro cognitivo evolutivo relacionado con contenido emocional y perceptual actual y pasado. Su teoría también enfatiza la importancia de dos principios: el principio de continuidad y el principio de repetición. El principio de continuidad que él proponía se basaba en la evidencia de que el contenido de los sueños está relacionado y en continuidad con las emociones, los pensamientos y las percepciones que tenemos durante la vigilia. El principio de repetición refleja el contenido repetitivo de los sueños y se deriva de la evidencia de los temas y contenido de los sueños repetidos a lo largo de la vida de un individuo. Es más, más recientemente, basados en la evidencia que muestra la activación de fundamentos neuronales semejantes en la cognición del sueño y de la vigilia, tal como la divagación mental, Domhoff concluyó que el soñar puede ser, de hecho, una forma totalmente desarrollada de divagación mental y, por tanto, actuar como “la quintaesencia de la simulación cognitiva” (Domhoff, 2011, p. 1172). Al igual que Foules, sostenía que la mente sueña simplemente porque puede. Al contrario que las teorías que consideran el soñar como un epifenómeno del sueño REM y desprovisto de significado que descifrar, Domhoff también considera que los sueños tienen un significado psicológico y una función cultural notables (Somhoff, 2001, 2011).
Dos teorías enfatizan los contenidos más negativos de los sueños. Una, la teoría de simulación de amenaza, mira la función del sueño desde una perspectiva evolutiva. Propone que simulando los acontecimientos y condiciones amenazantes encontrados durante el estado de vigilia, los sueños ofrecen un lugar seguro para practicar las habilidades neurocognitivas que se requieren para reconocer y procesar estas amenazas. Se establece la hipótesis de que este entrenamiento de evitación de la amenaza tiene beneficios para la supervivencia (Revonsuo, 2000). Hay un cierto soporte empírico para esta teoría. Sin embargo, algunos han sostenido que esta función evolutiva y adaptativa no se da en todos los casos (Nielsen y Levin, 2007). En el trastorno de estrés postraumático (TEPT), por ejemplo, el aumento en la gravedad y la frecuencia de las pesadillas indica una mayor gravedad de la psicopatología. Esto es evidente en los sueños de los niños expuestos a acontecimientos traumáticos, que tienen más sueños de amenazas y una mayor severidad del contenido de la amenaza. Es más, en muchos casos, el contenido amenazante del sueño no es relevante para los acontecimientos de la vida real. Para entender esto, algunos han elaborado la hipótesis de que incluso aunque, históricamente, esta función del sueño ha sido útil para la supervivencia, debido a cambios en la vida actual de las personas, los sueños ya no pueden cumplir su función biológica.
La otra teoría que se centra en entender los sueños negativos y las pesadillas propone un modelo neurocognitivo más integrador y se llama disfunción de la red afectiva (DRA). Nielsen y Levin (2007) basaron su modelo DRA en la neuroimagen reciente sobre el sueño, la fisiología del sueño, el trastorno de estrés postraumático, el trastorno de ansiedad, el memoria del miedo y los hallazgos sobre personalidad. A un nivel cognitivo de explicación, la DRA establece la hipótesis de que los sueños tienen un papel en la extinción del memoria del miedo. Esto se logra mientras se sueña emparejando el estímulo condicionado por el miedo con otros estímulos distintos a aquellos con los que estaba emparejado en la vida real, creando así una oportunidad para que el estímulo del miedo sea sentido en contextos emocionales diferentes. Al igual que con el aspecto neuronal, ellos proponen la implicación de regiones límbicas, paralímbicas y prefrontales. En los niños, la corteza medial prefrontal madura más tarde y, como resultado, es de esperar –según esta teoría- que los niños tendrían una mayor disfunción en el sistema de extinción del memoria del miedo y tendrían más pesadillas, lo que se ve apoyado por la evidencia empírica (Nielsen y Levin, 2007).
Neuroimagen y estudio de lesiones
Hallazgos de neuroimagen
En los años 90, los científicos comenzaron a utilizar técnicas de neuroimagen para estudiar el sueño y el soñar. Las técnicas más comúnmente utilizadas han sido la tomografía por emisión de positrones y la resonancia magnética funcional. Estos estudios de imagen se han fijado principalmente en el patrón de la activación regional del cerebro durante el sueño REM. Así, obteniendo informes subjetivos del contenido del sueño, emparejados con datos sobre la actividad regional cerebral durante el soñar y conectando estos datos con lo que se sabe sobre la función de estas mismas regiones durante la vigilia, pueden sacarse conclusiones sobre los correlatos neuronales del soñar (Kussé y col., 2010).
Para estudiar el sueño, la mayoría de los estudios de neuroimagen han estudiado la actividad cerebral durante el sueño REM. Los estudios iniciales confirmaron lo que se sabía a partir de los estudios por EEG. Mostraban un mayor metabolismo de energía y un incremento generalizado en el flujo sanguíneo cerebral durante el sueño REM, lo que se relacionó con patrón de elevada activación de neuronas (casi tantas como durante la vigilia) (Deseilles y col., 2011). A pesar de esta semejanza entre el sueño REM y la vigilia, el patrón de actividad varía entre ambos. Durante el sueño REM, se ha observado un aumento en la actividad cerebral regional en las siguientes áreas: tronco cerebral y núcleo talámico (papel importante en conducir el sueño REM), áreas límbicas y paralímbicas incluyendo la amígdala (se supone que tiene un papel en las emociones intensas durante el sueño tales como la angustia, el miedo o el enfado), la formación hipocampal (se supone que desempeña un papel en el procesamiento de la memoria en los sueños), el cingulado anterior, y las cortezas orbitofrontal e insular (lo que se interpreta como una evidencia de procesos de consolidación de la memoria: más concretamente la consolidación de la memoria emocional). Además, hay algunas evidencias que demuestran una actividad elevada en las cortezas temporal, occipital, en el área premotora y motora, en el cerebelo y en los ganglios basales durante el sueño REM (se supone que la mayor actividad en estas áreas está relacionada con el elevado contenido motor en los sueños; Kussé y col., 2010; Desseielles y col., 2011). En contraste con estas áreas hiperactivas, algunas áreas de las cortezas frontal y parietal (corteza prefrontal dorsolateral, corteza orbitofrontal, giro cingulado posterior, corteza parietal inferior, y precúneo) están en cierto modo hipoactivas. Estas disminuciones pueden explicar hallazgos tales como las distorsiones temporales, la disminución de la función ejecutiva, la memoria operativa y la atención durante el soñar, así como incapacidad para recuperar recuerdos con todo detalle e integrar sólo pequeños fragmentos de los recuerdos de los sueños durante el sueño REM (Kussé y col., 2010; Desseilles y col., 2011).
Hallazgos de estudio de lesión
Además de los datos de neuroimagen, la información obtenida a partir de los estudios de Solm (1995, 2000, 2011) sobre varias lesiones cerebrales y sus efectos en el soñar ha resultado útil para entender mejor las fundamentaciones neuronales del soñar. En sus estudios, Solms entrevistó a 361 pacientes para obtener información detallada acerca de la frecuencia y la naturaleza de sus sueños. De ellos, 29 demostraron no tener lesiones cerebrales, pero el resto tenía lesiones de diversos tipos. Solms encontró cuatro grupos importantes que mostraban cambios en sus sueños. Dos de estos grupos mostraban déficit en el soñar, es decir, pérdida de sueños visuales o pérdida total del soñar. Los otros dos grupos mostraban un soñar excesivo, en la forma de un incremento en la frecuencia del soñar, que resultaba en confusión entre los sueños y la realidad y un aumento en la frecuencia de pesadillas. Para resumir sus hallazgos, él encontró que hay numerosas áreas cerebrales que desempeñan un papel importante en el soñar. En su grupo con lesiones, los individuos con lesiones en áreas del prosencéfalo, incluyendo la región frontal mediobasal, o la región parietal inferior de cualquiera de los dos hemisferios, perdían la capacidad de soñar. Es más, los casos con lesiones en la región ventral occipito-temporal (corteza de asociación visual) continuaban siendo capaces de tener la experiencia consciente de soñar, pero sus sueños no tenían imaginería visual. Por el contrario, aquellos con lesiones que generaban un foco de descarga –es decir, ataques- en la región límbico-temporal tenían pesadillas recurrentes, estereotipadas. Por último, las lesiones en las regiones límbico-frontales provocaban un fenómeno interesante en los pacientes. Estos pacientes tenían un aumento excesivo en la frecuencia del soñar hasta el punto que durante la vigilia tenían dificultades para diferenciar la realidad del sueño. Solms también hizo una amplia revisión de la literatura que reforzó sus hallazgos sobre lesiones.
Basándose en estos hallazgos, elaboró la hipótesis de que las regiones límbico-temporales, ofreciendo “activación afectiva” (Domhoff, 2011) son responsables de iniciar la generación de sueños. Es más, los datos de pacientes leucotomizados con esquizofrenia mostraron que estos habían dejado de soñar, y, además, tenían niveles significativamente reducidos de curiosidad, fantaseo, iniciativa, e intereses explicativos durante la vigilia. Basándose en esto y en sus propios hallazgos, concluyó que la materia blanca bifrontal desempeña un papel muy importante en el soñar y en el contenido de los sueños. Según su teoría, los lóbulos parietales proveen representación espacial y, por tanto, son regiones necesarias para soñar. Y, finalmente, para tener imaginería visual en los sueños, es necesario que la corteza de asociación visual esté intacta. Uno de los hallazgos más interesantes en el grupo de pacientes con lesiones de Solms fue que los individuos con ceguera cortical, hemiplejia o incluso afasia, tenía pleno rango visual, plenas funciones somatosensorial y somatomotora, y podían hablar en sueños (Solms, 1995, 2000, 2011).
Los sueños en niños y adolescentes
Dado que las limitaciones metodológicas afectan al estudio de los sueños de los niños de forma especialmente fuerte, para empezar, discuto algunas de las metodologías utilizadas en el estudio de los sueños en niños y adolescentes. Por razones evolutivas, y basándome en la mayoría de los datos disponibles, divido esto en varias secciones basadas en grupos por edad. No reviso los sueños en adolescentes mayores de 14 años, puesto que los hallazgos en ese grupo de edad son muy similares a los hallazgos en adultos. Por último, resumo algunos de los datos sobre pesadillas y malos sueños.
Metodologías para estudiar los sueños en niños y adolescentes
Varios investigadores han elegido distintos entornos y métodos, cada uno con sus propios méritos y limitaciones, para recopilar informes sobre el soñar en niños. En los comienzos del siglo XIX, el foco estaba en los estudios observacionales. Estos estudios se basaban principalmente en los informes que aportaban los padres o los observadores sobre la conducta de los niños durante el sueño y la comparación con su conducta durante la vigilia. Más adelante, los estudios apoyaron el hecho frecuente de conductas de actuación durante los sueños y su asociación con el contenido del sueño (Burnham y Conte, 2010; Sándor y col., 2014). Un ejemplo de este tipo de informe observacional es el artículo de Erickson (1941) sobre el posible hecho de un sueño a los 8 meses de e dad. En este artículo, Erikson presentaba a una niña de 8 meses que, durante la ausencia de su padre, y mientras está dormida, repite los gestos asociados con un juego al que solía jugar con su padre (Erickson, 1941).
Estos estudios observacionales no eran sistemáticos, por tanto los estudios de laboratorio emergieron en un esfuerzo por tener estudios más controlados con una muestra de mayor tamaño. En los laboratorios, los científicos pudieron observar los (electroencefalogramas (EEG) y los parámetros fisiológicos y hacer despertares sistemáticos en la fase REM y NREM para obtener informes sobre los sueños. Los principales ejemplos de este enfoque son los estudios longitudinales en laboratorio de Foulkes (2002) sobre niños y adolescentes. A pesar de las ventajas mencionadas previamente, un grupo de investigadores describió un “efecto primera noche”  en el que se daba una mayor incorporación de temas relacionados con el laboratorio en lo que se recordaba de los sueños (Solomonova, Fox y Nielsen, 2014, p. 1). Como en los niños, algunos investigadores se han interesado por el efecto de los entornos y personas (investigadores) no familiares en los sueños de los niños, así como en su comodidad a la hora de contar sus sueños. Además, aunque los despertares durante la fase REM y NREM suponen una brecha más breve entre los sueños y su recuerdo, ha existido una cierta preocupación por la fiabilidad de las narraciones de los sueños que hacían los niños cuando se despertaban de un sueño profundo en el laboratorio y por si estaban totalmente despiertos cuando recordaban sus sueños (Sándor y col., 2014). Por otra parte, Foulkes sostenía que cuando recopilamos datos sobre los sueños en la mañana, podría haber un sesgo hacia recordar el contenido más interesante y emocionalmente intenso (ver más abajo para la hipótesis principal) (Foulkes, 2002).
Al contrario que los entornos de laboratorio, algunos investigadores han elegido el entorno de la casa o la escuela para dirigir sus estudios. Con frecuencia, se forma a un padre/madre o a un miembro del personal para dirigir la entrevista. Una posible ventaja de estos estudios es que los niños se hallan en un entorno seguro y familiar. El entorno escolar también permite el estudio de grupos. Como sucede con otras metodologías, también ha habido preocupación por estos entornos. En términos de los estudios en casa, cuando se usan las entrevistas e informes realizados por los padres, uno debe tener en cuenta el efecto del sesgo parental (dinámicas padres-hijos, expectativa parental, personalidad y estilo parentales). En los estudios en la escuela, existe una brecha de más tiempo entre el sueño real y el momento de recordarlo, que puede afectar a la fiabilidad de la narración del sueño. Finalmente, algunos estudios han utilizado cuestionarios para padres, para niños o para ambos. Los cuestionarios son las herramientas más apropiadas cuando se estudia un aspecto concreto o específico de los sueños en muestras amplias, donde no es factible hacer una entrevista personal (Sándor y col., 2014)
Resumen de patrones normativos del sueño de la infancia a la adolescencia
Los infantes pasan más de la mitad de su tiempo durmiendo. Sus ciclos de sueño/vigilia, que son múltiples y breves, están más influencias por señales de hambre que por señales de luz-oscuridad. El sueño en la infancia consiste en dos fases importantes: sueño activo y sueño tranquilo (y un tercer estado indeterminado de sueño). Se considera que el sueño activo es el precursor del sueño REM y el sueño tranquilo el precursor del sueño NREM. Curiosamente, y en contraste con el sueño REM adulto, los infantes no tienen atonía muscular durante el sueño activo y, por tanto, esta fase está marcada por muchos movimientos musculares, respiración irregular y movimientos fásicos de los ojos. Por otra parte, el sueño tranquilo se define por una respiración profunda, lenta y regular, y la falta de movimientos musculares (McLaughlin, Crabtree y Williams, 2009).
La investigación ha mostrado que los recién nacidos pasan alrededor del 50% de su sueño en modo de sueño activo, y en torno al 14% de su sueño en modo sueño tranquilo. Con el tiempo, hay una disminución gradual en el sueño activo y un aumento del sueño tranquilo, de modo que a los 3 y a los 12 meses, el sueño tranquilo supone hasta un 50% y hasta un 60%, respectivamente, del tiempo de sueño. Una hipótesis sobre la cantidad significativa de sueño activo durante la infancia es que debido a los limitados estímulos ambientales, el cerebro crea sus propios estímulos internos para ayudar con las conexiones neuronales y la sinaptogénesis. De hecho, los estudios en animales han mostrado que privar a los animales del sueño REM (estímulo endógeno) tiene efectos perjudiciales en el aprendizaje, la memoria y el desarrollo de varias partes del cerebro tales como los sistemas auditivo, olfativo y límbico (McLaughlin, Crabtree y Williams, 2009; Burnham y Conte, 2010).
Durante el primer año de vida, también hay un aumento en la duración del ciclo de sueño y una disminución en la cantidad total de tiempo que se pasa durmiendo al día. Este patrón de disminución en la cantidad total de sueño en 24 horas continúa durante los tres primeros años de vida, pero los cambios más significativos tienen lugar tras el segundo cumpleaños. Es más, durante el primer año, el sueño empieza a consolidarse en una o dos siestas al día, con menos despertares durante la noche. Los estudios también han mostrado que a lo largo de la infancia, el género y la etnia se hallan entre los factores importantes que afectan a la estructura del sueño. Sin embargo, otros factores, como el nivel de educación materno, o el estatus socioeconómico, también se hallan entre los que influyen en la estructura del sueño. Si nos fijamos en la estructura del sueño de la infancia a la adolescencia, también hay una disminución en el sueño de onda corta y un aumento del sueño de fase dos. La necesidad general de dormir no cambia demasiado, pero la investigación muesta que los adolescentes duermen significativamente menos en 24 horas (McLaughlin, Crabtree y Williams, 2009). La evidencia también apunta a una menor capacidad en el procesamiento de la información emocional debido a una pobre calidad del sueño durante este periodo evolutivo sensible de la adolescencia temprana (Soffer-Dudek y col., 2011).
Los sueños en la infancia y la infancia
A pesar de saber que el feto humano y el neonato pasa la mayoría de su tiempo en sueño activo/sueño REM, aún no hemos podido aclarar si el soñar sucede concurrentemente con esta fase del sueño. Algunos investigadores han dado por hecho que el soñar sucede concurrentemente con el sueño REM en la infancia, o incluso en el feto. Esto está principalmente arraigado en la perspectiva que considera el soñar como un epifenómeno de la actividad cerebral durante el sueño REM como una actividad más básica dada en todos los humanos e, incluso, en los animales. Esta opinión se ve reforzada por observaciones de actividades motoras (como sonreír, suspirar, o el movimiento de las extremidades) o, incluso, algunas vocalizaciones en infantes y niños. Sin embargo, el soñar, tal como lo hemos definido, está relacionado con el conocimiento general y los recuerdos que uno tiene. Algunos investigadores, como Foulkes, han sostenido que los infantes humanos no poseen todavía un conocimiento y una memoria lo suficientemente ricos como para usarlos para soñar, o un sentido claro de sí mismos como agentes en el mundo como para ser capaces de narrar la historia de un sueño en que ellos desempeñen un papel. Es más, no está claro si los infantes tienen una madurez cerebral y cognitiva suficiente como para entretejer una narrativa coherente para el soñar. También es importante recordar que aún nos falta mucho por saber sobre la relación entre el sueño REM y el soñar o, de hecho, las semejanzas y diferencias entre el sueño activo en la temprana infancia y el sueño REM en los adultos (Foulkes, 2002; Burnham y Conte, 2010; Sándor y col., 2014).
Como hemos mencionado, basándose en sus informes de casos clínicos y en la revisión de la literatura, Solms concluyó que el sueño REM y el soñar no tienen lugar en base a las mismas redes y mecanismos (Solms, 2011). Por tanto, según estos hallazgos, la existencia del estado de sueño REM durante la infancia no supone necesariamente que en esa edad se produzcan sueños. Solm también asignó un papel importante al cerebro frontal en el proceso de soñar, y esta es una parte del cerebro que requiere tiempo para madurar durante el desarrollo. Esto, sin embargo, no impide otras formas de experiencias sensoriales durante el sueño en la infancia temprana. Es, por tanto, posible que los infantes y los niños pequeños tengan otras experiencias sensoriales o conscientes cuando duermen diferentes de las experiencias de los niños mayores o los adultos. Los niños atraviesan muchos cambios evolutivos en sus habilidades cognitivas, sociales, de lenguaje, de memoria y emocionales. Cada una de estas habilidades desempeña un papel importante en el soñar y en el contenido del sueño. Así, puede suponerse que tanto la naturaleza como el contenido de los sueños atraviesan cambios evolutivos según el individuo crece. En su artículo Burnham y Conte se basaron en las teorías de Lewis y Piaget para señalar que “un sentido claro de uno mismo como separado de los otros no es evidente hasta al menos los 16 o 18 meses de edad” y que “la capacidad para entender y manipular los símbolos no se desarrolla hasta algún momento del segundo año” y concluyeron que no es probable que el sueño activo de los infantes se acompañe de soñar tal como nosotros lo conocemos (Burnham y Conte, 2010, pp. 52-53). Ahora reviso la investigación existente sobre sueños en niños según su grupo de edad. Resumo por separado los resultados de los estudios sobre pesadillas y trauma.
Los sueños en los niños de 3 a 5 años
Como hemos descrito previamente, Foulkes ha estudiado ampliamente los sueños en niños y adolescentes. Este trabajo ha consistido en dos estudios importantes, uno longitudinal y otro transversal. El estudio longitudinal es el estudio sobre sueños en laboratorio más amplio llevado a cabo en niños y adultos. En estos estudios, el hallazgo más significativo en niños de 3 a 5 años, fue la “escasez de sueños”, es decir, cuando los niños se despertaban en medio de la fase REM, la respuesta más común a la pregunta sobre el contenido de sus sueños era “ninguno”. En esta cohorte, sólo el 15% de los despertares durante la fase REM, y ninguno de la fase NREM, dio lugar a la narración de un sueño. También apuntó que las narraciones de sueños raramente tenían a uno mismo como personaje activo (Foulkes, 2002, capítulo 4).
En su grupo de estudio, los dos temas comunes en los sueños de los preescolares eran los animales y los estados corporales (como el sueño o el hambre). También halló que, contrariamente a la creencia general de que los sueños desagradables o atemorizantes son comunes en este grupo de edad, las narraciones de sueños que obtenía raramente mostraban malos sueños. En general, notó una escasez de sentimientos y emociones en los sueños de los preescolares. Es más, no halló una “extravagancia” significativa en los sueños de los preescolares (Foulkes, 2002).
Se ha cuestionado la credibilidad de estas narraciones de sueños, y si se ven afectadas por la memoria, las habilidades lingüísticas o descriptivas de los niños, entre otros factores. Foulkes y colegas creían que dirigiendo estos estudios en el entorno de laboratorio y despertando a los niños en medio del sueño REM, aumentaban la fiabilidad de sus resultados. Sin embargo, como hemos mencionado, algunos investigadores creen que el entorno y el entrevistador no familiares para los niños podrían causar en ellos desorientación o inhibición. Más importante, algunos cuestionan si los niños están totalmente despiertos y pueden hacer una narración fiable del sueño cuando se les despierta en medio del sueño REM o NREM. Esta crítica se ve reforzada por la abundancia de temas tales como la fatiga y el sueño en las narraciones que los niños hacen de los sueños (Sándor y col., 2014). Por otra parte, muchos, incluyendo a Foulkes, cuestionaron la tendencia a fabricar recuerdos y sus efectos en la credibilidad de las narraciones de sueños en este grupo de edad.
Los resultados de los estudios en casa en este grupo de edad han diferido de los hallazgos de Foulkes en varios aspectos. En los estudios en casa, el recuerdo del sueño ha sido mayor, de un 56%, y también más prolongado (Resnick, Stickgold, Rittenhouse y Hobson, 1994; Colace, 2010). También, en contraste con los estudios en laboratorio de Foulkes, los estudios en el hogar mostraron una presencia significativa del self como un personaje activo (hasta el 85%) en los sueños preescolares (Resnick y col., 1994). Estos estudios hallaron que los personajes más comunes en los sueños de los niños en este grupo de edad eran miembros de la familia y otros niños familiares para ellos y también hallaron una mayor prevalencia de extravagancia en los sueños de niños en este grupo de edad (Resnick y col., 1994; Colace, 2010). Los resultados del estudio realizado en la escuela eran más próximos a los resultados del estudio realizado en casa (Colace, 2000; Honig y Nealis, 2012).
Los sueños entre los 5 y los 9 años
Entre las edades de los 5 y los 9 años, se produce la transición de formas más rudimentarias de soñar a otras más maduras, más parecidas a las de los adultos, según los estudios de Foulkes. Él dividió este periodo en dos etapas basándose en los cambios que observó en este grupo de edad. En la primera etapa (de los 5 a los 7 años), los cambios en los sueños consistían en narraciones de sueños más largas, interacciones sociales más frecuentes, y movimientos más cinéticos en los sueños. La siguiente etapa (de los 7 a los 9 años) mostró cambios en la frecuencia con que contaban sus sueños y en una mayor participación activa en los mismos (Foulkes, 2002).
En sus estudios, también observó un cambio en el contenido de los sueños en este grupo de edad. Encontró una disminución en los temas de sueño/fatiga y un incremento en los temas de interacción social. Aun cuando los animales estaban frecuentemente presentes es los sueños de los niños entre los 5 y los 7 años, cada vez se representaban menos según los niños crecían. En términos de los sentimientos en los sueños de esta cohorte, identificó mayormente sueños positivos, y la agresión o el miedo rara vez se presentan (Foulkes, 2002). Esto contrasta con un estudio, llevado a cabo por Oberst, que se fijó en los últimos sueños que recordaban niños entre los 7 y los 18 años. En el estudio de Oberst, los temas de la agresión y el miedo se encuentran más comúnmente en los sueños de los chicos que en los de las chicas, dato que es similar en los adultos. Es interesante apuntar que los estudios muestran que la mayoría de chicos y chicas son víctimas de agresión en sus sueños (Oberset, Charles y Chamarro, 2005; Sándor y col., 2014).
Foulkes halló que el gran salto en la narración de sueños tenía lugar en algún momento entre los 7 y los 8 años. También identificó las habilidades de lenguaje y visoespaciales como variables importantes que afectan la calidad narrativa de los reportes de sueños REM y la frecuencia de las narraciones de sueños en los despertares durante la fase REM respectivamente. Basándose en estos resultados, estableció la hipótesis de que el desarrollo de habilidades visoespaciales (evaluadas por el Wechsler Block Design) era la habilidad importante requerida para que los individuos pudieran soñar (Foulkes, 2002).
En términos de extravagancia, los datos de Foulkes aún mostraban una baja prevalencia de elementos o contextos extravagantes (Sándor y col., 2014). Sin embargo, otros estudios encontraron índices mucho mayores de elementos extravagantes en los sueños de los niños en este grupo de edad. Los diferentes hallazgos pueden también estar relacionados con diversas definiciones de extravagancia y con distintos métodos para estudiar los elementos extravagantes en los sueños. Los estudios en la escuela apoyaban de nuevo a los estudios en casa, y un investigador concluyó incluso que a los cinco años es cuando los sueños pueden empezar a mostrar elementos narrativos muy extravagantes. Algunos otros estudios también han mostrado un aumento en la duración del sueño y su complejidad en niños de 5 a 9 años de edad (Oberst y col., 2005; Colace, 2010).
Los sueños entre los 9 y los 14 años de edad
En el grupo de estudio de 9 y 11 años,  de Foulkes (2002), el típico niño entre 9 y 11 años contaba sueños en los despertares de la fase REM casi con tanta frecuencia como los adultos. También había una asociación entre la frecuencia de recuerdo del sueño y el recuento de palabras REM en estos niños, es decir, los que tenía una mayor frecuencia de narración de sueños también tenían un mayor recuento de palabras REM. Curiosamente, en su estudio, los niños entre 9 y 14 años tenían menos narraciones de sueños NREM que los adultos. Es importante apuntar, sin embargo, que en los adultos los despertares del sueño NREM generalmente dan lugar a la narración de algún tipo de “experiencia mental” que podría ser “similar al pensamiento” y más plausible y realista, comparada con los sueños de la fase REM. Foulkes menciona que los niños “más brillantes y escrupulosos” de los de su estudio fueron los que empezaron a tener este tipo de narraciones de sueño NREM al principio de la adolescencia y concluye que “la capacidad para abstraer pensamientos o imaginería a partir de un formato narrativo puede ser un logro posterior en la elaboración evolutivo de la ideación NREM”. En general, la narración de sueño durante la fase NREM se correlacionó positivamente con las habilidades cognitivas y la madurez, buenas habilidades descriptivas al despertar, habilidades de memoria y meticulosidad en esta cohorte.  Para las narraciones de sueños en la fase REM en este grupo de edad, las habilidades visoespaciales seguían siendo importantes, pero no tanto como en los niños más pequeños. También observó de nuevoun aumento en la participación activa de uno mismo en los sueños, y sostenía que sus datos apoyan “la idea de una estabilización preadolescente del autocontrol y dominio del mundo”. Basándose en su trabajo, también concluyó que los sueños empiezan a demostrar ciertos aspectos de la personalidad del individuo en este grupo de edad (Foulkes, 2002, capítulo 6).
Es digno de mención que en su muestra de individuos al principio de su adolescente, observó cierta disminución en las distorsiones en los personajes y los entornos.   Tenía dos hipótesis para explicar este cambio. Uno fue que al principio de la adolescencia hay una emergencia de temas de identidad, sexualidad y emociones que puede explicar los cambios en el contenido simbólico de los sueños. Su otra hipótesis se apoyaba en la maduración cognitiva y en la capacidad de “abstraer causas e ideales a partir del comercio concreto de la vida social” en este grupo de edad (Foulkes, 2002, capítulo 6). Soffer-Dudek también observó cambios similares en la calidad de la narración de sueños de su estudio, llevado a cabo mediante cuestionarios. Además, halló un menor índice de narración de sueños y elaboró la hipótesis de que estos cambios podían deberse a cambios neuronales, incluyendo la poda sináptica, en los cerebros de quienes están al principio de la adolescencia (Soffer-Dudek y Sadeh, 2013).
Uno de los principales estudios en casa en este grupo de edad respaldó los resultados de Foulkes en términos de aumentos en el recuento de palabras REM, presencia activa de uno mismo, e interacciones sociales (Strauch, 2005). La mayoría de estudios de sueños en este grupo de edad han mostrado que las diferencias de género en los sueños se hacen más importantes y más parecidas a las de los de los adultos entre los 9 y los 14 años. En general, el nivel de extravagancia disminuye en la adolescencia temprana, pero, como las habilidades cognitivas continúan madurando, hay un incremento en los modos inventivos de integrar los recuerdos y acontecimientos de la vida real en los argumentos de los sueños (Sándor y col., 2014).
Malos sueños y pesadillas
En esta sección reviso algunos de los datos sobre malos sueños y pesadillas en niños y adolescentes. Lo que este tipo de sueños tienen en común es el contenido emocionalmente negativo, pero las pesadillas son un caso aparte porque, por definición, despiertan al individuo. Los estudios muestran varios resultados en términos de la prevalencia de los malos sueños, sueños de angustia y pesadillas en niños pequeños. Muchos de los estudios que se fijan en la prevalencia de los malos sueños o las pesadillas han sido estudios retrospectivos, pero hay también numerosos estudios longitudinales. En estudios retrospectivos realizados en adultos, hasta el 90% reportó un historial de haber tenido malos sueños cuando eran niños (Schredl y col., 2009a).
Los malos sueños y las pesadillas se han mostrado en asociación con otros trastornos del sueño entre los 24 y los 26 meses de edad (Byars y col., 2012). Se ha estimado su prevalencia entre el 1,7% y el 43% por semana, pero estudios diferentes arrojan resultados diferentes. Algunos investigadores han reportado una prevalencia de las pesadillas del 26 al 28% entre los 5 y los 11 años (Lapouse y Monk, 1959; Simonds y Parraga, 1982). Un estudio más amplio en más de 900 niños concluyó que las pesadillas y los malos sueños no eran tan prevalentes en niños de menos de 5 años (Simard y col., 2008). Por el contrario, para los niños entre 4 y 12 años de edad, otro estudio encontró una prevalencia mucho mayor del 67,7% para sueños atemorizantes. Curiosamente, en este estudio, la prevalencia de los sueños atemorizantes era mucho mayor en los grupos de más edad, teniendo una prevalencia de 95,7% en los niños de 7 a 9 años y del 76,3% en los niños de 9 a 12 años (Muris y col., 2000) sugiriendo que parte de la discrepancia en las estimaciones de las prevalencias puede estar relaciona con la variación de la frecuencia de malos sueños en los distintos grupos de edad.
En contraste con el tema de prevalencia, la mayoría de los estudios respaldan un consenso general de que hay una disminución en la frecuencia de las pesadillas cuando los niños pasan de los 10 años y entran en los años de la adolescencia (Macfarlane, Allne, y Hoznik, 1954; Simonds y Parraga, 1982). En base a la evidencia actual, puede concluirse que el momento cumbre para los sueños de angustia y las pesadillas es entre los 5 y los 10 años (Schredl y col., 2009b). Los estudios muestran que las pesadillas y los malos sueños en los niños que experimentan una mayor frecuencia de estos fenómenos son semejantes a un rasgo estable y se asocian con características de personalidad que pueden medirse ya a los 5 meses de edad (Schredl y col., 2009b; Simard y col., 2008).
La asociación entre la angustia diurna, el estrés,  la ira, el temor y otros síntomas psicopatológicos, por una parte, y las pesadillas, por la otra, también ha sido demostrada por algunos estudios (Mindell y Barett, 2002; Nielsen y col., 2000; Schredl y col., 2009a). En un estudio de más de 600 adolescentes, Nielsen y sus colegas encontraron una correlación entre la angustia y los sueños perturbadores entre los chicos de 13 años, y una asociación entre el trastorno de angustia generalizada, angustia de separación y trastorno sobreansioso y sueños perturbadores en chicos de 16 años (Nielsen y col., 2000). Esto está en línea con los resultados de algunos estudios en adultos que han mostrado que los individuos que reportan un índice mayor de pesadillas a lo largo de su vida tienen índices más altos de psicopatología (Li, Zhang, Li, y Wing, 2010; Ohayon, Morselli y Guilleminault, 1997).
La evidencia también indica que las chicas y las mujeres en general, pero especialmente bajo condiciones de estrés, tienen un índice más alto de recuerdo de sueños y tienden a compartirlos más frecuentemente, también. En los niños, un metaanálisis de varios estudios mostró que no hay diferencia en la frecuencia de las pesadillas en los niños según el género (Schredl y Renhard, 2011). Sin embargo, tras los 12 años, la mayoría de los estudios respaldan un incremento en la diferencia en cuanto a la frecuencia de pesadillas y malos sueños, siendo más frecuentes estos en las chicas que en los chicos (Schredl y col., 2009b). Algunos han atribuido esta diferencia a una personalidad de tipo "thin boundary" que es más prevalente en las chicas. (Nota de la traducción: "thin boundary" (límites delgados) se refiere a personas que tienen dificultad en diferenciar entre realidad y fantasía, y entre su identidad y la de los demás).
En términos del contenido del sueño, los malos sueños de los niños más pequeños, a menudo tienen que ver con criaturas imaginarias (como fantasmas) y también están relacionados con su entorno inmediato (como una habitación oscura). Cuando los niños se hacen mayores, estos temas son reemplazados por temas relacionados con el daño corporal, el peligro físico y el miedo a la enfermedad (Bauer, 1976; Muris y col., 2000). Los temas comunes en orden de prevalencia son las criaturas imaginarias, el daño personal o el daño a otros, ser raptado, los animales, la muerte propia o de los otros, los ladrones, la separación de los padres y las amenazas sociales. Un hallazgo interesante ha sido la correlación de temas violentos y agresivos en sueños atemorizantes con la exposición a dichos temas por medio de la televisión u otras fuentes.
Si nos fijamos en algunos de los controvertidos resultados de la mencionada investigación, acuden varias cuestiones a la mente. Una es el uso de terminología, criterios y definiciones variadas; por ejemplo malos sueños, sueños atemorizantes, sueños de angustia, sueños perturbadores y pesadillas. La otra cuestión está relacionada con las distintas metodologías de investigación utilizadas en estos estudios, por ejemplo algunos de los cuestionarios utilizados y otras entrevistas (como hemos mencionado). Y, finalmente, hay un cuerpo de literatura que apunta a los efectos de los factores culturales, sociales e individuales en los sueños (Domhoff y Schneider, 2008).
El trauma y el sueño de los niños
Los niños expuestos al trauma, la guerra o el abuso tienen más probabilidades de presentar trastornos del sueño y pesadillas, así como síntomas de angustia, depresivos y de TEPT entre otros temas. El trauma puede ocasionar un sueño perturbado que puede durar de varios meses a años tras el acontecimiento traumático. Los trastornos del sueño relacionados con acontecimientos traumáticos incluyen terrores nocturnos, sonambulismo, enuresis y otras parasomnias, y diversos tipos de insomnio. También pueden provocar un aumento en las pesadillas. Las pesadillas sobre el trauma pueden persistir durante mucho tiempo y afectar a la calidad y la cantidad de sueño. Los estudios han mostrado que un sueño de mala calidad en niños y adolescentes puede dar lugar a una mala regulación afectiva, hiperactividad, problemas conductuales y un bajo rendimiento en el colegio entre otros problemas (Charuvastra y Cloitre, 2009).
Como sucede con la investigación sobre el sueño en general, cuando se trata de hallazgos y teorías sobre el efecto que la exposición al trauma tiene en el soñar y en el papel de los sueños para el individuo expuesto al trauma, no hay demasiado consenso. En adultos con TEPT, los estudios muestran una disminución en el sueño de ondas lentas y un aumento en el sueño REM y en el sueño de fase 1 entre otros cambios neurofisiológicos. Los estudios que comparan a los niños abusados con los controles muestran una menor eficacia del sueño y mayores latencias de sueño. Los trastornos del sueño en los niños dan lugar a mayores índices de desregulación anímica y afectiva y a cuestiones conductuales y se puede pensar que tras un trauma los trastornos del sueño pudrían ser un modo de entender los problemas psicológicos, emocionales, conductuales y autorreguladores resultantes que podrían tener lugar. Algunas evidencias apuntan a un incremento en el recuerdo de sueños en individuos traumatizados y otras muestran lo contrario. Esto podría estar relacionado con la naturaleza y la frecuencia de la exposición al trauma. Los estudios que han reportado una disminución en el recuerdo de los sueños han estudiado principalmente a individuos con exposiciones al trauma más severas y frecuentes. Por tanto, un posible factor importante es el tiempo en relación al trauma y la capacidad psíquica y las necesidades adaptativas del individuo. Algunos investigadores plantean la hipótesis de que dependiendo del tiempo relativo a los traumas amenazantes para la vida, las necesidades adaptativas del individuo pueden variar. En medio de un trauma inseguro, agudo, que supone una amenaza para la vida, tener sueños placenteros que no reflejen el tema traumático puede actuar como un retiro. Cuando se dan la capacidad psíquica y un espacio para procesar los temas traumáticos, los sueños más destacados con temas relacionados con el acontecimiento traumático pueden ayudar al ajuste individual (Steart y Koulack, 1993; Punamäki, 1997; Punamäki, Ali, Ismahil y Nuutinen, 2005; Charuvastra y Cloitre, 2009).
El contenido de los sueños en los casos de una historia de trauma a menudo muestra cualidades menos extravagantes o de apariencia de sueño. En los niños expuestos a la guerra y el trauma, los sueños a menudo están muy fragmentados, sin una narrativa continua y no suelen llevar a una forma de solucionar el problema. Los sueños en estos niños tienen un contenido emocional negativo aumentado (por ejemplo, enfado, angustia e inseguridad). A menudo tras la exposición a un acontecimiento traumático, inicialmente, los sueños tienen temas más realistas y son en cierto sentido una repetición del acontecimiento traumático. Basándose en las teorías que sugieren que los sueños cumplen una función reguladora del estado de ánimo (ver discusión anterior), es posible que estas pesadillas supongan un beneficio a largo plazo puesto que pueden proporcionar al niño la oportunidad de procesar parte del acontecimiento traumático. De hecho, existe un cuerpo de investigación que apoya este rol protector de los sueños. En sus estudios sobre el trauma infantil, Terr halló una baja prevalencia de los sueños repetitivos típica de la exposición al trauma en niños menores de cinco años. Es más, halló que, a veces, los sueños traumáticos suceden en intervalos de varios y años y que generalmente cuanto más lejos están estos sueños del acontecimiento real, y más ha procesado el individuo el acontecimiento, más oculto está el contenido del trauma (Terr, 1991; Punamäki, 1997; Punamäki y col., 2005).
En un estudio llevado a cabo con 268 niños palestinos y 144 niños control que vivían en una situación pacífica, Punamäki (1977) se fijó en 3 hipótesis sobre el recuerdo de los sueños: la hipótesis de la represión, la hipótesis congruente con el estado de ánimo, y la hipótesis destacada. La hipótesis de la represión supone que el contenido doloroso y vergonzante del sueño es reprimido y, por tanto, olvidado. La hipótesis congruente con el estado de ánimo sugiere que los sueños con un contenido congruente con el estado de ánimo se recuerdan más fácilmente y se basa en una teoría sobre la memoria según la cual es más fácil recordar recuerdos congruentes con el estado de ánimo o recuerdos formados en un omento en que el estado de ánimo del individuo había sido congruente con el momento recordado. La hipótesis destacada afirma que los sueños más extravagantes, vívidos y emocionalmente intensos se recuerdan más fácilmente. El estudio de Punamäki tenía varios resultados interesantes. Halló que los niños expuestos al trauma, y especialmente aquellos expuestos a un trauma más frecuente, tenían un índice mayor de recuerdo de sueños. Es más, en su estudio confirmó la segunda y tercera hipótesis mencionadas anteriormente, es decir que los sueños más sobresalientes y los congruentes con el estado de ánimo se recordaban más frecuentemente. Curiosamente, su estudio mostraba que los niños que usaban recursos de afrontamiento tales como la negación, el entumecimiento y la distracción (mecanismos de afrontamiento más represivos) tenían un mayor índice de recuerdo de sueños. Esto contrasta con la hipótesis de la represión. Más aún, halló una correlación más específica de los síntomas entre índices más altos de recuerdo de sueños y la prevalencia de problemas psiquiátricos. En su cohorte de niños palestinos, el recuerdo infrecuente de sueños (cuando se trataba de sueños sobre muerte y heridas) los protegía contra los síntomas depresivos pero predecía un mayor índice de angustia y síntomas somáticos (Punamäki, 1997).
Otros estudios han prestado atención al papel que la familia y las relaciones dentro de la familia tienen en la experiencia del niño y su respuesta al trauma. El estilo de apego parental inseguro está entre los factores identificados que se asocian con la perturbación del sueño durante la infancia. Entre los niños refugiados, los factores más importantes relacionados con la perturbación del sueño eran la muerte violenta de un abuelo antes de que ellos nacieran, una historia de tortura en sus padres, y el aumento de reprimendas parentales tras el trauma. Es importante señalar que la presencia de ambos padres se hallaba ente los factores protectores contra el desarrollo de un trastorno del sueño. Esto está en línea con las evidencias que muestran la importancia del rol parental en la regulación de la emoción y en la creación de un sentimiento de seguridad y el efecto del rol parental en la reacción del niño ante un acontecimiento traumático y su respuesta al mismo (Charuvastra y Cloitre, 2009).
Conclusión
En esta revisión, he descrito alguno de los hallazgos y las ideas sobre los sueños en general y en los niños en particular. Los sueños forman parte de la vida cotidiana y han sido materia de interés e interpretación durante siglos. Sin embargo, a pesar del progreso en la comprensión de algunos de los aspectos fenomenológicos y los apuntalamientos neurobiológicos del sueño, seguimos teniendo una comprensión limitada de este fenómeno mental y de su función y sus efectos. Tras la era de la dominancia de la perspectiva psicoanalítica sobre los sueños y una vez que se descubrió el sueño REM, durante un periodo de tiempo la visión dominante en la comunidad neurocientífica fue que el soñar era un epifenómeno del sueño REM sin ningún significado ni función psicológicos. Pero los hallazgos neurocientíficos a partir de estudios de lesiones y estudios neurocientíficos en las últimas décadas han mostrado que el sueño REM y el soñar son fenómenos doblemente disociables y ha aumentado el interés en entender el origen y función de los sueños. Varios investigadores han considerado el soñar como parte del continuum de la conciencia y similar en cierto modo a la función del cerebro cuando se descansa o se deja vagar la mente durante la vigilia. Además, se ha postulado que el soñar puede jugar un papel significativo en la memoria y el procesamiento emocional e incluso tener un papel adaptativo para el individuo.
Los sueños son menos estudiados y entendidos en los niños y no hay mucho consenso general sobre su curso evolutivo o su función. Aún no hay un modo definitivo de determinar si los humanos sueñan durante la infancia, y no hay modo de de obtener un informe subjetivo a esta edad, y aún no tenemos otros modos fiables de detectar si el soñar tiene lugar. Muchos investigadores dudan de que los infantes o los niños pequeños tengan experiencias mentales conscientes similares al soñar, aunque pueden tener otras formas de experiencias sensoriomotoras mentales durante el sueño. En los niños, parece haber un curso evolutivo para el soñar que sigue al desarrollo cognitivo y emocional (por ejemplo, habilidades visoespaciales o de lenguaje) del individuo. Es más, al igual que se considera que los sueños se ven afectados por el proceso de desarrollo en la infancia, pueden tener efectos significativos en, o asociaciones con, el desarrollo del niño y su salud emocional y mental.
En conjunto, esos hallazgos sugieren que entender los fundamentos fenomenológicos y neurobiológicos del soñar puede ser esencial para comprender el más amplio espectro de la conciencia y sus diversos estados en los humanos. Es más, entender el curso evolutivo del soñar puede proporcionar a los investigadores un insight importante acerca de la función de los sueños y el desarrollo cognitivo y emocional de los niños tanto de forma normal como en presencia de psicopatología. Sin embargo, están sólo empezando a entender este fenómeno mental y por tanto hay una gran necesidad de más estudios sobre los aspectos neurobiológicos, fenomenológicos, funcionales y evolutivos del soñar.
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