aperturas psicoanalíticas

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revista internacional de psicoanálisis

Número 056 2017

Psicoanálisis y ciencia, las amistades peligrosas. LE COQ-HÉRON (222/2015)

Autor: Méndez Ruiz, José Antonio

Palabras clave

Psicoanalisis y ciencia.


Para citar este artículo: Méndez Ruiz, J.A.. (Noviembre 2017) Reseña de: Psicoanálisis y ciencia, las amistades peligrosas. LE COQ-HÉRON (222/2015) [VV.AA]. Aperturas Psicoanalíticas, 56. Recuperado de: http://www.aperturas.org/articulos.php?id=0000992&a=Psicoanalisis-y-ciencia-las-amistades-peligrosas-LE-COQ-HERON-2222015-
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Esta revista francesa ha sido fundada en 1969 con la idea de estar abierta a todas las corrientes del psicoanálisis francés. Esto quizá no signifique demasiado en un país bastante cerrado a todas las corrientes relacionales o intersubjetivas en psicoanálisis, pero sí establece un deseo de reflexión abierta.
Este número monográfico de septiembre de 2015 está dedicado a la relación entre psicoanálisis y ciencia. Ya en la editorial introductoria se pregunta si esta relación puede considerarse fecunda, ambigua o peligrosa. Diversas respuestas a estas preguntas conforman el contenido de este número. De todos modos, no parece casual que de todas ellas se elija la de peligrosa para titular el monográfico. Aunque explican que el termino es usado en el sentido de relaciones ambiguas y no en cuanto a su posible significado de miedo o susto, y tratando de superar las tentativas reduccionistas o descalificatorias.
Quiero comentar en esta reseña algunos de los artículos que conforman el dosier de “Psicoanálisis y ciencia: las relaciones peligrosas”. Me detengo en aquellos que puedan tener más interés para los lectores de una publicación de las características de Aperturas Psicoanalíticas.
El primer artículo que reseñaremos da nombre al conjunto del dosier, es de Mathieu Blesson, un autor que tiene mucho peso en el conjunto del trabajo, ya que es uno de los promotores de este monográfico. Se trata de un artículo muy genérico que establece los objetivos fundamentales del dosier. Así, basándose en un discurso y una visión estrictamente lacaniana, orientación de la mayor parte de los autores del monográfico, por cierto, insiste en la necesidad de que no olvidemos que el modo en que aprehendemos los fenómenos que se consideran como científicos, va a estar siempre condicionados por la participación del inconsciente subjetivo. Parece temer, sobre todo, el que nos veamos sometidos a un modelo cientifista (en el sentido de un cientifismo ideológico basado en el modelo experimental que pudiera pasar como única verdad posible de reconocer) que serviría como único modo válido de conocimiento de los fenómenos humanos, olvidando que cualquier tipo de conocimiento se realiza desde la subjetividad, consciente e inconsciente diríamos, del científico.
El segundo de los artículos reseñados es de Guénäel Visentini, psicólogo y psicoanalista estudioso del tema. Su artículo está titulado: “El psicoanálisis: una ciencia” y está basado en un estudio concienzudo de la obra freudiana para exponer lo que Freud afirmó con respecto a la ciencia en general y al estatus del psicoanálisis dentro de ella. Así, afirma que no existe una ciencia ideal que pueda dar criterios científicos universales al resto. Propone que pensemos en términos de ciencias heterogéneas unidas por el espíritu común de una ética de la verdad científica. Considera que Freud tuvo relaciones complejas con respecto al lugar del psicoanálisis y la ciencia, reflexionando a lo largo de toda su obra sobre la naturaleza del saber que el psicoanálisis iba produciendo. Analizando diversos textos freudianos (al ser este trabajo una reseña no se incluirá bibliografía, la cual se encontrará detallada en el texto original),  subraya las ideas fundamentales recogidas en ellos: que la ciencia se define por un trabajo psíquico de elaboración, no por los resultados del trabajo; que la ciencia propone un modo de hacer inteligible los fenómenos, para así operar mejor sobre ellos; que la ciencia no es más que una prolongación por otros medios, dispositivos y métodos reflexionados y controlados, del esfuerzo de verdad referencial hecho por el pensamiento cotidiano para operar en el mundo; que todo fenómeno puede ser objeto de un trabajo de investigación teórico- clínico y, por lo tanto, de resultados científicos.
Para este autor, la definición freudiana de la ciencia se distingue claramente de la que realizan otros saberes: sus verdades se producen a partir de los dispositivos pensados para atrapar una lógica empírica del objeto. Es decir, lo que diferencia las verdades de la experiencia cotidiana, de las provenientes de la experiencia psicoanalítica, es que esta última se produce de modo controlado por los dispositivos y métodos psicoanalíticos pensados para ello. Por lo tanto, todo el conjunto, dispositivo utilizado y verdades producidas, pueden ser criticables por terceros, en nombre del deseo común de verdad. Insiste el autor en que el concepto de “Verdad” para Freud sirve para calificar los fragmentos de discurso producidos a partir de un método y de un dispositivo científico. Estas producciones deben tener un consenso que sirva para dar la mejor cuenta de los fenómenos experimentados, y ello hasta que el conocimiento de otros nuevos discursos vuelvan insuficientes o equivocados a los anteriores.
En este sentido, retoma el discurso freudiano, y diferencia modos de pensamiento de tendencia ilusoria en los que el deseo prima sobre el reconocimiento de la realidad, del pensamiento científico en el que el deseo de reconocer la realidad prima sobre el resto. La ciencia sería entonces la producción de un discurso capaz de renunciar a ideas preconcebidas, aunque ello cause displacer, en beneficio del reconocimiento de la realidad. Afirma el autor que, para Freud, las ideas no son la base de la ciencia, sobre la cual todo reposa… al contrario, es solo la observación. Las ideas no serían los cimientos, sino la cumbre de todo el edificio, por lo que pueden ser reemplazadas sin problema.
Incide Visentini en que, desde el pensamiento freudiano, las ciencias deconstruyen la realidad común, ilusoriamente unitaria. El ideal unitario queda suspendido sin cesar en el campo científico, en beneficio del deseo de verdad, considerada ésta según mencionábamos anteriormente. De modo que, aunque el aparato psíquico tiene tendencia a la síntesis, y ello ayuda a mantener la ilusión del ideal de los saberes, es necesario combatir esa tendencia a la simplificación que nos aleja de la consideración de la complejidad de la realidad y, por lo tanto, del deseo de verdad. Comenta Visentini que el cientifismo, aunque renace regularmente de sus cenizas, fracasa manifiestamente en su intento, por sí solo, de dar cuenta de la complejidad de los hechos. Ningún discurso ha podido producir una articulación total de la realidad en sus diversos aspectos. El campo científico está escindido en multitud de áreas de conocimiento. Nos dice que para Freud cada ciencia no es legítima más que para un aspecto de la realidad y que no es científico, sino ideológico, aplicar forzadamente el método de estudio inventado para el estudio de un determinado objeto científico a otro.
Afirma que Freud sitúa el origen del psicoanálisis cuando se tiene que enfrentar a la realidad inexplicable de los síntomas histéricos. En ese momento crea el concepto paradójico de “lesión dinámica”, es decir, se crea un concepto nuevo para confrontarse con unos síntomas que son inexplicables y teóricamente imposibles de entender, pero que no por ello dejan de existir. Es el reconocimiento de esa realidad (la confrontación con lo real en términos lacanianos) lo que provoca que Freud ponga en marcha su actividad teórica y le lleva a inventar un nuevo dispositivo (diván/sillón) y un método inédito (asociación libre), alrededor de la relación transferencial, para que “eso que existe” pueda ser pensado y practicado, aun cuando nunca pueda ser captado en su totalidad. De este modo, consigue que el psicoanálisis sea una ciencia entre las otras, que no produce sus resultados por simple consecuencia del discursivo, como la mitología, la religión, la filosofía, etc., sino que observa y trata de hacer inteligible una realidad mediante construcciones teóricas obtenidas directamente en la clínica gracias a la puesta en marcha de un nuevo dispositivo y método de búsqueda.
Finaliza comentando que seguir a Freud significa apoyarse en su obra, pero es ir más allá de ella hacia la realidad de los fenómenos clínicos, siempre más complejos e inasibles que las teorías que vamos produciendo. En este sentido, advierte de la necesidad de tomar distancia de los excesos transferenciales, de la fetichización de los textos y las ilusiones de los grupos. Su propuesta es liberarse de las prohibiciones de pensar, de las “evidencias sagradas”, para volver a conectar con el coraje científico de la ignorancia. Todo esto le lleva a preguntarse si es tiempo de considerar que, el volver a dar legitimidad y porvenir a nuestra disciplina no debería pasar por una refundación del campo sobre el deseo científico de verdad. Cree que, de este modo, se sometería a más empirismo, más crítica intra e interdisciplinaria y más reflexividad.
El tercer artículo que vamos a reseñar es de Vannina Micheli-Retchman, psicoanalista, psiquiatra y doctora en filosofía que escribe: “Ciencia y psicoanálisis, un debate fecundo”. Afirma que la relación entre ciencia y psicoanálisis sigue siendo fundamental, como ya lo fue desde los tiempos de Freud. En primer lugar, constata que la definición misma de ciencia es objeto de importantes controversias, y que, en el campo de las ciencias humanas, las corrientes más naturalistas van aumentando su poder bajo el empuje de los avances en neurociencias. Lanza una pregunta que dirigirá su reflexión: ¿por qué el cientifismo, y no la ciencia general, ha podido desarrollar tal odio hacia la palabra y el lenguaje, y por lo tanto hacia el psicoanálisis, que pareciera un odio hacia una cierta concepción de la humanidad? Su primera respuesta es la de plantearse la necesidad de un examen epistemológico de las condiciones de validez de las evaluaciones científicas. Cree que es necesario diferenciar los descubrimientos científicos y su instrumentalización ideológica.
 Comente la autora que hoy el ataque al psicoanálisis viene fundamentalmente de las psicologías comportamentales, y que ello tiene que ver con el triunfo de las tesis organicistas legitimadas por las neurociencias. Opina que las neurociencias relanzan la antigua idea de la oposición entre lo psíquico y lo somático, esto es, el eterno debate entre el cuerpo y el espíritu. Reconoce la importancia de los conocimientos que la neurociencia ha permitido obtener en el desarrollo de los psicofármacos, pero considera que comete el error fundamental de confundir la causa y el efecto. Escribe que los nuevos descubrimientos neurocientíficos alimentan la confrontación entre los defensores del “Sujeto parlante”, inquietos porque se pudiera poner fin a la subjetividad humana, y los defensores del “Sujeto cerebral”, que consideran que al fin dejarán de abordarse las patologías mentales como patologías particulares y dejar de “culpabilizar” a los pacientes y/o sus padres, y así dejar de contribuir a su “estigmatización”. Pone como paradigmático el campo del autismo en estos momentos.
Se pregunta si el psicoanálisis no está, en estos momentos, a merced de unos peligros que podrían alejarle de sus perspectivas originales. Cree que estos peligros ganan adeptos tanto en algunos seguidores del psicoanálisis, a los que califica como “complacientes”, como en sus detractores. Sin que quede muy claro qué quiere decir exactamente, afirma que “algunos” parecen admitir que hoy pueda ser posible reducir las pretensiones de la teoría freudiana modificando, desviando, algunos de los puntos de su doctrina. Señala el peligro de la tendencia a la psicologización contemporánea del psicoanálisis, también lo llama el peligro de la pendiente hermenéutica, con el objetivo de vaciar el inconsciente de su dinámica, excluyendo la radicalidad de la singularidad subjetiva y llevarlo al lugar de un enfoque comprensivo. Para la autora todos estos casos tratarían de importar una epistemología exterior al campo del psicoanálisis.
 Nos dice que, en el caso de existir una crisis actual del psicoanálisis, ésta estaría en relación con las precedentes y se refiere a cómo Freud ya vaticinó las muchas resistencias que el psicoanálisis provocaría, citando sus textos más conocidos al respecto. Afirma que las críticas dirigidas al psicoanálisis actualmente son de dos órdenes: sobre su valor terapéutico y su validez científica. La primera tendría que ver con su larga duración, que se opone a una sociedad en que la inmediatez reina y con la noción de rentabilidad, también dominante en nuestra sociedad. La segunda gira en torno a la pretensión de evaluar el psicoanálisis alrededor de los modelos de las ciencias naturales, experimentales y físicas, con sus criterios de refutabilidad, falsación, etc. Todo ello en la línea crítica iniciada por Karl Popper (como ya dijimos antes, en los diversos artículos del monográfico, se encuentran todas las citas bibliográficas señaladas). A la vez, trae las críticas realizadas por Grünbaum, éstas desde el punto de vista epistemológico, cuando concluye que el psicoanálisis, como hermenéutica, resulta estéril y conduce a un callejón sin salida epistemológico, por ejemplo, cuando establece la gran diferencia que existe entre reconocer la existencia de la represión y poder justificar su rol en la génesis de las neurosis. Grünbaum cree que las pruebas de la validez de la teoría psicoanalítica son muy pequeñas y ninguna llega a confirmar sus hipótesis y nos dice, al contrario que Popper, que la teoría freudiana puede llegar a ser refutada, pero sostiene que Freud no justificó suficientemente su método de investigación clínica y que las producciones del paciente sobre el diván están “contaminadas” por las sugestiones verbales o no verbales del analista.
La respuesta que nos ofrece la autora a estas críticas es que, una vez más, se pone a prueba el psicoanálisis confrontándolo con problemáticas de otro campo del saber y que tienen por paradigma la validación y la evaluación y lanza la pregunta de cómo pueden convivir y confrontarse estos dos campos del saber: el psicoanálisis y las ciencias de la evaluación. Opina que no es sorprendente que esta crítica “científica” (comillas de la autora) del psicoanálisis haya nacido en un país (Estados Unidos) en el que la evaluación ha llegado a ser un criterio mayor de cientificidad y un argumento económico. Hace un comentario sobre la diferente evolución entre el psicoanálisis norteamericano y el francés, de influencia lacaniana, y considera que, siendo diferentes, las críticas de Popper y Grünbaum tienen en común que ninguna de ellos considera la posibilidad de una epistemología propia al psicoanálisis. Por este motivo, lo juzgan a partir de criterios exteriores a lo que es el objeto propio del psicoanálisis, deslizando los objetivos de éste, tal y como Freud lo concibió, hacia los objetivos estándar de la terapéutica a partir de las normas dictadas por una ideología de los cuidados. Así, para la autora, no se juzga al psicoanálisis a partir de sus propias bases y se compara su eficacia al equivalente en otras prácticas curativas. Opina que buena parte de estos debates se podrían resolver si no se olvidase que el psicoanálisis posee su propia epistemología. Desde su punto de vista, Freud siempre buscó que el psicoanálisis estuviera en directo contacto con la clínica. El modo de constitución del saber psicoanalítico se basa en una ida y vuelta entre las ideas y el material de la experiencia clínica. Dice que el psicoanálisis se practica en la singularidad del caso por caso y que esta dimensión nos debería poner en guardia contra la idea de una teoría que estuviera fijada de una vez por todas y no en constante desarrollo.
Finalmente, queremos reseñar el artículo de André Bourguignon, psiquiatra de orientación psicoanalítica. Editor, junto a Cotet y Laplanche, de las obras completas de Freud en francés, dándole una coherencia terminológica rigurosa. Se transcribe una exposición que realizó en 1994 sobre el inconsciente. El artículo se titula: “El psicoanálisis y las ciencias”. Distingue este artículo el psicoanálisis en tanto teoría del aparato psíquico y el psicoanálisis en tanto práctica. Será al primero, y en referencia exclusiva Freud, al que dedique su trabajo.
 En un repaso histórico, recuerda que Freud tomó la posición de considerar el psicoanálisis como ciencia de la naturaleza. En sus primeros escritos, ya hablaba de que todas las concepciones provisorias en psicología, incluidas las suyas, estarían situadas algún día en un soporte orgánico. Atribuía a la biología un lugar de posibilidades ilimitadas que daría respuestas, en unos decenios, a las preguntas que le pudiéramos hacer. Estos pensamientos aparecen también en sus últimos escritos (como decíamos anteriormente, en el texto se encuentran muy pormenorizadas todas las citas bibliográficas). Como nos dice el autor, el enorme decalaje existente entre sus teorías y el desarrollo de las neurociencias en esos años, impedían tender un puente entre ambos dominios del saber. Como consecuencia de esta debilidad, Freud recurre a dos métodos extremadamente fecundos. Por un lado, usando el método hipotético- deductivo, es decir, emitir una hipótesis y, después, aplicando la lógica sacar todas las conclusiones posibles. Ello da lugar, a que, si la hipótesis es correcta, las deducciones que se produzcan se van a encontrar muy por delante de los conocimientos de la ciencia en ese momento. El segundo método, es el filogenético, es decir, no se puede concebir y comprender el ser viviente, especialmente el hombre, sin conocer su historia, su biografía. Este rasgo de genio le hace ver que las neurosis tienen su raíz en la infancia. Nos recuerda que Popper proclamó que ni la teoría de la evolución ni el psicoanálisis son científicos porque no son refutables, y objeta a ello cómo los aportes de diversas ciencias conexas confirman un cierto número de las afirmaciones psicoanalíticas más importantes. Mencionamos algunos de los ejemplos que cita: su deducción de la parálisis durante el sueño, confirmada por la neurofisiología; la existencia de sustancias morfino-genéticas con la misma acción que la morfina, confirmadas bajo la forma de endorfinas por las neurociencias; cuando habló de pulsiones sexuales y de autoconservación, confirmadas cuando, posteriormente, se va a descubrir que las únicas hormonas que penetran directamente en el cerebro son las hormonas sexuales y las del estrés. También cita algunos ejemplos de refutaciones: se equivocaba cuando decía que la parálisis no es un carácter fundamental del estado del sueño, cuando sí lo es; se equivocaba cuando imputaba la amnesia infantil a la represión primaria, así, nos recuerda el autor que el cortex cerebral, indispensable para la fijación de recuerdos bajo la forma de representaciones, no está suficientemente maduro en esos primeros años, por lo que no podremos tener más que el recuerdo de los afectos que acompañan a las experiencias vividas, dependiente esto del sistema límbico; se equivocaba en su teoría del apuntalamiento (apoyo), cuando la teoría del apego muestra que existen dos series de procesos que evolucionan paralelamente y no ligados el uno al otro, así, el apego se puede desarrollar sin estar asociado y depender de los cuidados, de la alimentación o de la sexualidad; también parece refutarse la existencia biológica de la pulsión de muerte, ya que hoy sabemos que la repetición está al servicio de la vida.
 Abre también un apartado de ambigüedades y paradojas en lo que respecta a la teoría y, específicamente, al inconsciente. Por ejemplo, existe ambigüedad en la diferenciación entre inconsciente y preconsciente, entre los diferentes procesos y contenidos de uno y otro, señalados como específicos y diferentes y, en ocasiones, mostrados en la teoría con menor diferenciación. A este respecto nos recuerda el autor que esta es una distinción fundamental en la obra freudiana, ya que la emergencia del lenguaje introduce una ruptura y obliga a que existan en el cerebro dos sistemas diferentes para tratar, por un lado, los estímulos sensoriales que percibimos y, por el otro, el lenguaje (y no sólo lenguaje hablado) que implica simbolización. En el inconsciente las palabras son percibidas como sonidos desprovistos de su significación, es en el preconsciente donde las cosas se articulan: el sonido, la imagen escrita y su significación. Otro aspecto que puede dar lugar a confusión, cómo se señala el autor.
La pregunta que se hace Bourgignon es qué hacer para que el psicoanálisis sea un dominio en evolución. Cómo evitar que su aislamiento de los saberes científicos lo convierta en una mera escolástica nominalista, es decir, la utilización de palabras sin saber qué recubren. Por ello, cree imprescindible buscar los puntos de contacto con otros dominios científicos. Recordándonos que trocear las ciencias en múltiples disciplinas es algo arbitrario y que el progreso de la ciencia muestra que todas ellas se interrelacionan y son en mayor o menor medida interdependientes las unas de las otras. Afirma que una disciplina que está segura de sí misma no tiene nada que temer de las otras y que el psicoanálisis tiene una especificidad irreductible y no puede sino enriquecerse en el contacto con el resto de disciplinas científicas. Considera, que ayudaría a este proceso aplicar al psicoanálisis el principio de la economía del concepto, ya que opina que hay en él una sobreabundancia de conceptos. No se trata de reducir el psicoanálisis a la biología, la filosofía, etc., pero si aplicarle el principio de complementariedad, esto es, diferentes representaciones científicas del objeto, pero complementarias entre ellas, entendiendo que sólo la totalidad de los fenómenos puede agotar la información posible sobre los objetos.
La pregunta que lanza a cada psicoanalista y que cada uno de ellos debería responder, es si quiere evolucionar en el sentido que Freud indicó, esto es, buscando la relación y confrontación con las otras disciplinas científicas, o se prefiere la construcción de un sistema de creencias en el que mantenerse. Considera que es ésta última solución la más confortable y, por ello, la elegida por la mayoría de los psicoanalistas, pero que ese camino no llevará a nada en la práctica.
Comentario
Creo que para entender estos artículos reseñados hay que contar con el contexto psicoanalítico francés en el que se escriben. Se trata, en general, de un marco psicoanalítico alejado del cualquier posicionamiento relacional o intersubjetivo en cuanto a la constitución y funcionamiento del psiquismo. Se piensa el psicoanálisis desde los planteamientos freudianos (de la primera o segunda teoría o tópica freudiana del psiquismo) y, muy especialmente, desde la teoría lacaniana, que impregna la casi totalidad del psicoanálisis francés. Esto es importante porque considero que es desde ese marco desde donde se genera una especie de temor o, quizá sea más certero decir, reacción defensiva, con el mundo de la “ciencia de la evaluación” en general y el de la neurociencia en particular.
El mismo título global del monográfico parece ser una declaración de intenciones, uno se puede preguntar: ¿relaciones peligrosas?, ¿para quién? Si presuponemos, como sería lógico, que el peligro es para el psicoanálisis, habría que detenerse a pensar en los motivos de ese riesgo. A lo largo de los artículos, los que experimentan ese temor, parecen ponerlo en relación con la pérdida de especificidad en su objeto de estudio (el inconsciente subjetivo, único en cada persona) que sufriría el psicoanálisis. Sin embargo, esto no tendría por qué ser así. Creo que la evolución del psicoanálisis debe venir del desarrollo interno de éste, dando cada vez una mejor cuenta de la complejidad del psiquismo. Pero la relación con otras ciencias afines es también un motor imprescindible para el desarrollo del psicoanálisis, no solo en cuanto a lo que aporten meras discusiones o intercambios con ellas, sino en cuanto a adoptar aquellos conocimientos que nos ayudan a entender mejor el origen y funcionamiento del psiquismo consciente e inconsciente. A ello han contribuido en las últimas décadas los contactos con la lingüística, algunas escuelas de la psicología cognitiva, de la psicología del desarrollo o las neurociencias. Quiero detenerme en las relaciones con éstas últimas por la permanente referencia que encontramos en estos artículos y por la importancia misma de esta relación.
Estos artículos ponen sobre el tapete reales peligros de dominio por parte de la concepción organicista de los fenómenos mentales. Desde mi punto de vista esto está ocurriendo y contribuye a ello la existencia de muy importantes intereses ideológicos y económicos. Sin embargo, el modo en que son presentadas las propuestas que la neurociencia plantea en cuanto al funcionamiento psíquico, es muy reduccionista, y por momentos simplista. Se refieren los autores a una parte muy importante de las neurociencias que, efectivamente, buscan reducir el complejo concepto bio-psicológico-social a su parámetro estrictamente biológico, haciendo creer que solo eso es realmente existente y, por lo tanto, “realmente científico”. Esto es cierto y está sostenido por fuertes poderes ideológicos que defienden fuertes poderes económicos. Sin embargo, considero que se comete el error de reducir esta corriente de las neurociencias, por poderosa que sea, a todo el complejo mundo de los avances neurocientíficos. Sólo el artículo de Bourgignon se aleja de mostrar los peligros que acechan al psicoanálisis en un contacto con los saberes de las neurociencias y nos presenta las ventajas en forma de confirmaciones de la teoría psicoanalítica.
Sabemos que los conocimientos neurocientíficos han validado muchos de los presupuestos teóricos psicoanalíticos y nos han ayudado a conocer la fecunda complejidad que existe en las interacciones entre mente y cuerpo, así como entre lo consciente y lo inconsciente. Han dado respaldo a buena parte de los presupuestos básicos del psicoanálisis. Vale señalar, a modo de una mínima muestra, la misma existencia de inscripciones emocionales inconscientes que no son procesadas por la corteza cerebral, sino por el sistema límbico al que no podemos acceder por medios simbólicos; los conocimientos que los trabajos sobre la memoria aportan al psicoanálisis cuando diferencian el sistema de memoria declarativa o explícita y el de memoria procedimental o implícita; o el mismo concepto de pulsión, en lo que se refiere a ese punto intermedio entre lo somático y lo psíquico, sin entrar en otros debates con respecto al concepto, queda hoy perfectamente asentado desde la neurociencia.