aperturas psicoanalíticas

aperturas psicoanalíticas

revista internacional de psicoanálisis

Número 005 2000

La función del preconsciente en psicoanálisis

Autor: Kantrowitz, Judy L.

Palabras clave

Autorrevelaciones, contratransferencia, Enactments, Entonamiento, intersubjetivo, intrapsiquico/interpersonal, Preconsciente, Representacion intrapsiquica, Resonancia, Responsividad de rol, transferencia.

  "KANTROWITZ, Judy L. . The Preconscious in Psychoanalysis" fue publicado originalmente en Inglés en JAPA volumen 47, numero 1, páginas 65-89. Copyright 1999. Traducido y publicado con el permiso del Journal of American Psychoanalytic Association.

Traducción: Juan Otero*

El proceso analítico implica inevitablemente la interdigitación de las estructuras intrapsíquicas tanto del paciente como del analista. Este intercambio se pone de manifiesto en las interacciones de la transferencia-contratransferencia. Trazar una dicotomía entre los factores intrapsíquicos e interpersonales como agentes centrales del cambio psíquico es una construcción falsa. Los intercambios afectivos y comportamentales entre paciente y analista reflejan sus organizaciones intrapsíquicas individuales y su interacción, lo cual influye sobre la configuración y la naturaleza del cambio psicológico. Cuanto más seguros se sientan paciente y analista el uno con el otro, más libremente relajarán sus controles cognitivos habituales y permitirán la emergencia de respuestas preconscientes. La resonancia preconsciente entre paciente y analista es probable que facilite el levantamiento de las barreras represivas y la emergencia de material inconsciente en ambos participantes. Entonces se hace posible la integración y la elaboración de viejos conflictos. Se ilustra la función del preconsciente en la facilitación del proceso analítico. El uso creativo de los procesos preconscientes requiere de la autodisciplina del analista para preservar el rol analítico y mantener el tratamiento seguro para los dos participantes.

En la actualidad existe un debate teórico sobre si el psicoanálisis es una psicología unipersonal o bipersonal y si los factores interpersonales o los intraqsíquicos son fundamentales para el cambio psíquico. Propondré aquí, al igual que ya lo han hecho algunos otros pocos analistas (Hoffman, 1983, 1994; Ghent, 1989) que esas son dicotomías falsas. Tanto la dinámica intrapsíquica individual del paciente como la interacción de las organizaciones intrapsíquicas del paciente y del analista, tal como se expresan en los intercambios afectivos y comportamentales, influyen en la forma y en la naturaleza del cambio. Discutiré la relación entre los factores intrapsíquicos e interpersonales y demostraré su relación con el entonamiento preconsciente entre paciente y analista. Esta conexión preconsciente aporta un elemento por medio del cual la experiencia intrapsíquica de los dos participantes se hace manifiesta y consciente en su interacción. Ilustraré la inevitabilidad de la contratransferencia y la subjetividad que se hace consciente para el analista una vez que él o ella se abren a la experiencia preconsciente. Argumentaré que el uso creativo de esta modalidad de trabajo requiere una autodisciplina y un esmero continuo por mantener el propio rol como analista con el fin de mantener seguro el tratamiento y facilitar el proceso de cambio.

Los analistas son cada vez más de la opinión de que la acción terapéutica del psicoanálisis se produce en las interacciones de la transferencia-contratransferencia. El reciente foco de atención sobre este intercambio ha aumentado nuestro conocimiento del impacto de los factores interpersonales. Sin embargo, tal y como ha ocurrido frecuentemente en la historia del psicoanálisis, se ha desarrollado una tendencia hacia la polarización, generando grupos de teorías opuestas. Algunos analistas (Dorpat y Miller, 1992; Greenberg, 1986; Mitchell, 1993) ven el aspecto relacional como fundamental, mientras que otros (Stolorow y Atwood, 1992; Natterson y Friedman, 1995) se concentran en los aspectos intersubjetivos del trabajo. Otros analistas (Gill, 1982; Schwaber, 1990, 1992) permanecen mas arraigados en el fenómeno intrapsíquico, enfatizando los cambios internos en los pacientes derivados de sus respuestas a las comunicaciones del analista.

Aunque Freud ponía el foco de atención sobre el conflicto intrapsíquico, no ignoró la influencia de los factores externos en el desarrollo del carácter. Freud (1912a) propuso que las adaptaciones caracterológicas, los métodos que uno emplea para obtener lo que desea y la naturaleza particular de lo que se desea, son moldeados por una combinación de factores constitucionales y ambientales1Hoy en día muchos, si no la mayoría de los analistas (Colarusso y Nemiroff, 1981), añadirían que los factores externos que suceden más tarde en el desarrollo tienen una influencia continua tanto en el modo como en la forma de la conducta y sobre los objetivos y deseos de cualquier persona. Lo que quiero enfatizar es que el carácter y los conflictos de una persona resultan de la consolidación de una historia de relaciones y experiencias tal y como fueron amalgamadas sobre la base de una disposición innata individual.
Los factores ambientales que inicialmente eran externos se internalizan; en el proceso de internalización son transformados, sobre la base de las características innatas del individuo, en el carácter y en los conflictos particulares de la persona. Este carácter y conflictos del individuo se expresan entonces en la forma de experienciar, procesar, reaccionar y responder en relación con los acontecimientos y vínculos posteriores.

Aunque Freud enfatizó la incesante repetición del modelo establecido en los primeros años, también tuvo en cuenta el impacto de la experiencia posterior. Las transferencias que se despliegan hacia el analista son susceptibles de ser modificadas ya que los pacientes las crean basándose tanto en su propio carácter y conflictos como en las características reales del analista (Freud, 1905). En la transferencia, los pacientes actúan sus conflictos intrapsíquicos y/o muestran su resistencia a la relación con el analista a través de sus patrones caracteriólogicos. Ellos transfieren una representación intrapsíquica al terreno interpersonal. El paciente primero trata la situación actual intrapsíquicamente, como si perteneciera al pasado y, después, experimenta esta construcción como relacionada con el analista. En la repetición, el analista con gran frecuencia asume el papel de algún aspecto de figuras importantes de la infancia. Pero tales aspectos son la representación no de figuras reales del pasado sino de esas personas tal y como están representadas internamente por el paciente en base, tanto a su experiencia con ellas, como a una disposición innata particular. Mientras este aspecto de la representación (digamos de la madre o del padre) puede tener muchas características que podrían ser corroboradas por otras en el mundo del paciente, también hay siempre una manera única y específica por la que han pasado a formar parte de cada niño. Las transferencias expresan y revelan el modo en el cual las interacciones afectivas poderosas han sido internalizadas. Transmiten una representación de una modalidad de relación pasada, no de las figuras reales o totales del pasado.

Las identificaciones se configuran por la incorporación del niño de experiencias de su self en las interacciones con los cuidadores, en las cuales se modifica una sensación del self por cómo los otros ven al niño y le reflejan esa visión. Cuando estas identificaciones son positivas, las características internalizadas se expresan con gran frecuencia en las actitudes, valores y comportamientos del individuo. Pero la situación es de hecho mucho más compleja, ya que un niño podría admirar conscientemente algún aspecto de uno de sus padres, pero a causa de alguna característica de su interacción (digamos un aspecto competitivo), ser incapaz de incorporarlo como una parte del self. Cuando las identificaciones son negativas y conscientes se convierten en modelos hacia los cuales el individuo ejerce oposición activa; estos modelos negativos tienen cualidades que la persona rechaza conscientemente como parte de cualquier representación del self.

A veces las personas no se dan cuenta de que algunas de sus actitudes, valores o comportamientos repelen a otros. Recrean ciegamente interacciones anteriormente angustiosas o experiencias de otros, ahora sin un sentido consciente de angustia o dolor; no saben ni suponen que las cosas podrían ser diferentes y el afecto doloroso asociado con estas situaciones del pasado es reprimido o aislado. Cuando estas identificaciones son negativas e inconscientes, repudiadas o rechazadas, también pueden aparecer partes negativas del self. Entonces el individuo puede mostrarse crítico o despectivo hacia estas características cuando las observa en los demás pero puede desconocer que lucha contra cualquier reconocimiento de estos aspectos en él mismo. Aquí enfatizó el aspecto proyectivo de la transferencia.

En la situación de tratamiento, el analista es inconscientemente escudriñado respecto a cualesquiera características que puedan emerger que apoyen una visión de él o de ella como similar a alguna representación que presiona internamente, reconocida o repudiada por el paciente. Así, el paciente transfiere aspectos intrapsíquicos del self al terreno interpersonal. Parte de lo que despliega es consciente. El paciente se da cuenta de ciertos tipos de angustia y de frustración que son movilizados y manifestados en relación con el analista. Con gran frecuencia, el paciente es consciente, además, de algunas fuentes importantes de satisfacción, previamente conocidas o buscadas, que también se presentan en la relación analítica. Pero junto a estos modelos de dolor y placer conscientemente reconocidos están enterradas las representaciones inconscientes del pasado, interacciones multifacéticas que están contenidas en lo que se transfiere sobre el analista. En el curso del análisis, si éste es exitoso, estas representaciones inconscientes ?las fantasías, afectos e ideas enterradas en represión- pueden salir a la superficie y eventualmente ser entendidas por medio de las asociaciones estimuladas por el intercambio actual con el analista. La posibilidad de que la experiencia pasada, en sus aspectos conscientes e inconscientes, pueda ser reevocada, reentendida y reelaborada hacia un resultado psicológico diferente depende de la medida en que el analista pueda ser experimentado de ambas formas, como un viejo y un nuevo objeto por el paciente (Loewald, 1960).

Los pacientes traen consigo una historia vital específica que, a través de significados conscientes e inconscientes, intentarán revivir y reelaborar en al análisis. Esta repetición es el aspecto invariable de la transferencia, la característica aplicable a todos los análisis, que debería ocurrir con cualquier analista. El aspecto variable del análisis es moldeado por el carácter y los conflictos del analista particular con quien el paciente ha elegido trabajar. Igual que la disposición genética del niño procesa y reacciona a las influencias ambientales de maneras únicas y específicas, asimismo el impacto de la forma de aproximación y el estilo particulares del analista, modelados por su propio carácter y por sus conflictos, influyen en el curso del tratamiento. Con la pareja analítica, aunque no en el mismo grado que con padres y niño, vemos un sistema de interacción bidireccional evolucionando constantemente.

El analista tiene un doble papel. Hay que llevar a cabo un procedimiento, pero el analista también tiene una vida interna. Aunque está centrado en los afectos, ideas, fantasías e interacciones del paciente y está entrenado para mantener sus preocupaciones fuera del centro del escenario, el analista, no obstante, como alguien con un conjunto único de características y conflictos personales, experimentará, procesará y reaccionará ante los pacientes de una manera particular. No podía ser de otra forma. Los análisis didácticos de los propios analistas les han hecho ser conscientes de sus resistencias y de sus mecanismos de defensa y de adaptación típicos; sus análisis les han ayudado a reelaborar y a mejorar los aspectos más problemáticos. Sus análisis también les ha enseñado un método por medio del cual controlar y aprender sobre ellos mismos. Su formación, especialmente la supervisión de pacientes en análisis, les ha instruido y dado práctica en el uso de la teoría y de la técnica para facilitar un proceso analítico. Con esta experiencia, detectan cuándo sus propios asuntos se filtran e interfieren. Estos elementos juntos en la situación de tratamiento establecen una restricción a la expresión de la vida interna del analista. Pero no existe entrenamiento, por riguroso que sea, que elimine las características reales de un analista. La subjetividad es inevitable, al igual que lo son los conflictos residuales. Estos factores afectan a las percepciones, a la elección del enfoque, al escrutinio de un área y evitación de otra y a la tolerancia e intensidad alrededor de afectos específicos o de los afectos en general. Responder al paciente sobre la base de las propias características personales ocurre en grados variables con analistas diferentes y, para cada analista, con diferentes pacientes.

El desarrollo y la repetición de experiencias vitales refuerzan las estrategias caracterológicas, las defensas, los métodos de adaptación y las creencias inconscientes que pueden convertirse en fijas. No obstante, nuestra confianza en el análisis se basa en la convicción de que el sistema psíquico es maleable si podemos crear ciertas condiciones ?por ejemplo, fuerzas que favorezcan el levantamiento de la represión. Cuando el paciente y el analista están vinculados afectivamente, cuando el paciente llega a confiar en la benevolencia básica del analista y cuando, en este contexto, el paciente se siente lo suficientemente seguro como para aflojar las defensas, la modificación de la organización intrapsíquica se hace posible. La resistencia al vínculo puede en el inicio deberse a una precaución, socialmente esperable, que requiere ganar la confianza, a una cautela caracterológica o a fantasías inconscientes que expresa una transferencia inicial con el analista.

Si paciente y analista son capaces de vencer la resistencia a vincularse y a entrar en la exploración de las dificultades organizativas fundamentales del paciente, sobrevendrá un vínculo afectivo intenso. Cuando el análisis es exitoso, paciente y analista son capaces de ver y entender aspectos del paciente no reconocidos previamente. Ellos ven este cambio desplegado en sus interacciones; éste es el aspecto interpersonal, relacional, del análisis. Muy a menudo se producen descubrimientos poderosamente emocionales en el contexto de la relación analítica. El paciente no solo recuerda y reinterpreta; el paciente revive. Pero lo que se revive interpersonalmente es una expresión de lo que ha sido consolidado intrapsíquicamente, ahora modificado por el impacto de las características reales del analista y por su habilidad para ayudar a los pacientes a entender sus formaciones de compromiso y a tolerar aspectos de ellos mismos previamente inaceptables y no reconocidos. Así, la experiencia actual es diferente de la del pasado. Dado que el analista ha llegado a ser tan importante afectivamente, el paciente debe encontrar un camino para integrar estas nuevas características dentro del self. En la experiencia interpersonal, al analista se le ha dado el papel de un aspecto del self, un self intrapsíquico? o representación de un objeto que puede ser positiva o negativa, aceptada o repudiada. El papel desplegado con similitudes y diferencias con respecto a las representaciones más tempranas requiere que el paciente se confronte con esa representación y reconcilie las discrepancias cognitivas y afectivas. Ya que lo que se revela y se comprende en el contexto interpersonal puede verse como una externalización del conflicto intrapsíquico, necesita ser reintegrado intrapsíquicamente.

No es sólo que la relación sea una repetición externalizada de los conflictos internos del paciente. Si fuera únicamente así, las características reales del analista no tendrían efecto sobre el trabajo. Y si nosotros creyéramos eso, tendríamos menos motivos para estar esperanzados en que pueda producirse el cambio. Pero tampoco el analista es sólo un objeto nuevo diferente de los objetos frustrantes y decepcionantes del paciente en el pasado. La frustración y la desilusión, aunque la mayoría de las veces son representados como parte integrante de los objetos, también son invariablemente representaciones de aspectos del self. Una imagen decepcionante de uno mismo contiene dentro de ella una experiencia de uno sintiendo haber sido una decepción para otro, incluso si ese sentimiento se basaba primariamente en la fantasía. Al analista se le consulta para dar forma a estas representaciones de forma que el paciente pueda ver mejor y llegar a tolerar estos aspectos dentro del self. A la luz de todo esto, lo que ocurre en el análisis debe discutirse en términos tanto interpersonales como de representación intrapsíquica; no tiene sentido considerar una excluyendo la otra. Ambas están siempre presentes e entremezcladas. Lo que es intrapsíquico empezó como una interacción y después se repite interaccionalmente. Esto es lo que nosotros queremos decir con revivir en la transferencia.

Los pacientes profundamente comprometidos en el trabajo analítico se han permitido a sí mismos estar menos defendidos, lo que significa que, en relación con el analista, han modificado sus modos habituales de esconder su vulnerabilidad. Las defensas mantenidas con menor fuerza facilitan la emergencia de asociaciones que conducen al material inconsciente. Freud (1912b) planteó que el analista utiliza ?los derivados del inconsciente que le son comunicados para reconstruir ese inconsciente, el cual ha determinado las asociaciones libres del paciente? (pág. 116). Los límites de lo que el analista puede captar, mantenía Freud, estarían determinados por las propias dificultades del analista, que interferirían inevitablemente con la comprensión del paciente, al menos en algunos sentidos. Los aspectos del analista que permanecen inconscientes llevan a la resistencia, impidiendo un entendimiento más completo del paciente. (Según Freud, estos aspectos no reconocidos, rechazados del analista son proyectados entonces como teorías). En la medida en que los analistas se permitan convertirse en participantes emocionales en este proceso, también permitirán un incremento en su grado de vulnerabilidad en relación con el paciente, al menos durante la hora analítica. Por tanto los analistas, como sus pacientes, abandonan las defensas y resistencias habituales para encarar y experimentar aspectos del otro o de sí mismos que son amenazantes o decepcionantes. Esta aceptación más completa del self del analista permite una visión y aceptación más plena del paciente (Kantrowitz, 1996).

Una vez que se da por supuesto que hay dos personajes y dos grupos de conflictos comprometidos en el trabajo analítico, y que hay una influencia recíproca tanto intrapsíquica como interpersonal, necesitamos considerar más a fondo la cuestión de cómo se produce el cambio. Si es inevitable que los analistas estén, al igual que sus pacientes, removidos afectivamente por el trabajo y puedan desarrollar contratransferencias hacia ellos (McLaughlin, 1981; Jacobs, 1991; Hoffman, 1992, 1994; Kantrowitz, 1996), ¿cómo afecta esto a nuestra teoría de la acción terapéutica?

ENTONAMIENTO Y RESONANCIA

Se ha prestado una atención considerable al papel del insight, de hacer consciente lo inconsciente (Arlow y Brenner, 1964; Blum, 1979, Eissler, 1953; Gray, 1990) y a los descubrimientos afectivo-cognitivos (Blatt y Behrends, 1987; Chused, 1991; Loewald, 1979) que tienen lugar a través de los vínculos y actuaciones de transferencia-contratransferencia. Deseo centrar la atención sobre el aspecto preconsciente de este proceso, el cual, probablemente debido a que es difícil de describir, raramente se tiene en cuenta. Es en el dominio de la comunicación preconsciente donde el entrelazamiento de los fenómenos intrapsíquico e interpersonal se hace más evidente. Aquí, la experiencia intrapsíquica del paciente se registra y es seguida por una correspondencia o resonancia en la experiencia intrapsíquica del analista. Al designar esta forma de comunicación preconsciente, me estoy refiriendo a un área de experiencia en la que el fenómeno, aunque no está todavía organizado ni se observa conscientemente, no será reprimido por más tiempo. No me refiero a los fenómenos que están sólo temporalmente fuera del conocimiento, como un número de teléfono. Más bien estoy describiendo experiencias que son registradas sin querer pero que pueden ser traídas a la conciencia una vez que la atención se dirige hacia ellas. Los entonamientos intrapsíquicos preconscientes proveen nexos entre el conocimiento consciente de vínculos afectivos, comportamentales e interpersonales y los afectos, fantasías y reacciones inconscientes representados intrapsíquicamente tanto en el paciente como en el analista. Aunque estos fenómenos preconscientes todavía no han tomado forma conscientemente, su ocurrencia está basada en algún vínculo interpersonal el cual, si llega a ser el centro del escrutinio analítico, normalmente puede adquirir forma consciente.

Así, la experiencia preconsciente forma un puente tanto entre fenómenos conscientes e inconscientes como entre fenómenos intrapsíquicos e interpersonales. El impacto de las características personales y conflictos del analista sobre el paciente suele ser registrado por parte de éste sólo preconscientemente. Tales reconocimientos, que inevitablemente son construidos preconscientemente, o interpretados a través del filtro de las representaciones intrapsíquicas del paciente, pueden tener reverberaciones profundas sobre el curso y el resultado del tratamiento.

El relajamiento mutuo de las defensas en el paciente y el analista les permite profundizar en aspectos preconscientes de ellos mismos normalmente no accesibles. Cuando el trabajo va bien hay una resonancia y un flujo hacia el proceso. Analistas tales como Hoffman (1992), Gill (1982), McLaughlin (1981) Schwaber (1981, 1987) han identificado factores que interfieren con el desarrollo de este estado y han sugerido actitudes analíticas que podrían facilitar su ocurrencia. Algunos analistas han estado siempre más abiertos que otros a la intrusión de sus respuestas más desguarnecidas y primitivas, y trabajan más fácilmente con sus preconscientes. El entonamiento preconsciente indudablemente se da más con unas parejas paciente-analista que con otras, y se produce más a menudo durante algunos períodos del trabajo analítico que en otros. He propuesto que los factores de la pareja paciente-analista ?temperamento, carácter, conflicto- pueden también facilitar o impedir este trabajo (Kantrowitz et al, 1989).
 A medida que se profundiza en el trabajo analítico, las fantasías preconscientes emergen. Estas son fantasías que no están exactamente en la conciencia del individuo, o que aparecen dentro de ella fugazmente, solo para ser suprimidas. Sin embargo, a diferencia de las fantasías inconscientes, que permanecen fuera del conocimiento del individuo incluso cuando la atención se dirige hacia ellas, las fantasías preconscientes llegan a ser, cuando se pone la atención sobre ellas, disponibles conscientemente. El hecho de contar una fantasía preconsciente, que engloba derivados de las fantasías inconscientes (Kris, 1950) hace posible que éstas últimas sean expuestas.

¿Cómo entendemos lo que ocurre en el entonamiento inconsciente? Freud (1912b) describió el fenómeno como implicando una transmisión de un inconsciente a otro. Sin embargo, yo creo que esta transmisión de contenido inconsciente es mediada a través del comportamiento que se registra preconscientemente. Estoy suponiendo aquí un entonamiento que se desarrolla entre paciente y analista en el tratamiento que hace posible este tipo de entendimiento. También en nuestras vidas externas, cuando nos sentimos seguros y en confianza, como en las relaciones amorosas y con algunas amistades cercanas, este fenómeno puede ocurrir. Bajo condiciones de seguridad, se toman riesgos emocionales que de otra manera no tendrían lugar. Cada vez que el paciente experimenta mayor libertad e intimidad sin que lo acompañe una experiencia (consciente o inconscientemente anticipada) de peligro o decepción, el valor para arriesgar de nuevo se incrementa y la voluntad para exponer y explorar se fortalece.

Pero, ¿cómo podemos ilustrar lo que no se representa conscientemente? En un debate sobre la intuición, Kohut (1959) mantenía que, en situaciones en las cuales los analistas creían que habían captado intuitivamente algún aspecto que no se había hecho explícito, la revisión cuidadosa reveló la presencia de datos reales sobre los cuales ellos habían construido su comprensión. Estos datos, sin embargo, no fueron registrados conscientemente. Esta construcción parece bien fundada, ya que los pacientes siempre presentan más de sí mismos de lo que nosotros o ellos pudiéramos reconocer y entender al tiempo. Sin embargo, ilustrar la recepción inconsciente de lo que se transmite, plantea una tarea que, aunque desalentadora, es esencial que intentemos.

Es posible ofrecer ejemplos de entonamiento y resonancia que facilitan la sensación del paciente de ser entendido y el flujo del material asociativo, pero fuera de contexto es difícil transmitir porqué se ha desarrollado este entonamiento. Una paciente se queja levemente de que su marido la apremia para que se vista de un modo más sexy. Quiere que se ponga ropa interior de encaje y batas transparentes. A ella más bien le gusta la idea, no le importa realmente su pequeña presión pero... Aquí la analista, sintiendo el estado de la paciente y la calidad y el grado de su malestar, espontáneamente dice la parte de la frase que faltaba por decir: ?¿Dónde acabará??. La paciente suspira, ?Exactamente?, y después elabora con mayor matiz y detalle, las preocupaciones que se remueven, los recuerdos revividos.

Respuestas de este tipo tienen referentes que son reconocibles. ¿Qué ha sido registrado que me llevó a completar el pensamiento de mi paciente de esta manera? Tenía un contexto mucho más amplio que las palabras anotadas aquí, del cual emergió mi respuesta inmediatamente. Mi conocimiento detallado de mi paciente significaba no sólo que yo tenía mucha más información que la que me era suministrada en el momento, información que me posibilitaba contextualizar su material; además yo también estaba familiarizada con las formas y matices de su expresión del afecto. Había estado entonada con un cierto tono y timbre de su voz sugerente de tensión, ansiedad, posiblemente excitación. Pero ninguno de estos pensamientos estaban presentes conscientemente cuando hablé. Sólo retrospectivamente, después de reflexionarlo, puede darme cuenta de por qué en ese momento parecía espontáneo que completara su pensamiento. En ese momento mi comentario podría haber sido descrito simplemente como empático.

¿Podría haber alcanzado la paciente todo ese material sin el comentario de la analista? Posiblemente. La intervención no fue formalmente analítica y podría ser vista fundamentalmente como de apoyo. No todos los analistas ven tales ocurrencias ?espontáneas? como deseables, pero ocurren en casi todos los análisis, aunque el analista pueda no pensar en ellas de este modo.

Retrospectivamente, tal y como he sugerido, lo que parece simple se convierte en más complejo. La paciente ha dejado una frase incompleta y yo la he terminado. La incompletud podría representar una sutil presión sobre mí para responder. Haciéndome cargo de la parte que la paciente no ha terminado ¿estoy dando voz a la parte que la paciente no desea expresar? ¿Con qué estoy exactamente empatizando? Estoy iluminando una sensación particular de miedo. Al ofrecerla una expresión afectiva, pero global, de lo que yo siento que es su estado y su preocupación ¿le he permitido, al menos en ese momento, eludir fantasías más específicas y miedos acerca de donde podrían conducir los intereses sexuales de su marido. ¿Quizás hacia una pérdida de límites o de control, o hacia una sexualidad desenfrenada, imprevisible? O ¿hacia alguna versión de sometimiento fantaseado que ella podría no querer reconocer? Quizás mi paciente prefirió que esos pensamientos masoquistas no fueran admitidos conscientemente. Si fuera así, ¿dejó la frase incompleta para que yo pudiera traer el pensamiento en lugar de ella? ¿Sabía mi paciente detalles más específicos de sus fantasías o de su malestar? ¿Fue descubierta, para su vergüenza, incapaz de decirlo antes de que otra mujer le pusiera voz? ¿Lo había sabido ella previamente y después había olvidado estos detalles, o las fantasías eran todavía incipientes? Desde mi perspectiva ¿fue mi respuesta un entonamiento o estaba yo prefiriendo ser la madre con quien ella se aliaba, más que con la que ella competía?

El caso es que en ese momento estas preguntas no fueron articuladas conscientemente por mí. Mi ?¿Dónde acabará?? fue una resonancia global con su estado afectivo y parecía hacerlo menos vergonzoso y, por consiguiente, le facilitaba su exploración de fantasías más detalladas y miedos que no había permitido que se hicieran plenamente conscientes. La rapidez con la cual ella fue capaz de traerlas a la conciencia sugiere que eran ya preconscientes. Mi respuesta generada preconscientemente se dirigió hacia su afecto y hacia el significado general de su angustia, más que hacia el contenido específico de sus fantasías.

También se dan resonancias menos claramente identificables. Un paciente entra en el despacho y se tumba sobre el diván, pero no habla. En el silencio, recuerdo por primera vez mi propio sueño de la noche anterior. Cuando el paciente habla, empieza hablando sobre un asunto directamente relacionado con mi sueño. Es tan ajustado que me parece sobrecogedor. Me centro en el material de mi paciente y sólo más tarde, al final del día vuelvo a esta sorprendente ocurrencia. Al principio me siento confusa, pero una reflexión posterior hace mi experiencia más comprensible. Asumo que en la hora del día anterior mi paciente debió haber estado hablando sobre este material o algo relacionado con el mismo. Esto quizá removió en mí algunos asuntos similares, no muy conscientes, que después emergieron en mi sueño. Cuando vi a mi paciente al día siguiente, el recuerdo del sueño fue evocado a causa de su conexión con el material del paciente del día anterior. El sueño no habría sido antes asequible activamente a mi memoria indudablemente debido a mi propia resistencia. La presencia de mi paciente fue entonces el estímulo para la recuperación de mi sueño y para traer este material a la consciencia. Sus pensamientos similares no estaban realmente conectados a los míos, sino que más bien eran una continuación de ideas y afectos de su última sesión de análisis. La revisión de algunas notas del día anterior confirmaron mi hipótesis. Había sido para mí una resonancia preconsciente con algún aspecto de mi paciente que había sido expresado en la sesión del día anterior, pero no había nada místico en lo que había translucido.

En este ejemplo, se inicia en mi mente una cadena de pensamientos que parecen conectar con material inconsciente. El material del paciente del día anterior había removido un conflicto inconsciente para mí, que emergió en mi sueño, fue vuelto a reprimir y fue recuperado sólo ante el estímulo de la presencia de mi paciente. Lo que se perdió a su recuperación fue mi conocimiento del nexo preconsciente, el hecho de que el paciente fuera el estímulo para que emergiera ese material. Yo había tenido un reconocimiento preconsciente que, de algún modo todavía inespecífico, estaba en un lugar parecido al que él estaba. Esta sensación de similitud podría haber surgido, aunque no necesariamente, de un conflicto compartido. Esto podría haber sido estimulado en cambio por una transferencia ante la transferencia del paciente hacia mí o por alguna similitud de nuestras estrategias defensivas y adaptativas. Lo cierto es que la naturaleza inconsciente de mi proceso intrapsíquico podría estar conectada con, aunque también se distingue de, el elemento preconsciente. Algo que se removió dentro de mí era de mi inconsciente, pero el enlace con mi paciente era preconsciente. Yo no me había dado cuenta de que algún aspecto de mi paciente había estimulado mi sueño, el cual no era ni manifiesta ni latentemente sobre mi paciente. Una vez que reflexioné sobre por qué mi sueño fue recuperado en presencia de mi paciente, fui capaz de traer de vuelta a mi conciencia la razón por la que él fue el estímulo para ese material. Sin embargo, fue necesaria una autorreflexión considerablemente mayor antes de que yo descubriera el lazo afectivo entre su material y el mío propio.

Mientras que en este caso fue posible reconstruir los datos que explicaban el fenómeno, con frecuencia tales experiencias de sintonía preconsciente son más difíciles de conectar con acontecimientos descriptibles. El analista queda menos capacitado para definir qué es estímulo y qué es respuesta. Una fluidez de asociaciones relacionadas entre paciente y analista provoca que se profundice sobre el material sin ninguna reflexión consciente sobre la fuente de resonancia. Más tarde el analista puede buscar más allá de los afectos o ideas personales evocadas en el intercambio con el paciente y llegar a ser más consciente de los aspectos entrelazados entre paciente y analista.

En el trabajo real con el paciente este proceso generalmente permanece más continuo. El analista se sumerge empáticamente en la experiencia del paciente y después le pone palabras a lo que es encontrado. Cuando estas palabras dan forma a algo que el paciente está a punto de ver, el paciente puede responder con asociaciones aún más intensas o más plenamente elaboradas. El analista es probable que escuche mientras el paciente prolonga recuerdos, fantasías, sueños, afectos e ideas y, si además está bien entonado, entremezcla una observación, se hace eco de un afecto o idea, posiblemente ofrezca un comentario sintético, todo lo cual sirve para posteriores asociaciones del paciente. Hay un tira y afloja, un baile, que aunque no es indisciplinado, sin embargo, es más espontáneo que cuidadosamente pensado. Una elaboración de frustraciones y desilusiones tiene lugar a medida que se producen nuevas comprensiones en el contexto de una conexión bajo el sentimiento de seguridad. Esto es la experiencia del analista como un nuevo objeto. Es donde crece la esperanza de algo diferente del pasado.

PUESTAS EN ACTO (ENACTMENTS)

Las puestas en acto son otra fuente de datos analíticos que revelan cómo participamos con nuestros pacientes en comportamientos que no siempre están tan plenamente bajo nuestro control consciente. En las puestas en acto los analistas inconscientemente introducen un aspecto de su verdadero ser que tiene una confluencia con la transferencia. Sandler (1976) se ha referido a este comportamiento multideterminado llamándolo responsividad de rol. La participación del analista es una formación de compromiso modelada tanto por el empuje interno de los temas personales como por el tirón externo de la transferencia del paciente. La proporción de estas fuerzas varía de una pareja paciente-analista a otra y con la naturaleza de la situación particular. Las puestas en acto dan forma al fenómeno preconsciente. La experiencia que todavía no está dentro del conocimiento consciente del paciente o del analista, y que por tanto todavía no es verbalizable, se revela mediante las acciones de los participantes. Una vez que a estos fenómenos incipientes se les da forma de acciones, el paciente y el analista tienen algo para examinar juntos en lo que pueden descubrir aspectos previamente escondidos de sí mismos y del impacto del uno sobre el otro.

En el análisis el foco se sitúa sobre el paciente, pero es improbable que el analista se quede impasible. Las puestas en acto normalmente representan momentos en los que el entonamiento preconsciente del analista se rompe. Conscientemente el analista no tiene la intención de actuar el papel de otro frustrante o decepcionante, de seductor o de seducido. Aunque el analista rechaza la idea de desempeñar roles en que se adopten conscientemente posiciones para contrarrestar los temores y expectativas del paciente de que el analista sería manipulador y en última instancia no útil (Alexander y French, 1946) el analista se apunta a no repetir intencionalmente conductas que han herido al paciente en el pasado. Incluso cuando paciente y analista se entregan para comprometerse en un proceso preconsciente, lo que todavía no está entendido conscientemente es lo que primero podría darse bajo la forma de puesta en acto. Entonces, dentro de las representaciones preconscientes, podrían empezar a emerger las fuentes inconscientes.

Con frecuencia, cuando el analista desempeña un papel que, de algún modo, cumple la expectativa temida por el paciente, el rol representa un aspecto desconocido por el paciente. En estos casos el analista está poniendo en acción algo que el paciente no puede todavía reconocer conscientemente. Aunque el analista debe tener algún asunto personal que engancha con los asuntos del paciente, si a eso se le da forma, la mayor parte de las veces queda sin especificar cómo tiene lugar la transmisión preconsciente.

Voy a poner un ejemplo. Mi paciente se estaba quejando de lo cansada, aburrida y frustrada que se sentía cuando pasaba largo tiempo en su casa de retiro. La casa era muy bonita y ella tenía todo lo que podía desear, pero se sentía totalmente inmovilizada. Sus nietos eran adorables, y por momentos ella podía realmente disfrutar de su presencia pero inmediatamente se sentía aprisionada por su necesidad de estar con ella. Ella describía como estaba sentada con un nieto a la hora del almuerzo, escuchándole charlar y se daba cuenta de que su mente andaba a la deriva. Esforzándose por atender la jerga del niño, ella respondía con frases hechas. Su corazón y su cabeza no estaban presentes. Deseaba poder irse sola, poder leer sin interrupción. Anhelaba poder volver a su trabajo. Todo era dolorosamente evocador de cuando tenía a sus hijos pequeños y se sentía atrapada por ellos y teniendo que acomodarse a la vida suburbana tal y como ella pensaba que debía hacer una ?buena madre?. Ella había pensado que su análisis la había liberado de estar limitada por estos ?deberías?. Después de criar a sus hijos, pensó que ya no se sentiría por más tiempo en la necesidad de acomodarse a lo que ella experimentaba como la tiranía de las necesidades de ellos, pero aquí estaba de nuevo en esta situación. Aún así, había momentos en los que no se sentía de esta manera, que ella podía disfrutar realmente de lo que la rodeaba y de sus nietos sin esta sensación de inmovilización.

Al escucharla, yo sentía que podía captar la sensación de claustrofobia que ella estaba sintiendo. Yo la compadecía en su malestar, que ella me había dado a conocer como ejemplo, pero en el cual yo no me sentí inmersa. Aunque capturada por su afecto, no entendía todavía las condiciones que lo desencadenaban con tanta fuerza como parecía necesario. Ella había dicho que había momentos en que experimentaba de manera diferente. ¿Qué los hacía diferentes? Entonces, yo le pregunté por las veces en que ella podía disfrutar. Ella habló de cuando cogió en brazos a una nieta que no quería pisar el césped que picaba. La niña era realmente demasiado mayor para que le cogieran y el peso la hizo fatigarse. A pesar de ello, la niña continuó pidiendo que se le sostuviera en brazos, y mi paciente había accedido. Al volver a casa, su nieta acarició el pelo de mi paciente, pasando delicadamente los dedos a través del mismo, y se recostó en el pliegue del cuello de su abuela. El sentimiento de intimidad y conexión fue delicioso y la sensación de carga se disolvió. Yo me sentí afectivamente conmovida por su relato, al principio cargada y después inundada con el placer del ofrecimiento de otro de aprecio íntimo. Me acordé de cómo se sentía al coger a un niño de esa manera y notarla fundirse con una misma. Ello permitía tolerar mucho de lo que no era tan agradable. Más tarde, reflexionando, vi que había dos modos diferentes por los que yo entonaba con ella. Me sentía llevada por ella como si yo fuera su nieta, pero también identificada con ella como abuela o madre.

Mi paciente continuó. Otra cosa era el jardín. Aunque normalmente ella veía como una tarea agobiante el mantenerlo escardado y replantado, a veces podía hacerlo y disfrutar del proceso. Ella misma había diseñado el jardín y había comprado una variedad de flores. Empezó a detallar la excavación y la colocación de las plantas. Entonces, abruptamente y más bien con urgencia, me preguntó si le iba a responder. Estaba desconcertada y sorprendida. Estaba segura de que no me había quedado dormida, pero también sabía que no tenía ni idea de lo que me había preguntado. Tampoco tenía ni idea de dónde me había ido y por qué. Ella dijo que me había preguntado si conocía las flores ?globo?. ¿Había escuchado yo la pregunta? ¿Había ella perdido mi atención? Reconozco que sí.

Lógicamente disgustada, ella se preguntaba qué había pasado. Yo respondí que no estaba segura y que ciertamente intentaría entender mi parte, pero que ambas podríamos intentar explorar la parte común. Yo repetí lo último que había registrado y le pregunté si podía reconstruir lo que ella había dicho después. Era algo sobre arreglar delfinias. Ella estaba segura de que yo las conocía. Las había visto en mi jardín. Entonces había empezado a describir la compra de las flores globo y se preguntaba si yo sabía lo que eran. Pero yo no había respondido. Ella no podía imaginarse por qué. Yo casi siempre respondía a las preguntas directas, y cuando no lo hacía ella normalmente veía el motivo. Esto no había tenido sentido. Se dio cuenta de que había perdido mi atención. Pero ¿por qué? Ella estaba hablando de algo que estaba segura me interesaría. Yo siempre tenía flores en el despacho y ella había visto crecer mi jardín durante años. ¿Estaba siendo aburrida? ¿Dando detalles innecesarios?

Solamente una vez antes en el análisis la había dejado así. En aquella ocasión habíamos entendido eventualmente que su parte había implicado el estar tan despegada afectivamente de lo que estaba diciendo que yo había dejado de estar conectada. Eso era aburrido. ¡Pero la jardinería! ¿Cómo había podido dejarla? Eso era algo por mí. Le pregunté qué quería decir con que hablar de jardinería era por mí. Dijo que la jardinería era mi interés, no el suyo. Así que ella me estaba hablando sobre algo que yo disfrutaría. Dije que creía que ella había empezado a hablarme sobre momentos que no había sentido como obligaciones, en los que no se había sentido atrapada por las expectativas, sino que los vivió como agradables y que eran para ella. Ella estaba desconcertada, en realidad esa había sido su intención. Había transmitido exactamente eso en su historia de cargar con su nieta. Pero no pensó que yo tuviera nietos y por eso no había estado en absoluto segura de que la historia fuera algo que me pudiera concernir. Así que me había hablado de jardinería, un tema del que pensaba que yo respondería, pero en lugar de eso yo la dejé. Estaba enfadada y herida. Yo dije que podía entenderlo.

Al continuar reflexionando sobre lo que había ocurrido, empezó a darse cuenta de que quizás no había disfrutado de la jardinería tanto como había pensado. Dije que me preguntaba si en el proceso de su descripción, ésta se había llegado a parecer a como si ella hubiera cargado con algo agobiante. Al contar los detalles de su jardinería ¿me había estado cargando, como había hecho con su nieta, con al menos una vaga expectativa de que podría ser recompensada con una muestra de aprecio e intimidad? Dije que me preguntaba que si había estado intentando complacerme, pero en cambio había perdido mi conexión con ella. Ella valoró esto un poco, pareciendo ahora más curiosa que enfadada por lo que había ocurrido. Ella pudo ver ahora que con lo que ella se había implicado era más con la idea de complacerme que con la de haber disfrutado realmente de la jardinería. Yo dije: ?o sea que era más como sentarte con tu nieto mientras él estaba comiendo y hablar sobre lo que a él le interesaba aunque tú no tuvieras realmente interés en ello?. Ella asintió. Le dije que al igual que una parte de ella quería estar conectada, ambas sabíamos lo profundamente resentida y enfadada que se ponía cuando se sentía compelida a atender. De nuevo asintió, pero dijo que no se había dado cuenta del enfado o resentimiento mientras había dicho todo eso. Yo me pregunté en voz alta si ella había cambiado las tornas y creado inconscientemente una situación en la cual, mientras conscientemente trataba de complacerme, inconscientemente me había atrapado en algo que ella experimentaba como tedioso, haciéndome sentir, al igual que ella había sentido, la sensación de estar cogida y atrapada por detalles que no eran interesantes. Sugerí que inconscientemente podría estar intentando hacerme sentir lo que ella había estado describiendo. Pero de nuevo expresó sorpresa por cómo podría ser esto ya que incluso aunque ella pudiera estar aburrida con la jardinería y sus detalles, yo no lo estaría. Yo dije, ?pero mi interés estaba puesto en tu interés aquí, no en la jardinería, y fue tu propio interés lo que abandonaste y entonces te abandoné yo?.

Mi paciente entonces volvió a pensamientos sobre su crecimiento, sobre su madre recientemente fallecida, quien había estado tan atrapada por cómo ella pensaba que tenía que ser. Su devota madre había sido tan generosa, pero en muchas maneras no estaba realmente presente afectivamente. La identificación de mi paciente con los modos de autosacrificio de su madre se había modificado en gran medida durante el análisis, pero se había reintensificado desde la muerte de la madre. Ella veía como estaba intentando agarrarse a su madre y cómo ella había estado haciéndome algo que le habían hecho a ella. Había algo importante en ese tipo de atención amorosa tan costosa para el que la daba. Incluso más tarde, cuando continuó con lo que había ocurrido entre nosotras, vio que tenía la fantasía de que podía controlar mi atención. Si hacía ?lo correcto? podría mantener mi mirada. Pero eso significaba que constantemente tenía que estar actuando y eso era agotador. Empezó a ver la imagen tan grande que se había creado de sí misma y lo grandes que ella debía haber asumido que eran sus poderes para creerse que podía controlar las respuestas de otros. Esta era la otra cara de lo desamparada que se había sentido de niña. Empezó a entender que la consecuencia de creerse tan poderosa era que se sentía muy responsable todo el tiempo. Entonces, paradójicamente, se sentía tan desamparada e inadecuada porque nunca podía hacer que las cosas salieran como ella deseaba o hacer que la gente respondiera y se comportara como ella quería. Sollozó al pensar sobre mi falta de respuesta hacia ella, que evocaba los repetidos abandonos que había sentido en su crecimiento.

Aunque yo no transmití a mi paciente mis posteriores pensamientos sobre este incidente, me di cuenta de que no sólo le había retirado la atención; también había abandonado mi intención consciente de intentar estar con ella y de identificarme con su experiencia. Mi resistencia inconsciente a permitirme ser atrapada por su experiencia de ser capturada me había llevado a retirar mi atención de sus palabras. A pesar de mi deseo consciente por conocer su experiencia de modo que la pudiera ayudar a entenderla, en la contratransferencia había llegado a un lugar donde inconscientemente me rebelaba. Había perdido mi conexión y resonancia con un aspecto de su experiencia consciente y preconsciente, pero había entonado con otro, la parte negada de ella. Yo, inconscientemente, había rehusado unirme a ella en su identificación con su madre autosacrificada, pero al hacer esto yo había actuado otra parte, la de su madre abandonante. Lamentaba causar a mi paciente más dolor, pero con el tiempo había llegado a entender que la profundidad de la participación me hace vulnerable a tales puestas en acto. Si la alianza con mi paciente es suficientemente fuerte, siempre he considerado posible aprender de estos acontecimientos.

Pero reconsideremos este ejemplo, intentando ahora averiguar lo que es preconsciente y lo que es inconsciente tanto en mi paciente como en mí misma. Cuando me perdí lo que mi paciente había dicho, algo inconsciente estaba trasluciéndose para mí. Pero ¿por qué estaba mi paciente tan disgustada? Ella había aprendido a esperar que yo respondiera a una pregunta directa pero si en ese momento yo no lo hice ¿por qué necesitaba tan urgentemente que yo lo hiciera? Ella ya debía de haber estado disgustada conmigo para inquietarse tanto porque yo no la respondiera inmediatamente, cuando ni siquiera sabía aún que había perdido mi atención. Y hay datos que confirman esto. Ella había hecho previamente un reproche sutil: pensó que su análisis la había liberado de estar limitada por los ?deberías? y ahora se encontraba con que los ?deberías? todavía la constreñían. Aquí hay un indicador anterior de que ella quería que yo hubiera hecho algo por ella que no había hecho. En ambas ocasiones ella había esperado algo de mí que no había llegado. Así en la transferencia yo parezco ser su madre débil e incapaz. Sin embargo, yo también soy la madre que desea volver a su ?trabajo?, a su lectura, a su propio mundo de ensimismamiento, y ella tiene la dolorosa sensación, que viene de su temprana experiencia, de no ser suficiente para mantener mi interés. Yo tengo una doble identificación para ella; ella tiene un doble tipo de vínculo conmigo. Yo soy tanto su madre ineficaz como su madre poderosa, a quien si se complace se entregará a ella y le hará sentirse poderosa. Yo también soy como mi paciente, tanto inadecuada como poderosa en mi retracción.

Ella había reaccionado como si yo le hubiera pedido que hablara sobre lo que a mí me interesaba, como si esperase que yo le agradeciera lo que había hecho. Creía que me gustaría que ella hiciera eso. Si encontraba lo que daba por supuesto que eran mis deseos no dichos, esperaba que yo le correspondiera conociendo los suyos. No confesaba o pedía directamente lo que quería, sino que quería que yo lo supiera y se lo diera. Esta era una estructuración preconsciente de nuestra relación. Si yo presentaba a mi paciente esta construcción de lo que ella había hecho, lo reconocería y le daría validez. Ella también sabe que tiene una necesidad de complacerme igual que necesitaba complacer a su madre. Pero no pudo conseguir que su madre se interesara realmente por ella. Ella confía en que yo esté atenta. A causa de que le faltó la atención de su madre, se siente incluso con la legitimidad para esperanzarla -aunque está avergonzada de tener tal sentimiento.

Ella también está identificada con su madre como alguien que priva al niño de atención. Asume que su madre se sintió agobiada de intentar complacerla. Sabe que se ha sentido agobiada tratando de complacer a sus propios hijos y a sus nietos. Lo que es preconsciente es que ella previamente se había sentido agobiada por tratar de complacer a su madre y actualmente se había sentido agobiada de intentar complacerme a mí.

Existe un problema de límites para ella ¿Quién está complacido y quién está complaciendo? Cuando yo no respondo, he roto un pacto inconsciente que ella ha construido inconscientemente sobre lo que haremos la una por la otra. También estamos en una competición preconsciente de ser buenas, así como de complacer y no ser manipuladas. Inconscientemente, esto tiene que ver con quién de nosotras contendrá la agresión. Inconscientemente, al no responder, me he sentido como una niña mala. Mientras yo soy capaz de reconocer este aspecto en mí misma, antes y más fácilmente de lo que lo hace mi paciente en sí misma, yo lo designo como inconsciente más que preconsciente- probablemente si hubiera explorado más directamente su necesidad urgente de una respuesta no me hubiera sentido culpable por no haber respondido.

Muy a menudo, las puestas en acto que son así de claras ocurren en momentos centrales de un tratamiento, momentos en los cuales el paciente está listo para enfrentar y empezar a reintegrar una parte del self que ha sido rechazada. A los aspectos inconscientes y rechazados, al igual que a las representaciones transmitidas preconscientemente de cada una de nuestras historias contenidas intrapsíquicamente, se les da una expresión interpersonal en esta puesta en acto.

Esta paciente y yo ya hemos hecho mucho trabajo juntas. El proceso entre nosotras generalmente puede ser desenredado al igual que lo fue aquí. La parte rechazada ejerce una presión que penetra y crea una sinergia con un aspecto independiente pero afín en mí que también pugna por su expresión. Pero cómo se transmite esa presión está menos claro. Pienso que, en este ejemplo, yo desentoné porque de repente me vi inundada con la culpa por los deseos agresivos e intentaba evitarlos haciéndolos inconscientes, mediante una desconexión de mi experiencia consciente y de mis controles cognitivos habituales. La presión, tal y como yo la experimenté en este ejemplo, desvía los controles cognitivos habituales del analista, inclina la balanza participante-observador hacia el lugar de la participación, y pasa por encima de la entrenada intención del analista para mantener una posición analítica.

COMENTARIOS FINALES

Taylor (1996) ha señalado que si los analistas verdaderamente desarrollan transferencias hacia los pacientes, debemos repensar nuestro compromiso teórico con la neutralidad analítica y el anonimato como si fueran facilitadores del desarrollo y de la interpretación de la transferencia. Indudablemente el paciente no es anónimo ni neutral en relación con el analista, e incluso el analista puede desarrollar una transferencia hacia el paciente. Al reflexionarlo, por supuesto, está claro que nosotros formamos transferencias no sólo hacia la gente de quien tenemos datos limitados, sino también hacia la gente en nuestras vidas reales sobre la que tenemos abundante información. Los clínicos que hacen terapia de parejas conocen vivamente el papel que la transferencia juega en las dificultades que las parejas tienen entre sí. Los analistas reconocen la forma en la que sus pacientes despliegan conflictos pasados en sus relaciones actuales. Verdaderamente, los analistas trabajan sobre los desplazamientos al igual que lo hacen directamente sobre la transferencia. Algunos (Renik, 1993; Ehrenberg, 1992, Hoffman, 1994) incluso plantearían que la neutralidad y el anonimato nunca son realmente posibles y que no son necesarios para el análisis.

Suponiendo que, claro está, nunca sean del todo alcanzables, yo plantearía no obstante que los analistas deberían intentar preservarlos, no para facilitar la transferencia sino para mantener la posición analítica, la cual está siempre en peligro. El mantenimiento de la posición analítica facilita un encuadre seguro y puede hacer más comprensivas estas puestas en acto para un examen ulterior. Chused (1992) ha señalado convincentemente que la percepción acertada por parte de un paciente de una aspecto del analista no excluye a ese aspecto de tener un significado transferencial. Cuando un paciente observa ese aspecto, y el analista reconoce la percepción como acertada, el analista puede encontrar esta dimensión difícil de tratar.

En el tratamiento psicoanalítico, el analista se encuentra en una posición de autoridad que es un aspecto ineludible de la situación analítica y que inevitablemente engendra ciertos tipos de transferencias. En virtud de la estructura de la relación analítica, incluyendo el hecho de que el paciente busca ayuda y paga por ella, es inevitable que el analista sea vivido como una autoridad. La descripción de Hoffman de la dialéctica psicoanalítica entre la disciplina del analista y la espontaneidad (1994) habla de una tensión central en el trabajo. Si, como la mayoría de los analistas parece pensar ahora, la fuerza del análisis emana de lo que afectivamente se aprende en la interacción, entonces el grado en el cual el analista pueda permitirse el compromiso afectivo pone el límite sobre lo que se puede lograr. Sin embargo, si el analista permite que esta inclinación se vuelva demasiado pronunciada, la función del analista se perderá. Cuando un analista se vuelve autorrevelador, no es el conocimiento de los datos del analista por parte del paciente lo que pone en peligro el proceso. El paciente podría aprender muchas cosas del analista fuera del despacho y podría inferir todo tipo de información personal de lo que el analista dice y hace. Todo este material, en términos de su significado para el paciente, se convierte en parte de la investigación analítica.

El peligro de la autorrevelación yace no en que el paciente posea información sobre el analista, sino en la profundización de la implicación del analista con el paciente. La autorrevelación tiende a intensificar el compromiso personal del analista. Cuando el paciente se ha convertido no sólo en una persona significativa afectivamente en la vida psíquica del analista, sino en una persona que el analista, aunque sea inconscientemente, utiliza para cubrir necesidades personales, el peligro está en el grado en el que esto es actuado con el paciente. Una vez que ocurre esta desviación en la relación, la habilidad del analista para salir del proceso y observar queda disminuida. La relación, en el mejor de los casos, se convierte más en algo parecido a una amistad, pero una amistad que es desigual porque la transferencia previa de autoridad tiende a permanecer; en el peor de los casos podría ocasionar una violación de los límites y un abuso del paciente. El intento consciente del analista por mantener el anonimato y la neutralidad en el trabajo con el paciente ayuda a mantener la abstinencia.

Intentar adherirse al anonimato y a la neutralidad, con todo lo inevitablemente comprometidos que suelen ser, ayuda al analista a mantener un equilibrio entre ser un observador de los procesos preconscientes y lo que pudiera ocurrir espontáneamente. Cuanto más seguro se encuentre el analista, más libremente podrá el analista participar de los aspectos regresivos del proceso analítico, creando en consecuencia una mayor apertura hacia el material preconsciente dentro de los dos miembros de la pareja analítica. Al igual que muchos analistas, yo pienso que hay un gran beneficio potencial en los analistas que se abren ellos mismos al uso espontáneo de las respuestas preconscientes a los pacientes. Pero junto con el beneficio llega el peligro de que en esta espontaneidad el analista pudiera cesar de ser un analista. Las consecuencias de esta pérdida del papel analítico no son siempre dañinas, aunque pueden serlo. A veces son desastrosas para ambos participantes. Necesitamos encontrar caminos para ser al mismo tiempo creativos y prudentes en nuestros compromisos analíticos.

El mantener al paciente como foco del trabajo, mientras simultáneamente se hace uso de las reacciones transferencia-contratransferencia personales para el beneficio del paciente, se logra con más seguridad cuando los analistas mantienen autodisciplina. La autodisciplina implica intentar evitar la intrusión en el trabajo de los valores, las creencias, los conflictos y las tendencias caracteriológicas personales. No pienso que sea una contradicción creer, por un lado, que es imposible eliminar los efectos del carácter y de los conflictos del analista sobre el paciente y, por otro, que al analista le incumbe el mantener el trabajo analítico lo más centrado en el paciente que sea posible. El hecho de que sea imposible eliminar los efectos de la subjetividad no significa que deba abandonarse el intento de ser objetivo. Cualquier beneficio personal que el analista pudiera obtener, por muy considerable que sea, es una cuestión privada, aunque el hecho de que existe tal ganancia bien puede ser reconocido.

En conclusión, sugiero que el proceso analítico implica inevitablemente la interdigitación de las estructuras intrapsíquicas tanto del paciente como del analista. Este intercambio se expresa en interacciones transferenciales-contratransferenciales. Cuanto más seguros se sientan paciente y analista el uno con el otro, más libremente se relajarán sus controles cognitivos habituales y permitirán la emergencia de respuestas preconscientes.
La resonancia preconsciente entre paciente y analista es probable que facilite el levantamiento de barreras represivas y la emergencia del material inconsciente en los dos participantes. La integración y reelaboración de viejos conflictos se hace entonces posible. En el contexto de una conexión tan intensa afectivamente y tan significativa, el analista necesita encontrar modos de equilibrar esta profunda implicación con el fin de mantener una posición analítica en relación con el paciente y conservar las preocupaciones del paciente como el foco central. Aunque la objetividad, al anonimato y la neutralidad son todas imposibles de lograr, el analista puede utilizar estos conceptos para mantener un equilibrio emocional. El intentar adherirse demasiado estrictamente a la objetividad, el anonimato y la neutralidad puede llevar a un clima estéril en el cual ni el paciente ni el analista pueden explorar libremente los afectos, ideas, fantasías o vínculos. El prestar demasiada poca atención a estos conceptos en favor de la espontaneidad, sin embargo, podría poner en peligro el papel del analista como analista mediante la pérdida de una posición analítica y el sacrificio de la ambigüedad posible en el espacio analítico.

Las puestas en acto podrían proporcionar la base para entender el pasado y cómo se sustenta en el presente, o podrían ser los primeros pasos en una siempre creciente violación de los límites. Paciente y analista tienen una ?verdadera? relación entre ellos pero debe ser usada como un vehículo de entendimiento, no para la gratificación directa en la interacción. Los analistas deben permanecer vivamente atentos de cómo aquello que los pacientes experimentan en relación con ellos tiene y no tiene que ver con el analista. Mantener un foco sobre la realidad y la irrealidad de la ligazón afectiva del paciente hacia el analista nos ayuda a mantener nuestro papel analítico y a permitir la emergencia espontánea y el uso subsecuente de respuestas preconscientes en beneficios del tratamiento del paciente.

NOTA DE LA AUTORA

1.Aunque su atención se dirigió específicamente sobre la vida sexual, los mismos elementos constitucionales y de la influencias externas tempranas se combinan para modelar métodos y objetivos que no son tan directamente pulsionales, aunque Freud los consideró expresiones de la vida sexual coartadas en su fin.
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