aperturas psicoanalíticas

aperturas psicoanalíticas

revista internacional de psicoanálisis

Número 024 2006 Revista Internacional de Psicoanálisis en Internet

Psicoanálisis en el envejecimiento, el morir y la muerte

Autor: Gil, Guillermo - Junkers, G.

Palabras clave

Junkers, Gabriela, Capacidad de estar solo, Caracteristicas del proceso de envejecimiento, Crisis de la media edad, Duelo frente a la muerte, Desarrollo psicologico a lo largo del ciclo vital, Psicoanalisis en el envejecimiento..


 

Roy Baty          – He visto cosas que vosotros, las personas, no creeríais.

                         Atacar naves en llamas más allá de Orión.

             He visto rayos C brillar en la oscuridad cerca de la Puerta de Tannhauser.

             Todos esos momentos se perderán en el tiempo como lágrimas en la lluvia.

                         Es tiempo de morir.

Rick Deckard – No sé porqué me salvó la vida.

   Quizá, en esos últimos momentos, amaba la vida más de lo que la había amado nunca, no sólo su vida, la vida de todos, mi vida.

   Todo lo que él quería eran las mismas respuestas que todos buscamos: de dónde vengo, adónde voy, cuánto tiempo me queda.

          Todo lo que yo podía hacer era sentarme allí, y verle morir.

Blade Runner. Ridley Scott (1982)

Reseña: Is It Too Late?: Key Papers on Psychoanalysis and ageing [¿Es demasiado tarde?: Artículos clave sobre psicoanálisis y envejecimiento] Autor: Gabriele Junkers (Ed.). London, Karnac, 2006, 159 pp.


Contenido y objetivo del libro

El libro editado por Junkers reúne una selección de artículos psicoanalíticos relacionados con el envejecimiento, el morir y la muerte, publicados en el Internacional Journal of Psicoanálisis (IJP) desde su constitución en 1920 hasta hoy. La selección de los artículos, a pesar de que inevitablemente es limitada, es amplia –al recopilar diez de los veinte artículos publicados sobre estos temas en el IJP– y trata múltiples temas que son de interés en el área del psicoanálisis con pacientes mayores.

La idea que subyace a esta recopilación es la de mostrar que el psicoanálisis ha promovido, y promueve, la mejora de la comprensión del proceso de envejecimiento. Asimismo, Junkers se propone hacer conscientes a los analistas del hecho de que existe un grupo de personas, las que están en la etapa de la vejez, que son potenciales clientes del análisis.

Para lograr este objetivo, tanto el prefacio como los artículos recopilados, exponen y analizan diversos temas de especial interés para el psicoanálisis con personas mayores. Entre las cuestiones que se tratan se encuentran: la posibilidad de la aplicabilidad del psicoanálisis a las personas mayores; las características –tanto de la normalidad psicológica como de la psicopatología– de la etapa de la vejez; los procesos psicológicos propios que conlleva el envejecimiento; las modificaciones de la técnica; y las cuestiones específicas de transferencia y contratransferencia en el tratamiento de los pacientes mayores.

En cuanto a la aplicabilidad del análisis a los pacientes mayores, comenta Junkers en el prefacio del libro que no es la primera vez que en la historia de la psicoterapia se ha juzgado inicialmente como difícil e incluso imposible el tratamiento de un determinado grupo de pacientes, aunque –después de desarrollos ulteriores de la teoría y de la técnica– tal juicio se ha revocado posteriormente, siendo éste también el caso del tratamiento de los pacientes mayores.

Junkers señala que el envejecimiento es un fenómeno relativamente nuevo en la historia de la humanidad. En los últimos decenios ha aparecido un periodo de vida más amplio en el que se hace énfasis en la calidad de la integridad somática y psíquica de las personas. Mantiene Junkers la posición de que es tarea del psicoanálisis contribuir a una mayor comprensión del bienestar psíquico en esta fase de la vida a la vez que, a nivel individual, el análisis estimula un mayor conocimiento y un reconocimiento de la vida vivida hasta el momento actual, manteniendo de ese modo el equilibrio psíquico durante tanto tiempo como sea posible.

Una noción que subyace al conjunto del libro es la concepción de que cada etapa de la vida tiene su propia normalidad somática y psíquica, así como su propia patología. Durante el desarrollo de la vida, las personas se encuentran con múltiples cambios psíquicos, sociales y biológicos, que suponen atravesar épocas de transición. En tales etapas de transición es necesario desarrollar una gran variedad de estrategias de adaptación para enfrentarse con éxito a las nuevas condiciones internas y del medio externo. A menudo, estas transiciones están asociadas a desequilibrios graves del equilibrio psíquico interno. En tales encrucijadas muchas veces se hace ineludible para las personas mayores reconocer el dolor psíquico que se ha hecho manifiesto en un momento determinado, aunque siempre haya estado presente de manera latente. En ese momento, indica Junkers, puede ser necesaria la ayuda externa del análisis para alentar el proceso de duelo y ayudar a transitarlo con éxito.

En cuanto a la eficacia del tratamiento psicoanalítico con pacientes en la etapa de la vejez, Junkers menciona que se han publicado muchos informes clínicos con el objetivo de mostrar que el trabajo psicoanalítico con analizandos mayores puede ser útil, aunque diversos autores han planteado la cuestión de si es necesaria una modificación de la técnica estándar para el tratamiento de los pacientes mayores. Señala también que es notorio que el cuestionamiento sobre qué requisitos especiales puede implicar el tratamiento de las personas mayores está estrechamente asociado a la orientación teórica del analista. Los analistas próximos a la teoría kleiniana se centran en el proceso de toma de consciencia gradual de la muerte y de la finitud de la vida, proceso que requiere volver a reelaborar de nuevo la posición depresiva, mientras que desde otros enfoques se enfatiza la necesidad de llevar a cabo un proceso de reconstrucción personal.

Junkers hace hincapié en que una cuestión importante para el estudio de la utilización del psicoanálisis con pacientes mayores es la de las características particulares de la transferencia y de la contratransferencia en el análisis de tales pacientes, cuestión que se examina en varios de los trabajos recopilados a lo largo del libro. Ejemplos de esta casuística se producen en los casos –bastante probables– en los que los analistas que trabajan con los analizandos mayores son más jóvenes que ellos, situaciones en las que la situación transferencial puede trasponerse de tal modo que los analistas se estén confrontando inconscientemente con sus propias figuras parentales. En tales casos, existe el peligro oculto de que los analistas que son más jóvenes que los pacientes mayores quieran agradarles, lo que implica que puede resultarles difícil mantener la necesaria neutralidad requerida por el análisis.

El primer artículo que inicia la recopilación es el titulado La muerte y la crisis de la madurez, por Elliot Jaques, publicado en 1965. En él se trata de mostrar que lo esencial para hacer frente con éxito a la crisis de la media edad y el logro de un desarrollo adulto maduro es el reconocimiento, y la situación en el punto central de atención de las personas, de dos características fundamentales de la vida humana: la inevitabilidad de la propia muerte y la existencia de odio e impulsos destructivos dentro de cada persona. Al tenerse en cuenta estas realidades –es decir, tanto la muerte como el instinto de destrucción– la cualidad y el contenido de la existencia psíquica cambia hacia lo trágico, lo reflexivo y lo filosófico.

Desde una perspectiva de desarrollo a lo largo del ciclo de la vida, según la cual en el transcurso del desarrollo de los individuos hay fases críticas que se caracterizan por ser periodos de transición rápida, Elliot Jaques se centra en el momento en el que las personas comienzan a reflexionar sobre el propio proceso vital, en concreto en la crisis vital que se suele producir alrededor de los 35 años –o crisis de la media edad–, y que puede durar varios años. En el artículo, se describen las características psicológicas del periodo de transición entre la juventud y la madurez, es decir, del momento en el que ya no es posible vivir en función del futuro basándose en una continua permanencia de la esperanza y de su renovación en el tiempo.

Para Jaques los problemas de la crisis de la media edad se producen cuando “hay que renunciar a la idealización y a la omnipotencia de la juventud” y cuando ya no se puede enfrentar con defensas maníacas y con negación “la inevitabilidad final de la muerte y la existencia interna del odio y de los impulsos destructivos”, por lo que la madurez adulta solamente puede lograrse haciendo frente a la muerte y a la presencia de los impulsos destructivos.

Para demostrar su tesis Jaques organiza su escrito en cuatro partes. En primer lugar, analiza la crisis de la media edad en el caso de algunas personas consideradas como genios, como ejemplos de un proceso común que es aplicable a la generalidad de las personas, describiendo cómo –alrededor de la media edad– se producen cambios tanto en el modo de trabajar como en la calidad y el contenido de la existencia creativa. En segundo lugar, examina los temas de la consciencia de la muerte personal, el significado inconsciente de la muerte, así como el de la evasión de la consciencia de la muerte. En tercer lugar, expone las consecuencias de la elaboración de la posición depresiva y, por último, describe las características de la existencia creativa madura.

Jaques mantiene que la crisis de la media edad es una reacción que se manifiesta en todas las personas cuando han dejado de crecer y han empezado a envejecer, cuando su infancia y juventud ya han pasado y es necesario hacer su duelo. En consecuencia, la característica central de la fase de la media edad es el hecho de la entrada en la escena psicológica, y de la consiguiente toma de consciencia, de la realidad de la muerte final personal y de su inevitabilidad. El modo en que se reacciona en la etapa de la media edad al encuentro con la realidad de la propia muerte –bien se afronte o bien se niegue– está influenciada por el significado inconsciente que se atribuye a la muerte y que depende de la relación infantil inconsciente con la muerte.

La aceptación por parte de las personas de las realidades de la pérdida de la juventud, de la muerte de los padres, de que ya no queda nadie entre ellas y la tumba, de que se han convertido en la última barrera entre sus hijos y la muerte, requiere desapego así como la capacidad inconsciente de mantener el objeto interno bueno y de conseguir tener una actitud resignada ante los propios defectos, así como ante las imperfecciones del objeto bueno interno.

En la madurez temprana, la contemplación, el desapego y la resignación no constituyen componentes esenciales del placer, la diversión y el éxito. La actividad maníaca y la protección de la depresión pueden llevar a un éxito y a un placer limitados, a la vez que la disociación y la proyección encuentran su expresión en patrones perfectamente normales de apoyo apasionado a causas idealizadas y de equivalente oposición apasionada a lo que puede considerarse malo o reaccionario.

Al establecerse la consciencia de la llegada de la última mitad de la vida se suelen despertar ansiedades depresivas inconscientes por lo que es necesaria una nueva reelaboración de la posición depresiva infantil aunque a un nivel cualitativo diferente. Al igual que en la infancia, así como “las relaciones satisfactorias con las personas dependen de que el niño haya tenido éxito en la lucha contra el caos existente dentro de él mismo al establecer con seguridad sus objetos internos buenos”, en la etapa de la media edad el ajuste satisfactorio a la consideración consciente de la propia muerte depende del mismo proceso. De otro modo, se iguala la muerte con el caos depresivo, la confusión y la persecución, al igual que en la infancia.

Cuando el equilibrio que prevalece entre el amor y el odio tiende más hacia el lado del odio hay un excedente de destructividad en alguna o en todas sus formas –autodestrucción, envidia, omnipotencia grandiosa, crueldad, narcisismo o avaricia– y, consecuentemente, el mundo se percibe también con estas cualidades persecutorias. El amor y el odio están escindidos; la destrucción ya no está mitigada por la ternura. No hay protección, o hay poca, de las fantasías inconscientes catastróficas de aniquilación de los propios objetos buenos y la reparación y la sublimación, que son los procesos que subyacen a la creatividad, están inhibidos y fracasan.

Para Jaques, si no se supera este estado mental, el odio y la muerte se niegan y rechazan, y son reemplazados por fantasías inconscientes de omnipotencia, inmortalidad mágica y misticismo religioso, que son los equivalentes de las fantasías infantiles de indestructibilidad y de protección bajo alguna figura idealizada y generosa.

En tales casos, la crisis de la media edad y el encuentro del adulto con la aproximación de la muerte personal se vivirán probablemente como un periodo de alteración psicológica y ruptura depresiva. Puede eludirse la consciencia de la muerte mediante el reforzamiento de las defensas maníacas, aunque con una acumulación de la ansiedad persecutoria que será necesario afrontar cuando la inevitabilidad del envejecimiento y de la muerte final exija su reconocimiento. Los intentos compulsivos, en la media edad, para mantenerse joven, la preocupación hipocondríaca sobre la salud y la apariencia, el vacío y la falta de disfrute genuino de la vida, la preocupación religiosa, son patrones de conducta habituales de esta carrera contra el tiempo.

En contraste con lo anterior, Jaques plantea que el resultado exitoso del trabajo creativo maduro se fundamenta en la resignación constructiva frente a las imperfecciones de las personas y frente a los defectos del propio trabajo. Las personas tienen que ajustarse al hecho de que no serán capaces de lograr durante la duración de una única vida todo lo que hubiesen deseado ya que solamente pueden lograr una cantidad limitada y muchas cosas quedarán inacabadas o sin llegar a realizarse. La visión de la finitud de la vida está acompañada de una mayor solidez y robustez de su visión de la vida que incorpora una nueva cualidad de resignación terrenal.

Cuando el equilibrio que prevalece entre el amor y el odio tiende hacia el lado del amor, el odio puede mitigarse por el amor y el encuentro en la media edad con la muerte y el odio toma un carácter diferente. Se reviven las memorias inconscientes profundas de odio, que no se niegan pero que se mitigan por el amor; los recuerdos de muerte y destrucción son mitigados por la reparación y por el deseo de vivir; los recuerdos de las cosas buenas heridas y dañadas por el odio son revividos de nuevo y curados por el dolor; la envidia es mitigada por la admiración y por la gratitud; la confianza y la esperanza se reestablecen gracias a una profunda sensación interna de que el tormento del dolor y la pérdida, de la culpa y la persecución pueden soportarse y superarse.

Según Jaques, gracias a la reelaboración de la posición depresiva es posible afrontar la llegada de la tragedia de la muerte personal con la sensación de dolor y pena apropiada, y sin una sensación abrumadora de persecución. Al reelaborarse inconscientemente la posición depresiva vuelve a lograrse la sensación primitiva de unicidad –de la bondad de cada persona y de sus objetos–, de una bondad suficiente aunque no idealizada de modo que no está sujeta a una perfección vacía.

La reelaboración de la experiencia infantil de pérdida y dolor produce un aumento de la confianza en la propia capacidad para amar y para hacer el duelo de lo que se ha perdido y de lo que ya es pasado, así como de la propia muerte personal, en vez de odiarlo y sentirse perseguido por ello. Puede empezar el duelo por el yo muerto, junto con el duelo y el restablecimiento de los objetos perdidos y la infancia y juventud perdidas. Se produce asimismo un fortalecimiento adicional de la capacidad para aceptar y tolerar el conflicto y la ambivalencia. Y ya no es necesario sentir que el propio trabajo es perfecto y, aunque puede elaborarse y reelaborarse, se acepta con sus defectos y con sus límites sin ser necesarios los intentos obsesivos de perfección, porque la imperfección inevitable ya no se percibe como un fracaso perseguidor. Esta resignación madura va acompañada de serenidad verdadera que trasciende la imperfección al aceptarla.

Para Jaques, tal elaboración es posible si el objeto primario está suficientemente bien establecido y no está ni excesivamente idealizado ni devaluado. En tales circunstancias hay un mínimo de dependencia infantil del objeto bueno y un desapego que permite que se establezca la confianza y la esperanza, la seguridad en la preservación y desarrollo del ego, la capacidad para tolerar los propios defectos y la propia destructividad y junto con todo ello, la posibilidad de disfrute de la vida de adulto maduro y de la vejez.

Comienza entonces la preparación para la fase final de la prueba de realidad del fin de la vida. Se es consciente de que ya han acabado los comienzos de nuevas cosas y de que debe acabarse lo que ya se empezó, así como de la próxima frustración futura. La aceptación consciente e inconsciente de la inevitable frustración en la gran escala de la vida como un todo, junto con el proceso de volver al pasado, elaborarlo conscientemente en el presente y entretejerlo con el futuro concreto limitado, logrando su consonancia, son elementos importantes de la existencia creativa madura.

Concluye Jaques, en consecuencia, que la última parte de la vida puede vivirse con conocimiento consciente de la muerte final y con aceptación de ese conocimiento como una parte del vivir.

El segundo artículo recopilado, Sobre la soledad y el proceso de envejecimiento de 1982 (por Norman A. Cohen), se centra en el examen del grupo concreto de pacientes narcisistas que buscan ayuda cuando son mayores, dado que la naturaleza de los desórdenes narcisistas les lleva a buscar ayuda, tras fracasar sus intentos de autocuración, en la media edad y con posterioridad a ella. Son personas que han construido un equilibrio precario alrededor de un yo omnipotente e idealizado. Estos pacientes se aproximan al tratamiento con una sensación de urgencia, así como de fracaso, vergüenza y humillación. Además, sus expectativas sobre el análisis son problemáticas debido a su concepción de que el tratamiento debe circunscribirse al ámbito del alivio del malestar psíquico sin plantearse la necesidad de un profundo cambio interno, ya que entienden el posible cambio como el reestablecimiento de su organización narcisista previa en vez de como un proceso de crecimiento psíquico.

Cohen parte de la idea de que los cambios en la comprensión y en la técnica psicoanalítica han hecho posible la exploración clínica de los desórdenes narcisistas graves, así como de las organizaciones defensivas que se utilizan como medios para afrontar dolor psicológico.

El análisis de los desórdenes narcisistas graves muestra la existencia de un exceso de envidia y de sentimientos destructivos, así como la utilización de mecanismos de defensa primitivos tales como la disociación, la proyección, la negación y la omnipotencia. Estas formas de organización defensiva están asociadas con la incapacidad para hacer el duelo y para reconocer la dependencia, la separación y la muerte, capacidades que son básicas para la adaptación con éxito al envejecimiento.

Cohen relaciona estrechamente la capacidad de la persona para tolerar las fuerzas destructivas con la capacidad de estar solo y, a su vez, considera la capacidad para sobrellevar la soledad y los sentimientos de dependencia como un prerrequisito importante para el envejecimiento exitoso. De modo acorde, define la soledad como el estado mental interno doloroso –a veces producido estando en compañía de otras personas– que es el resultado del fracaso del desarrollo de la capacidad de estar solo, es decir, de ser incapaz de comunicarse internamente con parte de sí mismo o con los propios objetos.

Entiende Cohen que la capacidad de estar solo depende de la existencia de un objeto bueno en la realidad psíquica del individuo e implica una integración suficiente del individuo que permita la consciencia de la dependencia así como la confianza en los objetos que se perciben como separados de uno mismo. Las raíces de tal logro están en la elaboración de la posición depresiva infantil cuando, a través del impulso del niño hacia la integración de los instintos de vida y de muerte, y de la capacidad para percibir a su madre como una persona completa, hay una creciente consciencia de su dependencia. El miedo de perder a su madre, de quien es totalmente dependiente, estimula el impulso hacia la restauración del objeto tanto interna como externamente, y es la base para la elaboración con éxito del proceso de duelo. Si no se logra tal estado de maduración, debido a los factores que interfieren con el impulso hacia la integración –tales como las ansiedades persecutorias excesivas–, entonces resulta afectado el desarrollo futuro en las diferentes etapas de la vida de un individuo. Por ello, para la valoración de hasta qué punto puede ofrecerse ayuda a los pacientes mayores y de media edad es esencial tener una comprensión detallada de su desarrollo previo y de la interacción entre sus ansiedades depresivas y paranoides.

Tras examinar la habilidad para tolerar la envidia y la rivalidad así como la dependencia, señala Cohen que en el envejecimiento es importante mantener la capacidad para reconocer y solicitar ayuda del entorno –lo que muy a menudo se ha vuelto una necesidad y supone reconocer la propia sensación de dependencia–.

Concluye Cohen que el proceso de envejecimiento centra la atención de los individuos en la muerte y les fuerza a un reconsideración de las actitudes hacia ella. Si predominan las ansiedades paranoides y esquizoides entonces las personas viven la muerte de un modo extremadamente persecutorio. No obstante, el tratamiento psicoanalítico puede facilitar la elaboración de las ansiedades paranoides y depresivas a lo largo de la vida, incluso en pacientes gravemente traumatizados, y puede contribuir a mitigar –hasta cierto punto– la envidia y la rivalidad excesiva, que suelen ser unos dolorosos acompañantes de la vejez, así como permitir la satisfacción vicaria de los logros de otras personas, tanto jóvenes como viejas.

Por último, se presenta en el artículo el análisis de un paciente en la década de los cincuenta años para ilustrar el fundamento teórico anterior, defendiendo que el desarrollo del conocimiento en el psicoanálisis siempre ha estado basado en las experiencias de los tratamientos individuales.

Los dos siguientes trabajos que presenta el libro consisten en reflexiones provocadas por el artículo de Cohen y publicados en el mismo número del International Journal of Psychology que éste. En el primero de ellos, Comentarios sobre el artículo del Dr. Norman A. Cohen “Sobre la soledad y el proceso de envejecimiento” (por Wolfgang Loch) se intenta mostrar que el tema de la muerte se extiende más allá del ámbito del desempeño psicoanalítico habitual debido a que no permite el dominio de la posición depresiva por reparación. Aunque, por otro lado, la asunción de la concepción de la inmortalidad de la muerte permite una vida en la realidad gracias a la identificación proyectiva. Asimismo, a lo largo del artículo, Loch reanaliza el caso clínico presentado por Cohen, y comenta tres casos de pacientes en la década de los cuarenta años.

Trata, en primer lugar, de la importante cuestión de si el tratamiento psicoanalítico es aplicable a los pacientes en la crisis de la media edad y de hasta qué punto éste difiere del tratamiento estándar.

Mantiene Loch que, al ser la muerte una no-cosa al no ser un evento de la vida no tiene existencia como un objeto propio de la vida por lo que frustra y anula toda intencionalidad que es la esencia de la vida psíquica, por lo que trasciende en sí misma el ámbito analítico normal y, en consecuencia, no es posible aplicar el psicoanálisis. La muerte que es la prueba ineludible de que todo está condenado a ser destruido y subordinado al invencible poder de la aniquilación que todo lo invade cancela todas las perspectivas de lograr más placer lo que es un objetivo indispensable para los procesos básicos de formación del yo.

Llevada a su último extremo, la confrontación con la muerte fuerza por un lado a abandonar la fantasía de un objeto inmortal equivalente al pecho bueno, el objeto primario que es el fundamento de la constancia del objeto y, por otro lado, obliga a abandonar la fantasía de un objeto ideal. Ambos objetos internos son necesarios para el funcionamiento de la vida psíquica, al dar fe el objeto inmortal de la continuidad con el pasado y con los orígenes; y al proporcionar el objeto ideal la capacidad de proyectarse en el futuro, lo que es un prerrequisito del proceso continuo de la vida psíquica. Al renunciarse a estos objetos internos, la posición depresiva –y su síntoma, la soledad– asume en la media edad una perspectiva diferente a la que ha tenido en fases anteriores de la vida al estar en el centro de atención la idea de terminación del tiempo y eliminarse cualquier perspectiva de futuro.

Para Loch, cuando la consciencia de la noción de muerte elimina el pasado y el futuro la superación de los problemas de la soledad y de la posición depresiva requieren un enfoque que es diferente al que se sigue normalmente en el trabajo psicoanalítico, debido a que la confrontación con las fuerzas de la muerte obliga a comprender que ya no es posible la reparación –el mecanismo básico que es necesario para la resolución de la posición depresiva–.

En contraste con esta posición poco alentadora en cuanto a la posibilidad de eficacia del tratamiento psicoanalítico en el contexto de la consciencia de la muerte, Loch examina una posibilidad alternativa en la que el enfoque del tratamiento residiría, por un lado, en el reconocimiento de la inmortalidad de la muerte, –el hecho de que las criaturas y los objetos finitos son destruidos por el infinito, por el permanente impulso de muerte– y, por otro lado, en la renuncia al narcisismo solipsista, materializando la posibilidad de que el yo viva en adelante, por identificación proyectiva, en un alter ego.

Loch resalta que no pretende sugerir que tales pensamientos y consideraciones formen parte de las interpretaciones verbales de los psicoanalistas, sino que constituyan el fundamento de sus intervenciones, aunque no de forma explícita, sino mediante su revelación implícita. En consecuencia, mantiene que la diferencia con el tratamiento psicoanalítico estándar residiría en la utilización de esta perspectiva conceptual derivada de la preponderancia en el análisis del tema de la muerte. 

Dada la relevancia que otorga Loch a la renuncia al narcisismo solipsista, hace hincapié en la importancia que adquiere la capacidad para afrontar los problemas narcisistas relacionados con esta etapa de desarrollo –tales como la dependencia– y que siguen sirviendo a un propósito defensivo.

Expone Loch cómo las fantasías que se refieren al tema de la muerte son, en sí mismas, estructuras defensivas, inventadas y construidas para disfrazar y disimular la muerte, lo indescriptible, lo desconocido. Trascender las fantasías puede empobrecer al paciente –al tener que despedirse y liberarse de las ilusiones y los síntomas que le han causado constante ansiedad, infelicidad y desesperanza, pero que, al mismo tiempo, han servido como único medio para convencerle de su propia realidad, para vivir en el mundo, para preservar la propia identidad, para poseer una existencia distintiva– aunque se vuelve más sabio. Después de la eliminación de las fantasías la persona depende en adelante exclusivamente de la realidad.

Concluye Loch que, quizás, el resultado del trabajo analítico, y de la elaboración de la posición depresiva, consista en el logro de la serenidad ante la muerte.

El segundo comentario al trabajo de Cohen incluido en la recopilación es el trabajo Sobre el envejecimiento y la psicopatología: Análisis del artículo del Dr. Norman A. Cohen “Sobre la soledad y el proceso de envejecimiento” (por George H. Pollock) que se centra especialmente en la psicopatología de las personas mayores y examina con detalle la diversidad de maneras de envejecer, normales y patológicas, dado que lo que se considera “normalidad” en una etapa de la vida puede considerarse como patológico en otros momentos posteriores de la vida. Defiende Pollock que el “duelo-liberación” es un componente del envejecimiento normal que consiste en un proceso universal de transformación que permite la adaptación al cambio, a la pérdida, a la transición y al desequilibrio.

Comienza su artículo señalando que, si el proceso de “duelo-liberación” no se cursa con éxito, las personas mayores afectadas pueden ser tratadas por el psicoanálisis, aunque no siempre se haya reconocido que el proceso analítico puede ser exitoso con esta población. Considera Pollock que el conocimiento psicoanalítico puede ayudar a comprender lo que está pasando internamente, incluso aunque no se pueda intervenir con un tratamiento psicológico tan profundo como con pacientes más jóvenes, así como que una tarea del psicoanálisis consiste en distinguir entre las manifestaciones del proceso de envejecimiento normal y las alteraciones características de las diferentes patologías que se producen durante este periodo del transcurso vital.

Para Pollock, el objetivo fundamental del tratamiento psicoanalítico es poner a disposición de cada individuo todas las partes de uno mismo que sea posible al servicio de las experiencias vitales creativas y satisfactorias, tanto presentes como futuras. El psicoanálisis permite que un individuo esté en contacto con las partes de sí mismo que han sido olvidadas, desatendidas o apartadas y que continúan ejerciendo una influencia importante sobre el individuo. Durante el análisis estas partes reviven, así como antiguas vivencias emocionales –lo que contribuye a hacer el duelo del pasado– a la vez que la autoinvestigación permite que se produzca la liberación del pasado, que continúe el disfrute de la vida y se aumente la capacidad para afrontar los traumas inevitables de los acontecimientos de la vejez. A lo largo del análisis se elaboran gradualmente las experiencias privadas intensas del pasado que aún permanecen vivas y son egosintónicas, y se libera energía para nuevas inversiones vitales en los ámbitos interior y exterior en los que uno vive solo y con otras personas. El tratamiento psicoanalítico puede producir nuevas integraciones y ha resultado ser una modalidad terapéutica más exitosa que lo que se había asumido previamente con los adultos en la media edad o en la vejez.

Pollock fundamenta su apreciación de la utilidad del psicoanálisis con personas mayores y las que están en la media edad, en ocho consideraciones: 1) Las personas mayores son capaces de tener insights y utilizarlos; 2) Pueden utilizar las transferencias que aparecen en el proceso terapéutico; 3) Sueñan y relacionan sus sueños y fantasías con el proceso terapéutico y con su propio pasado; 4) Son capaces de cambiar y de motivarse para el cambio, de examinar de nuevo objetivos y valores, y de establecer nuevas relaciones sociales o reestructurar las del pasado de formas más positivas; 5) Tienen capacidad para la autoobservación, tanto en el presente como en retrospectiva, así como una visión más o menos objetiva de cómo manejaron las relaciones vitales significativas en el pasado y de cómo pueden cambiarse en el presente. La introspección retrospectiva ayuda a la actividad retrospectiva actual y a la planificación prospectiva; 6) Tienen energía libidinal así como energías constructivas y agresivas que hacen la vida más creativa, satisfactoria y que les permiten afrontar los traumas inevitables del futuro con menos ansiedad, depresión y dolor; 7) Son capaces de llevar a cabo un proceso de duelo-liberación que permita que el pasado se convierta apropiadamente en pasado y que facilite la inversión en el presente y en el futuro; y 8) Distinguen fácilmente entre una fachada de interés superficial y la implicación y el cuidado genuinos por parte del terapeuta.

A continuación, señala Pollock que no todas las psicopatologías están necesariamente originadas durante el periodo de la infancia temprana dado que también otras experiencias vitales afectan a las reacciones de la vida posterior. No obstante, las fijaciones o detenciones del desarrollo en periodos anteriores son más fácilmente identificados que superados y algunas fijaciones nunca se resuelven, por lo que el individuo aprende a vivir con ellas y en función de ellas. Por otro lado, hace hincapié en el hecho de que, con el envejecimiento, los cambios en el “ello” pueden estar acompañados de cambios concomitantes en otras estructuras de la mente.

Comenta Pollock que, en oposición a la gente más joven, los ancianos no temen a su muerte concreta, ya que la muerte también puede significar libertad y liberación del dolor y la angustia. No es el hecho de la muerte el que se teme, sino su significado metafórico que se vive en función de diferentes funcionamientos psíquicos. Lo que más les preocupa es el miedo al dolor y al sufrimiento, la indefensión y la desesperanza, el aislamiento y la soledad, el deterioro físico y mental, la pérdida de competencia y de adecuación, y la dependencia de quien puede abandonarles.

Finaliza su artículo señalando, en relación con el caso presentado por Cohen, que una breve explicación clínica no permite el conocimiento suficiente de las muchas sutilezas terapéuticas que pueden haber sido cruciales en el proceso terapéutico.

El temor ante la muerte es el principal tema del quinto artículo de la recopilación, titulado El miedo a la muerte: Notas sobre el análisis de un hombre mayor (por Hanna Segal) publicado en 1958. Se inicia este trabajo señalando que el incremento de la ansiedad ante la muerte es el origen de muchas crisis de los pacientes mayores.

No obstante, según las personas van teniendo más capacidad para hacer el duelo de la vida que van a perder, pueden también anhelar la muerte para reencontrarse con sus padres ya muertos que ya no son vividos como amenazantes.

En la parte principal del artículo, Segal describe el trabajo de análisis llevado a cabo con un paciente anciano de setenta y cuatro años enfatizando el papel de la transferencia y la contratransferencia. A partir de este análisis, destaca la relación de la incapacidad para afrontar la ambivalencia y la ansiedad depresiva tanto durante la infancia como posteriormente con la incapacidad para afrontar la muerte del propio objeto y la perspectiva de la propia muerte. Como protección frente a estas ansiedades surgen la negación de la depresión, la disociación y la identificación proyectiva, mecanismos de defensa que, por otro lado, incrementan la ansiedad inconsciente al percibirse como persecutorias todas las situaciones de deprivación o de pérdida.

Defiende Segal que el análisis de las ansiedades y de los mecanismos de defensa permiten vivir la ambivalencia, movilizar la posición depresiva infantil y elaborarla lo suficiente como para permitir el restablecimiento de los objetos internos buenos y afrontar la vejez y la muerte de un modo maduro.

En el siguiente trabajo incluido en el libro, de 1991, El análisis de un paciente anciano (por Nina E. C. Coltart), se presenta un informe detallado del análisis, de una duración de nueve años, de un paciente varón de sesenta años, 15 años mayor que la analista.

Comenta Coltart que el tratamiento de los pacientes mayores tiene la cualidad de que los pacientes aportan al análisis una sensación de última oportunidad, de necesidad, intensidad e implicación en el trabajo analítico, así como una reducción de la vergüenza y el embarazo en el proceso del análisis.

Al hilo de la exposición del caso clínico, Coltart trata fundamentalmente tres temas: la calidad dinámica y convincente de las construcciones cuando son precisas y se basan en la transferencia; los rasgos específicos que son peculiares de los pacientes mayores; y la necesidad de aceptar logros limitados en el proceso terapéutico.

Para Coltart, las dos tareas principales del trabajo analítico con los ancianos son el afrontar la perspectiva de la propia muerte y el hacer el duelo de las oportunidades perdidas a lo largo de la vida. No obstante, comenta el reto terapéutico que supone la aplicación del psicoanálisis a pacientes ancianos, dada la dificultad para llevar a cabo estas dos tareas antes mencionadas, ya que los deseos y las ansiedades profundas de las personas permanecen inalteradas hasta una edad muy avanzada. Aunque, por otro lado, señala que el efecto de la comprensión que es resultado del análisis continuado se consolida gradualmente y produce cambio y mejora.

Según la autora, la transferencia y la contratransferencia son los elementos fundamentales en el proceso analítico con los pacientes mayores. Indica Coltart que el análisis de los derivados del conflicto solamente puede llevarse a cabo en el aquí y ahora de la transferencia, que constituye una especie de recuerdo, un revivir vivo del pasado, a la vez que la contratransferencia se convierte en un radar en la oscuridad para el analista. Concluye Coltart que la transferencia y la contratransferencia tienen una utilización primordial y esencial en la creación de construcciones.

En cuanto a las construcciones en el análisis comenta Coltart que la convicción de la “verdad” de la construcción logra el mismo resultado terapéutico que el recuerdo recapturado. Compara a continuación los conceptos de construcción y reconstrucción. La “reconstrucción” sugiere la reproducción exacta de un recuerdo perdido, un pedazo del pasado, mientras que la “construcción” da el peso adecuado y respetuoso al modo en el que cada acontecimiento de la vida es “nuevo” en el análisis. Asimismo, señala que la transferencia y la contratransferencia permiten percibir y construir una estructura fuerte mediante la experiencia personal nueva, directa, única, del analista en el presente.

A continuación comenta Coltart la importancia del manejo de los silencios en la terapia. Es necesario respetar los silencios y limitar las intervenciones estando atento a distinguir cuando realmente el paciente ha terminado una frase o un comentario de cuando el silencio constituye una pausa del proceso de reflexión. No obstante, el silencio en las sesiones también puede consistir en un retiro a un mundo secreto de fantasía, más consciente de lo que aparenta, donde se puede reinar con un esplendor solipsista y controlar todo y a todos.

La última parte del trabajo se centra en los problemas específicos con los pacientes mayores, insistiendo en la conveniencia de aceptar los avances y logros limitados que se pueden alcanzar en el análisis.

Coltart describe la “adherencia” del apego libidinal en la última parte de la vida y señala la dificultad para limitar los objetivos del paciente según envejece. Asimismo comenta que aunque las ansiedades y las defensas pueden reducirse y flexibilizarse, no se puede esperar que desaparezcan totalmente dichas ansiedades y defensas que han existido durante más de medio siglo.

Por último, señala que el final del análisis es mucho más difícil con los pacientes mayores que con los analizandos jóvenes dado que la cantidad de catexis residual del analista absorbe más espacio y emoción con los pacientes mayores que con los más jóvenes, ya que es más probable que estos últimos encuentren nuevos objetos.

En el séptimo artículo de la compilación, publicado en 1980, El ciclo vital según la naturaleza de la transferencia en el psicoanálisis de las personas de media edad y de los ancianos (por Pearl H. M. King) se comenta, de modo similar a como lo hace Coltart, el hecho de que la consciencia gradual de los cambios en la situación vital de las personas mayores introducen una dinámica nueva y un sentido de urgencia en el análisis que facilita la alianza terapéutica productiva. Los pacientes mayores son conscientes habitualmente del hecho de que es la última oportunidad de modificar sus vidas y sus relaciones antes de afrontar definitivamente la realidad de las consecuencias físicas, psicológicas y sociales de su propio envejecimiento. La inmediatez de las pérdidas y de las terminaciones reales hace más difícil negar las ansiedades paranoides y depresivas, de modo que resulta más fácil iniciar un proceso de duelo.

Señala King al principio de su trabajo que durante muchos años la teoría psicoanalítica y los casos clínicos de los que se informa han tendido a exponer problemas de pacientes hasta los cuarenta años de edad y no se ha recomendado el psicoanálisis para los pacientes mayores de esa edad, aunque también comenta que los avances en el pensamiento psicoanalítico y en la investigación sobre psicoanálisis, han llevado a los analistas a reconsiderar la posibilidad de aplicar el análisis a las personas mayores.

Centra su análisis en diversos aspectos del trabajo psicoanalítico con pacientes de media edad y ancianos cuyos problemas surgen de las presiones de la realidad y de los conflictos intrapsíquicos que están asociados con esta fase concreta del ciclo vital y que tienen que afrontar independientemente de sus dificultades psiconeuróticas y desórdenes del carácter.

Al tener en cuenta las presiones que surgen del impacto de los acontecimientos vitales sociales y psicológicos sobre los pacientes mayores identifica cinco fuentes de ansiedad y preocupación durante la segunda mitad de la vida, que suelen llevar a algunos individuos neuróticos a buscar ayuda psicoterapéutica:

1) El miedo a la disminución o pérdida de la potencia sexual y su impacto sobre las relaciones personales;

2) El reto de la redundancia y del desplazamiento en los roles laborales por parte de personas más jóvenes junto con la consciencia de la disminución de la efectividad de las destrezas profesionales y el miedo a no ser capaz de manejar la jubilación y de perder el propio sentido de identidad e importancia al perder su papel profesional o laboral;

3) Las ansiedades que surgen en las relaciones matrimoniales después de que los hijos han dejado el hogar por lo que los padres no pueden utilizar a los hijos para enmascarar los problemas de la relación;

4) La consciencia de su propio envejecimiento, de la aparición de posibles enfermedades y la consiguiente dependencia de otra personas; y

5) La inevitabilidad de la propia muerte junto con la comprensión de que es posible que no sean capaces de lograr los objetivos vitales que han fijado para sí mismos y de que los que pueden lograr y disfrutar en la vida son limitados con los consiguientes sentimientos de depresión y deprivación.

Al hilo de la exposición de tres casos clínicos, de dos mujeres y un varón, en las décadas de los cincuenta y sesenta años, King hace algunos comentarios sobre el proceso de análisis con pacientes mayores. Indica que el análisis exitoso de los pacientes de media edad y ancianos requiere que se revivan y se elaboren en la transferencia los traumas y la psicopatología propios de las fases del desarrollo de la pubertad y de la adolescencia, además del material infantil, dado que estos pacientes tienen que afrontar muchos de los mismos problemas que afrontaron en la adolescencia, pero a la inversa, puesto que ahora se trata de un periodo de involución. El ajuste a los propios cambios sexuales y biológicos, el cambio de roles y sus consecuencias socioeconómicas, los conflictos relacionados con la dependencia, el cambio de un hogar multigeneracional a un hogar unigeneracional junto con la necesidad de establecer nuevas relaciones, pueden precipitar una crisis de identidad en términos de autopercepción y de percepción del yo por parte del resto de las personas, de cambios en la autoimagen y de posibles traumas narcisistas y heridas a la autoestima.

Gran parte del artículo de King se dedica al analizar el tema de la transferencia en relación con la vejez y de su influencia sobre el trabajo analítico. Para la autora, hacer énfasis en el proceso de transferencia implica implícitamente adoptar una perspectiva diferente sobre los ancianos, viéndolos como individuos que, a pesar de envejecer, siguen teniendo todas las posibilidades de aportar afectos, expectativas y deseos apropiados a las situaciones del pasado en el aquí y ahora de la relación con el analista. A través de esta transferencia los analistas pueden ser conscientes y acceder al contexto de los traumas pasados de los pacientes y a la etiología de sus neurosis, que está conformado por su ciclo vital dentro del cual han experimentado su propio desarrollo, maduración y envejecimiento.

Señala asimismo que existe la posibilidad de que, en la transferencia, el analista sea vivido como una figura significativa del pasado del paciente –especialmente de la pubertad y de la adolescencia e independientemente de la edad real del analista, por lo que a veces los papeles de transferencia de progenitor e hijo se invierten– así como de que el analista iguale al paciente mayor con sus propios padres.

Con los pacientes mayores los afectos, positivos o negativos, que acompañan a los fenómenos de transferencia pueden, a menudo, ser muy intensos. Los afectos pueden sobreimponerse a la transferencia como resultado del impacto de las fantasías inconscientes, por lo que es necesario que los analistas de tales pacientes hayan elaborado sus sentimientos sobre sus propios padres y hayan aceptado de modo autointegrativo y saludable su propia posición en el ciclo vital y su propio proceso de envejecimiento.

Por último, King señala, en cuanto a la terminación del análisis con pacientes ancianos, que el límite temporal impone una presión y un incentivo a un proceso que es de difícil finalización. En algunos casos es posible que aparezca una reacción terapéutica negativa ligada a la fantasía de que al eludir el cambio y la mejoría terapéutica, se está fuera del tiempo y, por lo tanto, se puede eludir el envejecimiento y la muerte.

El octavo artículo, El analizando mayor: Cuestiones de contratransferencia en psicoanálisis (por Harold W. Wylie and Mavis L. Wylie), publicado en 1987, comienza con la consideración de que la mayoría de los analistas profesionales se encuentran incluidos en la media edad y son más bien “viejos” que “jóvenes”. En consecuencia, se observa una contradicción en el pensamiento de los analistas profesionales en cuanto a que, por un lado, piensan que su autoanálisis es una necesidad esencial y atemporal para mantener la neutralidad y flexibilidad en el trabajo psicoanalítico mientras que, por otro lado, mantienen pocas expectativas en cuanto a la misma adaptabilidad y flexibilidad en el analizando por encima de cierta edad. Por ello, dado que la mayoría de los psicoanalistas profesionales tienen más de cincuenta años, deberían cuestionar las afirmaciones de Freud sobre la falta de elasticidad del aparato mental y de la ineducabilidad de los pacientes mayores de cincuenta años tan rápidamente como lo hacen para ellos mismos. Además, la creencia de Freud de que el autoanálisis permite una reestructuración permanente de todas las experiencias subsiguientes niega claramente el concepto de un tiempo limitado para el desarrollo psicológico.

Los conflictos psicológicos en todos los niveles son atemporales y, consecuentemente, la elaboración de los conflictos que se incluyen dentro del complejo de Edipo es un proceso de reelaboración a lo largo de toda la vida por lo que la edad no tiene relación con la duración del análisis. Esto implica que el dominio de las tareas de cada fase vital requiere una reconfrontación con los conflictos contenidos dentro del conflicto nuclear de Edipo (sean estas tareas relativas al matrimonio, el parentazgo, el rematrimonio, la enfermedad, la muerte o el propio significado de uno mismo al aproximarse a la muerte). Cada etapa confronta al individuo con la elección de llevar a cabo progresos adicionales hacia la resolución mediante la reelaboración de estos temas edípicos centrales al desarrollo de la personalidad o de regresar a sus alternativas: la represión, la negación, la depresión y la rigidez.

Wylie y Wylie mantienen que la renuencia a comenzar un análisis con pacientes de 50 años o más es debida a una resistencia causada por la contratransferencia y que la tendencia a asumir teóricamente que las personas de 50, 60, 70 y más años no sufren conflictos entre impulso y defensa representa una discriminación por razones de edad. Hay cierta proclividad a devaluar el concepto de conflicto de los impulsos en las personas mayores centrándose exclusivamente en el retorno a un nivel de sexualidad más infantil como una retirada de las inevitables heridas narcisistas asociadas con el espectro de pérdidas de esta fase del desarrollo a la vez que existe la creencia estereotipada de que hay una atrofia automática de la sexualidad genital en vez de una represión de la genitalidad debida a los conflictos neuróticos.

Para ilustrar su tesis, Wylie y Wylie presentan en su trabajo el caso de un análisis de un varón en a década de los sesenta años en el que el análisis se centró en la resolución de conflictos en mayor medida que en la eliminación de síntomas.

Concluyen su trabajo analizando los temas de contratransferencia y señalando que los problemas que aparentemente son una realidad específica de la edad enmascaran temas de contratransferencia, a veces relacionados con diversas distorsiones asociadas a los temas específicos de la propia etapa de desarrollo del analista. Por ello, el autoanálisis es esencial para identificar la tentación del analista de percibir al paciente como asexuado –con el objeto de eludir la confrontación con los propios conflictos relacionados con el objeto maternal– o de percibir al paciente como un progenitor debilitado –lo que puede conllevar el deseo asociado de intervenir en exceso, rescatar al paciente o supervisar el cuidado médico extranalítico–.

Asimismo, existe el peligro de que el analista sea engañado por las resistencias del analizando a analizar los conflictos mediante la aceptación de sus quejas de su valor limitado a la vista de sus reducidas posibilidades de establecer nuevas relaciones. Por último, comentan Wylie y Wylie que pueden darse contratransferencias cuyo origen reside en la coincidencia de las tareas que el propio analista está intentando elaborar con las que el analizando mayor está también reelaborando o defendiéndose de ellas en el análisis.

El siguiente trabajo de la recopilación, La etapa final del proceso de la muerte (por Tor-Björn Hägglund) de 1981, tiene un carácter algo diferente de los anteriores al centrarse muy concretamente en los momentos próximos a la muerte y en la transición del morir. Inicia Hägglund su trabajo señalando que el punto de partida en el psicoanálisis en el proceso del morir es la consideración de los componentes emocional e ideacional de los afectos de la persona que muere. Cuando, en la transferencia, el paciente comunica al analista sus fantasías sobre la muerte puede enlazarlas con las experiencias de la vida que ha vivido creando un nuevo modo de pensar sobre sus experiencias vitales. En este proceso se integran selectivamente las fases y las relaciones de objeto más esenciales de la vida y se cohesionan las experiencias vitales en un conjunto integral. Un objetivo fundamental de la terapia de la persona que confronta la muerte es resolver los sentimientos negativos hacia sí mismo y hacia su pasado, por lo que se debe conceder más importancia al pasado que al futuro.

Para Hägglund, al morir, la persona o bien se rinde o bien lucha y se defiende contra la pérdida de los objetos de amor libidinal o de los objetos que satisfacen necesidades narcisistas. El duelo de una persona frente a la muerte implica la pérdida del mundo externo y la pérdida del propio cuerpo que, a su vez, significa la pérdida de un objeto separado o de una persona separada valiosa por sus propias cualidades, lo que supone un trauma narcisista. La capacidad para soportar el dolor de una pérdida tan enorme y para elaborar el duelo depende de la calidad de los objetos internos así como de la discrepancia entre un estado real del yo y un estado ideal deseado del yo.

Para hacer el duelo del cuerpo que muere debe resolverse el conflicto narcisista entre el cuerpo débil y el estado ideal deseado. Debe crearse una fantasía sobre el propio cuerpo como puro o como perfeccionado en otro nivel de existencia o en una condición en la que el yo-cuerpo tenga valor libidinal.

Hägglund considera que la etapa final del proceso de la muerte comienza cuando en la mente de la persona que muere se ha producido la escisión entre el yo mental y el yo corporal. Solamente después de esta escisión puede hacerse el duelo del propio cuerpo y decatectizarlo, trasladándose la catexis al mundo de la fantasía. Si, por el contrario, la persona que muere lucha contra la escisión entre el yo mental y el yo corporal, se hunde en un estado de indefensión, desesperanza y depresión, sin ser capaz de abandonar su vida a favor de su mundo de fantasía.

Describe Hägglund que el trabajo de duelo llevado a cabo con éxito proporciona a la persona que muere la experiencia final de abandonar el cuerpo –que ya no tiene ningún valor– y de trasladarse a un mundo de fantasía –que durante largo tiempo ha sentido como un lugar deseado–. La escisión del yo y los sentimientos que produce se han descrito a menudo por parte de las personas que mueren como la experiencia de encontrar la paz. La tarea final del duelo consiste, según el autor, en abandonar la parte de narcisismo que puede ser compartida entregándosela a otra persona como un regalo o una creación, para trasladarse a un mundo de fantasía catectizado narcisísticamente manteniendo una relación de transferencia idealizada con el analista. En consecuencia, se defiende en el trabajo que el objetivo final de la terapia en el proceso de la muerte debería ser ayudar y apoyar al paciente a mantener su conexión con su mundo de fantasía y a enlazarla con la comunicación con su analista. En la interacción con el analista, el paciente crea una nueva combinación de experiencias vitales que es  verdaderamente representativa de la realidad presente frente a la muerte inevitable.

Para el autor, es posible que el miedo a la muerte no solamente incluya el miedo a la aniquilación sino también el miedo a miedo a la pérdida de contacto con las propias fantasías –que son el último enlace con la vida– y a la pérdida de la posibilidad de comunicación de las fantasías a otra persona o a un objeto interno. La pérdida de las fantasías organizadas tiene el significado de estado desintegrado, la aniquilación total y la soledad sin fin.

Según avanza el proceso de muerte las fantasías toman la cualidad de objetos reales en un grado siempre creciente en la mente del paciente. Esto se manifiesta al final del proceso de la muerte en la dificultad para discriminar entre la fantasía y la comunicación real con el mundo externo. A menudo, las fantasías de las personas enfrentadas a la muerte son deseos apenas velados y fantasías idealizadas de reunión con los padres de la infancia, de proximidad física con la madre o un retorno simbólico al regazo o al pecho materno.

A lo largo de su trabajo Hägglund hace diversas referencias al análisis de la contratransferencia en la atención terapéutica en el proceso de muerte. Describe cómo se despiertan fuertes contrasentimientos en el analista debido a la regresión física del paciente, a la alteración de sus funciones corporales y a su terminación última. La terapia con un paciente que está muriendo puede suscitar en el analista el miedo a ser absorbido en el proceso de muerte debido a la intensidad del mundo de fantasía del paciente–. A menudo, la persona que muere atribuye una diversidad de yoes auxiliares a sus familiares y al terapeuta, hace observaciones íntimas, mide el significado de las palabras, mira intensamente a los ojos durante largos periodos de tiempo intentando lograr una comunicación intensa. La atracción simbiótica de la persona que muere –que es comparable al deseo de cuidado que el niño despierta en los adultos–, la intensidad de la demanda comunicativa y emocional del paciente, junto con la absorción por su mundo de fantasía y por el propio proceso de la muerte, pueden provocar en el analista la tendencia a eludir un contacto tan próximo.

Por último, señala Hägglund que la diferencia entre la regresión psicótica y la regresión de una persona que muere es claramente visible en la contratransferencia que despiertan hacia ellas –aún cuando la disociación de la personalidad y la extinción de las funciones del yo se producen en ambos casos– dado que una persona que muere despierta intensos sentimientos de cercanía.

El último artículo incluido en el libro, Sobre el ciclo generacional: Un discurso (por Eric H. Erikson) publicado en 1980, consiste en un trabajo de carácter exclusivamente teórico en el que se extiende el concepto de fases del desarrollo psicológico al conjunto del transcurso de la vida desde la infancia hasta la vejez y en el que se hace hincapié en el impacto de las experiencias del ciclo vital sobre el desarrollo psicosocial de los individuos.

En este trabajo clásico, Erikson describe las ocho etapas en las que divide el desarrollo psicológico a lo largo del ciclo vital. Cada una de estas etapas tiene su momento crítico de desarrollo, su conflicto nuclear a resolver, una tarea fundamental de desarrollo, así como una virtud básica que se alcanza con su superación. El transcurso por las etapas lleva al resultado de un equilibrio psíquico en la edad avanzada.

Para Erikson, el modo en el que se enfrentan los retos y las ansiedades de una fase del desarrollo determina la capacidad para afrontar las crisis de la siguiente fase. La vejez supone un reto que requiere elaborar el pasado mientras que, al mismo tiempo, se permanece implicado en el presente.

En la siguiente tabla se resumen las características básicas de las ocho etapas de desarrollo psicológico incluyendo el Conflicto nuclear, la Virtud básica y la Tarea de desarrollo que corresponde a cada una de ellas.

En cuanto a la etapa de la vejez, Erikson enfatiza su similitud con las etapas de la infancia y la adolescencia, dada la importancia que vuelven a adquirir las dimensiones relativas a la Confianza-Desconfianza y a la Autonomía-Dependencia.

A continuación se dedica en el artículo un apartado a revisar las diferentes visiones del mundo por parte de diferentes culturas y otro al análisis de la obra de Edipo Rey, desde el punto de vista del desarrollo psicológico a lo largo de la vida.

Tras este análisis destaca Erikson que la vejez supone la etapa fundamental para la integración de las experiencias vitales del pasado en un todo unificado, mediante la que el ser humano que envejece puede hacerse consciente de la relatividad existencial de todas las etapas de la vida y alcanzar una “sabiduría” que se ha venido preparado, etapa a etapa, a lo largo de la vida.


Comentario

El libro de Junkers resulta, sin duda, muy recomendable para todos aquellos analistas y psicoterapeutas que en algún momento de su práctica clínica profesional traten a pacientes que se encuentran en la crisis de la media edad o en la vejez. A pesar de que el libro debido a que consiste en una recopilación de artículos diversos carece de una línea argumental definida y de una estructuración temática, su lectura proporciona en conjunto una revisión amplia de todos los temas relacionados con el envejecimiento, la muerte y el morir, desde un punto de vista psicoanalítico.

Esta extensa revisión incluye diversos puntos de vista sobre la aplicabilidad del psicoanálisis a pacientes mayores y a personas que afrontan el proceso de morir y describe las principales características del proceso de envejecimiento y de la vejez, así como de los aspectos psicopatológicos relacionados. Por otro lado, se analizan también desde diferentes perspectivas los rasgos básicos y las peculiaridades de los procesos de transferencia y contratransferencia en el tratamiento de este tipo de pacientes. A lo largo de la recopilación de artículos, algunos autores hacen hincapié en la importancia de la reelaboración de la fase depresiva, mientras que otros enfatizan la relevancia y utilidad de los procesos de elaboración de anteriores etapas del desarrollo psicológico por parte de los pacientes y la significación de las construcciones en el análisis. No obstante, es necesario comentar que algunos de los temas tratados se solapan y repiten a lo largo de la recopilación, aunque tratados desde diferentes posiciones y realizándose aportaciones distintas.

En cuanto a la estructuración del libro en capítulos, el orden de los mismos bien podría haber sido cualquier otro –y la propia autora en ningún momento justifica la ordenación de los mismos–. Desde nuestro punto de vista, el artículo de Erikson, que en el libro de Junkers concluye la compilación, podría ser el primero de la misma de la que supondría un marco común que establece la existencia del desarrollo psicológico a lo largo de toda la vida incluyendo la vejez, en vez de presentarse como un colofón del libro.

Otro valor del libro de Junkers, especialmente notorio en su prefacio, es el de poner de manifiesto de modo claro, a los analistas y a los psicoterapeutas, la existencia de una numerosa población de personas mayores con problemas psicológicos que son potencialmente tratables por el psicoanálisis con un grado de eficacia muy superior al que se inicialmente se supuso para los pacientes mayores y ancianos.

Por último, parece conveniente comentar un hecho que sorprende en la compilación de artículos, que es el de que el trabajo más reciente de la recopilación data del año 1991, lo que parece poner de manifiesto la carencia de trabajos teóricos y de informes clínicos sobre pacientes mayores y ancianos en la literatura publicada por el IJP durante la última década. Parecería conveniente, al menos para la formación de los analistas y psicoterapeutas que vayan a tratar a esta población, el que se fomentase el incremento de la publicación de trabajos específicos sobre el psicoanálisis en relación con el envejecimiento, la muerte y el morir.

Bibliografía

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