aperturas psicoanalíticas

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revista internacional de psicoanálisis

Número 029 2008 Revista de Psicoanálisis en Internet

Papel de la corteza prefrontal en la regulación del miedo

Autor: Suárez, Fernando

Palabras clave

Amigdala, Aprendizaje, Corteza prefrontal, Estres, Extincion, Memoria, Miedo, Regulacion del miedo, Trauma..


Referencia: Quirk GJ. Prefrontal-amygdala interactions in the regulation of fear. Interacciones prefonto-amigdalinas en la regulación del miedo En: Gross JJ, ed. Handbook of emotion regulation. New York, NY: The Guilford Press; 2006. p. 27-46.

 

En el presente capítulo, el autor realiza una revisión de los mecanismos neurobiológicos que subyacen en los procesos de adquisición y extinción del miedo, así como la regulación de dicha respuesta en determinados contextos ambientales. Se centra fundamentalmente en las interacciones entre la corteza prefrontal y la amígdala, si bien se estudian otras estructuras de gran importancia, como el hipocampo. Además, se pone de manifiesto la relevancia de los mecanismos inhibitorios en los mencionados procesos.

 

Precisamente, el autor introduce el tema de estudio con una revisión histórica de los primeros hallazgos científicos sobre los mecanismos inhibitorios. El primero de ellos es el descubrimiento de Weber y Weber, en 1846, de que la estimulación del nervio vago conducía a una disminución de la frecuencia cardiaca en las ranas, lo cual rebatía la opinión prevaleciente de que la excitación nerviosa siempre da lugar a aumentos de la actividad. En humanos, y especialmente en la esfera emocional, destaca el famoso caso de Phineas Gage, que sugería que los centros cerebrales superiores ejercen un control inhibitorio sobre los centros inferiores.

A continuación, Quirk revisa el papel de la amígdala en el proceso de aprendizaje de las respuestas de miedo desde la perspectiva del condicionamiento clásico, ya que este enfoque ofrece la posibilidad de obtener respuestas cuantificables, además de asentarse sobre unos conocimientos neurobiológicos ya consolidados. En particular, se refiere a la memoria no-declarativa de las respuestas de miedo, es decir, la responsable de los efectos autonómicos y reflejos, y todos los artículos reseñados en este apartado provienen de experimentación animal. Se concluye que la amígdala lateral, que recibe información del tálamo y la corteza, es un centro de almacenaje e integración de la asociación entre el estímulo condicionado y el incondicionado. Ésta proyecta de forma directa e indirecta (vía núcleo basal de la amígdala, aunque se duda actualmente de la participación de esta vía en el proceso), al núcleo central de la amígdala, que es responsable de la expresión del miedo gracias a sus eferencias hacia el tálamo y el troncoencéfalo. No obstante, el autor señala que estudios más recientes ponen de evidencia una mayor complejidad en el proceso de aprendizaje de las respuestas de miedo, en el que intervendrían el núcleo central de la amígdala (por tanto, no sólo sería una estación de paso) y otras áreas cerebrales como la corteza y el troncoencéfalo.

El autor repasa después el concepto de extinción y las ideas actuales en torno a su adquisición. La extinción es el proceso según el cual, una vez que cede el estímulo incondicionado, la respuesta de miedo deja de reproducirse. Ahora bien, la extinción no es el “olvido” del miedo condicionado, ya que las respuestas aprendidas pueden volver a repetirse cuando se reintroduce el estímulo incondicionado o cuando el estímulo condicionado se produce en un contexto diferente a aquel en el que se dio lugar la extinción. Por tanto, la extinción es un proceso de inhibición de un contenido que persiste en la memoria y es, en sí misma, una “memoria de la seguridad”, como afirma el autor apoyándose en experimentos animales en los que se bloquean las cascadas moleculares o síntesis proteica necesarias para la consolidación de la memoria impidiéndose, de esta manera, la adquisición de la extinción. Los trastornos de ansiedad serían, por tanto, un desequilibrio entre la memoria del miedo y la memoria de la seguridad.

Siguiendo la línea general de este capítulo, Quirk insiste en la importancia de los mecanismos inhibitorios en la regulación del miedo. En primer lugar, hay hallazgos que sugieren que la amígdala está sometida a una inhibición tónica (demostrado por el hecho de que in vivo el complejo basolateral y el núcleo central de la amígdala descargan a bajas frecuencias); pues bien, dicha inhibición debe reducirse para que sea posible la adquisición de la memoria del miedo. En segundo lugar, también existe una inhibición en la expresión del miedo; ésta se produce merced a las células gabaérgicas “intercaladas” que se encuentran entre el complejo basolateral y el núcleo central de la amígdala.

De forma más extensa, el autor describe los circuitos neuronales implicados en el aprendizaje y mantenimiento de la extinción. La corteza prefrontal ventromedial de los roedores consta de dos subregiones, ambas con proyecciones hacia la amígdala: la prelímbica y la infralímbica. La primera proyecta hacia los núcleos basolateral y basal accesorio. La infralímbica, por otro lado, emite eferencias hacia las áreas capsular y lateral del núcleo central; éstas, a su vez, son áreas inhibitorias de las proyecciones responsables de la expresión del miedo. Además, la región infralímbica proyecta directamente hacia centros inferiores (hipotálamo, mesencéfalo, troncoencéfalo) que, al mismo tiempo, reciben aferencias amigdalinas, con lo que tiene acceso a dichos centros inferiores de forma directa e indirecta. Múltiples estudios con diferentes diseños (lesiones en la corteza prefrontal ventromedial de roedores, potenciales evocados, metabolismo de la glucosa, inducción del gen c-Fos e interferencia en la cascada molecular necesaria para la memoria de extinción) coinciden en la conclusión de que la corteza prefrontal ventromedial no participa en el aprendizaje de las respuestas de miedo ni en el de la extinción, pero sí en el recuerdo a largo plazo de dicha extinción una vez aprendida, cuando intervienen factores contextuales, si bien es probable que estén implicadas otras estructuras. En cuanto al aprendizaje a corto plazo de la extinción, parece que es la propia amígdala la estructura responsable de ello, según se desprende de estudios en los que también se interfiere la cascada molecular de la memoria (esta vez en la amígdala) o en estudios sobre los receptores cannabinoides amigdalinos relacionados con las interneuronas inhibitorias.

Como se ha dicho, la corteza prefrontal medial es responsable del recuerdo de la extinción cuando participan elementos contextuales. De nuevo, estudios de desactivación del hipocampo en animales indican que éste es el que aporta la información contextual para regular las expresiones del miedo. El hipocampo emite proyecciones excitatorias e inhibitorias hacia la corteza prefrontal medial, pero también se conecta directamente con la amígdala mediante eferencias excitatorias hacia el complejo basolateral. Por tanto, otorga plasticidad a las respuestas de miedo en función del contexto.

A continuación, el autor revisa las conexiones entre la corteza prefrontal y la amígdala. La región infralímbica, como se mencionó, proyecta hacia regiones de la amígdala que ejercen una inhibición de las neuronas eferentes del núcleo central, como la subdivisión lateral de dicho núcleo central o las neuronas gabaérgicas intercaladas, por tanto impidiendo la expresión del miedo. Además, sugiere que la corteza prefrontal también puede inhibir el complejo basolateral y, en consecuencia, la adquisición de las respuestas de miedo. En este punto Quirk señala el papel de la región prelímbica que, según estudios en animales, ejerce una estimulación del complejo basolateral, por lo que la corteza prefrontal en su conjunto tendría la función de modular las respuestas de miedo a través de una vía excitatoria (prelímbica) e inhibitoria (infralímbica). Por último, existen extensas aferencias desde los núcleos basales de la amígdala hacia la corteza prefrontal, tanto prelímbica como infralímbica, cuya función es aún incierta; se ha sugerido que puede ser responsable de la transferencia de la memoria a corto plazo hacia la corteza para que pueda ser almacenada a largo plazo, o bien que se trate de una forma de autorregulación inhibitoria de la amígdala por vía cortical.

Además de participar en el aprendizaje condicionado, la extinción puede ser un mecanismo importante en otras funciones de la corteza prefrontal ventromedial, como otros tipos de aprendizaje, la planificación o la atención. Por ejemplo, la lesión en esta área durante un condicionamiento instrumental discriminatorio (en el que el animal ofrece una respuesta ante un estímulo que antecede a una recompensa y la inhibe cuando el estímulo no conlleva dicha recompensa) no impide el aprendizaje pero sí conduce a dificultades para cambiar tal conducta cuando se modifican las contingencias.

Por último, Quirk establece una aproximación clínica a partir de los hallazgos neurobiológicos mostrados. Se centra específicamente en el trastorno de estrés postraumático, condición clínica en la que aparecen respuestas de miedo cuando la probabilidad real del daño ya ha disminuido. En sujetos con este trastorno, la corteza prefrontal perigeniana (que el autor considera homóloga a las regiones prefrontales de los roedores responsables de la extinción) posee menor tamaño y actividad que en sujetos control, según estudios de imagen funcional; la actividad prefrontal, además, se correlaciona negativamente con la actividad amigdalina, que se encuentra por tanto aumentada. Sin profundizar en otras patologías, añade que existen alteraciones similares en sujetos con depresión mayor, en riesgo de depresión, o con rasgos de introversión. Como explicación etiopatogénica, se citan de nuevo experimentos en ratas; aquellas que están sometidas a estrés crónico muestran un incremento funcional y anatomo-patológico de la amígdala (ramificación dendrítica y densidad de espinas sinápticas), y cambios opuestos en la corteza prefrontal. Así, se produce un círculo vicioso en el que situaciones de estrés conducen a una menor capacidad de manejar el estrés, fenómeno que ha sido denominado “carga alostática”. Además, los cambios en la amígdala parecen ser irreversibles, mientras que los que se producen en la corteza prefrontal revierten al cesar el estrés. El estrés crónico, por otra parte, conduce a alteraciones hipocámpicas, lo cual añade dificultades en la discriminación contextual.

Por tanto, una estrategia terapéutica lógica sería la de potenciar la extinción del miedo aumentando la funcionalidad prefrontal, estrategia que se sumaría a un proceso psicoterapéutico como la terapia de exposición. En roedores, esta medida ha demostrado ser eficaz mediante diversos métodos farmacológicos: administración sistémica de azul de metileno (potenciador metabólico), antagonistas dopaminérgicos, agonistas noradrenérgicos y agonistas cannabinoides, aunque aún no están establecidos los mecanismos precisos de dichos tratamientos. Otras terapias potencialmente útiles serían la estimulación magnética transcraneal, la estimulación cerebral profunda o la meditación. En este sentido, se abre un campo de investigación sobre los efectos terapéuticos de la extinción en humanos.

Papel de la corteza prefrontal en la regulación del miedo

Como resumen, a continuación se destacan los principales hallazgos científicos acerca del papel de la corteza prefrontal en la regulación del miedo:

a) existen datos consistentes que apuntan que la corteza prefrontal es la estructura clave –pero no la única- en la memoria de extinción del miedo, es decir, en la capacidad de extinguir las respuestas de miedo a largo plazo, una vez adquirida dicha capacidad (esta es la función principal según el presente capítulo);

b) no obstante, es posible que también participe en la inhibición de la expresión del miedo antes de que se haya producido el aprendizaje de la extinción;

c) asimismo, puede tener algún papel inhibitorio de la adquisición del miedo;

d) determinadas regiones de la corteza prefrontal tienen una función opuesta que favorece la expresión del miedo;

d) por último, la corteza prefrontal interviene en otros tipos de aprendizaje (ej. condicionamiento instrumental discriminatorio) y otras funciones como la planificación o la atención.

Desde el punto de vista clínico, se la corteza prefrontal se ha asociado con diferentes entidades psicopatológicas como los trastornos de ansiedad, la depresión, el trastorno de estrés postraumático o el estrés crónico.

Por último, la potenciación de las funciones prefrontales tendría un efecto terapéutico en estos trastornos, mediante el empleo de fármacos (demostrado experimentalmente en roedores), otras terapias neurobiológicas (estimulación magnética transcraneal, estimulación cerebral profunda), estrategias psicoterápicas o la meditación.

Apreciación personal del capítulo

Hace ya diez años, Eric Kandel planteaba un nuevo marco conceptual en psiquiatría y presentaba los cinco principios guía de este planteamiento. La histórica división cartesiana ente el cerebro y la mente concluía para dar paso a una perspectiva integradora. Todos los procesos mentales estarían determinados por la actividad cerebral; de este modo, los factores ambientales y los derivados de la experiencia, incluida la experiencia psicoterapéutica, conllevarían cambios en la expresión génica, en muchos casos de forma permanente. El presente capítulo es un claro ejemplo de esta nueva actitud investigadora, precisamente en un campo, el del estrés y el trauma, en el que la interacción biología-ambiente cobra una importancia esencial. Al estar basado principalmente en experimentación animal, cuenta con las limitaciones lógicas de este tipo de estudios; por un lado, la equiparación anatómica de estructuras cerebrales animales con las humanas, especialmente “arriesgada” en el caso de áreas superiores como la corteza prefrontal; por otro, y quizás más importante, la extrapolación de factores contextuales, que suponemos mucho más complejos en el ser humano. No obstante, la revisión del autor establece una hipótesis de trabajo de enorme valor para posteriores investigaciones neurobiológicas y aproximaciones clínicas.

Por estas mismas limitaciones, suponemos, el autor sólo aborda la psicoterapia de orientación conductual como agente de cambio anatómico y funcional de las estructuras cerebrales en la expresión del miedo. Sería interesante -aunque extremadamente complejo por la presencia de inevitables sesgos y factores de confusión- el estudio de otras psicoterapias y/o experiencias vitales a este respecto.

 

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