aperturas psicoanalíticas

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revista internacional de psicoanálisis

Número 031 2009 Aperturas Psicoanalíticas. Revista de Psicoanálisis en Internet

La agresividad en la melancolía. Freud en "diálogo" con Abraham

Autor: Ferrández Payo, Miguel

Palabras clave

La agresividad en la melancolia. freud en dialogo con abraham.


Si bien la teoría clásica de la melancolía comprende las contribuciones de Freud y Abraham, tradicionalmente se ha asignado al primero, incorporando las aportaciones del segundo. En un trabajo precedente, en línea con el “Diálogo” entre ambos de Ebtinger, se intentó demostrar, a partir del discípulo, que, aunque enlazadas por la agresividad, corresponden a teorías distintas. En esta ocasión, se ratifica la conclusión a través de la revisión de la obra freudiana con respecto a la agresividad y la melancolía.

Se propone que, dada la precedencia y mayor estructuración de la teoría del Abraham, y dado que el maestro habría ido asumiendo sus principales conceptos, tales como la ambivalencia, la regresión, la incorporación y la culpa, la teoría clásica debería, en todo caso, subsumirse en la suya. Como aportaciones originales freudianas se consideran: la pérdida de objeto (abandono para Abraham), el superyó (antecedente preedípico para Abraham), y la rebelión del yo, identificado con el objeto introyectado, contra un maltratador ideal del yo.

Introducción

Hablaremos de agresividad, sin la distinción que hace Lacan (1953) con agresión. Para Bergeret, la descrita por Freud corresponde a “fantasías o a comportamientos” cuya puesta en acción precisa considerar el acceso del sujeto a un nivel imaginario con “cierto nivel de ambivalencia”, posible por su intrincación con las pulsiones sexuales, a diferencia del estado “arcaico” “brutal” “descrito por Karl Abraham”, procedente de los instintos del ello, “base de todo recién nacido”, con dinamismos “precozmente operativos”.

La melancolía es una entidad clínica perfectamente descrita desde Hipócrates y Areteo. En el siglo XIX coexistió con la de depresión, hasta que pasó a representar un subtipo grave y endógeno. Kalhbaum (1863) la distinguió de la manía y Falret (1854) y Baillarger comprendieron a ésta como contrapunto. Entre finales del siglo XIX y comienzos del XX Kraepelin la llamó psicosis maniaco-depresiva. El DSM-III, siguiendo a Leonhardt, diferenció entre trastornos monopolar y bipolar y el DSM III-R introdujo la denominación de trastornos del estado de ánimo y el subtipo melancólico.

Tradicionalmente, las teorías acerca de la melancolía de los primeros psicoanalistas que la estudiaron, Abraham y Freud, se caracterizan por la importancia concedida a la agresividad. En revisiones relevantes como la de Millon se habla de introyección de la agresión y en la de Gabbard del modelo de la ira introyectada. Debido a ello, han sido englobadas en una misma, la teoría clásica (Tellenbach, Kristeva), adscrita a Freud, dada su preeminencia, o bien, como pensamos nosotros, porque el discípulo se sintió obligado a subsumirla en la del maestro. En línea con el clásico “Diálogo” de Ebtinger (1976-a) entre los dos autores, del que nos sentimos tributarios desde su lectura en 1978, pretendimos demostrar recientemente desde esta misma tribuna (Ferrández 2008) que las aportaciones de Karl Abraham a la psicopatología de la melancolía constituyen la teoría biológica, diferente de la freudiana, el otro pilar de la clásica. Si para ello hubimos de ceñirnos principalmente al primero de los autores, en esta ocasión lo haremos con el segundo. Al tratarse del creador de la teoría psicoanalítica, deberemos, además, pasar lista a la evolución de sus conceptos en torno a la agresividad. Una mayor profundización en los autores fundadores permitirá poner en cuestión nuestra tesis.

Freud, que habló de “melancolía”, y Abraham de “afecciones cíclicas”, delimitaron “cautamente” (Blatt) a este trastorno de las demás depresiones. No así muchos de los psicoanalistas que se ocuparon de este campo. Para Gero, los pacientes de Freud eran unipolares y los de Abraham bipolares, y ambos, para Tellenbach, bipolares. Widlocher, que hablaba de “estados melancólicos francos”, llegó a preguntarse acerca de la conveniencia de volver a la distinción clásica entre la depresión melancólica y las formas neuróticas con el protagonismo respectivo de la agresión y la herida narcisista. Según Ebtinger (1989) se habría acabado decantando hacia la línea de la continuidad. Psiquiatras como Ey, o Tellenbach con su “hiatus separador” (Ebtinger 1989), y psicoanalistas como Jacobson (1971-c), Lacan (Diaz, Vandersmerch 2000-a) o Blatt también efectúan la mencionada delimitación y hasta Bibring reconocía que su visión como “fenómeno del yo” “no invalidaba las teorías aceptadas para algunos tipos de depresión en los cuales la agresión y la oralidad juegan un rol debido a que la inconsciencia del yo de necesidad de ayuda hace volver la agresión contra sí mismo. La orientación kleiniana ha tendido a la continuidad entre estados, con desconsideración de la estructura psíquica (Jeanneau). Winnicott (“middle group”) por ejemplo, llegará a decir, inequívocamente (en casos de autoacusaciones durante años de haber provocado la guerra mundial), que “la melancolía es una forma organizada de los accesos de humor deprimido a que se encuentran sujetas casi todas las personas”. La efectividad de los tratamientos psicofarmacológicos, que ha ayudado a apaciguar el sufrimiento del enfermo y ha facilitado “una mínima base neurofisiológica” sobre la cual la psicoterapia “pueda comenzar” (Kristeva), apenas permite al clínico actual contemplar el normal desenvolvimiento evolutivo de un cuadro melancólico que es, por así decirlo, abortado, sin acompañamiento alguno en el proceso.

Desde el campo de la neurología, Freud advierte las dificultades de avance, que por entonces abordaba su contemporáneo Ramón y Cajal (1969) a quién citará en 1893 al hablar de “la nueva histología del SN”. Este, desde hacía cinco años, sospechaba la individualidad de la célula nerviosa y conseguirá demostrarla en 1903. Freud decide orientarse hacia otra vía, la psicología (Proyecto [1895-a]). La originalidad de su punto de partida es que “sólo tras estudiar lo patológico se aprende a comprender lo normal” (1890). Ahí se encuentra con la psiquiatría. Cinco meses en la clínica de Meynert, “en esto consistió toda su experiencia de carácter puramente psiquiátrico” (Jones 1957-I). Tan breve contacto nos ha privado de las inigualables aportaciones del genio escudriñando directamente las profundidades de la gran patología (las psicosis o las alteraciones extremas de la personalidad). Con respecto a esta especialidad, advirtió que el psicoanálisis “está llamado a ofrecerle la base indispensable” para denominarla “científica” (1923-b). Bleuler concordaba cuando escribía a Freud “cualquiera que se proponga tener una comprensión de la neurología o de la psiquiatría sin poseer un conocimiento del psicoanálisis me parecería algo así como un dinosaurio”; “ya no hay gente de esa clase” (Jones 1957-III). Hoy en día este aserto puede sorprender a muchos.

Uno de los discípulos que más contribuyó a edificar el armazón de la teoría psicoanalítica fue Karl Abraham. Celebraba una confirmación suya “más que ninguna otra” (Jones 1957-II). Tras trabajar durante 3 años en el psiquiátrico de Dalldorf (Berlín), ocupó de 1904 a 1907 el cargo de Asistente en la Clínica Universitaria de Zurich, (Burghölzli), uno de los centros psiquiátricos internacionales de mayor prestigio. Lo abandonó para marchar a Berlín a crear escuela, al entrever dificultades de promoción por no ser de origen ario; pero tuvo la oportunidad de tratar patología grave en la I Guerra Mundial. Presidente provisional de la API (1914-22), secretario (1922-4) y presidente electo en 1924, año de publicación de su trabajo cumbre sobre la melancolía, fue reelegido al año siguiente, el de su fallecimiento. Freud (1926-b) proclamó entonces que su ramillete de cualidades “le habría llevado probablemente a la jefatura”, su sucesión, y que el psicoanálisis había perdido parte de su futuro. Su discípulo Rado (Roazen) lo entendería en relación a que “el psicoanalista de la primera generación más orientado clínicamente” (Swedloff) y maestro en la presentación de casos clínicos (Jones 1926), considerara al psicoanálisis como una “ciencia médica, disciplina clínica y una rama de la psiquiatría”. De hecho exigía en la policlínica “competencia suficiente en Neurología/Psiquiatría”(Abraham 2004, carta nº 380,27-06-20, Colonomos). La experiencia terapéutica de Jacobson (1968), la experta más reconocida en el tema que nos ocupa, únicamente de tipo ambulatorio, podría dar testimonio de ello. Es de lamentar que la probable continuidad en la inmersión en la marginación de las instituciones no vaya a permitir que tan privilegiado periscopio se oriente hacia la vía señalada.

La exposición seguirá los apartados siguientes:

1) La agresividad y la melancolía en Abraham.

2) El concepto de pulsión en Freud y sus tipos.

3) La agresividad en Freud a través de sus referencias a lo largo de su obra -en letra bastardilla y por orden cronológico- en sus diversos componentes remarcados en negrita (la agresión, la ambivalencia, el par sadismo-masoquismo, el superyó ,la culpa, la identificación y la introyección, haciendo hincapié en la oralidad por tratar de las dos concepciones originales de Abraham, sujetas a controversia entre ambos, el sadismo y el erotismo orales) y subdividido en periodos temporales asignados en torno a las aportaciones de Abraham antes citadas.

4) La melancolía en Freud, con referencias de su obra, en torno al mismo tipo de secuencias temporales.

5) Discusión, en torno a nuestra tesis (Ferrández 2008) de que aunque ambos elaboraron su propia teoría pero el discípulo se sintió obligado a subsumir la suya en la del maestro, lo que ha conducido a que a lo largo de los años una teoría más elaborada y más directamente extraída de la clínica haya sido englobada en la freudiana.

6) Conclusiones.

La bibliografía está compuesta únicamente de referencias citadas en el texto, preferentemente literales a fin de que resulten más demostrativas. Las de Freud, siguiendo la traducción de la Standard Edition a cargo de Etcheverry (1978), irán enmarcadas en letra cursiva, con el objetivo de que se diferencie adecuadamente entre ellas y lo expuesto por nosotros u otros autores, al contrario que en el, por otra parte, muy admirado “Diálogo…”de Ebtinger. Hemos intentado facilitar el acceso a las relacionadas con la argumentación, así como las del resto de los autores, exceptuando las de Abraham que en su mayor parte irán referidas a nuestro trabajo anterior (2008). En atención a la reducción de espacio, y siguiendo el modelo Mijolla, sustituiremos los nombres de las obras por el año de la fecha original, entre paréntesis o sin él, señalado en la bibliografía adjunta, tras el nombre del autor. Las traducciones de los textos reflejados en la bibliografía en idioma no español, son propias.

1) La agresividad y la melancolía en Abraham

Hemos intentado extraer minuciosa y escalonadamente (Ferrández, 2006) el contenido de las tres contribuciones de Abraham, atendiendo a su conformación en la infancia, el estado asintomático y el episodio de agudización, algo que no hemos encontrado en ningún texto.

A) En su trabajo pionero, el clásico “Preliminares…” (1911) diferencia la depresión psicótica en un predominio del odio criminal que origina incapacidad de amar con la consecuencia bajada en la autoestima y culpa, razones para proyectarlo.

Intervalo libre

“Predominio del odio” con “deseo de ser un criminal”

Represión

La vida erótica “no ha tenido gratificación” pero se reprime

Episodio agudo

“Perplejidad” ”respecto a su papel sexual”

“Toda situación que requiera una decisión definida en el campo de la libido”

“Más enérgicos que lo acostumbrado en sus ocupaciones”

Incremento del odio que paraliza la “capacidad de amar”

“Tiene que abandonar su objetivo sexual”, más que pérdida

Las “sublimaciones cesan”

Sintomatología: la “inhibición mental” es el “rasgo cardinal y un alto grado de la misma, el estupor representa “la muerte simbólica”; las “ideas de empobrecimiento” provienen de su”percepción reprimida de su incapacidad de amar”

“Represión”, que provoca “depresión, la ansiedad y los autorreproches” y “culpa”, mayor “cuanto más violentos son los impulsos”

”Refuerzo de las tendencias masoquistas” extrayendo “placer de su sufrimiento”

“Proyección”

Se siente odiado por sus “deficiencias físicas o psíquicas”

“Por eso estoy desgraciado y estoy deprimido”

B) En la correspondencia con Freud (Abraham 2004, nº 273, 31-03-15) remarca sus coincidencias, entre ellas la de que el melancólico “incapaz de amar como es, quisiera a toda costa apoderarse de su objeto amoroso” y propone consenso con el “sadismo oral”, que provoca un “delito”, “causado realmente al objeto con el cual se identifica” (que provocaría los que denomina autorreproches primarios), y el “erotismo oral”.

C) En su segundo trabajo, “El primer estadio pregenital de la libido” (1916), añade que en una constitución con mayor tendencia canibalística y bajo regresión, el deseo criminal hacia el objeto de amor se concretaría en incorporarlo por devoración y destruirlo.

Intervalo libre

Deseo de “destruir el objeto de su amor devorándolo”, “de incorporarlo”

 Represión

Episodio agudo

“Ha regresado a la etapa oral o canibalística”

“Incorporación”

“Autoacusaciones” por sus “pecados” y autocastigo: “abstención de comer” y la “muerte por inanición”

D) En carta a Freud (nº 408 de 13-03-22) afirma que la regresión en el melancólico persigue “la arrancadura del pene o del seno con los dientesy en otra (nº 423 de 7-10-23) haber encontrado un antecedente de “desazón primitiva en la infancia”, cita a Melanie Klein por dos veces y habla de “incorporación parcial”. En ese mismo año agradece la revisión de Freud a su trabajo a publicar al año siguiente.

E) En su trabajo cumbre, “Un breve estudio. . . ” (1924-a), explica que se produciría la melancolía en una persona predispuesta por intensa impulsividad y ambivalencia, introyección sádica materna, tendencia a una identificación narcisista especial y una historia de decepciones infantiles (una de las cuales, importante, antes de la superación de los deseos edípicos por lo que los asociará con la etapa canibalística lo que facilitará la introyección criminal patológica materna y posteriormente del padre). El triunfo del deseo de venganza sobre el objeto interno reactualizado en el externo producirá regresión con expulsión del objeto por evacuación anal-identificación peculiar-introyección narcisista oral-expulsión destructiva anal, segundo crimen (tras el primario) por devoración que protegería de llevarlo a cabo con el motivador de la afrenta. Se podría entender igualmente que un yo masoquista buscaría apaciguar a un superyó sádico.

Infancia

“Acentuación del erotismo oral”.

“Fijación de la libido en el nivel oral” y en 1” fase anal.

“Primera decepción” de una persona del sexo opuesto y “sucesivas” que hace que sea “hostil hacia ella”.

“Retiro del pecho materno” vivido como “castración primaria”.

“Incorporación total o parcial de la madre” (pecho, pene dedo, pie cabello, heces, nalgas) y a la vez “desea vengarse” mediante “su castración o su muerte” con “el mordisco como medio”.

“Crimen primario” de tipo simbólico.

Culpa, “fenómeno inhibitorio” anal (en fase genital se convertirá en vergüenza).

Menosprecio hacia las heces.

“Primera decepción afectiva importante antes de que los deseos edípicos hayan sido superados” con “asociación permanente entre el complejo de Edipo y la etapa canibalística”.

Afectación en las introyecciones materna y “luego” la “paterna “con “ambivalencia “dirigida “a ambos”.

“Complejo de castración” “asociado predominantemente con su madre”.

“Introyectado su objeto amoroso original” (madre), se convierte en su “conciencia” en una “forma patológica”.

“Intervalo libre”

“Estados de ánimo depresivos o hipo-maniacos”.

“Carácter anormal”, de tipo obsesivo.

“Ambivalencia hacia el ego”.

“Sobrestimación del ego y una subestimación de él”.

Relación de objeto “mucho más lábil” con “sentimientos de amor débilmente arraigados”.

Introyección de la representación del objeto externo

Deseo de “expeler” y “destruir” al objeto.

“Deseo de una placentera actividad de succión “además de estar “tratando de escapar de sus impulsos oral-sádicos”.

“Fantasías basadas en impulsos canibalísticos” que producen “padecimiento” y “tendencia al autocastigo”.

Persona “predispuesta” a la pérdida por su “grado de ambivalencia desusadamente alto” y por su “tendencia compulsiva a repetir una experiencia”.

Episodio agudo

“Frustración” o “decepción por parte del objeto amado”

“Conflicto agudo con su objeto”

Daño profundo por ser “repetición” de la “primaria”

“El odio barrerá los sentimientos de amor”

“Triunfan” las “tendencias sádicas”

“Abandona” a la representación de objeto externo (pérdida del objeto para Freud) lo que significa “expulsión física de los excrementos”

 “Ira” contra “quien era más afecto en la infancia” (madre)

“Depresión melancólica”

Regresión a 1ª subetapa anal (expulsiva): psicosis

 “Impulso canibalístico de devorar el objeto amoroso que ha asesinado”

“Reincorporación del objeto” de la representación del objeto externo (introyección para Freud): la sombra de la madre cae sobre el yo mediante “identificación narcisista específicamente melancólica”.

“Solo puede escapar dirigiendo hacia él mismo la hostilidad”.

Regresión a 2ª subfase oral (“canibalística”).

“Despiadada crítica del objeto introyectado” junto a “autocríticas” contra “el primer objeto” (madre) por parte de su conciencia patológica.

“Venganza” atormentando al ego”, actividad “en parte placentera”.

“Acto de evacuación” como “liberación del objeto”; “ejecuta ese crimen de tiempo en tiempo”.

“El objeto puede salir de su escondite en el ego” y “reponerlo en su lugar en el mundo externo”.

2) El concepto de pulsión en Freud

En una adición de 1915 a Tres Ensayos (1905-a) Freud define a la pulsión (trieb) de dos maneras diferentes: “agencia representante psíquica de una fuente de estímulos intrasomática” (lo mantendrá en 1933) y, “excitaciones de dos clases”, “de naturaleza química”, de los órganos del cuerpo” (una, “específicamente sexual” y la otra, “la pulsión parcial que arranca” del “órgano afectado”). En ese mismo año (1915-a) se decanta por la segunda, la química u “otras fuerzas, mecánicas por ejemplo”. Caminará a través del “objeto” en búsqueda de “satisfacción” a conseguir en la meta: la “disminución” del “placer” (1905-a), el “placer de órgano” (1915-a) que mantendrá hasta el fin de sus días (1933). Representada como un “monto de energía” (1933-31ª), su “exteriorización dinámica en la vida del alma”, la “libido”, se halla “compuesta por pulsiones parciales”, que se “unifican” en diferentes estadíos u “organizaciones” (1923-b).

Tipos de pulsiones

En Tres Ensayos (1905-a) distingue entre pulsiones sexuales, que incluye la autoconservación (AC) y yóicas, una distinción que más tarde (1923-b) ni la mencionará.

En 1910 (a) pasan a ser éstas las que“tienen por meta la AC”, tal como remarcará Strachey (1957-a) aunque con el descubrimiento del narcisismo (1914-a) se evidencia que las AC son sexuales. Se adscribirán en parte a los dos tipos (1915-a).

En Más Allá del principio del placer (1920) abre “una nueva oposición” entre las pulsiones:

a) “libidinales (yoicas y de objeto)”-“sexuales” (1923-a, 1923-b (incluirían “AC” en el interior del yo”)-de vida” (1923-b-“Eros” (1923-a, 1923-b)

 b) de“destrucción”- “agresión” (1923-b)-muerte” (1923-a, 1923-b) que estaría “permitido” sustituir por la “polaridad” entre “amor (ternura) y odio (agresión)”, éste quizá “a veces su precursor” a través de una “energía desplazable” (1923-a).

En Esquema (1938) acabará manteniendo “dos pulsiones básicas: Eros y pulsión de destrucción”, que “quieren alcanzar” la “satisfacción”. En el caso de la segunda se tratará de “goce narcisista” por “cumplimiento de sus deseos de omnipotencia” (1930). Además “pueden alterar su meta (por desplazamiento) o “traspasar la energía” una “sobre otra”.

3) La agresividad en la obra de Freud

A) 1905-1911

En Tres Ensayos (1905-a) introduce lapulsión a la crueldad”, (que sorprendentemente Laplanche negará). En la traducción de Ballesteros (1905-b) se habla de “instinto indispensable”. “Proviene” de la de “apoderamiento” (1916-7) y es antitética de la del “placer de ver y de la exhibición”, la cual corresponde a la libido. Ambas son parciales y aunque “aparecen con cierta independencia de las zonas erógenas” “pueden entrar en conexión tempranamente por una anastomosis”. Este “enlace de la libido con la crueldad”, es el que produciría “la mudanza de amor en odio”.

Según Edgcumbe (1969-a), Freud buscaba, más que la comprensión de la agresión, la del sadismo. “componente agresivo de la pulsión sexual”, vueltoautónomo”, y no una pulsión parcial. Aunque Freud lo considera un “resto de apetitos canibálicos” y el “aparato de apoderamiento” anal, “sirve a la satisfacción” oral “para lograr dominio” (adición de 1915 a 1905), parece adscribirlo a la fase anal. De hecho la denomina sádico-anal, y no habla de fase sádico-oral. Se tratará de masoquismo cuando sea “vuelto contra la persona, puede dudarse de que alguna vez aparezca primariamente”. Si los niños son “espectadores del acto sexual”, lo interpretarán como “maltrato”, lo que contribuirá “en mucho a la disposición para un ulterior desplazamiento (descentramiento) sádico de la meta sexual”.

Poco después (1908-a) habla de una “inclinación constitucional” a la “crueldad”, bajo la cual el “impulso al quehacer cruel” (1908-b), que “se anudó a la excitación del pene”, se generará “a raíz de la primera reflexión acerca del enigma de la procedencia de los hijos”, con el “retorno” de “oscurísimos recuerdos del comercio entre los padres”.

En 1909, tras el valor otorgado por Adler a la agresión, retrocederá: “no puedo decidirme a admitir una pulsión particular de agresión”, aunque, poco después (1913), hará mención a un “anhelo” de matar presente” “en lo inconsciente”, entre los “deseos pulsionales” (además del incesto y el canibalismo).

B) 1911-1916

Con Introducción al narcisismo (1914-a), se esfuma la distinción entre instintos sexuales y del yo, al pasar a ser ambos libidinales (Edgcumbe 1969-b). La culpa es “angustia frente al castigo” y la “pérdida de amor” por parte de los padres y después de la conciencia, y conlleva “un componente social”.

Reprocha a Adler (1914-b) que la pulsión de agresión no deje“espacio alguno” al amor. De 1915 a 1920, aquella, un componente del instinto sexual en el contexto del sadismo (Edgcumbe 1969-a), se asigna a las pulsiones no libidinales.

En la tercera edición (1915) de Tres Ensayos (1905) introduce la fase oral.

En Pulsión y destinos de pulsión (1915-a) explica que para el “yo realidad inicial”, “lo exterior, el objeto, lo odiado” habrían sido “idénticos” como una “repulsa primordial” pero una vez “ la etapa puramente narcisista es relevada” por la “del objeto”, si éste “se revela como fuente de placer”, será “amado” e “incorporado al yo” -se “introyecta”- y si lo es de “displacer”, será odiado -se “expele”- con “inclinación” a agredirlo “con el propósito de aniquilarlo” Freud parece asimilar incorporación e introyección.

El anteriormente citado enlace de la crueldad con la libido, pasa a denominarse ambivalencia. Procedente de “la lucha del yo por conservarse y afirmarse” (AC), le es “indiferente el daño o la aniquilación del objeto” y si es extensa”, provendrá de una “herencia arcaica”. La primera fase oral, marcada por el “incorporar o devorar”, al tratarse de “amor compatible con la supresión de la existencia del objeto como algo separado”, sería ambivalente. El “apoderamiento” de la fase sádico-anal igualmente. Con “las pulsiones parciales de la sexualidad bajo el primado de los genitales”el amor deviene el opuesto del odio”, desapareciendo la ambivalencia, sin olvidar sus “orígenes diversos” y “su propio desarrollo”. Si subsiste “odio mezclado con amor”, provendrá de “etapas previas del amor no superadas” o de “reacciones de repulsa procedentes de las pulsiones yoicas”.

El sadismo definido como “acción violenta” “de poder dirigida a otra persona como objeto” buscando “la humillación”, se supone radica en la fase anal, aunque se alude a una “etapa previa”, “narcisista”. Por medio del masoquismo, se “goza”, a través de “la identificación con el objeto que sufre” en un “retroceso hacia el objeto narcisista”. (En una adición de 1915 a 1905 dirá que de este “par” no se puede derivar directamente la existencia de una mezcla agresiva” sino los opuestos” “masculino y lo femenino” y “activo y pasivo”).

En ese mismo año (1915-b), se biologiza el “conflicto de ambivalencia”, que pasa a ser debido a la carencia en el ser humano de “instinto (instinkt”) para “abstenerse de matar y devorar seres de su misma especie”, por provenir de un “linaje” con “asesinos” con “el gusto de matar” (lo repetirá en 1927). Hasta el “más íntimo de nuestros vínculos de amor lleva adherida una partícula de hostilidad que puede incitar el deseo inconsciente de muerte”. Aunque “nuestro inconsciente no ejecuta el asesinato”, (¿o sí de forma simbólica?), “lo piensa y lo desea”, por lo que “sería equivocado restar a esta realidad psíquica todo valor por comparación con la fáctica”. Provendría del “parricidio” realizado en la “horda primitiva” que habría generado la culpa primordial”,reacción frente a la satisfacción del odio que se escondía tras el duelo” (lo ratificará en 1928).

B) 1916-1924

En Conferencias (1916-7) Freud explica que en la fase pregenital con “primer plano” para las tendencias “sádicas y anales”, lo masculino-femenino no desempeña todavía papel alguno”, únicamente lo “activo-pasivo”. Y alude lacónicamente, sin asunción alguna, al segundo trabajo de Abraham acerca de la melancolía, de que “ha informado acerca de las huellas que esta fase oral primitiva deja en la vida sexual posterior”.

El masoquismo se produce (1919) por “regresión del objeto al yo, derivada de “conciencia de culpa por “deseos incestuosos” plasmados en “una fantasía proveniente del complejo de Edipo”, “formación cicatricial” que genera “sentimiento de inferioridad” en “niños en quienes el componente sádico pudo salir”, “de forma aislada y prematura por razones constitucionales” y por haber tenido “facilitado un retroceso a la organización pregenital sádico-anal”.

En Más allá del principio del placer (1920) señala que “la identificación es ambivalente”. “La pérdida de amor y el fracaso” dejaron como “secuela, un daño permanente del sentimiento de si”, una “cicatriz narcisista”. Incorpora, sin mención, la aportación de Abraham de 1916, al decir que en la organización oralel apoderamiento amoroso coincide todavía con la aniquilación del objeto”. Proclama que laambivalencia, amor-odio de la vida amorosa” “queda establecida” “donde el sadismo originario no ha experimentado ningún atemperamiento ni fusión”. Relaciona el sadismo con la pulsión agresiva (Laufer). Comenta además, que Sabina Spielrein designa “al componente sádico de la pulsión sexual como destructivo”, lo que nos indica que él mismo no lo entendía así, aunque posteriormente (1923-a) parecerá incorporarlo.

En Psicología de las Masas (1921) habla de la identificación “desde el comienzo mismo” (oral por tanto), que “aspira a configurar el yo propio a semejanza del otro”, de carácter “ambivalente”, porque “no devora a aquellos de los que no puede gustar”. “Como un retoño de la primera fase oral”, “el objeto anhelado y apreciado se incorpora por devoración y así se aniquila como tal”. Supondría aceptar el segundo trabajo de Abraham de 1916 pero sin explicitar su prioridad.

Las “tendencias de destrucción o de agresión” son la exteriorización de las “pulsiones de muerte” (1923-b).

 En El yo y el ello (1923-a) el sadismo constituye “un representante” de la pulsión de muerte que “se habría conseguido neutralizar” por las pulsiones eróticas en la pulsión parcial, “subrogado” de “destrucción”. La ambivalencia pulsional resultante no sería “resultado de una desmezcla” (acababa de señalar, 1923-b) que“serían posibles”, noción adleriana de 1908; al ser tan originaria”, se trataría de “una mezcla pulsional no consumada”. En este mismo año (nota de 1923-a a 1909) vuelve a admitir la pulsión de “agresión”-“destrucción”-“muerte”, (prefiere las dos últimas denominaciones) en “oposición con las pulsiones libidinosas” recordando que, “no coincide con la de Adler” y que su concepción “deja a cada pulsión su capacidad propia para devenir agresiva”. El masoquismo sería no sólo la “vuelta de la pulsión hacia el yo” sino “desde el yo hacia el objeto” con “un retroceso a una fase anterior” por “regresión”. “Podría haber también un masoquismo primario”.

El superyó, “representante de nuestro vínculo parental”, por “herencia” del complejo de Edipo, y “abogado” del ello (que hace equivaler al ideal del yo) “devendrá”más riguroso”, como “conciencia moral” “cuanto más intenso” y “rápido se produjo su represión” bajo “culpa”. Esta, cuando es consciente” se trata de la “percepción” de una “crítica” ante “tensión entre las exigencias de la conciencia moral y las exigencias del yo”, al cual “condena” (o bien “entre el yo y el ideal del yo”); la “inconsciente” se debe a que la “génesis de la conciencia moral se enlaza de manera íntima con el complejo de Edipo”.

C) Desde 1924

En El problema económico del masoquismo (1924) precisa que “la tarea de la libido es volver inocua esta pulsión destructora”. Lo conseguirá “dirigiéndola hacia los objetos”. Un “sector”, “el masoquismo erógeno, originario” “permanece en el interior” y otro, el sadismo, “vuelto hacia afuera” aunque “puede ser introyectado de nuevo” (“secundario”). “La necesidad de castigo” se debería a un “sentimiento inconsciente de culpa”.

En un agregado de 1924 a 1905, señala que Abraham hacía “dos subdivisiones” en la fase oral, sin que tampoco implique que lo sustente.

En 1926-b, sorprendentemente, vuelve de nuevo a hablar de exigencia masoquista como “pulsión de destrucción vuelta hacia la persona”.

Si la ambivalencia pulsional no suponía una desmezcla o, “segregación de los componentes eróticos que al comienzo de la fase genital se habían sumado a las investiduras destructivas de la fase sádica” (parece claro que es la anal), la regresión sí. “El superyó, que proviene del ello, no puede sustraerse”. De aquí el requisito freudiano fundamental para que se produzca la melancolía.

En 1928 se hace provenir a la culpa del deseo de “eliminar al padre”, a la figura paterna.

En El malestar en la cultura (1930) la “inclinación agresiva” se considera una “disposición pulsional, autónoma, originaria del ser humano”. La “necesidad de castigo” ya no se explica por culpa inconsciente sino por un yo “devenido masoquista bajo influjo del superyó sádico”, que “emplea un fragmento de la pulsión de destrucción interior, preexistente en él, en una ligazón erótica”. En su formación “cooperan factores constitucionales congénitos así como influencias del medio”. Por una parte, “si el niño reacciona con una agresión superintensa y una correspondiente severidad del superyó frente a las primeras grandes frustraciones (denegaciones) pulsionales”, obedece” al “temible” “padre de la prehistoria”. Por otra, la severidad original” del superyó “no es -o no es tanto- la que se ha experimentado” por parte del objeto o “atribuido, sino que subroga la agresión propia contra él”, idea que desarrollará Melanie Klein (1948).

Pero, ¿cómo deviene “inocuo” el gusto por la agresión? Siendo “introyectada, interiorizada, pero en verdad reenviada a su punto de partida”, de donde “es recogida por una parte del yo” -el superyó- quien “como conciencia moral” se muestra “pronta a ejercer contra el yo la misma severidad agresiva”. Y remarcará: “Cada fragmento de agresión de cuya satisfacción nos abstenemos es asumido por el superyó y acrecienta su agresión (contra el yo)”. No parece bastar semejante medio de contención: “el mandamiento ama tu prójimo como a ti mismo es la más fuerte defensa en contra de la agresión”.

A pesar de que hubo “arrepentimiento” por el parricidio que se “ejecutó” en la horda debido a que subyacía “amor” el deseo asesino hacia la nueva figura paterna “persiste”, aunque no resulte “decisivo”“que uno mate al padre o se abstenga del crimen”. Le “tienta” a Freud formular la culpa como agresividad reprimida (los “componentes agresivos”, “traspuestos”, de “una aspiración pulsional” que “sucumbe a la represión”, que cabe adscribir a Abraham. No lo hará. Persistirá con el concepto de Introducción al narcisismo: “angustia frente a la pérdida de amor” (“frente a la autoridad” y “más tarde”, “frente al superyó) derivada no del incumplimiento del ideal del yo, sino de que “la abstención virtuosa” de la agresividad “ya no es recompensada por la seguridad” de ser amado.

En 1931 señala que “angustia de ser devorado” supondría la “mudanza de la agresión oral dirigida hacia la madre”.

En la década final de su vida, Freud, hace provenir a la culpa de la renuncia a la “hostilidad y placer de agredir” (1932) y poco después (1933-31a) la define como la “tensión entre el yo y el superyó” (no ya con el ideal del que es “portador”) que conlleva su “complemento erótico”, la “inferioridad moral”, aunque aludirá también a una culpa como “sentimiento inconsciente” , “porción de agresión interiorizada y asumida por el superyóque podría corresponder con la de Abraham. Éste, con función de “conciencia moral”, “lleva a cabo” la represión, que podría ser de “rigor despiadado, aunque la educación fuera indulgente”). “Comandado por las primerísimas figuras parentales”, las identificaciones con “padres posteriores” al Edipo “no influyen más”.

Reiterará que el masoquismo (1933-32a), “más antiguo que el sadismo” es “la pulsión de destrucción vuelta hacia fuera” o sea, “destruir a otras personas o cosas para no destruirnos”. “Una parte” de la pulsión agresiva que “regresa del exterior” será “ligada por el superyó y vuelta así contra el yo”, tras sobrepasar una “guarnición militar” y otra quedará “libre” con “actividad muda”.

Han pasado los años y ya acepta las divisiones del extinto Abraham. Distingue una fase oral subdividida en un “1º estadio”, que se trata solo de la incorporación oral” (a la cual “no es desatino” compararla con la identificación pero… tampoco parecería lo idóneo en el que “falta aún toda ambivalencia” y un “2º estadio”, “oral–sádico”, “singularizado por la emergencia de la actividad de morder”, que “muestra por primera vez los fenómenos de la ambivalencia”. Igualmente acepta en la “fase anal” la existencia de “dos estadios”, tal como “Abraham probó en 1924”, en el primero de los cuales, “reinan las tendencias destructivas de aniquilar y perder”. En ella se “esfuerzan hacia delante los impulsos sádicos y los anales, por cierto que en conexión con la salida de los dientes”. Retendremos este “por cierto” para cuando hablemos de la melancolía. A pesar de todo parece seguir adscribiendo el sadismo establecido a la fase anal.

En (1933) precisará Freud que la pulsión de “agresión”-destrucción-“a odiar y aniquilar”, que había pasado a provenir de la de muerte, constituye el “retoño” de ésta (subrogado “principal” en (1930) “cuando es dirigida hacia fuera”. Esta es la acepción de pulsión agresiva que elegirán Laplanche y Pontalis, la pulsión de muerte dirigida al exterior buscando la destrucción del objeto.

Al final de su vida, Freud todavía parece dudar acerca de lo primigenio en el origen de la agresividad, si hacia fuera o hacia adentro. Según Strachey (1961-b), en una carta a María Bonaparte (27-05-36) alcanza a decirle “en los comienzos de la vida toda la libido estaba dirigida hacia fuera” y, cuando “pasa del yo a los objetos”, “la contrapartida” sería “el vuelco de la pulsión agresiva hacia dentro”. En la carta siguiente le indicará que debe sopesar semejante afirmación.

 Parece otorgar al superyó un carácter más social: “parte de los poderes inhibidores en el mundo exterior es interiorizada” (1939).

En Esquema (1938) nos dice que dado que para la “energía”, “muda”, de la pulsión de agresióncarecemos de un término análogo” al de libido, la cual “sirve para neutralizar las inclinaciones de destrucción” por medio de la mezcla pulsional”, modo en que define al sadismo, deberemos igualmente “anotar, bajo el rótulo de la libido, las aspiraciones agresivas”. ¿Debemos entender que la agresividad sería también libidinal? Añadirá: “retener la agresión es, en general, insano”.

Ratifica nuestra suposición con respecto a Nuevas Conferencias el que señale que en la fase oral “entran en escena, con la aparición de los dientes, unos impulsos sádicos aislados”, pero “en medida mucho más vasta en la segunda fase”, “sádico-anal”, “porque aquí la satisfacción es buscada en la agresión y en la función excretoria”. Confirmamos nuestra impresión de que a pesar de la aceptación del trabajo de Abraham sobre todo adscribe el sadismo a la fase anal y persisten las diferencias sustanciales entre ambos dirimidas en su correspondencia y zanjadas bruscamente (nº 278, 3-07-15).

4) La melancolía en la obra de Freud

Según Jones (1957-I) Freud intentó explicar la génesis de la melancolía en un escrito que no se publicó nunca.

A) 1895-1911

En el Manuscrito “E” (1894) se generaría ante “tensión psíquica” por “añoranza por el amor” cuando “se acumula y permanece insatisfecha”. En el “F” (1895-b), dedicado a la melancolía, distingue a la “cíclica hereditaria”, calificada como de verdadera por Jones (1926) de la derivada de “acrecentamiento de la neurastenia” y la “combinada con angustia grave”. Considera como tal a “la famosa anorexia nervosa de las niñas jóvenes” y encuentra “numerosos vínculos” con la “anestesia sexual” y con el duelo, “pérdida”, “dentro de la vida pulsional”, “de la libido”, con el “efecto de una herida” cuyo “agujero está en lo psíquico” -en lo que insistirá más adelante (1910). En el “N” (1897) la entiende como “represión de impulsos” y en la Carta 102 (1899) como “miedo a la impotencia”.

En 1910 (b), en la Sociedad de los Miércoles efectuará una comparación con el duelo y en 1914, en una presentación de Tausk, efectuará algunos comentarios acerca del tema (Jones 1957-II).

B) 1911-1916

La persona “enfermará, si a consecuencia de una frustración no se puede amar” (1914-a). No lo atribuirá a la melancolía como Abraham.

Presentando el borrador de Duelo y melancolía a Ferenczi (7-02-15) dice que el melancólico “proyecta el objeto sobre sí” y queda “devaluado. La sombra del objeto cae sobre el yo y lo oscurece”. Habla de “predominio de la elección de objeto narcisista” como posible condición, sin firmeza. La citada identificación “no se restringe a la melancolía” asegura Strachey (1957) tal como Abraham establecerá en 1924. Se trataría, sin más, de un “conflicto entre el yo-objeto y la censura del yo”.

C) 1916 a 1924

En Conferencias (1916-7) indica que el melancólico, provisto de “muy marcada” ambivalencia, a través de la mencionada identificación “ha erigido el objeto en el interior de su propio yo”, “lo ha proyectado sobre el yo”, lo que semeja al rebote kleiniano entre los campos externo e interno. Respecto a las psicosis, señala: “estas primeras concepciones de Abraham”, “se convirtieron en la base de la posición que adoptamos hacia las psicosis“. La correspondencia revelará que no era así.

En el clásico Duelo y melancolía (1917), iniciado en 1914, finalizado el 4 de mayo de 1915 y publicado en 1917, admite la importancia otorgada a la ambivalencia por Abraham al proclamarla “el resorte del conflicto”, en unos casos de origen “externo” debido a vivencias que conllevan la amenaza de la pérdida de objeto” y en otros “más bien constitucional”, es decir, “inherente a todo vínculo de amor”. El alivio al atardecer revelaría un factor “probablemente somático”. De cara a una predisposición, no acaba de confirmar la necesidad de una determinada “investidura de amor”, de “escasa resistencia” a pesar de una “fuerte fijación” y con “base narcisista” para regresar ante las dificultades. De los factores que contempla, otorga la mayor importancia a la regresión, “el único eficaz”. Por este medio el paciente “ha regresado a la identificación”, etapa “ambivalente” “previa de la elección de objeto” por haber sido “trasladada hacia atrás, hacia la etapa del sadismo más próxima a ese conflicto”. No necesariamente a la oral, “que pertenece todavía al narcisismo”, a pesar de afirmar que “querría incorporárselo” por “devoración, de acuerdo con la fase oral”. Sorprendentemente, en este trabajo no hace mención a la palabra introyección, como confirma Strachey (1957), cuando lo había hecho recientemente (1915-a), “en un contexto diferente”. “Tras esta regresión el proceso puede devenir consciente”. A partir de ese momento, “el odio, que tiene motivación real, es reforzado”, “cobra un carácter erótico y se garantiza la continuidad”. ¿Carácter erótico habiendo habido desmezcla a consecuencia de la regresión?

Prosigue diciendo en Duelo y melancolía que la “inclinación al suicidio” significaría el “impulso de matar a otro”. Un deseo asesino que entendemos únicamente para este caso. “Sus quejas son realmente querellas” por medio de autoacusarse. El proceso melancólico prosigue así: el objeto es “juzgado por una instancia particular”, el odio se ensaña” en un “automartirio”, “gozoso”, para “la satisfacción de tendencias sádicas”, tras “haberse entregado a la enfermedad a fin de no tener que mostrarles su hostilidad directamente”. “El amor se sustrae de la cancelación por su huida al interior del yo”. Al contrario que en Abraham, no deja en ningún momento de amar. El “pleito” finaliza porque “la furia se desahogó” o bien por haber declarado al objeto “carente de valor” o incluso “tal vez” por “reconocerse”superior al objeto”. Para Abraham, sin embargo, era por el arrepentimiento, que revelaría culpa, y por el autocastigo.

No descartaba Freud diferentes tipos de patología depresiva:

- del superyó al añadir, refiriéndose a la “conciencia moral”, a la cual distingue de la “censura de la conciencia”, la enigmática frase “hallaremos también las pruebas de que puede enfermarse ella sola”.

- “una afrenta del yo puramente narcisista” por “pérdida del yo sin miramiento por el objeto”.

- “un empobrecimiento de la libido yoica, provocado directamente por toxinas” en algunas formas clínicas “más somáticas que psicógenas”.

En Psicología de las masas (1921) divide a las melancolías en “psicógenas”, de “particular severidad” del ideal del yo, lo que conducirá a su “cancelación temporaria”, y “espontáneas”, en las que el yo, tras “identificación con el objeto reprobado”, es “estimulado a rebelarse por el maltrato” de su ideal. Producida la “bipartición tajante” entre yo e ideal del yo, este, “herencia del narcisismo originario”, efectúa una “despiadada“condena del yo” y “arroja su furia” sobre el otro “fragmento”,alterado por introyección (retoma el concepto de 1915-a como confirma Strachey 1957-b, sin citar tampoco a Ferenczi) que incluye al objeto perdido” como “venganza del yo sobre él”. Insiste en que los autorreproches están “dirigidos al objeto”. Habla de “triunfo cuando en el yo algo coincide con el ideal del yo” y que en la manía “yo e ideal se han confundido”; “su ideal del yo se disuelve temporariamente en el yo” el cual “lo rigió antes con particular severidad”. En los tipos de melancolía, se entiende que de tipo bipolar, se produciría “rebelión periódica del yo contra el ideal del yo”.

En Dos artículos de enciclopedia (1923-b) caracteriza a la melancolía, junto a la demencia precoz y la paranoia, por “el quite de la libido de los objetos”.

En El yo y el ello (1923-a) sustenta la noción de “percepción interna”, de la cual había hablado Abraham (1911), a través de “sensaciones” en las cuales “el dolor parece desempeñar un papel”. Si bien en la fase oral resulta “imposible distinguir entre investidura de objeto e identificación”, en la melancolía la primera es “relevada” por la segunda con el fin de “repararle su pérdida” al ello. “Puedes amarme a mí, soy tan parecido al objeto Se deduce que no puede suceder en la fase oral. Y prosigue: aunque cabe “una alteración del carácter antes de que el objeto haya sido resignado”, éste “podría sobrevivir al vínculo y conservarlo”, “quizás” “la condición bajo la cual el ello resigna sus objetos”. No parece hablar de un tipo patognomónico de identificación como Abraham y hace la conjetura del que el carácter se genera a partir del historial de avatares de las pérdidas.

En la melancolía “quizá el yo”, mediante “introyección”, “suerte de regresión” “oral”, “posibilite la resignación del objeto”. Aunque llega a admitir que la introyección del objeto conllevaría regresión oral, no se decide a admitirla y continúa sin nombrar a Abraham. “Quizás esta identificación” (vemos que las hace equivaler; y ésta en Duelo y melancolía era producto de la regresión) conlleve “desmezcla” de las pulsiones. Posteriormente en Inhibición, síntoma y angustia (1926-a) asegurará que la regresión la conlleva. La identificación “primera” sería con “el padre”, aunque Strachey (1961-a) piensa que debería decirse con ambos padres, pues todavía no existiría noticia de la diferencia de los sexos.

En la melancolía, además, el “sadismoo “componente destructivo, se ha depositado en el superyó y se ha vuelto hacia el yo”. El ser humano “mientras más limita su agresión hacia fuera”, “más agresivo- se torna en su ideal del yo” con “inclinación” “a agredir a su yo”. La “angustia de muerte” de la melancolía (en 1926 (a) hablará de la neurótica como abandono del superyó protector ante el destino) representaría el “procesamiento de la angustia de castración” dado que “el yo se resigna a si mismo porque se siente odiado y perseguido por el superyó, en vez” de “amado” (“vivir”), por un subrogado del padre. Abraham en su 4º requisito para la melancolía de 1924, la pérdida significativa infantil, también referirá la asociación de los impulsos canibalísticos con el Edipo con la introyección de las figuras paterna y materna, triada requerida por Lacan (1953) para una pérdida simbólica. En este trastorno la culpa será inconsciente (que según Strachey incluye lo latente y lo reprimido) que es la que presenta “inequívoca” semejanza con el proceso de la melancolía.

En 1924 (a) adjudica la melancolía a una nueva entidad, las “psiconeurosis narcisistas”, con un “conflicto entre el yo y el superyó”.

C) 1924-1939)

En Inhibición, síntoma y angustia (1926-a) lanza como nueva hipótesis que el peligro que representa la angustia proviene del nacimiento, “primera vivencia”traumática”, por separación de la madre. Cualquier otra conllevará el peligro de la castración”, como “reacción frente a una pérdida” dado que “podría compararse a una castración” de ella, “de acuerdo a la ecuación niño = pene”. Sin embargo, “las reacciones afectivas frente a una separación” “las sentimos como dolor y duelo”. ¿Por qué es tan doloroso? Repetidas situaciones de satisfacción” crearon una “investidura intensiva” “añorante” que hizo que ante “una necesidad” sin atender se produjese una “reacción de dolor” con “desvalimiento” “frente a la pérdida de objeto” o bien de angustia ante el “peligro de la pérdida misma del objeto”. Más adelante, éste, aunque presente, podrá tornarse “malo” con el peligro de la “pérdida de amor”.

En Nuevas Conferencias (1933-31a) Freud atribuirá el enfermar a un “conflicto entre las exigencias de la vida psíquica pulsional y la resistencia” nombrando una no publicitada “pulsión de sanar, a la cual debemos nuestras curaciones” (1933-32a).

En la melancolía habría “severidad, hasta la crueldad” del superyó (1933-31ª). Aplica Freud el “valor” de las nuevas subdivisiones de las fases a “los lugares de predisposición” de “ciertas neurosis -neurosis obsesiva, melancolía”, y recordando su “nexo” con la “fijación libidinal” llega a decir que “determinadas regresiones son características de determinadas formas de enfermedad” (1933-32a). El mismo Strachey (1964) comenta, “probablemente esta sea una nueva referencia al importante trabajo de Abraham de 1924.

En (1937) encuentra otra “fuente”, de “depresión grave”: el “deseo del pene de la mujer”, otra hipótesis, tampoco desarrollada por otros autores.

5) Discusión

Desde un primer momento, los descubrimientos básicos en torno a la melancolía se atribuyeron a Freud. Anthony, por ejemplo, aunque reconoce que Abraham nos ha legado la ambivalencia, el sadismo reprimido y el proyectado, la culpa asociada con él, la inhibición y la pérdida a través de la expulsión anal, asegura que de Freud proceden la pérdida del objeto, la introyección, los ataques “con el consiguiente autorreproche” y la regresión. A bote pronto podemos decir que ya en 1911 Abraham hacía proceder la melancolía de la decisión, eso sí, propia, de abandonar su objetivo libidinal; la introyección es la incorporación de Abraham de 1916; los ataques al objeto ya estaban en Abraham pero para él los dirigidos hacia el objeto externo eran secundarios; y la regresión la encontramos en 1916.

“Duelo y melancolía” ha impresionado de siempre al lector. Desborda garra desde el primer momento, parecería haber brotado como escritura automática o a la manera de las Conferencias Clark (Jones 1957-II) y anticipa la teoría estructural. No sorprende que los dos trabajos precedentes de Abraham quedasen empequeñecidos pero sí la ausencia de mención a los mismos (a pesar que el segundo sería premiado, lo que comunicará el propio Freud (nº 346, 2-12-18), que Jones intentará en vano justificar(Jones 1926), dado que señala que para él constituye “una extensión de las conclusiones de Abraham”(1957-II). Igualmente para Bibring, que las refiere al segundo.

En el melancólico preexistiría odio hacia el objeto primario debido a su propia constitución o a experiencias tempranas de pérdida. Freud muestra acuerdo con la importancia otorgada por Abraham a la ambivalencia a la que alcanza a denominar, el resorte del conflicto. Si bien Rosenfeld señala que éste no habló de un sadismo excesivo en referencia a la oralidad, en la correspondencia (nº 273, 31-03-15) remarca que ya en 1911 había concedido la mayor incidencia al sadismo en la melancolía y que seguía convencido de ello, “más patente” aun en la manía. Sin embargo, el erotismo anal, que resalta Freud, no le daba motivos para “una importancia sobresaliente”. Para Freud la investidura narcisista establecida se demuestra protectora de tipo narcisista e inespecífica. El desencadenante provoca odio real con un deseo de muerte actual, pero no durante la infancia; Abraham habla de una pérdida traumática primaria infantil de la que el episodio agudo actual constituye la repetición inconsciente y su cumplimiento simbólico. Federn también, aunque cita únicamente al maestro así como Ebtinger (1976-a). Bibring piensa que la proyección de la agresividad de Abraham (1911) se debería a evitar dirigirla hacia sí.

Podemos considerar que la noción de pérdida de objeto sería la primera gran aportación freudiana, dado que ampliaría la noción de fracaso en conseguir su favor, a un ideal. Ante la “frustración intolerable” (Chemama-Vandermersch), “retornaría para protegerse”, mediante regresión, que Freud privilegia por encima de todos los factores etiológicos y no la introyección como proclama Gabbard, algo apenas reconocido si exceptuamos a Winograd. Conlleva desmezcla de pulsiones con la consiguiente salida de agresividad. Se retrocedería a la etapa sádica más próxima al conflicto, y no a la fase oral como sostendrá Abraham. Para éste (nº 408,13-03-22) persigue el objetivo de la “arrancadura del pene o del pecho con los dientes”. Tal vez de una madre castrante, buscando escapar de su propia agresividad hacia ella, hacia sí, y hacia el objeto externo. La realiza (nº 273, 31-03-15) porque “no soporta perderlo” y lo devora “como prueba de amor y aniquilamiento” (ambivalencia).

Ferenczi había definido a la introyección como un mecanismo de la normalidad con el fin de diluir la acerbidad de los “impulsos-deseos”- “afectos” de amor y odio hacia el primer objeto a través de colocarlos en objetos del mundo externo”. Como hemos referido anteriormente, el término no será nombrado por Freud a pesar de haberlo sido en ese mismo año. A la recepción del manuscrito, el discípulo lo acusará elegantemente (25-02-15): “aproveché la ocasión para hacer honor a mi introyección (lo que yo prefiero llamar introyección, usted lo llama proyección de la sombra del objeto sobre el yo narcisista)”. Sin embargo creemos que el mecanismo propuesto es diferente. Tampoco parece cuadrar con otra concepción diferente que proporciona en la misma carta: una “psicosis de introyección” por “trastorno del mecanismo de proyección-introyección (distinción entre yo y no-yo)”-que consideramos una aportación propia, y sobre la que ulteriormente insistirá Nacht (1938,1963).

La que, aunque innominada, parece la gran contribución de Freud a esta obra es también reivindicada por Abraham, mostrando su alegría al maestro por la asunción de lo que denomina “mi fantasía de incorporación” (nº 337, 16-04-18), “fantasma” en otra traducción (Abraham 1965), einverleibungphantasie. No desistirá, la introyección del objeto amoroso es “una incorporación de él” (1924) y utilizará indistintamente los dos términos. En Freud, igualmente, “se utilizan a menudo como sinónimos” (Laplanche-Pontalis siendo la primera noción “más amplia”. Se denominará “fantasía (Rado, Fenichel), “proceso de digestión psíquica” (Winnicott), “metáfora” (Ebtinger 1996)… Para Klein se “malogra” ante “un exceso de impulsos canibalísticos”. El temor, que ella atribuye a Abraham, a que el objeto sea destruido en el propio proceso no lo hemos encontrado en la obra de éste.

Brody y Mahoney (citados en Grinberg) propondrán a la incorporación como mecanismo específico para la melancolía, a distinguir de introyección e identificación. Abraham y Torok (1973) diferenciarán incorporación como “fantasía” de introyección, “proceso”. Para la última (1968) la pérdida del objeto detendría el proceso de introyección y se produciría incorporación, lo patológico. Green la sigue, y diferencia entre una primera incorporación “momificada” y una “dilatada” introyección, no de pulsiones sino de afectos. Bemporad, hablando del trabajo de Abraham de 1916, le reconocerá el “mérito de postular la participación de la introyección en la depresión, que anticipa el ulterior aporte de Freud” (¿). Ebtinger (1986) afirma que corresponde a la incorporación patognomónica de la que hablaba Abraham. Gabbard la valorará en ambos como “el mecanismo de defensa utilizado ante el sufrimiento provocado por la pérdida”. “Noción próxima”a introyección e identificación, para Chemama-Vandersmerch, la incorporación se trata de “un modelo corporal de la introyección”, “esencial para la constitución del yo”, por favorecer la distinción de si mismo a través de la relación con el objeto y captar lo bueno.

La identificación se produce a la par que el objeto queda protegido dentro del yo (“en el acto de devorarlo llevaron a cabo su identificación con él” (1913). No parece contemplarla como específica, a la manera de Abraham, al que Jacobson (1971-b) acusará, creemos que injustamente, de descuidar su diferenciación estricta con el duelo, aunque reconociendo su precedencia, cuando se refiere a la muerte de su propio padre alegando que en la melancolía el “yo no asume ninguna de las características del objeto”. Bibring considerará que Freud habría aceptado ya entonces la proposición de éste (1916), de que era llevada a cabo a través de un proceso instintivo de incorporación oral.

Culpa y se culpa. Se juzga a través de una instancia crítica propia, que para Rosenfeld y Kernberg supone ya el descubrimiento del superyó, segunda gran aportación. Pensamos que Freud se acerca a Abraham cuando habla de “depresiones de cuño obsesivo tras la muerte de personas amadas” por “duelo patológico” si “preexiste predisposición a la neurosis obsesiva, en las que el sujeto se reprocharía que “quiso” la pérdida, la deseó. Para éste se culparía, no por el deseo (a Winnicott le parece suficiente con la intención) sino por el acto criminal realizado simbólicamente (nº 273, 31-03-15), tal como ratifica Ebtinger (1976-a) quien busca refuerzo (1986) en Lacan (1961), el cual contempla al melancólico “en las autoacusaciones, en el dominio de lo simbólico”. Según Melman (Vandersmerch 2000-b) se pudo satisfacer el deseo criminal, debido a que en el melancólico “el deseo no está ligado a una interdicción simbólica inscrita en el inconsciente sino solamente a una distancia imaginaria del sujeto, tanto de su ideal como de su objeto”. Pensamos que Abraham consigue refutar con éxito, en su obra y en su correspondencia, que el contenido primario de los autorreproches sea la crítica al objeto introyectado. Para Grunberger representarán un “fracaso del sistema proyectivo que protege al sujeto de la autodestrucción” y para Jacobson (1971-a), “una confesión de culpa por el crimen de haber destruido el valioso objeto de amor” al que “logra salvar” pero “a costa de desvalorización completa del self o aun de su destrucción”, mientras “la imagen poderosa” será “reconstituida en el superyó”. Bemporad valorará que el supuesto reproche hacia el objeto perdido “no parece haber superado la prueba del tiempo”. ¿Sería evitable el episodio agudo si triunfa el trabajo del duelo (Rosenberg)? ¿O no, por ser provocado por el sujeto? (tal vez por acoso a un objeto externo tergiversado por un “recorte tendencioso” [Bleichmar, 1973] determinado por una “actitud crítica” preexistente intolerable [Bleichmar, 1978]). Si es así, vendría impelido por la compulsión a la repetición, representante psíquico del instinto de muerte, que tan vigorosamente operaba para Abraham en este trastorno (no así para Freud según Ebtinger).

Aporta Freud en este escrito, además, valiosas hipótesis como la de un superyó patológico, que enferma solo, tal como sugerirán posteriormente Abraham (1924-a) y Deutsch. Otro tipo, por afrenta únicamente narcisista, podría corresponder a las depresiones no melancólicas y un tercero por empobrecimiento de la libido yóica debida a toxinas (la neuroquímica celular) en formas clínicas de tipo somático, a la melancolía del DSM.

En Psicología de las masas se produce, para nosotros, la tercera y última gran aportación original freudiana: la melancolía de tipo espontáneo y la manía se deberían a que el yo identificado con el objeto introyectado (vuelve a nombrar la introyección tras 1915) se rebela contra un ideal del yo maltratador (en la melancolía de tipo psicógeno, la propia severidad de éste la hará remitir temporalmente). El ideal del yo lanza su furia sobre el citado fragmento de yo como venganza ¿Qué la motivaría? Freud no contesta. Sugerimos nosotros: la rebelión, el haberse rebelado. Y, nos preguntamos, los reproches, que para él siguen siendo contra el objeto introyectado, ¿no deberían corresponder al yo rebelde contra un ideal tiranizador?-en lugar de al revés como propondrá Grunberger.

En El yo y el ello, aunque actualiza algunos conceptos con la brillantez acostumbrada, el espacio dedicado a la melancolía es mínimo y no resulta comparable con el extenso y completo trabajo de Abraham. En cuanto a la agresividad, deducimos que el citado ideal del yo agresivo del melancólico podría deberse a haber limitado su agresión hacia fuera. El superyó persecutorio (hostil para Abraham según Rosenfeld), acumula destructividad presta a descargar contra el yo. Este, que precisa sentirse amado, se siente desvitalizado, lo cual incrementa la angustia de castración. Según Bemporad, Freud “niega mucho de lo escrito antes en El duelo y la melancolía”, p. ej. , que una investidura de objeto sea relevada por una identificación “no se restringe a la melancolía” (Strachey 1961-a) y parece asimilarla con la regresión (que no es oral, como sorprendentemente sostiene Ebtinger) ni específicamente melancólica (al contrario que Abraham). Podría conllevar desmezcla de pulsiones, y buscaría reparar la pérdida haciéndose amar por el parecido con el objeto. Probablemente el vínculo con el objeto perdido quedaría impreso en el carácter y éste revelaría el historial de pérdidas. Se trata de una hipótesis de calado a la espera de investigación, que podría subsanar el fracaso de no haberse alcanzado una verdadera caracterología psicoanalítica a pesar del merecido reconocimiento que Kohut concederá a los esfuerzos de Freud (1908-c, 1916), Abraham (1921, 1924-b, 1925) y Reich (1930). Ebtinger (1976-a), que parece preocupado en la fidelidad freudiana al mismo Freud, se muestra de acuerdo con Green en que el motor de la posible identificación primaria con ambos progenitores, y no sólo con el padre, tal como Freud señala en una nota, inauguraría el principio del parentesco. Abraham conecta el complejo de Edipo con impulsos canibalísticos y una primera decepción afectiva importante, lo que no deja de contrastar con el comentario de Jones (1926) a la obra de Abraham, de que habría“en esta perturbación una tendencia poco habitual a invertir el complejo de Edipo”.

Podríamos haber hablado de una cuarta importante aportación, pero Abraham (1924) da a entender que él había arribado independientemente a ello cuando al comentar que “la autocrítica patológica del melancólico emana de su objeto introyectado” señala que la obra freudiana había aparecido “poco después de haber escrito yo esta parte del libro”. Además: “leí una parte de esta publicación ante el Séptimo Congreso psicoanalítico” de Berlín en 1922. Para Rosenfeld supone una situación madre-niño internalizada y piensa que para Freud una introyección precoz, en el primer año, contribuía al desarrollo del superyó perseguidor a través de un objeto superyoico interno, sin llegar a una madre (o padre) perseguidora. Para Abraham la agresividad (1911) provenía del ello, se proyectaba y se dirigía desde un antecedente patológico del superyó o conciencia patológica (dado que éste por definición no podría ser preedípico), contra el yo. Jones (1926) entiende que para este último “el odio se dirige principalmente contra la madre”. No existiría la paradoja que encuentra Ebtinger (1976-a) entre que el objeto es escondido y a la vez destruido, ya que el mecanismo simbólico protegería de una verdadera destrucción. Castilla del Pino entiende que para Abraham “se prefiere destruir al objeto amado antes que perderlo”. Si para Freud se preserva el amor, para Abraham, a la eclosión del episodio se habría roto activamente toda relación con el objeto.

En Inhibición, síntoma y angustia Freud adjudica claramente la desmezcla a la regresión. Discutiendo a Rank (1924), afirma que la pérdida por separación de la madre protectora se vive como una castración, sin citar, tal como hacen Abraham (1924-a) y Prado, la teoría de Stärcke de 1921 de que el retiro del pecho materno constituiría una castración primaria, por lo que la debemos descartar como aportación propia. Aquí podría anclarse la orientación lacaniana, con la equivalencia pérdida-castración. Posteriormente, la angustia indicará el peligro de que el objeto, presente, deprive de amor.

Al final de su vida, aunque de forma no bien explicitada, admitirá en Nuevas Conferencias la proposición de Abraham de que en la melancolía habría regresión por fijación a una determinada subfase del desarrollo. Se ratifica en Esquema la suposición de Rosenfeld de que es a la fase anal pues señala que los “aislados” impulsos sádicos que coinciden con la salida de los dientes lo son “en medida mucho más vasta”.

6) Conclusiones

Freud no llegó a presentar una teoría estructurada de la melancolía en la medida en que lo hizo Abraham, “el primero en articular una teoría psicodinámica de la depresión” (Sanz y Vázquez). Se trata más bien de una serie de importantes conceptos dispersos (para Pellion sólo a partir de 1917), especialmente los tres señalados, salpicados de intuiciones e hipótesis geniales que no se atreve a confirmar. La lectura minuciosa de las dos traducciones de su correspondencia revela una cruda discrepancia acerca de este tema, razón para su brusca interrupción. A partir de la muerte del primero, el maestro irá asumiendo los conceptos de Abraham sin explicitarlo: los subestadíos, la regresión por fijación a una determinada fase, la patología del superyó, etc., lo que implicaría la verdadera adjudicación del conocimiento de la melancolía, tal como apuntaba en Conferencias. En ningún momento aludirá a la paratimia primaria de Abraham. Sería Klein (1940) la que habría “establecido esa relación” (Bowlby), pérdida “objetiva y ya no objetal” (Pellion) que habría marcado una senda para la psicología del yo.

El estudio sobre la psicosis maniaco-depresiva, que a Abraham “lo fascinó más que cualquier otro” (Jones 1926) y constituye su contribución “probablemente la más importante” y la “de mayor importancia en ese campo” nos parece “más sistemático y preciso” (Crespo) que el freudiano, al cual “amplió y elaboró en mayor profundidad” (Gabbard), resultando “difícil decir que las ulteriores aportaciones lo hayan superado” (Ebtinger 1976-a). Éste, no deja de sorprendernos en su afán de resguardar bajo el paraguas de la “fidelidad al pensamiento freudiano” al seguir manteniendo en su nueva revisión de 1999(1976-b) como aportaciones más destacadas “la referencia de la psicosis al Edipo” y “al doble traumatismo implicados en el complejo de castración”, además de “la parte más original”, cierta dimensión lingüística en el cuadro de correspondencia entre estadíos libidinales, finalidad y objeto. Kernberg (2000), recapitulando acerca de Duelo y melancolía, considera vigentes la “intensa ambivalencia patológica, la agresión autodirigida, la severa patología de las relaciones objetales internalizadas y una disposición constitucional”, sin embargo, resalta que son “las contribuciones de Abraham (1924)”, junto a las de Klein, Bibring y Jacobson, las que “nos permiten formular la teoría psicoanalítica contemporánea de la depresión”.

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