aperturas psicoanalíticas

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revista internacional de psicoanálisis

Número 034 2010 Revista de Psicoanálisis en Internet

Los menores y la violencia [Mingote, J.C. y Requena, M., 2008]

Autor: Navarrete, Andrea

Palabras clave

Mingote, J. c., Requena, M., Menores.


Reseña: El malestar de los jóvenes. Contextos, raíces y experiencias. Editores: José Carlos Mingote y Miguel Requena. (Capítulos 7-13). Madrid: Díaz de Santos
Introducción
La violencia en los jóvenes es hoy en día un tema presente tanto en las conversaciones cotidianas como en los círculos profesionales, más en los últimos meses cuando se está debatiendo sobre la modificación de la Ley Penal del Menor (elpais.com, 2009; cope.es, 2009; elmundo.es, 2009). Por ello parece de suma importancia que desde los ámbitos profesionales se haga un estudio serio y exhaustivo sobre la etiología multifactorial de la violencia, con el propósito de planificar proyectos de prevención e intervención que resulten eficaces.     
El presente trabajo supone una reflexión sobre los jóvenes y la violencia, partiendo del comentario de diversos capítulos de distintos autores que analizan los contextos, las raíces y las experiencias del malestar en los jóvenes, y con el apoyo de bibliografía complementaria para contrastar las tesis contenidas en dichos capítulos.
Impulsividad y agresividad en adolescentes (Ricardo Osorio)
Ricardo Osorio comienza el capítulo haciendo referencia a la relación entre la impulsividad, la agresividad, la motivación y la toma de decisiones. De esta manera, la impulsividad haría referencia a una pobre capacidad para la toma de decisiones que lleva a la preferencia por las pequeñas recompensas inmediatas frente a las grandes recompensas a medio/largo plazo, o a la preferencia por elecciones con elevado riesgo y bajo beneficio. Cuando una persona presenta impulsividad es probable que sus neurocircuitos motivacionales estén fallando en la representación de las distintas alternativas y en la posterior selección de la más apropiada. Además, la impulsividad favorece en algunos casos la aparición de conductas agresivas, entendiendo estas últimas como un tipo de conducta dirigida a obtener un resultado favorable en la interacción.
Tal como explica el autor, el cuerpo estriado –incluido en los circuitos motivacionales primarios- influye en estructuras motoras y premotoras mediante su actividad dirigida a estados motivacionales y conductas externas. Además, el núcleo accumbens (NAc) –incluido en el estriado- presenta una elevada capacidad para codificar un gran número de posibles elecciones así como para modular la respuesta, contribuyendo de esta manera a la neuroplasticidad y a la capacidad de aprendizaje. Respecto a los circuitos motivacionales secundarios, el área tegmental ventral (ATV) es el principal encargado de las proyecciones mesonlímbicas que participan en la recompensa. Además la respuesta del NAc y la corteza prefrontal están influidas por el hipocampo, la amígdala y el hipotálamo, los cuales proporcionan una gran cantidad de información del medio interno, a la vez que los neurotransmisores permiten la comunicación de dicha información a los circuitos motivacionales.
En el capítulo se expone que la dopamina, liberada en el NAc tiene un papel relevante en la traducción de los circuitos motivacionales en acción y se asocia con los estímulos motivacionales, el refuerzo subjetivo, la conducta aprendida y las funciones ejecutivas. La dopamina también se relaciona con la aparición de conductas que han sido reforzadas en el pasado, por lo que la impulsividad que aparece en las adicciones a sustancias, el sexo, los trastornos alimentarios y el juego patológico puede ser una consecuencia de la predisposición a la sensibilización rápida a los circuitos dopaminérgicos de recompensa. Por otra parte, en estudios realizados se ha encontrado que los pacientes agresivos e impulsivos presentan una disminución de serotonina (5-HT), pero no queda claro si dicha disminución es primaria o secundaria a una disminución de otros neurotransmisores. No obstante, parece clara la participación de la serotonina (5-HT) en áreas encefálicas implicadas en la planificación, recompensa, emociones y aprendizaje. Además, existe un gran número de receptores 5-HT2 en la corteza prefrontal, la cual es considerada como un centro multimodal de información, evaluación y procesamiento. Por ello las disfunciones en la corteza prefrontal causadas por el consumo de sustancias pueden producir un deterioro en las funciones de control inhibitorias y en la capacidad para modular las respuestas condicionadas o incondicionadas. Si a esto se añade el progresivo aumento de los efectos reforzantes condicionados del consumo de sustancias, se puede explicar porqué las personas con adicción a las drogas terminan presentando una búsqueda compulsiva de éstas.
Ricardo Osorio comenta que diversas investigaciones con ratas han puesto en evidencia que los sistemas activadores maduran con anterioridad a los sistemas motivacionales inhibitorios. De esta manera, podría ser que las diferencias en los tiempos de maduración entre la dopamina activadora y los sistemas inhibitorios serotoninérgicos influyeran en la tendencia de los adolescentes a conductas impulsivas y de búsqueda de novedades. Además, los cambios hormonales afectan al circuito motivacional secundario, dos claros ejemplos de ello son la influencia de los esteroides sexuales en la naturaleza de los impulsos motivacionales representados en el circuito primario motivacional, y la presunta relación entre altos niveles de testosterona y la aparición de conductas agresivas e impulsivas. En cuanto a los sustratos motivacionales inhibitorios, se ha comprobado que durante la adolescencia mejoran notablemente algunas de las funciones de la corteza prefrontal, como la memoria de trabajo, resolución de problemas complejos, pensamiento abstracto y pensamiento racional, lo cual conlleva que a medida que los adolescentes crecen exhiban cada vez más a menudo comportamientos basados en la experiencia y en conductas más apropiadas.
Tal como se comenta en el capítulo, existen múltiples factores de riesgo que hacen a los jóvenes más propensos a exhibir conductas agresivas y violentas. En cuanto a la vulnerabilidad, se han encontrado diferencias de género significativas en niños y niñas de tan sólo 2 años, constatándose que los niños varones presentan más a menudo conductas agresivas (Tobeña, 2001). Sin embargo, hay que tener en cuenta que las estadísticas pueden estar sesgadas ya que los varones suelen llevar a cabo más actos violentos castigados legalmente, por lo que queda mayor constancia estadística de sus conductas agresivas. Además, la mayor parte de los estudios se limitan en cuantificar un tipo de agresividad que es más común en varones que en mujeres, por lo que sería recomendable que también se tomara en consideración la agresión relacional, que es más característica en las mujeres.
En cuanto a los marcadores fisiológicos, en un estudio longitudinal con niños de entre 2 y 4 años se concluyó que los niños con niveles más bajos de cortisol tuvieron hasta tres veces más conductas agresivas que aquellos que presentaban niveles altos (McBurnett, 2000). Junto con el cortisol, el neurotransmisor inhibitorio 5-HT también tiene un papel importante en la modulación de la agresividad en jóvenes (Van Goozen, 2000), de manera que en al menos un estudio longitudinal ha quedado probado que puede existir una relación entre niveles bajos de serotonina y niveles altos de agresividad (Halperin, 2006). Y, en relación a las diferencias de género, parece que la mayor presencia de testosterona en varones podría contribuir a que estos exhibiran más conductas de agresión provocada.
El último factor de riesgo al que hace referencia Ricardo Osorio es el estilo social cognitivo, ya que se ha constatado que a menudo los niños agresivos malinterpretan las claves interpersonales, lo que produce que reaccionen de forma violenta. Además, suelen presentar una especial sensibilidad al rechazo debido a experiencias tempranas de abandono o negligencia emocional que les hace más proclives a presentar estados de ansiedad o estados agresivos.
Finalmente el autor concluye que es necesario realizar más estudios sobre motivación, impulsividad y agresividad en jóvenes, de cara a desentrañar las bases neuropsicológicas y así poder conocer mejor los factores de protección.
Por lo tanto, es de gran importancia que los psicólogos tomemos en consideración la etiología multicausal de las conductas violentas de los jóvenes, incluyendo para su evaluación el sustrato biológico que a veces queda olvidado en los estudios y en la evaluación de casos clínicos, a pesar de que parece tener un peso importante en la problemática de la violencia de los jóvenes. Resulta especialmente interesante en el capítulo la relación que expone entre el desarrollo y el funcionamiento neuropsicológico, con la capacidad de los jóvenes para tomar decisiones meditadamente, atendiendo a sus motivaciones internas y a las consecuencias tanto a corto como a medio y largo plazo. Por lo que habría que plantear que si los miembros de una misma familia tienden a comportarse de manera impulsiva puede no sólo deberse a un ambiente disfuncional, sino también a que comparten ciertos factores de riesgo a nivel neuropsicológico. De este modo, habrá casos en los que el tratamiento deberá contemplar no sólo una psicoterapia encaminada al control de la impulsividad, a la resolución de problemas y a las habilidades interpersonales, sino también a abordar el sustrato neuropsicológico. Parece que actualmente se está avanzando en esta línea, ya que son cada vez más los psicólogos interesados en especializarse en el estudio del funcionamiento cerebral, así como las entidades relacionadas con la salud mental que están comenzando a tomar en consideración la importancia de contar con este tipo de especialista para el diagnóstico y el posterior tratamiento de los pacientes. Además, no hay que olvidar la relevancia de intervenir con todo el sistema familiar, en lugar de destinar el tratamiento exclusivamente en el joven como si fuera el “miembro enfermo” dentro de su familia.
Violencia juvenil (Alexandra Lázaro)
Alexandra Lázaro comienza el capítulo definiendo el bullying como “agresiones físicas, psicológicas y/o de aislamiento producidas a un alumno indefenso por parte de otro que generalmente recibe el apoyo de otros compañeros (pag.209)”. Además, remarca que para ser considerado bullying debe darse de manera repetida y prolongada durante un cierto tiempo, así como debe existir un propósito de hacer daño.
Tal como se expone en el capítulo existe un gran número de investigaciones sobre este tipo de violencia. Dichos estudios han puesto en evidencia estadísticas que reflejan la incidencia significativa del bullying en las aulas españolas (Defensor del Pueblo; Instituto de la Juventud de la Comunidad de Madrid; Centro Reina Sofía; Ortega, 1994 y 1997); la diferencia de géneros en la incidencia –los chicos se ven implicados con mayor frecuencia-; la edad en la que existe una mayor prevalencia -entre 11 y 14 años-; y los lugares donde existe mayor riesgo de que se produzcan las agresiones -aulas, recreo, pasillos y a la salida del colegio-.
La autora afirma que las víctimas se pueden caracterizar por ser o bien pasivas, en cuyo caso se caracterizan por ser físicamente débiles, introvertidas, con baja autoestima y con tendencia a exhibir conductas infantiles; o bien activas, en cuyo caso poseen una tendencia a reaccionar impulsivamente y a mostrar conductas irritantes. Ambos tipos de víctimas se caracterizan por el aislamiento y el bajo apoyo social, por lo que poseen escasas habilidades sociales. Por otra parte, los agresores suelen ser físicamente fuertes, extravertidos, impulsivos, con falta de empatía y, al igual que sus víctimas, suelen tener falta de habilidades sociales. Además, a menudo provienen de ambientes familiares poco cálidos y en los que no se les proporciona relaciones que les aporten seguridad, por lo que integran modelos sociales de dominancia y sumisión e interpretan que su víctima es merecedora del abuso.
En el capítulo se destaca el enfoque ecológico (Bronfenbrenner, 1979) como un posible modelo para explicar las causas que aumentan o disminuyen la utilización de la violencia, estableciendo cuatro niveles: microsistema, mesosistema, exosistema y macrosistema. Normalmente el microsistema está integrado por la familia, ámbito en el cual el niño comienza a desarrollar su proceso de socialización que le permitirá adquirir pautas socialmente adaptativas. El estilo educativo más apropiado para prevenir la participación del niño en el bullying es el democrático, mientras que el autoritario puede derivar en que el menor sea agresor o un seguidor de éste, el estilo permisivo también puede contribuir a que el menor sea un futuro agresor y, finalmente, el estilo sobreprotector puede conllevar a que el niño sea más vulnerable de ser víctima de la violencia en las aulas. La escuela también forma parte del microsistema ya que es un ámbito primario de socialización en el que los menores aprenden a convivir con los otros y a manejar su frustración. Por ello es importante que las pautas educativas de la familia y la escuela estén coordinadas y que mantengan una buena comunicación, evitando la exclusión social de algunas familias, que se fomente en las aulas el aprendizaje cooperativo frente al competitivo, que se forme a los profesores para actuar como modelos democráticos y que se anime a los alumnos a denunciar las situaciones de abuso que puedan estar dándose en las aulas. Lo ideal sería que a la hora de ejercer su autoridad los profesores se erigieran como poderes referentes, de experto o legítimos, y no haciendo uso del poder de recompensa o del coercitivo.
Los medios de comunicación, que forman parte del exosistema, transmiten la idea de que el mundo es un lugar peligroso del cual es necesario defenderse, a la vez que trivializan sobre la violencia contribuyendo a que las personas se hagan inmunes a ésta y creando una “violencia cultural”. Además, los videojuegos y las películas incluyen en muchos casos violencia, por lo que desde la infancia se está normalizando el uso de la violencia sin proporcionar una actitud crítica ante ésta. Por otra parte, tal como señala el autor los propios esquemas y valores sociales que imperan en la actualidad ensalzan el egoísmo y la competitividad, frente a la cooperación y el altruismo. Además, parece que se está produciendo una normalización de las conductas violentas ya que se admiten como normales actitudes discriminatorias hacia las mujeres, las personas de diferente raza o de una clase social inferior. Según expone Alexandra Lázaro, sería aconsejable que se tuvieran en cuenta los factores de riesgo y de protección de cara a prevenir e intervenir sobre las posibles conductas violentas de los alumnos.
La autora también hace referencia a que durante la adolescencia se inicia la búsqueda de la identidad, por lo que es el momento en el que los menores se identifican con la sociedad en la que están inmersos. Por ello es especialmente perjudicial que en la sociedad prevalezcan modelos agresivos o que el menor se sienta rechazado por redes sociales positivas e importantes para él. Se ha constatado que los adolescentes que integran los grupos violentos son en muchos casos también violentos de manera individual, pero aún así estos grupos regulan el enfrentamiento con otros grupos de manera que evitan llegar al enfrentamiento cuando los otros son superiores en número. Además, en el capítulo se enfatiza el hecho de que la violencia aparece frecuentemente en contextos de ocio, tal como queda demostrado en el estudio de Díaz-Aguado (2001) en el cual se concluye que el 41% de la violencia que perciben los jóvenes se produce durante momentos de ocio. Por lo que desde la familia y la escuela se debería ejercer un control de la violencia presente en dicho contexto. La autora también comenta que el alcohol y las sustancias psicoactivas aumentan las probabilidades de que aparezcan conductas agresivas en contextos de ocio y que la falta de límites es un factor de riesgo para que se configuren pandillas callejeras que exhiben conductas violentas. Muchas de estas pandillas están integradas por adolescentes provenientes del extranjero que en muchos casos viven en circunstancias de hacinamiento y sin una figura paterna, adolescentes que crean una relación de dependencia con el grupo.
Tal como se expone en el capítulo, las consecuencias de la violencia son diferentes según los implicados. Las víctimas suelen presentar sentimientos de culpa y de vergüenza, e incluso pueden llegar a sufrir problemas en su desarrollo social, emocional e intelectual y, en algunos casos, pueden presentar neurosis, histeria o depresión. Los agresores se perpetúan en las conductas de violencia como forma de afrontar los problemas con los demás, lo que en un futuro puede llevarles a delinquir o a ser maltratadores. Por último, los testigos pueden adquirir una visión distorsionada sobre cuáles son las conductas apropiadas y cuáles no lo son, haciéndose inmunes al maltrato y reforzando sus posturas egoístas e individualistas. Además, como observadores pasivos participan en el mantenimiento del maltrato y pueden aprender a reaccionar de manera pasiva ante una agresión.
Alexandra Lázaro explica que las medidas para abordar el comportamiento antisocial requieren actuaciones a nivel familiar, escolar y administrativo. En cuanto a la familia, debería haber un rechazo explícito de la violencia y las relaciones entre sus miembros deberían estar basadas en el afecto y la seguridad, estableciendo una serie de normas a través de la negociación y de la mediación. En el ámbito escolar y en el administrativo, se debería establecer una prevención primaria que contemplara una intervención global sobre las relaciones interpersonales cooperativas y un cambio en la estructura de los centros escolares. Así como se debería establecer una prevención secundaria que abordara actuaciones sobre problemas concretos ligados a la conducta antisocial. Sería recomendable que se redujera el ratio profesor/alumno, que se incorporaran traductores para los alumnos extranjeros, que se le diera más importancia a consensuar el “currículum oculto”, que a los profesores se les formara en la resolución de conflictos y que la administración implantara programas de acción y prevención de la violencia en los centros. Por último, sería beneficioso que se hiciera a los alumnos partícipes de la construcción de normas, conocimientos y valores, que se crearan lazos entre la escuela, la familia y los colectivos del barrio, así como que se crearan asociaciones especializadas en la atención a las víctimas de la violencia juvenil.
En el capítulo resulta interesante el énfasis que se pone en el trabajo tanto con la víctima como con el agresor y los testigos del bullying, ya que para modificar una dinámica relacional como la del acoso escolar es recomendable intervenir con todos los implicados. A veces se olvida la importancia de trabajar con los testigos que, a pesar de desempeñar un papel pasivo, terminan siendo cómplices y mantenedores de la agresión, y corren el riesgo de identificarse con los modelos diádicos de agresor-víctima, con el consiguiente peligro de que los reproduzcan en un futuro adoptando un rol u otro. Además, es imprescindible que se dote al agresor de comportamientos alternativos a los violentos y se estime si ellos mismos están siendo víctimas en otros contextos, como puede ser el ámbito familiar. Es importante no limitarse a que el agresor sea consciente de lo dañino y de lo inadecuado de su comportamiento, sino también proporcionarle un apoyo de cara a las posibles dificultades que presente, ya que puede que el uso de la agresividad sea una manera de intentar compensar sus vulnerabilidades. Por lo que una intervención que se limite a ser punitiva puede suponer una estigmatización y puede conllevar a que el perpetrador se reafirme en sus valores y rechace modelos positivos de una sociedad que desde su punto de vista le castiga injustamente. Por otra parte, el trabajo con la víctima no sólo debe contemplar la intervención con respecto a la situación de acoso que ha vivido, sino también incluir la prevención de futuros comportamientos de sumisión, haciendo especial hincapié en la posible estigmatización, la culpabilidad y la indefensión aprendida al no haber podido afrontar la situación en repetidas ocasiones.
 Además, en concordancia con lo que dice la autora, para que la intervención sea efectiva habría que hacer un abordaje que incluya desde el microsistema de los menores hasta el macrosistema, ya que a pesar de que el bullying se manifiesta a nivel escolar, hunde sus raíces en los valores sociales que son reproducidos en las familias y transmitidos a través de los medios de comunicación.
Violencia juvenil y violencia familiar. (Aquilino Polaino-Lorente) 
Aquilino Polaino-Lorente distingue entre agresividad y violencia. De modo que la agresividad hace referencia a formas de comportamiento que tienen un origen predominantemente biológico, en las que se ven comprometidas las funciones neurofisiológicas y hormonales, lo que conlleva a que las funciones superiores queden bloqueadas y sean sustituidas por funciones primitivas e instintivas. Mientras que la violencia es una acción u omisión dirigida a una persona o a un animal y que tiende a causar un daño. Por lo tanto, la violencia no siempre es patológica y no sólo depende de factores fisiológicos, sino que también depende de factores comportamentales y cognitivos, los cuales a su vez se ven influidos por variables socioculturales.
El autor defiende que el siglo XXI es uno de los más violentos de la historia y que los medios de comunicación tienen una parte de responsabilidad en ello puesto que proporcionan modelos de comportamientos violentos, crean una imagen estereotipada sobre los jóvenes y normalizan el hecho de que haya conflictos dentro de la familia. Actualmente existe la tendencia a que dichos conflictos se resuelvan fuera del ámbito familiar, mediante la intervención de un experto –psicólogo o psiquiatra- o mediante la ayuda de la comunidad –politización- y/o mediante el ámbito jurídico. Pareciera que se otorga mayor peso a las medidas penales y represivas frente a las medidas sociales. Por lo contrario, sería recomendable que para la prevención de conflictos familiares se proporcionara una formación continuada a los padres y que en un principio los problemas se intentaran resolver dentro de la propia familia evitando depositar la responsabilidad en el exterior.
También habría que tener en cuenta que en muchos casos la violencia juvenil se encuentra ligada a la violencia familiar y esta última a su vez se ve influida por la violencia presente en el clima social e institucional. Según el APA (The APA Task Force on Violence and the Family, 1996) la violencia familiar se define como “una forma de comportamiento abusivo en el que se incluye un amplio rango de maltrato físico, sexual y psicológico de una persona, con la que se está vinculado en la intimidad, a fin de obtener un cierto poder sobre ella y de mantenerla sometida a su control personal (pág. 230)”. Mientras que el abuso hace referencia “específicamente al maltrato dirigido a los hijos (pág. 230)”. En cuanto al abuso sexual infantil, se calcula que en España el 23% de las mujeres y el 15% de los hombres han sido víctimas de algún tipo de abuso en su niñez. Algunos de los rasgos más característicos de los abusadores son el consumo de drogas, los problemas de autoestima, las dificultades en las relaciones de pareja, haber sido abusados en su infancia y la presencia de problemas psicopatológicos. Por otra parte las características más frecuentes en las familias donde se produce el abuso sexual son: familias monoparentales o reconstituidas, con funcionamiento desestructurado, en las que la hija mayor ha adoptado el rol parental, y cuya madre es poco accesible a nivel emocional o está ausente, y que ha podido sufrir abuso sexual en la infancia.
El autor cita el estudio de Walker (1999) sobre la violencia doméstica a nivel mundial. En dicho estudio se recoge que las poblaciones de riesgo son distintas según el país, pero la incidencia de la violencia familiar y doméstica es semejante en todos ellos, a lo que hay que añadir que dicha incidencia se incrementa considerablemente en los casos de las parejas separadas que continúan presentando conflictos conyugales. Además, el estrés suele estar presente en aquellas familias donde se dan manifestaciones violentas, así como un factor de riesgo importante es que uno de los progenitores haya sufrido maltrato en su familia de origen. También el estudio hace referencia a la marcada relación entre la violencia familiar, los hijos violentos y la presencia de violencia en la comunidad. Además, según el estudio existen tres tipos de agresores, el primero sería aquél que hace uso de la violencia para obtener mayor poder y control sobre el cónyuge y la familia, en el segundo tipo la violencia que exhibe el agresor sería resultado de un trastorno psiquiátrico y, en el tercer tipo, el perpetrador tendría un trastorno de personalidad grave e incurriría también en actos criminales fuera de la familia. En cuanto a la prevención e intervención, parece que la educación, la terapia y la intervención psicológica resultan eficaces. También parece claro que es imprescindible trabajar tanto con las mujeres como con los varones para el cambio de rol sexual, incidiendo especialmente en las actitudes hacia la mujer y hacia la violencia de género, así como en los hábitos de comportamiento presentes en la interacción hombre-mujer.
Aquilino Polaino-Lorente también menciona la revisión llevada a cabo por Holtzworth-Munroe et al. (2003) sobre la existencia de cuatro subtipos de padres violentos. El primero hace referencia a aquellos padres que maltratan sólo dentro de la familia, pero que aún así su conducta es poco violenta dentro de la misma y que presentan un bajo nivel de comportamiento violento fuera del ámbito familiar. Suele estar presente el estrés personal o marital y tienen buenas expectativas de recuperación si reciben ayuda. El segundo tipo corresponde a los maltratadores disfóricos o borderline, cuyo abuso hacia a la mujer es entre moderado y severo, a lo que hay que añadir que presentan comportamientos violentos fuera del contexto familiar. Suelen haber tenido experiencias tempranas traumáticas que les lleva a tener un alto nivel de estrés y responden a la frustración con comportamientos violentos ante cualquier figura adulta de apego o ante la amenaza de perderla. El tercer tipo corresponde a los maltratadores violentos/antisociales, cuyo comportamiento violento familiar es entre moderado y severo y, además, son los que presentan una tasa más elevada de violencia extrafamiliar. Suelen considerar que el uso de la violencia es la manera más apropiada para resolver sus conflictos, presentan escasas habilidades sociales y la violencia familiar en realidad es sólo una expresión más de su comportamiento antisocial. Por último, el cuarto subtipo (LLA) se caracteriza por puntuaciones moderadas en la violencia familiar y general, así como en la conducta antisocial.
Tal como se expone en el capítulo, de cara a abordar el maltrato dentro de la familia sería aconsejable que se trabajara tanto con la víctima como con el agresor, combinando la administración de psicofármacos con la aplicación de un programa cognitivo-conductual, en el cual se abordara entre otros temas el entrenamiento en habilidades de comunicación y solución de problemas, autocontrol de la ira, reestructuración cognitiva, técnicas de relajación y modificación de las estereotipias sexuales.
Aquilino Polaino-Lorente afirma que para hablar de acoso escolar se tienen que dar al menos tres de los siguientes criterios: la víctima se siente intimidada o excluida, o percibe que el agresor es más fuerte, o la intensidad de las agresiones va en aumento, o suelen ocurrir en privado. Es muy común que ante el acoso aparezca la “ley del silencio”, por lo que participan del bullying una serie de observadores pasivos que perpetúan el acoso al no denunciar la situación que está viviendo la víctima. Además, suele darse en más casos el maltrato psicológico que el maltrato físico, ya que frecuentemente las víctimas sufren vejaciones que atentan contra su dignidad, su autoestima y su personalidad. Agresiones que son especialmente perjudiciales en una etapa en la que la víctima se encuentra en pleno proceso madurativo. A esto hay que añadir que en algunos casos los agresores provienen de familias violentas y el acoso supone un mecanismo defensivo para evitar que se pongan de manifiesto sus propias debilidades.
Respecto a los profesores, se ha observado un aumento en las bajas laborales y el 81,7% afirma no haber recibido ninguna formación específica sobre resolución de conflictos en el aula (ANPE, 2003). Además, parece que tanto magnificar como minimizar el comportamiento agresivo agrava el problema. Una posible solución sería dotar al profesorado de mayor autoridad, así como modificar las disposiciones escolares para poder ayudar a aquellos alumnos que se encuentren desmotivados o que exhiban comportamientos disruptivos.
Tal como se expone en el capítulo, existe una serie de factores de riesgo de acoso escolar. Los factores individuales hacen referencia a la baja autoestima (Polaino-Lorente, 1994), la falta de empatía, la impulsividad, el egocentrismo, el fracaso escolar, y el consumo de alcohol y de otras drogas. Entre los factores psicopatológicos se encuentran principalmente los trastornos de atención con o sin hiperactividad, el trastorno negativista desafiante, el trastorno explosivo intermitente, el trastorno disocial y, por último, el trastorno adaptativo. Algunos de los factores familiares que más influyen en el acoso escolar son haber sufrido maltrato en la familia de origen o que exista violencia entre los progenitores, convivir en una familia disfuncional, las pautas de crianza inadecuadas o la incomunicación familiar. Los factores familiares tienen especial relevancia ya que el menor interioriza y se identifica con los comportamientos de sus padres, lo que puede llevarle a actuar de manera agresiva. Los factores escolares que pueden configurarse como factores de riesgo son, entre otros, la ausencia de límites en el aula sin que haya un código de conducta claro, la falta de autoridad de los profesores y la indefensión de estos ante la reiteración de conductas disruptivas. Además, la buena relación y coordinación entre la familia y la escuela supone un factor de protección, mientras que la situación contraria actúa como factor de riesgo. Por último, algunos de los factores socioculturales que aumentan el riesgo de aparición de conductas de bullying son la exposición a situaciones económicas precarias, la exhibición de algunos programas icónicos en los que aparecen comportamientos poco adecuados, o la generalización de la idea de que cualquier deseo puede ser satisfecho aún cuando sea necesario hacer uso de conductas violentas.
De cara a la prevención e intervención sobre la violencia escolar, el autor explica la importancia de mantener vigilados aquellos momentos en los que hay más posibilidades de que se produzca el acoso, como por ejemplo en las entradas y las salidas de clase o en los recreos. También sería bueno que los profesores estuvieran atentos a cualquier indicio de que un alumno está siendo aislado, que recibieran una formación psicopedagógica y que existiera en el centro escolar un plan de actuación previamente fijado. En cuanto a los alumnos, sería recomendable que se les formara en la educación emocional, y que se diseñaran actividades para rehabilitar a la víctima, al agresor y a los espectadores pasivos. Y por último, habría que diseñar e implantar un programa de medidas preventivas que incluyera, entre otras medidas, la aplicación de un régimen interno en cada centro escolar, así como el entrenamiento en respuestas asertivas y en habilidades sociales.
Según comenta Aquilino Polaino-Lorente, otra forma de violencia presente en los jóvenes es el maltrato a los ancianos. Para hablar de maltrato tiene que darse una cierta intencionalidad de hacer daño al anciano, distinguiendo de esta manera entre maltrato, negligencia o accidente. Por otra parte, las negligencias más frecuentes en la actualidad son la frialdad en el trato hacia el anciano y la falta de afecto y empatía, así como el uso abusivo de sedantes. Para evitar los abusos sería importante que el cuidador conociera la psicohistoria del anciano, ya que ésta es un condicionante del comportamiento presente del mayor. Además, sería beneficioso que el joven que se dedicara a cuidar a una persona de la tercera edad tuviera desarrollada su capacidad de compasión y de empatía, de manera que fuera capaz de atender a las necesidades del otro, sin que ello le supusiera un esfuerzo tan grande que optara por evitar emocionarse con el sufrimiento del anciano.
En el capítulo se enfatiza que las consecuencias de la violencia afectan tanto al agresor como a la víctima. Por una parte el agresor cuando actúa de manera violenta se encuentra incapacitado para comportarse como un ser racional y al perder el respeto al otro termina perdiéndose el respeto a sí mismo. Con la violencia el agresor consigue autoafirmarse en sus aspectos más instintivos e irracionales, pero pierde la oportunidad de mostrar compasión y ternura hacia el otro, dos rasgos característicos de la condición humana. En consecuencia el agresor pierde su capacidad de autocontrol y de racionalidad y, en último término, pierde su capacidad de actuar libremente y dirigir su conducta hacia la meta que se había propuesto independientemente de las circunstancias del entorno. Además, muchos de los perpetradores de comportamientos violentos conviven con la culpabilidad, los celos, el aislamiento, el desprecio o la insatisfacción consigo mismos, a lo que habría que añadir las enfermedades psicosomáticas consecuencia de la frustración, el estrés y la ansiedad. También hay que tener en cuenta que la violencia sostenida puede desembocar en el desarrollo de trastornos psiquiátricos y más concretamente en trastornos de personalidad, ya que la personalidad del agresor termina siendo impregnada por las conductas violentas. Por otra parte a la víctima de la violencia se le está negando su independencia, ya que el agresor la reduce a un ser “para-mí”. Además, la violencia desune a las personas, supone una negación de las relaciones interpersonales positivas y puede llegar a desintegrar a una sociedad. Por ello es importante socializar a los jóvenes en el rechazo del uso de la violencia hacia los demás y en la compasión hacia el otro frente al individualismo y la insolidaridad.
Resulta interesante la afirmación de Aquilino Polaino de que aquellas personas que agreden no sólo están ejerciendo violencia sobre el otro, sino también sobre sí mismos, por lo que la violencia termina perjudicando al propio perpetrador que pierde su condición de ser racional y se deja manejar por sus instintos.
Por otra parte, los jóvenes que exhiben comportamientos violentos a menudo presentan déficit a la hora de responsabilizarse de sus problemas y de sus actos. En este punto no hay que olvidar que en la propia sociedad existe la idea de que “todos somos libres para hacer lo que nos propongamos”, así como que en ocasiones las familias no se implican en erradicar los comportamientos violentos y en enseñar a los menores herramientas para afrontar por sí mismos las dificultades. Por ello, sería recomendable devolver el protagonismo a las familias con respecto a su responsabilidad en la educación de los menores y, por otra parte, implicar a la sociedad en brindar valores que censuren el uso de la violencia, así como ofrecer formación a los progenitores desde las administraciones públicas para que aprendan a transmitir a sus hijos alternativas a las conductas violentas y para que los propios padres integren modelos relacionales basados en el respeto mutuo, más allá de la violencia familiar. Además, hay que tener en cuenta que el maltrato dentro del ámbito familiar puede estar acentuado por problemáticas relacionadas con psicopatologías y con consumo de sustancias, por lo que no sólo habría que intervenir sobre los comportamientos violentos sino también sobre los factores familiares de riesgo asociados.
Por último, no hay que olvidar que gran parte de las vivencias de los menores tienen lugar en el ámbito escolar, por lo que parece primordial implicar a los centros en la educación de valores sociales basados en la cooperación y el respeto mutuo, así como dotarlos de medios para prevenir y combatir efectivamente el acoso escolar.
Violencia escolar, sociedad violenta y seudodemocracia (Javier Álvarez Villa)
Javier Álvarez Villa enfatiza sobre el hecho de que desde los medios de comunicación se está proporcionando una visión magnificadora del problema del acoso escolar, mientras que otros tipos de violencia parecen no tener cabida en sus reportajes. Esto conduce a que se establezca una alarma social que pone de manifiesto la gran influencia de los medios de comunicación sobre la opinión pública. Por ello resulta preocupante que dichos medios de comunicación no siempre se basen en datos objetivos a la hora de proporcionar información a la sociedad y que sucumban a la influencia de los acontecimientos sociopolíticos o de grupos de presión tales como los cuerpos policiales. Todo esto queda reflejado en el estudio elaborado por Soto Navarro (2005), entre los años 2001 y 2003, en el cual contrasta los datos sobre delincuencia de El País, las encuestas de opinión del CIS y los datos oficiales de delincuencia. Según el autor, frente a este panorama en el que se da un tratamiento sensacionalista a la información sería aconsejable que se llevara a cabo un análisis crítico sobre el núcleo del problema de la violencia.
Tal como se expone en el capítulo, para abordar de manera apropiada el fenómeno de la violencia escolar habría que delimitar aquellos comportamientos que podrían incluirse en este tipo de violencia, que serían los siguientes: el maltrato entre compañeros o acoso escolar, el vandalismo y daños materiales, la violencia física o verbal aislada y, por último, los conflictos de relación entre profesores y alumnos. Dentro de este último tipo de violencia habría que tener en cuenta la violencia ejercida desde los profesores hacia los alumnos en forma de humillaciones, vejaciones o agresiones físicas. Además, habría que tomar en consideración que aún cuando en la actualidad las agresiones de profesores a alumnos han disminuido de manera considerable, persiste un modelo educativo basado en la competitividad y el individualismo. Según defiende el autor, de cara a combatir la violencia escolar no sólo habría que trabajar con la prevención y la intervención en las aulas, sino que también habría que trabajar con los modelos y los valores sociales que apoyan el uso de la violencia, ya que a pesar de que actualmente vivimos en un estado democrático siguen existiendo fenómenos violentos o de inseguridad que influyen negativamente en los valores de convivencia democrática –inseguridad laboral, inseguridad alimentaria, tráfico de armas, guetos urbanos, etc.-
Siguiendo el análisis que realiza Miguel Ángel Cano Paños (2006),el autor propone tres teorías para explicar la aparición de conductas delictivas en la actualidad: teorías ecológicas; teoría de la asociación diferencial; teoría de la anomia. De acuerdo a estas tres teorías las desigualdades socioeconómicas provocan desigualdades en las oportunidades formativas, laborales y finalmente en el estatus social, lo que lleva a que se desarrollen tendencias y comportamientos delictivos con el fin de alcanzar las expectativas creadas a través de los mensajes transmitidos por la sociedad de consumo –delincuencia instrumental-, o bien la delincuencia surge como oposición a las normas y valores predominantes –delincuencia expresiva, propia de las bandas juveniles-. Por lo tanto, el abordaje de la delincuencia pasa por el cambio en un modo de vida en el que se dan múltiples factores estresantes, que a su vez pueden provocar respuestas depresivas o agresivas en las personas. Además, la tendencia a asimilar la libertad de mercado con la libertad del ser humano, hace que el ciudadano pase a ser simplemente un consumidor que tiene la oportunidad de elegir compulsivamente entre distintas mercancías, para satisfacer necesidades que han sido creadas artificialmente a partir de la propaganda propia de la sociedad de consumo, hasta el punto de llegar a mercantilizar el tiempo de ocio, tiempo en el cual el ciudadano es “libre” de consumir lo que desee. Además, la propia violencia forma parte de la mercancía que se ofrece dentro de nuestra sociedad, en forma de películas, videojuegos, reality shows, etc., en los cuales la violencia forma parte de su contenido. Si a todo esto se añade el que en la actualidad el triunfo social se asocia al éxito económico y que la formación académica se orienta a la competitividad laboral, nos encontramos con un importante número de personas frustradas por no poder conseguir lo socialmente deseable, que pueden llegar a exhibir conductas delictivas. Por otra parte, tal y como comenta el autor, en la actualidad los ciudadanos están siendo testigos de varias tramas de corrupción política que implican el clientelismo político, lo cual contribuye a fomentar la normalización de ciertas acciones paralegales o ilegales, así como pone en entredicho los valores morales basados en la cooperación y la reciprocidad entre las personas.
Según Javier Álvarez Villa el problema es que frecuentemente la delincuencia se aborda a través de la actuación de la policía y de la seguridad privada, sin tener en cuenta que el origen de los actos delictivos es eminentemente social. Además, la privatización de la seguridad ciudadana conlleva a que se marque una clara diferencia entre unos sectores especialmente protegidos y otros que cada vez son más vulnerables a la violencia en las ciudades. A lo que hay que añadir que, al igual que en el acoso escolar, los medios de comunicación están proporcionando una visión magnificadora del problema de la inseguridad ciudadana y que detrás de esto puede haber intereses particulares en el negocio de la seguridad. Otro tema preocupante es el endurecimiento de la Ley Penal del Menor y la privatización de la gestión de los centros de internamiento de menores, ya que de esta manera parece tomar mayor relevancia la función sancionadora frente a la función educativa y resocializadora, así como se empeora la calidad del servicio proporcionado a los menores. Nuevamente los medios de comunicación están proporcionando una visión magnificadora del problema de la delincuencia juvenil, ya que según los datos del Ministerio de Interior la incidencia de este tipo de delincuencia no ha aumentado en los últimos años.
En el capítulo se hace referencia a la clasificación de Garrido Genovés (2005), la cual propone dos grandes grupos de teorías para explicar las conductas humanas desviadas. Por una parte estarían aquellas teorías que apoyan que la delincuencia es el producto de la ausencia de control y, por otra parte, estarían aquellas teorías que postulan que las conductas antisociales se relacionan inversamente con el apoyo social. En la actualidad parece probada la ineficacia de la aplicación de las primeras teorías, por lo que sería importante que se incorporaran medidas que supusieran reformas sociales que contribuyeran a consolidar valores ligados a la cooperación entre personas y a la justicia social, así como que se ayudara a formar a los ciudadanos en la capacidad de crítica.
El autor plantea que para combatir la violencia es imprescindible que se produzca un cambio profundo en la manera de articular las relaciones sociales para que las personas sean capaces de desarrollar una moral autónoma, sean solidarias, tengan una buena capacidad de crítica y, por tanto, que las personas sean libres más allá del actual sistema de autocracia mercantil. Algunas medidas concretas que se podrían tomar en este sentido son la implantación de políticas de conciliación de la vida familiar y laboral, así como la implantación de políticas urbanísticas que potencien la creación de barrios cohesionados socialmente e integrados por personas con diferentes estatus socioeconómicos. También sería importante que existiera una buena red pública de asistencia social para aquellos colectivos más desfavorecidos, y que se reformara el sistema de participación política para evitar la oligarquía de partidos que dan prioridad a sus propios intereses frente al bien colectivo.
También, sería importante solucionar efectivamente el problema del tráfico de drogas, haciendo uso de medidas que vayan más allá de las políticas prohibicionistas, ya que existe una clara relación entre el tráfico de drogas, el consumo de sustancias y la violencia. Por último, el autor cita las medidas propuestas por Garrido Genovés (20): implantación de programas de prevención en poblaciones de riesgo, dotación de los recursos materiales y personales necesarios a los centros juveniles de cumplimiento de medidas judiciales y potenciación de las medidas relacionadas con la “justicia reparadora” frente a las medidas puramente punitivas.
En cuanto a la violencia en las aulas, en el capítulo se hace referencia a la necesidad de intervenir tanto a nivel social y familiar como a nivel de los centros educativos, pudiéndose efectuar una respuesta global orientada a toda la comunidad educativa o programas específicos orientados a solventar problemas concretos de comportamiento antisocial. Según el autor, una importante medida de prevención de la violencia en las aulas sería enseñar a los alumnos de manera reflexiva los valores morales propios de un Estado Democrático de Derecho, incidiendo especialmente en el respeto a la diversidad y en la intolerancia con quien viola la ley (Flores D’Arcais, 2001).
Resulta muy interesante el enfoque de Javier Álvarez Villa en cuanto a la reflexión que plantea respecto a que los valores imperantes en la sociedad de consumo distan de los propios de un Estado Democrático de Derecho. Tal y como se plantea en el capítulo, parece razonable pensar que las conductas delictivas pueden tener un origen social y que su abordaje debería pasar por un cambio en el estilo de vida imperante y no tanto en medidas aisladas, devolviendo a las personas la posibilidad de ser verdaderamente libres, con una moral autónoma y una buena capacidad crítica. Todo ello encaminado a favorecer la cohesión y la cooperación entre todos las personas, más allá de su procedencia socioeconómica, geográfica, racial o religiosa.
Tampoco hay que olvidar que es incoherente que los ciudadanos estén siendo continuamente testigos de casos de corrupción política, de los sueldos abusivos de los cargos del gobierno o del mal reparto que se hace del gasto público, y que a la vez se pretenda que esos mismos ciudadanos consideren que el orden social establecido es justo y que lo correcto es actuar según unos modelos sociales positivos que los propios “representantes del pueblo” no emulan. Además, la violencia no debería ser nunca un bien de consumo porque, ¿cómo podemos enseñar a los menores que no deben hacer uso de la violencia cuando un importante número de poderosas empresas están sacando rendimiento económico a base de mercantilizar la violencia?
En definitiva, tal y como plantea el autor, para combatir las conductas delictivas debería promoverse un cambio profundo en toda la sociedad, incluyendo los ámbitos político y económico.
¿Qué han aprendido las adolescentes actuales para evitar las diversas formas de violencia de género? (Emilce Dio Bleichmar)
Emilce Dio Bleichmar desarrolla a lo largo del capítulo la idea de que en la actualidad continúan existiendo en nuestra sociedad diversas formas de violencia hacia las mujeres. De tal manera que por una parte hemos avanzado en el sentido de que se reconozca mediante el poder judicial la existencia de la violencia de género y de que este problema se aborde desde el ámbito público y político (a pesar de que en muchas ocasiones dicha violencia se manifiesta en la intimidad). Pero, por otra parte, la violencia de género con frecuencia se encuentra instalada en la sociedad de manera implícita, por lo que la mayor parte de las mujeres –y por tanto de las chicas adolescentes- no son conscientes de ello, lo que a su vez hace más difícil que puedan enfrentarse y cambiar esta situación.
Según se expone en el capítulo, un estudio reciente con jóvenes madrileños revela que tanto los chicos como las chicas consideran que los celos suponen una muestra de amor y que una pareja puede quererles a pesar de que los maltrate o les pegue, restándole importancia a ciertos comportamientos violentos dentro de una relación de novios. Además, casi un tercio de las chicas justifican que un chico obligue puntualmente a su pareja a mantener relaciones sexuales con él, a lo que hay que añadir que los chicos ven en la mujer a un objeto sexual.
Además, tal como explica la autora, algunos de los dichos y proverbios populares remarcan la superioridad del varón y plasman una imagen despreciativa de la mujer. Esto contribuye a que persistan en la sociedad arquetipos negativos sobre la mujer, que llevan a que se validen ideas tales como que la mujer maltratada es culpable de su condición debido a que posee una personalidad dependiente y autodestructiva, que la lleva a buscar hombres que satisfagan su necesidad de sufrir. Por lo que se podría decir que la mujer tiene una naturaleza masoquista, mientras que el hombre es de naturaleza violenta.
La autora también sostiene que las chicas que eligen cursar carreras que tradicionalmente han sido masculinas deben enfrentarse a una discordia motivacional. Esto es, que por una parte desean alcanzar un buen desempeño profesional, pero por otra parte sienten que al hacerlo se alejan del ideal femenino de su infancia en el que la mujer se dedica a las tareas domésticas. A esto hay que añadir que en su incursión en el mundo académico las adolescentes son alentadas a perseguir metas perfeccionistas, por lo que muchas terminan sintiéndose frustradas al percatarse de que no son capaces de tener un alto desempeño en todos los ámbitos de la vida.
Uno de estos ámbitos es el de la sexualidad, ya que en la actualidad los chicos y las chicas tienen acceso a la sexualidad adulta prematuramente, por lo que la frontera entre el mundo adulto y el mundo adolescente ha quedado difusa. Un ejemplo de ello es que la mayor parte de las adolescentes tienen acceso a la pornografía, lo que supone que experimentan un acercamiento a una sexualidad donde la mujer por lo general es sometida al hombre y tratada con un cierto grado de violencia. Ante este acceso temprano a la sexualidad, las adolescentes pueden sentirse inseguras y ansiosas frente a sus cuerpos y ante la posibilidad de no alcanzar un buen desempeño en las relaciones sexuales con sus pares. Lo que conlleva a que en muchos casos transmitan una imagen de seguridad y de estar deseosas de mantener encuentros sexuales, cuando realmente se encuentren asustadas y confundidas.
La apariencia física es otro ámbito en el que frecuentemente las chicas aspiran a alcanzar un ideal “perfecto”. De forma constante las adolescentes se encuentran expuestas a imágenes de mujeres con cuerpos en los que la delgadez es el ideal, mujeres que son consideradas como personas admiradas y exitosas. Lo que contribuye a que entre las adolescentes esté presente la idea de que una mujer que es capaz de mantenerse delgada posee una personalidad fuerte y un buen nivel de autocontrol y de autonomía, mientras que una mujer que tiene exceso de grasa carece de estas características.
Además, según Emilce Dio Bleichmar, vivimos en un momento histórico en el que las chicas visten de manera que dejan al descubierto gran parte de sus cuerpos, lo que se traduce en que todo aquello que diste de ser perfecto puede ser detectado por el otro con mayor facilidad. Y son las propias mujeres –y por tanto las adolescentes- las que terminan por percibir a su cuerpo como a un objeto y a valorarlo parte por parte, examinando en detalle qué partes de su cuerpo alcanzan los cánones de belleza. Ante lo cual las mujeres terminan percibiendo su imagen corporal de manera desintegrada y amenazante, atribuyendo a sus cuerpos el poder de marcar sus vidas. Y a la vez muchas de estas mujeres ansían ser personas autónomas, por lo que en su sistema narcisista entran en contradicción sus deseos de ser admiradas por su imagen corporal y sus deseos de ser autónomas.
Tal como se refiere en el capítulo, es frecuente que en la interacción entre niños y niñas aparezcan narrativas obscenas para tratar el tema de la sexualidad. Tema que para los menores que no han practicado el acto sexual encierra numerosos misterios, por lo que dichas narrativas sirven para que los niños y las niñas negocien significados sexuales. Muchos de estos relatos describen escenas en las que se produce la denigración de la madre y la mujer, de manera que cuando los niños y las niñas se divierten intercambiando dichas narrativas, en realidad están asumiendo como válidas actitudes violentas y de menosprecio hacia la mujer, sin hacer una valoración crítica.
La autora sostiene que no sólo en los relatos de los niños y de las niñas existe un contenido denigratorio hacia la mujer, sino que representaciones artísticas tan celebradas como El Rapto de Europa encierran una imagen de aceptación de la violencia hacia la mujer, a la vez que ensalzan la exhibición del cuerpo femenino frente a la relevancia de la identidad de la mujer. Y más actualmente, la pornografía ofrece a menudo un retrato de la escena sexual en el cual la mujer se erige simplemente como “un cuerpo” que el hombre domina para satisfacer sus deseos y fantasías sexuales. Además en el presente persisten mitos tales como el de Lolita. Mito que superficialmente puede ser interpretado como la imagen de una adolescente que hace uso de su atractivo sexual para alcanzar sus propósitos, sin tener en cuenta que detrás de esa imagen de seguridad se esconden los miedos y las vulnerabilidades de una adolescente que busca que los hombres ejerzan sobre ella una mirada sexualizante que le proporcione la experiencia de ser valorada. Ante esta situación sería beneficioso que los padres fueran conscientes de esto y que fueran los primeros en detectar la vulnerabilidad que se esconde detrás de tendencia de sus hijas a exhibir sus cuerpos, ya que en realidad puede que sean adolescentes perseguidas por el latente problema de la anorexia para alcanzar el aspecto físico deseado.
Según comenta Emilce Dio Bleichmar, para las adolescentes que han sufrido abusos sexuales en la infancia puede ser especialmente complicado manejar el deseo sexual que despiertan en los hombres. Ya que pueden llegar a interpretar que su propio deseo sexual provocó en el pasado que se iniciara la relación incestuosa o abusiva, y que por lo tanto ellas habrían sido culpables de los abusos. Particularmente difícil es cuando el abuso ha sido perpetrado por un adulto de quien la menor depende física y afectivamente. Puesto que en este caso la niña vive que la persona que debería protegerla ante situaciones amenazantes está a la vez forzándola a realizar actos que pueden resultarle perturbadores, pudiendo dar lugar a la disociación psíquica. Como consecuencia de esto puede que la niña inhiba defensivamente su sistema motivacional del apego y que lo reemplace por el sistema sexual, lo que a su vez puede acarrearle problemas en las relaciones interpersonales. También es común que la menor culpabilice a la madre por no haberla protegido del abuso, lo que puede llevar a que desarrolle trastornos mentales y problemas en la estructuración de la personalidad.
Y más allá del abuso sexual, tal como explica la autora, entre el 25% y el 35% por cierto de los menores que han vivido malos tratos en su familia de origen reproducirán la violencia en las futuras familias que formen. Parece que existen diferencias de género en este punto, ya que las niñas tenderán a ser sumisas en sus relaciones de adolescencia y de adultas, mientras que los niños maltratados tenderán a exhibir conductas violentas. Estas chicas comprobarán que si mantienen una actitud sumisa ante sus parejas pueden en cierta medida tranquilizarlos cuando estos muestren conductas agresivas, por lo que tendrán la ilusión de que son capaces de controlar la situación violenta. Y además es probable que se nieguen a sí mismas la elevada ansiedad que les causan dichas situaciones, pudiendo interpretar que sus reacciones ante el comportamiento del otro no están justificadas y que por tanto están provocándolo. Esto puede tener como consecuencia que se sientan culpables de sus reacciones, se esfuercen aún más por calmar al otro y falseen sus propios sentimientos. Si el maltrato llega a la agresión física o sexual la chica tenderá a aislarse de su entorno para encubrir la situación que está viviendo y el chico tenderá a apartarla de sus relaciones sociales y familiares, acentuando de esta manera la dependencia de ella hacia él.
El ciclo de la violencia llevará a que tras exhibir comportamientos violentos el chico se muestre arrepentido y la chica conserve la esperanza de que él puede cambiar, dando paso a la “luna de miel” del ciclo de la violencia. A medida que la violencia en la pareja se consolida esta última fase se acorta e incluso puede llegar a desaparecer, la dependencia amorosa se afianza y aparece la unión traumática. Las chicas relacionan su identidad femenina con la capacidad para cuidar y mantener una pareja amorosa, y ante la posibilidad de una ruptura amorosa lo viven como un fracaso personal. Por lo que no interpretan que es el hombre el culpable del maltrato sino más bien que ellas son incapaces de amar y de ser amadas. Su autoestima se debilita, niegan sus temores y falsean sus sentimientos para justificar que continúan con su pareja maltratadora por lealtad hacia él, disociando o negando la amenaza. Ferraro y Johnson (1983) han señalado tres estrategias que utilizan las mujeres para minimizar la responsabilidad del maltrato: “negación del daño sufrido, negación de la responsabilidad del maltratador por la conducta violenta y negación de la victimización (pág.300)”.
Según comenta la autora del capítulo, las mujeres en las últimas tres décadas han vivido cambios en su subjetividad femenina, de tal manera que actualmente son más capaces de actuar como agentes de sus propias vidas, tienen mayor presencia social y ejercen sus derechos. No obstante, tal como formulan Anna Jónnasdóttir (1993) y Jessica Benjamin (1988), la mayor parte de la problemática de las mujeres continúa residiendo en sus relaciones con los varones. Estas autoras argumentan que las mujeres se encuentran en condiciones de desventaja ante sus negociaciones con los hombres, ya que los varones en nuestra sociedad se hallan investidos de autoridad y la identidad de género masculina trae unidas connotaciones positivas, lo cual no ocurre con la identidad femenina. Y más allá de las relaciones entre hombre-mujer, también se puede observar que a menudo las relaciones entre una hija y su madre son del tipo de sujeto-objeto. En un principio la niña es para la madre un objeto y después la madre pasará a ser para la adolescente otro objeto. Por lo que las madres mantendrán una actitud sumisa y sacrificada para satisfacer todas las demandas de su hija. Madres que además son vividas por sus hijas como profusamente culpabilizadoras, irracionales y con problemas para permitirlas ser sujetos diferenciados de ellas. Las niñas viven una contradicción ya que por una parte se identifican con su madre en tanto que también es una mujer, pero por otra parte buscan diferenciarse de ella. Este deseo de diferenciación puede llevarlas en la adolescencia a buscar relaciones con varones, que en la realidad supondrán una nueva relación en la cual ellas son el objeto mientras que el varón es el sujeto. Otra opción no menos dañina es que rechacen su sexualidad, rompan los lazos familiares y rehúsen la posibilidad de formar una familia. Ante esta perspectiva uno de los retos futuros será conseguir que en las relaciones amorosas entre varones y mujeres se acepte la interdependencia sin hacer uso del abuso afectivo y que dichas relaciones sean del tipo sujeto-sujeto y no de sujeto-objeto.
Resulta preocupante que a pesar de que las adolescentes de hoy en día disten de la actitud sumisa que han podido exhibir sus madres, continúen entendiendo los celos como una demostración de amor y se esfuercen por satisfacer las demandas sexuales de los chicos apareciendo ante ellos como “mujeres seguras y con un gran deseo sexual”, aún cuando en realidad se sienten inseguras ante sus cuerpos y ante su desempeño sexual. Hemos pasado de una época en la que la mujer tenía que asumir que su deseo era menor que el del varón pero que debía satisfacer su demanda, a una época en la que es esperable que la mujer tenga constantemente el deseo de mantener relaciones sexuales, al mismo nivel que los varones, lo que en algunos casos conlleva a que las mujeres se sientan presionadas a mentir sobre sus apetencias sexuales. Además, las mujeres han ido adquiriendo relevancia en diversas parcelas de la vida pública, por lo que actualmente no sólo tienen que tener un buen desempeño en las labores domésticas sino que tienen que abordar en su día a día parcelas tan diferentes como el trabajo, la familia o la sexualidad. El ideal de la nueva mujer es aquella que tiene intereses culturales, está conectada con el devenir político nacional e internacional, desempeña una labor profesional especializada, cuida de su familia y de sus hijos, se mantiene con una buena imagen física, es divertida, buena amante sexual…, el problema es que en ese entramado se está quedando apartado el autocuidado y la valoración personal de la mujer. Por lo tanto nos encontramos nuevamente con un tipo de mujer que está demasiado volcada hacia el exterior y que se descuida a sí misma. Una muestra de ello son los crecientes casos de trastornos alimentarios que en cierta medida están precipitados por el deseo de las adolescentes y de las mujeres de alcanzar el ideal de belleza que se les impone desde el exterior -aún cuando ello suponga sacrificar su propia salud-, a lo que hay que añadir que paradójicamente en algunos casos dichos trastornos suponen un intento equivocado y dañino de tomar el control y ser agentes de sus propias vidas.      
No obstante, aún cuando queda un largo recorrido por hacer, tal como explica la autora, las mujeres han comenzado a realizar cambios importantes en su identidad femenina que las lleva a considerarse como agentes de sus vidas, diferenciadas del otro y con voluntad propia, a la vez que comienzan a valorar positivamente la identidad femenina. Además, las mujeres son cada vez más conscientes de que deben vencer la oposición de los varones a estos cambios que en ocasiones les generan miedos e inseguridades, enfrentándose a la imagen que tradicionalmente se le ha asignado a la mujer. Y, tal como se dice al final del capítulo, el objetivo final de dichos cambios debería ser llegar al mutuo reconocimiento entre ambos géneros.
Por lo tanto la autora analiza en detalle cómo en nuestra sociedad actual persisten de forma implícita diversas formas de violencia que suponen una minusvalorización de la mujer y un obstáculo para la individuación de la misma. Para las mujeres resulta especialmente interesante leer el capítulo, ya que puede ser un comienzo para que tomen conciencia de que la liberación de la mujer no está tan consolidada como se pretende, y que la verdadera revolución vendrá cuando se consigan cambios profundos en la identidad femenina. También resultaría valioso que los varones tuvieran acceso a textos como el presente, ya que les permitiría entender el importante papel que pueden ejercer para ayudar a la mujer a ser un sujeto –y no un objeto- así como para investir a la identidad femenina de las connotaciones positivas que le son propias.
Juventud, violencia, ocio y diversión (Amado Rodríguez Villafáñez)
Tal como explica Amado Rodríguez Villafáñez, la agresividad es una respuesta innata que poseen los seres vivos para afrontar situaciones de riesgo. Cuando se habla de violencia se está haciendo referencia a la agresividad que es intencionada. Una de las principales causas de la aparición de conductas violentas es la frustración que puede sentir una persona a consecuencia de no obtener lo que desea o por percatarse de que carece de la capacidad de desarrollar y poner en práctica una habilidad. Otra causa puede ser la sugestión por parte de terceras personas, lo cual se produce sobretodo en los casos de violencia en grupo.
Según comenta el autor, las conductas violentas en la adolescencia presentan particularidades debido a la intensidad con la que se da la interacción entre diversos factores biológicos y ambientales. En cuanto a lo biológico, en la adolescencia se produce un aumento de la actividad hormonal que conlleva a que se eleve la actividad fisiológica y a que se intensifique la necesidad de actividad, acción e inmediatez. En cuanto a los factores ambientales, la educación tiene un papel de gran relevancia en la aparición de comportamientos antisociales. De esta manera, desde pequeños a los adolescentes se les alienta para que compitan con sus iguales, contribuyendo a que desarrollen una actitud competitiva frente a la deseable actitud cooperativa. Por lo que son premiados los comportamientos de liderazgo y dominio sobre el otro, mientras que las conductas pro-sociales no son tan valoradas. La autoestima se desarrolla a partir de la comparación con el otro, lo cual conlleva a que en las relaciones interpersonales los adolescentes busquen sentirse superiores a los demás, compitiendo y comparándose constantemente, así como estableciendo relaciones superficiales en muchos casos.
El autor sostiene que lo deseable sería que los adolescentes fueran educados en la idea de que cada persona posee un valor que le es propio y que cada uno debe centrar sus esfuerzos en superarse a sí mismo en aquellas facetas que realmente desee, más allá del desempeño que tengan los demás en dichas facetas. Es decir, que el afán de superación no traiga siempre unido el afán por competir con los demás y superarlos. Cabe señalar además, que en nuestra sociedad se encuentran disponibles un gran número de bienes instrumentales, lo cual suscita en las personas una búsqueda constante de renovación de dichos bienes. Búsqueda que se puede extender a las relaciones interpersonales, lo que conduce a que se aprecie en exceso la novedad en detrimento del establecimiento de relaciones duraderas. Si a esto le sumamos que actualmente el acceso a las nuevas tecnologías facilita el tener un gran número de contactos sociales, se hace patente que en la actualidad está tomando mayor relevancia la cantidad frente a la calidad de las relaciones interpersonales. No obstante, muchas personas finalmente se sienten frustradas con este tipo de relaciones superficiales.
Tal como se expone en el capítulo, la aparición de nuevos medios de comunicación y de transporte han contribuido a la creación de una “aldea global” dentro del sistema capitalista. Desde esta nueva forma de vivir en sociedad se incita a los jóvenes a la diversión frente al esfuerzo y la perseverancia, perfilando la idea de que todos ellos son capaces de realizar sus deseos, cuando en realidad en gran medida esta capacidad dependerá de sus posibilidades económicas, por lo que no todos podrán satisfacer sus deseos. Además, los jóvenes se hayan en una fuerte contradicción puesto que por una parte se les anima a pensar que lo deseable es no tener que esforzarse, pero por otra parte se encuentran con un mercado laboral altamente competitivo frente al cual deberán realizar una formación especializada para poder alcanzar una buena inserción laboral.
Según el autor, no sólo hay que tener en cuenta las características de la sociedad para explicar los comportamientos violentos de los jóvenes, sino que también hay que tener en cuenta la interacción de dichas características con la personalidad de cada joven. Por lo que no todos reaccionarán igual aún cuando vivan en la misma sociedad y posean las mismas condiciones socioeconómicas.
El autor considera que la educación que reciba el adolescente también tendrá una gran influencia en las probabilidades de que éste llegue a exhibir comportamientos violentos. En numerosos casos ocurre que formalmente se educa en el respeto pero después los propios adultos no son un buen modelo a seguir, creando en el adolescente la idea de una falsa moral, ya que por una parte se les transmite que deben mantener conductas pro-sociales cuando en realidad la sociedad es eminentemente competitiva. Por lo que se les indica que lo ideal es la cooperación entre personas pero después se les exige desarrollar una serie de habilidades para que sean competitivos y eficientes frente a los demás.
Amado Rodríguez Villafáñez postula que la psicología social siempre ha apoyado la idea de que los adolescentes poseen una tendencia a adherirse a líderes. Sin embargo actualmente parece que los liderazgos grupales espontáneos han disminuido su importancia frente a los liderazgos creados a partir de los medios de comunicación. Además, el individualismo imperante en la actualidad lleva a que se cuestionen constantemente a los líderes, lo que conlleva que los jóvenes se encuentren desorientados sin modelos apropiados para imitar, con el consiguiente peligro de que terminen imitando modelos poco deseables. Frente a esta situación, sería aconsejable que se pusiera el acento sobre la importancia del liderazgo positivo y que se les transmitiera a los jóvenes que sería beneficioso que se dejaran orientar por aquellas personas que en ciertas áreas tienen mayores capacidades o mayor experiencia. Para ello la sociedad debería respetar el talento diferenciado de cada persona permitiéndole encontrar un sitio adecuado en la sociedad y en la vida, desestimando la falsa idea de que todos somos iguales.
Tal como se expone en el capítulo, unida a la idea de que “todos somos capaces de alcanzar todo”, se encuentra la idea equivocada de que “todos somos capaces de conocer la realidad en su totalidad”, lo cual es verdaderamente inalcanzable. Se confunden las crecientes posibilidades de acceder a la información, con la posibilidad de conocer todo. Lo cual desemboca en que los jóvenes tengan cada vez menor tolerancia a la frustración, sean irrespetuosos con aquellos que tienen mayores conocimientos que ellos y se muestren exigentes y orgullosos. Frente a esto sería aconsejable que se trabajara con los jóvenes la posibilidad de transcenderse a sí mismos y observar que la vida va más allá de ellos mismos y que a la vez ellos son parte de la vida.
El autor hace mención a que la etapa de la adolescencia es la más grupal de todo el ciclo vital y que uno de los principales objetivos de la interacción social es conseguir ser aceptado por los otros. Además, en esta interacción se termina de perfilar el sistema de valores y creencias, sistema que se ha comenzado a forjar desde el nacimiento mediante la educación recibida. Debido a la imperante necesidad en esta etapa de superar retos y de sentir que se es capaz de transgredir más allá de lo convencional, los jóvenes son especialmente vulnerables a la manipulación y a caer en comportamientos de riesgo tales como el consumo de drogas. De manera que muchos jóvenes tenderán a demostrar al grupo, y especialmente al líder del grupo, que son capaces de transgredir los límites, actitud que a la vez podrá ser aprovechada por líderes abusadores que exigirán a los miembros de sus pandillas o de sus sectas que perpetren comportamientos inmorales. Normalmente estas pandillas o sectas captan a sus integrantes mediante relaciones agradables y protectoras, para posteriormente hacerles sentir en deuda con ellos por haberles salvado de situaciones de peligro, soledad o aislamiento, deuda que deberá ser reestablecida mediante comportamientos humillantes para los integrantes o comportamientos dañinos hacia otros.
En el capítulo se enfatiza sobre la diferencia entre ocio y ociosidad. De manera que el ocio supone un momento lúdico que permite que aparezca la creatividad y que proporciona a las personas la posibilidad de equilibrar en su vida trabajo y divertimento, equilibrio en muchos casos necesario para alcanzar la satisfacción y bienestar interior. El ocio cuando es creativo se encuentra orientado hacia un objetivo y en último término permite obtener un bienestar emocional y dotar a la persona de fuerza suficiente para poder abordar el resto de actividades que desarrolla en su vida. Por lo que es deseable que los jóvenes sepan disfrutar de una diversión creativa y eviten caer en el conformismo, la imitación de conductas supuestamente divertidas y en la ociosidad. Sin embargo, no debe confundirse lo deseable de invertir en el ocio parte del tiempo del que disponemos, con la búsqueda constante de nuevas experiencias, que lleva a la frustración cuando la persona se percata de que no es capaz de abarcarlo y probarlo todo.
En contraposición al ocio, la ociosidad se relaciona con situaciones de desánimo y falta de motivación para desarrollarse e integrarse dentro de la sociedad. De la ociosidad pueden surgir comportamientos dañinos tales como las adicciones, el consumo masivo o la propensión a delinquir. No sólo son perjudiciales estos comportamientos en sí sino que también resultan dañinos en tanto que agotan el tiempo y las energías para que los jóvenes puedan dedicarse a otros hábitos que contribuyan a su desarrollo personal. Situación que puede desembocar finalmente en que los jóvenes no posean proyectos vitales que les ilusionen ni tengan aspiraciones de desarrollo personal. Por otra parte, los jóvenes también pueden ver cómo se frustran sus aspiraciones para alcanzar objetivos sociales adecuados, con el consiguiente peligro de que aparezcan comportamientos violentos configurados como una vía para provocar a una sociedad que les es hostil y para demostrarse a sí mismos que poseen ciertas competencias y habilidades –aún cuando éstas se encuentren orientadas a objetivos perversos-. Además, las adicciones suponen otra vía fácil e inmediata para alcanzar la felicidad y evitar enfrentarse a las dificultades que son propias de toda existencia vital. Unidas a las adicciones pueden aparecer conductas de robo, que en la mayor parte de los casos suponen una manera de adquirir placeres y caprichos adicionales, más que de suplir necesidades básicas.
Tal y como postula Amado Rodríguez Villafáñez actualmente se da la paradoja de que por una parte a nivel de la educación formal se pretende transmitir a los menores la importancia del respeto a los otros y de las actitudes cooperativas, pero a la vez desde los propios centros educativos se incita a que los alumnos tengan una buena formación no tanto por contribuir a su desarrollo personal, sino más bien para que estén en condiciones de superar en un futuro a posibles candidatos a un puesto al que deseen optar, es decir, para que tengan un buen porvenir profesional, olvidando que el propio proceso de adquirir nuevos conocimientos contribuye al enriquecimiento personal de los alumnos. Un claro ejemplo de esta competitividad académica y laboral son las oposiciones, exámenes en los que no es suficiente ser bueno en un campo profesional, sino que se ha de obtener una puntuación por encima de la de los demás para alcanzar el puesto laboral deseado. Por otra parte, y en contradicción con lo anterior, desde algunos poderes económicos se incita a los adolescentes al consumo constante de ocio, que en muchas ocasiones es más bien ociosidad, erigiendo como uno de sus mayores derechos “la libertad para divertirse como deseen” y olvidando que esos mismos jóvenes también deberían cuidar sus obligaciones. Además, los propios medios de comunicación ofrecen una imagen estereotipada de los adolescentes etiquetándolos como la “generación que se caracteriza por la desmotivación generalizada, de la que no se puede esperar nada productivo”.
Por lo tanto, los jóvenes de hoy en día se encuentran sometidos a dos mensajes contradictorios: deben esforzarse en su formación académica para poder insertarse en un mercado laboral que es cada vez más competitivo y a la vez deben llevar una vida ociosa (que no de ocio), ya que es lo que se espera de su generación. A esto habría que añadir que algunos progenitores satisfacen siempre las demandas de sus hijos, sin enseñarles que lo deseable es que también tengan presente los deseos de los demás, lo que conlleva a que los jóvenes aprendan que lo esperable es que los otros hagan siempre lo que ellos quieran. Todo ello contribuye a fraguar en los menores actitudes individualistas, tanto por el hecho de ver al otro como un potencial rival, como por el hecho de no tener asimilado la importancia del esfuerzo por contribuir positivamente a la sociedad.
Por último, dos de los problemas más frecuentes en la psicoterapia con los adolescentes son, por una parte, la presión que sienten por alcanzar un gran desempeño frente a los demás, con los consiguientes problemas de autoestima y, por otra parte, su insatisfacción con sus relaciones interpersonales que en muchos casos son superficiales. Lo que pone en evidencia nuevamente una contradicción, ya que por una parte desean superar a los otros y establecer relaciones de competitividad con los demás, pero por otra parte perciben que esa manera de relacionarse no les satisface, con la consiguiente frustración y el desconcierto a la hora de articular sus relaciones sociales.
Violencia infantil. Vacuna e intervención (Javier Urra)
Según expone Javier Urra la violencia una vez perpetrada puede resultar atractiva puesto que supone un acto de poder y dominación, sobretodo cuando se lleva a cabo de manera grupal. Por ello resulta imprescindible que los adultos eduquen a los jóvenes en la sensibilización y la compasión hacia el otro, así como en el autocontrol. No sólo los adultos del entorno de los jóvenes deben educar en estos valores, sino que también los organismos públicos deberían proporcionar las bases para que se creara una red ciudadana dedicada al abordaje de los problemas infanto- juveniles. Según el autor los principales trastornos del comportamiento que pueden aparecer en la edad adolescente son los siguientes: psicopatía, extrema introversión, preponderancia de la vida social –adolescentes volcados en sus amigos que prácticamente rompen los lazos familiares-, drogodependencias, adicciones en sentido amplio y, por último, trastornos de conducta –que pueden o no ir unidos a enfermedades mentales-.
El autor hace una mención especial al fenómeno de las bandas integradas por adolescentes. Normalmente en estas bandas hay uno o varios líderes a los que el resto de los integrantes emulan y obedecen. Por lo tanto muchos de estos miembros de manera individual actuarían cobardemente pero cuando se “diluyen” en el grupo dejan aflorar sus peores instintos. Pero no sólo las bandas son perjudiciales, sino que también encontramos en la actualidad la tendencia de las personas a agruparse por características semejantes, estableciendo una clara diferenciación entre “nosotros” y los “otros” e intentando imponerse a los “otros” mediante la competitividad y la dominación. No obstante, la búsqueda de pertenencia a un grupo no siempre es perjudicial, por lo que nuevamente deberían ser los adultos y las entidades públicas los que establecieran un diálogo con los jóvenes para hacerles entender los peligros de que lleguen a percibir que su responsabilidad queda diluida en el grupo y de que se incentive el desprecio hacia los que son diferentes al “nosotros”. Hay que tener en cuenta que los jóvenes se desarrollan en una sociedad que les influye de manera que puede contribuir a que sean más o menos vulnerables a exhibir conductas violentas. No sólo los jóvenes son violentos sino que el ser humano es violento y en las urbes donde se desarrollan los adolescentes existe una violencia latente. Además, los medios de comunicación son una de las principales causas de que se haya relacionado juventud con violencia, puesto que publicitan sobretodo los comportamientos negativos en detrimento de los comportamientos de solidaridad que también están muy presentes en los adolescentes.
También el autor hace referencia al hecho de que los jóvenes son receptores de la violencia más que emisores de la misma, ya que son la propia sociedad y el entorno más cercano del joven los que están fracasando a la hora de dotarles de modelos y valores apropiados, así como de recursos para afrontar las dificultades. Actualmente la sociedad no incentiva el desarrollo de actitudes ni motivaciones pro-sociales, así como no promociona la educación en habilidades sociales y normas que ayuden a alcanzar un buen orden social, en el que predomine la cooperación entre las personas. Por lo tanto lo justo sería decir que los jóvenes no nacen siendo violentos -no existe un genoma de la violencia-, sino que la sociedad y las propias familias están fracasando en el proceso de educación y de socialización en valores positivos para la convivencia. Además, debido al creciente individualismo, las bandas conformadas por integrantes que mantenían fuertes lazos entre sí han dado paso a los agrupamientos de jóvenes a los que les une la búsqueda de una delincuencia lúdica y de consumo. Uno de los mayores riesgos de los agrupamientos es que el individuo queda diluido en la colectividad, lo que promueve el distanciamiento con la víctima y que la agresión se viva como algo lúdico sin contar el daño que se puede está infringiendo a un ser vivo. Ante este panorama las medidas preventivas o sancionadoras deberían ser específicas para cada caso, atendiendo a las circunstancias familiares, sociales y personales del agresor, y a la necesidad de compensación y de reparación de los daños infringidos a la víctima.
De entre los delitos perpetrados por adolescentes, Javier Urra hace una mención especial a lasagresiones sexuales, delito en el que las mujeres son las víctimas en mayor proporción que los hombres. En el capítulo se enfatiza sobre el hecho de que las agresiones sexuales perpetradas por adolescentes van en aumento y que en algunos de estos casos los progenitores no son conscientes de la gravedad que entrañan las conductas de sus hijos, por lo que los adolescentes tampoco son conscientes del daño que le están produciendo a la víctima. Precisamente en la infancia y en la adolescencia es cuando en la mayor parte de los casos se fragua las actitudes denigrantes hacia la mujer, actitudes que pueden derivar en que ante una agresión sexual el violador emplee mecanismos psicológicos defensivos para deshumanizar a su víctima y no empatizar con su sufrimiento. Por ello sería importante trabajar para que en las familias se diera una coeducación no sexista, de manera que participaran tanto la madre como el padre en transmitir a sus hijos una ética sexual y formarles en la asertividad frente a la agresividad y el domino del otro. Según varios estudios realizados hay una clara influencia del entorno familiar en cuanto a la predisposición de los menores a perpetrar agresiones sexuales. De manera que factores tales como la ausencia de uno de los progenitores o la permisividad paterna, están presentes en mayor proporción en adolescentes agresores que en aquellos que nunca han cometido una agresión sexual. En cuanto, al tratamiento, en el caso de las víctimas el autor señala que habría que trabajar con la posible autoculpabilización y vergüenza que puedan estar padeciendo, así como habría que hacer una intervención encaminada a que superaran el trauma de cara a prevenir posibles trastornos psicológicos y para garantizar el buen desarrollo de la personalidad de la víctima. Por otra parte, el trabajo con el agresor debería ser llevado a cabo por psicólogos especializados y en él se debería abordar, entre otras cosas, el desarrollo de la empatía con la víctima y la toma de responsabilidad sobre sus actos –en contraposición con la idea de que él ha sido víctima de un tratamiento injusto por parte de la sociedad y de la justicia-.
El autor también hace referencia a la violencia intrafamiliar, de la cual los jóvenes son a menudo víctimas y en algunos casos son también agresores. Javier Urra pone el énfasis sobre la importancia de la prevención frente a la sanción. De manera que dentro de las familias se debería formar a los menores en el respeto hacia los demás –y especialmente en respeto hacia la mujer y la sensibilización contra la violencia de género-, en habilidades sociales, resolución de conflictos y en el autocontrol. Pero no sólo la familia debería participar en este proceso de socialización, sino que también los medios de comunicación, las escuelas y los organismos políticos y de justicia deberían tomar partido en la erradicación de la violencia intrafamiliar. Tal como se apunta en el capítulo, resulta preocupante el número creciente de casos en los que son los hijos los que maltratan a sus progenitores. En gran parte de estos casos los menores adoptan una actitud en la cual sitúan sus necesidades y deseos por encima de los de sus padres, por lo que cuando estos últimos no satisfacen sus exigencias se produce un altercado que desemboca en una agresión del menor hacia sus progenitores. Además, existen casos en los cuales están presentes relaciones patológicas entre los padres y el hijo o el consumo de drogas por parte del menor. Las familias en las cuales se ha detectado una mayor proporción de violencia de los menores hacia sus padres son aquellas en las cuales existía una violencia intrafamiliar previa –normalmente del padre hacia la madre-, familias de progenitores separados o en las que el menor ha sido adoptado o acogido por familias que no son biológicamente las suyas. Las características que suelen tener en común todos estos casos son la presencia de desajustes familiares y la falta de involucración del padre varón en los conflictos con su hijo. A esto hay que añadir que actualmente vivimos en una sociedad permisiva que educa a los niños en sus derechos pero que no hace hincapié en sus deberes, fracasando en la inculcación de valores morales sólidos. Además, los roles parentales están quedando diluidos, los jóvenes presentan en ocasiones una marcada desmotivación y existe una creciente falta de educación en la empatía. En los casos de separación de los progenitores, además se puede producir una involucración y utilización del menor a favor de uno de los progenitores, llegando al extremo de pedir al niño que acuse falsamente al otro progenitor de haber sido abusado por éste. La solución a esta situación de violencia pasa por la participación del núcleo familiar en una psicoterapia sistémica, ya que la guarda temporal y el internamiento por parte de la administración pública supone sólo un primer paso en el abordaje del problema.
Por ultimo, el autor hace mención a la violencia en las aulas –bullying-, en la cual participan el/los intimidador/es, los observadores pasivos y la víctima. Javier Urra plantea una prevención y una intervención en la cual se de una colaboración entre los padres y la escuela, así como la inclusión de la fiscalía de menores en los casos en los que sea necesario. Como medida preventiva es primordial que se enseñe a los menores el respeto por el otro, habilidades sociales y de resolución de problemas, además de que se fomente el desarrollo de la empatía con la posible víctima. Algunas de las medidas que han demostrado ser eficaces son: la participación de los menores en asociaciones que fomentan la cultura antiviolencia, la creación de figuras mediadoras dentro del aula y la participación de padres y maestros en grupos de discusión y en equipos de mediación. En cuanto a la intervención, en el caso del agresor se debería castigar su conducta con el propósito de que entendiera que es una manera equivocada de actuar, fomentar su empatía con la víctima, obligarle a reparar el daño infringido y animarle a que pida públicamente disculpas a la víctima. Además habría que tener en cuenta que en muchos casos los agresores han recibido una equivocada educación sociocognitiva, que poseen escasos vínculos sociales y afectivos, así como una escasa capacidad de autocontrol. Por lo tanto, sería recomendable trabajar sobre todos estos factores de riesgo. Con respecto a los observadores pasivos, habría que hacerles conscientes de su responsabilidad en lo ocurrido, señalar la importancia de que denuncien los actos inaceptables de violencia y fomentar el desarrollo de su empatía con la víctima. Y, en cuanto a la víctima, se debería en primer lugar proporcionarle la posibilidad de ser escuchado para posteriormente ponerlo en conocimiento de la autoridad competente, mostrar un claro rechazo a la violencia y la intimidación e intervenir sobre las posibles secuelas derivadas del abuso escolar.
Tal y como apunta Javier Urra, en España se está comenzando a establecer una clara distinción entre “nosotros” –los españoles- y “vosotros” –los extranjeros-, lo cual se está viendo incentivado por la creciente presencia de inmigrantes en España. Por lo tanto, sería importante que desde las entidades públicas se invirtieran los recursos necesarios para formar a los ciudadanos de cara a que puedan comprender, aceptar y convivir positivamente con aquellos que provienen del extranjero y poseen una cultura diferente. Habría que poner especial énfasis en la prevención de actitudes xenófobas dentro de los centros educativos, donde los menores conviven a diario con niños de muy diversas nacionalidades, fomentando una comunicación fluida entre escuela y familia, y prestando una especial dedicación a aquellas familias que provengan de colectivos culturales minoritarios, ya que seguramente sus hijos tendrán mayores dificultades para adaptarse al funcionamiento habitual del centro. Una medida positiva podría ser la implantación en los centros de figuras de mediadores interculturales, que intervinieran en las aulas cuando se produjeran dificultades en la convivencia de las distintas culturas.
Además, se debería generalizar la presencia de las figuras mediadoras para combatir la violencia en las aulas, ya que de esta manera se haría partícipes a los propios alumnos de la resolución de este tipo de problemas, por lo que sería de esperar que las medidas que se adoptasen fueran mejor recibidas por estos, a la vez que se estaría dotando a los centros educativos de un medio para abordar de manera autónoma este importante problema.
Por último, para poder llevar a cabo una verdadera coeducación no sexista por parte de los padres habría que empezar por cambiar los roles que desempeñan el padre y la madre dentro del núcleo familiar, ya que de poco sirve educar a los menores en el respeto y el reconocimiento entre ambos sexos, cuando en su propia familia se están reproduciendo modelos sexistas en los cuales la madre es la responsable de las labores del hogar y debe hacerse cargo de sus hijos, mientras que el padre se limita a “ayudar” en este tipo de tareas. Habría que tener especial cuidado en los casos de progenitores separados, en los cuales la madre suele ser quien tiene la guarda y custodia del hijo. En dichos casos existe el riesgo de que el padre sólo ejerza sus funciones parentales en los fines de semana que le corresponde estar con su hijo, sin implicarse activamente en la educación continuada y coordinada con la madre, y transmitiendo el mensaje de que son las madres quienes deben hacerse responsables del cuidado de los niños, marcando una clara diferenciación sexista en los roles familiares. Tampoco habría que olvidar aquellos casos en los que las madres ante una situación de separación intentan anular a la figura paterna, con el consiguiente perjuicio que puede tener esta actitud sobre la imagen que se configure el menor con relación al sexo masculino.
           
Comentario final
Según un estudio comparativo realizado en distintos países europeos (España, Austria, Hungría y República Checa) el fenómeno del bullying se encuentra generalizado en todos ellos, aunque no con la misma incidencia, situándose España en un puesto intermedio. Además, los conflictos en las aulas que más preocupan a los padres son las peleas y los insultos, seguidos de las malas palabras en clase y la presencia de grupos que no se llevan bien. Los progenitores parecen especialmente preocupados por los problemas de entendimiento entre los alumnos y los profesores, así como afirman que en las aulas algunos alumnos portan objetos con los que pueden agredir a sus compañeros y señalan que el consumo de drogas se da principalmente en los lugares de ocio (Gázquez, Cangas, Pérez-Fuentes, Padilla y Cano, 2006).
Por otra parte, se está observando la emergencia de nuevas maneras de agresión entre alumnos. Una de estas formas de agresión que ha aparecido con las nuevas tecnologías es el cyberbullying, que hace referencia a una agresión intencionada, llevada a cabo por parte de un individuo o de un grupo, a través del uso de los medios tecnológicos, que se repite en diversas ocasiones, y ante la cual la víctima no puede defenderse fácilmente por sí misma. Según un estudio realizado por Ortega, Calmaestra y Mora Merchan (2008), con alumnos y alumnas desde 1º de ESO hasta 4º de ESO, la mayor incidencia de este tipo de acoso escolar se da mediante el uso de Internet y, menos frecuentemente a través del uso del teléfono móvil, en el siguiente orden de mayor a menor prevalencia: mensajería instantánea, acoso en las salas de Chat, envíos de SMS, e-mail, llamadas malintencionadas o insultantes, envío de fotografías o vídeos por el teléfono móvil y, por último, el uso de páginas web. Del mencionado estudio también se desprende que los implicados en un episodio de bullying tradicional tienden a mantener su rol cuando participan en un episodio de cyberbullying, por lo que existe una continuidad entre el bullying y el cyberbullying.
Con respecto a la incidencia del cyberbullying, no parece haber diferencias significativas en cuanto a edad, mientras que las chicas suelen ser más frecuentemente las víctimas y los chicos los agresores. Este último dato contrasta con los resultados obtenidos en un estudio realizado en Canadá, donde se ha encontrado que los chicos con mayor frecuencia son víctimas del ciberbullying que las chicas (Li, 2006). Dada la incidencia del cyberbullying entre los menores españoles, parece necesario el estudio de las formas de agresión propiciadas por las nuevas tecnologías, de cara a poder prevenirlas y a hacer un abordaje que se adapte a sus características particulares. Sin olvidar que a veces son los adultos quienes ejercen violencia hacia los menores valiéndose de las nuevas tecnologías, como es el caso de aquellos que se hacen pasar por menores para concertar una cita con estos últimos a través de un chat.
Resulta también preocupante que actualmente en la educación se incentive la competitividad entre los alumnos, proporcionando mayor importancia a que estos obtengan unos buenos resultados que al placer de adquirir y descubrir nuevos conocimientos. En un estudio realizado recientemente se puso de manifiesto que tres cuartas partes de los estudiantes canadienses habían cometido graves irregularidades en los trabajos escritos que debían confeccionar como tarea escolar (Honoré, 2008), lo que explicita que los alumnos se encuentran más interesados en finalizar un trabajo que les permita superar la asignatura que en aprender a través de la confección de dicho trabajo. Por otra parte, es inquietante la creciente utilización de drogas para abordar largas jornadas de estudio, las cuales tienen un efecto estimulante que permite mantenerse despierto durante largo tiempo y así poder alcanzar el nivel de rendimiento deseado (Honoré, 2008; Gómez, 2005). Por lo tanto parece necesaria una reforma profunda en el modelo educativo actual, que se encamine a devolver el protagonismo al proceso de aprendizaje y a que los menores perciban la educación como un derecho y no tanto como una obligación.
En cuanto a la violencia de género, parece que las actitudes que sustentan y justifican este tipo de violencia se encuentran hoy en día aún presentes en los jóvenes y las jóvenes de España. Especialmente preocupante resulta el hecho de que la identidad femenina continúe teniendo unidas valoraciones denigratorias que las propias chicas jóvenes las asumen como ciertas y que propician que se sitúen más como un objeto que como un sujeto, manteniendo la concepción de que el hombre es por naturaleza dominante y la mujer es débil (Dio Bleichmar, 1985). Sería aconsejable que la educación sexual que se les proporcionara a los menores pusiera el énfasis en situar tanto al hombre como a la mujer con sus propios deseos y fantasías sexuales, así como que se hiciera hincapié en que ambos géneros tienen derecho a disfrutar de sus cuerpos y su sexualidad como ellos elijan sin temer a no satisfacer todas las demandas del otro (Elise, 2009; Dio Bleichmar, 2005; De Mijolla y De Mijolla-Mellor, 1996). También habría que tomar en consideración que el padre varón juega un papel importante en la coeducación no sexista de los hijos, por lo que en las medidas que se plantearan para la conciliación de la vida profesional y personal, deberían incluirse algunas que favorecieran que los varones se implicaran más en la crianza de los hijos -como podría ser la ampliación del permiso de paternidad-, lo que a la vez permitiría que las mujeres gozaran de mayor cantidad de tiempo para dedicarse a sí mismas al compartir más equitativamente las responsabilidades parentales. Además, una verdadera educación no sexista debería ir encaminada a que se reconocieran las diferencias entre ambos géneros y que, aún siendo diferentes, se valoraran por igual las identidades femenina y masculina, con el propósito de llegar al mutuo reconocimiento entre géneros (Dio Bleichmar, 2005).
Por otra parte, actualmente algunos progenitores creen erróneamente que para ser “buenos padres” deben proporcionar a sus hijos todo aquello que ellos no pudieron tener en su infancia, lo que termina por ser una clara dificultad de los progenitores para poner límites y permite que sean los menores quienes controlen las interacciones con sus padres. De esta forma no se les está transmitiendo a los hijos un respeto hacia el otro y, por lo contrario, están creciendo con la idea de que sus necesidades y deseos siempre prevalecen por encima de los de los demás. Casos especialmente dañinos para el desarrollo de los valores basados en el respeto mutuo son aquellos en los que en el transcurso de un “divorcio sangrante” uno de los progenitores insta a su hijo a que menosprecie y sea irrespetuoso con el otro progenitor (Bolaños, 2008).
En conclusión, sería muy positivo que en los centros educativos se comenzara a dotar de mayor importancia a la enseñanza de estrategias de afrontamiento y de resolución de problemas, ya que existe una clara relación entre las dificultades de afrontamiento y la aparición de conductas de riesgo tales como el consumo de drogas y el comportamiento violento (Pereira da Silva, 2005). También parece de gran importancia incidir en la enseñanza de las habilidades sociales, ya que en los casos de acoso escolar es común que tanto la víctima como el agresor tengan un importante déficit en este ámbito. Por una parte las víctimas tienden a presentar problemas de timidez y muestran un estilo interpersonal pasivo, pudiendo llegar a ser retraídas y estar aisladas socialmente, y por otra parte los perpetradores suelen presentar un estilo interpersonal agresivo, mostrándose violentos con los compañeros a los que consideran débiles y cobardes (Cerezo, 2001). Podría ser de gran ayuda que en cada curso hubiera una figura de mediador designada por los propios alumnos para abordar los problemas que pudieran aparecer en la convivencia escolar. Si dicha figura fuera elegida por los alumnos facilitaría que la vieran como un derecho y no tanto como algo impuesto desde el centro, por lo que seguramente recurrirían con mayor probabilidad a la mediación a la hora de resolver sus dificultades y acatarían mejor los acuerdos que se establecieran durante el proceso de mediación. Un buen ejemplo de ello es El Ejido (Almería), donde se da una gran concentración de alumnos extranjeros, por lo que se ha puesto en marcha con éxito un proyecto de mediación intercultural con profesores y alumnos (García y Granados, 2002; Ortiz, 2006). También en los Países Nórdicos está teniendo un buen resultado la mediación para resolver los problemas de convivencia en los centros escolares.
Sin embargo, no sólo los centros educativos deberían implicarse en la prevención e intervención sobre comportamientos violentos y otras conductas de riesgo en jóvenes, sino que también debería darse una participación activa y generalizada que implicara desde el microsistema de los menores hasta el macrosistema, ya que en realidad todos los niveles de la sociedad están implicados en la formación de actitudes pro-sociales en los menores y son responsables de los valores que se les está transmitiendo. Habría que poner un especial énfasis en establecer una comunicación fluida entre escuela y familia, propiciando el respeto a la cultura de origen de cada uno de los alumnos, la coordinación en las pautas educativas y en la función socializadora, así como la colaboración en la resolución de las dificultades de los menores (Recio, 1999; Martiñá, 2003; García-Bacete, 2003). Además, los medios de comunicación deberían tomar mayor conciencia sobre la responsabilidad que tienen en cuanto a la configuración de la opinión pública, intentando evitar la exposición continuada de comportamientos violentos –con la consiguiente normalización de los mismos- e intentando evitar proporcionar una imagen negativa estereotipada sobre los adolescentes. También deberían poner más cuidado en proporcionar datos fidedignos sobre fenómenos que crean alarma social como las conductas delictivas en los menores, sin magnificar ni minimizar las dimensiones del problema y revelando con claridad cuáles son sus fuentes de información (Gil, 2006; Esperanza, 2001).
Además, los organismos públicos deberían actuar de acuerdo a una ideología verdaderamente democrática, en lugar de actuar dentro de una democracia meramente formal en la que los partidos políticos proceden según sus propios intereses, se enzarzan en enfrentamientos con la oposición en lugar de promocionar la colaboración política para solucionar los problemas reales que tiene la población y permiten la proliferación de la corrupción dentro de sus filas. Ante esta situación política resulta paradójico pretender que la sociedad, en la que se encuentran inmersos los menores, actúe según unos valores que promuevan la cooperación y el respeto entre las personas. Por lo tanto, sería necesario un cambio profundo en la realidad política y social para recuperar la confianza de los ciudadanos en la autoridad institucional, para promocionar desde el ámbito público la ayuda a los colectivos más desfavorecidos de cara a que puedan gozar de una verdadera igualdad de oportunidades con respecto al resto de la población, para invertir recursos que promuevan la convivencia positiva entre los distintos colectivos sociales y para promover el desarrollo de los ciudadanos como personas autónomas y con capacidad crítica. (Gil, 2006; Unión Social de Empresarios de México, 2003; Illich, 1977).
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