aperturas psicoanalíticas

aperturas psicoanalíticas

revista internacional de psicoanálisis

Número 038 2011

El universo de la pareja. Reflexiones sobre el valor de la terapia psicoanalítica de pareja en el curso del tratamiento individual

Autor: Abelin-Sas, Graciela

Palabras clave

Organizacion inconsciente de la pareja, Evolucion de la relacion de pareja, Sinergia entre los tratamientos individual y de pareja, Tratamiento de la pareja.


Acerca del problema

Cuando entramos en el mundo de una pareja, descubrimos una compleja red de datos históricos restablecidos en el aquí y ahora. Traumas previos en la vida de cada integrante encuentran su expresión en este vínculo, y pueden contribuir a la angustia actual. Identificaciones insospechadas, experiencias que corresponden a la historia familiar y no sólo a la trayectoria de la pareja hacen su aparición, transformadas y condensadas, bajo la forma de una variedad de conductas e interacciones sutiles.

Habitualmente, los incidentes que nuestros pacientes individuales relatan  de su relación con su pareja, padres, amigos e hijos concuerdan con dinámicas  observables en relación con el terapeuta. Ocasionalmente esas relaciones extra-analíticas parecen ser fundamentales e inamovibles, hasta el punto de que no puede producirse ningún cambio en el paciente si su dinámica individual no se examina en el contexto de esos vínculos íntimos. Es la falta de progreso, aparentemente inmovilizado por la organización psíquica de la pareja, que origina la derivación de pacientes al terapeuta de pareja con  la expectativa de superar resistencias.

En ocasiones especiales, con la aprobación del o de la paciente, intercambiamos ideas con el analista que hizo la derivación acerca de mis hallazgos en relación con la dinámica de la pareja. Muchos colegas expresan su sorpresa acerca de la conducta del o de la paciente y su pareja en mi presencia, ya sea por la violencia, la cualidad infantil de su comunicación o la puesta en acto de conductas atribuidas al otro, o por la ternura y amistad insospechadas. Es decir, aspectos del carácter del o de la paciente que no habían hallado representación en el campo individual del tratamiento fueron revelados en sesiones con la pareja. Es la recurrencia de este tipo de incidentes lo que me llevó a escribir este trabajo.

Estoy profundamente en deuda con los colegas que me ofrecieron generosamente sus experiencias con sus pacientes durante o después de mi exploración de la dinámica de la pareja. Sus puntos de vista respecto del resultado de esas sesiones en el trabajo del o de la paciente individual fueron de enorme valor para mi trabajo, y serán presentados en otro ensayo.

Luego de una descripción inicial de los problemas que mis colegas presentan, la comunicación entre nosotros es escasa, salvo que sea necesaria. No obstante, los pacientes traen a sus sesiones de pareja nuevos insights adquiridos en su tratamiento individual y, a veces, señalan diferencias o similitudes en las posturas de ambos terapeutas. Como podría suponerse, si un miembro de la pareja nunca tuvo el beneficio de examinar sus experiencias infantiles y las transferencias consiguientes en terapia, esto crea un desequilibrio notable en el tratamiento de la pareja. Por el contrario, cualquier progreso en el trabajo individual se hace evidente en la dinámica de la relación.

La organización inconsciente de la pareja

Como los miembros de una pareja tienden a elegirse con precisión inconsciente exquisita, ya sea por el self en busca de expansión o por metas neuróticas,  se convierten el uno para el otro en el blanco principal de experiencias pasadas no elaboradas. En consecuencia, pueden desarrollarse fácilmente transferencias altamente específicas de carácter mutuo que tienden a potenciarse entre sí. Estas transferencias cruzadas pueden emerger vagamente en relación con el analista individual, o permanecer completamente  inaccesibles al proceso analítico.

Como es comprensible, una vez establecida la relación de pareja, el self individual se amalgama hasta cierto punto con el mundo del otro, con resonancias, imitaciones e identificaciones que son consecuencia inevitable de cualquier apego empático. La integración de diferentes ideales del yo, visiones de mundo, claves sociales y calidad del apego exigen negociaciones creativas. Ese deseo y demanda de adaptarse a las necesidades de la persona amada puede, potencialmente, abrir un camino hacia desilusiones frustrantes consigo mismo y con la pareja.

De hecho, puede ser que, para poder conservar el vínculo, cada integrante de la pareja tenga que limitar sus aspiraciones, adaptarse a los ideales y formas de manejarse en el mundo del otro y hacer un duelo por las inalcanzables expectativas fantaseadas originalmente. Peter Mezan[1] está en lo cierto cuando afirma que, a pesar de la excitación despertada por un nuevo ámbito donde ser y amar, el acto mismo de crear ideales comunes implica un duelo considerable. Como resultado, la evolución hacia una relación de pareja puede presentar dificultades importantes. El malentendido insidioso puede conducir a la constricción, el distanciamiento y la desesperación,  y no a la adaptación.

Con el tiempo, esta amalgama entre los integrantes de la pareja establecerá lo que podríamos entender como “la organización inconsciente de la pareja”. Este inconsciente conjunto puede convertirse en una nueva estructura, una matriz continente y enriquecedora para la evolución y la creatividad de cada uno. Pero, en ciertas situaciones evoluciona hacia una estructura inflexible, portadora de guiones que la pareja desconoce: un drama complejo expresado a través de puestas en acto inevitables. Actores de un guión desconocido, los miembros de la pareja sufriente  se tornan incapaces de evitar conductas recurrentes, lo cual constituye un obstáculo serio para su desarrollo y su gratificación mutua. Además, en un sistema cerrado como éste existe una gran propensión a responder mediante la identificación proyectiva, con puestas en acto confirmatorias, como demostraremos.

Dada la importancia de esta “organización inconsciente de la pareja”, la terapia individual de un integrante puede afectar profundamente a la otra: sus cambios pueden tanto desestabilizarla como ayudarla a avanzar. No sólo puede la regresión en uno producir una reacción de valencia regresiva similar en la otra, sino que el progreso de una podría ser perturbador para el otro: puede ser leído como una individuación unilateral no deseada, una amenaza a la unión, un ataque al contrato emocional de la pareja. Efectivamente, puede desarticular acuerdos instituidos antes de que la pareja se atreviera a iniciar una aventura de constante evolución. Debido a los temores mencionados, el camino hacia el desarrollo de un  individuo en tratamiento puede ser desparejo e, incluso, sufrir resistencias al cambio basadas en la lealtad a una organización de pareja precedente.

Muchos autores aluden a una organización inconsciente de la pareja (Dicks, 1967; Ogden, 1994; Kaës, 2005;[2] Scharff y Scharff,[3] 2005, entre otros). Me gustaría especificar mi propio uso de este concepto, una idea presente en otros trabajos (Abelin-Sas, 1994, 2004, 2009 y 2010). Lo entiendo como un conjunto complejo de dinámicas que encuentran resonancias y respuestas en cada miembro de la pareja, y que instalan una red, flexible o rígida, que identifica aquello que caracteriza la relación en un momento preciso de su evolución. Si bien algunas de estas reacciones singulares a la individualidad del otro son consistentes desde el comienzo, tienden a fluctuar en función de las vicisitudes de la vida de los integrantes de la pareja, ya sea de su desarrollo personal o de cambios en el entorno inmediato, social o político.

Aun cuando los miembros de la pareja perciben la manera singular en la que se sienten y piensan en presencia del otro o adaptan su conducta a dicha presencia, muchas dinámicas importantes características de la modalidad de relación permanecen inaccesibles para ellos. A menos que un terapeuta pueda desvelarlas y ayudarlos a descifrar sus orígenes y efectos, estas dinámicas permanecerán inconscientes.

Características y efectos de la modalidad terapéutica

Será necesario utilizar distintos enfoques en función del problema que se presente y de la capacidad de los integrantes de la pareja de regular sus afectos y adquirir insight. No obstante, cualquiera sea la situación, esta modalidad terapéutica suele tener una cualidad altamente dramática que requiere intervenciones precisas y ágiles. Éstas deben basarse en una lectura rápida de la naturaleza y estructura del problema, que exigen gran flexibilidad y neutralidad de expresión por parte del terapeuta.

Dejando de lado las distintas teorías y conceptualizaciones acerca de la dinámica de la pareja, me centraré en:

 1) La lectura de los determinantes inconscientes (transferencia, contratransferencia e identificación proyectiva), los problemas de comunicación y las diferencias temperamentales, y del papel que éstos juegan en la situación actual.

 2)  Reconocer las construcciones inconscientes que cada integrante de la pareja es impulsado a crear del otro y a través de las cuales le habla a ese otro.

 3) El cuestionar de esas construcciones, dada la importancia que tienen para instituir una lectura fija del otro que impide el diálogo y el cambio.

4) Presentar nuestra hipótesis a la pareja, y cómo hacer que sus reacciones a nuestras intervenciones sean útiles.

5) Cómo lograr que el trabajo terapéutico individual con uno de los miembros de la pareja, a menudo necesario en presencia del otro, sea útil a ambos.

Los puntos mencionados nos llevan a reconocer  que el terapeuta individual oye un relato subjetivo pasible de interpretaciones incorrectas, transferencias, fantasías, construcciones inconscientes y maniobras defensivas que es muy probablemente el resultado de interacciones inconscientes.

En este sentido, intentaré transmitir una metodología para el estudio de la pareja construida a partir de múltiples perspectivas: teoría sistémica, Gestalt, psicoanálisis, psicología del self, teoría de los grupos, sociología, observación de bebés, transmisión intergeneracional y teoría del apego. Todas ellas son esenciales para estudiar el difícil problema que nos ocupa. Mi bibliografía es testigo de los muchos autores diferentes que han contribuido  a lograr mi conocimiento especializado, que se basa no sólo en el psicoanálisis sino también en mis intereses eclécticos.

Desearía mostrar ahora cómo esta modalidad de intervención puede ser útil para ambos integrantes de la pareja, ya que les ofrece la posibilidad de percibir las discrepancias en sus percepciones acerca del otro. También describiré cómo dichas discrepancias se expresan no sólo con palabras, sino también con gestos y tonalidades que son imperceptibles para el que los utiliza, quien muchas veces ignora las maneras sutiles en las que comunica sentimientos y concepciones complejos. Más aún, cada uno podrá percibir cómo estos aspectos insospechados de su comunicación afectan el campo emocional del otro y reverberan hacia su propio estado de ánimo. En mi experiencia, en el curso de unas pocas sesiones de 90 minutos, tiende a aparecer un nuevo interés por los orígenes inconscientes de esas actitudes y percepciones. Estos encuentros abren la puerta para que cada miembro de la pareja evalúe y cuestione las percepciones más perturbadoras que tiene acerca del otro.

Para obtener estos resultados, el terapeuta actúa en distintos niveles: como observador benévolo, ofreciendo soporte emocional a ambos miembros de la pareja, siempre alerta al lugar que puede ocupar en el sistema inconsciente de cada uno; como contenedora de emociones intolerables, como traductora de estas emociones a un código aceptable o comprensible para el otro. Quisiera destacar que más allá de interpretaciones correctas, el reconocimiento por ambos  miembros de la pareja del carácter multifacético de los problemas que ocupan su campo emocional es fundamental para lograr un cambio en la regulación de sus afectos, y  mejoría.

Por lo tanto, la presencia del terapeuta de pareja sirve para neutralizar afectos y puestas en acto y, de esta manera acceder  a la  verbalización y aclaración de los principales desacuerdos. Más adelante, un examen cuidadoso y equilibrado de las experiencias de cada integrante de la pareja permite revelar las transferencias dentro del vínculo en su interjuego mutuo. Esto último tiende a despertar la curiosidad intelectual y la participación activa de ambos miembros hacia la profundización del  proceso.

El terapeuta de pareja trabaja en distintos niveles de profundidad: explorando la historia del malestar y el sufrimiento de la pareja, investigando las circunstancias de su primer encuentro, la calidad de su conexión amorosa inicial, la historia de la relación y la influencia de las familias de origen y de su nueva familia en el contexto de esta historia. En otro nivel, el terapeuta descubre los temas que organizan los principales conflictos de la pareja, las conductas que despiertan reacciones negativas y las “construcciones” rígidas acerca del otro que obstaculizan la fluidez del diálogo. Además, determina los posibles nexos entre dichas construcciones y los objetos transferenciales originales, y presta atención a las reacciones que sus aclaraciones provocan en la pareja.

Construcciones rígidas del otro

Esas “construcciones” preestablecidas son a menudo el resultado de la combinación de fragmentos de experiencias mutuas no metabolizadas, fusionadas con experiencias infantiles dolorosas. En consecuencia, tienden a ser hostiles y chocantes. Ofenden profundamente al otro, que no puede aceptar distorsiones vividas como injustas y desprovistas de amor. Y lo son, ciertamente, ya que se basan en expectativas insatisfechas, desilusión y, a menudo, demandas infantiles. Vale la pena agregar que la consolidación de experiencias en una “construcción” fija del compañero o de la compañera debe hacerse consciente antes de poder ser examinada en sus distintos componentes históricos o actuales, indebidamente interpretados o reales.

A modo de ejemplo, esta secuencia de unas pocas sesiones:

Emma y Robert

Emma expresó su ira ante el hecho de que Robert había estado muy ocupado y, por lo tanto, se había ausentado de la casa y no había participado en cuidado de los niños. Ella se había sentido sola y descuidada durante meses. Si bien habían llegado juntos al acuerdo de que Robert aceptara un trabajo temporario pero inusitadamente exigente, ella se sentía desertada y furiosa. Para hacer su argumento más convincente, se refirió al hecho de que Robert había llegado increíblemente tarde a un festejo importante, motivo de un viaje internacional que habían realizado con sus hijos. La descripción que Emma hizo de Robert lo mostró como irresponsable e indiferente. Le pregunté si esa imagen era una entre muchas “construcciones” posibles de su esposo que ella podría haber alcanzado a lo largo de los años. Ella se rió: había otras.

La investigación de ese acontecimiento reveló que Robert, acobardado por la reacción colérica que imaginó que Emma tendría, no había establecido claramente el horario necesario para evitar su atraso. Él hubiera debido partir antes, dejando a su familia en el circo y así llegar al hotel con tiempo para hacer unas llamadas internacionales. Pero Robert declaró que dada la propensión de Emma a desesperarse, él nunca había podido afirmar sus necesidades ni tampoco  expresar abiertamente sus sentimientos negativos.

En mi observación, ése ya no era el caso. La capacidad de sentir y expresar enojo, una evolución necesaria que Emma había logrado en un análisis individual exitoso, lo amedrentaba. Se había producido un desequilibrio en la relación.

Incapaz de registrar este cambio importante como algo positivo, Robert sentía que tenía que andar en puntas de pié, no sólo para satisfacer las necesidades de Emma,  como lo había hecho en el pasado, sino también para evitar su malhumor. Cuando le sugerí que la fragilidad de su esposa había sido superada y que él había sido incapaz de percibir el cambio, se le ocurrió una idea interesante. Primero, reconoció el cambio positivo de Emma, pero luego comentó que esta nueva habilidad de ella para expresar sus necesidades le recordaba los accesos de cólera imprevisibles de su propio padre, que lo asustaban de niño. Por ello, Robert había “construido” recientemente una imagen de su mujer como alguien que, como su padre, no respetaría sus necesidades y demandas a menos que fueran impuestas mediante el disimulo y la manipulación “diplomáticos”.

En la sesión siguiente, Emma explicó que su enojo se había disipado gracias al concepto que yo había propuesto de “imágenes prefabricadas del otro”. Mucho más tranquila, se sentía afectuosa y percibía que ella y su marido habían iniciado un diálogo valioso. Robert no lo negó, pero afirmó que para él la sesión anterior había sido muy difícil. Sentía que la “construcción” que Emma había hecho de él como alguien que la desertaba no tenía nada que ver con su conducta y mucho con la infancia triste de ella. Le dolía que se lo juzgara injustamente.

Observé que Robert había quedado “atrapado” en ese sentimiento de falta de reconocimiento que, si bien correspondía a lo dicho por Emma,  también atañía su propio pasado. Ofendido, no había podido disfrutar el cambio de ánimo y disposición que ella había experimentado después de la última sesión.

Sí, Emma había notado que él había permanecido distante y que había evitado el contacto íntimo que ella deseaba. Sin embargo, ella explicó que ya no tendía a quedar totalmente arrasada por los sentimientos de Robert. Por largo tiempo la habían aterrorizado a tal punto que sus reacciones habían sin duda coartado la expresividad de su esposo.

Como podemos ver, la mayor parte de las quejas se expresan bajo la sombra de una visión particularmente esquemática: una “construcción”, una condensación de atributos negativos a menudo descontextualizados,  que obtienen un retrato excesivamente simplificado del otro. A ésta descripción el otro responde con una versión análogamente condensada y limitada. Dado que cada integrante ocupa un lugar privilegiado como objeto transferencial del otro en la re-edición de antiguas experiencias traumáticas e identificaciones consiguientes, continúan de esta manera resucitando viejas heridas emocionales. Falta la presencia de una zona psíquica intermedia para procesar nuevas comprensiones, y el lapso necesario para que cada uno elabore con tranquilidad sus sentimientos heridos, integre nuevos insights y logre cambiar el tono de sus comentarios.

Llegamos a la conclusión de que necesitábamos crear un diálogo que permitiera que las impresiones expresadas fueran percibidas como transitorias. De este modo, cada uno tendría el tiempo y el espacio necesarios para expresar sus emociones sin temer la protesta airada de su pareja,  y así evitar que el intercambio provocara una vivencia de irrevocabilidad.

En una sesión posterior, Emma ofreció una reflexión interesante. Durante el fin de semana anterior se había sentido distante y retraída. Notó que Robert pensaba que ella estaba enojada con él, una interpretación equivocada. Sólo en el curso de nuestra sesión se dio cuenta de que su retraimiento había sido provocado por una sensación de malestar en la casa de su amiga, donde habían pasado el fin de semana. En fantasía y en emoción, Emma había revisitado veranos de su niñez, cuando, lejos de su madre, había debido soportar durante meses el maltrato furioso de una abuela.

En efecto, Robert concedió que, respondiendo al retraimiento de su esposa, él se había apartado. Sintiéndose abandonada, Emma se tornó crítica, incapaz de contar con el apoyo de su esposo. Desconociendo la razón de su tristeza hasta esta sesión, ella había sido incapaz de transmitirle que estaba reviviendo una situación traumática. Espontáneamente, Robert sugirió que si él le hubiera preguntado, sin más, qué le pasaba, su intervención amistosa podría haber ayudado a Emma a reconocer que ya no estaba sola, la hubiera rescatado de la fantasía de haber sido “depositada” en un entorno sin amor. Fui testigo de cómo esta pareja pudo resolver ese extrañamiento emocional sin mi intervención.

Habiendo avanzado así en la capacidad de escucharse, pasamos a explorar cuál era la peor imagen que tendían a construir uno del otro, y cuál presumían que era la de su pareja. Lo que descubrimos fue que para Robert, la peor imagen de Emma era que ella, dura y cruel, no sentía interés por él, no lo quería. En ese perfil Emma reconoció inmediatamente su propia percepción del mundo de su madre, quien a menudo se sentía usada y no querida, un modelo que ella no quería incitar en su marido.

 Según Emma, su peor imagen de Robert era de un ser más bien egoísta,  que descuidaba sus necesidades y no se ocupaba de ella. Robert, entristecido, reconoció en esa imagen su propia percepción de su padre, un hombre egocéntrico, al que no deseaba imitar.

Del concepto de “construcción fija” de uno y otro, pudimos acceder a fantasías sobre la peor imagen que ellos sentían que el otro tenía de ellos. Habiendo perdido el temor a representaciones inmodificables, la pareja pudo intercambiar y repensar identificaciones insospechadas en cada uno y cómo eran transmitidas inconscientemente al otro.

La pareja está en continua evolución

Encontramos a la pareja en un momento preciso de la historia de su relación. Sin embargo, la pareja es una unidad dinámica que evoluciona a lo largo del tiempo, en la manera en la que se tratan mutuamente, en la que cada uno enfrenta sus problemas, tanto como a su familia de origen, el trabajo y el mundo que los rodea. Es importante considerar que la configuración con la que nos encontramos puede no ser necesariamente la que hubiéramos hallado previamente.

Si bien destacamos algunos elementos básicos que parecen ser necesarios para que una relación sea satisfactoria, somos claramente conscientes de que aquello que provee satisfacción es sumamente variable. El contrato emocional que satisface a una pareja puede resultar inaceptable para otra. No nos referimos aquí solamente a prácticas sexuales, sino también al nivel de cercanía, de separación, de participación en distintos aspectos de los intereses, tareas y funciones de cada uno, así como a la distribución de roles.

Es  a menudo difícil para la pareja reconocer que una crisis actual es el resultado de circunstancias nuevas y  a así situarse en la trayectoria de su propia historia. Por ejemplo, el nacimiento de un hijo produce con frecuencia una crisis importante en la vida de la pareja. Identificaciones que no habían sido activadas antes de este acontecimiento pueden sorprender a ambos integrantes de manera positiva o negativa, exigiendo un equilibrio de fuerzas diferente. Identificaciones desconocidas con la manera en la que sus padres se relacionaron entre sí o con la distribución de  sus roles, el vínculo con hermanos o situaciones familiares traumáticas pueden emerger en relación con etapas vitales importantes. Estas transformaciones deben ser cuidadosamente estudiadas para promover la consciencia y la discriminación de los miembros de la pareja.

Evaluar el impacto de esos acontecimientos y encarnaciones en presencia del otro les permite no sólo comprender la influencia de viejas heridas en la dinámica de la problemática actual, sino promover un cambio respecto de la manera en la que cada uno percibió al otro en aquellos momentos. El resultado es la atenuación de actitudes de desapruebo y una mejor resonancia emocional hacia sí mismo y hacia el otro.

Algunos ejemplos:

En la medida en que la fobia y la depresión de una paciente disminuyeron, su marido, que había sido su principal sostén emocional y había adoptado un papel parental aceptado por ambos, empezó a sentirse inseguro y a temer haber perdido su lugar en la vida de ella. Ese cambio había desestabilizado el contrato inconsciente de distribución de roles, bien conocidos. Ahora debía ser reconfigurado.

En una situación similar, el terapeuta individual de la esposa de una pareja en tratamiento, confirma mi opinión de que ella, quien desea que su marido tome más control de las situaciones de familia, teme aceptar un papel de sumisión si él supera su conducta pasiva autodestructiva. Para evitar este temor, basado en su sometimiento a un padre rígido, se protege negando, desvalorizando y contrarrestando los esfuerzos del marido por cambiar.

Lo que observamos es que la pareja puede encontrar armonía en una distribución de funciones y papeles apropiada para ambos durante un cierto periodo de tiempo, pero subsiguientemente esta organización puede devenir demasiado rígida y obstaculizar el desarrollo de uno o ambos miembros. Este proceso puede llevar a choques graves, y requiere el establecimiento cambios tolerables.

Negociaciones emocionales difíciles

Acomodarse a distintas tonalidades de la experiencia de sí mismo, o diferencias de ritmo tanto físico como psíquico, aceptar variaciones diferentes de las de cada uno en la intensidad y modulación del afecto puede ser muy arduo para algunas parejas. En estos casos, el amor es registrado como similitud, con expectativas miméticas de una relación simbiótica. Este tipo de relación mimética – alta reactividad hacia los afectos inesperados, falta de respeto por la cualidad genuina de la experiencia del otro, por su autodeterminación e independencia respecto de la propia – tiene múltiples orígenes. Situaciones difíciles vividas por ambos miembros de la pareja pueden haber precipitado este vínculo simbiótico como estrategia de supervivencia. Podrían originarse en aspectos inmaduros de la personalidad o transferencias regresivas que se vuelven a poner en acto en la relación.

En estas situaciones regresivas los integrantes son incapaces de escuchar la conceptualización de un incidente por uno de ellos sin tratar de intervenir para silenciar o modificar esa experiencia u opinión.  El nivel de reactividad – como, por ejemplo, la atribución de malevolencia o la interpretación de los conflictos internos, depresión o angustias del otro como ataques a su persona – nos da una indicación de la posibilidad de evolución de la pareja. Aquí, la presencia de un terapeuta empáticamente receptivo a ambos no sólo es una fuente de alivio, sino que constituye una experiencia de interés benévolo que ellos pueden reproducir e integrar a medida que descubren su propio aporte inconsciente a la relación.

Una dinámica particularmente difícil entre los miembros de una pareja es el uso del otro para externalizar aspectos repudiados del self. Para decirlo más específicamente, un integrante acepta inconscientemente esas proyecciones y las transforma en puestas en acto que las confirman para el otro y para el entorno social. Este mecanismo de “identificación proyectiva” se produce de manera subrepticia.  Lo favorece el hecho de que uno de los integrantes haya sido objeto de dicha dinámica en su familia de origen y haya incorporado una propensión a aceptar proyecciones y a culparse a sí mismo. Por ejemplo, la relación infantil traumática de una paciente con su madre la compelía a poner en acto la misma falta de sintonía en relación con su marido. Repetidamente, interpretaba los estados de ánimo de éste incorrectamente y de una manera particularmente irritante que provocaba la ira de él, sin percibir la manera peculiar en la que traía al presente esa experiencia traumática repetitiva no elaborada. El marido quedaba atrapado en el lugar de ella como niña no comprendida, mientras ella repetía el comportamiento de su madre.

 Como mencionamos anteriormente, la comunicación no verbal de la pareja es una fuente muy importante de información. Muchos diálogos son influidos silenciosamente por gestos, movimientos corporales y suspiros. Por ejemplo, detrás de una sonrisa sarcástica yace la necesidad de rechazar la experiencia del otro, el miedo de ser sometido a la manera de pensar de la compañera o una necesidad de desvalorizar una explicación. Éste fue el caso de una pareja en la que marido y mujer eran incapaces de hablar sin rebatir la percepción del otro. Por ejemplo, si el marido presentaba una interpretación distinta de la esperada por la esposa, sus percepciones eran recibidas con un “estás mintiendo”, “eres un falso”. Aquél llegó a suponer que todas las palabras de ella serían un ataque. El derecho de ambos a la individualidad se había perdido. La libertad había dejado de ser negociable, a la vez que se había instituido una suerte de organización terrorista con leyes y reglas que no permitían diferencias de percepción. Un accidente físico grave sufrido por la esposa diez años antes de nuestro encuentro había precipitado este tipo de vínculo asfixiante.

Sugerí que se separaran temporalmente para volver a aprender a vivir sin responder a las necesidades imperativas del otro. En el curso de unos meses, esta medida, que al principio parecía imposible de realizar, produjo muchos cambios. Se volvieron más libres y felices, y su enemistad enconada se disolvió al reconocer que cada uno había hecho lo mejor que había podido bajo circunstancias terribles. Se hicieron más compasivos y más capaces de escuchar las intenciones del otro sin interpretarlas de manera automática y malévola. A medida que cada uno empezó a sentir curiosidad por las experiencias difíciles de su compañera, el diálogo entre ellos se renovó.

Incluso una pareja bastante madura construye relatos diferentes de los periodos difíciles de su vida, principalmente en el contexto de estados regresivos. Esos relatos fijos pueden llevar a un distanciamiento emocional. La mera posibilidad de reflexionar acerca de esas percepciones con una tercera persona neutral les permite ganar cierta distancia de construcciones monotemáticas y de sus orígenes. El efecto podría ser el de despejar viejos resentimientos y permitir que se inicie una nueva fase.

Errores de interpretación

La interpretación equivocada de las motivaciones del otro es universal en situaciones de conflicto. La interrogación y la curiosidad desaparecen para ser reemplazadas por la convicción de que el otro desea lastimar o engañar (una regresión hacia angustias persecutorias, siguiendo a Klein). Con frecuencia, la dificultad para aceptar que existen conductas inconscientes que no se basan en la intencionalidad hacia el otro constituye una barrera importante en los matrimonios.

Por ejemplo: una pareja recién casada sufrió un cambio considerable en su armoniosa relación cuando el marido enfermó gravemente por un tiempo. En su estado vulnerable, se identificó con el compañero anterior de su mujer, que estaba enfermo y muriéndose cuando él lo desplazó. Aparentemente, se imaginó que si él había podido desplazar a ese hombre, un nuevo amor estaba por desplazarlo a él. Todo se convertía en una prueba de la infidelidad de su mujer: el estilo de vida independiente de ésta devino fuente de dolor y enojo. Ella se ofendió mucho, con lo cual necesitó aún más independencia y autonomía. Su estilo de apego era muy diferente del de él: él tendía a distanciarse de todo el que le causara dolor.

Me referiré a esta pareja en más detalle para demostrar de qué manera la intervención del terapeuta ayuda a regular los afectos en la díada: al desvelar y llamar la atención sobre sus comunicaciones subliminales, ofrece nuevas opciones para entender la conducta del otro. En este caso, las interpretaciones rígidas y restringidas que cada integrante hacía de las intenciones y motivaciones del otro habían obstaculizado la capacidad de interesarse en  lo que era insólito en las vivencias y maneras de pensar de cada uno.

 

Joyce y Edward

Noté una vez más que el tono de Joyce indicaba que ella había hecho una interpretación de los hechos que ella consideraba irrefutable. Esta actitud impedía cualquier posibilidad de diálogo. Intervine diciéndole: “Su tono de voz le transmite a Edward que él sabía algo que no le dijo, casi como si su intención hubiera sido de ocultarle un secreto. Sin embargo, ese estilo de expresión podría leerse de otra manera: por ejemplo, Edward puede tener gran dificultad para compartir pensamientos de los cuales duda y que no están totalmente formulados”. Joyce me interrumpió alegremente para decirme: “¡Sí, él es demasiado “Waspy[4] para una judía!

Continué:- “Como resultado, usted se siente excluida, como si la hubieran dejado de lado… ¡Casi como si estuvieran jugando con sus sentimientos! Sería útil que Edward le comunicara sus ideas incompletas y, además, que se sintiera libre de modificarlas. Le daría a usted la sensación de que él acoge su participación en su pensar, lo que eludiría el sentimiento que usted tiene de que debe someterse a las decisiones  ya predeterminadas de él”.

En ese momento, Edward afirmó que el sentía que su mujer lo había estado urgiendo a que visitara a su madre moribunda. Joyce contestó que lejos de incitarlo a que lo hiciera, ella quería saber qué sentía él respecto de la muerte inminente de su madre. Por supuesto, en el estilo de relacionarse de Edward, el interés de ella “significaba” que ella debía de tener una idea clara de lo que él debía hacer. Esto era así porque para él, la expresión de sentimientos se transformaba fácilmente en una orden para la acción: temía que le pidieran que actuara de acuerdo con el último pensamiento que él había expresado.

Algunas parejas, como Joyce y Edward, tienden a interpretar el mundo interno del otro según la propia imagen. Como no sabían cómo conceptualizar sus diferencias sin molestia, eran incapaces de la confianza necesaria para inquirir y también exhibir sus sentimientos o estados de ánimo.

 Este problema había hecho que cada uno desconfiara del otro de maneras diferentes. Edward pensaba que Joyce le escondía algo, y Joyce se sentía expulsada de la vida interna de él. Ninguno se daba cuenta de que participaba en el silenciamiento del otro construyendo interpretaciones de lo que no entendía o le resultaba poco familiar y callando sus pensamientos y deseos actuales.  Esas diferentes maneras de vivir el mundo podrían ser vivificantes  si se las observara y explorara con curiosidad, sin temor. Puede ser que no tengan contenido inconsciente, pero sí comunican maneras inconscientes de experimentar el mundo.

Acerca de la transferencia y del rol del o de la terapeuta

Desde un punto de vista transferencial, mi posición cambia constantemente en relación con cada integrante de la pareja. A menos que se haga imprescindible referirse a ellas, tiendo a privilegiar las transferencias cruzadas internas. Me inclino a pensar que las transferencias más arcaicas hacia mí pueden elucidarse mejor en el campo de sus propias terapias. Cuento con que hayan estado o estén en terapia individual. Mis intervenciones están dirigidas hacia la exploración de sus distintas maneras de ser en el mundo: ya sea la calidad de sus relaciones de objeto, la manera de expresarse, de amar, y su habilidad de escuchar.

Mi objetivo es demostrar que a menudo esas diferencias, poco familiares, al no comprenderse, llevan a interpretaciones equivocadas que tienden a iniciar transferencias entre ellos. Y, que esas transferencias mutuas cierran la puerta a un diálogo emocional e interfieren con la capacidad de conservar la curiosidad y seguir aprendiendo acerca del otro y de sí mismos.

En el curso de estas exploraciones hacen referencia a experiencias previas y a sus familias de origen. Considero que mi presencia se utiliza – y yo promuevo este uso – como puente entre los miembros de la pareja para poder experimentar una escucha benévola, en contraste con el trato apasionado y divisor. Esta manera equilibrada de apreciar y relacionarse con el otro tiende a internalizarse. 

La presencia de esta tercera persona es en sí misma un parámetro importante. Se trata de una tercera persona activa: activa por el mero hecho de sus gestos y preguntas, su interés personal y su involucramiento emocional. En este sentido, no podemos hablar de neutralidad analítica; se trata de una persona visible y real. No establece alianzas individuales sino con la pareja como tal. De esta manera re-afirma que son una entidad. Sus intervenciones estarían dirigidas principalmente a demostrar el efecto de las fantasías y conceptos de cada miembro de la pareja sobre el otro y, si es posible, la fuente de aquéllos. Así, la terapeuta tiende a convertirse en un modelo en cuanto a su estilo de relación con ambos, la manera tentativa en la que expresa sus impresiones y su interés en las respuestas a sus observaciones. Lejos de ser incontrovertibles, esas observaciones se ofrecen como interrogantes para ser respondidos por ambos integrantes de la pareja.

Conclusiones

Parecemos estar programados para volver a encontrar nuestros objetos de amor en lugar de aventurarnos hacia nuevos terrenos con nuestros compañeros. La novedad de un nuevo ámbito de la experiencia es tan apasionante como atemorizante. Berenstein (2008) se refiere a una nueva manera de vincularse como un proceso altamente específico. El resultado de su importancia impactante podría ser que cada uno se volviera diferente de como era, es decir, que emergiera de sus vínculos infantiles familiares hacia una nueva subjetividad. Estoy de acuerdo con esta postura. El nuevo vínculo ofrece la posibilidad de un salto hacia un nuevo sentido de sí.

En mi experiencia, se requiere de un cierto nivel de individuación para poder confiar en nuevos ámbitos de la experiencia y utilizarlos para dar el salto mencionado. De hecho, cuando los miembros de la pareja aceptan la existencia de su individualidad y se dan cuenta de que cada uno funciona en un mundo privado, con un equipo perceptivo diferente, mencionan la vivencia de una oleada de esperanza y de conciliación, de un distinto compromiso en su relación. Uno de los pasos más difíciles de dar es soportar la desidealización y tolerar que el otro no sea exactamente lo que uno habría anhelado. Esto debe ser elaborado una y otra vez.

He observado (y esto ha sido confirmado por muchos colegas con los que he colaborado) que incluso unas pocas sesiones introductorias,  que continuarán o no, dependiendo de los problemas a resolver,  ayudan al tratamiento individual a avanzar más allá de lo que a menudo parecía un impasse insalvable. Aclarar áreas de negación, proyección, identificación proyectiva, transferencias cruzadas e identificaciones insospechadas promueve el pensamiento reflexivo, aumenta la curiosidad acerca de la vida interna del otro de la pareja y atenúa la angustia persecutoria acerca de las diferencias. Esta evolución contribuye a disminuir las resistencias en la terapia individual.

Bibliografía

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[1] Mezan, P.  2009, comunicación personal.

[2] Kaës, R. 2005: “Di el nombre de alianzas inconscientes a distintas formaciones psíquicas comunes y compartidas. Estas formaciones se conectan con una combinación de relaciones inconscientes que los sujetos de un vínculo tienen entre ellos y con el conjunto del que son parte fundante y núcleo. Una de sus características generales es la de alcanzar, mediante la acción común, intereses comunes y objetivos precisos que para los sujetos individuales habrían sido imposibles de lograr.

El propósito de las alianzas inconscientes es: a) asegurar la “cathexis” vital para preservar los vínculos y la existencia de sus componentes. Para lograrlo, las alianzas inconscientes exigen la reciprocidad y comunidad de “cathexis” narcisistas y de objeto; b) crear reciprocidad y comunidad de mecanismos de defensa para lidiar con los aspectos negativos de la vida psíquica individual y colectiva.

Estos objetivos pueden ser compartidos o considerados de manera diferente por cada uno de los miembros de la alianza. Las alianzas implican, de hecho, una resonancia de las fantasías y de las identificaciones, y requieren la mutualidad de la “cathexis” que vincula a los sujetos entre sí en la alianza. Para crear y mantener las alianzas inconscientes se necesita trabajo psíquico, y éste debe ser producido por los sujetos”.

[3] Scharff y Scharff 2005:  “En la relación terapéutica, los procesos de identificación proyectiva e introyectiva proporcionan la base para la empatía, la alianza sostenida, la transferencia y contratransferencia y la acción terapéutica. En la relación íntima de pareja, la sexualidad brinda una corporalidad exquisita que recuerda la experiencia intensa de ser abrazado y cuidado durante la primera infancia. La interacción sexual lleva a la proyección inconsciente en el compañero de imágenes provenientes de la experiencia temprana mediante la comunicación corporal, y se crea así un estado de comunicación inconsciente compartida. Entonces las fantasías inconscientes resuenan y son introyectadas para producir placer integrativo, construir el vínculo de la pareja y generar crecimiento. Cuando las proyecciones no coinciden, son rechazadas o son abrumadoramente destructivas, y cuando la pareja carece de una buena función continente, el proceso identificatorio proyectivo-introyectivo se fija, y la relación se encuentra en un impasse inconsciente doloroso que atrofia el crecimiento”.

[4] WASP son las siglas de White Anglo-Saxon Protestant, protestante anglosajón blanco. Originalmente utilizado para referirse al grupo socio-económico y cultural dominante en los EE UU, este término tiene también connotaciones despectivas respecto de una manera de ser: rígido, conservador, reprimido. (N. de la T.)