aperturas psicoanalíticas

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revista internacional de psicoanálisis

Número 044 2013

Narcisismo, depresión y suicidio. Análisis psicodinámico de la obra ?Muerte de un Viajante?

Autor: Izquierdo Pérez, Sara

Palabras clave

narcisismo, depresión, Suicidio, Narcisismo patologico, Depresion introyectiva.


“Es un hombre que va solo por la vida, sin más recursos que una sonrisa y unos zapatos bien limpios. Y cuando empieza a fallar la reacción a su sonrisa…. sobreviene un terremoto. Entonces le aparecen un par de manchas en el sombrero, y está acabado. Nadie puede culpar a ese hombre. Un viajante tiene que soñar, muchacho. Es un gaje del oficio.”
(A. Miller. Diálogo de “Muerte de un viajante”)
En 1949 se estrena por primera vez Muerte de un viajante (Death of a salesman), obra representativa del teatro norteamericano con la que el dramaturgo Arthur Miller obtiene un inmediato éxito internacional. Se ha descrito esta obra como el símbolo de la tragedia de un hombre corriente en una sociedad falta de valores que lo aniquila. Es, en este sentido, una historia sobre el derrumbe del sueño americano.
No obstante, el presente trabajo desvía la atención de lo sociológico a lo íntimo,  pretendiendo ahondar en los aspectos psicológicos más relevante de los personajes de un drama que permite bucear en las profundidades de temas de gran calado como el narcisismo o la depresión.
La historia se desarrolla en Nueva York durante los años 50 del S.XX y muestra los últimos días de Willy Loman, inmerso en una situación de fracaso profesional, dificultades económicas y profundos conflictos y decepciones personales y familiares. Todoello configura una dramática realidad difícil de aceptar para un hombre que ha consagrado su vida a perseguir un sueño de éxito y prosperidad.
Tanto en el libreto original como en la brillante adaptación cinematográfica realizada por Volker Schölondorff en 1985, la trama se desarrolla a lo largo de un día, aunque aparecen continuamente recuerdos de épocas pasadas que nos permiten observar la evolución y el fracaso de los recursos psíquicos defensivos del protagonista.
Descripción clínica de Willy Loman
La obra nos presenta a Willy Loman, a sus 63 años, como un hombre de aspecto frágil, cansado y desorientado, tras haber trabajado como viajante desde su juventud.
Se trata de un hombre casado, padre de dos hijos de edad adulta (Biff y Harold) y escasas relaciones sociales. Un hombre que trata desesperadamente de sobresalir –o quizá simplemente de sobrevivir- en una sociedad que no le devuelve los resultados que esperaría, en un momento vital de deterioro a distintos niveles.
Las fantasías e ilusiones de prosperidad y grandiosidad han estado presentes en la vida de Willy y, a pesar de que el éxito no terminaba de llegar, siempre hubo un lugar en su mente para una familia Loman triunfadora y para la búsqueda constante de admiración y adulación en su mujer, hijos y seres cercanos.
Frente a la grandeza de sus sueños, una realidad menos halagüeña ha ido haciéndose un hueco cada vez mayor. En el caso de Willy, en los últimos tiempos han ido emergiendo diversos síntomas que preocupan a sus allegados: le observan caminar titubeante, inmerso en soliloquios, más vulnerable e incapaz de controlar sus emociones que nunca y se encuentran temerosos de que sus conductas extrañas y sus repetidos accidentes conduzcan a un desenlace funesto.
En caso de que un profesional realizase una exploración psicopatológica, su descripción del estado de Loman incluiría: oscilaciones en la orientación temporo-espacial, despistes, inquietud psicomotriz, nerviosismo, ánimo disfórico con reacciones de ira, discreta labilidad emocional, insomnio e ideas autolíticas estructuradas en planes de suicidio. El contacto con la realidad parece precario, apareciendo de forma intermitente ensoñaciones, recuerdos vívidos y fantasías sobre el pasado, si no experiencias pseudoalucinatorias.        
Este cuadro tiene lugar en un contexto de marcadas dificultades económicas ya que, en lugar de recibir un sueldo fijo, Willy Loman ha pasado a subsistir a duras penas con las comisiones que obtiene en su trabajo y los préstamos realizados por su amigo Charly. Se trata de la constatación de un fracaso en el ámbito vital más valorado por el personaje, el mundo profesional y la posición y reconocimiento social.
A través de sus recuerdos sobreentendemos que la familia nunca ha gozado de una posición económica desahogada, si bien actualmente los problemas son mucho más patentes. Willy siempre trasmitió con fervor y entusiasmo el ideal de un futuro de éxito y progreso familiar, grandes sueños que distan de lo que en realidad él y sus hijos han conseguido.
Habla con devoción de su modelo, “un gran viajante” que al final de su vida  ya no tenía ni que salir de su casa para vender y a cuyo funeral acudieron centenares de personas que lo querían y admiraban. Esto no es lo ha que le sucedido a Loman, quien nunca tuvo un éxito auténtico. El hecho es que, en la actualidad, apenas vende y no obtiene reconocimiento ninguno por parte de su jefe, clientes o compañeros, en quienes produce más bien risa o incomodidad. Se trata de una realidad que resulta demasiado dolorosa de reconocer y metabolizar para Willy.
Su estabilidad emocional se ve, además, afectada por la llegada inesperada de su hijo mayor Biff. Tras años sin apenas noticias de la errante y caótica vida del primogénito, retomar el contacto desencadena profundos movimientos internos, dada la intensa y conflictiva relación padre-hijo.
Durante la infancia de su hijo el vínculo era estrecho, casi fusional, marcado por la admiración y constante adulación, por los grandes proyectos y expectativas colocadas sobre Biff. La relación da un giro radical cuando Willy se ve sorprendido en una infidelidad por su hijo adolescente. Poco después éste decide no finalizar los exámenes de acceso a la universidad y se marcha de casa.
Por otra parte, se hace necesario señalar la omnipresencia –aunque virtual- del hermano de Loman, quien en su juventud se hizo millonario en la minas de diamantes de Alaska. El contacto real posterior ha sido especialmente escaso, pero aparece recurrentemente en los recuerdos y ensoñaciones de Willy. Representa el triunfo que él mismo hubiese podido alcanzar de haber tenido el valor de acompañarle.   
Análisis psicodinámico
Los deseos y fantasías predominantes en la vida psíquica de Willy Loman tienen que ver con la consecución de éxito, riqueza y un ascenso en su estatus socio-profesional. Por tanto, dentro de los distintos sistemas motivacionales, el narcisista cobra un papel prevalente en su funcionamiento global.
Así, la vida mental y las conductas del protagonista se rigen por la máxima de alimentar una representación del sí mismo grandiosa, exitosa y valorada por los demás, una imagen de hombre valioso y merecedor de admiración. Recurre para ello a ilusiones de éxito que de tanto repetirse constituyen la narrativa de su vida.
Podemos pensar que a lo largo del tiempo, Loman ha reaccionado con tolerancia y una ilusión de realizabilidad de sus aspiraciones narcisistas (ya fuese en su persona, ya a través de su hijo Biff), valiéndose de un conjunto de mecanismos defensivos frente a la vulnerabilidad subyacente y las angustias narcisistas de inferioridad y vergüenza. Estas defensas han resultado más o menos satisfactorias hasta que la realidad externa se ha mostrado claramente desfavorable a la realización de sus deseos. La obra muestra cómo Willy apenas soporta la angustia derivada de esta nueva situación que le produce una importante desorganización psíquica y sufrimiento.
Para lograr una comprensión más profunda sobre la configuración de la estructura de personalidad de Willy Loman, sería de enorme utilidad contar con más información acerca de su infancia y circunstancias familiares durante su desarrollo. Sabemos únicamente que su padre se marchó cuando él tenía apenas 4 años y suponemos que este hecho debió marcar una profunda huella en su desarrollo. Willy aún contaba con su hermano mayor, Ben, que parece haber sido tomado como una figura de identificación, sirviendo como modelo y fuente de admiración, esencialmente en sus atributos de éxito y riqueza. En palabras de Willy: “No he conocido a otro como él. Era el único que sabía las respuestas”, “Era un genio. ¡El éxito personificado!”.
Ben aparece con frecuencia en las fantasías pseudoalucinatorias, y es en estos diálogos cuando observamos una actitud regresiva en el protagonista que no tiene lugar en el resto de sus intercambios interpersonales: vemos un Willy más frágil, dependiente, necesitado de consejo, ávido del reconocimiento y elogio de su hermano. Sólo aquí se permite mostrarse anhelante de guía y confesar que su vida le parece “provisional”.
En estas escenas parece repetirse la experiencia de abandono: Ben ofreció la posibilidad de acompañarle en sus aventuras pero después de marcharse se enriqueció y apenas reapareció en su vida hasta su reciente muerte. En cada diálogo fantasmático le deja con la palabra en la boca, quedando sin responder todas las preguntas formuladas. En contra de lo esperable, no se observan rabia o ira manifiestas en Willy. Éste le contempla como la imagen en quien desearía verse reflejado y no puede: la imagen del éxito y la riqueza que él nunca alcanzó a pesar de sus esfuerzos. 
El narcisismo
En 1914 Freud introduce formalmente el concepto de narcisismo en la teoría psicoanalítica, definiéndolo ya no como una perversión, sino como el complemento libidinoso del egoísmo inherente a la pulsión de autoconservación, de la que justificadamente se atribuye una dosis a todo ser vivo (Freud, 1914). Establecer el funcionamiento narcisista como una fase necesaria del desarrollo previa a que el sujeto se vuelva hacia un objeto exterior supone aceptar la existencia de un narcisismo normal, no patológico. Aun más importante, Introducción al Narcisismo abre la puerta al reconocimiento de una motivación básica que puede llegar a ser más poderosa en el psiquismo humano que la sexualidad.
Desde una perspectiva actual, el deseo de ser valioso y aceptado cumple un papel fundamental en la vida intrapsíquica y las relaciones interpersonales de todo sujeto. Un cierto sentimiento de orgullo hacia uno mismo y de tener derecho funciona como sano motor, permitiendo a la persona mantener una autoestima, motivación y capacidad para obtener placer en el logro. El funcionamiento narcisista puede entenderse, entonces, como una dimensión continua desde el narcisismo sano o normal, pasando por rasgos disfuncionales de personalidad narcisista hasta llegar a constituir un trastorno. En este continuo, Willy Loman se aleja de un grado saludable hacia la vertiente patológica. Por tanto, es preciso adentrarnos en los terrenos de la patología narcisista, pudiendo definirla como el trastorno de la regulación de la autoestima, los sentimientos, la conexión interpersonal y el superyó (Ronningstam y Maltsberger, 2008).
El ampliamente utilizado Manual Diagnóstico y Estadístico de los Trastornos Mentales DSM-IV-TR realiza una exposición de los criterios que deben estar presentes para diagnosticar un trastorno narcisista de la personalidad, caracterizado por un patrón general de grandiosidad (en la imaginación o en el comportamiento), necesidad de admiración y falta de empatía, que empiezan al principio de la edad adulta y que se dan en diversos contextos. Algunos de los rasgos exigidos están presentes en el funcionamiento de Willy, como su gran sentido de auto-importancia se puede observar en cómo exagera sus logros y capacidades y también las de Biff (por ejemplo, magnifica sus ventas y popularidad delante de los hijos o se pavonea frente a su vecino cuando Biff va a jugar un importante partido).
 A lo largo de la trama lo vemos inmerso en fantasías de éxito ilimitado como gran viajante, sintiéndose especial. La admiración parece ser la moneda de cambio en esta familia y una de las mayores motivaciones de Willy, al que no es raro observar en una actitud arrogante. La envidia juega también un papel relevante: promete a sus hijos que tendrá un negocio mejor que el del tío Charly y se muestra envidioso ante el éxito de Bernard (“¿Cómo lo has logrado? ¿Por qué Biff no?”) Interpersonalmente, establece relaciones dirigidas a satisfacer sus necesidades narcisistas, como se expondrá más adelante,  y las dificultades en el área de la empatía resultan evidentes.  
Es preciso un paréntesis a fin de señalar que no existe una única modalidad de narcisismo patológico tal y como se recoge en el DSM-IV, sino que la literatura ha desarrollado al menos dos tipologías principales en base a las propuestas de dos autores de máxima relevancia (Gabbard, 2008):
-    Kohut: entiende que la perturbación narcisista deriva de la detención en el desarrollo como resultado de las fallas empáticas de los padres. Daría lugar a un self normal pero arcaico, vulnerable y propenso a la fragmentación.
-    Kernberg: habla de un self patológicamente grandioso, fusión del self ideal, objeto ideal y self real, configurando una organización defensiva primitiva asimilable a la del trastorno borderline de personalidad. Delineó un tipo envidioso, ambicioso, demandante de atención y elogio.
Ambas conceptualizaciones podrían asemejarse a la dicotomía trastorno narcisista por exceso- por defecto, o a ambos extremos de funcionamiento interpersonal denominados narcisismo no consciente o desatento y narcisismo hipervigilante en la propuesta de G. O. Gabbard de 1989. El primer tipo coincide con la descripción del DSM de una persona abstraída en sí misma, arrogante y no consciente de su impacto en los otros ni en las necesidades de los mismos. En el otro extremo se sitúan sujetos inhibidos, que centran su atención en el exterior buscando indicadores de desaires o críticas a las que son altamente sensibles. Estas personas rehúyen ser el centro de atención, convencidos de que recibirán rechazo y humillación.
Probablemente, el funcionamiento de Loman no se ubica en uno de estos dos extremos puros, sino a lo largo del continuo. Su conducta y pensamientos suelen acercarse al polo más desatento y exhibicionista, pero debajo de esa apariencia de grandiosidad no es complicado detectar un self profundamente vulnerable y frágil. 
¿Qué correlatos subjetivos subyacen, entonces, a las manifestaciones narcisistas observables externamente? Ronningstam y Maltsberger (2008) proponen que el narcisista es, en realidad, una persona ansiosa e insegura de su propio valor, temerosa del fracaso y con una sensación interna de debilidad, fealdad y soledad. Su temor a ser un don nadie le lleva, con frecuencia, a buscar seguridad en la filiación externa, si bien en ocasiones se distancia ante el miedo a la herida narcisista, a la devaluación. Además, tiene la acuciante necesidad de ser tranquilizado por los demás, sintiendo que merece reparación por heridas anteriores. 
Quizá la comprensión del protagonista sea mayor si superamos las categorías nosológicas para desentrañar los distintos componentes del funcionamiento concreto. Pero ¿cuál es la imagen que Willy ostenta de sí mismo? Y, más allá, ¿qué grado de satisfacción le reporta?
Si asumimos el modelo tripartito Representación del yo – Ideal– juicio, el producto de este interjuego psíquico representará el balance narcisista del sujeto en un momento preciso. Por un lado, las exigencias e ideales de Willy se encuentran muy marcadas: serían el éxito, riqueza y admiración encarnadas en la figura del viejo y triunfante viajante y, sobre todo, en su hermano mayor, a quienes idealiza globalmente sin espacio para la crítica o la admiración de atributos parciales. Se hace necesario mencionar la gran importancia que estas representaciones suponen para Willy, deducida a partir de la elevada frecuencia de aparición en su vida mental. La grandiosidad a la que aspira Willy se concentra en la repetida frase de Ben, a quien vive como una figura heroica de identificación: “Entré en la jungla a los diecisiete años. Salí a los veintiuno, y ¡por Dios que me había hecho rico!”.
Es importante señalar la inflexibilidad en la escala de valores del protagonista, para quien apenas existe otro modo de obtener placer narcisista que el cumplir las exigencias de progreso social y económico marcadas por estos ideales. Por otro lado, hallamos una importante inestabilidad de la representación del self, de tal modo que observamos la fluctuación entre un mundo imaginario de grandeza y reconocimiento social donde Willy se sitúa como un trabajador exitoso o con perspectivas de progresar, fugazmente interrumpidas por la percepción de todos los huecos y fallas que arroja la realidad. Pasa de vanagloriarse de las ventas y cómo le reciben con los brazos abiertos en las distintas ciudades a admitir que los negocios van mal, o incluso que ya no percibe aprecio ni respeto por parte de los clientes y compañeros. Esta característica está presente en los casos de narcisismo patológico, donde existe la oscilación entre dos sentimientos contrarios: la presunción y la sensación de no ser nada (Mackinnon, Michels y Buckley, 2008). Así, coexisten estas representaciones opuestas disociadas y, por ejemplo, en un momento podemos leer como Loman afirma “Nunca he de hacer cola para ver a un agente de compras. -¡Ha venido Willy Loman!- Eso es todo lo que han de saber para que pase por delante de los demás” mientras que en otra ocasión se dirige consternado a su mujer diciéndole “Estoy gordo… tengo un tipo ridículo”.
La impresión es que durante años Willy pudo sustentar la mayor parte del tiempo una imagen de sí aceptable, basada en sus expectativas y sueños de grandeza, ya fueran alcanzables por sí mismo, ya mediante la figura de su hijo.  Pero Willy no ha conseguido ser el viajante más popular, escalar en su empresa, vivir en un barrio que le satisfaga, hacerse rico como su hermano o ser el padre de un afamado deportista. La evidencia obtenida con el paso del tiempo y las frustraciones de estas metas hacen difícil salvar una representación tolerable de sí mismo. Los esfuerzos por mantenerla son ímprobos, no obstante, ya que si abandona las fantasías de éxito lo único que le queda es un balance de rotundo fracaso.  
Por supuesto, el personaje es movido por otras motivaciones como la heteroconservación o el apego. En ocasiones su conducta refuerza tanto estos sistemas como el narcisista (y disfruta de la compañía y el juego con sus hijos, de la admiración que ellos le demuestran y del gratificante papel de orgulloso cabeza de familia), pero en otros casos los distintos sistemas motivacionales entran en conflicto produciendo culpa y malestar, tal como sucede al observar cómo su mujer tiene que zurcir las medias mientras él regala pares nuevos a su amante.
Ahondando en la vulnerabilidad y malestar de las patologías del narcisismo, es preciso señalar la presencia de una fuente fundamental de angustia narcisista, ya sea en forma de sentimientos de inferioridad, vergüenza, malestar por insatisfacción, vacío, desvitalización, o bien en forma de angustias de desintegración, extrañeza, despersonalización (Bleichmar, 2000) ante lo cual puede responderse con toda una suerte de defensas y compensaciones aplacadoras de esta ansiedad.
Loman ha desplegado todo un mundo de fantasías grandiosas de satisfacción y éxito que contrarrestasen su malestar. Complementariamente, podemos plantear que uno de los mecanismos de defensa a los que preferentemente ha recurrido como modo de sobrellevar una realidad demasiado dolorosa es la renegación, comportándose como si tal realidad displacentera no existiera. Así, podemos contemplar cómo a la vez sabe y no sabe, recurriendo preferiblemente a la fantasía de que todo está bien y el futuro aún es alentador. Parece que el uso de esta defensa ha sido patológico por excesivo, impidiendo que en su momento Willy percibiese con realismo las dificultades y pudiese buscar alternativas para solventarlas. Este mecanismo permite comprender cómo es posible que el protagonista haya conseguido mantener sus fantasías y su autoestima en pie durante la mayor parte del tiempo.  
Aunque momentáneamente Willy admite las dificultades, pronto las niega o minimiza, rearmando sus ilusiones de grandeza y ausencia de problemas. Pongamos solo un ejemplo: tras enviar a su hijo a coger tierra en una obra, Bernard corre hacia Willy avisándole de que la policía persigue a Biff, a lo que Loman responde “¡Calla! ¡No está robando nada!” y riendo alaba los nervios de acero de su hijo.
El libreto muestra otros intentos de equilibración narcisista efectuados por Loman, como el uso de los otros para compensar su autoestima: en varios puntos observamos cómo el protagonista denigra a los demás (especialmente a Bernard y Charly). La agresividad en forma de rabia narcisista también ocupa un lugar en este entramado y si bien, en general, se trata de un funcionamiento más libidinal que destructivo, puntualmente vemos a un Loman gritando a su mujer o denostando a su vecino para compensar su malestar. Cuando este último le está tratando pacientemente y ofreciendo su ayuda con delicadeza, la respuesta de Willy es “Un hombre que no sabe manejar las herramientas no es un hombre. Eres repugnante”. Es significativo que se dirija en esos términos y hable a sus hijos de Charly como alguien no querido y que no merece gran aprecio, cuando parece ser el único amigo que tiene.
También podemos analizar como experiencia de satisfacción sustitutiva la aventura extramatrimonial de Loman. Si bien el sistema sexual está obviamente implicado, podemos pensar que se trata una elección de objeto basada en la satisfacción narcisista. Consigue verse mirado por su amante con cierta admiración y se regodea en el hecho de haber sido elegido por ella, quien se fijó en sus cualidades especiales, haciéndoselo repetir. Al verse elevado a la posición de un hombre deseado y escogido se reafirma y probablemente compensa sentimientos y angustias de inferioridad o insatisfacción.  
En el momento actual, los golpes de realidad propinados por su decadencia y despido del trabajo dan un vuelco al precario equilibrio que sostenía al personaje. Asistimos al inicio del fracaso de estos mecanismos de defensa o “supervivencia”, y son pocos los recursos que Willy tiene a su disposición para enfrentarse a unas circunstancias reales que cuestionan su sentimiento de autovalía y abren paso a la toma de conciencia del no cumplimiento de sus objetivos y fantasías grandiosas 
La depresión
Podemos interpretar los acontecimientos de la obra a la luz de este fracaso defensivo, que sume al protagonista en una particular reacción depresiva.
En 1917 S. Freud consideró que la reacción a la pérdida de un objeto real o imaginario para el sujeto era la depresión e, indudablemente, Willy Loman se enfrenta, en el periodo en que trascurre la acción, a diferentes y significativas pérdidas: por un lado, pérdida de sus habilidades, su rendimiento laboral, su sueldo y, finalmente, de su propio empleo. Podemos entender que, en este caso, el trabajo estaba actuando como objeto de la actividad narcisista, es decir, aquel objeto que permite realizar una actividad que proporciona satisfacción narcisista. Perder su puesto de trabajo -además de disminuir drásticamente la oportunidad de Willy de sentirse valioso e importante- supone la pérdida de una identidad y de un proyecto vital, de sus aspiraciones contempladas como el único medio de gratificación de unas exigentes necesidades narcisistas.
No se trata únicamente de la pérdida del objeto, sino de la permanencia de un intenso deseo unida a la representación de su irrealizabilidad (Bleichmar, 2003). Estas especificaciones son de especial relevancia en el caso que nos ocupa. La edad de Loman y las limitaciones de su situación le colocan ante la perspectiva del fracaso que ha representado su vida en relación a los criterios de valoración por él mismo creados.  
Si bien logra elevar las defensas narcisistas y maniformes momentáneamente, muy pronto vuelven a caer y, a partir del despido, le observamos más claramente disfórico, lloroso, sintiéndose “hundido”, con una irritabilidad y desorganización que bien podríamos atribuir a un síndrome depresivo. Pero ¿de qué tipo?
Se trataría de una depresión narcisista frente a la variante culposa del trastorno. La distinción tiene que ver con los rasgos de personalidad prevalentes en el individuo, si bien ambas condiciones pueden presentarse mezcladas (Bleichmar, 2003). Alude a sentimientos de frustración en el logro de aspiraciones narcisistas y podríamos entenderlo como el colapso de su sentimiento omnipotente tras un largo tiempo de negación de sus limitaciones individuales y de las evidencias externas.
Desde una integración de la perspectiva psicoanalítica del Yo, la teoría de las Relaciones Objetales y la perspectiva cognitiva evolutiva, el grupo de Sidney J. Blatt ha propuesto una distinción fundamental entre depresiones anaclíticas (dependientes) e introyectivas (autocríticas). Loman encajaría en la segunda de las conceptualizaciones, caracterizada por sentimientos de falta de valía, inferioridad, fracaso y culpa. Siguiendo a Blatt (1998), estos individuos se embarcan en un autoescrutinio y una evaluación constantes y tienen un temor crónico a la crítica y a perder la aprobación de otros significativos. Luchan por un logro y perfección excesivos, a menudo son muy competitivos y trabajan duro, se exigen demasiado, y con frecuencia consiguen grandes logros, pero con escasa satisfacción duradera. A causa de su intensa competitividad, también pueden ser críticos con los otros y atacarlos. Mediante la sobrecompensación, tratan de lograr y mantener la aprobación y el reconocimiento.
Esta descripción tiene importantes puntos en común con las imágenes de Willy Loman presumiendo de su éxito profesional presente o previsto, esforzándose indeciblemente por medrar y obtener reconocimiento y admiración, mostrándose despectivo con su vecino y tremendamente sensible a las críticas externas, tal y como evidencia el hecho de llevar meses guardando con dolor el recuerdo de un compañero burlándose de él. En tal ocasión reaccionó con agresividad manifiesta, asestando un bofetón a quien había escuchado compararle con una foca.
Hay un gran número de concepciones psicológicas actuales que convergen en la explicación de los fenómenos depresivos desde un modelo de vulnerabilidad-estrés (Belloch, 2008). Uno de los hallazgos más consistentes, en este sentido, es la pérdida o abandono temprano como factor de riesgo para patología depresiva posterior (Repetur y Quezada, 2005). Esta condición está presente en Willy Loman, cuyo padre desapareció tempranamente sin que conozcamos los detalles.
No obstante, desde una perspectiva psicodinámica se hace imprescindible considerar el sentido de cada estresor particular y la congruencia con los esquemas o áreas de autodefinición de la persona en concreto. Siguiendo las conclusiones del trabajo de Hammen y col (1985) las depresiones de personas “dependientes” (cuyo sentido de sí mismo depende esencialmente de sus conexiones sociales) se relacionan con eventos vitales negativos de relevancia interpersonal, mientras que los sujetos “autocríticos” (que como Willy Loman, vinculan su autovaloración principalmente con cuestiones de dominio y logro) se deprimen en situaciones de fracaso en el logro, tales como las frustraciones laborales que desencadenan la reacción depresiva coherente con sus motivaciones previas.
Nos son de utilidad, para entender el sufrimiento psíquico de Loman, otras aportaciones teóricas como la de Bibring (1953) que entiende la depresión como un estado afectivo del yo caracterizado por indefensión y descenso de la autoestima, resultado de la tensión entre realidad y aspiraciones narcisistas fuertemente investidas. En el caso de Willy, los objetivos significativos para su narcisismo firmemente mantenidos pertenecen al orden del deseo de ‘ser fuerte o superior’ y, como consecuencia de lo anterior, ‘ser valioso o amado’. Cuando la realidad se hace difícilmente compatible con estas metas, Willy parece caer gradualmente en un estado de impotencia o desesperanza.
Vale la pena detenerse a reflexionar sobre la relevancia de este concepto y recurrir a la definición operativa que ofrecen los modelos  sociocognitivos de la depresión (Belloch, 2008). Desde esta perspectiva la desesperanza es hipotéticamente causada por la adición de expectativas de aversión (expectativa negativa acerca de la ocurrencia de un suceso valorado como muy importante) y expectativa de incontrolabilidad (sentimientos de indefensión sobre la posibilidad de cambiar la probabilidad de ocurrencia de ese suceso).
¿Podría Loman sentirse desesperanzado -e incluso desesperado- al pensar que va a perder todo lo que es y le hace valioso, y sentirse impotente para cambiar la situación? Esto podría ayudarnos a entender por qué no acepta el trabajo que le ofrece su amigo pero sí el dinero a modo de préstamo. En primer término, supondría una aceptación plena y estable de la realidad que, Loman no estaría en condiciones de metabolizar. Además, podemos enriquecer nuestra hipótesis sobre la base de que aceptar un empleo ofrecido “por compasión” supone resignarse a ser un perdedor, mientras que el oposicionismo es una forma de autoafirmación narcisista aun en un momento de gran fragilidad. Por tales razones, para Willy ese empleo no es una salida aceptable a la situación de fracaso que vive. Pero, ¿qué otra salida le queda una vez rotas todas sus aspiraciones?  
Lo que está en juego durante los últimos días de Willy Loman no es tanto la supervivencia económica per sé, sino su valor como persona. Apostó tan fuerte a una sola carta que no encuentra posible cambiar de itinerario. En otros términos, el abismo que se abre entre su estado real y el estado ideal del self resulta insalvable para el protagonista, como si se hubiera roto su sueño vital y no fuese susceptible de reparación o sustitución alguna. Incluso la última esperanza, depositada en su hijo, se revela inútil. La indefensión es tan clara, que finalmente llegará al suicidio.
La desesperanza, de hecho, ha demostrado ser un potente predictor del riesgo suicida (Gabbard, 2008), al estar vinculada a una rígida visión de uno mismo que no admite modificaciones a pesar de las repetidas desilusiones. Podemos entender que, cuando Willy no puede vivir de acuerdo a sus propios requerimientos, el suicidio empieza a configurarse como la única vía posible.
Ninguna explicación unicausal es suficiente para explicar fenómenos multideterminados. La decisión de suicidarse que toma el protagonista es sin duda resultado de complejas fuerzas que operan internamente, hasta el punto de vencer la usual potencia de la motivación de autoconservación. 
El suicidio
Regresemos, con la noción de una patología previa del narcisismo, a interrogarnos sobre el acto que pone fin a la vida de Loman. Por un lado, podemos entender que se trata de un acto que le permite escapar y saltar sobre la enorme herida narcisista sufrida. Además, se puede plantear este suicidio como la búsqueda o defensa de una identidad (Valls, 1985), pues de algún modo Willy puede sentir que terminando su vida en ese momento determinado mantiene una imagen productiva y próspera en lugar de entrar en una espiral de decadencia. En esta línea podemos interpretar su frase “¿Voy a seguir lo que me queda de vida reducido a la nada?” o “¿Acaso necesito más redaños para quedarme aquí el resto de mi vida, convertido en un cero a la izquierda?”.
Si observamos detenidamente las manifestaciones de Loman encontraremos rápidas y bruscas oscilaciones en su afecto y autoconcepto en función de los estímulos externos. Tan pronto se vanagloria de su éxito y popularidad como se muestra decaído y derrotista. Esta vulnerabilidad narcisista en forma de fragilidad en la regulación de la autoestima ha sido tomada por Henseler (1974, citado por Ronningstam 2005) como la base para que el suicidio cumpla una función de salvar la autoconsideración (self-feeling o self-regard).
Otros autores de máxima relevancia como Kernberg o Kohut (citados en Ronningstam, 2005) añaden el rol de la agresión autodirigida, sugiriendo que la rabia del ataque narcisista puede surgir de experiencias de humillación, amenaza u otras heridas del self. Más allá, Kernberg describió que tendencias de suicidio ego-sintónico pueden emerger con la fantasía subyacente, consciente o inconsciente, del reflejo de superioridad y triunfo de la propia vida sobre el usual miedo al dolor y la muerte.
Pero, además de la afrenta narcisista en sí, perder su posición y su trabajo deja a Willy especialmente desvalido. Esto se debe a su sobredependencia de la reafirmación externa. Es decir, Willy ha situado en el exterior los elementos que sustentan la representación gratificante de sí mismo, en forma de méritos obtenidos, alabanzas recibidas, posición socioeconómica, etc, pero descuidando en el fondo el valor intrínseco del ser humano independiente de sus realizaciones. Para Willy, el afecto y autoconsideración hacia sí mismo y hacia los familiares (más claramente observado en la relación con su hijo Biff) son dependientes de los resultados. En más de una ocasión afirma “valgo más muerto que vivo”. No se trata de un tema baladí, si atendemos a formulaciones que sitúan la pérdida de fuentes externas de sostén como precipitantes de suicidio en quienes dependen de ellas para el equilibrio de su autoestima (Ronningstam, Weinberg y, Maltsberger, 2008). 
Pensando en términos de sistemas motivacionales, el acto suicida de Willy Loman podría entenderse, además de como una respuesta a necesidades e impulsos narcisistas –tal y como se defendió anteriormente-, como influido por motivaciones de autorregulación emocional. Esta idea surge a raíz de la observación de cómo emerge una intensa angustia en el personaje a medida que su situación externa se viene abajo paralelamente a la caída de las defensas que habían venido funcionando con mayor o menor éxito anteriormente. Esa angustia no parece poder ser contenida y desorganiza progresivamente el funcionamiento de Loman.
De hecho, se ha propuesto que para el paciente narcisista el suicidio sirve como un regulador interno que compensa la pérdida de autoestima y el deterioro de la autorregulación emocional, es decir, la intolerancia o defectuosa capacidad de procesar los afectos, especialmente los sentimientos de rabia, vergüenza e inferioridad (Ronningstam, 2005). Es patente cómo ese sistema de regulación afectiva interna se muestra colapsado por momentos durante los últimos días de Willy Loman, quien se muestra incapaz de paraexcitar las intensas acometidas emocionales. En un momento determinado le oímos decir que está acabado y desde el exterior parece evidente que la herida narcisista es profunda y los recursos yoicos con que cuenta Willy son probablemente insuficientes para recolocarse en un estado homeostático.
El broche final al suicidio del protagonista es la consecución de 20000 dólares de su seguro de vida. Se trata de la suma que, en su opinión, es cuanto un hombre necesita para prosperar. Desde la perspectiva del dinero que obtendrá su familia como indemnización del seguro de vida (pensando especialmente en la relación con Biff y su deseo de favorecer sus perspectivas de futuro) podría argumentarse que también existe un papel del sistema motivacional de heteroconservación, si bien en relación a la ganancia narcisista de representarse como el que salva y provee. Cuando Loman piensa en el suicidio alude a la indemnización como a un diamante que puede tocar con las manos y, en sus propias palabras, obtendrá la veneración de su hijo mayor. Dará a Biff lo que necesita para triunfar e incluso superar a Bernard, conseguirá por fin un éxito y además demostrará su valor a quien le ha despreciado con un “memorable” funeral.
Este entierro es la última prueba de la irrealidad en la que estaba atrapado Loman. Es un panorama gris, desolador. Sólo acude su familia, Charly y Bernard. Del patetismo de la escena merece la pena rescatar la frase “ningún hombre necesita poco” que tan bien se ajusta a lo que sucedía a Willy.
Relaciones y vínculos interpersonales
Biff
Loman y su esposa han tenido dos hijos, uno de los cuales aún permanece viviendo con ellos. Pero es el mayor el que más relevancia cobra en sus continuas ensoñaciones y recuerdos: a través de sus recuerdos vemos a un Loman más joven, encantado con su hijo. Para Loman, Biff es guapo, fuerte, potencialmente un triunfador, y se lo hace saber con continuos refuerzos y alabanzas, trasmitiéndole fantasías de éxito ilimitado.
En los términos en los que se produce, esta relación sirve a Willy para el apuntalamiento de su autoestima y podemos plantear que utiliza a Biff como posesión narcisista del self: le imbuyó de valor y al “poseerlo” tal valor era sentido como propio, manteniendo el balance narcisista. Vuelca sus sueños e ilusiones de éxito en Biff y a través de logros de su hijo él podría –por fin- llegar a ser alguien, a triunfar.
Se trata de un mecanismo no consciente y, con toda seguridad, Willy no se percataba del perjuicio que causaba a su hijo, aunque llega a plantearse posteriormente si ha fracasado en su educación. A pesar del carácter libidinal (generoso, no agresivo) de la relación, ésta resulta sin duda perniciosa. El problema es que Willy se relaciona con su hijo en función de sus profundas necesidades narcisistas, pero este vínculo deja a un lado a Biff, que no existe en sí mismo, sino sólo para sostener el narcisismo paterno. Este narcisismo se alimenta, además, de la patente admiración y aprecio que recibe de su hijo.
Prestemos ahora atención a la perspectiva de Biff, quien en el momento en que transcurre la acción es un adulto que manifiesta sentirse desorientado. Desde que salió del hogar familiar ha llevado una vida itinerante por diferentes ciudades, con dificultades para mantener empleos poco cualificados, habiendo pasado incluso una temporada encarcelado por un robo, ya que con frecuencia comete hurtos sin que exista necesidad real y sin que pueda explicarse para qué lo hace. Biff carece de un proyecto vital y parece que no ha construido tampoco una red de relaciones a la que ligarse y por la que sentirse sostenido. Tampoco sabemos de ninguna relación sentimental con un grado de relevancia o profundidad.
¿Qué papel ha tenido el peculiar modo de vinculación descrito en su desarrollo y la organización de su aparato psíquico? ¿Cómo le han afectado los constantes elogios y las grandes expectativas depositadas en él por su padre? Willy hipernacisiza a su hijo, lo hace sentir especial, permitiéndole robar o no esforzarse en los estudios y, de este modo, Biff no puede desarrollar un self sano ya que ha carecido de las frustraciones necesarias.
Revisando brevemente algunas propuestas teóricas de Heinz Kohut podemos encontrar una base sobre la que construir las hipótesis sobre el personaje de Biff. Kohut redefine el narcisismo como una parte esencial del desarrollo del self y lo describe como una línea independiente de desarrollo de la personalidad (Ávila, Rojí y Saúl, 2004). Esta línea se inicia en un “narcisismo cohesivo” con fantasías de omnipotencia y fusión con las figuras parentales. La progresiva confrontación con la realidad irá dando paso a una separación y una autoestima madura. El trastorno narcisista tendrá lugar al producirse una aberración de este proceso esencialmente normal, sano y necesario para el crecimiento personal.
Siguiendo con las tesis de Kohut, para avanzar en este proceso de maduración y ante la pérdida de la perfección de la unión temprana madre-bebé, el niño utiliza una de las siguientes dos estrategias (Gabbard, 2009): El self grandioso, en el que la perfección es capturada dentro de sí, y la imagen parental idealizada, en la cual la perfección es asignada al progenitor. Con una progenitura adecuada el self grandioso es transformado en ambiciones saludables y la imagen parental idealizada es internalizada como ideales y valores. Cuando, por el contrario, se producen fallas empáticas generalizadas en las respuestas de los progenitores ocurre una detención en el desarrollo. Podemos observar a un Biff adolescente e incluso a un Biff adulto detenido en su proceso de maduración. El propio personaje refiere insatisfacción y sentirse “como un niño”. Echando la vista atrás observamos la ausencia de una frustración óptima en los padres, que continuaron llenándolo de omnipotencia como se haría con un bebé. Se prolongó excesivamente un proceso que es normal en una etapa temprana del desarrollo del self, y que, con un funcionamiento adecuado del entorno, suele evolucionar hacia la construcción de un concepto de uno mismo integrado, funcional y motivado por una serie de ideales realistas que dan sentido y significado a la vida.
La hipótesis aquí es que la actitud patológicamente aduladora de Willy Loman y el resto de la familia bloquea la posibilidad de que el narcisismo de Biff se fuese moderando y el hijo pudiese separarse de esa imagen parental idealizada. Se mantuvo un narcisismo cohesivo porque Biff no dejaba de ser el centro de todos los elogios del padre y no podía percibir sus propios déficits porque nunca fue criticado ni limitado: para Biff no había leyes, nada de lo que hacía podía estar mal (ni si quiera descuidar los estudios o robar). Como muy bien expresa él mismo, su padre le llenó la cabeza de auténtico humo. Lo único que Biff conoció sobre sí mismo a través de los demás era que lo tenía todo en la vida. Los otros significativos son el espejo en el que el niño se mira y a través del cual se construye a sí mismo, y la imagen que percibía Biff era la de un chico fuerte, atractivo y con un brillante futuro por delante. Incluso aprendió que sus deseos prevalecían sobre los deseos ajenos o sobre las exigencias de la realidad. Loman le trasmite que las normas generales no recaen sobre él, que está por encima de cualquier regulación y merece una consideración especial. Así, prácticamente le aplaude por llevarse sin permiso un balón del gimnasio
-    Probablemente el entrenador te felicitará por tu iniciativa.
-   La verdad es que me felicita continuamente por mi iniciativa, papá.
-    Eso es porque le caes bien. Si otro chico cogiera este balón, se armaría un escándalo.
En otras escenas observamos cómo Willy permite que Biff robe, o considera inoportunos los consejos de su compañero Bernard para que Biff estudie de cara a los exámenes finales. Willy bromea con todo ello, no establece límites, no es portador de ninguna ley simbólica. ¿Qué puede extraer el joven Biff de esto? “Yo puedo hacer lo que quiera, las reglas no están hechas para mí porque valgo más que el resto”.  
El descubrimiento de la infidelidad del padre tiene un papel crucial en el desarrollo psicológico de Biff, al suponer una brusca confrontación de la realidad que rompe de lleno con la imagen ideal de su padre y, como consecuencia, con la propia concepción de sí mismo. Biff descubre que todo cuanto creía es una mentira y si la realidad es un fraude él también debe serlo. Así, la decisión de este personaje es romper con ese futuro brillante que se ha tornado en otra falsedad más, o quizá en ese momento sea el modo de responder y dañar a su padre que tanto le ha dañado y decepcionado. Biff quema sus zapatillas y se marcha de casa. Con ello cree haber roto con su padre, pero el conflicto persiste y años después le sigue inquietando y afectando qué piensa sobre él (le pregunta a su hermano sobre la burla que percibe en los ojos del padre).
Esta marcha supone un espacio para “chocarse con la realidad”, que tan distinta es de lo que siempre habían predicho para él. Durante su crianza Biff no adquirió las herramientas necesarias para manejarse en la vida, tolerar e integrar sus fallas y frustraciones, de modo que su adaptación es muy complicada. No obstante, parece contar con recursos yoicos que le permiten un contacto con la realidad y una coherencia esperanzadores si se embarcase en un trabajo terapéutico.
Biff lleva una vida totalmente desajustada. Se siente sin rumbo, no sabe qué puede ser más allá de un delincuente, pero tampoco encuentra satisfacción, sino que le angustia la sensación de “estar malgastando la juventud”. Parece encontrarse inmerso en la confusión de cuál es su valor real y a que tiene derecho. Creció sintiéndose único y aprendió que el valor de uno reside en lo que consigue, pero no parece haber conseguido nada. Ocasionalmente repite la pauta paterna de embarcarse en sueños poco realistas (le propone a Harold comprar un rancho y hacerse conocidos vayan donde vayan, o fantasea con la posibilidad de iniciar un gran negocio de artículos deportivos) pero en el fondo siente que no es nadie. La oscilación en ambos polos provoca ese bloqueo y sentimiento de pérdida a los que con frecuencia alude. Repite su conflicto en busca de un equilibrio no hallado entre la omnipotencia en la que creció y el fracaso que vino después.  Su última visita a casa le permite tomar conciencia de parte de este funcionamiento “¡Me di cuenta de lo ridícula que ha sido toda mi vida! Hemos estado hablando en sueños durante quince años”.
La obra ofrece, de modo ilustrativo aunque simplista, una comparación que nos resulta interesante: Bernard muestra qué desarrollo podría haber tenido Biff de haber vivido otras circunstancias más adaptativas. El primo es la imagen del éxito conseguido por el esfuerzo individual y la “cordura de su entorno”, bases con las que no contó Biff. 
Harold (Happy)
El hijo menor siempre estuvo eclipsado por su hermano, mas no le observamos muestras de resentimiento por ello ni en la niñez ni en la etapa adulta. La pauta más predominante es la de realizar esfuerzos por llamar la atención del padre que no tiene mirada para él. Así, le repite con frecuencia que ha perdido peso y, posteriormente, que se va a casar. El silencio es toda la respuesta que obtiene. Miller dibuja con maestría este personaje cuando nos dice que, al igual que Biff, se siente desorientado, pero de un modo diferente ya que “jamás se ha permitido mirar de frente a la derrota, y por ello está más confuso y endurecido, aunque aparentemente se le vea más satisfecho“.
 Se ha convertido en un hombre con un empleo de poca relevancia y toda su energía pulsional es destinada a la seducción de mujeres con quienes establece relaciones sexuales puntuales. ¿Es sólo la motivación sexual lo que le empuja? ¿O quizá persiste en su pauta buscando en las mujeres esa reafirmación que le es vital? De hecho, si la mujer es la prometida de su superior parece resultar más estimulante (repitiendo esta pauta en varias ocasiones). Parece una forma de desplazar su rivalidad hacia otras representaciones más aceptables.
Si la disfunción es más patente en su hermano Biff, tampoco Harold ha salido muy bien parado. Los cimientos de esta vida superflua que ha construido son algo más firmes, y los mantendrá sin dejar que las cosas o las personas le toquen, sin asumir más responsabilidad  que la mínima necesaria, sin participar de ningún vínculo profundo. Parece como si anduviese de puntillas sobre una realidad idealizada a la que parece preferir no asomarse pues no quiere, o no puede, verla tan cruda y real como es. Cuando Biff se dispone a ser sincero con su padre, Happy insiste en que mantenga las mentiras y la esperanza ilusoria. No impacta en él la impotencia de Biff acerca de los planes suicidas del padre, dispersándose en aventuras amorosas cuando surge el tema. Elude la verdad y toda implicación, evitando hacerse cargo del dolor de su padre y escabulléndose con infantiles excusas de la confrontación con Linda.
Podemos observar el mantenimiento de sus estrategias de negación en el propio funeral, momento en el que no es capaz de asumir que su padre estaba equivocado y opta por mantener los castillos en el aire en los que siempre habitó Willy Loman.   
Linda
La esposa de Loman es una mujer dependiente, gratificadora del narcisismo del marido. Para Willy, funciona como otro apuntalamiento de su autoestima, siempre dispuesta a escuchar y validar sus ideas y sueños. En ocasiones le vemos apoyarse en ella, pero también gritarla y quitarle la voz, de nuevo sirviéndose de Linda para reafirmar su poder y superioridad.
Podemos pensar que los sistemas motivacionales de apego y heteroconservación son primordiales en la conducta de Linda. Tiende a defender a todos y a minimizar cualquier problema con el fin de mantener la armonía (por ejemplo, no valida las críticas a la vida disipada de Biff arguyendo que “se está encontrando a sí mismo”).
En los últimos momentos, incita con insistencia a los hijos a que se muestren cuidadosos con Willy, le alienten en sus proyectos y le muestren afecto, porque “no es más que un barquito en busca de su puerto”. Pero su actitud de cuidado fracasa por la tendencia a evitar la realidad: incluso habiendo encontrado evidencias de las intenciones autolíticas de su marido no se decide a encarar de forma directa el problema, sino que más bien lo normaliza y solicita a los hijos que actúen subrepticiamente. Su afán por satisfacer a su marido no le ha permitido señalar con suficiente fuerza los alejamientos de la realidad, ni intervenir en la educación de sus hijos para impedir la perpetuación de una dinámica perniciosa. Ella se desvive por que todos estén bien y principalmente trata de cuidar y proteger a Willy, pero jamás se atreve a confrontarlo y éste es su aporte a la continuación del problema.
 
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