aperturas psicoanalíticas

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revista internacional de psicoanálisis

Número 061 2019 Monográfico. Abordaje psicoanalítico del trauma I

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Dibujar el trauma: el potencial terapéutico de observar el testimonio visual del niño sobre la guerra

Drawing trauma: The therapeutic potential of witnessing the child?s visual testimony of war

Autor: Farley, Lisa - Tarc, Aparna Mishra

Para citar este artículo

Farley, L. y Mishra Tarc, A. (junio, 2019) Dibujar el trauma: el potencial terapéutico de observar el testimonio visual del niño sobre la guerra. Aperturas Psicoanalíticas, (61). Recuperado de: http://aperturas.org/articulo.php?articulo=0001066

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Resumen

La contratransferencia desempeña un papel a menudo descuidado  al presenciar el testimonio de los niños sobre la guerra y el trauma. Se presenta una noción dual de contratransferencia, basada en el trabajo de Winnicott y Klein, que implica tanto al conflicto interno relacionado con la experiencia vital temprana como a las nociones socialmente mediadas sobre la infancia, la guerra y el trauma que circulan en un momento y lugar determinados. Se utiliza un dibujo de un chico de trece años que vive en un campo de refugiados en Darfur para mostrar cómo la contratransferencia afecta a nuestra interpretación   del dibujo, aun cuando su simbolización en el lenguaje establece las condiciones para una respuesta potencialmente terapéutica. Se sostiene que una lectura psicoanalítica puede complementar la “terminología legal-consciente” en la que se ha enmarcado prioritariamente el archivo de Darfur (Felman, 2002, p. 5) Esta visión más amplia de la atestiguación implica leer el testimonio del niño tanto por la historia de violencia que transmite como por las historias sociales y emocionales que despierta en el testigo como   fundamento y posibilidad de justicia.

Abstract

Countertransference plays an often neglected role in witnessing children’s testimony of war and trauma. A dual notion of countertransference, based on the work of Winnicott and Klein, is offered that involves both internal conflict related to early life experience and socially mediated notions of childhood, war, and trauma circulating in a given time and place. A drawing by a thirteen-year-old boy living in the refugee camps in Darfur is used to show how countertransference affects our interpretation of the image, even while its symbolization in language establishes the conditions for a potentially therapeutic response. It is argued that a psychoanalytic reading can supplement the “legal-conscious terminology” in which the Darfur archive has been predominantly framed (Felman 2002, p. 5). This expanded view of witnessing involves reading the child’s testimony both for the history of violence it conveys and for the social and emotional histories it calls up in the witness as the ground and possibility of justice.


Palabras clave

Dibujo infantil, Efectos de la guerra.

Keywords

Child drawing, War effects.


Artículo original traducido y publicado con autorización: Farley, L. y Mishra Tarc, A. (2014) Drawing trauma: The therapeutic potential of witnessing the child’s visual testimony of war. Journal of the American Psychoanalytic Association, 62(5), 835-854. https://doi.org/ 10.1177/0003065114554419.

Traducción: Marta González Baz
Revisión: Irina Pérez Trinchant

En febrero de 2005, en una misión en los campos de refugiados a lo largo de la frontera de Chad y Dafur, los investigadores de Human Rights Watch Annie Sparrow y Olivier Bercault entrevistaron a adultos afectados por la guerra en Sudán. Los investigadores repartieron pinturas y cuadernos para mantener ocupados a los niños mientras documentaban el testimonio de los adultos de la violencia y el asesinato masivos. Mientras los adultos conversaban, los niños dibujaban, sin ninguna guía ni instrucción. Las imágenes que crearon describían escenas gráficas de atrocidades, bombardeos, masacre y violación: crímenes supervisados por el gobierno sudanés contra grupos étnicos -Fur, Masalit y Zaghawa, entre otros- de los que se pensaba que apoyaban la insurrección rebelde. Los dibujos no se limitaban a unos pocos niños. Human Rights Watch (2005)  informa que cientos de niños de pueblos y áreas de todo Darfur producían dibujos con la esperanza de que “el resto del mundo viera sus historias tal como se describían en su propio y único vocabulario visual de la guerra”[1].

Mientras se fraguaba una misión investigadora similar a lo largo de la frontera de Darfur, Anna Schmidt también descubrió la posibilidad de usar los dibujos de los niños como testimonio de los crímenes contra la humanidad. En 2007, las imágenes de los niños formaron parte de un forum legal cuando la organización no gubernamental (ONG) Waging Peace (2007) remitió quinientos dibujos a la Corte Penal Internacional de La Haya. Por primera vez en la historia, se reconocieron los dibujos de los niños como prueba en la legislación internacional. Refiriéndose al realismo gráfico de los crímenes descritos en los dibujos, Rebecca Tinsley, directora de Waging Peace, comentaba “Si esto no es una evidencia, no sé qué lo es” (Grice, 2007). La observación de Tinsley se traduce en una pregunta difícil que fundamenta la investigación aquí realizada: si los dibujos de los niños de Darfur constituyen una evidencia, ¿de qué tipo de evidencia se trata?

Si bien los dibujos se aportaron como evidencia ilustrativa para corroborar el testimonio de los adultos, sostenemos que el potencial de los dibujos solo comienza con su uso en un tribunal. En concreto, sugerimos que los dibujos sean leídos más a fondo, como transcripciones que inscriben las complejidades emocionales y las dificultades de presenciar la representación que estos niños hacen de la violencia masiva. Tomamos como axiomático el difícil recordatorio de Alexis Artaud de La Ferrière (2014) de que “cuando nos implicamos con testimonios de niños, de hecho no nos estamos  comprometiendo directamente con los niños testigos de la guerra” (p. 106). Sugiere de la Ferrière que, si no con el niño como tal, aquellos que trabajan con el testimonio del niño se implican en “fantasias profundamente arraigadas” sobre los niños, conjuradas bien a partir de nuestras infancias individuales o de las fantasías culturales que circulan en un momento histórico en particular (p.106)[2]. Aquí nos interesan las “fantasías profundamente arraigadas” como un rasgo del atestiguamiento del trauma infantil. Examinamos estas fantasías en dos sentidos. Primero, exploramos qué significa la fantasía desde el punto de vista de la noción clínica de contratransferencia, lo cual implica el papel del conflicto interno que surge en el intento analítico de responder al paciente. En segundo lugar, consideramos cómo se ve afectada  la contratransferencia por el conflicto externo y las historias sociales que moldean los significados que obtenemos de la infancia en un momento y lugar determinados.

Respecto a esto último, es significativo que D. W. Winnicott (1947) comenzara a teorizar el concepto de contratransferencia cuando se enfrentó al contexto histórico de la II Guerra Mundial y a la responsabilidad profesional de cuidar de niños afectados por la guerra. Algo en la simbolización que el niño hacía de la guerra, encontró Winnicott,  estimulaba un conflicto no resuelto en el analista. En esta intensa colisión de escenas emocionales y sociales, Winnicott instó a los analistas a distinguir entre emociones subjetivas y objetivas: las primeras pertenecían a los terrores y temores internos del analista, las últimas a la comunicación del niño de su experiencia de guerra. Más adelante, Winnicott (1960) definiría la contratransferencia como “el uso que el analista puede hacer de su propias reacciones conscientes e inconscientes” a la narración del paciente (p. 164, las cursivas son mías). Subrayando la cualidad simbólica de tal uso, Winnicott también describió la contratransferencia como "el trabajo que el analista hace con su mente" (p. 161)[3].

Seguimos el precedente establecido por Winnicott y Melanie Klein cuando sugieren una teoría del atestiguamiento del trauma infantil como una cuestión de contratransferencia que plantea un desafío al observador: preguntarse de dónde proviene el afecto, por qué persiste y cómo afecta a la propia historia psíquica y social. Sugerimos que la contratransferencia no necesita ser equiparada con la mala interpretación o la sugestionabilidad siempre y cuando sus efectos puedan ponerse a trabajar en el campo simbólico del pensamiento y la representación. Mediante la lectura de un solo dibujo de un chico de trece años que vive en el campo de refugiados de Darfur (Figura 1)[4], ilustramos cómo afecta la contratransferencia a la interpretación aun cuando su simbolización en el lenguaje -el “trabajo que el testigo hace con la mente”- establezca las condiciones para una respuesta potencialmente terapéutica. Para terminar, sugerimos que la lectura psicoanalítica puede complementar la “terminología legal consciente” en la que se ha enmarcado el archivo de Darfur (Felman, 2002, p. 5). Se pone de manifiesto la delicada naturaleza de la interpretación y una vigilancia constante frente al riesgo de un colapso simbólico en nombre de la verdad. La cualidad terapéutica del atestiguamiento implica el uso del lenguaje para mantener abierto el espacio interpretativo entre el niño y el adulto, en nuestro caso entre el dibujo de Mahmoud y las “preguntas y deseos” que este plantea en nuestro intento de atestiguar su representaicón (O’Laughlin, 2006, p. 186).

Esbozando el contexto: el dibujo de Mahmoud

El dibujo de Mahmoud es uno de los cientos recogidos por los investigadores y médicos que colaboran con las ONG que trabajan en los campos de refugiados ubicados a lo largo de la frontera entre Sudán y Chad. Como hemos apuntado, se enviaron quinientos dibujos de niños a la Corte Penal Internacional de La Haya, y otros llegaron a una audiencia internacional en una exposición que recorrió Europa y Norteamérica y en archivos digitales en Internet. En todos los contextos, los dibujos son inquietantemente consistentes con el registro histórico de los asesinatos que comenzaron en 2003, y que continúan asolando la región. Gráficas en su descripción del genocidio, las imágenes ofrecen una simbolización cruda e intensa de la lucha por la vida y la muerte. En su esencia, los dibujos describen una pérdida impensable: la de los seres queridos, de familia y amigos, de sus hogares, y de la seguridad que habitualmente se asocia con estos apegos profundos. En su conjunto, los dibujos evocan una inmensa oscuridad mediante el marcado uso del color y las figuras  toscamente esbozadas  de la muerte. La perspicaz atención de los niños al detalle en estas figuras amenazantes sugiere una necesidad apremiante de dominar la experiencia traumática en el momento concreto en que ráfagas de balas destruyeron sus familias, sus vidas, todo su mundo (Eth y Pynoos, 1985; Shapiro, 2010). Con escasas excepciones, los dibujos hacen poca o ninguna referencia al futuro. En cambio, parecen hacer la crónica de un presente continuo devastado por la violencia. En estas imágenes, la muerte para todos los relojes y deja a su paso un mundo vacío y en silencio.

De entre cientos de ellos, seleccionamos un dibujo, hecho por un niño llamado Mahmoud, para ilustrar la dinámica emocional y social de atestiguamiento abierta por la investigación psicoanalítica. A primera vista, el dibujo a lápiz de Mahmoud, coloreado con ceras, describe figuras de individuos en medio de una escena bélica. En una inspección más detallada, sin embargo, el espectador reconoce pequeños detalles construidos con gran precisión. Las personas en el centro de la escena están dispuestas en parejas. El niño identifica a estos individuos según su género añadiendo el detalle de la longitud del pelo. En la parte de abajo de la página aparece un conjunto de cuerpos menos identificables al revés y en una línea horizontal. Estos cuerpos boca abajo están dibujados sin color ni acción. Las manos de los hombres y mujeres que están de pie están unidas. Una figura que parece masculina está sosteniendo algo que parece un arma. Un pequeño helicóptero vuela en la esquina superior izquierda de la página. Esparcidas entre los pares de personas hay casas con llamas que salen de los tejados. En medio de los cuerpos sin vida, la escena es vívidamente animada, con figuras de acción humana que brotan de la página.

Un aspecto llamativo es la ausencia de rostros visibles en los individuos dibujados, un detalle que muchos niños habitualmente destacan en sus  representaciones literales de las personas. La ausencia de caras en el dibujo de Mahmoud ilustra gráficamente la tremenda inhumanidad de los crímenes que él presenció. Si bien ni las cabezas de las víctimas ni las de los perpretadores tienen rostro, están diferenciadas en su identidad, marcadas por género y color: las caras femeninas con pelo largo son marrón oscuro, mientras que las caras masculinas sin pelo son más claras, coloreadas de amarillo. Donde Mahmoud pudo haber añadido rasgos personalizados o humanizantes, cada rostro aparece en forma de garabato. Este esbozo abstracto de la cara es un rasgo que acompaña a todos los del dibujo, incluyendo a los muertos. También hay que señalar que los muertos no tienen ojos, género ni color.

Las preguntas que el investigador hace a Mahmoud, aunque breves, complementan el intento del espectador por comprender la escena:

Human Rights Watch: ¿Qué está pasando aquí?
Mahmoud: Estos hombres de verde están cogiendo a las mujerse y las chicas.
Human Rights Watch: ¿Qué están haciendo?
Mahmoud: Están obligándolas a ser esposas.
Human Rights Watch: ¿Qué está pasando aquí?
Mahmoud: Las casas están ardiendo.
Human Rights Watch: ¿Qué está pasando aquí?
Mahmoud: Esto es un Antonov[5]. Esto es un helicóptero. Estos de aquí, abajo en la página, estos son personas muertas. (Human Rights Watch, 2005).

El diálogo del niño con el investigador se corresponde objetivamente y de forma realista con las crudas ilustraciones representadas en la escena de violencia masiva. La pregunta simple del investigador “¿Qué está pasando aquí?” no dirige al niño en ninguna dirección concreta. En respuesta a la brevedad de la pregunta del investigador, el niño ofrece  respuestas igualmente breves de lo que está sucediendo en la escena. Mahmoud incluye detalles adicionales (p. ej. los hombres pintados de verde representan a los Yanyauid -guerreros de milicia-) para ayudar al espectador a comprender su dibujo.

El dibujo, acompañado del testimonio gráfico, es espeluznante. La escena describe a los miembros de la milicia capturando mujeres mientras un pueblo arde, con solo los muertos como testigos. En su respuesta a los investigadores, Mahmoud revela que las mujeres dibujadas en pie fueron violadas (obligadas a ser esposas); los dibujados boca abajo fueron asesinados. Sin duda, la escena que Mahmoud representa es una escena de atrocidad, sufrimiento masivo y degradación social, en que la milicia comete crímenes contra la humanidad de las mujeres y los niños. La representación visual ofrece una fuerte evidencia de esto. Aun así, la  consideración del dibujo como evidencia legal no elimina los significados del contenido emocional de la ilustración. Sugerimos que dentro de la descripción que Mahmoud hace de lo sucedido en Darfur hay una forma de significado no reconocido por la ley. Interpretar esta forma no verbalizada de conocimiento renueva para el niño la narrativa de un futuro más allá de la repetición silenciosa de un pasado doloroso. Recurrimos a la clínica para interpretar una forma no verbalizada de conocimiento al margen del imperativo legal de ofrecer evidencia.

Contratransferencia y “fantasías profundamente arraigadas”

Tanto el experto legal como el analista son acosados por la incertidumbre metodológica cuando interpretan los significados de una comunicación ilustrativa de violencia. Como testigos y profesionales de ayuda, a menudo los adultos llegan demasiado tarde a la escena del trauma del niño, aun cuando la emoción se siente inmediatamente. La preocupación apremiante junto con las impotencia, estructura el intento del adulto de interpretar el testimonio del niño. En la interpretación adulta convergen dos fuentes de transferencia, psíquica y social. Respecto a la social, de La Ferrière (2014), como hemos apuntado, demuestra cómo las “fantasías profundamente arraigadas” sobre la infancia en una cultura determinada se transfieren a la comprensión que el adulto tiene de la comunicación del niño (p. 106). Mientras que la idea generalizada de inocencia facilita las lecturas de las representaciones de los niños como puras o no mediadas, su análisis histórico apremia a los adultos a “reflexionar de manera crítica” sobre los testimonios de los niños como artefactos culturales con muchas capas, nacidos dentro de contextos, geografías, políticas y deseo (p. 106).

Junto con el historiador, aquellos que trabajan en profesiones de cuidado ya están inmersos en las ideas del niño y en lo que constituye su interés superior. En su trabajo con el pequeño Richard, Melanie Klein, por ejemplo, admite su implicación en la comunicación del niño. Especialmente frente a la comunicación que el niño hace de  las dificultades, ella admite el riesgo de que el analista se imponga demasiado en nombre de la educación o la moralidad, encubierta como “ayudarlo todo lo posible” (1961, p. 19). Describiendo su presencia analítica como una que crea “una gran simpatía con el sufrimiento del paciente”, reconoce que la mano amiga del analista no carece de defensa (p. 19). Klein era muy consciente de que estaba profundamente afectada por lo que buscaba describir en el paciente mediante la interpretación. En su intento de escuchar al niño, tropezaba con los hilos deshilachados de la infancia del adulto, arraigado en la impotencia y la angustia. Pero en lugar de rechazar la interpretación, Klein fue innovadora al considerar los conflictos que plagan la interpretación como oportunidades para el insight que pueden ser documentadas y analizadas junto con el análisis de la comunicación del niño.

Klein sugiere una dificultad constitutiva de la  contratransferencia que emerge de la cualidad asimétrica de la relación entre el niño y el adulto. Ella considera que esta dificultad implica la dependencia del niño del cuidado y del lenguaje del analista para el desarrollo de un sentido del self. La simbolización de la existencia interna del niño depende de la interpretación del adulto, que simultáneamente interfiere con el conocimiento existente del niño. Siempre impregnado del potencial de interferencia, al analista le corresponde “ayudar” al niño a aliviar su sufrimiento dándole un  sentido   que pueda encontrar y renovar con la distancia que permite el lenguaje.  Así, para Klein, el rechazo a interpretar conlleva riesgos muchos mayores en tanto puede dar lugar a la colusión del analista con la estrategia -y la tendencia- inconsciente a repetir silenciosamente, una y otra vez, la estructura de la experiencia traumática.

En su práctica, Winnicott abordó los peligros de la contratransferencia interna donde la la interpretación roza la malinterpretación de la existencia del niño al que busca representar. Si no se examina, sostiene, la contratransferencia conlleva el riesgo de “estructurar las defensas del yo del analista”, por tanto “disminuyendo su capacidad para hacer frente a la nueva situación” del niño (1960, p. 160). En el peor de los casos, Winnicott sentía que la interpretación dogmática señala la defensa “estructurante” del analista frente a la incertidumbre de la influencia que tiene en la narrativa del niño. A Winnicott le preocupaba que la habilidad interpretativa,  actuada como certeza analítica, redujera las respuestas del niño a solo dos opciones: “aceptación de lo que he dicho como propaganda” o “rechazo” rotundo de la interpretación (p. 10). En los contextos contemporáneos los psicólogos continúan apoyándose en la advertencia de Winnicott frente al deseo de certezas del adulto y su “sugestibilidad”, un término que denota el uso consciente o inconsciente que el adulto hace del lenguaje para solicitar al niño que corrobore el testimonio adulto (Cesi et al., 2002, p. 117; Saywitz, 2002)[6]. El riesgo, apuntado por Klein, es tanto la vulnerabilidad del niño a la autoridad como la contratransferencia no examinada del adulto, que se traduce en una demanda inconsciente de certidumbre y conformidad.

Más allá de la historia psíquica del analista, Adam Phillips (2000) considera cómo la contratransferencia también se ve afectada por la presión del mundo exterior. Para Phillips, es importante que las primeras teorías psicoanalíticas de la mente del niño en guerra consigo misma emergieron en el contexto de un mundo en guerra. Phillips llega a sugerir que los analistas de niños transfirieron el contexto externo de la guerra a las teorías sobre la guerra interna del niño con los otros amados y odiados. Cuanto más cruenta era la guerra y más alto volaban los bombarderos alemanes, más clara es la dirección de la atención analítica hacia el niño. En el niño emergía la promesa de presenciar “la vida inconsciente” en la relativa seguridad de la base simbólica de la teoría (Phillips, 2000, p. 42)[7]. Además, la atención en el análisis a las técnicas visuales, observada en el trabajo de Klein y de Winnicott, apunta a un efecto secundario del conflicto externo. Los dibujos de los niños representan sin palabras la experiencia de los adultos  en medio de la guerra que se libra encima de sus cabezas[8]. Donde los sentimientos internos de impotencia se encuentran con la angustia social provocada por la guerra, Phillips ve el deseo de dominio en la atención analítica al mundo interno del niño, un paralelismo que encontramos en la atención a las líneas meticulosas del dibujo del niño como evidencia de una verdad inmediata. 

Dentro y fuera de la clínica, la interpretación del testimonio del niño tiene rasgos de los conflictos sociales y psíquicos asociados con el hecho de presenciar su difícil contenido. Tanto en el adulto como en el niño puede haber deseos de certeza, fantasías de poder y victimización, y deseos de ser curado y protegido frente al terror de la impotencia y la rabia. La transferencia del niño y su réplica en el adulto hacen difícil saber qué significados del trauma pertenecen al acontecimiento y su narración, y cuáles pertenecen a las “fantasías profundamente arraigadas” del adulto sobre “los niños” y el niño analizado. Sugerimos que la atención analítica a las tensiones de la contratransferencia social y psíquica abre el testimonio del adulto a lo que Hans Loewald (1979) denomina “autorresponsabilidad” (p. 760). Reflejando las discusiones sobre contratransferencia, para Loewald la cuestión de la responsabilidad tiene que ver con mantener aparte la ansiedad que surge al presenciar la representación del niño y la que surge del conflicto interno del analista consigo mismo.

El concepto de contratransferencia implica una capa interna de responsabilidad para los expertos a cargo de verificar el dibujo del niño como evidencia legal. A los ojos de la ley, la experiencia traumática debe convertirse en instrumental para el propósito legal de ofrecer la verdad más allá de cualquier duda razonable. Legalmente, las ilustraciones que los niños hacen de las atrocidades humanas en Chad y Darfur tienen importancia cuando y si se juzga que representan literalmente la realidad y verifican el testimonio del adulto. Más allá de este uso legal, sin embargo, la dirección analítica que tomamos de Winnicott y Klein dirige nuestra atención al interior para buscar los afectos adultos que se desatan en el esfuerzo de presenciar el sufrimiento del otro. Sugerimos que atender a la contratransferencia del adulto en la interpretación de la comunicación del niño establece las condiciones para la reparación psíquica y social, irónicamente, porque se yergue como un recordatorio de que la comprensión que el adulto tiene de lo que pasó es incierta, parcial e incompleta (Mishra Tarc, 2011). La cualidad transferencial de la representación produce potencial terapéutico por su naturaleza colaboradora, sus  huellas conflictivas y la complejidad del trauma tras el juicio en un tribunal.

Basándonos en la ética del analista de ofrecer una interpretación suficientemente buena, volvemos al dibujo de Mahmoud para ilustrar la diferencia que puede suponer una lectura analítica del testimonio visual del niño. Lo que nos interesa no es verificar la verdad que hay tras los acontecimientos traumáticos que dibuja, sino simbolizar el contenido emocional animado en nuestro encuentro con los detalles enigmáticos de su testimonio visual. Cabe señalar, por tanto, el modo en que nuestra lectura se ve afectada por la contratransferencia de nuestros propios deseos, arrepentimientos, fracasos y temores, así como las ideas sociales que traemos sobre la infancia para obtener significación de su comunicación visual. La narrativa que construimos a partir del dibujo de Mahmoud es ciertamente parcial, prestando atención a puntos donde el significado se pierde para nosotros y a momentos en que sus líneas de trauma contactan con nuestras vidas internas. En el área gris entre la representación de Mahmoud y los significados que obtenemos de ella se halla la “autorresponsabilidad” del testigo para tener en cuenta los conflictos internos, las  supuestos epistemológicos y los marcos sociales que moldean e interfieren con la interpretación. Para los analistas que hemos mencionado, esta explicación emocional es también la mejor oportunidad para que el adulto "se encuentre con la nueva situación" del niño (Winnicott, 1960, p. 160).

Visualizar la contratransferencia y la “nueva situación” de Mahmoud

En muchos sentidos, el dibujo de Mahmoud es un acto sofisticado de atestiguamiento que hace uso del color, la textura, la situación y la forma. Es revelador su uso y no uso del color para retratar la  vida de las figuras del dibujo.  Usa el color para las figuras que están vivas. En claro contraste, las figuras de muerte carecen de color, indicándonos una representación irrecuperable de cuerpos muertos. Trayendo la muerte a la vida en su simbolización, las figuras de Mahmoud carecen de rostro. Este rechazo a dibujar caras nos indica una eliminación simbólica del rostro y los ojos. En el contexto del dibujo de Mahmoud, este detalle también nos puede hablar del peor temor del niño y el adulto: la desfiguración de la propia existencia. En realidad, el posicionamiento cara a cara de los cuerpos sin rostro de Mahmoud es discordante. Estas figuras sin rostro, pero con género y raza enfrentadas entre sí dan testimonio de los actos de deshumanización infligidos por los hombres a las mujeres.

 Alineando a los adultos muertos a lo largo del borde inferior de su ilustración, el niño  exhibe los crímenes contra los que los adultos muertos ya no pueden actuar ni hablar. También apreciamos, en su descripción de un mundo adulto sacudido por la violencia, la notoria ausencia de niños. Esta eliminación deliberada de los niños de la escena del crimen sugiere una comunicación que también puede ser difícil de escuchar para el adulto: mediante la violencia, el adulto crea un mundo sin niños y, por tanto, sin futuro. En estas huellas del trauma crípticas pero contundentes que surgen de la página encontramos la sensación de lo impensable que transpiran los crímenes que él dibujó. La detallada ubicación de las figuras de Mahmoud en una escena de violencia caótica nos parece significativa. En sus elecciones estéticas, el niño representa una relación con las profundas pérdidas a las que ha sobrevivido. En algún lugar entre el dibujo del niño y la interpretación adulta está la verdad de lo sucedido a Mahmoud y los niños de Darfour.

La cuestión, para nosotros, no es cómo establecer el contenido de la imagen, sino, basándonos en Klein y Winnicott, representar los conflictos y asociaciones incrustados en los detalles enigmáticos. El testimonio del niño incluye para nosotros, como testigos posteriores, un intento de soportar el atestiguamiento a la cualidad no  visible e impensable de la experiencia traumática, una impotencia radical nacida del fracaso lamentable del adulto en prevenir que suceda. Junto con la impotencia puede existir, también, el odio del niño a esta frágil relación. En realidad, el dibujo de Mahmoud desfigura la muerte irreparable, detalles que podrían funcionar inconscientemente como el ritual de envolver en un sudario: un acto que “disminuye nuestra exposición a su forma humana”,  minimizando así el sentimiento consiguiente de ser “impotentemente pasivo” ante la vulnerabilidad de la humanidad, tanto la suya como la nuestra (Furlong, 2013, p. 475).

La inclusión que Mahmoud hace de detalles enigmáticos presenta una historia de acontecimientos más allá de su uso como prueba legal. En estos detalles hallamos una historia de adultos que le han fallado al niño. Si prestamos atención a los aspectos del testimonio visual que restan valor a lo literal, emerge otra historia, incompleta. Esta versión de la historia  declara su  sublevación mediante el vehículo de la estética del niño. Los detalles enigmáticos que “decoran” y, en ocasiones, “embellecen” su descripción literal sugieren aspectos de la experiencia interna y externa que son difíciles de representar literalmente. Sostenemos, junto con Klein y Winnicott, que los detalles estéticos del niño no son meramente fantasiosos o fantásticos; muestran la llamada simbólica de este niño a ser escuchado en un registro que trascienda lo literal, en la medida en que el adulto pueda arriesgarse a rastrear “las cuestiones y deseos” que hay tras su comunicación visual (O’Laughlin, 2006, p. 186).

El dibujo de Mahmoud ilustra gráficamente actos criminales que se infligen contra las figuras humanas que llenan la parte baja de la página. Nuestras interpretaciones pretenden poner de manifiesto su contenido no verbalizado: angustia, temor, desesperación y esperanza. Con las caras giradas de Mahmoud construimos una insinuación de acusación hacia el testigo adulto que no puede ver la humanidad del niño ni atender la llamada de su drama. En esta ceguera al contenido subjetivo, que irónicamente es el icono de la objetividad del tribunal, encontramos a un adulto que repite a la inversa el conflicto de la impotencia que la representación traumática deja tras de sí. Donde estaba la impotencia, existirá la “ilusión de certeza” prometida por el procesamiento legal del enemigo (Stolzenberg, 2007, p. 377). A partir de nuestra implicación con los dibujos de Mahmoud, sin embargo, concluimos que la reparación social del trauma de un niño requiere más que la ilusión de certeza y el procesamiento del enemigo. A pesar del necesario acto legal del juicio, sigue a la fuga el enemigo interior, con el que, sugerimos, el testigo adulto debe reconciliarse en el esfuerzo tardío por responder al trauma (Schmeiser, 2007).

El adulto que presencia el trauma, aun actuando en nombre de asegurar la justicia para el niño, nunca es inocente. Es más, desde el punto de vista del analista, el testigo adulto se ve afectado y a la vez  implicado en la fuerza de los acontecimientos traumáticos que busca reparar mediante la interpretación de los esfuerzos simbólicos del niño. Y aún así la mera idea de la objetividad ciega a la que recurre el tribunal escinde la dimensión emocional del trauma a la que busca hacer justicia. Encontramos esta tendencia adulta a separar la dimensión emocional de la representación que el niño hace de la verdad en la respuesta de la investigadora en derechos humanos Carla Rose Shapiro (2010), quien enmarca la importancia del archivo de Darfur según el estándar del conocimiento objetivo reconocido en el tribunal de los adultos. Subrayando la calidad literal de los dibujos de los niños, escribe “algunos bocetos incluyen detalles suficientes como para identificar las armas reales, como han afirmado expertos en armas que han revisado la obra de arte” (p. 232). Mientras que nuestra orientación es hacia el significado simbólico que contienen los detalles enigmáticos, Shapiro “no [encuentra] lugar aparente para el escapismo o la decoración” en las imágenes (p. 233). En su defensa del realismo del niño, Shapiro justifica la importancia del testimonio de los niños como fuente objetiva y fiable de evidencia legal. Y aun así, nosotros proponemos que la negación que Shapiro hace del escapismo y la decoración es sintomática de una “fantasía profundamente arraigada” de que el juicio legal puede establecer, de una vez por todas, la experiencia del trauma. Sin examen analítico, la insistencia de Shapiro en el realismo repite irónicamente la lógica del trauma que escinde el contenido emocional del acontecimiento como tal. Sigue a la espera y sin resolver la cuestión terapéutica de cómo el niño y el adulto pueden volver a estos acontecimientos traumáticos con una segunda oportunidad de integrar el contenido emocional olvidado asociado a ellos: contenido que es inadmisible como prueba en un tribuna en nombre de verificar y juzgar la verdad.

Nuestra interpretación especulativa del dibujo del niño  intenta narrar los posibles conflictos no verbalizados -del niño y nuestros- con la perspectiva de establecer nuevas conexiones con la situación de historia traumática del niño.  Donde el concepto clínico de la contratransferencia se refiere al retorno del conflicto interno, existe una cuestión  añadida de cómo los conflictos externos de historia social pueden salir a hurtadillas por la puerta trasera de la interpretación del adulto. La idea  actual dominante de  la infancia “inocente”, por ejemplo, puede encontrar su lugar en las interpretaciones adultas del testimonio de los niños como propiciadores de acceso a verdades inmediatas.  Las ideas sociales de la inocencia infantil también sirven para ocultar el interés político que el adulto tiene en el niño. Además, la urgencia moral por “hacer algo” para rescatar al niño  perdido puede ser un  posicionamiento cargado por la contratransferencia de sentimientos  hacia el niño que no puede ser salvado cerca de su hogar o en la consulta.

Mientras debatíamos los significados del dibujo de Mahmoud, nuestros propias historias individuales conflictuadas se entremezclaron y requirieron atención. Con el tiempo, y aún ahora, podemos reconocer en la fuerza de nuestra interpretación la fantasía y el deseo iniciales de deshacer la dolorosa historia que entrecortaban nuestros esfuerzos por saber “qué pasó aquí”. A la inversa, en nuestro requerimiento de múltiples lecturas, especulamos, también, con una potencial defensa frente al veredicto final que también significaría enfrentar la pérdida de una “fantasía profundamente arraigada” de rescatar al niño del daño. Mediante el análisis de la contratransferencia, nos encontramos frente a frente con lo que Jonathan Lear llama una “familia de limitaciones que caracterizan a la condición humana” (2006, p. 119). Su lista nos recuerda las siguientes realidades existenciales: no somos todopoderosos; no podemos cambiar lo que ya ha sucedido; somos relativamente impotentes frente al sufrimiento lejano; y el mundo que encontramos es, la mayoría de las veces, lo opuesto a lo que deseamos que sea. En este difícil contexto el concepto de contratransferencia analítica nos parece útil para elaborar nuestras fantasías de rescatar al niño, que en realidad nos rescató a nosotros del dolor desgarrador de hacer frente al trauma del otro.

Cuando los médicos e investigadores, incluyendo Anna Schmidt, Annie Sparrow y Oliver Bercault, entregaron pinturas y papel a los niños de Darfur que vivían a lo largo de la frontera de Sudán y Chad, no podían prever el profundo impacto de su gesto en el escenario internacional. Más allá de la corroboración de que el dibujo de Mahmoud presta testimonio adulto de crímenes contra la humanidad, el dibujo logra, sin pretenderlo,  la capacidad de construir significado, cualidades que exceden el objetivo legal de probar un crimen. En el testimonio visual de Mahmoud encontramos un atisbo de la queja y el terror del niño por enfrentarse a un mundo sin protección. Pero también está nuestra propia queja, un efecto de la contratransferencia, tejida con los conflictos del atestiguamiento de los que hemos hablado. Aquí el conflicto oscila entre sentirse pasivamente impotente y aun así implicado en el uso “instrumental” del dibujo del niño. En nuestro esfuerzo por escribir sobre el significado emotivo y los efectos del atestiguamiento, nos arriesgamos a usar la comunicación del niño para nuestros propios fines.

En una segunda reflexión, y para concluir este artículo, encontramos algo de consuelo en la función analítica de la ley que el psicoanálisis de niños pone de manifiesto: el potencial terapéutico de la simbolización que un niño hace del trauma está entre el veredicto del adulto y  una renovación narrativa. Al final de su introducción a Consultas Terapéuticas, Winnicott espera que “se reconozca que al presentar estos casos no estoy intentando demostrar nada” (1971, p. 11). Con “No [...] intentando demostrar nada”, Winnicott buscaba prestar atención a la vulnerabilidad al error que acecha en el veredicto interpretativo del adulto y a la renovación de su importancia. En su rechazo a ocupar una posición como experto, Winnicott encarnaba a una autoridad orientada por el “discurso equitativo” que pudiera representar la experiencia emocional de los acontecimiento externos como “verdadera” precisamente porque estaban dotados de objetos y fantasías de la vida interna. La autoridad del discurso que tanto Klein como WInnicott querían cultivar es una de juego y especulación que favorece la creatividad, la hospitalidad y la libertad de expresión. Para estos analistas, la representación que el niño hace del trauma requiere y merece un análisis suficientemente bueno. Y esto, sugerimos, significa prestar atención a puntos en la representación que sobredibujan las líneas de certeza que separan la realidad de la fantasía y la realidad de sus inquietantes resonancias emocionales.

La verdad de no demostrar nada: del veredicto al potencial creativo de la ley

El dibujo de Mahmoud obliga al mundo a responder, aun cuando aviva el terror de un mundo vacío de responsabilidad adulta. Aunque el tribunal comparta con el clínico el trabajo interpretativo de buscar explicaciones a partir de pistas dispersas, el psicoanálisis busca liberar significados de experiencia que no cumplen el deseo de un veredicto. A este fin, enfatizamos el valor del psicoanálisis para iluminar otra función de la ley, que Julia Kristeva (2010) describe como “una que favorece la creatividad individual” (p. 170). En el psicoanálisis la función de la ley no es ofrecer un veredicto. Es cultivar la “autoridad del discurso equitativo” en el superviviente (p. 172). En la formulación de Kristeva, el discurso equitativo da voz a la condena  silenciada de la repetición traumática. “Esta ley con un discurso que tiene autoridad” sostiene, devuelve el acontecimiento del trauma al superviviente con la diferencia de su representación en una forma simbólica de la que “el sujeto es capaz de apropiarse” (p. 171). La autoridad creativa del discurso equitativo emerge de la capacidad del superviviente de hacer “conexiones renovadas” con contenido emocional olvidado que de otro modo se repetiría silenciosamente (p. 174).

La historia psicoanalítica del dibujo de Mahmoud es una que no termina con su presentación en un tribunal. Ni termina con nuestras interpretaciones especulativas y analíticas. El vocabulario visual de este niño, y tal vez el de todos los dibujos de los niños del archivo de Darfur, invita a una respuesta vigilante a la discrepancia entre lo que puede verse en la imagen y a lo que esta no puede contar. Atestiguar esta discrepancia es reconocer en la imagen la versión del niño de la historia que está pendiente de elaborar mediante múltiples intentos de simbolización, de forma no muy diferente a nuestra propia historia inacabada: y esto, a pesar de la urgencia de una decisión requerida para la justicia legal.

Sigue vigente la paradoja que Winnicott apunto hace décadas: el “terrible regalo” del trauma (Simon, 2006, p. 187) puede recibirse al no “demostrar” nada sobre él. Si probar la verdad más allá de cualquier duda razonable es la condición de la justicia legal, el psicoanálisis nos desafía a presenciar cómo es lidiar con el conocimiento que afecta a “fantasías profundamente arraigadas” de la capacidad del adulto de rescatar al niño de acontecimientos traumáticos comprometidos con la historia. Y sin embargo la ley del psicoanálisis traduce el sentimiento de ser “impotentemente pasivo” ante la historia traumática a una obligación de interpretar y representar su persistente fuerza afectiva. Donde puede sobrevivirse al trauma en forma simbólica, también puede llegar a ser posible  sublevarse  contra los marcos de certidumbre que nos mantienen a salvo de la implicación en el dolor del otro. Responder a este dolor, tal como interpretamos en los estremecedores detalles del dibujo de Mahmoud, requiere valor, voluntad y responsabilidad colectivos por parte de una comunidad adulta aparentemente impotente.

Actuar como adultos encargados de cuidar a los niños del mundo, por tanto, consiste también en narrar, interpretar, interrumpir y, si todo va bien, renovar los lazos simbólicos que funcionan contra la repetición de la historia traumática para generaciones venideras. La crisis y la posibilidad de hacerle justicia al niño es una interminable labor de representar los conflictos emocionales que acompañan al imperativo de interpretar que ninguna decisión legal puede absolver definitivamente. Sugerimos que el analista deja tras de sí un mensaje clave para los lectores del testimonio infantil, sea en la clínica o los encontrados, como en nuestro caso,  en el mundo técnicamente arbitrado en el que vivimos. Esto supone un desafío a leer y releer el testimonio del niño por la historia de violencia que busca representar y por las historias sociales y emocionales que evoca en el testigo como  fundamento y posibilidad de justicia.

 

[1] Recuperado de http://www.hrw.org/sites/default/files/features/darfur/smallwitnesses/intro.html

[2] Carolyn Steedman (1995) encuentra, también, que la construcción adulta de la inocencia infantil está hecha de la transferencia adulta rebosante de agresión, sexualidad y deseo. Para ella, las representaciones de la infancia, incluso aquellas producidas por los propios niños, no pueden leerse como si contaran verdades sin mediación. De hecho, estos documentos pueden decir más acerca de los  supuestos y deseos del adulto en su infancia que de la experiencia real de los niños.

[3] En el artículo de 1960, Winnicott estaba respondiendo a una tendencia que identificó en la comunidad analítica, que implicaba explicar los fallos de los analistas con sus pacientes apelando al fallo de “los propios análisis de los analistas” y en general impugnando su salud mental. Winnicott consideraba “fútil” este debate (p. 158). Al mismo tiempo, también amplió su alcance, considerando los “fenómenos altamente subjetivos” que entran en juego en la profesión de asistencia del trabajo social más allá de la clínica (p. 159). Winnicott reconoció que “hay un uso mucho más pleno de los fenómenos transferenciales en el psicoanálisis que en el trabajo social” (p. 159). Pero también apuntaba que, no obstante, hay una circulación de “fenómenos subjetivos” en ambos campos. Reconociendo la situación única de la diada analítica, nos basamos en el insight de Winnicott examinando los “fenómenos subjetivos” en nuestro trabajo con las imágenes digitales del archivo de Darfur.

[4] Human Rights Watch ha concedido generosamente el permiso para usar el dibujo de Mahmoud (nombre ficticio).

[5] Un avión de guerra construido por el fabricante de aviones ucraniano Antonov.

[6] En el campo contemporáneo de la psicología forense, los investigadores tienden a estar de acuerdo en que la técnica del dibujo parece “más eficaz” cuando el terapeuta utiliza “indicaciones relativamente específicas pero no que dirijan, tales como “dibuja y dime todo lo que viste” (Pipe, Salmon y Priestley, 2002, p. 169). Aun así, apenas hay acuerdo sobre el valor de usar los dibujos de los niños como testimonio en un tribunal. De hecho, en su intento de asegurarse de que el “testimonio de los niños es preciso y tan ceñido a los hechos como sea posible”, Cesi et al. (2002) sugieren que los terapeutas eviten el uso de imágenes con los niños (p. 128). La razón que dan es que el dibujo, de forma muy parecida a la invitación a recrear acontecimientos mediante el juego, fomenta el embellecimiento y la imaginación. El efecto de la visualización y la dramatización, sugieren, supone el riesgo de la producción de falsos recuerdos positivos del trauma, dando lugar a acusaciones erróneas. En el caso de que el abuso haya tenido lugar realmente, la evidencia visual abre el terreno para desacreditar el testimonio de un niño sobre la base de que, para el abogado defensor, la visualización plantea una “duda razonable” que desacredita al testigo. Aun así, hay hallazgos diversos respecto al uso del dibujo para favorecer el testimonio fiel. Pipe, Salmon y Priestley (2002) informan que “pedirles a los niños que dibujen y hablen sobre el acontecimiento aumenta la información correcta que reportan los niños de entre cinco y diez años sin poner en peligro la exactitud, aunque es menos eficaz para niños más pequeños (entre tres y cinco años)” (pp. 168-169). Si bien la evaluación terapéutica y forense difieren en aspectos importantes, el compromiso psicoanalítico con la interpretación no aleccionadora guarda una asombrosa semejanza con la cualidad de preguntas no sesgadas de la entrevista forense. En otras palabras, ambos discursos expresan interés por la transferencia del niño, o la sugestibilidad, a manos del adulto como figura de autoridad. La esperanza es crear las condiciones que puedan mitigar o reducir las variables que pueden confundir la comunicación que el niño hace de la experiencia. 

[7] El impacto de la transferencia que el adulto hace de la transferencia en su opuesto -proteger al niño- también pareció reforzar los gestos reparadores de la profesión fuera de la clínica. En el trabajo en guarderías, albergues y escuelas y en la radio pública los psicoanalistas examinaron el impacto devastador de la separación prematura de cuidadores e infantes, el significado de la agresión interna y las condiciones sociales y cualidades psicológicas de la mente necesarias para resistir la explotación psicológica masiva de la política totalitaria: todas las indagaciones tocadas por la necesidad de proteger, salvar y cuidar a los niños en el contexto de guerra en el que los analistas vivían y trabajaban. No solo Freud construyó su teoría del trauma a partir de su análisis de los soldados que acababan de regresar de la I Guerra Mundial, los psicoanalistas de niños atendieron a niños durante la II Guerra Mundial. Klein analizó a niños y adultos afectados por la guerra a través de su simbolización visual y verbal. Con Dorothy Burlingham, Anna Freud abrió las guarderías Hampstead para el cuidado de bebés huérfanos "sin familia", incluidos los niños rescatados de un campo de concentración nazi (Shapira 2013). Winnicott era consultor del Plan de Evacuación del Gobierno y supervisaba los albergues para jóvenes evacuados al campo británico durante los ataques aéreos alemanes. Estando en este puesto, comenzó a experimentar con el dibujo como una forma de comunicación con los niños "que estaban dando problemas especiales" (Winnicott y Britton, 1944, p. 104; Farley, 2011). En ese momento Winnicott también comenzó a ofrecer programas de radio regulares sobre temas relacionados con la guerra, abriendo, podría decirse, un lugar de contención para un público ansioso (Farley 2012). Junto con Klein y John Bowlby, también se implicó en la Entrevista de Evacuación de Cambridge, editada por otra analista, Susan Isaacs (Shapira 2013). Bajo la dirección de Isaacs, Marion Milner (1938) publicó El problema humano en las escuelas, un estudio perseguido por las ansiedades de los estudiantes con respecto a la guerra, la muerte y la pérdida.

[8] Winnicott, quizás sin saberlo, llamó la atención sobre la calidad defensiva del cambio de la atención analítica hacia el interior en medio de un conflicto externo. El 3 de marzo de 1943, durante una reunión de la Sociedad Psicoanalítica Británica, informa Margaret Little, comenzó a ulular una sirena de ataque aéreo y llovieron bombas mientras la audiencia embelesada se sentaba a escuchar un artículo sobre la neurosis de guerra. Supuestamente, Winnicott se levantó para recordar al grupo la existencia real de la guerra fuera de las puertas de su seminario: "Me gustaría señalar que se está produciendo un ataque aéreo" (Little 1985, p. 41). Incluso entonces, la ponente, Elizabeth Rosenberg, continuó leyendo su presentación, como si estuviera protegida de las amenazas externas por su presentación sobre los efectos internos de la guerra. Como recuerda Little: "¡Nadie se dio por enterado y la reunión continuó como antes!" (p. 41).

 

Referencias

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