aperturas psicoanalíticas

aperturas psicoanalíticas

revista internacional de psicoanálisis

Número 072 2023

Ver en PDF

Invulnerables e invertebrados [López Mondéjar, 2022]

Invulnerable and invertebrate [López Mondéjar, 2022]

Autor: Garriga i Setó, Concepció

Para citar este artículo

Garriga, C. (2023). Invulnerables e invertebrados [López Mondéjar, 2022]. Aperturas Psicoanalíticas (72), artículo e7. 


Reseña del libro de Lola López Mondéjar (2022). Invulnerables e invertebrados. Anagrama. 348 pp.

 

Excelente trabajo de una autora consagrada tanto en los medios psicoanalíticos como en el ensayo cultural y antropológico, que, además, escribe narrativa.

López Mondéjar deja claro, desde la introducción, el realismo crítico de su mirada del mundo contemporáneo. Afirma que el neoliberalismo –la ideología actual que ha sustituido al estado de bienestar privilegiando el mercado competitivo y la libertad individual- ha producido cambios profundos en la sociedad y en los individuos. Estos cambios, que López Mondéjar califica de mutación antropológica (inspirada por Pasolini, 2009 y Berardi, 2018), son hacia el hedonismo y el consumo y traen consigo una disminución de la empatía.

En la primera parte del libro, para desarrollar y ejemplificar estos cambios, se centra en las individualidades normativas que esta ideología produce, fijándose en sus individuos mejor adaptados: los “triunfadores”. Una primera característica de los cuales es el consentimiento a las terribles condiciones de vida humana que tienen que tolerar, es decir, su insensibilización. La exposición continuada e inasimilable de los medios de comunicación del dolor del mundo sería inaguantable si nuestro umbral de sensibilización permaneciera intacto, por el contrario, cerramos los ojos y los oídos y esta manera de negar/rechazar nos construye.

López Mondéjar sostiene que el individuo contemporáneo hiperadaptado se crea una fantasía de invulnerabilidad y se identifica con la omnipotencia infantil, ante el dolor del mundo que le conecta con la impotencia y la indefensión; ante la precariedad laboral, que no le permite vislumbrar un futuro; ante la crueldad y hostilidad de las sociedades, que desprotege a los más débiles.

Además, postula que esta fantasía de invulnerabilidad, que coincide con la supuesta fortaleza de la masculinidad hegemónica, se ha universalizado, y que para mantener esta fantasía imaginaría la psique tiene que desprenderse del eje moral, puesto que la ética y la responsabilidad limitarían o debilitarían la creencia de invulnerabilidad. Así, llama invertebrados a los individuos desprovistos de este eje.

En esta primera parte López Mondéjar aborda tres tipos de invulnerables e invertebrados: los hombres y mujeres huecos; los actuadores; y los obesos. Describe a los hombres y mujeres huecos como aquellos que alejan la reflexión, que son indiferentes al sufrimiento propio y ajeno, amorales, sin compromisos sociales ni lealtades personales. Para los actuadores, que actúan para huir de la fragilidad, inmovilidad es sinónimo de angustia, de vacío de identidad. El mercado exige emprender, desplazarse, no detenerse nunca. Encajan a la perfección. Los obesos utilizan el mecanismo de defensa de la racionalización para alimentar su fantasía de invulnerabilidad y negar la iatrogenia de su ingesta excesiva, que a su vez niega la oralidad (entendida como manifestación de problemáticas psíquicas inconscientes y subyacentes).

En la segunda parte del libro López Mondéjar trata del amor, de la manera de relacionarse erótico-afectiva de los hombres y mujeres contemporáneos, que desarrolla en lo que llama el modelo Tinder. En esta sección hace una lectura exhaustiva de los roles de género y la sexualidad en el patriarcado y sostiene que las mujeres se están masculinizando. Propone una construcción subjetiva creativa que tenga características andróginas y que acepte la vulnerabilidad como posición más saludable. Con la misma sinceridad cruda que se expresa a lo largo del libro, titula la tercera parte “no-acabada” porqué admite que no se ve capaz de sacar conclusiones, que tal como está el mundo –capitalismo salvaje, crisis económicas, pandemia, cambio climático, guerras-se le hace muy difícil vislumbrar direcciones claras y esperanzadoras.

La fantasía de invulnerabilidad

Vulnerable es lo que puede ser herido o dañado, sinónimo de frágil.

López Mondéjar percibe una polaridad entre individuo moderno (consciente, racional, libre, autónomo,…) y la masa arcaica (inconsciente, irracional, conformista, manipulable, dirigida por un líder carismático,…).

La fragilidad del ser humano deriva de su dependencia y de su inmadurez biológica de nacimiento, neotenia, precariedad al nacer. Nacemos mucho más dependientes que otros mamíferos. El proceso por el que el bebé consigue hacerse independiente de sus progenitores –casi toda la vida- está en el centro de la psicología evolutiva y del psicoanálisis. El sentido de la vida surge en relación a los demás. Este lazo con los demás ha sido el más dañado en nuestra sociedad digitalizada. La pretendida autosuficiencia que se predica como ideal nos hace mucho daño.

Los analistas nos ocupamos del dolor psíquico, del sufrimiento humano que nos causa la falta de reconocimiento. Este está en la base de muchos traumas. Dependemos de los otros para ser humanos, y la interdependencia nos hace vulnerables al menosprecio, a la soledad y al abandono. El miedo a la pérdida, a perder los lazos y a que esta ruptura nos haga más frágiles, es uno de los sentimientos humanos básicos.

Las grandes aspiraciones del pensamiento hegemónico contemporáneo son la independencia y la autonomía, de manera que el reconocimiento de nuestra interdependencia se ha convertido en uno de los grandes tabúes de nuestra sociedad. La clínica moderna nos confronta con la negación de la fragilidad, poniendo en su lugar una ilusoria fantasía de invulnerabilidad. Ante la experiencia de vulnerabilidad extrema a la que nos confronta la precariedad de nuestras sociedades, parece como si la respuesta más adaptativa fuese su negación: la fantasía de invulnerabilidad.

¿Qué sujetos produce el neoliberalismo?

El estado de bienestar empieza a desmoronarse a partir de la crisis del petróleo del 73 y culmina su desmantelamiento con la ofensiva neoliberal de Reagan y Thatcher, hasta llegar al deterioro de las redes de protección social. El precariado (contratos basura, temporalidad, deslocalización) dificultan la elaboración de un proyecto de futuro a los jóvenes y no tan jóvenes. Se suma la caída de los ideales sociales y la ausencia de certezas, con lo que se incrementa la inestabilidad personal y colectiva.

La construcción de una identidad propia sin el sostén de la profesión y los grupos de referencia desencadena angustia; una identidad a la intemperie, que genera miedo cósmico, miedo a lo inconmesurable.

López Mondéjar distingue entre individuo y sujeto. Individuo es la persona que se percibe a sí misma con un perfil propio, formando parte de una colectividad, cuya identidad se funda en los eslóganes sociales. Sujeto es aquella persona que se ha creado una identidad singularizada, dinámica, reflexiva, en tensión con los ideales sociales y familiares, sin ninguna estabilización identitaria rígida.

En las sociedades capitalistas neoliberales aumentan las fuentes del miedo (el mercado, el FMI, el calentamiento global,…) y volvemos a la angustia sin nombre, indefinida, que se manifiesta en un incremento de malestar psíquico en forma de ansiedad generalizada, crisis de pánico y consumo de psicofármacos.

El malestar que caracteriza el siglo XXI, citando a Jappé (2019), respecto al del XIX que canalizaba la energía hacia el trabajo y el ahorro y reprimía la sexualidad (ahorro anal), se ha convertido en avidez oral, una regresión a una infantilización característica del capitalismo moderno y al narcisismo del capitalismo posmoderno, que tiene en el sentimiento de omnipotencia –que facilita la tecnología- el mecanismo de defensa contra la impotencia que produce la incertidumbre de la sociedad actual.

La dependencia que ha producido la globalización genera indefensión, que es negada inconscientemente. El sistema reclama a los individuos sostener la exigencia de seguir elaborando un proyecto propio en aparente libertad en un mundo incierto y precario. Es difícil, y algunas personas sucumben a la depresión, o a la manía, dos caras de la misma moneda: el desamparo. También a la clínica del vacío (Recalcati, 2008) que se caracteriza por la experiencia de falta de realidad y una sensación crónica de inexistencia y de indefensión aprendida (sabemos lo que pasa en cualquier lugar del mundo, pero no podemos hacer nada para remediarlo).

Estamos expuestos al dolor inconmensurable y no podemos hacer nada para evitarlo. El sentimiento que aparece es la impotencia de la que nos defendemos con la negación y la disociación. El sujeto producido por la posmodernidad toma como modelo la invulnerabilidad de la juventud, es un ser individualista, supuestamente omnipotente y pretendidamente autónomo, que niega la fragilidad y vive bajo el imperativo de la alegría y la búsqueda de la felicidad individual. El olvido rápido y el desapego afectivo son la condición de la adaptación social. El mecanismo de defensa básico es la disociación que permite desvincularse rápidamente, desconectar del conflicto y de los vínculos, para minimizar la angustia y sobrevivir.

Para sobrevivir a la cultura occidental globalizada la persona huye de los sentimientos, sobre todo de su propia vulnerabilidad; escapa de sus limitaciones y carencias –de su fragilidad- construyendo un falso self identificado con la fortaleza y con la fantasía de invulnerabilidad ilusoria. Adopta los valores del individualismo a ultranza, acumulación de experiencias, relaciones superficiales y plurales, vínculos frágiles, deslocalización y consumo. Y la bondad, en cuanto solidaridad, generosidad y cuidado de los vínculos se desprecia. De ahí que el individuo más adaptado a los requerimientos del sistema sea el psicópata: sin culpa, sin vínculos, sin escrúpulos, completamente invertebrado.

El psicópata es el extremo del narcisista. El narcisismo es la estructura que encaja mejor con los hombres y mujeres posmodernos, con sus relaciones sin compromisos profundos, su indiferencia afectiva, su individualismo, cuya meta es la propia realización personal, con derecho a la libertad y con valores hedonistas y consumistas, y, como se ha dicho, con la disociación como mecanismo de defensa prioritario.

La individualidad posmoderna ha producido nuevos síntomas para expresar el malestar. Síntomas que expresan una inserción conformista de la persona en los esquemas dominantes del sistema social. Por ejemplo, la anorexia es la valorización patológica del cuerpo delgado como icono de belleza. O el cocainómano que usa la sustancia para amplificar sus prestaciones sociales. O el consumo compulsivo o bulímico –de objetos o comida. Patologías o malestares que emergen como exigencias excesivamente conformistas de adecuación al sistema, como las competencias, el consumo o la imagen.

A pesar de que la anorexia es indiscutiblemente una patología compleja en la que se combina el ideal de delgadez con dificultades en la separación-individuación de la madre, y con la aparición de un problemático deseo sexual, esta sólo afecta a un 0,3% de la población; la bulimia afecta al 0,8% y los trastornos de alimentación no especificados al 3,1%. La obesidad, por el contrario, arroja unas cifras muy superiores, del 17% en 2012, pero si incluimos el sobrepeso, del 53,7%.

Hay múltiples factores emocionales psicológicos en el origen de la obesidad. En ocasiones expresa la angustia ante la inscripción de la sexualidad y el deseo; el malestar ante la sumisión al otro y sus propuestas (la madre, la pareja); el temor a una subjetividad propia experimentada como peligrosa (o letal), evitando la separación-individuación con la ingesta, que acaba protegiendo a la persona con el colchón de grasa que la separa del mundo y oculta su miedo, tal como mostró Orbach (1982).

La mayoría de pacientes obesos no consultan por ello, niegan su obesidad. Tienen dificultades con la mentalización y esconden su malestar, en cambio, se permiten una oralidad sin freno (satisfacción presente, inmediata, próxima a los ideales neoliberales), que detiene cualquier otra aspiración. Por el contrario, mucho obesos, lejos de experimentar su carencia, elevan su singularidad corporal a ideal, racionalizando la diferencia como derecho y negando el conflicto, junto con el ideal de delgadez que lo haría patente.

Urge recuperar una ética de la autocontención en lo personal y en lo colectivo, como nos está indicando a gritos un planeta que arde, sobreexplotado por nuestra hybris letal, afirma López Mondéjar.

Los pacientes propensos a la acción también utilizan el mecanismo de defensa de la negación. Actúan para solventar una necesidad narcisista negada, o una carencia que quieren evacuar. La acción es la defensa prioritaria de un self grandioso que no soporta la fragilidad y evita percibirla recurriendo de inmediato a un acto que le devuelve la capacidad de agencia y de potencia. La acción sustituye el sentimiento de indefensión, de impotencia y de fragilidad por el de fortaleza, afirmando la ilusión de invulnerabilidad.

La defensa actuadora también se puede trasladar al campo de la identidad sexual, con la expresión del abanico de opciones trans que cuestionan el género binario. La autora afirma que  algunas personas experimentan sus vivencias de género de tal manera que las llama necesidades excesivas. Se refiere a sus cualidades imperativas de vida o muerte, con su presión urgente de transformarlas, sino su frustración puede generar rabia asesina.

Otra gran fuente de malestar es la soledad, que lleva a que más de 800.000 personas se suiciden cada año según la OMS. El suicidio, que se puede producir a cualquier edad, es la segunda causa principal de defunción en el grupo de 15 a 29 años en todo el mundo. Es la principal causa de muerte entre los adolescentes europeos. El suicidio es el síntoma de una sociedad donde vivir se ha hecho demasiado difícil para demasiadas personas. 

Riechman (2009) propone que frente a la desgracia humana tenemos que poder ser felices y soportar una vulnerabilidad sostenible: quedarse quieto en una habitación; estar de un modo ligero, lento, cercano, silencioso y solaz; saber aburrirse; saber dejar de actuar; frustrarse; no llenarse compulsivamente de objetos o comida; aceptar la finitud sin fantasías omnipotentes y resignarse a nuestra fragilidad.

La falsa convicción de que el individuo puede vivir al margen de la emoción, disociando razón y emoción, empezó a partir de la Ilustración. A mayor individualidad se supone una menor necesidad de vincularse para sentirse seguros. Es la falacia de la fantasía de individualidad (Hernando, 2012). Hasta la modernidad las mujeres sostenían el cuidado; los hombres, apoyándose en ellas, sostenían la fantasía de individualidad. Posteriormente, los valores de género femenino de cuidado y la identidad relacional, de atención a los vínculos humanos, han fracasado. En cambio han triunfado los valores masculinos, afines a los intereses neoliberales.

Este individuo está identificado con los modelos culturales, de una identidad con rasgos imaginarios, con dificultad de simbolización y de reflexión. Hombres y mujeres huecos, que huyen del dolor, del conflicto, del encuentro íntimo,… Su fantasía de invulnerabilidad recubre el vacío constitutivo del ser, y la nada.

Los hombres huecos

En silencio, sin nada que hacer, aburridos, se puede percibir la fragmentación interior y sentir la angustia de la falta radical de identidad; la miseria del vacío interior.

Un modo de individualidad hegemónico se caracteriza por una falta de subjetividad que se sustituye con la adhesión a los valores o eslóganes sociales, la homogeneización de los individuos entre sí, a pesar de que ellos tengan la impresión de ser diferentes. Los hombres y las mujeres huecos son el modo de producción de subjetividad del capitalismo: individualismo intrascendente, intimidad vaciada, provista de un narcisismo imaginario ensimismado, y un activo rechazo a constituirse en sujeto.

López Mondéjarhace, de nuevo, la distinción entre sujeto y individuo. Entiende por sujeto al individuo que, además de tener conciencia de sí mismo como singular, crea su identidad, habita su intimidad, acepta que ser es no saber nunca del todo quien se es. Mientras que define individuo como: alguien que tiene consciencia de sí como separado de los demás, pero que construye su identidad mediante una progresiva adhesión al pensamiento hegemónico, a las normas de un grupo, primero las familiares, luego a las sociales, disminuyendo la reflexividad y la creación de una subjetividad propia.

Bauman (2003) describió las características de los sujetos producidos por la modernidad liquida. La sociedad consumista, condicionada por aspectos individuales y sociales como la ambivalencia, la incertidumbre, el riesgo, el consumismo delirante, la pérdida de los vínculos humanos, la alienación digital y el abandono de la libertad y la privacidad, en favor de una supuesta seguridad, produce individuos flexibles, líquidos. Ser flexible significa no estar comprometido con nada para siempre, sino listo para cambiar la sintonía, la mente, en cualquier momento en que sea requerido o mejore el propio beneficio. La cualidad líquida se refiere al líquido de un vaso, en que el más ligero empujón cambia la forma del agua.

Modernidad líquida como opuesta a sólida, de la producción preindustrial, que tenía como valor central el trabajo, la responsabilidad y el compromiso. La maternidad y la paternidad, la familia y la crianza de los hijos eran el eje.

La Revolución Industrial dio lugar a la ruptura de los vínculos familiares y sociales y a la flexibilidad y movilidad en el empleo. En este contexto aparece la característica de invertebrado: carece de columna vertebral, no tiene eje moral, es pragmático y acomoda su actuación a su interés inmediato, sin remordimientos ni sentimientos de culpa. Bauman llamó fetichismo de la subjetividad a la individualización intensiva, altamente normativa, que responde a la obligación de construir un proyecto de vida orientado hacia el éxito (ser empresarios de sí mismos), la competitividad y la autonomía.

A esta individualidad hueca le produce aversión el compromiso personal y social, convirtiéndose en una masa de indiferentes, ajenos a la vida pública o que usan de ella para propio beneficio.

Somos indiferentes ante las catástrofes humanitarias que nos acompañan: el genocidio tutsi, las matanzas de rohinyás, los refugiados, las muertes en el Mediterráneo, la muerte por inanición del Yemen, la invasión progresiva de Palestina, los talibanes en Afganistán, la guerra contra Ucrania,… Somos testigos de la banalidad del mal mientras vemos como nuestras autoridades cierran los ojos ante el dolor del mundo, y la mayoría de nosotros también los cerramos. En los últimos años estamos asistiendo a un considerable incremento del umbral de tolerancia ante el dolor ajeno.

En los invertebrados, la moral ha sido sustituida por la apetencia, por la satisfacción inmediata en nombre de una libertad que solo consiste en libertad de elegir entre las numerosas ofertas del mercado. También se elimina la infancia imponiendo a los niños el régimen de lo hiper: hiperactivos, hipersexualizados, hiperconectados. Niños que van de una actividad a otra sin posibilidad de descubrir su propia apetencia y transformarla en deseo de algo.

El consumo cada vez más precoz (se inician a los 8 años) de pornografía ofrece un modelo de sexualidad que excluye la intimidad y el reconocimiento del otro. También se convierte a los niños muy precozmente en consumidores de objetos (móviles, tabletas, ordenadores) a los que conectarse; propuestas que aplastan su curiosidad.

En la adolescencia nos encontramos con jóvenes que experimentan una angustia sin nombre y sin representación. Les asusta pensar. Frente a todo esto López Mondéjar propone una vuelta a una subjetividad viva, a la responsabilidad y al pensamiento crítico, a la vida de proximidad y de relación, al compromiso con la palabra dada, a la vertebración sólida; hacia una identidad híbrida o andrógina. Una subjetividad que apunta hacia el sentimiento de culpa, como forma de vertebrarnos, de contar con los otros y de responsabilizarnos del daño que somos capaces de hacerles por acción u omisión.

Los actuadores: danzad, danzad, malditos

Este título da cuenta de una de las defensas más utilizadas por los individuos invulnerables e invertebrados: la incesante acción como recurso, su huida del mundo interior.

El descenso de la reflexividad de los hombres y mujeres huecos trae consigo la producción de individuos reactivos y actuadores, incapaces de acceder e identificar la más mínima motivación sobre su participación en aquello de lo que se quejan. López Mondéjar hipotetiza que no reconocerían ninguna responsabilidad, y que incluso entrarían en el terreno de la exculpación. Comportamiento que ha sido descrito tradicionalmente como muy masculino.

Bonino (2008) afirma al respecto que mientras las mujeres sufrían malestares, los hombres sufrían molestares, su malestar es evacuado de distintos modos hacia el exterior, de manera que siempre acababa molestando a otro. López Mondéjar afirma que ahora hombres y mujeres acusan los mismos mecanismos de evacuación y proyección hacia el exterior de aspectos que les producen malestar o angustia si son reconocidos como propios.

Los individuos más afines a los postulados neoliberales buscan la felicidad como un imperativo y huyen del conflicto sin afrontarlo. Aun estando necesitados íntimamente de contacto humano desarrollan estrategias defensivas para huir de esa necesidad y de la dependencia de los otros que tanto temen, pues esta dependencia se opone a su ideal de autonomía y de omnipotencia. Estas estrategias incluyen bien sexualizar las relaciones y negar la necesidad afectiva y de ternura, bien la búsqueda de protección en un aislamiento solipsista y autosuficiente; también la actuación vengativa o reactiva. Estrategias todas encaminadas a afirmar la invulnerabilidad y evitar los sentimientos de dependencia, de impotencia, de tristeza y de rabia.

Recurrir a la acción es un mecanismo de descarga muy útil que utilizan los hombres maltratadores en forma de descarga violenta hacia sus parejas. Han construido su identidad adaptándose a los imperativos sociales de la masculinidad hegemónica. Ser hombre incluye poseer a una mujer. Esta mujer nunca es considerada como sujeto de deseos, sino como objeto para satisfacer las necesidades del varón (sexuales y afectivas, estas últimas encubiertas).Cuando la mujer por un momento se diferencia del yo en el que la ha convertido, y él siente su dependencia, rápidamente actúa para evitar ese sentimiento de fragilidad insoportable.

Para el psicoanálisis, los pacientes que se defienden mediante la acción buscan evacuar mágicamente lo que anda mal en ellos: la consciencia de necesidad, la tristeza y la decepción que no pueden ser toleradas en la representación de sí mismos que pretenden mantener. Este proceder se considera una defensa narcisista, que es difícil de extinguir, dado que está reforzado por una inmediata descarga y por la pronta reparación de la imagen narcisista.

López Mondéjar sostiene que el cuso normal de la vida conlleva emociones y sentimientos y que crecientemente son patologizados. Denuncia ese aspirar a un sufrimiento cero mediante tratamientos farmacológicos que la industria farmacológica no vacila en proporcionar. También denuncia la manera de cuidar y educar a los niños a través del refuerzo de la autoestima no vinculada al logro ni al trabajo sino solo porque están ahí, lo mismo que la obtención de un reconocimiento no vinculado al mérito, que conlleva tres tipos de transformaciones que afectan a su subjetividad:

  1. El imperativo de la satisfacción inmediata produce sujetos consumibles y desechables que asocian el trabajo a la degradación, rechazan el saber y generan fracaso escolar, inhibición, desatención e hiperactividad.
  2. Familia con vínculos horizontales, con dificultades para aceptar la autoridad y para instaurar límites, que fomenta el narcisismo, la agresión y la infelicidad.
  3. Homogeneización por estandarización diagnóstica. En un desamparo digital, hiperconectados a aparatos y desconectados de los adultos y educados bajo el régimen de lo hiper (hipersexualizados, hiperconectados e hiperactivos) que genera individuos que huyen del dolor y del conocimiento que este lleva consigo.

Soy gorda, ¿y qué?

En este capítulo López Mondéjar expone sus reflexiones acerca de su experiencia clínica con personas con obesidad, que consultaron por otros problemas que afectaban su bienestar emocional y que progresivamente pudieron abrir su campo de preocupaciones al sobrepeso. Constata que obesidad va de la mano de bajo nivel cultural y comida basura y lo vincula al concepto de gusto de necesidad de Bourdieu (1988), que postula que termina por apetecernos aquello de lo que podemos disponer fácilmente.

La autora denuncia la existencia de una línea de pensamiento que defiende la gordura, negando sus consecuencias para la salud e insistiendo en su belleza, que prefieren no analizar el origen de su oralidad y se refugian en estas teorías defensivas, que venden el sobrepeso como sinónimo de felicidad, cuando en realidad la obesidad, junto con el consumo de alcohol, la hipertensión y la ingesta de sal, es uno de los principales factores de riesgo para una mortalidad prematura.

Para muchas personas la obesidad es un modo de ocultar los problemas psicológicos que no se afrontan ni elaboran, sino que se calman con una oralidad que recompensa fácil e inmediatamente la frustración, un rechazo de los ideales de contención (o autorregulación) y una renuncia a seguir luchando por un cuerpo disciplinado.

López Mondéjar lamenta la defensa de la obesidad basada en el relativismo neoliberal de que todo puede hacerse, todo vale por igual, de manera que el sobrepeso se ha convertido en un derecho que no se sujeta a límite alguno, ni siquiera al de la salud. La justificación y la racionalización proporcionan consuelo al yo al transformar la debilidad e impotencia en agencia y potencia: no es que no pueda dejar de comer, es que no quiero hacerlo porque no me importa estar gordo/a.

Expresa la autora su preocupación de que insistir en la necesidad de limitar la libertad de comprar, de comer, de viajar, aparezca como algo trasnochado o normativo, pero insiste, nuestro tiempo exige moderación en el consumo para conservar la vida en el planeta. Hemos de cambiar hacia formas de existencia más sostenibles, tenemos que aceptar ciertos límites.

Adios amor. ¡Qué metales utilizan los dioses?

En este apartado López Mondéjar se aproxima a este extremadamente amplio, volátil y frágil sentimiento misterioso al que llamamos amor. ¿Con qué materiales se construye ese extraño afecto? Neurotransmisores y hormonas (oxitocina, vasopresina y dopamina).

Fisher (2004) ha desarrollado las bases biológicas del amor. Tres sistemas motivacionales lo conforman: el impulso sexual, el amor romántico y el sistema de apego. La dopamina, con niveles altísimos durante el enamoramiento, está asociada al amor romántico, la oxitocina y la vasopresina se liberan en el orgasmo y mantienen el apego. Estos tres sistemas están coordinados entre sí.

El enamoramiento aparece para elegir pareja, alguien que distinguimos del resto; el apego se desarrolla para sostener a quien hemos elegido; el amor romántico consiste en una serie de emociones que dan un significado especial a una persona y produce un deseo irresistible de estar con ella, con idealización, sentimientos de euforia y obsesión. La autora plantea que hay que distinguir el enamoramiento del amor profundo, que es desapegado, destruye el yo y se convierte en una forma de acceso al bien.

El amor, ¿una cuestión de apego?

El bebé tiene una necesidad innata de establecer lazos con la figura de apego (Bowlby, 1986) que en nuestra especie y cultura patriarcal coincide casi siempre con la madre. Venimos programados biológicamente para construir vínculos con los demás, mecanismo imprescindible para suscitar el cuidado necesario para la supervivencia.

Este cuidado debe permanecer constante para que la criatura desarrolle un apego seguro. Si el cuidado se interrumpe durante los veinticuatro primeros meses producirá consecuencias irreversibles. La relación del cuidador con el bebé genera un modelo de trabajo interno que actúa como prototipo de las relaciones futuras. La capacidad de establecer relaciones íntimas en un futuro depende de haber podido establecer esta relación con la figura de apego. De ahí que elegimos a quienes se nos parecen y las parejas se establecen mayoritariamente entre iguales: igualdad en el estatus socioeconómico, la etnia o las aficiones comunes.

El amor es una proyección del que ama

Según Freud el primer rasgo del amor es la repetición. Elegimos pareja a partir de las huellas dejadas en nuestro psiquismo por las relaciones con nuestros padres. El segundo rasgo es el carácter narcisista del amor: amo en el otro el ideal que querría obtener para mí. El temor a la dependencia amorosa crece ahora que se nos exige autonomía y omnipotencia. Este narcisismo, solo se da en las primeras fases del enamoramiento, porque cuando aparece el otro de la realidad, viene con su realidad inasumible. El desenamoramiento se inicia con el descenso de la idealización.

Freud mantuvo un amor que López Mondéjar califica de narcisista hacia su mujer, Martha Bernays. El la moldeó poco a poco. Le escribió mil quinientas cartas donde la llamaba niña y él se consideraba caballero andante. En sus cartas se muestra impulsivo e impaciente, deseoso de celebridad y de ganar dinero. Dejó su carrera como investigador para abrir consulta cuanto antes.

Las sufragistas ya eran populares y Freud discutió abiertamente contra sus ideas feministas, asegurando que él prefería el ideal femenino del ángel del hogar al de la mujer emancipada. Persuadió a Martha mediante persuasión coercitiva de lo que era una buena esposa. Así consiguió que Martha encarnase el papel de esposa sumisa hasta el final de sus días. Aunque a los 40 años dejó de tener relaciones sexuales con ella, deserotizándola después de que fuera madre de sus seis hijos, y mantuvo un lazo erotizado con su cuñada.

El amor está atravesado por el vínculo de apego de la dependencia infantil. Estos primeros momentos son evocados en el futuro cuando buscamos una fusión en el amor que no se producirá nunca del todo. Esta es la inevitable frustración del amor.

El amor duradero es lo opuesto de la pulsión, es promesa y es decisión. López Mondéjar lo llama pulsión sublimada, y lo contempla como una heroicidad en esta época donde el compromiso es raro y la sublimación de la pulsión lo es más aun.

El amor posmoderno es un retroceso a la pulsión, mientras que lo que llamamos amor maduro consiste en decidir fijarse a un objeto voluntariamente, con austeridad, hacer un esfuerzo en conformarse, aceptar la insatisfacción, la siempre incómoda distancia entre el ideal que hemos proyectado y la realidad del otro. Es reconocimiento del sí mismo y del otro. La lealtad autoimpuesta no conlleva sometimiento a imperativos externos, sino que forma parte del deseo personal, como autorrealización.

El amor no es solo un sentimiento sino una voluntad de seguir amando. Nada de eso es simple. El amor también puede truncarse, por diversos motivos: se rompe la complicidad con el otro, la vida separa, las dificultades crecen,… la exploración profunda y honesta consigo mismo puede señalar el camino a seguir.

El patriarcado inconsciente

Nuestra sociedad subraya los ideales de juventud como potencia y fuerza mientras niega la vejez, como sinónimo de enfermedad y muerte. Negar el envejecimiento es negar la vulnerabilidad y dependencia ontológicas.

López Mondéjar sostiene que el modelo viril prometeico, afín a los intereses neoliberales, se ha universalizado para hombres y mujeres en un triunfo del inconsciente patriarcal común; la desigualdad que persiste entre hombres y mujeres queda enmascarada tras las formas de una masculinidad hegemónica extendida coincidente con la fantasía de invulnerabilidad.

Nos encontramos en el terreno del “me gusta” de la oralidad, más que en el deseo que surge del reconocimiento de la falta, que es lo que intentan negar los hombres y mujeres modernos. Frente al reconocimiento y el cuidado del otro como sujeto, los individuos contemporáneos, deficientemente subjetivados, hacen un uso del otro como objeto. Hay una tensión entre la búsqueda de reconocimiento y la autonomía, en que la autonomía acaba por imponerse sobre el reconocimiento, creando vínculos poco sólidos.

La permanencia en los valores de la feminidad es claramente perjudicial para la salud mental, sin embargo, la masculinización de las mujeres en el sentido de estar más centradas en el logro que en los lazos afectivos es reactiva y esconde los genuinos deseos inconscientes de las adolescentes, tal como lo expresan en la clínica, los lazos afectivos siguen en el centro de sus preocupaciones y son el eje de sus motivaciones (Dio Bleichmar, 2013).

Estudios recientes han observado que ser activa sexualmente, un poco ninfómana, es una exigencia que las chicas se autoimponen para satisfacer los deseos sexuales de los chicos, educados en la pornografía, aunque para ello tengan que negar sus temores y ansiedades y otras especificidades de su deseo. Algunas mujeres consiguen adaptarse a este carácter viril exigido, otras lo adoptan para no quedar fuera del mercado afectivo, aguantando un sufrimiento intenso, o bien la renuncia de las relaciones de pareja.

En este tiempo sin certezas que habitamos, con un enorme nivel de precariedad y de angustia, de miedo, donde el trabajo no da ninguna estabilidad, la identidad de género está en permanente revisión, nos acecha el miedo a la desaparición de nuestro planeta, al terrorismo, a la guerra, el miedo se vuelve cósmico, pues tememos no tener ningún control sobre la realidad. Y la velocidad vinculada a la virtualidad, generan un nihilismo radical, un no creer en nada, y una insensibilización radical que se ha instalado en la mayoría de relaciones humanas, con el aumento de personalidades psicopáticas, porque se ha convertido en una ventaja evolutiva.

Esta sobredosis de inputs posee características traumáticas, al quedar expuestos a una cantidad de estímulos ansiógenos muy superior al que somos capaces de elaborar, entonces se activa la defensa de la disociación.

Al otro lado de la invulnerabilidad exitosa, hay el aumento incesante de la depresión, como respuesta de quienes no consiguen asirse a este ideal de funcionalidad omnipotente. Deprimidos o psicópatas funcionales, las dos caras del patriarcado inconsciente. La clínica permite invitar al paciente a abrir la herida que niega tener, a mentalizar, a reflexionar, a aceptar la fragilidad humana y la necesidad de reconocimiento y de vínculos.

La educación sentimental contemporánea hegemónica define las relaciones como encuentros consecutivos y sin compromiso, negando las necesidades afectivas y de ternura en el vínculo, donde apenas hay reconocimiento mutuo. Las chicas, educadas bajo el paradigma de la identidad relacional, logran sostener este tipo de relaciones mediante una disciplina emocional que las perturba. Para los niños y jóvenes la educación sexual y afectiva es eminentemente pornográfica y violenta. La violencia es un ingrediente cada vez más exigido.

Para poder sobrevivir a estas condiciones, los jóvenes se sobreadaptan, confirman su ego a través de los otros, viviendo en las redes sociales, donde está prohibido mostrar fragilidad.

Modelo Tinder

La obsolescencia programada de los objetos actuales afecta a las relaciones de pareja. La oferta hace imposible la elección duradera: ¿por qué voy a detenerme en una persona si hay millones disponibles?, internet es un muestrario infinito de oportunidades tan adictivo que produce miedo a perderse algo (fear of missing out, FOMO) a quedar excluido de un evento en el que participan los demás, a quienes suponemos una vida más intensa que la propia. La ansiedad que produce solo se calma manteniéndose conectados.

La multiplicidad de opciones que se ofrecen en Tinder (o parecidos) mitiga la capacidad de los individuos de sentir emociones intensas hacia un solo partenaire porque, puesto que el mercado es infinito, no hay manera de saber si el compañero sentimental escogido constituye la mejor elección. La pareja contemporánea está plagada de dificultades de convivencia. La alteridad es inasumible para el individuo, y cualquier negociación o frustración de sus expectativas es vivida como una renuncia inadmisible.

Se da una desigualdad emocional entre los géneros derivada de su diferente educación sentimental, que hace que los hombres tengan más fobia al compromiso, y que las mujeres deseen más vinculación. Además, el escarceo sexual que realizan los jóvenes actuales culmina en el varón casi siempre en el orgasmo, pero en la mujer el placer sexual resulta menos probable. Sin embargo, las jóvenes continúan subiendo sus perfiles a Tinder en posturas sexys y vestidas cada vez con menos ropa, consienten tener sexo sin protección y sin obtener placer afectivo ni sexual en el encuentro.

El apego inseguro afecta a casi un 40% de la población y sus consecuencias: inseguridad y ansiedad, les hacen particularmente adecuados a Tinder, con la dependencia que genera. El yo posmoderno tiene más miedo de la intimidad que del sexo, de manera que separa la sexualidad del afecto. El modelo amoroso que se impone es el de usar y tirar. Se perciben importantes diferencias entre quienes usan Tinder: los hombres buscan una relación sexual de una noche, las mujeres utilizan la aplicación para mejorar su autoestima.

El nuevo orden amoroso es una universalización del modelo masculino. Las primeras víctimas de esta universalización son las mujeres. En sociedades formalmente igualitarias se reproduce la desigualdad entre hombres y mujeres. No hay simetría, nunca cinco chicas hubieran tratado a un hombre como un trozo de carne (la manada). Un adolescente dirá que su compañera es una igual pero probablemente también piense que las chicas están ahí para su disfrute. Disociación.

Hay una fórmula que utilizan algunas chicas: impiden el encuentro real, no exponen su vulnerabilidad, no se arriesgan al temido abandono. Simplemente flirtean online, pero son reacias a materializar offline. El llamado síndrome Tinderella.

La educación sexual de los jóvenes es pornográfica para ambos géneros Y gira alrededor de la penetración y del placer rápido. No existe otra formación sexual ni afectiva que enseñe a procurar el necesario reconocimiento mutuo entre la pareja. Las adolescentes imitan los modelos sexuales que se presentan en la pornografía. Con contenidos de alto voltaje, trufados de una violencia creciente y de la sumisión de la mujer al hombre.

Los varones utilizan la persuasión coercitiva para convencer a las chicas que les gustan de que satisfagan su deseo y pongan a un lado el suyo propio. López Mondéjar se pregunta si los varones están preparados para aceptar el deseo de la mujer en su diferencia, o si este deseo de la mujer solo puede masculinizarse para poder sostenerse en pareja. Las mayores resistencias de los hombres ante la igualdad se encuentran en su dificultad para legitimar una verdadera equidad existencial, y en la renuncia a los privilegios en la distribución de roles y tareas del día a día.

Apunta López Mondéjar a que el futuro sería menos oscuro si nos empeñáramos en la construcción de una subjetividad andrógina capaz de aceptar tanto la vulnerabilidad como la fortaleza, sin temor al sufrimiento que cualquier encuentro auténtico puede comportar, con reconocimiento mutuo, y sin que el cuidado despierte en el hombre miedo a una temida feminización.

Las mujeres suelen reflexionar y autoinculparse más cuando falla el vínculo, se recriminan demandar el reconocimiento de unas necesidades íntimas que temen que les traerán problemas porque ellos pueden sentirse agobiados y abandonarlas. Los hombres, en cambio, se especializan en la exculpación.

La aparente igualdad en la relación es ficticia, ya que a menudo se sostiene mediante la anulación que hacen las mujeres de sus necesidades, mientras que los hombres y la cultura ejercen persuasión coercitiva, mecanismos racionales para imponer que solo se respétenlas suyas.

La estabilidad, el compromiso y la satisfacción con la vida de pareja dependen de si “se siente realmente amor”, identificando este con el amor pasión del enamoramiento. Si este sentimiento disminuye, mantener la relación se experimenta como falta de honestidad con uno mismo. De esta manera, se ignoran y banalizan las transformaciones del sentimiento amoroso, desde la atracción física y la emoción intensa inicial, que es pasajera, hasta el conocimiento del otro y las emociones menos apasionadas, que se descalifican como falta de amor. El lazo se hace inestable al estar siendo permanentemente cuestionado.

La diferente educación sentimental de hombres y mujeres enseña a estas a tolerar mejor la adversidad que afecta a las relaciones y a minimizar y soportar los problemas de la pareja; lo que crea en ellas una peligrosa fantasía de que son capaces de cambiar los aspectos de sus parejas que no les satisfacen. A los chicos se les socializa en una identidad más independiente y menos atenta a las relaciones afectivas.

Una de las maneras que encuentran algunas mujeres de hacer frente a esta realidad es centrándose en el yo más que en las relaciones, volviéndose hacia la propia vida y a no sacrificar la propia carrera profesional al ámbito afectivo; priorizan su independencia. Articular las relaciones afectivas con el trabajo cuando ningún miembro de la pareja está dispuesto a perder parte de sus ambiciones es una tarea enormemente complicada. El incremento de mujeres que viven solas, o que deciden tener una relación sin convivencia, el living apart together, materializa esta elección de escoger la autonomía.

Neonarcisismo es la tendencia a consumir cuidados y autoconocimiento para bastarse a uno mismo y individualizarse. Los síntomas son sensaciones generales de vacío interno, soledad, aislamiento, dificultad de sentir.

Por otro lado, una tendencia entre los adolescentes es volver al ideal romántico y a la regularización patriarcal de la pareja como garantía de sostén atractiva para jóvenes inseguros. También hay consultas de chicas que se vinculan a chicos de grupos étnicos con exigencias patriarcales sobre la mujer muy extremas: sumisión, obediencia,… Estas adolescentes se protegen mediante este lazo aparentemente “seguro” de una identidad muy frágil que les genera angustia. De este modo, en la actualidad conviven perfectamente distintas formas de vivir las relaciones humanas entre los jóvenes y entre los adultos. Estamos en una sociedad plural donde conviven diferentes imaginarios.

Nadie quiere enfrentarse a su indefensión en un mundo que requiere competitividad y eficiencia y, para no sufrir, nos adaptamos a estas propuestas desubjetivizantes, pero perdemos lo que caracteriza al ser humano: la capacidad de pensar y de amar, la posibilidad de proyectar una vida en un futuro que cada vez sentimos como menos incierto.

Contra la identidad. subjetividad y androginia

A López Mondéjar le preocupa que se pueda leer la crítica que ha hecho a la posmodernidad como una propuesta de retornar a las identidades sólidas y vertebradas de la modernidad.

Basándose en Kaufmann (2010), la autora afirma que la identidad es un proceso ligado a la individualización y a la modernidad. Es el movimiento por el cual el individuo reformula sin cesar la sustancia social que lo constituye. A diferencia de Kaufmann, López Mondéjar ha preferido distinguir identidad (cristalización de ciertos roles y funciones) de subjetividad (el proceso que los interroga, los analiza y los modifica).

Buscamos la identidad como una estabilización necesaria, ya que forma parte de nuestra necesidad de reconocimiento. Tanto es así que no es posible discernir si la idea de conjunto, la unión de nuestras percepciones, experiencias y emociones en un yo soy, un sí mismo, parte del exterior de esta consciencia-memoria que somos, o viene dada por la mirada unificadora que nos devuelve el semejante al reconocernos. Tomamos consciencia de nosotros mismos al vernos en reflejo de los otros.

La mirada del otro, su reconocimiento o su menosprecio configuran nuestra opinión sobre nosotros mismos, nuestra representación interna. Es esa mirada exterior lo que facilita (Misé, 2013) que tantas personas con incertidumbre de género se identifiquen como trans al encontrar videos de personas trans en las redes sociales. Ser algo, ser nombrado como algo concreto, un diagnóstico, por ejemplo, apacigua la angustia de la incertidumbre y nos hace empezar a comprender lo que nos sucede.

Estamos sobredeterminados, pero todavía tenemos un margen de libertad para enfrentarnos a los efectos restricitivos de esta sobredeterminación. Es en este estrecho margen entre sobredeterminanción y libertad donde podemos arriesgarnos a crear nuestra subjetividad. Parte de nuestra identidad está centrada en la identidad sexual. El trabajo de análisis se aplica a procurar el pasaje de la individualidad, entendida como conciencia separada de uno mismo, copia de otros, relato estereotipado e imitativo, identidad mimética, a la subjetividad creativa, esto es, a la creación de un sí mismo en diálogo permanente con las identificaciones dadas.

El cuerpo humano es para el psicoanálisis una construcción imaginaria y simbólica, y la sexualidad humana no puede entenderse en términos puramente biológicos; si bien cuerpo, cerebro, genitales y lenguaje son necesarios para la experiencia sexual, ninguno determina sus contenidos ni sus formas. Incluso el sexo anatómico es en cierto modo producto de un discurso, opinión que se encuentra en el eje de las teorías queer que se han ocupado de la relación entre identidad y sexualidad. El análisis queer cuestiona la aparente naturalidad del sexo y señala que el propio sexo es un producto del dispositivo discursivo del género. Para el activismo trans el sexo puede elegirse. El cuerpo, pues, es la materia orgánica que nos constituye, pero en el ser humano es, sobre todo, su representación interna. Las personas trans enfatizan la apariencia como testimonio de su pertenencia a un género deseado.

Por otro lado, la identidad depende del reconocimiento intersubjetivo, de ahí esa insistencia en ciertas personas transgénero en mostrar hasta la hipérbole los rasgos del género de elección: necesitan ser reconocidos como hombres y mujeres por otros.

Somos un magma de identificaciones cruzadas en constante movimiento, un complicado interjuego de fantasías al que da unidad una específica identidad o rol sexual nunca del todo estabilizado. Lo femenino/masculino no es nunca una esencia sino la encarnación, por identificación y reiteración de mensajes performativos, de las normas patriarcales que se apoyan binariamente sobre las diferencias anatómicas. El patriarcado es un sistema de dominación basado en subrayar y acentuar la diferencia entre los sexos para convertir posteriormente estas diferencias en desigualdades, cosificando, reificando lo femenino y sometiéndolo al dominio de lo masculino.

En realidad, hay cada vez más consenso entre pensadores y especialistas de que existe un continuum entre lo que consideramos masculinidad y feminidad en el que todos podemos ubicarnos, tanto como existe entre heterosexualidad y homosexualidad.

López Mondéjar opina que hay que ser muy prudentes a la hora de asignar prematuramente el sustantivo transgénero, con su profundo carácter performativo, a los niños y niñas que dudan sobre su identidad sexual, y que la reasignación quirúrgica debería demorarse hasta los dieciséis o dieciocho años, tolerando la familia y el entorno la exploración libre de sus identificaciones durante un periodo de tiempo suficiente, para que puedan estabilizarse en una identidad sexual que no tiene porqué asumir como propios los mandatos de los roles de género convencionales. Acompañarlos hacia lo que sería la creación de una subjetividad propia, por fuera de los roles de género estándar, les permitiría asumir con menos sufrimiento su identidad sexual, y construirla de manera singular en cada caso.

La teoría queery el colectivo trans han contribuido a cuestionar profundamente el carácter ficticio de la identidad. En las sociedades laicas, la represión ha abandonado el terreno de lo sexual para pasar a ejercerse sobre lo afectivo sin que esta supuesta libertad sexual haya incrementado la energía y el deseo, sino todo lo contrario. La ausencia de represión ha producido una caída del deseo sexual y no un incremento del mismo.

En la experiencia de las personas trans, adoptar una identidad imaginaria, casi caricaturizada, teatralizada, del género de elección, es una forma de rechazar la pluralidad de experiencias que les habita y que no pueden conciliarse sino en esta fantasía de integración siempre inconclusa que es la reasignación de género: sentirse hombre o mujer; como si esta identidad garantizase una estabilización permanente. Quienes huyen del binarismo hombre/mujer, se convierten así en quienes más sufren y repiten ese binarismo al transitar hacia un género de elección fantaseado como exento de conflicto. Así, la sexualidad trans se encuentra inscrita en la misma matriz heterosexual que la masculina o la femenina.

La identidad es dinámica, y a medida que crece la subjetivación, el género queda relegado a un lugar tangencial en la representación de nosotros mismos. Si nos hemos construido de manera creativa, ya no nos preocupa responder a la pregunta ¿qué es ser una mujer? ¿qué es ser un hombre? Nos convertimos en autores de una obra singular que es nuestra propia biografía. La identidad sexual se convierte en un atributo menor si nos permitimos ser andróginos.

Al proceso de descolonización de la mente de las identidades únicas, a la elección de las prioridades, a la construcción creativa de una cierta integración entre la multiplicidad fragmentaria de nuestras identificaciones, es a lo que la autora llama proceso de subjetivación. En el orden sexual, ser andrógino sería una nueva forma híbrida de escapar a las determinaciones de la matriz heterosexual. Una nueva forma de ser queer sin necesidad de reasignación, sino solo de autorización interna, de creación del ser en constante devenir que somos siendo.

Vulnerables y vertebrados, una nueva oportunidad

El capitalismo autofágico trae consigo una paradoja: nuestro aparente bienestar enferma a la naturaleza, y la salud de la naturaleza exige prescindir de nuestro bienestar. Al esfuerzo por equilibrar se le llama sostenibilidad.

Ojalá que la experiencia de extrema fragilidad de nuestro cuerpo, de nuestro planeta, de nuestro sistema de producción y de nuestros gobiernos, nos haya enseñado cómo afrontar juntos el reto del oscuro futuro que se avecina, abandonando esta fantasía de omnipotencia e invulnerabilidad analizadas, y devolviéndonos, en una esperanzadora nueva mutación, a la conciencia de nuestra dependencia mutua y al equilibrio deseado entre naturaleza y civilización.

Comentario

Vale la pena leer este libro lleno de sabiduría psicoanalítica, social y filosófica. En este volumen López Mondéjar defiende apasionadamente la cordura, la frugalidad, el autocontrol (o regulación psicobiológica), frente a los excesos de todo tipo (de comida, de consumo…) que expolian el planeta que nos contiene.

 Tal como he expresado en la introducción, y López Mondejar refleja a lo largo del libro, su mirada crítica del momento sociopolítico que estamos viviendo, no la invita a sacar conclusiones. Tanto es así que ella misma se pregunta si el lector o la lectora no creerán que su propuesta propugna una vuelta a las bien establecidas posiciones de la feminidad y la masculinidad hegemónicas de la modernidad. Debo admitir que a mí misma me lo ha suscitado, y que he respirado aliviada cuando ha dejado claro que postula una subjetividad andrógina tanto para los hombres como para las mujeres, posición que Bem (1993) ya sostenía en la última década del siglo pasado, añadiendo que la androginia era a todas luces la dimensión que aportaba mayor salud mental comparada con la indiferenciación, o con el predominio de la feminidad o la masculinidad.

Dio Belichmar (1991) desarrolló extensamente que las características de la feminidad normativa coinciden punto por punto con la depresión, por lo que la tendencia de las mujeres a masculinizarse que ocupa a López Mondéjar es despatologizante y adaptativa al entorno socioeconómico actual.  La mirada de la filósofa Birulés (2014) amplía la óptica polar del género cuando dice que el sujeto humano es producido por un orden social dado y que, por tanto, la feminidad es una condición dada; que la agencia es el ejercicio de libertad de las mujeres de dar sentido a su vida, y el feminismo una práctica de modificación de sí y del mundo. Birulés da un paso más allá al recoger el concepto de agencia como la cualidad necesaria para construir subjetividad y genera esperanza en la medida que sostiene que al modificarse a sí misma, una mujer también cambia el mundo para que tenga sentido.

El concepto de agencia es fundamental para dar una dirección más positiva a las nuevas subjetividades. Desde el seminario que imparte Ramon Riera en Barcelona estoy siguiendo una línea de pensamiento que surge del WVS (www.worldvaluessurvey.org), que muestra que las sociedades evolucionan respecto a dos ejes de valores: a) de tradicionales a seculares; b) de supervivencia a autoexpresión. A medida que los valores evolucionan hacia seculares y de autoexpresión se vuelven emancipadores porque las personas alcanzan un sentido de agencia individual que los propicia. Los valores emancipadores generan: libertades individuales (en el estilo de vida, igualdad de género, autonomía personal) y deseos de democracia. Las sociedades más avanzadas son las pertenecientes a la Europa protestante, cuyo máximo exponente son los países nórdicos, con Suecia a la cabeza.

De nuevo una filósofa (Callard, 2018) abunda en la importancia de la agencia en la construcción de la subjetividad, la tesis de su libro Aspiración: la voluntad de hacerse es que las personas que tienen aspiraciones promueven la transformación/mejora de sí mismas para alcanzarlas. Tanto Birulés (2014), como Togashi (2020) introducen como contrapunto a la agencia la noción de contingencia, en el sentido que la agencia es el empuje a la acción sobre la que interviene el azar y genera la contingencia (lo que podría ser de otra manera). En la construcción de la subjetividad somos más nuestras contingencias y casualidades que nuestras elecciones, afirman ambos autores. Así se manifiesta la vulnerabilidad humana.

Henrich (2020) amplía la noción de subjetividad a la de una psicología propiamente dicha. Explica que la lectura/cultura es la punta de un gran iceberg psicológico y neurológico, que modifica las creencias, la tecnología, las normas sociales, la motivación, las habilidades mentales y la manera de tomar decisiones.  Dice que las personas que han transformado su psicología bajo este prisma se identifican a sí mismas más por su profesión o sus logros que por su pertenencia a una red familiar; y que buscan cultivar sus atributos, tienden a ser individualistas, no conformistas, analíticas y orientadas al autocontrol. Layton (2020) contrarrestando el tono empoderador de este enfoque nos recuerda que hay sufrimiento que tiene que ver con condiciones sociales y con crianzas atravesadas por traumas propios o transmitidos transgeneracionalmente. Atlas (2022) describe clínicamente cómo estas circunstancias adversas son heredadas emocionalmente y pueden ser afrontadas.

Desde otro ángulo Benjamin (2018) a partir de los desarrollos posteriores del reconocimiento mutuo llega al concepto destilado de todos merecemos vivir que constituye la punta de lanza de la cultura progresista contemporánea frente al solo uno puede vivir de los populismos reaccionarios.

En resumen, un trabajo enormemente erudito, al que echo en falta una mirada más global y generosa de los avances que están teniendo lugar para más y más personas hacia posiciones de mayor autodeterminación y soberanía personal dentro de las posibilidades y limitaciones de los contextos en los que se están desarrollando y del planeta.

Referencias

Atlas, G. (2022). Emotional inheritance. Short Books.

Bauman, Z. (2003). Modernidad líquida. FCE.

Bem, S. L. (1993). The lenses of gender. Yale University Press.

Benjamin, J. (2018). Beyond Doer and Done to. Recognition Theory, intersubjectivity and the Third. Routledge.

Berardi, F. (2018). Fenomenología del fin. Sensibilidad y mutación coercitiva. Caja Negra.

Birulés, F. (2014). Entreactes. Trabucaire.

Bonino, L. (2008). Hombres y violencia de género. Más allá de los maltrataodres y de los factores de riego. Gobierno de España. Ministerio de igualdad.

Bourdieu, P. (1988). La distinción. Criterios y bases sociales del gusto. Taurus.

Bowlby, J. (1986). Vínculos afectivos, formación, desarrollo y pérdida. Morata.

Callard, A. (2018). Aspiration. The agency of becoming. Oxford University Press.

Dio Bleichmar, E. (1991). La depresión en la mujer. Temas de Hoy.

Dio Bleichmar, E. (2013). ¿Qué han aprendido las adolescentes actuales para evitar las diversas formas de violencia de género? Díaz de Santos.

Fisher, H. (2004). Por qué amamos. Naturaleza y química del amor romántico.Taurus.

Henrich, J. (2020). The Weirdest People in the World.  Allen Lane.

Hernando, A. (2012). La fantasía de la individualidad. Katz Ed.

Jappe, A. (2019). La sociedad autófaga. Capitalismo, desmesura y autodestrucción. Pepitas de calabaza.

Kaufmann, J. C. (2010). L’invention de soi. Une théorie de l’identité. Pluriel.

Layton, L. (2020). Toward a Social Psychonanalysis. Routledge.

Misé, M. (2013). Transexualidades. Otras miradas posibles. Eagles.

Orbach, S. (1982). Fat is a feminist issue. Penguin.

Pasolini, P.P. (2009). Escritos corsarios. Ediciones del Oriente y del Mediterráneo.

Recalcati, M. (2008). Clínica del vacío. Anorexia, dependencias, psicosis. Síntesis.

Riechman, J. (2009). La habitación de Pascal. Los Libros de la Catarata.

Togashi, K. (2020). The psychoanalytic zero. A decolonizing Study of Therapeutic Dialogues. Routledge (Psychoanalytic Inquirey Book Series).