aperturas psicoanalíticas

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revista internacional de psicoanálisis

Número 059 2018 Monográfico. El psicoanálisis en los últimos veinte años II. La técnica

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El concepto de objeto interno: algunos rasgos definitorios [Alvarez, 2018]

The concept of the internal object: Some defining features [Alvarez, 2018]

Autor: Sevilla Valderas, Beatriz

Para citar este artículo

Sevilla Valderas, B. (octubre, 2018) El concepto de objeto interno: algunos rasgos definitorios. [Revisión del artículo "The concept of the internal object: Some defining features" de A. Alvarez] Aperturas Psicoanalíticas, 59. Recuperado de http://aperturas.org/articulo.php?articulo=0001036

Para vincular a este artículo

http://aperturas.org/articulo.php?articulo=0001036


Palabras clave

Objeto interno, self.

Keywords

Internal object, Self.


Reseña del artículo de Anne Alvarez (2018) The concept of the internal object: Some defining features. Psychoanalytic Dialogues, 28,1, 25-34.

 

En este breve artículo, esta autora post-kleiniana desarrolla su concepción particular de los objetos internos, así como algunos tipos de los mismos.

La distinción entre self y objeto

Comienza exponiendo su diferencia con los analistas americanos, para quienes el self incluye aspectos que para ella no son partes del self, sino más bien objetos internos.

Ella considera que muchos seguidores de Melanie Klein están en una tercera vía respecto a la psicología de una sola persona y los enfoques intersubjetivo, relacional o del apego. Se trataría de "una psicología interna de dos personas". Según esta perspectiva, ningún sentimiento ni función puede considerarse por sí mismo, sin tener en cuenta a los objetos internos que generan ese sentimiento o con los que establece una comparación.

"Para el pensamiento kleiniano moderno"- nos dice la autora, "la identificación proyectiva, la introyección y las identificaciones de varios tipos son los procesos principales que conectan al self con sus objetos internos (y por supuesto también con los externos)". (p. 26)

Alvarez defiende que la posición paranoide-esquizoide debe ser estudiada con mayor profundidad, no sólo respecto a las ansiedades respecto al self que se dan en ella, sino también cuáles son sus necesidades, así como sus estadios de desarrollo.

La autora piensa que la cuestión de dónde termina el self y comienzan los objetos internos es importante a nivel clínico. Si bien el self contiene aspectos determinados por identificaciones con objetos, así como los objetos internos contienen proyecciones del self, considera que tenemos que saber distinguir en lo posible, aunque no siempre debemos comunicárselo al paciente, pues no siempre estará preparado para, por ejemplo, admitir que ciertos aspectos negativos proyectados en sus objetos internos son, en realidad, partes de su propio self.

Otra discusión abierta es, ante una identificación proyectiva, acerca de la idoneidad de sostenerla como terapeutas, o bien interpretársela al paciente. Para ella, deberemos calibrar el efecto que tendrá sobre el paciente que le devolvamos los aspectos que proyecta en nosotros, y si puede tolerarlos. Ella plantea que a veces se trata de un trabajo progresivo, por el cual el paciente puede ir tolerando poco a poco estos aspectos, y que mientras tanto tendremos que "compartir la carga" (p. 26). También considera que la forma de decirle al paciente que está proyectando sobre nosotras es muy importante, poniendo como ejemplo la diferencia entre decirle "Me estás intentando hacer sentir X" y "Creo que sientes que estoy siendo estúpida" o "Creo que estoy siendo estúpida" (p. 27)

Algunos subtipos de objeto interno: el problema de los niveles de delimitación

Posteriormente la autora comenta algunos casos en los que el objeto interno no está bien delimitado, como un paciente autista que describía "una red con un agujero" (p.27) u otro paciente que transfería la situación de peligro vivida por sus padres a la atmósfera del lugar donde vivía la terapeuta, de modo que el objeto ni siquiera se trataba de una persona. 

Desarrollo y grado de delimitación

La autora cita el modelo de desarrollo de Beebe y Lachmann, (1988), para quienes la representación y el pensamiento simbólico empiezan a los 7 meses. Ella hipotetiza que antes de esa edad pueden existir proto-representaciones en las que algunas formas se internalizan desde el principio de la vida. Menciona un estudio de Fotopoulou y Tsakiris (2017) en que los autores sostienen que las sensaciones relacionadas con el hecho de ser un sujeto encarnado se forman a través de las interacciones corporales con otras personas, lo que gradualmente va generando la construcción de un sentido de sí mismo y del otro.

Alvarez se pregunta acerca de cuándo comienza la construcción de los objetos internos, pues en este tema hay posiciones muy diferentes. Desde la de Baron-Cohen (1988), que consideran que la teoría de la mente no se desarrolla hasta los 4 años de edad, hasta otros como Music (1988) o Reddy (2008) que sostienen que los bebés pueden hacer bromas a los 3-4 meses. Alvarez va más allá y defiende que quizás antes, desde el mismo nacimiento, o incluso en el útero, es posible que haya cierto tipo de pensamiento, percepción, sueños, etc, incluso representaciones internas como defiende Alhanati (2002).

El objeto de fondo: ¿semidelimitado?

Alvarez menciona a Grotstein (1980), quien desarrolló el concepto de "objeto de fondo de la identificación primaria, vinculado con el regazo de la madre y con nuestro sentido de ascendencia".

Comenta cómo a veces el objeto puede ser el aire, o un regazo acogedor, que no es perceptible hasta que no falla. Menciona dos ejemplos de pacientes adolescentes que parecían anhelar "un mundo de objetos lubricados sin fricción", debido a que tenían objetos internos obstructivos, (en ambos casos se trataba de personas que tenían una forma de andar y de conversar torpe, y que soñaban con no tener que pisar el suelo o con patinar sobre el mismo). Estos pacientes mejoraron, en el primer caso cuando se dio cuenta de que tenía un objeto interno impaciente que la impedía desarrollar sus pensamientos, y en el segundo cuando empezó a sentirse más tranquilo consigo mismo y con sus objetos. Para ella estos son ejemplos de objetos internos poco delimitados. Y considera que no sólo tenían que cambiar los pacientes, sino también sus objetos "en toda su otredad" (p 30).

Basándose en un estudio de Papousek y Papousek (1975), que sugiere que los bebés tienen defensas dependiendo de su etapa de desarrollo, la autora se pregunta hacia qué objeto se dirigirán esas defensas. Menciona que para Broucek (1979) "la fundación del sentimiento del self puede estar en lo que él ha llamado `sensación de eficacia´, - o sentido de agencia y el placer asociado al mismo". Y ella añade que esto es así cuando la acción sobre el objeto externo es eficaz, pero que a veces a la acción desarrollada por el bebé no sucede la contingencia esperada, de modo que los bebés se perturban: los mayores de tres meses retiraban su atención del estímulo, quizá transfiriéndola hacia un objeto externo bueno, mientras los menores de esa edad "se hacían los muertos con la mirada perdida en el espacio" (p.30). Para Álvarez esto significa que los mayores, por su desarrollo neurológico, podían evitar al objeto frustrante, mientras que los pequeños posiblemente sentían una frustración más global e inescapable excepto mediante una retirada hacia dentro de sí mismos. La autora se pregunta si esto también sucede de alguna manera en la etapa pre-natal, y qué implicaciones tendría para la transferencia esta modalidad de no poder escapar sino hacia dentro del self.

Unas cuantas implicaciones más: reparando déficits o fallas básicas en el objeto interno

La autora describe aquí algunos ejemplos de este trabajo de reparación. Cuenta cómo una psicoterapeuta logró trabajar con Joy, un niño violento con una historia de abuso. La terapeuta descubre un lado suave en él, y una necesidad de comprensión que disfraza porque le avergüenza y odia que se perciba. La terapeuta consigue mostrarle esta comprensión mediante bromas y juego, de modo que pueden conectar, sabiendo que hay algo real en el juego pero salvaguardando el narcisismo del chico. Para  Alvarez, la terapeuta está ofreciendo un "objeto diplomático".

Menciona algunos casos más en los que hay objetos impacientes (p.31), entre ellos el de Tammy, que expresaba sus ideas de forma desordenada, porque sentía que si tenía cuatro ideas, la tercera y la cuarta desaparecerían si no las expresaba pronto, de modo que las exponía antes que la primera y la segunda, con la consiguiente confusión del discurso. Alvarez considera que ella era una chica impaciente, pero que también lo eran sus objetos internos, en este caso las ideas tres y cuatro. Para Alvarez estas chicas tenían que conseguir que sus objetos les diesen tiempo.

Alvarez defiende que para un paciente deprivado de objetos que le hayan mostrado comprensión, o que él puede tener influencia en ellos, nosotros tendremos que mostrarnos como ese objeto.

Señala la autora que también a veces hay objetos no malos, pero irritantes o estúpidos, incapaces de mostrarse en sintonía con las necesidades infantiles, de modo que el paciente imagina el mundo como lleno de personas que tienen buena intención pero "no se enteran" (p. 32). Para estos niños, como para los que no han tenido suficiente amor, puede que exista, además de esta imagen de objetos perturbadores, otra de cómo deberían ser, un imperativo moral. Aquí ella propone que funcionemos como objetos rectificadores, aceptando alguna responsabilidad en la transferencia y no dejando al paciente solo, concentrándonos demasiado en la psicología de una sola persona. Pone el ejemplo de cómo este enfoque mejoró una terapia que estaba fallando con un chico al que no se le estaba permitiendo proyectar parte de la maldad afuera y cada vez sentía más malestar. Era importante que pudiera incorporar la idea de cómo deberían ser las cosas, y eso tenía que proveérselo su terapeuta.

Referencias

Alhanati, S. (Ed.). (2002). Primitive mental states, Volume 2: Psychobiological perspectives on early trauma and personality development. Londres, Reino Unido: Karnac.

Baron-Cohen, S. (1988). Social and pragmatic deficits in autism: Cognitive or affective? Journal of Autism and Developmental Disorder, 18, 379–402. https://doi.org/10.1007/BF02212194

Beebe, B., y Lachman, F. (1988). Mother–infant mutual influence and precursors of psychic structure. Progress in Self Psychology, 3, 3–25.

Broucek, F. J. (1979). Efficacy in infancy: A review of some experimental studies and their possible implications for clinical theory. International Journal of Psychoanalysis, 60, 311–316.

Fotopoulou, A., y Tsakiris, M. (2017). Mentalizing homeostasis: The social origins of interoceptive inference. Neuropsychoanalysis, 19(1), 3–28. https://doi.org/10.1080/15294145.2017.1294031

Grotstein, J. (1980). A proposed revision of the psychoanalytic concept of primitive mental states: An introduction to a newer metapsychology. Contemporary Psychoanalysis, 16, 479–546. https://doi.org/10.1080/00107530.1980.10745636

Music, G. (2011). Nurturing natures: Attachment and children’s emotional, sociocultural and brain development. Hove, Reino Unido: Psychology Press.

Papousek, H., y Papousek, M. (1975). Cognitive aspects of preverbal social interaction between human infants and adults. En R. Porter y M. O´Connor (Eds.), Parent–infant interaction (pp. 241-270). Amsterdam, Holanda: Elsevier.

Reddy, V. (2008). How infants know minds. Londres Reino Unido: Harvard University Press.