aperturas psicoanalíticas

aperturas psicoanalíticas

revista internacional de psicoanálisis

Número 006 2000

El temido interlocutor interno

Autor: Abelin-Sas, Graciela

Palabras clave

Asistente tiranico, Auto-diagnostico rapido, Estructura encuadrante, Fuerza pasional negativa, Homeostasis psiquica, Interlocutor interno tiranico, La voz, Temido tirano interno, Si mismo personificado, Supra-identidad..


 

    Es preciso que el paciente cobre el coraje de ocupar su atención en los fenómenos de su enfermedad. Ya no tiene permitido considerarla algo despreciable; más bien será un digno oponente, un fragmento de su ser que se nutre de buenos motivos y del que deberá espigar algo valioso para su vida posterior.”

    Recordar, Repetir y Reelaborar.
    (Nuevos Consejos Sobre la Técnica del Psicoanálisis, 1914)
    Pág. 147, Tomo XII.
    Sigmund Freud, Obras Completas. Amorrortu Editores.

     

    “...la condición del objeto externo es paradójico. Esto es así porque no conocemos ningún objeto estrictamente externo como tal, sino más bien como objeto nuevamente exteriorizado luego de su internalización. Por lo tanto, lo que resulta depende en gran parte del destino de esa internalización. ¿Dónde reside la paradoja? En que el objeto externo genera una internalización fijadora; en otras palabras, imprime una matriz fundamental en el aparato psíquico destinada a implantarse profundamente en él y a constituir lo que llamo “estructura encuadrante”, que incluirá toda forma de objetalidad subsiguiente promoviendo al mismo tiempo su desplazamiento.”

    Green, A. (1995) L´object et la fonction objectalisante.


En el curso del tratamiento de una paciente con severas inhibiciones sociales y profesionales, me encontré con un fenómeno desconcertante cuyo análisis me alertó a situaciones similares con otros pacientes. Dicho fenómeno era la presencia de una voz que la paciente reconoció como su propio pensamiento, así como también una mirada que la paciente denominó “el ojo en mi mente”. Ambos—mirada y discurso--eran atacantes y ridiculizadores de sus pensamientos, de su cuerpo, de su conducta. Culpa y vergüenza eran consecuencia de tal escrutinio interno.

Más articulos del mismo autor: Abelin-Sas. Enlaces pasionales malignos
 

A pesar de que la paciente reconocía que esto era producto de su propio pensamiento, afectaba de todas maneras la forma en que vivenciaba lo que otros a su alrededor sentían por ella, y por consiguiente, la forma en que ella se conducía con ellos.

Mirada y discurso, terriblemente crueles, monopolizaban frecuentemente el terreno de las asociaciones y fantasías. Constituían un obstáculo a la creatividad asociativa de la paciente, lo que a su vez contribuía a su autodevaluación. El análisis de este fenómeno, al cual denominaré “Interlocutor Interno” fue de vital importancia en la recuperación de esta paciente. La descripción de esta estructura como diferenciada de la totalidad de su personalidad lo fue aún más. Nuestros esfuerzos estuvieron en primer lugar dirigidos hacia esta diferenciación, la cual permitió a la paciente distanciarse de su auto- aborrecimiento y alcanzar una posición más neutra, investigadora y analítica.

Con el tiempo pudimos establecer cuándo y por qué este temido Interlocutor hacía su aparición, así como cuál era su estructura y función. La condensación extraordinaria de personajes e interrelaciones que ayudaron a la construcción de esta presencia imaginaria—que no parecía haber existido en su niñez ni tampoco se correspondía con persona real alguna de su pasado o presente—se convirtió en objeto de investigación analítica. El Interlocutor Interno, al igual que un censor, la obligaba a una cierta visión de sí misma (personificación) a la cual la paciente parecía completamente aliada. Pero también hacía a la paciente dramáticamente consciente de la brecha existente entre esta personificación y su ideal de sí misma (ideal del yo). A manera de coro en una tragedia griega, el Interlocutor Interno incluso desvalorizaba a la paciente por hallarse así prisionera. Esas formulaciones y la comunicación de ese conocimiento a la paciente probaron ser reconstitutivas y generadoras de cambio.

A partir de esa experiencia inicial me he encontrado frecuentemente con este fenómeno, el cual no solamente conduce al paciente a un callejón sin salida sino también influencia el curso del proceso analítico. Si bien dirigiré mi atención a la discusión de este cuadro clínico, es mi impresión que de una manera menos evidente pero insidiosa podemos encontrarnos con experiencias similares cada vez que nosotros y nuestros pacientes intentemos dislocar y superar cualquier organización psíquica bien establecida, indistintamente del sufrimiento que provoca.

Mi hipótesis propone que el Interlocutor Interno funciona como guardián de un rol o personificación que el paciente ha adoptado inconscientemente. Este rol, esta personificación, parece estar asociada con: 1) una construcción inconsciente por parte del paciente de las necesidades y expectativas emocionales de individuos importantes en su vida, y consecuentemente con 2) un rol fijo inconsciente que el paciente ha debido adoptar y ha actuado en la compleja estructura familiar—pasada y/o presente—y en su entorno social.

Esta personificación, construida a partir de una red de interrelaciones introyectadas—incluidas aquellas que han precedido históricamente al individuo—se arraiga profundamente. Parece organizarse como reacción inmediata a un evento u obstáculo importante en la vida del individuo, ya sea una separación, una pérdida, o un cambio personal o familiar trascendente. Una vez establecida esta organización particular, que podría hacerse tardíamente en la vida de la persona, parece tener como cualidad la obligatoriedad. Si es perturbada, la amenaza de su pérdida—en la que el “sí mismo” se reconoce—es intensa. Por lo tanto, cuestionar o poner en duda su existencia puede causar caos, desorientación y/o un intenso sentimiento de pérdida. Postulo que el individuo, presionado por circunstancias que lo rodean, construye este “sí mismo”, una fantasía inconsciente de identidad, como la solución óptima que permite una mejor supervivencia emocional inconsciente de sí (self) y de sus seres queridos. Desafortunadamente esta personificación, tenazmente mantenida, impide toda nueva evolución psicológica.
Basada en situaciones vividas con padres, hermanos, abuelos, maestros y amigos—tanto reales como producto de la fantasía—esta experiencia de sí se funde con lo que podríamos detectar como una imagen paterna o/y materna inconsciente. En el discurso de nuestros pacientes podría ser expresado implícitamente en: “A los ojos de mi madre o de mi padre… (yo era o parecía ser).” En ese sentido, “a los ojos de mi madre o de mi padre” podría reflejar la consolidación de muchos guiones, un precipitado metafórico de seres y relaciones con una multiplicidad de orígenes. En mi opinión, el individuo se relaciona con esta compleja construcción a la manera en que un niño “se ve reflejado” en la mirada de sus padres, aunque esta vez el objeto de relación es una abstracción, una construcción basada en experiencias transformadas y reorganizadas una y otra vez, más que una referencia directa a individuos reales. Nuestro trabajo podría ser inefectivo a menos que tomemos en consideración que este tipo de organización leal y formidable, designada a mantener una homeostasis, podría oponerse profundamente al cambio. Esta construcción inconsciente cede al análisis sólo cuando el complejo y dramático escenario que la ha erigido es estudiado minuciosamente en el trabajo analítico. Semejante desarrollo podría ser especialmente difícil, ya que esta construcción está a menudo constituida por constelaciones históricas instaladas antes de que el individuo hubiera podido tener algún efecto sobre ellas.

La alianza con este Interlocutor Interno tiránico compele al paciente a encubrir para sí y para otros un concepto de sí mismo diferente, uno que podría abarcar los talentos potenciales del individuo a nivel emocional, social y profesional. Este encubrimiento (estos pacientes tienden al auto-diagnóstico rápido y categórico) podría desorientar al analista. El diagnóstico en uso podría erróneamente tomar en cuenta este rol, esta personificación, este terreno devastado por una formación inconsciente formidable, en vez de tener en cuenta al individuo enterrado bajo el peso de tal estructura. Resistir una alianza con el paciente sobre este concepto de sí (que el paciente es en verdad este ser que él mismo nos presenta) podría ser de vital importancia para alcanzar la capacidad terapéutica de la pareja paciente-analista.

En el curso de este trabajo demostraré la presencia de esta construcción inconsciente y algunas formas posibles de descubrirla (ponerla en evidencia) y trabajar con ella. Me gustaría subrayar que analizar la función inconsciente de esta personificación es tan importante como dejar al descubierto su estructura multideterminada. Su objetivo inconsciente debe ser revelado una y otra vez, en cada situación y en cada etapa del proceso analítico. Este objetivo puede ser muy variado: honrar una situación traumática del pasado (no necesariamente del propio paciente), intentar rescatar mágicamente (en tiempo presente o pasado) una figura importante en la vida del paciente, tratar de revertir la muerte o inclusive sustituir e indirectamente vencer a un rival inconsciente.

Mis ejemplos clínicos pertenecen a pacientes cuyo Interlocutor Interno infaliblemente centra su observación en defectos, anulando cualquier otra evaluación. El resultado es poderosamente incapacitante. Impide a estos pacientes ser productivos y gozar de su trabajo, de su entorno social, y por sobre todas las cosas, de relaciones que de otra manera podrían proporcionar satisfacción. Este diálogo interno degradante tiene lugar en forma casi totalmente inconsciente con una presencia demandante y provocadora de vergüenza. Devalúa cada acción, y reduce todo acto creador a interpretaciones malignas sobre las fuerzas que lo motivaron. Una de mis pacientes imitaba a esta voz furibunda apretando sus mandíbulas y vociferando: “ Eres despreciable, no deberías haber nacido, tu cuerpo nauseabundo provoca vergüenza, eres horrible.” Este monólogo de expresiones perversas y malignas que manaban sin fin se mantenía activado por interminables horas, como reacción al menor error o imperfección percibidos en su trabajo o en su interacción con otros.

A medida que poníamos al descubierto la irracionalidad de esta presencia la capacidad reflexiva de la analizada quedaba a veces reducida a una mínima expresión, mientras que la voz imponente de esta construcción negativa se convertía en un poderoso oponente del analista. La justificación de esta oposición podía basarse, por ejemplo, en el concepto de que el analista no confrontaba debidamente al paciente por sus acciones inmorales. De esta manera el analista quedaba moralmente devaluado.

Martha, de 38 años de edad, profesora universitaria, se sentía profundamente avergonzada por haberse demorado en responder una carta de gratitud y afecto que uno de sus alumnos le había enviado. Le era imposible concentrarse en cualquier otro proyecto. Otras cartas no respondidas venían a su memoria y plagaban sus días, haciéndola caer en un serio estado de autorreproche y desesperación.

A la evidente dificultad crónica de Martha para aceptar la idealización de sus estudiantes se sumaba la imitación de una actitud que la había perturbado durante toda su adolescencia. Si bien su padre había estado presente tanto física como intelectualmente, su timidez afectiva, su pobre demostración de afecto, había sido vivenciada por Martha como abandono y desatención.
Martha reproducía de esta manera particular, y sin saberlo, su propio sentimiento de abandono. Se reprochaba insistentemente por lo que veía como su propia actitud desconsiderada y narcisista, actitud que sentía no podía evitar. ¿Por qué era entonces que su analista no se unía en esta autoexigencia moral?

Podríamos considerar como hipótesis que Martha confundió la timidez (falta de expresividad) de su padre con una reacción de severidad y castigo a sus deseos edípicos, y convirtió ese concepto erróneo en identificación con este exigente personaje imaginario. Por el sólo hecho de actuar ahora el rol de autoridad que desatiende, descuida o abandona, Martha podía a través de su severa autocrítica juzgar severamente e inconscientemente a su propio padre. Puesto que permanecía imposibilitada de responder a sus jóvenes estudiantes, Martha repetía la vieja ofensa y al mismo tiempo gratificaba con su autocrítica paralizante su necesidad de castigarla. Por sobre todas las cosas, la idealización de su persona no sería permitida mientras acusatoria y vengativamente, si bien en forma inconsciente, negara esa idealización a su propio padre.
El choque de dos posturas éticas—la necesidad de Martha de autocriticarse (enjuiciarse) y el pedido del analista de posponer toda crítica en favor de asociaciones e historia—puede probar ser un arduo trabajo. Un interlocutor que carece de curiosidad, que carece de interés para investigarse a sí mismo, puede convertirse en un importante adversario en el trabajo analítico.

En la siguiente presentación clínica, la fuerza pasional negativa es tal que paraliza al paciente en toda actividad creativa posible.

Ana no pensaba que su madre la criticara de manera alguna, y se daba cuenta de que aunque su (casi inconsciente) interlocutor hablara como una madre o padre reprobador y furioso, este personaje imaginario no guardaba semejanza alguna con su madre o padre en la realidad. En el marco analítico fue posible poner al descubierto la intensidad de esa mirada crítica enjuiciadora y el discurso que la acompañaba. Una vez apreciada en profundidad, tanto en lo que respecta a su cronicidad como intensidad, la paciente pudo liberarse en parte de su cualidad hipnotizadora. Muy pronto distintos aspectos de este Interlocutor Interno se volvieron objeto de cuestionamiento de Ana. El análisis avanzó a un ritmo acelerado por un tiempo, centrándose en la visión—hasta ese momento no estudiada—que Ana tenía de sí misma y de su familia, una visión establecida tempranamente y expresada a través de esta presencia psíquica silenciosa, insultante. (Veremos la complejidad de este Interlocutor a medida que avancemos en nuestra indagación)

En el curso de nuestro trabajo descubrimos que esta voz pertenecía en parte a su propio “self”—furioso y descorazonado—de antes de cumplir dos años de edad, cuando hermanas mellizas llegaron para ocupar el lugar que ella todavía necesitaba en el pecho de su madre. En esta voz Ana reconoció su propia voz de preadolescente mofándose de una de sus hermanas, quien había pasado a ser objeto de su sádica desvalorización.

Concomitante con su negación de necesidad de apoyo materno, Ana se convirtió en el líder tiránico y caprichoso de una pequeña banda de su escuela. Aparentemente esto proveyó un área de control que, mientras duró, contribuyó a un sentimiento de importancia y bienestar. La paciente recordaba vívidamente una pesadilla que había tenido a los doce años, para el tiempo en que un hermanito mucho más joven cumplía los veintiún meses de edad, la misma edad que la paciente tenía cuando nacieron sus hermanas mellizas.
“Vi un ser parecido a un gorila. Uno de sus ojos era extraño, había sido partido en dos. Donde debería haber estado el globo ocular había una sustancia lechosa, pegajosa, nauseabunda y horrenda que me petrificó.”

Este poderoso sueño hizo imperativa la consulta con un psiquiatra infantil. El sueño resultó ser prólogo a una prolongada serie de dificultades de carácter emocional que afectó profundamente lo que hasta ese momento había sido la excelente actividad escolar de esta niña.

Ahora, treinta años más tarde, paciente y analista pudieron retornar a este documento que contenía el tema de su temprano horror nauseabundo. El sueño parece sugerir que la leche materna—representada por la sustancia pegajosa que ahora cubría el ojo de esta criatura—había sido ofrendada a otras dos criaturas en lugar de a ella misma. Su propio “yo” (en inglés “ojo”, eye, y “yo”, I, se pronuncian de la misma manera), dividido y representado por ese extraño ojo, perturbado nuevamente a los doce años, se volvió brutalmente contra su hermano menor a quien había tratado con ternura hasta entonces. Podemos conjeturar que la vulnerabilidad de su hermanito menor, de menos de dos años de edad, la acercó nuevamente al sentimiento de vulnerabilidad que ella misma había vivenciado en una etapa similar de su vida, hasta entonces negada y encapsulada (Abraham y Torok, 1980). 1

Ana adoptó en contraposición una postura arrogante y dictatorial, como lo había hecho en el pasado con su hermana y sus compañeros de escuela. Ésta se convirtió en su “modus operandus.” Sin embargo, este comportamiento no podía ofrecer contención al antiguo y ahora renovado enojo y desesperación. El poderoso gorila del sueño era al mirarlo de cerca una criatura digna de pena; era la misma Ana en un primitivo estado de furia. Por añadidura, la pubertad con sus muchas y nuevas demandas en la reorganización de su mundo psíquico se volvería muy pronto una realidad. Los pechos, como símbolo de separación prematura, se convertirían en un rasgo perturbador y vulnerable en la sexualidad de Ana: habían incorporado la ofensa de los pechos de su madre que habían amamantado a todos sus hijos.

El trauma trascendental de ser arrancada de la figura materna, y la creación de una construcción de defensa efectiva pero frágil y su fracaso posterior—que dejó nuevamente a Ana en un estado de total vulnerabilidad—serían centrales en la creación de un “ojo-imagen de sí misma” (eye-I) interno que funcionaría como un interlocutor terriblemente crítico y falto de amor.

Sería difícil reconstruir el estado de ánimo de la madre de esta paciente al momento del nacimiento de sus hijas mellizas. Acababa de convertirse en madre de cuatro niños menores de cuatro años de edad. Distintas circunstancias la habían forzado a dejar a otros dos hijos prepúberes de un matrimonio anterior con el padre en una provincia lejana. ¿Cuán disponible podría haber estado esta madre para proteger a su pequeña hija, de apenas veintiún meses de edad, de la avalancha de emociones que estaban por ocurrir?

Especulamos que la mirada interna o la voz crítica, devaluadora y burlona que habla a esta paciente expresan intensos sentimientos de displacer y odio, como lo haría un niño pequeño en una situación de gran tensión. Demasiado pequeña para tomar las circunstancias en consideración, o refugiarse en una relación de confianza básica como “nido de seguridad,” o hacer un duelo por la pérdida de una presencia maternal amorosa, esta niña vivenció inconscientemente a su madre como abandonadora.

En el curso del segundo año de análisis, habiendo adquirido la fortaleza para mantener una conversación de este tipo, Ana llegó a saber a través de su padre que sus dos medio- hermanos mayores habían vivido en el hogar hasta el nacimiento de las mellizas. Ana no tenía memoria alguna de que sus medio-hermanos hubieran vivido con la familia, ni tampoco de la partida de estos niños al momento del nacimiento de las mellizas. La familia nunca había hablado de este evento. Es posible que la pesadilla prepuberal de Ana donde hay un ojo dividido incluya la idea de un conocimiento borroso, donde los niños puede fácilmente desaparecer en el olvido.

Para complicar todavía más las cosas y agregar ferocidad a esta presencia interna controladora, esta niña se refugió en la adoración que su padre le profesaba como primogénita. (El padre de Ana también había estado casado previamente, pero no había tenido hijos). Ana llevaba el nombre de una amada hermana de su padre, una niña débil mental que había fallecido antes de que él cumpliera ocho años de edad. El padre de Ana abiertamente elogiaba a su hija y la ubicaba en el lugar de favorita. “Si tú no hubieras nacido habría tenido que inventarte”. Esta posición reverente para con Ana, sumada a la falta de respeto hacia su esposa, sirvió para incrementar la culpa edípica de Ana y contribuyó, a partir de su adolescencia, a la estridencia de su despreciativa voz interior.

Intensamente culpable en relación a su madre pero aún así no pudiendo perdonarla, Ana atacaba—a través de esta voz omnipotente—a la imagen materna en ella misma, así como también se atacaba en este otro rol, el de favorita de su padre, arrogante e inteligente. Ana además pagaba tributo a la hermana adorada de su padre ya fallecida, a sus hermanas mellizas—a las que devaluaba sádicamente—y a su pequeño hermano al nunca darse cuenta de su propia capacidad y talento. Cualquier movimiento para alejarse de esta parálisis—solución para una estructura compleja—precipitaba un severo ataque de pánico.
Un sueño presagiaría el movimiento.

“Mi suegra, a quien considero una egocéntrica muñequita ingenua, me había despertado en mitad de la noche para mudarnos a otra casa en el campo. Todavía en camisón la seguí dentro del bosque, donde me perdí cuando llegamos a una bifurcación en el camino. Mi esposo y mis hijos la siguieron. Podía ver a mi hija de espaldas; no tenía más de tres años. Sola, traté de encontrar la entrada a una casa en el bosque donde vi a unos adolescentes jugando. Les pregunté por su madre. Detrás de la casa, en el patio cerca de la cocina, vi a una simpática mujer, quien me abrazó y reconfortó. Mi familia venía a buscarme al darse cuenta de que me habían perdido.”

A continuación la paciente recordó una salida de verano con sus padres, en la que alegremente se había alejado y los había perdido de vista. Reflexionó sobre la pequeña niña perdida en el bosque, dando vueltas en una búsqueda desesperada que parecía nunca acabar, asustada de animales feroces en la noche oscura que se acercaba, mientras sus padres estaban seguramente a corta distancia de ella. Este recuerdo ofrecía muchas sendas que conducían hacia el concepto inconsciente que Ana tenía de su madre como abandonadora, como presencia fugitiva que no ofrecía protección, y que hacía aterrador cualquier intento creativo. El sueño también transmitía el deseo de que la analista fuera una presencia contenedora que reasegurara a la paciente en su investigación analítica, así como también expresaba el miedo de perderse de su familia en este proceso. Este tema particular pronto mostró ser de gran importancia, y lo exploraremos más tarde. En varias ocasiones observé su mirada miedosa e inquieta fijada en su reloj hacia el final de la sesión. Esta inquietud solamente cedió cuando pude interpretar que sus sentimientos de pérdida inminente de mi atención correspondían al concepto que tenía de su madre como abandonadora. Ana se volvió más consciente del sentimiento de su madre como persona poco confiable que se había originado al momento del nacimiento de sus hermanas mellizas. No sólo eso. ¿Cómo pudo su madre abandonar a sus hijos mayores? Con mucho esfuerzo pudimos reconstruir que esa madre era tanto empática como inesperada e inconscientemente agresiva. Reaccionaba a cualquier confrontación de su hiriente discurso con cierta culpa, seguida de negación y de comentarios sobre la irracionalidad de la reacción del otro.

Ana comenzó a darse cuenta que necesidades que habían sido negadas tempranamente reaparecían ahora transformadas en angustias desconectadas que plagaban su vida cotidiana. El trabajo analítico le permitió entender los síntomas y emociones cuya intensidad le habían hecho dudar profundamente de su sanidad mental :comenzaban a adquirir significado y lógica interna. El pensar podía finalmente ayudarla a controlar su terror de causa hasta entonces desconocida.

Volviendo al tema de ese sueño en que la paciente se perdía de su familia: a medida que su mundo comenzó a cambiar y pudo divisar un futuro diferente, Ana notaba las frecuentes expresiones de frustración y observaciones de enojo de su marido. Ella reaccionó con terror; imaginó que su marido quería dejarla y comenzó a desear suicidarse. Mientras se había sentido desvalida había contado con el apoyo emocional de su marido, pero ahora su nuevo optimismo aparecía como peligroso. Ana prefería morir a arriesgar perder su matrimonio. Si bien conscientemente percibía a su marido como una persona fuerte y contenedora, inconscientemente lo percibía como un ser extremadamente vulnerable, dependiente de cada uno de sus movimientos. Ana había transferido a su marido su propio sentimiento infantil de desamparo, y deseaba una respuesta empática. Simultáneamente lo había dotado de los atributos que alguna vez la habían transformado en el líder cruel de una pequeña banda escolar. A medida que avanzamos en nuestra investigación nos dimos cuenta de que el Interlocutor Interno, inactivo ahora como fuerza paralizante y ridiculizadora, se había instalado en el mundo real: otros habían sido silenciosamente instruidos para ocupar su lugar, demandando la incapacidad de Ana para poder mantener su propia sensación de seguridad.

Este sistema inmediato del cual la paciente es una íntima parte, profundamente conectado a la organización inconsciente de la paciente, requiere ser tenido en consideración simultáneamente. El levantamiento de las severas limitaciones de Ana fue vivenciado como peligroso para la existencia de la pareja y ciertamente encontró como respuesta una reacción de ansiedad e irritación. De la misma manera que estas ansiedades deben ser tenidas en cuenta para que el cambio individual pueda suceder, también deben ser toleradas por otros personajes en su entorno. Inclusive los objetos-fantasmas inconscientes requieren comprensión analítica en este período de reorganización psíquica.

Querría recalcar la importancia de esas instancias negativas de regresión. Nos proveen de una visión momentánea de la importante construcción inconsciente que impide todo cambio. Se ha puesto en peligro el importante equilibrio de objetos inconscientes y sus interrelaciones con el paciente. Este equilibrio deberá persistir hasta que podamos poner al descubierto los mitos inconscientes, las fantasías o principios que lo sostienen. En esta familia pudimos registrar el inmediato desequilibrio causado por el cambio emocional en uno de sus integrantes, que consecuentemente provocó una movilización de miedo.

Postulo que una desorganización similar podría tener lugar en un espacio imaginario, el de la vida objetal inconsciente del paciente y sus interrelaciones. Por lo tanto, el Interlocutor Interno podría ser un asistente tiránico, el guardián de la red de interrelaciones establecidas, conscientes e inconscientes, destinado a impedir movimiento y cambio.

Presentaré a continuación otro cuadro clínico.

Lisa era una joven bailarina que sufría de un severo cuadro de urticaria en brazos y piernas. Luego de varios meses de intenso trabajo psicoanalítico que le permitieron lograr cambios importantes en su vida, entró en una etapa de obsesiva preocupación por la condición de su piel.

Este discurso monopolizador impedía cualquier nuevo análisis. Su Interlocutor Interno, que ya había sido objeto de nuestro trabajo, había ahora readquirido un intenso poder. Una vez más estaba mínimamente disponible a la consciencia y por lo tanto a la investigación analítica.

El discurso de la paciente se había vuelto indiferenciable de esa voz, mientras proclamaba que nunca sería buena para nada y que por lo tanto no valía la pena vivir. El significado de esta declaración casi suicida, sobre todo la necesidad de excelencia como un requerimiento para su derecho a vivir, nos llevó a una prolongada investigación de principios familiares, recuerdos, y modos de enfrentar el entorno que la rodeaba que habían sido indiscutibles hasta el presente.

Desde muy joven Lisa había cuestionado la cordura de su padre, quien era un profesor de Leyes famoso y admirado. Lisa había sido frecuentemente objeto de su irritabilidad y había observado su malhumor, su egocentrismo, su hipocondría.

A menudo se había mostrado celoso de sus tres hijos y envidioso de sus posibilidades, e inconsiderado con su esposa a quien decía amar profundamente. Lisa se había preguntado a menudo por qué su madre se había casado con él, por qué continuaba conviviendo con él. Desde muy chica Lisa pensó que su madre y ella eran la verdadera pareja armoniosa, mientras que su padre era un estorbo. En contraste con la conducta infantil y errática de su padre, la de su madre era fuente de sosiego para todos los miembros de la familia.

Cuando Lisa alcanzó la adolescencia su madre rompió el silencio de su rol de sacrificio para con la familia y se volvió partidaria de la percepción que Lisa tenía de su padre. Este cambio, aclaratorio y promotor de reflexión, generó una camaradería con su madre y una intensa dependencia de sus percepciones. A medida que el momento de separarse para continuar sus estudios en el extranjero se acercaba, la adoración por su madre se intensificó, así como también su sintomatología. No fue sorprendente que Lisa se sintiera avergonzada de sus lesiones cutáneas cada vez más evidentes, a punto tal que le resultara imposible ensayar. Por contraste, sus fantasías comprendían un escenario y una audiencia que la aplaudía y admiraba mientras ella sobresalía en su arte. Pero estas fantasías le hicieron dudar cuán genuino era su compromiso con la danza, ya que su motivación parecía ser su deseo de grandeza más que su amor por el arte de la danza.

Tomó entonces el mando una mirada que invariablemente menospreciaba los pasos que bailaba, la coreografía que producía, las interacciones sociales que entablaba, declarándola incompetente en todo aspecto. Cuanto más consciente era Lisa de los componentes de su drama interno, más enferma e imposibilitada de entablar una investigación analítica se encontraba.

Descubrimos que para su fantasía inconsciente su autonomía ponía en peligro el equilibrio del sistema familiar, dejando a todos sus miembros—madre, padre, hermanos, abuelos—devastados de una u otra manera. Una solución a este paradigma requería el sacrificio de su autonomía, y una somatización que justificara su sentimiento de desesperanza. Tendencias opuestas estaban inconscientemente en acción. Por un lado, la ambición de grandeza para reparar los ideales familiares, aunque ésta era equivalente a destronar a su padre, un ídolo debilitado; por otro lado, la autodevaluación para salvar el narcisismo de su padre, herido por su envidia hacia ella. De manera similar, Lisa debía ser extraordinaria para así poder consolar a su madre en su pesar; pero si al hacerlo demostrara que no la necesitaba tanto, arriesgaba que su madre se sintiera abandonada y deprimida (Kris,1985). 2

Esta rígida organización de años pasados era inamovible sin una exhaustiva revisión de las alianzas y enemistades, y malas interpretaciones, donde la joven se veía a sí misma como generadora de angustia y discordia, y como la única capaz de reparar el daño, la desilusión y el duelo familiar. El Interlocutor Interno era el instrumento que permitía mantener el “status quo.” Si bien estoy de acuerdo con la posición de Porder (1997) 3 en que el miedo a la pérdida del objeto (object loss) constituye una resistencia importante al cambio, pondré el acento en que este objeto es una organización que el paciente puede considerar indispensable para mantener a un grupo de seres imaginarios en un lugar seguro, inclusive con vida. Lealtad a principios y creencias provenientes de relaciones tempranas podría establecer una barrera importante contra el cambio. El análisis de los imagos paterno y/o materno en su historia pasada, y de sus luchas para el propio desarrollo, debe ser cuidadosamente tenido en cuenta como instrumento para revisar esos principios al momento de su incepción. En particular, la percepción que el paciente tiene de cómo lo ven aquellos a su alrededor, ya que esos otros podrían haber adoptado esa visión por razones únicamente pertinentes a su propia vida e historia. La forma en que creemos haber sido vistos por seres importantes en nuestra vida—a menudo una densa trama de historias, fantasías y teorías, incluidas las relaciones conflictivas que esos otros tuvieron entre sí en relación a nosotros—es un componente importante de esta mirada interna a la que me estoy refiriendo. En la vida de esta joven mujer, la condición depresiva del abuelo paterno y su suicidio fueron fundamentales en la evaluación que su padre hizo de sí mismo, y por lo tanto de sus hijos. Las expresiones de idealización y desvalorización que el padre de Lisa tenía para con su hija, adquirían sentido como diálogo inconsciente entre él mismo y su padre. El miedo de Lisa de destronar a un ídolo debilitado ya había existido en la vida de su padre—entre él y su propio padre.

Discusión

A continuación presentaré una revisión de las ideas más importantes de este trabajo.
El Interlocutor Interno es conceptualizado en su función de guardián para el mantenimiento de una homeostasis psíquica. Dicha homeostasis se cristaliza en la personificación presentada por el paciente. Paradójicamente, los comentarios devaluatorios del Interlocutor Interno revelan la brecha existente entre esta personificación y el ideal que el paciente desea ser o alcanzar. Así, dichos comentarios nos pueden alertar sobre un rechazo oculto a esa personificación obligatoria.

Extrayendo y diferenciando a este Interlocutor Interno de la experiencia de “sí mismo”, se cuestiona implícitamente su función de conferir identidad (evidenciada en la personificación que ayuda a construir y mantener). Como resultado, esta personificación, esencia de un guión inconsciente que se establece para acomodar lo mejor posible las fantaseadas necesidades y expectativas del self y de seres queridos, se vuelve disponible al análisis. Al cuestionar la autoridad del Interlocutor Interno para definir quién es el paciente, así como al entablar un diálogo opositor con esta personificación, transformamos lo que podría ser una terrible mala interpretación de las capacidades del paciente en investigación. Al hacerlo también evitamos un prolongado y probablemente inefectivo encuentro con una transferencia sadomasoquista con la característica de insatisfacción crónica, donde el analista muy probablemente sería vivenciado como el Interlocutor Interno. Centrando la investigación insistentemente en este fenómeno promovemos una reacción diferente. Nuestra voluntad de cuestionar el concepto del mundo y de “sí mismo” (del “mí”) que nos ha sido presentado como verdad indiscutible es recibida con sorpresa e incredulidad, quizás también con una dramática reacción somática. El analista, como instigador de la deconstrucción de este poderoso sistema, provoca dudas y devaluación de su posición. Ocasionalmente existe una fluctuación entre un vociferante rechazo a la investigación y una serie de reacciones emocionales intensas.

Este trabajo preliminar—que podría durar varios meses y que a veces se lleva a cabo en un marco de intenso dramatismo—puede resultar en una reconocida alianza con el analista, desde la cual es posible observar y develar los elementos que componen este fenómeno. Esta misma alianza atempera la intensidad de transferencias negativas posteriores y dota a la dupla paciente-analista de una metodología que tiende a prevenir reacciones terapéuticas negativas importantes (Riviere,1936). 4

André Green se ha referido a toda actividad psíquica como desarrollándose en dos categorías de datos, una en relación a la interacción que el sujeto tiene con el mundo que lo rodea, y otra en relación a sí mismo. Lo desconocido, Green declara (1988) 5, es ese “sí mismo”. Posteriormente subraya que el problema es cómo el “sí mismo” organiza un centro como núcleo de investidura básico del otro sin él mismo des-investirse, y sin volverse uno con ese centro. Yo agregaría que las obligaciones para con los deseos y expectativas de los demás hacen que el “sí mismo” sea difícil de definir, que fácilmente se pierda en la búsqueda de una “estructura encuadrante.”

La consolidación del rol al que me estoy refiriendo se corresponde con situaciones trascendentales en la vida de una persona—casamiento, divorcio, embarazo, aborto, separación geográfica, enfermedad o muerte de un ser querido, entre otras. Estas situaciones demandan una rápida reorganización del self a este nuevo entorno emocional, muy evidente en la adolescencia o adultez temprana. Los pacientes que presentaron este fenómeno, aún cuando al momento de nuestro primer encuentro se encontraban profundamente paralizados a nivel social y creativo, habían sido previamente capaces de alcanzar un cierto grado de satisfacción personal y profesional. Como he tratado de demostrar con los casos de Ana y Lisa, podríamos rastrear los componentes de su aflicción a experiencias infantiles tempranas. Aún así, su capacidad para responder al tratamiento, sin tener en cuenta la severidad ni la duración de su condición, me haría dudar de la correspondencia de esta “personificación” con el concepto de Winnicott de “self verdadero y falso.”(1960) 6. El “sí mismo” que he encontrado personificado en mis pacientes parece ser una organización más fluida que la que Winnicott postuló. Una vez reconocida, responde al tratamiento con cierta rapidez.

Mientras que para Winnicott la sumisión en la relación temprana entre el niño y su madre, y entre el niño y su entorno, es central para la condición previamente descripta, los pacientes en este trabajo han respondido creativamente a una multiplicidad de mensajes provenientes de personas importantes en su ámbito emocional. Aquí, culpa inconsciente y necesidad de rescatar objetos tempranos—más que sumisión—han estado regularmente presentes. De esta manera, esta “supra-identidad” es el resultado de un superyó e ideal del yo ya establecidos. En su muy interesante estudio de la etapa del espejo de Lacan (1949) 7, Winnicott (1967) 8 concluye que el precursor del espejo es el rostro materno. A través de los años he encontrado este concepto muy revelador, y me he preguntado si el Interlocutor Interno imita, en un nivel más alto de organización, la misma función. En efecto, el análisis de su “razón de ser” parece traer consigo una vivencia de desorganización de la identidad en el paciente.

En un par de ocasiones he observado una obsesión con la imagen en el espejo durante el período de intenso cambio y disolución de esta personificación. Podríamos preguntarnos si esta “estructura encuadrante” a la que Green se ha referido (1983) 9—resultante de la transformación del objeto materno en una “matriz primordial de investimientos por venir”—no es intensamente perturbada bajo determinadas circunstancias desorganizadoras, a punto tal que se reorganiza parcialmente en esta modalidad patológica. En el mimo sentido, las reacciones de víctimas de guerra y de violencia política observadas por Lifton (1976) 10 y estudiadas por Amati (1989) 11, Pujet y muchos otros, confirmarían que las adaptaciones a situaciones altamente desorganizadoras podrían resultar en organizaciones patológicas, rechazadas por el paciente con un intenso sentimiento de culpa cuando las condiciones de vida cambian nuevamente.

En su estudio sobre el masoquismo en relación a la reacción terapéutica negativa, Green (1993) 12 describe lo que el “Otro” ha llegado a ser en esta intersubjetividad. Como el sujeto no puede escapar de su influencia, trata de estrangularlo. Yendo contra el self es en realidad un intento de asfixiar al Otro. El Otro es entonces una autoridad maligna que rechaza la vida, que no acepta el desarrollo ni las capacidades creativas del individuo. Este guión transferencial es muy similar al que he hecho hincapié en la propia psique del paciente. Estoy dirigiendo así mi atención a la participación inconsciente del paciente en la homeostasis de un sistema que involucra el rescate de objetos para mantenerlos vivos o para rendirles homenaje y que incluye compromisos con venerados mitos familiares. Al hacerlo estoy ofreciendo un acercamiento analítico a lo que Green llama “sentimiento inconsciente de narcisismo culpable”.

En “Invisible Loyalties” (Lealtades Invisibles) (1984), Boszormeny-Nagy 13 reflexiona sobre compromisos inconscientes para con una familia o grupo, los cuales—declara—pueden sólo ser inferidos a través de pistas complejas e indirectas. También demuestra cómo un niño podría ser utilizado para contrarrestar tardíamente las cuentas pendientes de los padres con sus propios progenitores. Este tema ya había sido explorado con anterioridad. Autores como De Gregorio (1977) 14, Faimberg (1985) 15, y posteriormente Kaes y Faimberg (1993) 16, hablaron de la presencia de otras historias, de otras vidas en la vida presente de nuestros pacientes.

Robert W. Firestone (1997) 17 ha estudiado intensamente el problema de la resistencia al cambio. Al hacerlo ha descubierto la presencia de lo que llamó “la voz”, descrita en términos muy similares a la descripción del Interlocutor Interno que he ofrecido aquí. Para este autor, “la voz” se origina en abusos de la infancia, siendo su fuente primaria la incorporación de una actitud de ataque o de condescendencia materna y/o paterna. Desde su punto de vista este fenómeno de “la voz” está ligado a introyecciones maternas y paternas negativas.
No encuentro que el maltrato sea una condición necesaria para el desarrollo de este fenómeno. En cambio, quiero enfatizar el problema de las lealtades inconscientes, donde este rol obligatorio está supuesto a mantener ya sea la sanidad, el bienestar, o inclusive la vida de otros, donde suceden reparaciones fantaseadas, o donde mágicamente el paciente deshace a través de esta personificación una situación traumática pasada no necesariamente propia.

Definiendo al Interlocutor Interno como una construcción psíquica del propio paciente que sostiene a la “estructura encuadrante” (según el concepto de Green), estoy presentando al paciente una posición de responsabilidad que le ofrece fuerza y libertad.

La propia postura psicoanalítica, en la medida en que sea respetuosa, colaboradora, atenta, en la medida en que estimule la investigación y el conocimiento, se convertirá en la fuente de una nueva “estructura encuadrante” que promoverá el cambio, de manera tal que el “Temido Tirano Interno” pueda convertirse en un verdadero Interlocutor.

Bibliografía

1 Abraham, N. and Torok, M. (1980) ‘Introjection—Incorporation, Mourning or Melancholia” in S. Lebovici and D. Widlocher (eds.) Psychoanalysis in France, New York: International Universities Press.

2 Kris, A. (1985) “Resistance in Convergent and in Divergent Conflicts”, Psychoanalytic Quarterly 54:537-68.

3 Porder, M. (1997) ‘Fear of Object Loss as a Resistance to change in analysis’, Unpublished Lecture at The New York Psychoanalytic Institute.

4 Riviere, J. (1936) ‘A contribution to the analysis of negative therapeutic reaction’, International Journal of Psychoanalysis, 17:304-320.

5 Green, A. (1988) ‘Seminaire sur le travail du négatif’ in Le travail du négatif, Paris: Les Editions de Minuit.

6 Winnicott, D. W. (1960) ‘Ego distortion in terms of true and false self’ in The Maturational Process and the Facilitating Environment, New York: International Universities Press. (1965)

7 Lacan, J. (1949) ‘Le stade du miroir comme formateur de la fonction du Je telle qu’elle nous est révélée dans l’experiénce psychanalytique’ in Ecrits, Paris: Aux Editions du Seuil. (1966)

8 Winnicott, D. W. (1967) ‘Mirror-Role of Mother and Family in Child Development’ in Playing and Reality, London: Tavistock Publications. (1971)

9 Green, A. (1983) ‘La mere morte’ in Narcissisme de vie.Narcissisme de mort, Paris: Les Éditions de Minuit.

10 Lifton, R.(1976) ‘Observations in Hiroshima survivors’, in Massive Psychic Trauma, Krystal H. (ed), New York: International Universities Press.

11 Amati, S. (1989) ‘Recuperer la honte’ in Violence d’État et Psychanalyse, Puget ‘J’ (ed) Paris: Dunod.

12 Green, A. (1993) ‘Masochisme et narcissisme dans les echecs de l’analyse et la reaction therapeutique negative’ in Le travail du négatif, Paris: Les Éditions de Minuit.

13 Boszormenyi-Nagy, I. and Spark (1984) ‘Invisible Loyalties’, New York: Brunner/Mazel.

14 DeGregorio, J. (1977) ‘El mito estructurante del sujeto’, Revista de Psicoanálisis 34: 4.

15 Faimberg, H. (1985) ‘El telescopaje de generaciones: la genealogía de ciertas identificaciones’, Revista de Psicoanálisis, 42: 5

16 Kaës, R.., Faimberg, H., Enriquez, M., Baranes, J.-J. (1993) ‘Transmission de la vie psychique entre générations’, Paris: Dunod

17 Firestone, R. W. (1997) ‘Combating destructive thought processes’, Thousand Oaks: SAGE Publications.

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