aperturas psicoanalíticas

aperturas psicoanalíticas

revista internacional de psicoanálisis

Número 006 2000

Quién y de quién soy: la emergencia del verdadero self

Autor: Isgut, Marcela - Johnson, S. - Ruszczyinski, S.

Palabras clave

Falso self analitico, Neutralizacion analitica, Verdadero self analitico..


  • Trabajo: “Quién y de quién soy: la emergencia del verdadero self”. (Who and whose I am: The emergence of the true self). (Publicado en: Johnson, S., Ruszczynski, S. (1999). Psychoanalytic Psychotherapy in the independent tradition. Karnac Books: Londres. p. 9-26)


La autora de este trabajo propone una reflexión acerca del concepto de neutralidad analítica a la luz del trabajo clínico realizado durante casi una década con una paciente diagnosticada de un grave trastorno de falso self. En este contexto, intenta una revisión de sus alcances y su uso en la técnica, en especial en pacientes cuyo problema consiste en una “ falsa variedad de su yo”. El título, “quién y de quién soy”, es la expresión del interrogante que la autora/terapeuta siente que se plantea, sin ser consciente de ello, su paciente Janet y que fue el “eje” del trabajo analítico.

La autora trabajaba en una institución con adolescentes y sus familias donde se le pedía que tuviera un tratamiento en el que se implicara auténticamente con sus pacientes, pero ella prefería trabajar “ de forma más analítica”. En este contexto, el contacto con Janet, promueve el análisis de su propia búsqueda de un “ verdadero self como analista” Dice la autora que su intento de mantener una posición de neutralidad analítica fue sentido por ella como la actuación de un “ falso self de su parte” y cómo sus cambios transitorios fuera de esta posición facilitaron el surgimiento del verdadero yo de su paciente.

Antes de presentar a la paciente, hace un pequeño recorrido del concepto de neutralidad. Toma esta definición de un diccionario (Brown, 1993, p. 1911) ”Neutralidad: ausencia de opiniones decididas, sentimiento o expresión, indiferencia; imparcialidad, falta de apasionamiento”. Cita también la siguiente afirmación de Freud: “El terapeuta debería ser opaco con sus pacientes y, como un espejo, no debería mostrarles otra cosa que lo que se le muestra a él”. (Freud, 1912, p.118). Su interpretación fue que debía entonces abstenerse de comentar o mostrar cualquier aspecto personal sobre ella misma con sus pacientes. Dejar “ su propio yo fuera de la consulta como modo de no inmiscuirse en el espacio analítico que ofrecía a sus pacientes”.
En una mirada retrospectiva, cree que esta concepción hizo que lo que creía  que era su verdadero self analítico neutral, en realidad constituía, en alguna medida, un falso self analítico. Cita a Symigton, quien escribió cómo su narcisismo como psicoterapeuta principiante contribuyó a cierta “autoaniquilación” en su labor terapéutica, (Symigton,1996).

Terapeuta y paciente tuvieron como punto de encuentro la búsqueda del verdadero yo.

El caso clínico

Janet era una mujer de 57 años; había sido paciente de una comunidad terapéutica durante más de tres años, después de sufrir una crisis siete años antes. El consejero de dicha comunidad, que fue el que derivó la paciente, y a quien Janet consultó frente a la emergencia de esta nueva crisis, le recomendó que hiciera una psicoterapia intensiva de no menos de tres veces a la semana. Janet provenía de una provincia y había crecido en una familia muy unida. Sus padres y su hermana mayor habían fallecido hacía algunos años. Tenía dos hermanas mayores. Ella y su marido se habían jubilado. Ella había sido docente y él hombre de negocios. Tenía dos hijos mayores. Janet poseía una memoria brillante, incluso acerca de sucesos ocurridos mucho tiempo atrás.

La terapeuta describe a Janet como una mujer atractiva, bien vestida, inmaculadamente aseada y con pelo rubio platinado pero que denotaba su edad pese a su rostro joven. Su voz era la de “una pequeña niña dulce”. El recuerdo de la primer entrevista es básicamente el de un clima emocional de urgencia por parte de Janet . Hablaba rápidamente y le preocupaba no ser aceptada por la terapeuta. Habló de sus tres crisis, la primera después de la muerte de su madre, veinte años antes. Describió los sucesos relacionados con este hecho como si el tiempo no hubiera pasado, diciendo que ella continuaba profundamente apenada. Janet recordó estar en su habitación llorando después del funeral cuando su marido le mencionó que tenía dos niños pequeños que la necesitaban. En ese momento dijo haberse colocado “una máscara y continuar su vida por el bien de su familia.” Desde el año siguiente a la muerte de su madre intentó varios tratamientos para tratar su depresión, incluyendo hospitalización, medicación, terapia de electroshock y tres años en una comunidad terapéutica de orientación psicoanalítica.

En la primer entrevista Janet manifestó de modo muy enérgico que cuando llegara el momento, habría que empujarla a irse ya que ella no sería capaz. Janet estudiaba la cara de la terapeuta para encontrar algo. La terapeuta percibía su aspecto melancólico y, a la vez, escrutador, que era vivido por ella como intrusivo y generador de un clima donde ninguna de las dos podía pensar. La autora cita a D. Stern, quien en “Diario de un bebé” se refiere a Joey, de cuatro meses y medio: “después de todo, es principalmente en la cara donde sentimos que podemos leer los sentimientos e intenciones del otro. Y empezamos a hacernos expertos al comienzo de nuestras vidas" (Stern, 1990, p.48).

Agrega que Janet parecía querer algo que ella se sentía incapaz de dar, sintiéndose controlada por la mirada y el discurso desbordante, algo que era sentido como el pedido de un modo de relación más auténtico, lo cual, de algún modo, le impedía ocupar su espacio terapéutico. La reflexión que hace aquí la terapeuta es que en ese clima, su propia necesidad de distancia, de cierto “territorio neutral” (Winnicott, 1950), dictó la necesidad de pedirle a Janet que usara el diván.

Refiere la terapeuta que hubo un primer período de trabajo de seis semanas antes de las vacaciones de verano. Pese a que ella ofreció a Janet atenderla una vez a la semana hasta las vacaciones y comenzar así el tratamiento intensivo luego de ellas, y aunque en un primer momento Janet aceptó la propuesta, a la segunda semana pidió ser atendida con más frecuencia aludiendo a que en octubre debía festejar la boda de su hijo. La terapeuta sintió que era un pedido desesperado y accedió a él. Su recuerdo de esas primeras seis semanas de tratamiento es débil : Janet hablaba muy rápido, llenando el espacio ansiosamente y siendo incapaz de realizar una pausa para pensar. Lo que sí recuerda con nitidez la terapeuta, era su sensación de perplejidad e irritación cuando Janet, que hablaba con detalle de las personas con las que había crecido, a veces se refería a la persona como “un bastardo”, momento en el que se sentaba, se daba la vuelta y la miraba directamente para volver luego a su posición acostada. La terapeuta, que trataba de parecer tan indiferente como fuera posible, se mantenía en su actitud neutral. Sentía a la paciente como buscando defensivamente el modo de no pensar.

Janet volvió de sus vacaciones nerviosa y tensa. Miró a la terapeuta directo a los ojos para decir: “He tenido un shock, y sabía que tenía que esperar a que usted regresara”; luego comenzó su relato con mucha dificultad: ella y su marido habían ido al pueblo donde vivía su hermana y donde ella había crecido. En una conversación le preguntó a su hermana por qué a veces la llamaba por su segundo nombre. La hermana contestó: “Bueno, ése es tu nombre –ése es el que aparece en tu partida de nacimiento”. Janet dijo que nunca había visto su verdadera partida de nacimiento –se había extraviado- y la única que tenía era la que los niños ilegítimos tenían. Su hermana dijo: “¡Bueno, eso es lo que eres!”. En ese momento su hermana se levantó enfadada, salió de la habitación y volvió con la partida de nacimiento de Janet diciéndole: “ Aquí está, léela!”, Janet miró la partida y vio que los nombres de sus padres no eran los de las personas que la habían criado. La terapeuta describe la escena de una Janet conmocionada e incrédula. La hermana de Janet creía que ésta ya sabría acerca de la historia de su nacimiento, dado que antes de irse Janet a la comunidad terapéutica había planeado ir en busca su árbol genealógico y que entonces en ese momento se habría enterado de la verdad. La hermana contó a Janet que había sido adoptada a las siete semanas: la persona que había conocido como su padre había resultado ser su tío, el hermano de su padre natural. Su madre biológica era una mujer que Janet conocía como tía Margaret.

Dice la terapeuta: Traumatizada como estaba cuando contaba esto, Janet dijo que cuando vio la partida de nacimiento, entendió algo y de repente descubrió quien era.

Entonces, los sucesos en la vida de Janet comenzaron a tener sentido para ella. Hasta ese momento cuando Janet no entendía algo pensaba que “estaba loca”, sus recuerdos desde las salidas semanales con la tía Margaret (no así sus hermanas), las alusiones de ésta acerca de cosas que Janet no entendía y que, ahora, veía como mensajes en que la tía Margaret quería decirle que era su madre, amenazas de su madre de enviarla al orfanato si se comportaba mal, la sumían en una fuerte confusión y entonces siempre se enrollaba en posición fetal en una silla de la cocina y se ponía a dormir. Recordaba reconfortarse con el pensamiento de que si ya no podía soportarlo y no podía continuar así, siempre tenía la posibilidad de suicidarse.

En este punto del relato, la terapeuta toma la siguiente cita de Winnicott en “Niños adoptados en la adolescencia”: “El adolescente necesita averiguar acerca del mundo real, y sobre esa importante parte del mundo real que gira en torno al enriquecimiento general de las relaciones por instinto. Los niños adoptados necesitan esto especialmente porque se sienten inseguros sobre su propio origen... Casi todo es valioso si es verdadero, y para cuando un niño está cerca de una crisis la necesidad es tan urgente que aún los hechos desagradables pueden constituir un alivio. El problema es el misterio, y la consecuente combinación de fantasía y realidad, y la carga del niño con la emoción potencial del amor, el enfado, el terror, el disgusto, que es de esperar que nunca pueda experimentarse. Si la emoción no se experimenta, nunca se puede dejar atrás”. (Winnicott, 1955, p.141-142). “Los niños tienen un modo misterioso de llegar a conocer los hechos al final, y si descubren que la persona en que ellos han confiado les ha engañado, eso les importa mucho más que lo que hayan descubierto.” (Winnicott, 1955 p.146).

Dice la terapeuta que en esa época Janet se sentía furiosa, rechazada, confusa y asustada, y en terapia hizo una fuerte regresión. El marido la llevaba y recogía de las sesiones y la terapeuta sentía que Janet había depositado su “función cuidadora” en ambos. La frecuencia de las sesiones se aumentó primero a cuatro y luego a cinco sesiones semanales.

Tomando de Winnicott, conceptos como “territorio neutral” (Winnicott, 1950, p.143), “área neutral de experiencia” (Winnicott, l952, p. 239), y “zona neutral” (Winnicott 1971, p.64), sintió la terapeuta que ésa era la zona que ambas ocuparon durante un largo tiempo, y que el pedido de Janet en ésa época era el de fuera proveedora de un espacio en el que trazar nuevamente el camino de su vida y no el de “una terapeuta interpretadora”. Cita también el siguiente párrafo de Winnicott: “La búsqueda puede provenir sólo de un vago funcionamiento amorfo, o quizás de un juego rudimentario, como si estuviera en una zona neutral. Sólo aquí en este estado desintegrado de la personalidad, es que aquello que describimos como creativo, que puede aparecer. Si esto se revela, pero sólo si esto se revela, llega a formar parte de la personalidad organizada individual, y finalmente es lo que hace que el individuo sea, que se encuentre; y finalmente le permite a él/ella mismo/a postular la existencia de su yo. (“Winnicott, Juego, actividad creativa y la búsqueda del yo”, 1971, p. 64).

Janet comenzó a realizar una búsqueda de los detalles de su vida temprana. Sus cuatro padres habían fallecido. A través de sus hermanas se enteró que su madre había perdido una pequeña niña antes que ella naciera. Janet entró en su familia a las siete semanas y la habían descripto como “casi muerta”. Se enteró también que su padre natural había aportado regulares contribuciones económicas a sus padres para su manutención y que había terminado sus días en una institución mental.

Paralelamente a la búsqueda para averiguar sus raíces, Janet estaba inconscientemente motivada en enterarse de detalles sobre la vida de la terapeuta, que era un ser humano vivo – no muerto, como sus padres -. Este exceso de curiosidad de Janet fue vivido por la terapeuta como un comportamiento excesivamente intrusivo. Janet, por ejemplo, escudriñaba el correo que a veces estaba sobre el felpudo al salir de sus sesiones; así descubrió que la terapeuta recibía cartas desde el extranjero de su madre, por la semejanza del segundo apellido. En otra ocasión, cuando apareció otro segundo nombre en una carta, ella se enfureció y pidió saber cuantos nombres tenía. Situación que le permitió enfadarse en el presente en asociación al enfado que ella no pudo expresar por la connotación de su propio segundo nombre.

En una oportunidad, la terapeuta volvía de su paseo matinal con su esposo, y aunque era aún temprano, Janet y su marido estaban esperando fuera. Dice la terapeuta: “Reconocí el coche a la distancia mientras nos íbamos acercando y me sentí muy incómoda y avergonzada de ser vista fuera de mi casa con ropa descuidada (lo contrario a mi ropa de trabajo) y decidí simplemente pasar por delante del coche sin reconocer a Janet. Esta acción tuvo que ver con mi idea teórica de mantener una frontera alrededor de la sesión pero, en términos humanos comunes, fue forzado y grosero, y Janet se sintió confundida y profundamente herida de que no hubiera reconocido su presencia y la hubiera saludado”. Agrega la terapeuta que el haber pasado como si no hubiese visto a Janet había sido “un comportamiento falso” que seguramente transmitió a Janet. Dice: “Cuando entró a la sesión enfadada porque yo no la había reconocido, interpreté que estaba enfadada conmigo por aparecer fuera a una hora en que ella no esperaba verme. Bastante acertadamente ella se negó a aceptar esa interpretación dócilmente y me presionó a que le dijera por qué no la había saludado. Fue sólo cuando finalmente admití verdaderamente que la había visto y me había sentido incómoda y avergonzada que ella fue capaz de calmarse”.

Para la terapeuta éste es considerado como un punto crítico en el tratamiento de Janet ya que ésta había captado su “inautenticidad” y fue capaz de enfadarse y pedir explicaciones. También piensa que esta confrontación produjo un cambio en la transferencia: pasar de un estado de fusión y por lo tanto de control omnipotente a ser considerada “como una persona con propio derecho, propia incomodidad y vergüenza”. Dice: “En términos de Winnicott, me había transformado en un objeto que podía ser usado”.

Cita a continuación la autora el siguiente párrafo de Balint sobre el trabajo con el paciente en regresión: “Es verdad, el analista debe estar preparado para algunas épocas de prueba, especialmente con respecto a su sinceridad. Lo que estos pacientes no pueden tolerar es el no recibir la verdad, la pura verdad y nada más que la verdad de su analista. Como regla son hipersensibles en cualquier caso; pueden reaccionar con dolor y separación a cualquier muestra de no sinceridad, aún a la que se encuentra bajo el título general de formas convencionales de buenos modales”. (M. Balint, 1968, p.187).

La terapeuta sintió que en la transferencia ella se había transformado en la madre mentirosa y en un personaje poco confiable en la realidad y creía que Janet le temía. En esa época Janet parecía convencida de que así como su madre se había quedado con ella por el dinero que pasaba su padre natural, la terapeuta sólo la atendía por dinero.

Otro episodio que relata la terapeuta es cuando una mañana Janet se despedía al final de su sesión y comentó que la veía cansada. Dice que respondió espontáneamente que había estado despierta mirando una final deportiva. Esta información pareció agradarle, “ me había sorprendido de mí misma responder algo de mi propia realidad”. Además, enfatiza que las preguntas de Janet y averiguaciones intrusivas decrecieron a medida que ella estuvo más preparada para darle información ocasional.

Un sueño

En una época en que Janet decidió construirse una pequeña habitación en una zona soleada de su jardín, tuvo el siguiente sueño:

“Estaban haciendo construir la habitación cuando apareció una habitación pre-fabricada y fue colocada directamente en la casa. Fue muy rápido. La habitación era de ladrillos. Luego ella pensó que era piedra de York o algo así; no le gustaba. Luego cuando la miró nuevamente, era de cristal.”
 Janet relacionó este sueño con el hecho de haber sido un bebé pre-fabricado para su mamá. A su vez, quería que su habitación evolucionara con el tiempo, como ella con su tratamiento. La asociación con las paredes de cristal tenía que ver con un punto de separación de Janet con su madre relacionado con una bandeja de cristal que gustaba a su madre y a ella no. “Podía ver que eran dos personas distintas con diferentes gustos”.

Dice la terapeuta que comprendió lo de la habitación como una expresión simbólica del verdadero yo de Janet así como una habitación de reemplazo de su consulta que ella estaba creándose anticipándose a la separación con ella.

En otra oportunidad Janet llegó a su sesión y preguntó en broma: “¿Quién soy hoy?” Decía sentirse sana por primera vez en su vida, y que eso la hacía enfadarse ya que se enfrentaba a la idea de terminar su terapia y dejar a la terapeuta. En este contexto la terapeuta incluye un suceso reciente que entiende como un apartamiento temporal de la posición de neutralidad analítica. Suceso que tenía que ver con la muerte de su propia madre. En el momento del fallecimiento de su madre, la terapeuta debió cancelar u ofrecer un cambio de horario de dos sesiones. El momento coincidió con la vuelta de Janet de unas vacaciones. Janet se sintió bastante desorientada, y se preguntó por qué la terapeuta habría tenido problemas con sus horarios. Frente al pedido de la terapeuta de asociar a este respecto, respondió que lo único que podía pensar era que o bien que se las había dado a otra persona en su ausencia o que era su manera de quitársela de encima y que la estaba rechazando. En este punto la terapeuta sintió que mantener el enigma podía ser abrumador para Janet. Le dijo entonces: “Otra vez tiene dificultades en separarnos y vernos como dos personas diferentes”. Janet entendió que algo malo pudo pasarle a la terapeuta. Ésta, con algún recelo (“no sé cuanto puedo decirle sin cargarla”), decidió contestar las preguntas de Janet. Así, le confirmó la muerte de su madre y el deterioro de su salud de los dos últimos años. “Esto era extremadamente doloroso para ambas”, y agrega: “En esas circunstancias parecía la única manera natural y honesta para mí de hacerlo”. Comenta que Janet agradeció esta actitud diciendo que era la primera vez que alguien había sido honesta con ella, que era la primera vez que había sido tratada como una adulta.

 La siguiente sesión, que tuvo lugar después del funeral, Janet se presentó con una planta para ella. Hablaron del funeral pero luego Janet volvió a hablar de sus propias dificultades. La terapeuta entendió que Janet se sentía agradecida y a su vez preocupada por ella: “...¿no ve qué siempre me han ocultado la verdad? ¿no ve lo que usted me ha dado?....” Al irse dijo: “Todavía no se le ve bien”.

Llegado a este punto la terapeuta reflexiona acerca del sentido de haber involucrado a Janet en detalles sobre su vida personal cuando la práctica ortodoxa demanda lo contrario para la protección del paciente. Justifica su actitud en base al diagnóstico, la evidencia de las condiciones que produjeron un falso self, la descripción de Janet como un bebé casi muerto como consecuencia de carecer de una madre suficientemente buena, la máscara que se colocó al morir su madre, el ansia de cumplir por miedo a ser rechazada en la transferencia, la muerte de su madre que le hace “revivir su trauma original de haber sido abandonada. su verdadero y vulnerable yo se reveló, exhibiendo así su falso yo...”. Agrega, además, que la interrupción luego de las primeras seis semanas de tratamiento, reactivaron en Janet el abandono y que durante esa interrupción Janet encontró un modo de descubrir sus verdaderos orígenes.

Así, apunta que el trabajo con Janet hizo que se cuestionase la viabilidad de mantener una posición de neutralidad analítica con pacientes cuyo problema consiste en un falso self.

Para finalizar, agrega que el trabajo con Janet, fue en un 99,9% “un trabajo psicoterapéutico corriente”, pero que sin ese 99,9%, por supuesto, no podría existir el 1%, y que lo que ha pasado en ese 1% ha sido fundamental, “ha sido en esos momentos en los que hemos tenido contacto directo como dos seres humanos corrientes, y esos momentos, creo, han permitido a Janet encontrar su propio yo. En esos momentos se me ha pedido que fuera yo misma –mi verdadero yo- y no una terapeuta enigmática”.

En este interesante trabajo la autora nos invita a reflexionar sobre un aspecto importantísimo de nuestra práctica clínica como es la revisión particular de cada caso, y como nuestra posición teórico-técnica influye de modo decisivo sobre el proceso terapéutico de cada paciente.

Sue Johnson toma el concepto de neutralidad analítica como modo de revisar ciertos prejuicios teóricos que condicionaban su práctica en los momentos casi iniciales de su trabajo como analista. Nos dice que en ese momento ella buscaba su “verdadero self como analista”. Mi reflexión es que de alguna manera esa es la búsqueda que cada uno de nosotros hacemos alrededor de nuestra tarea cotidiana como analistas, del cuestionamiento permanente de nuestros principios teóricos y de nuestra practica clínica, de proponernos a cada paciente en su singularidad como una exigencia de trabajo especifico que nos lleve desde la teoría a la búsqueda de la técnica como “una forma de intervención particularizada para cada paciente en función de la estructura de personalidad y cuadro psicopatológico y en cada momento diferenciado del proceso, analizando cuidadosamente qué intervenciones son terapéuticas y cuáles refuerzan la patología” (H. Bleichmar, Avances en Psicoterapia Psicoanalítica, 1997).

Entiendo que, frecuentemente, y más aún al comienzo de nuestra actividad como analistas, padecemos de un conflicto que deviene de un fuerte investimiento del ideal analítico, de la búsqueda del autentico psicoanálisis que hace que cualquier cuestionamiento se nos presente como supuestas desviaciones del campo de “la verdad” y del “oro puro del psicoanálisis ”.

A mi modo de ver este trabajo nos muestra la riqueza y vitalidad que surge del intercambio paciente/terapeuta y de los verdaderos puntos de inflexión que marcan los supuestos abandonos de la neutralidad analítica por parte de la terapeuta. En este sentido, si pensamos en la definición que Sue Johnson toma sobre neutralidad donde se alude a indiferencia, falta de apasionamiento, y la propia definición de Freud, es evidente que con relación al cuadro de esta paciente el concepto de neutralidad analítica debe ser reformulado. Especialmente cuando Janet descubre su origen y se vuelve muy curiosa con la analista, y en el episodio en que Janet llega temprano y la terapeuta no la saluda. Resulta importante la revisión que hace aquí la terapeuta que le permite reflexionar acerca de cómo su ideal teórico y sus sentimientos contratransferenciales, dados por la excesiva necesidad de dependencia de Janet, le hicieron actuar de un modo “forzado y grosero”, que hizo que una paciente con estas características, en un estado de regresión tan importante se sintiese herida, confusa y volviera a revivir en la transferencia la desconfianza y temor al engaño que caracterizaba su sentir hacia la madre. Por otro lado, Janet necesitaba una relación de dependencia con ella y creaba así una atmósfera de exigencia enorme para la analista y, a su vez, de grandes expectativas respecto a ella misma.
En este contexto, si revisamos este episodio de acuerdo a Winnicott: “El medio ambiente cuando es suficientemente bueno, facilita el proceso madurativo. la provisión externa se adapta de manera extremadamente sutil a las cambiantes necesidades que surgen a partir del proceso de maduración....cuando la adaptación de la madre no es suficientemente buena, el infante es seducido para que sea sumiso, es un falso self complaciente el que reacciona a las exigencias ambientales que el infante parece aceptar (Winnicott, The Maturational Processes and the Facilitating Enviroment, 1965), sólo el reconocimiento de la terapeuta de su propia sensación de vergüenza, de admitir que había visto a Janet le pudo permitir ir accediendo al rol de “madre/terapeuta suficiente mente buena”.

 Si en el caso de Janet las figuras significativas de su historia funcionaron como sujetos que no pudieron aclarar el enigma de su origen, si su historia infantil estuvo signada en este aspecto por mensajes enigmáticos que ella no comprendía (tía Margaret, referencias al orfanato, su segundo nombre), cuando Janet buscaba insistentemente la mirada de la terapeuta frente a algunas situaciones, parece evidente que buscaba un objeto que apaciguara este sentimiento de confusión. En un primer momento, la terapeuta aferrada a las posibilidades que le daba su propio esquema de pensamiento repite la “falla básica”, al decir de Balint. Si el objeto no encaja con las necesidades del niño, esto determina una ‘falla básica’, pero si es capaz de adaptarse a sus necesidades, genera un ‘sentimiento de tranquilo bienestar, como afirma Balint (la Falta Básica, l968).

A partir de esta situación Janet despliega en la relación con ella desconfianza y dudas como seguramente antes con el objeto materno. La terapeuta, a partir de la reflexión de esta situación va dando a Janet una respuesta más genuina, y siente menos necesidad de atrincherarse en un encuadre defensivo frente a la ansiedad que le provocaba el intrusismo de Janet.

Difícil interjuego entre los momentos en que ella sentía que debía “enfriar” a Janet, ofrecerle el diván, invitarla a poder pensar y, a su vez, conservar ella misma su espacio como terapeuta, y los momentos críticos de severa regresión en que Janet necesitaba de una terapeuta que le permitiera una experiencia emocional en que un objeto externo pudiera adaptarse a su necesidad y ser una terapeuta confiable y sincera.

Tal vez el 1% al que la terapeuta alude como los momentos que fueron un contacto directo como “dos seres humanos corrientes”, contribuyeron decisivamente al proceso de Janet al encuentro con su verdadero self y posibilitaron, a su vez, a la terapeuta encontrar el suyo como analista, permitiendo cuestionarse la eficacia de su posicionamiento en los distintos momentos del tratamiento de Janet. En este sentido, el análisis que Sue Johnson hace muestra, también, cómo lo terapéutico parecía haber surgido de las reacciones de Janet (reclamar, enfadarse, no aceptar dócilmente interpretaciones que sentía mentirosas, mostrar su desconfianza, y luego también mostrar su afecto y preocupación por la terapeuta a intervenciones de su parte que habían sido poco óptimas en relación al encuadre que ella privilegiaba.

Respecto al episodio de la muerte de la madre de la terapeuta, es evidente que, pese a sus dudas (“no sé cuanto puedo decirle sin cargarla”), dejó fluir un clima emocional que se semeja al “algo más” que conceptualiza Stern y que tiene que ver con “momentos” especiales de auténtica conexión de persona a persona entre terapeuta y paciente, y que Stern llama “momentos de encuentro”, donde el terapeuta hace uso de un “aspecto específico de su individualidad” y así “trabajar para encontrar la singularidad del momento”. Es decir, un “algo más” de la interpretación, donde los afectos surgen y se intercambian desde una autenticidad libre del rol terapeuta-paciente. (Stern, Int. Psycho-Anal, 1998).

Es evidente que la autenticidad de las respuestas de la terapeuta a Janet escapan a la interpretación tradicional a la que ella se aferraba en los inicios del tratamiento.

Me gustaría hacer referencia en este punto a un comentario acerca de la emocionalidad del analista, que “... es una forma siempre presente de intervención, debe ser estudiada en sus efectos junto a otras formas de intervención terapéutica... el terapeuta no puede permitirse el ser emocionalmente igual con todos los pacientes, es decir, dejarse arrastrar monocordemente por su caracterología personal o por la caracterología preconizada por la escuela de pertenencia acerca de cual es la identidad ideal” (Hugo Bleichmar, Aperturas Psicoanalíticas Nº1, Abril 1999), lo que nos hace poner especial atención acerca del carácter iatrogénico que puede general una emocionalidad que no se adecue a las necesidades del paciente, en este caso, a Janet. Por último quisiera agregar que para Sue Johnson, la regresión de Janet, su necesidad de dependencia absoluta, de experiencia fusional, pusieron a prueba su capacidad de empatía, de resistencia y de flexibilidad y abrieron la posibilidad de esta rica reflexión que evidentemente no se agota en este comentario.
 

Bibliografía

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Brown, L., Ed. (1993). The New Shorter Oxford English Dictionary. Oxford: Clarendon Press.

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Winnicott, D.W. (1950). The deprived child and how he can be compensated for loss of family life. In: The Family and Individual Development (pp. 132-145). London: Tavistock, 1965. [Reprinted in: Deprivation and Delinquency, ed. C. Winnicott, R. Shepherd, & M. Davis. London: Tavistock, 1984; New York: Methuen, 1984.]

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Winnicott, D.W. (1955). Adopted children in adolescence. In: Thinking About Children (pp. 136-148), ed. R. Shepherd, J. Johns, & H. Taylor Robinson. London: Karnac Books, 1996; Reading, MA: Addison-Wesley, 1996.

Winnicott, D.W. (1965). The Maturational Processes and the Facilitating Environment: Studies in the Theory of Emotional Development. London: Hogarth Press

Winnicott, D.W. (1971). Playing and Reality. London: Tavistock, 1971; New York: Methuen, 1982.

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