aperturas psicoanalíticas

aperturas psicoanalíticas

revista internacional de psicoanálisis

Número 008 2001 Revista Internacional de Psicoanálisis Aperturas 8

El supeýó femenino

Autor: Ramos, María Angustias

Palabras clave

Levinton, N., Castracion, Feminidad, género, Identidad temprana (preedipica), intersubjetividad, Masoquismo, Norma, Organizacion de la sexualidad, Superyo.


  • Libro: Nora Levinton Dolman (2000). El superyó femenino. La moral de las mujeres. Madrid: Biblioteca Nueva


A) LA FEMINIDAD EN LA TEORÍA FREUDIANA: LUGAR DE DESENCUENTRO

En este primer capítulo, N. Levinton trata de contextualizar la revisión sobre el tema de la feminidad en el marco del cuestionamiento de otros desarrollos de la teoría psicoanalítica. Tarea difícil tanto porque obliga a una investigación en torno a cómo se generan los conceptos como porque facilita la emergencia de discrepancias con el pensamiento freudiano, de enorme repercusión en la historia de la cultura, y subversivo en sus orígenes. Discrepancias que no pocas veces son etiquetadas como "herejías" por la ortodoxia psicoanalítica.

 La autora inicia la revisión del tema de la feminidad cuestionando dos aspectos:

     - la descripción que se hace de la trayectoria pulsional de la niña. Las etapas del desarrollo se enuncian en términos de los masculino: estadío fálico, angustia de castración. No son por tanto nociones neutras.
     - la significación que se otorga a la diferencia anatómica y sus consecuencias respecto a la constitución del aparato psíquico, cuya piedra angular es el descubrimiento por parte de la niña de que ella no tiene pene. Este aspecto es fácilmente cuestionable a la luz de los conocimientos actuales: no hay una masculinidad inicial, tal y como demuestran recientes estudios de embriología citados posteriormente.

Todo ello sin olvidar que es la cultura de la época la que le otorga valor simbólico a este proceso de diferenciación sexual. Y así surge la formulación en la cual lo masculino es descrito como patrón frente al cual lo femenino es la desviación, o el déficit. Incluso, como plantea Luce Irigaray, los atributos femeninos son valorados social, cultural y económicamente a partir de que se esté en condiciones de cumplir la función maternal. Hasta entonces -la pubertad- la niña no tiene valor alguno per se.

Queda sugerido que, a pesar de que en la Conferencia 33ª (1933) Freud plantea que no es tarea del psicoanálisis “tratar de describir qué es la mujer” (pág.108), los textos psicoanalíticos abundan en descripciones de cómo son las mujeres y cuáles son los desarrollos y evoluciones normales y patológicas:

    - por la envidia del pene, la envidia y los celos son más relevantes en la vida anímica de las mujeres (1933, pág.116).
    - en la treintena, la mujer: "... aterra a menudo por su rigidez psíquica y su inmutabilidad (...) como si el difícil desarrollo a la feminidad hubiera agotado las posibilidades de la persona "...mientras que los hombres a esa edad son "individuos  jóvenes, que podrán aprovechar abundantemente las posibilidades que el análisis les ofrece..." (1933-pág 125).
    - el deseo de pene es definido como «el deseo femenino por excelencia» (1933, pág. 119).
    - En la mujer «la necesidad de ser amada será más intensa que la de amar» (1933, pág. 122).
    - la vanidad corporal es un resarcimiento por su inferioridad sexual, el efecto de la envidia del pene (1933, pág. 122).
    - por la envidia, se atribuye a la mujer un "escaso sentido de la justicia" (1933, pág. 124).
    Estas citas revelan como Freud caracteriza a la mujer desde un análisis comparativo que toma al hombre como modelo. El mismo Freud, conocedor de la insuficiencia de su conceptualización en este tema sugiere "esperar a que la ciencia pueda procurar informes más profundos y coherentes".

Menciona N. Levinton el concepto de género como aporte privilegiado que puede animar a una nueva lectura que a pesar de no ser un término clásico psicoanalítico, tal como apunta Dio Bleichmar, puede ajustarse al par feminidad/masculinidad al que hace referencia la teoría psicoanalítica. Con su incorporación puede cuestionarse que la diferencia anatómica se constituya necesariamente en el referente obligado de la feminidad.

Analiza en su trabajo otras dimensiones a tomar en cuenta:

    - cómo se construye la identidad temprana (preedípica).
    - de qué forma la intersubjetividad va a determinar la organización de la sexualidad.
    - si es conveniente seguir otorgándole al complejo de Edipo la condición de núcleo estructurante del psiquismo.

La autora se plantea si pudiera pensarse que Freud estuviese considerando como lo normal, constitutivo de la sexualidad femenina, a determinadas configuraciones psicopatológicas. A este respecto, cita por ejemplo a Jones (1933) quien plantea el concepto de envidia del pene, bien como una fórmula de compromiso neurótico, bien como síntoma y defensa frente al temor del daño al interior del cuerpo que conlleva la feminidad. O quizá haya que plantear ya abiertamente que no es una etapa inevitable en el desarrollo de la niña, sino que «en condiciones específicas (siguiendo el criterio de las series complementarias), es decir sobre la base de una determinada disposición, y al ser activada por alguna experiencia desencadenante particular que promoviera esa fantasía específica podría aparecer en algunas niñas el sentimiento de minusvalía por el reconocimiento de la falta, o envidia del pene frente al hermano y/o amiguito que lo posee» (p. 34).

Otro ejemplo es el de la equivalencia del clítoris con un pene atrofiado que fundamenta la teoría de la bisexualidad de la niña. Referencia revelada incorrecta por los ya citados estudios de Money que demuestran que desde el punto de vista embriológico el pene es un clítoris masculinizado bajo la influencia de los andrógenos en el tercer mes de embarazo. O la fantasía de escenas de seducción por parte de los padres como elemento propio de la configuración edípica; incluso la tan manida hostilidad de la niña contra la madre como consecuencia del reproche por haberla privado de pene.

De estas reflexiones se desprende la pregunta sobre por qué las teorías sexuales infantiles, planteadas como el resultado de la lógica aplicada por los niños al desciframiento del enigma de la sexualidad, se convierten en universales y aplicables al psiquismo de los adultos. E incluyen como temas necesarios por su ambigüedad y contradicción el de la atribución de la "pasividad femenina" a características anatómicas (vagina=cavidad), y otras transposiciones desde el orden biológico hacia lo cognitivo y lo emocional.

La tarea de reformulación que se plantea N. Levinton abarca otros dos conceptos fundamentales en psicoanálisis: masoquismo y superyó. Masoquismo descrito por Freud como “constitucionalmente prescrito y socialmente impuesto” a la mujer. Señala la autora que la censura social sobre la agresividad femenina facilita la erotización de las tendencias agresivas vueltas hacia sí misma, origen del masoquismo. Ambos temas se trabajan en la línea marcada por Emilce Dio Bleichmar en su libro “La sexualidad Femenina”.

 Y la cuestión del superyó, que la autora rastreará de los esbozos iniciales hasta su definitiva conceptualización, incluyendo como referencia privilegiada la que menciona sobre la  «’sorprendente’, ‘no sospechada’ impronta de la significación (en cuanto a su duración, y las consecuencias que tendrán a posteriori), de la relación de la niña con su madre». El superyó, cuya génesis el mismo Freud vinculó a la relación de la niña con su madre, en la etapa anterior al complejo de Edipo.

Citando a J. Flax, se apunta que tal vez se haya privilegiado el conflicto edípico como núcleo primordial de la vida individual, al servicio del conjunto de la cultura, desvalorizando la posición central de la relación madre-hijo preedípica.

Levinton rescatará en su libro el período preedípico y su trascendental implicación en la subjetividad de la niña como núcleo central para el planteamiento de la génesis del superyó.

B) LA MUJER PENSADA Y DESCRITA POR FREUD. VIENA, FIN DE SIGLO.

La conceptualización freudiana sobre el superyó o sobre la feminidad aparece contextualizada en el marco de que Freud fue un hombre de su época, imbuido y determinado por la impronta de su tiempo. Lo que haría necesario una revisión a la luz de lo que al saber se ha incorporado desde entonces hasta el presente.
Levinton revisa así algunos documentos de la vida privada de Freud para revelarnos algunos preconceptos que tendrán un lugar destacado en la formulación del superyó femenino, apelando a la correspondencia de Freud con su futura esposa y a la actitud paternalista que mantuvo con otras mujeres que tuvieron importancia en su vida (Lou A. Salomé, M. Bernays...).

También en textos como "Estudios sobre la histeria" se hacen evidentes los prejuicios propios de la época, cuando en el análisis de un caso identifica los deseos de superación de una paciente y su intento de mantener un criterio autónomo como complejo de masculinidad o rivalidad con el hombre.

Así como en "Análisis fragmentario de una histeria " (caso Dora) queda clara la diferencia entre los parámetros por los que se definen las particularidades, en función del significativo sesgo dado por ser un hombre o una mujer, las diferencias a la hora de juzgar al padre o a la madre de Dora.

O en "El malestar de la cultura”, cuando  asevera que las mujeres están "escasamente dotadas para la sublimación" y que "la obra cultural es tarea masculina", sin tener en consideración cuanto de causalidad en esa dificultad para la sublimación tiene el que, para hacerlo, la mujer hubiese tenido que abandonar -sustraer libido de-  las relaciones con los hombres y los intereses de la familia. Amén de olvidar como capacidad de sublimación a la función privilegiada por antonomasia: ser cuidadoras de la vida.

Todo lo anterior no viene sino a reflejar que Freud se hace eco en algunos momentos de su obra  de la representación que imperaba sobre la mujer, cayendo en prejuicios hondamente arraigados. Que sus formulaciones parten de su experiencia personal y de la significación que él le da a lo que las mujeres aporten como material clínico. Es esta significación particular, universalizada posteriormente, la que N. Levinton pretende cuestionar.

C.-CONCEPTUALIZACION SOBRE EL SUPERYÓ EN FREUD

La teoría freudiana ha denominado tradicionalmente superyó a la instancia psíquica a la que se le atribuye la definición de "juez interno", siendo una parte del psiquismo que observa críticamente a la otra y cuya función se definirá como de autoobservación, censura, control de pulsiones e  ideal del yo.

Freud partía del interrogante sobre los "mandatos incomprensibles" o "religión privada" para ir desarrollando su teoría del superyó. Su preocupación por los orígenes del sentimiento de culpa en la neurosis obsesiva lo lleva a definir la conciencia moral, formada en la dinámica entre determinadas mociones de deseo existentes en nosotros frente a las cuales se alza un juicio adverso interior que se expresa en conciencia de culpa (Tótem y tabú, 1912-13).

La autora sugiere que «la conceptualización del superyó tal y como está desarrollada en su obra y se ha mantenido en la concepción psicoanalítica posfreudiana, mantiene una compleja relación entre dos cuestiones difíciles de correlacionar para un público no psicoanalítico: la vinculación entre la ley de prohibición del incesto como forma de regular los deseos sexuales dentro del ámbito de la célula familiar, y su instauración como norma privilegiada para la organización de la subjetividad» (pág. 18).  De modo que el superyó se fundamenta sobre el abandono de los deseos incestuosos tanto hacia la madre como hacia el padre, deseos que conformarán el núcleo del complejo de Edipo.

Asimismo, la autora afirma: «En el varón la temida amenaza de castración, o sea el castigo fantaseado bajo la forma del cercenamiento de los genitales lo empujaría al abandono del enamoramiento de la madre y a la identificación con el padre preservando así su preciado órgano (el pene). Por lo tanto, se otorga a la angustia de castración un lazo indisoluble con la configuración superyoica a la que da lugar» (p. 18).

Levinton revisa diferentes textos freudianos rastreando la formulación sobre el origen, formación y funciones de esta instancia psíquica . Funciones que se definen como: autoobservación, conciencia moral y función del ideal, originadas primero sobre el modelo del superyó de sus progenitores (a su vez representantes de una tradición de generaciones anteriores), internalizando la autoridad representada por los padres que después se erige en propia del superyó, que recoge el rigor, lo punitivo y lo prohibitivo transmitido por los padres. Incluida la relación de esta internalización de la autoridad y su vinculación con la angustia, y la diferencia entre culpa (tensión entre el yo y la conciencia moral que regula fundamentalmente los deseos incestuosos y agresivos) y el sentimiento de inferioridad respecto del ideal del yo (incumplimiento de las expectativas necesarias para lograr la aprobación del superyó).

C-1. EL SUPERYÓ EN LA MUJER
 Tras describir el superyó freudiano como fundado en la prohibición del incesto y como legislador por antonomasia de la sexualidad en ambos géneros, Levinton analiza la cuestión del superyó en la mujer, en un constructo en que la envidia del pene, la amenaza de castración, etc, la sitúan en una posición de clara minusvalía moral.

 Escribe Levinton: «En el desarrollo que se toma como referencia, todo lo que suceda en la niña se describe en oposición a lo que se ha pre-sentado corno modelo ejemplificador. Dado este planteo inicial, el sesgo de género masculino determinará de antemano los ítem que se consideran para definir al superyó: la posesión o no del pene, el temor a la amenaza de castración, la posible identificación con el padre como representante de las leyes y tradiciones de su cultura, etc.» (p. 18).

Siguiendo con su análisis de los textos de Freud, la autora cuestiona afirmaciones en torno a lo "éticamente normal" que se entiende en la inicial teoría psicoanalítica como distinto en hombres y mujeres (siempre dejando a la mujer en la posición de "menor", menor sentido de la justicia, menor capacidad de sublimación, menor capacidad de someterse a necesidades...).

En textos posteriores, como “Inhibición, Síntoma y Angustia” (1926), se significan otras situaciones capaces de generar angustia: el nacimiento, la pérdida de la madre como objeto, la pérdida de pene, la pérdida del amor del objeto y la pérdida del amor del superyó. Se reconoce, asimismo, la mayor significación de la fase preedípica, de la fuerte ligazón madre-hija, en el caso de las mujeres y se apunta a que en el caso de la mujer «puede afirmarse que la situación de peligro más eficaz como generadora de angustia es la de la pérdida de objeto, introduciendo una pequeña modificación: la sugerencia de hacerlo extensivo a la pérdida de amor por parte del objeto» (p. 58).

Según muestra la autora, hay un continuo retorno desde los planteos iniciales de la amenaza de castración y el complejo de Edipo a las formulaciones posteriores que incluyen las otras causas mencionadas generadoras de angustia distintas a dicha amenaza. Concluye Levinton: «si pensamos en la sobrecarga de la enorme presión social ejercida sobre las mujeres para, por una parte, censurar la legitimidad de ciertos deseos y, por otra, imponer normas prescriptivas que potencian el sentimiento de culpa, es innegable que la angustia frente al superyó justifica sobradamente que no se aprecie menoscabo alguno por ausencia de la amenaza de castración» (p. 59).

II.-REVISION CRITICA

La autora selecciona determinados puntos considerados como los más representativos para tratar el tema  de la relación entre las consecuencias psíquicas de las diferencias anatómicas y su incidencia en la formación del superyó en la teoría psicoanalítica.

Hasta 1923 los textos freudianos proponían un desarrollo paralelo en niños y niñas sobre la base del complejo nodal -el de Edipo- pero, a partir de esa fecha se introduce la etapa fálica ubicando el problema de la significación sexual en torno a ella (El final del complejo de Edipo [1924], Algunas consecuencias de la diferencia sexual anatómica [1925]).

II.a- La envidia del pene: una teoría sexual infantil que se convierte en premisa universal.

El capítulo se inicia aludiendo a la polémica en torno a la premisa universal del pene y lo que implica como fundamento de una teoría falocéntrica y reduccionista, que plantea que la mujer es la representante castrada de antemano de un sexo único.

Todo ello pese a las advertencias del propio Freud de que las “Teorías sexuales infantiles” (1908) eran incompletas, parciales y superaban lo que el conocimiento de la época podía explicar (Freud la compara con las "teorías que calificamos de geniales edificadas por los adultos como tentativas de resolver los problemas que desafían el conocimiento humano"). Lo que conduce a que Levinton se interrogue sobre por qué una teoría tan poco consistente puede alcanzar el estatuto de indiscutible en los posteriores desarrollos del psicoanálisis.

El punto central gira en torno a la posesión del pene por el niño y su carencia en la niña. Lo cual determina que el niño renuncie a los deseos incestuosos y acceda a la identificación con su padre para conservar así su preciado órgano. Pero la niña, que «ha visto eso, sabe que no lo tiene y quiere tenerlo» (El final del complejo de Edipo, p. 271)  queda abocada a la envidia del pene.

N. Levinton cuestiona la consideración del pene como envidiable y superior a un clítoris, y la posición de inferioridad en que esta afirmación deja necesariamente a la mujer, según la teoría.

Dado que Freud vincula la formación del superyó a la resolución del complejo de Edipo por la amenaza de castración, el desarrollo del mismo en la niña necesitará una reformulación al estar ella castrada de antemano. Porque «se presenta así al superyó también como una categoría masculinizada. Y, sobre todo, como una instancia que básicamente normativiza la sexualidad, vinculándola además a la moralidad» (p. 63).

La autora cita a D. Bernstein en el planteamiento que  esta psicoanalista formula sobre las ansiedades específicas de la niña derivadas de su dificultad de acceso (visual y de manipulación) de sus genitales; de difusividad de sensaciones entre clítoris, vagina, zona anal y uretral, relacionadas con aquello que pudiera introducirse o salir de sus orificios.

La premisa de la envidia del pene deriva en el psicoanálisis en varios sobreentendidos sobre el desarrollo de la niña:

    - abandono de la autoestimulación del clítoris, por desprecio a la inferioridad de su propio órgano,
    - reproche a la madre por haberla traído al mundo "insuficientemente dotada" y por estar ella misma, en tanto mujer, también castrada,
    - el varón sentirá "horror ante la criatura mutilada” (Freud, 1925, p. 271),
    - el sentimiento de inferioridad derivado de ese pene atrofiado (1933) -su clítoris- se desplaza al sentimiento de inferioridad por tensión entre el yo y el superyó, como si el superyó pudiera encontrar más reprobable tener un clítoris que un pene.
    - la necesidad de neutralizar la carencia del pene, instaurando la equivalencia simbólica del deseo de un hijo.

Como describe Dio Bleichmar, no solamente la hipótesis freudiana de la sexualidad de la niña distinguida por su carácter masculino se ha demostrado inexacta a la luz de los últimos descubrimientos en embriología, «Además del error conceptual que ya ha sido explicitado (sobre el origen embriológicamente femenino del pene), se ratifica el deslizamiento entre la distinción anatómica que perjudica a la niña por no tener "eso" y la situación psíquica enlazada a ella, que funda una amplia secuencia de asimetrías "como si" tuviesen que ver con el pene» (p. 66), sino que la cuestión de la envidia del pene no tiene carácter universal, no es una etapa obligada de la infancia de la niña y, lo más importante, «puede convertirse en el significante de la falta de cariño o de autoestima, o sea, en complejo de castración infantil en caso que la niña atraviese insatisfacciones afectivas con sus figuras de apego» (p. 66). Dice Dio Bleichmar también que la envidia al pene podría reformularse como envidia al falo como «símbolo del apoderamiento masculino de las instituciones de lo simbólico» (p. 66).

II.b.Castración en la mujer. ¿De que hablamos?

N. Levinton se pregunta sobre porqué el hecho de haber sido privadas del pene adquiere tal valoración por sí mismo en la teoría, y recalca, siguiendo a Dio Bleichmar, que se trata sobre todo de la diferencia que establece el género: de la posición del sujeto en las relaciones humanas, de la distinción y diferenciación en las estructuras psíquicas, de los soportes narcisistas.

Todo lo cual lleva a la autora a cuestionarse «¿Desde qué presupuesto de una teoría pretendidamente neutra escuchamos a nuestras pacientes?» (p. 69). ¿Hasta que punto el trabajo clínico lleva a descubrir un sentimiento de rivalidad fálica si no se desea llegar a ella?.

La teoría, como señala Bleichmar, no es neutra, y mucho menos los que la  aplicamos. Y sugiere resignificar la envidia  desde una intersubjetividad que homologa pene con superioridad, y falta de pene con minusvalía, privación e inadecuación. Por lo que Levinton plantea «Básicamente, el cuestionamiento es que el reclamo por el daño y la humillación sean por lo vivido en tanto género como injusticia y asimetría en las mujeres, y usufructuado como posibilidad "natural" de los hombres» (p. 69) Por lo tanto, ¿por qué seguir llamando a eso pene?

Respecto a la necesidad de la madre "castrada" de tener un hijo para compensar la falta de pene ¿no se está  ignorando que el verdadero necesitado es el bebé, paradigma de la  dependencia y la impotencia?
También resalta la autora cómo es curioso que la ley de prohibición del incesto quede exclusivamente referida al par hijo varón-madre, cuando las transgresiones más frecuentes son las del par inverso, mientras que a la seducción paterna (significada como perteneciente en exclusiva al mundo de la fantasía de la histérica) no parece que la ley le dé alcance con la debida fuerza represora en el hombre adulto (y las estadísticas apoyan sin lugar a dudas este cuestionamiento).

Retomando la cuestión del superyó, éste surge según la teoría psicoanalítica como consecuencia de los estadíos del desarrollo de la libido hasta llegar a la etapa fálica, el complejo de Edipo, la envidia del pene y la angustia y la amenaza de castración subsiguientes. La autora plantea la paradoja que resulta de que en la teoría, como se ha visto anteriormente, si la ausencia de la amenaza de castración define en la mujer un superyó tan «defectuoso» (p. 72), ¿cómo explicar sus devastadores efectos en la clínica?

Como respuesta, señala a lo largo de su trabajo, que quizá haya que incluir nuevos determinantes en la constitución del superyó. Tras el cuestionamiento de la angustia de castración en la niña y rastreando otro referente que actúe como equivalente en su aparato psíquico, menciona aquí Levinton a D. Bernstein, en su articulo "El superyó femenino. Una perspectiva diferente". Bernstein sostiene que Freud toma para su teoría en la valoración el superyó de las mujeres una característica más propia de los hombres (firmeza/rigidez de la estructura), restando valor a la condición de flexibilidad de las mujeres, aclarando cómo se mide la fortaleza del superyó de acuerdo a sus contenidos, y no por la severidad con que se cumplen sus prescripciones (p. 72). Asimismo, se hace evidente la ausencia en el superyó masculino del imperativo categórico de la paternidad, y comenta la consideración al respecto de los precursores preedípicos del superyó donde las prohibiciones fueron más tempranas en las mujeres.

En su magnifica lectura de los textos freudianos que tratan este tema, la autora halla en el mismo Freud las pistas para encontrar el sustituto en la niña de la angustia de castración: "estas formaciones parecen ser resultado de la educación, del amedrentamiento externo, que amenaza con la pérdida del ser-amado" (El final del complejo de Edipo, 1924) y en otro lugar: "en la mujer parece ser el peligro de la pérdida del objeto la situación de mayor eficacia (para generar angustia)" (Inhibición, síntoma y angustia, 1925). Lo que lleva a Levinton a plantear: «La hipótesis de la importancia fundamental de la condición del temor a la pérdida del amor de parte del objeto en la mujer merece la misma consideración, como factor de un superyó de género, tan crucial y determinante como la amenaza de castración en el varoncito» (p. 74).

II-c Masoquismo

 Sabemos que el tema del masoquismo femenino es una compleja formulación acerca del movimiento pulsional de la agresividad vuelta “hacia dentro” con la posible búsqueda de placer en el sufrimiento. Propuesto además como una "expresión de la naturaleza femenina" (Freud, 1924).

Al analizar los postulados freudianos sobre el masoquismo se describen los de 1924 en “El problema económico del masoquismo, donde se mencionan «tres formas posibles: 1) el masoquismo erógeno, definido como el placer de recibir dolor (que subyace a las otras dos formas); 2) el masoquismo femenino al que se define como «la forma más accesible a nuestra observación, menos enigmático, y se lo puede abarcar en todos sus nexos»(pág. 167); y 3) el masoquismo moral, (explicado como un sentimiento de culpabilidad inconsciente en la mayor parte de los casos)» (p. 74) y se aclara que el concepto de coexcitación permite plantear que no es lo mismo que pueda haber un estado de excitación asociado al dolor, que aseverar que es el dolor el que causa el placer (p. 75) Se entiende así que la sexualidad de los hombres contiene un componente de agresión (resto de una tendencia a someter, cuyo posible origen biológico fuese el de someter la resistencia del objeto sexual). A partir de que el pene queda definido como órgano activo, a la vagina , en virtud de su capacidad receptora, se le puede atribuir como contrapartida la pasividad  como condición básica. Se hace coincidir pues, el par actividad-pasividad con su correlato masculino-femenino.

La autora hace una magnifica reflexión sobre este tema retomado la propuesta freudiana: «Es decir: como la mujer no puede sustraerse del masoquismo primario, tanto por su propia constitución (¿intensidad de la pulsión? ¿la vagina como cavidad?), como por las reglas sociales que se lo prescriben, no podrá ni descargar hacia afuera ni elaborar las pulsiones masoquistas de muerte, excepto por inversión de actividad en pasividad y por transposición del objeto al sujeto. […] Así expresado pareciera que, en tanto la actividad/agresividad hacia el exterior le es censurada, necesariamente tendrá que "volverla hacia adentro". […] Pero: ¿Puede pensarse acaso en algún componente constitucional que conduzca a la niña hacia el masoquismo primario y también que le prescriba sofocar su agresión? ¿Cuál? ¿Tendremos que volver una y otra vez sobre el "destino de nuestra anatomía"?» (p. 76).

Ignorándose la paradoja que supone que la mujer tenga que sofocar su agresividad cuando desde la propia teoría tiene tantos motivos para sentirla (la castración, la envidia del pene, la inferioridad propia y de la madre, etc...

II-d Helen Deutsch: La psicología de la mujer.

 En este capitulo, N. Levinton revisa la obra de H. Deutsch para encontrar significativas referencias en cuanto a la relevancia de la fase preedípica en la relación de la niña con la madre y de su importancia en todas las etapas de la vida de una mujer.

Entiende también que algunas de las formulaciones de Deutsch podrían enmarcarse hoy en la línea de la intersubjetividad, y la sitúa como pionera en mencionar la influencia de los factores sociales de crianza y educación para la instauración del llamado  sistema sexo-género.

La etapa preedípica se reeditaría durante la prepubertad, con el intento de la niña de liberarse de ella "al ser la madre la representación del lazo más fuerte con el pasado"  (Deutsch, 1944). A este respecto, piensa que el cambio de objeto jamás tiene lugar completamente (p. 32), y la adhesión a la madre desempeñará un papel significativo en todas las etapas de la vida de la mujer. Si el intento de deshacer esta adhesión fracasa, la joven tenderá a establecer relaciones marcadas por la dependencia emocional y por una gran necesidad de apoyo, en una actitud de intensa demanda que es muy difícil de satisfacer. No distingue H. Deutsch, en cambio, entre los factores que contribuyen a la generación de sentimientos de culpa, agresivos y/o violentos, diferencias en niñas y varones.

Siendo anterior a la formulación del concepto de género, la obra de Deutsch ahonda en aspectos ligados a las vivencias emocionales y a cómo éstas deben responder a un modelo internalizado de lo que se supone debe ser una muchacha y posteriormente una mujer.

Describe así cómo en la etapa prepuberal la niña busca un alter ego con el que identificarse en una búsqueda de seguridad y cómo el conocimiento de sus deseos sexuales se reprime más y durante un tiempo mayor que en sus coetáneos varones. Propone que pueda estar presente en esta etapa también el surgimiento de sentimientos hostiles hacia la madre por su función represora de su comportamiento "adulto", y no hacer derivar dichos sentimientos solamente del complejo de Edipo.

Para Deutsch, si bien hay una etapa de actividad propia de la prepubertad igual para ambos sexos, en la niña el impulso para la actividad es más débil y la inhibición externa más fuerte, sobre todo frente a los componentes agresivos.  Que no es gratuita ni ligada a la constitución anatómica como señalaban los textos freudianos, sino que queda conformada como una transacción en la que el medio social ofrece a la mujer un soborno por renunciar a ellos: es el pago por ser amada. Pero los deseos hostiles han de encontrar una salida, y lo hacen dotando al estado pasivo de ser amada de un carácter masoquista.

Así, este sobreinvestimiento del "ser amada" conduce a las mujeres a renunciar muchas veces a sus propios juicios, buscando aprobación y satisfacción narcisista complaciendo al otro. Rasgos claramente conceptualizados hoy como propios de la subjetividad femenina.

Concluyendo, las críticas de la autora a los planteos de H. Deutsch son:

    - vuelve a retomar el discurso freudiano que toma a las diferencias anatómicas como base de las psicológicas.
    - También estimula la "masculinidad" en las mujeres y desalienta la "feminidad" en los hombres, en virtud de que la valoración social es diferente para los rasgos considerados como masculinos frente a los femeninos.
    - refleja el pensamiento prejuicioso de la época al hablar de las mujeres intelectuales como "masculinizadas"
    - a pesar de admitir los preconceptos sobre las cualidades afectivas específicas femeninas (intuición, empatía...).
    - sus contradicciones entre una aproximación que pone el énfasis en los factores de socialización y el retorno a aspectos “constitucionales”.

El tema del masoquismo Deutsch lo correlaciona con la pasividad femenina, derivando ambos de la  "constitución femenina", en la cual la desviación de lo activo a lo pasivo es un rasgo nuclear y permanente.
N. Levinton señala las ambigüedades en la obra de esta autora cuando, pese a su insistencia en los diferencias de tratamiento que reciben los jóvenes, según sean mujeres o varones cuando en la prepubertad surge el impulso activo de conquistar el medio, termine atribuyendo a la "atracción de la mujer por el sufrimiento" el mayor peso en la constitución del masoquismo femenino. Y a su planteamiento del  deseo de maternidad como deseo masoquista opone la concepción de Bleichmar de "seudomasoquismo" , cuando el displacer es inevitable pero el propósito es otro, en este caso ser madre. Otra vez se produce el deslizamiento y "se atribuye a factores pulsionales lo que el peso de la cultura propone como propio para lo femenino y la masculinidad" (pág. 87).

La autora también cita a Karen Horney (1933) como otra conceptualización que cuestiona la tesis freudiana sobre el desarrollo psicosexual en la niña, mencionando como fuente de ansiedad específica en la niña el temor al genital del padre, en tanto que puede ser fantaseado como persecutorio, algo que penetra y puede amenazar su integridad corporal.

III.- OTRAS VOCES

En este capítulo Levinton elige a tres autoras de nuestra época para prologar con sus aportes la revisión que se propone hacer del tema de la subjetividad femenina, particularmente en sus aspectos de relación con la "normatividad".

Emilce Dio Bleichmar

Plantea un serio cuestionamiento al monismo fálico freudiano, recorriendo la obra freudiana para indagar cómo se construye la conceptualización de la feminidad a partir de la sexualidad. La idea de esta autora es que es lo simbólico lo que codifica al cuerpo, no el cuerpo lo que constituye el fantasma. Y señala la desigualdad entre el fantasma masculino (relación deseo-placer) y el femenino (relación deseo-temor). Continua la línea de señalar los desplazamientos del procesamiento fantasmático del varón sobre la niña (la consideración de la vagina como ausencia de algo, el temor a la castración...) y como todo ello es un retornar siempre a la idea freudiana de que "la anatomía es el destino" (Freud, 1912).

Recoge Dio Bleichmar las investigaciones de Money sobre los aspectos de la sexualidad relativos al género como determinados esencialmente desde la cultura en que están inscritos y también que la determinación del comportamiento de género no está dada por el sexo biológico, sino por las experiencias vividas desde el nacimiento, iniciándose con la asignación de género.

La propuesta de esta autora es superar la controversia entre feminidad primaria y secundaria con la introducción de la noción de género, y disipar la confusión entre identidad femenina y sexualidad femenina, conceptos que, pese a su articulación, son diferentes.

Abordando el tema de las consecuencias psíquicas del reconocimiento de la diferencia anatómica de los sexos, señala la especificidad que este hecho tiene para la niña: la coexistencia temporal de la configuración del deseo heterosexual y de los comienzos del superyó.

En cuanto al procesamiento de los contenidos sexuales transmitidos por los adultos en los primeros años de vida, plantea cómo esa sexualidad enmascarada, vehiculizada a través de los cuidados maternos posibilita la fusión entre amor y sexualidad, ternura y erotismo, el cuidado y el deseo erótico. Esto sería válido para niños y niñas pero, más adelante, la mirada del padre/adulto-varón sobre la niña con su condición sexualizante, la convierte en culpable por poseer un cuerpo que atrae la mirada. Ese acceso precoz de la niña al significado sexual de las relaciones adulto/niña facilitaría la mayor violencia de la represión de la sexualidad en la mujer. Este hecho y el panorama amenazante de la clasificación de las mujeres en torno a su sexualidad (esposas o concubinas, honradas y ligeras, mujeres repudiadas por actividades sexuales ilícitas..) no existen para el varón. Así, para preservar su integridad y su narcisismo, la niña reprimiría el deseo y transformaría el temor en idealización del amor.

Otra aportación importante es la idea de que tanto la masculinidad como la feminidad se construyen mediante la interacción, en la intersubjetividad, poniendo especial énfasis en cómo se produce la  transmisión de un formato de género. De esta “ley de género” sancionada desde su mundo  interno, germen de sentimientos de autopersecución y culpabilidad, se derivaría un aspecto importante del origen del masoquismo moral femenino.

Dio Bleichmar propone que la pérdida del ideal femenino primario es el resultado del acceso de la niña a la imagen devaluada del propio género. Después de una etapa de identificación con las características de la imagen idealizada de la madre, se inicia el registro no de la “castración” de ésta, sino de las otras diferencias (no solo las anatómicas) en términos de las desigualdades que comportan (pág. 98).
Como concluye Levinton, la obra de Dio Bleichmar "contribuye a resaltar la discriminación entre feminidad y sexualidad femenina, entre género y sexo, entre el papel social para representar y el deseo sexual, con el objetivo explícito de no seguir reforzando el discurso cultural y científico que transforma en usurpación o transgresión, la creatividad o potencia de las mujeres fuera del ámbito doméstico" (pág. 100).

Ana María Fernández

 Plantea la "de-construcción" de la teoría psicoanalítica en lo referente al género desde una doble dimensión:

      - epistémica (episteme de lo Mismo): cuestionar la lógica de la diferencia por la cual se homologa Hombre=hombre, invisibilizando lo genérico femenino no equiparable a lo masculino, señalando lo diferente como inferior (pág. 101)
    - política: indagación histórica de cuándo, cómo y por qué se instituyeron y se significaron lo femenino-masculino en determinados momentos históricos y cuando la teoría puede romper con este esencialismo y cuando no.

Señala Fernández como es la cultura - y no la biología- la que ha ido generando un proceso de producción de sentido que inferioriza la alteridad.

Carol Gilligan

Esta autora cuestiona la supuesta neutralidad de las ciencias sociales, y en su trabajo acerca de la diferencia en la construcción de las representaciones morales en niñas y varones muestra que hay dos modos de hablar de la relación entre el yo y el otro, en función del sexo  de la/el entrevista/o. Describe dos tipos de ética. La "ética de la justicia" correspondiente a la perspectiva moral masculina, y la "ética del cuidado" a la femenina. Señala Gilligan que encontraremos en las mujeres una moral más predispuesta a enfatizar su vinculación con los otros, por encima de la comprensión de los derechos y reglas que implican una manera de pensar más formal y abstracta. Y, al hilo de esto, se plantea Levinton que por ser diferente no se puede afirmar que sea esta una moral deficitaria.

 El otro aporte que Levinton recoge de esta autora hace referencia a las diferencias entre niñas y niños en el proceso de individuación. Siendo la madre su modelo de identificación, no queda amenazada su identidad sexual, por lo tanto se refuerzan los vínculos de apego que condicionarán, posteriormente, una intensa preocupación por las relaciones y mayor sensibilidad por las necesidades de los demás. Como lo cotizado positivamente es la autonomía precoz, esta tendencia será evaluada como fallo en el desarrollo de la niña, y debilidad en la mujer.

IV.- Intento de una reformulación diferente sobre el superyó femenino, que no normativiza lo masculino

Tras su excelente recorrido tanto por el pensamiento psicoanalítico como por los aportes de otras autoras, N. Levinton inicia en este capítulo su propuesta de reformulación de algunas cuestiones en torno al superyó femenino (tanto en la génesis como en los contenidos). Su interés es mostrar el fundamento intersubjetivo de la feminidad en la etapa preedípica. Y para ello articula tres conceptualizaciones:

    1.- El enfoque “Modular-transformacional” de H. Bleichmar
    2.- La intersubjetividad y
    3.- La noción de género.

1.- El enfoque modular-transformacional de H. Bleichmar

En su libro "Avances en psicoterapia psicoanalítica" (1997) H. Bleichmar define el psiquismo como la articulación de múltiples sistemas motivacionales -o módulos- que movilizan distintos tipos de deseos (hetero-autoconservación, apego, sensual-sexual, narcisista) que dirigen la actividad psíquica y dan lugar a las diferentes configuraciones de la personalidad.

N. Levinton utiliza la definición de este autor del superyó, y su formulación del concepto de "creencias matrices pasionales" (ideas que conforman la propia identidad, con una calidad afectiva elevada). Y define un superyó generado en el periodo preedípico, con contenidos o mandatos superyoicos tanto de orden moral  como del narcisismo del yo, condicionados por el formato de género y sancionados por la amenaza de castigo (culpa o sentimientos de desvalorización). Y con unos ideales que refieren a autoexigencias para tener un sentimiento de valía -vs desaprobación narcisística por pérdida del amor del superyó. Cabe señalar cómo Bleichmar amplía aquí el concepto freudiano de la culpa, incluyendo en su génesis múltiples determinaciones –introyección de una identidad de culpable debido a mensajes parentales, la identificación con padres culposos, la culpa defensiva para apaciguar al perseguidor o proteger la imagen idealizada de otro significativo del que se depende vitalmente.

Sugiere la autora que el genero operaría como creencia matriz pasional, "al imponer un sesgo que va más allá de la racionalidad, que le da el carácter pasional trascendiendo el propio argumento. Es decir que irá configurando contenidos particulares del psiquismo. Lo más importante reside en su implante articulado con una fuerte motivación narcisista legitimada a partir del discurso de los padres, que delimitan lo que corresponde para ser una niña, y por oposición al otro sexo/género, establece la complementariedad de lo que no es lo propio de uno pero sí del otro género" (pág. 111). Se ilustra este texto con algunas creencias matrices de género:

      - "las niñas no pegan" (no expresan agresividad)
      - si no eres obediente nadie te va a querer
      - ser buena es estar disponible para los demás
      - ser una buena mujer es saber cuidar (los vínculos, los objetos...)

Estas construcciones sociales se proyectan sobre niños y niñas de forma pertinente a su identidad, constituyéndose en creencias matrices pasionales. Son contenidos, pero funcionan como estructura.

2.- Intersubjetividad

En este concepto, Levinton toma como referencia el texto de Mitchell  "Conceptos relacionales en psicoanálisis: una integración" (1988), que propone una mente diádica e interactiva, cuya organización y estructuras psíquicas se construirán a partir de los modelos de interacción con otras mentes.

Los intersubjetivistas proponen un modelo relacional con interacción continua entre la biología y los procesos interpersonales.  Nos "estructuramos" a través de las relaciones, en un constante debatir entre el apego y la diferenciación. Es este mundo relacional en el que la mente concentra sus esfuerzos, y no en la descarga pulsional.

La autora hace un recorrido por diferentes autores que representan la polémica entre quienes privilegian el apego o la autoconservación; para adherirse luego a la posición de Bowlby en cuanto a que el apego sería un fenómeno primario, y que la relación con la madre trasciende a la dependencia fisiológica, señalando la conducta de ambos como respuesta y combinación con el otro (Stern 1995).

El concepto de intersubjetividad significa el pase de la relación sujeto-objeto a una relación de encuentro entre sujetos, donde cobra particular importancia la respuesta de reconocimiento que se obtiene del otro.

Como señala Benjamin (citada por la autora), se ha privilegiado la autonomía negando la importancia de la relación con los demás, del sentimiento de mutualidad. Rescatando estos conceptos se introduce la idea de "sintonía", como el placer de estar con el otro.

Todo el desarrollo de la intersubjetividad tendrá su punto de partida en la relación con la madre.

3.-Género

Tras el cuestionamiento de la teoría clásica psicoanalítica en lo que a la estructuración de la subjetividad femenina se refiere, aparece el concepto de género como articulador de una nueva propuesta, que incluiría factores externos al desarrollo y preexistentes al mismo: "tanto por los deseos y expectativas fantasmáticas inconscientes de los padres frente a ese bebé portador de una representación particular de lo que ser niño o niña signifique para ellos, como por aquello que en el conjunto social en que se inscriba promueve como formato de feminidad o masculinidad vigentes" (pág. 117).

Levinton recoge las aportaciones de Money y Stoller acerca del "rol de género"  -feminidad o masculinidad inherentes al ser social-  y de la importancia del "sexo asignado" en la constitución de la identidad sexual. De manera que el concepto de género impone un  criterio normativo y estructurante del psiquismo, tanto desde lo inconsciente como desde lo intersubjetivo.

La autora incluye la consideración de J. Flax  (1990) al respecto de las 3 dimensiones que intervienen en el planteamiento de género:

     - relación social: afectando a las relaciones de poder y la justicia.
     - categoría de pensamiento: las ideas que cada cultura tiene sobre el género estructuran formas de pensamiento y de práctica.
     - elemento constitutivo de nuestra subjetividad -del sentido del yo de cada persona- y de la expresión de la misma.

Por ello inicia una revisión de diferentes parámetros del género.

3.a.-Identidad de género

Tal como se ha expuesto antes, existen estereotipos de rol de género, que operan desde antes del nacimiento y son atribuidos en función del sexo. Estos participan en el  desarrollo que da lugar a la identidad, en compleja interacción con múltiples factores del entorno. En este proceso se adquiere tanto una "autopercepción"  de lo que es ser niña, como la captación de cuales son las expectativas que el entorno tiene respecto a ella como niña.

Las antes citadas investigaciones de Money demuestran que el sentimiento de identidad de género se alcanza en los dos primeros años, esto es, antes del conocimiento de la diferencia anatómica de los sexos y de la problemática edípica. Por lo tanto el género es uno de los atributos constitutivos del yo.

En las niñas todos los procesos relacionados con la identificación con la madre están marcados de forma diferente al ser ambas del mismo género, y se remontan hasta antes de la concepción, a las fantasías, representaciones y expectativas de la madre. Levinton postula que la niña desarrolla su feminidad, inicialmente, por identificación a la madre.

3.b-El género y su incidencia en la organización superyoica

En este apartado N. Levinton aborda cómo el género (a través de las motivaciones de apego y narcisistas ligadas al mismo) regula la constitución superyoica.

El imperativo de género opera como prescriptivo para el yo, conservando la persistencia de lo preedípico, de la especial vinculación con la madre (Ideal de género como modelo respecto al cual se conforma el yo (Dio Bleichmar,1997)

Siguiendo el enfoque modular de H. Bleichamar, la autora nos muestra como el modulo motivacional de apego es el prevalente para la regulación narcisística femenina. Prescripciones desde los mandatos e ideales de género se convierten en "creencias matrices pasionales", transmitidas por la madre y cuyo contenido está dado por los rasgos que caracterizan la maternidad, fundamentalmente el reaseguramiento de los vínculos afectivos y el cuidado de los otros.

Por la influencia del formato de género queda también constituido en la estructura superyoica femenina el conflicto entre determinados contenidos que aparecen como antitéticos (ser femenina/ser fuerte; ser femenina/ser activa), de forma que se refuerza la equivalencia feminidad=docilidad, inhibiéndose las manifestaciones agresivas y sexuales.

Levinton nos muestra como todo ello está avalado desde otros discursos, como el de la filosofía o la sociología, que cuestionan porqué los valores tradicionalmente propios de lo masculino han de ser más "valiosos" que las "virtudes" femeninas, aludiendo al desigual tratamiento dado a mujeres y hombres a la hora de mostrar unos u otros (V. Camps, 1990). Termina esta revisión preguntándose si las mujeres pueden elegir otros deberes, sin pasar previamente por la deconstrucción de lo preestablecido como norma en su subjetividad. Señala que la estructura superyoica dificulta la pretendida liberación femenina tanto como el entorno social o las asimetrías que las mujeres arrastran desde hace siglos.

3.c- El superyó femenino y su vinculación con la fase preedípica

En este punto Levinton plantea que los mandatos de género, precursores del superyó, se establecen en la etapa preedípica, antes que la normativa sexual que caracteriza la explicación freudiana para el superyó.

A través de la relación temprana con la figura materna la niña internaliza, un superyó asociado a las prescripciones de género, posteriormente reforzadas desde las instituciones de lo simbólico (cultura, religión, medios de comunicación...).

La relación temprana del bebé con la madre organiza tanto la modalidad vincular como el fundamento de la percepción de un “sí mismo”. Desde esta etapa de dependencia total, el bebé evoluciona a posiciones de mayor discriminación y control de la realidad. La motivación de apego, iniciada a partir del placer de la proximidad física, queda establecida aquí como condición del desarrollo. Pero este proceso discurriría por caminos distintos en niñas y varones, quedando en las primeras fuertemente privilegiada dicha motivación de apego, hasta convertirse en el deseo con más carga motivacional a lo largo de su vida, desplazando o excluyendo las necesidades de tipo narcisista o sensual/sexual.

Levinton se pregunta después de este planteamiento cual es el origen de la predisposición a un modelo relacional donde la dependencia es el rasgo más característico. En su búsqueda de una respuesta, comienza a rastrear por lo preedípico, etapa en que la madre es vivida como fuente de satisfacción de toda necesidad y de contención de toda angustia. Esta ligazón preedípica se convierte en decisiva como matriz de identificaciónes, patrón de la primera identidad femenina.

Para la madre el nacimiento de un hijo/a produce enormes cambios en su identidad y reorganiza su mundo de representaciones. En el caso de la niña, “este vinculo, complejo y con fuertes tintes de ambivalencia, supondrá para ambas –madre e hija- el escenario donde se recreen tanto sus movimientos de acercamiento y búsqueda de proximidad emocional como estrategias de reafirmación frente a los temores e inseguridades recíprocas y, paralelamente, los intentos de discriminación y autonomía ante la amenaza de la fusión invasora que la propia relación genera” (pág. 130). A través de este complejo modelaje se configurará la identidad de género, el sentido de un sí misma sobredeterminado por la igualdad de género con la madre. Este rasgo favorece la no discriminación y refuerza los sentimientos de fusión.

Y si volvemos a la influencia de esta etapa en la génesis del superyó habría que plantearse con la autora ¿qué es lo más temido por la niña  en esta etapa?. A lo que Levinton responde: «sin duda la falta de aprobación y la amenaza de la pérdida de amor, bajo la forma de “si no eres buena....mamá no te querrá”. Que es lo mismo que lo niña ve en la escena adulta, porque mamá también se estremece si no la quieren» (pág. 131).

Ya Freud (1930) plantea que previo al sentimiento de culpa y la conciencia moral existe la "angustia social" frente a la pérdida del amor del objeto o del amor del superyó. Lo temido como desaprobación del superyó se internaliza a partir de lo temido como desaprobación de la madre.

Si bien en la teoría psicoanalítica clásica lo internalizado en relación con el apego formaría parte de aspectos estructurales del yo y el ello, Levinton añade que también intervendría estructuralmente en el superyó. Por ello analiza:

    - Forja de un ideal del yo acorde a aquello que es aceptado o rechazado privilegiadamente por la madre.
    - La constitución de la motivación de apego como principal regulador de la ansiedad, la narcisización del apego como configurador de la subjetividad femenina: amar, ser amada y cuidar las relaciones se convierte en imperativo categórico de género, en el epicentro de su psiquismo.

3.d-La cuestión de la norma

Aquí la autora plantea una doble cuestión:

    - las normas, en la crianza y en la relación madre-hija, no están sujetas a ninguna reglamentación que no sea “el uso”
    - ¿cuál es el contenido de estas normas, y como se convierten en prescriptivas?
    - ¿como se normativizan los ideales y se narcisizan las normas?

Tanto las normas como la valoración del “sí misma” obtenida por el cumplimiento de las mismas se transmiten en la ambivalente relación con la madre que, a la vez que reglamentadora de la vida cotidiana, es percibida como alguien devaluado y desacreditado por su limitado poder (el concepto de pérdida del ideal femenino primario de Dio Bleichmar). Las motivaciones de apego quedan así fuertemente ligadas a la regulación narcisística “si haces lo que dice mamá serás buena”. El apartamiento de la norma tiene consecuencias tanto en lo intersubjetivo (pérdida del amor de la madre) como en lo intrapsíquico (sentimiento de ser mala). Esta trasgresión de la norma es valorada de forma diferente en función del género: mientras en el niño se considera un rasgo de carácter, en la niña es un incumplimiento del mandato de género, y como tal genera culpa.

La normativización en la subjetividad femenina culmina en la sobrevaloración de la vida emocional y el desligamiento de lo público, proceso facilitado desde dos ámbitos:

    1.- Las condiciones externas: bajo este ítem Levinton revisa, con diferentes autoras, cómo la situación social primaria  es naturalizada como claramente diferente para mujeres y hombres (lo doméstico vs lo social, N. Chodorow). Citando a Amorós presenta la diferente vinculación de la mujer con la ley, desde el logos domestico, desautorizada frente al verdadero poder, afectas de una “impotencia” atribuida a la biología para ser individuos y establecer relaciones de paridad , para incidir en el mundo. Todo ello deviene en un escaso entrenamiento instrumental para el desempeño fuera del ámbito de lo privado.
    2.- La autoexclusión: en lo privado, tanto la norma como la trasgresión corresponden al orden de lo emocional,  y la sanción que traen aparejada es la culpa, una sanción que no prescribe....Puesto que estas normas y sanciones no han sido fijadas por ella, la mujer se mueve siempre en un continuo sentimiento de inseguridad respecto a su cumplimiento, con un permanente atrapamiento emocional. Inseguridad que es el más frecuente motivo de consulta. Se pregunta aquí la autora “¿qué es lo que lleva implícito para las mujeres este precepto que las condicione para hacerse cargo del cuidado de los vínculos como tarea primordial confiando a este ejercicio la mayor inversión de su líbido y a su balance –en términos de éxitos o fracasos- el termómetro de su autoestima?” (pág. 140). Para la respuesta, apela a la definición de  Bleichmar del superyó como estructura defensiva frente a la angustia, muchas de cuyas actuaciones tienen que ver con anticiparse a lo traumático (lo temido, la vergüenza, la culpa).

Estos dos componentes no tienen igual peso en la mujer. Es más temida la reprobación y su efecto en la subjetividad que las sanciones propias del incumplimiento de preceptos legales.

3.e- ¿Ideal del yo femenino o idealizaciones diversas?

¿Y cómo se constituye en ideal aquello que al mismo tiempo se desvaloriza desde una cultura patriarcal? Bajo el predominio de la motivación de apego, el núcleo del ideal del yo propio del formato de género femenino sería privilegiar lo emocional. Naturalizar, y extender a todas las relaciones, lo que es propio de la función maternal, en detrimento de los propios requerimientos. El registro de las propias necesidades, y su potencial satisfacción, se presenta en la fantasmática femenina como aparejado al peor de los castigos: la soledad, la ausencia de relaciones íntimas....peligra el apego. Y la realidad constata no pocas veces este peligro: la adopción de un modelo “masculino” –en cuanto a manejo instrumental de la realidad- destina a las mujeres a la soledad. Pero, como señala Dio Bleichmar, asumir los prescritos ideales de “lo femenino” impide a la mujer acceder a los parámetros requeridos al modelo privilegiado en la cultura y la sitúan en un campo abonado para el sufrimiento y la enfermedad.  Porque abandonar dicho mandato de género trae aparejada la angustia de separación y la culpa. Esta es la paradoja: cómo se sostiene algo que coloca a las mujeres en esa situación de inferioridad y riesgo, pero que a la vez es crucial para su equilibrio narcisista.

Las mujeres en el campo de lo público siguen funcionando con códigos que privilegian lo afectivo, lo que les genera enormes dificultades en el manejo de la competencia, la rivalidad. Burín definió este fenómeno como “techo de cristal”: un obstáculo imaginario derivado tanto de una realidad psíquica paralizante como de la opresión externa.

Y cuando las mujeres empiezan a reflexionar sobre el lugar en que el entramado social las sitúa, cuando empiezan a tomar conciencia de género, su queja queda reducida a una cuestión meramente personal, ya que pertenece al ámbito de lo domestico. Y vuelve el malestar al percibir una imagen de sí misma incapaz de solventar aquello que se supone es de su entera competencia. Levinton lo denomina el efecto “boomerang”. Solamente cuando los datos epidemiológicos arrojaron cifras alarmantes en diferentes trastornos, se pudo pensar que el modelo de feminidad era “un factor de riesgo psicosocial” (Dio Bleichmar,1991).

3.f-Sobre el deseo maternal

La autora enfrenta dos posiciones sobre el deseo maternal: la de la teoría psicoanalítica clásica que lo plantea como meta de la feminidad normal, y la de otras autoras (Burin, 1987) que lo entienden como un imperativo categórico de género ("serás madre o no serás nada"). La maternidad quedaría ligada al período preedípico, aprendida a través de la identificación y la internalización desde la propia madre. No sería pertinente remitirse pues a la clásica equivalencia pene-hijo.

¿Y qué papel juegan los mandatos superyoicos en todo el proceso? Si el mandato es cuidar incondicionalmente, los sentimientos de malestar que indisolublemente lleva aparejada la crianza se procesan o bien a través del sentimiento de culpa o bien narcisizando la capacidad de renuncia. Condiciones que pasan después a formar parte del formato de género, mostrando así -como señala la autora- hasta que punto la maternidad ofrece un soporte para la identidad.

3.g-El matricidio

Cuestionando la explicación clásica de "el reproche por la ausencia de pene" y el alejamiento provocado por la hostilidad,  la autora analiza las consecuencias que la pertenencia al mismo género provoca en la relación madre-hija. Relación compleja y ambivalente para ambas:

    - la madre como figura ambivalente: sede del apego y, a la vez, transmisora de la norma. Levinton señala, como Dio Bleichmar, la paradoja de que las llamadas "madres simbióticas" son las que cumplen fielmente el patrón freudiano de la maternidad.

La relación con la hija es una fuente de reaseguramiento para la madre. Para la mujer la función maternal se codifica narcisísticamente como la gran tarea, y es fácilmente desplazada sobre otras relaciones. Esto supone una gran inversión libidinal, y el riesgo de frustración e irritación al no encontrar respuesta (en la pareja, en la/os amiga/os, en el medio laboral...).

    - la igualdad de género potencia en el desarrollo de la niña la vinculación,  dificulta la individuación. Independizarse comporta, en el imaginario de la niña, el riesgo de una amenaza para su identidad y el temor por atacar a la madre. En la pubertad, la idealización que se hace de todo movimiento hacia la autonomía ignora las necesidades emocionales que la relación con la madre satisface.

La autora se detiene en la relación madre-hija hoy, tras los importantes cambios sociales de las últimas décadas. Madres escasamente preparadas para hacer frente a las nuevas formas de cuidado que sus hijas requieren, que se sienten fracasadas si la hija no sigue sus recomendaciones o sus pasos. Mujeres, como hemos visto, poco entrenadas en el manejo de los conflictos, con todas sus inversiones puestas en la tarea de la maternidad, incapaces de tolerar lo diferente sin un grave derrumbe narcisístico.

Hijas tan poco preparadas como sus madres para resistirse a lo que desde afuera se les impone como ideal del yo (sexualización, actuaciones, estética...), priorizando la lucha por no repetir el modelo social de la feminidad materna (el matricidio). Lucha en la que pierden la necesaria relación de apego en un momento en que el psiquismo de la joven no está todavía organizado para afrontar las exigencias de la realidad. Como comenta la autora "existe la creencia de que si se cambia el envase, variará el contenido......no cuentan con la carga emocional que, como un mecanismo de relojería, ya ha marcado su subjetividad, y caen en variaciones actualizadas de relaciones de sometimiento y postergación...."(p. 160).

La autora apuesta por la exportación de esta "batalla" más allá del ámbito domestico, allí donde se puedan frenar situaciones de injusticia, y contribuir a la creación de una nueva configuración intrapsíquica e intersubjetiva para las mujeres.

Comentario final

El libro constituye un examen riguroso de la teoría psicoanalítica del superyó, mostrando las limitaciones que implica el no tomar en cuenta el concepto de género y el conceptualizar al superyó femenino como variante o desviación de un prototipo universal que estaría marcado por lo que es el superyó masculino. Pero la autora va más allá de una crítica a la concepción vigente y profundiza en la especificidad del superyó en la mujer, especialmente las causas de su estructuración y las razones psicodinámicas que lo mantienen. Todo ello dentro de un marco teórico –el psiquismo como organización impulsada por múltiples sistemas motivaciones en complejo interjuego- que otorga coherencia a las formulaciones parciales que va desarrollando. La claridad expositiva, el deseo de evitar las frases típicas que dan por supuesto cuestiones que permanecen abiertas a la interrogación, y el respeto a los autores a pesar de las disidencias otorgan un sello al estilo del libro que es de agradecer. Se trata, sin dudas, de un aporte importante a nuestro conocimiento del superyó, con consecuencias para la clínica y la psicoterapia.

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