aperturas psicoanalíticas

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revista internacional de psicoanálisis

Número 011 2002 Revista Internacional de Psicoanálisis Aperturas

Cuatro hombres en tratamiento: evolución de una perspectiva sobre la homosexualidad y la bisexualidad

Autor: Roughton, Ralph

Palabras clave

Autoanalisis, Bisexualidad, Homosexualidad, Evolucion del trabajo clinico con homosexuales, Lesbianas, Orientacion sexual, Sida.


“Four men in treatment: An evolving perspective on homosexuality and bisexuality, 1965 to 2000”.  Publicado originalmente en Journal of the American Psychoanalytic Association, vol. 49, No. 4, p.1187-1217 (2001).Copyright del JAPA. Traducido y publicado con autorización del Journal of the American Psychoanalytic Association.

Traducción: Henar Álvarez Aza

    Resumen: El autor examina su trabajo con gays y hombres bisexuales, y la evolución de su comprensión clínica, que abarca un período de treinta y cinco años, desde 1965 hasta 2000. Se discuten brevemente cuatro casos, uno por cada década, para ilustrar el cambio del enfoque clínico, y la subsiguientes conclusiones que se derivan: (1) la orientación sexual y la salud mental se deben tratar como dimensiones independientes; (2) la orientación heterosexual no es un requisito necesario para el éxito del análisis; (3) un proceso analítico dirigido a poner al descubierto una supuesta “etiología patológica” distorsiona inevitablemente el proceso y oscurece necesidades analíticas más relevantes; (4) las presunciones heterosexistas no reconocidas y el poco conocimiento de las normas de vida de los hombres gay levantan barreras especiales para el trabajo analítico con los mismos. Es necesario un constante autoanálisis y autoeducación para reducir las interferencias que hacen que los analistas no puedan escuchar a sus pacientes gays con una atención abierta e imparcial.

     Todo empezó con Adam –mi primer paciente cuando yo comenzaba a practicar la psicoterapia en 1965. En las tres décadas siguientes mi experiencia clínica ha incluido setenta y cinco hombres gays o bisexuales: once estaban en psicoanálisis, veintiséis seguían una psicoterapia psicoanalítica, y treinta y ocho tuvieron una terapia breve o simplemente una consulta.1   Durante estos treinta y cinco años mis conocimientos sobre la homosexualidad y mi trabajo clínico con hombres gays y bisexuales ha evolucionado. Este es el interés de este artículo.

     Se presentarán brevemente cuatro de estos hombres para poner de manifiesto los cambios de mi perspectiva: Adam, de la década de 1960, Ben, de la de 1970, Carl, de la de 1980 y Dave, de la de 1990. Son historias elegidas para ilustrar mi visión histórica; no se presentan como exposiciones de casos en forma tan detallada que permita a los lectores formular juicios independientes (Tuckett 1993; Michels 2000). Exposiciones clínicas de esa profundidad se pueden encontrar en otros trabajos (Roughton 2000, en prensa). Sin embargo, aún cuando se presentan someramente, la vida de estos hombres desafían ciertas ideas, todavía promovidas por muchos psicoanalistas, sobre la psicopatología y el resultado del tratamiento de los hombres gay.2  Estos relatos ofrecen una ventaja diferente: los seguimientos a largo plazo son muy raros en la literatura clínica sobre los hombres gays, y todos estos casos incluyen alguna información post-tratamiento, uno después de treinta años y otro después de quince.

     Las discusiones teóricas sobre homosexualidad y bisexualidad, así como cuestiones sobre el origen y desarrollo de la orientación sexual, están más allá del alcance de este artículo. Mi perspectiva es la de un psicoanalista clínico. No presento una teoría brillante, pero mi experiencia clínica me ha convencido de que nuestras viejas teorías y suposiciones sobre la homosexualidad eran erróneas.

     Necesitamos una nueva teoría del desarrollo que pueda explicar la innegable existencia de hombres y mujeres gays emocionalmente sanos. Solo recientemente hemos empezado a considerar cómo deberá ser el curso del desarrollo normativo para un chico homosexual (Herdt & Boxes 1993; Corbett 1966; Cohles & Galazer-Levy 2000; Goldsmith 2001; Phillips 2001). Hasta ahora la literatura ha considerado el desarrollo de los chicos gays sólo como una desviación de la heterosexualidad.

     Sin embargo, no necesitamos esperar a la evolución de una nueva teoría antes de que reconozcamos que nosotros, psicoanalistas, estábamos equivocados en mucho de lo que creíamos sobre los hombres y mujeres homosexuales y que, incluso cuando nuestras intenciones conscientes eran bienintencionadas, a menudo causamos mucho daño estigmatizando como patológico el deseo erótico natural de algunos de nuestros pacientes. Intentando cambiar lo incambiable, fomentamos, en algunos, falsas adaptaciones del yo y auto-aborrecimiento en otros que “fracasan” en su esfuerzo para cambiar su orientación sexual.

     Es tiempo de que nuestra profesión, y nosotros como psicoanalistas individuales, emprendamos nuestra autoeducación y autoanálisis; y tiempo para que reconozcamos que los hombres y mujeres homosexuales son capaces de relaciones íntimas y duraderas, de hecho llevan vidas de integridad y rigor moral, pueden tratar a los enfermos y alimentar a los jóvenes. Es ya tiempo de que hablemos en oposición a esos psicoanalistas que continúan proclamando lo contrario. Esto lo podemos y debemos hacer sobre la base de profundas observaciones clínicas. Yo presento mi experiencia clínica como una contribución a ese diálogo.

Década de 1960: Adam

     Empecemos con Adam. Fue en 1965. Yo acababa de terminar mi residencia en psiquiatría y estaba preparándome para empezar mi formación psicoanalítica. Adam tenía 32 años, había hecho dos masters, y desempeñaba con éxito su puesto administrativo. Su patología estaba organizada principalmente en el nivel edípico, con una estructura de carácter obsesivo-compulsiva y masoquista, ansiedad con síntomas hipocondríacos, y una tendencia a proyectar su rabia. Un superyó severo le permitía muy poco placer, experimentaba mucha vergüenza y se aborrecía por tener sentimientos homosexuales. Tenía el propósito de casarse y tener hijos, esperando así ganar “un poco de inmortalidad”, ya que no creía en la otra vida, según la estricta formación religiosa que había recibido.

    La boda de su último amigo soltero fue lo que le decidió a consultarme. Había salido con algunas mujeres, más como una obligación impuesta que como algo que desease hacer, pero no había tenido ninguna relación significativa ni ninguna experiencia heterosexual. Su única experiencia homosexual había sido con su hermano adolescente cuando él tenía nueve años. Él había conseguido atención y afecto y sólo se enfadó cuando su hermano perdió interés en sus caricias nocturnas y sus juegos sexuales. Sus fantasías sexuales siempre fueron, predominante y consistentemente, con hombres.

     Como un psiquiatra novato yo estaba lleno de celo terapéutico. Me habían enseñado la teoría de Ovesey sobre la homosexualidad como una evitación fóbica del sexo opuesto, y por lo tanto se debía tratar como una neurosis (1969). Como decía Bieber (1965), “todos los homosexuales son heterosexuales latentes” (p. 253). Bieber también sostenía que “la homosexualidad es incompatible con una vida razonablemente feliz” (p. 261). Con esa perspectiva no dudé sobre el deseo de Adam para cambiar. Fielmente él conducía 180 millas hasta mi despacho, dos veces por semana, durante los siguientes cinco años, y ambos trabajamos diligentemente para “la cura”.

     A pesar de su insistencia para cambiar, Adam estaba convencido de que era homosexual y que, incluso si eso cambiaba, seguramente sería impotente, o si no, estéril. En ese tiempo yo interpretaba esto como su resistencia a reconocer su interés sexual en las mujeres para evitar sus asesinas consecuencias edípicas. Retrospectivamente encuentro muy poca base, de acuerdo con el material clínico, para esta formulación estereotipada, y ahora la veo como una aplicación inapropiada y didáctica de una teoría incorrecta.

     La transferencia de Adam se manifestaba a través de la idealización, una competencia silenciosa y envidia. El enfado generalmente era desplazado o proyectado. Cuando pudo actuarlo en la transferencia, gradualmente se fue defendiendo de forma menos rígida y su ansiedad disminuyó. Durante el segundo año empezó a tener experiencias sexuales con mujeres y se sorprendía, aunque no se entusiasmaba demasiado, cuando finalmente tenía una relación sexual. Él decía que le ayudaba un poco de vino y mucha determinación.

     La terapia continuó durante tres años más, con una reducción modesta de la rigidez de su carácter. Aunque sus fantasías seguían siendo homosexuales, Adam trabajó duramente para encontrar una esposa. La terapia terminó cuando, simultáneamente se casó y progresó en su carrera, con un trabajo mejor en otro estado. Dejó la terapia con dudas, aún pensando que los hados podían robarle su idea de la inmortalidad de la familia, pero con un refunfuñante orgullo por sus logros. Yo tenía mis propias dudas. Adam todavía parecía más dirigido por la obligación, que orientado hacia el placer, y yo me preguntaba si él podría disfrutar o dejar que el matrimonio tuviera éxito, independientemente de su orientación sexual.

     A lo largo de treinta años desde el final de la terapia, Adam vuelve anualmente a visitar a sus parientes y usualmente me llama para una consulta. Con ironía, me agradece mi ayuda y después se lanza a una diatriba de miseria y depresión, siempre con la misma frase doliente y agria: “¡Pero eso no era lo que yo quería! ¡no era lo que yo quería!"

     El matrimonio le proporciona una casa estable y compañía, pero él no es feliz. Una depresión clínica en la mitad de su vida sólo ha respondido moderadamente bien a la medicación prescrita por un psiquiatra en una ciudad a cierta distancia de donde él vive. Durante algunos años su mujer y él tuvieron una vida sexual activa y placentera, pero gradualmente ésta disminuyó y finalmente acabó. La última ironía era que él no es estéril pero su mujer sí. Por tanto no tiene hijos. Y todavía suspira todos los días por tener una relación, amorosa y sexual, con un hombre, pero no puede permitirse buscarla.

     De vez en cuando en estas visitas anuales, he apuntado la posibilidad de que se permita explorar su deseo por los hombres, pero su resistencia es demasiado grande incluso para considerar esa posibilidad. Y ahora el SIDA le da un horror tremendo que le permite esconderse detrás.

     Algunos terapeutas, que desean ayudar a los pacientes a cambiar su orientación sexual, considerarán esto como un resultado exitoso, pero yo no lo pienso así –incluso aunque Adam es competente en su comportamiento heterosexual y ha sostenido su matrimonio durante treinta años. Sus fantasías eróticas y su atracción sexual sigue siendo homosexual. Estaremos de acuerdo que la patología de su carácter era algo central y trascendía su orientación sexual. Pero algunos analistas podrían decir que la homosexualidad, por sí sola, es patológica y que la salud psicológica y la autoestima sólo se pueden conseguir cuando se resuelvan los conflictos que entorpecen el desarrollo hacia una orientación heterosexual normal.

     Otros analistas dirían que la homosexualidad, por sí sola, no es patológica y que el tratamiento de Adam no debería ser diferente de cualquier otro proceso terapéutico imparcial. Así, él podría ser libre para explorar y descubrir su verdadero deseo sexual. Desafortunadamente para Adam, el análisis de su carácter tuvo un éxito parcial, y no ha sido capaz de superar la rígida prohibición que le impide explorar su deseo. Ahora, cuando tiene más de 60 años, Adam ha reconocido ante mí, pero no lo reconocería ante ningún otro, que sabe que es homosexual; pero aún piensa que es mejor que no haya actuado sus deseos.

     ¿Cómo se diferenciaría hoy en día mi trabajo con Adam de aquel que llevé a cabo en los años 60? Primero habría explorado su imperiosa demanda para cambiar su orientación sexual, un objetivo que entonces ambos aceptamos sin cuestionárnoslo. En segundo lugar, yo habría explorado con él, más que dar por supuesto de forma autoritaria, que yo era quien sabía el significado de lo que él llamaba su “resistencia a reconocer su interés sexual hacia las mujeres”. Quizá él realmente no había reprimido su interés sexual hacia las mujeres, a pesar de la insistencia de Bieber y Oversey en lo contrario. En tercer lugar, yo habría evitado que el conflicto sobre su orientación sexual dominara el proceso analítico hasta el punto de excluir otras cuestiones importantes, como su actitudes autopunitivas que le robaban el placer y la vitalidad. La realización de su propio deseo y la libertad para conseguirlo –no la heterosexualidad- sería el camino a seguir.

     Los intentos para entender por qué uno no es heterosexual dominan demasiado a menudo el tratamiento y nuestra discusión sobre el tratamiento (Lynch, en prensa). Implícita en esa preocupación está la presunción de que encontrar la “explicación” psicodinámica haría posible el cambio. Pero desde una perspectiva exclusivamente clínica, sin esas metas o creencias, las cuestiones sobre la etiología son esencialmente irrelevantes; esta es la posición que yo tengo ahora.

     La inclusión de Adam en esta discusión pone de manifiesto nuestra falta de claridad sobre la clasificación. Pocos analistas, hoy en día, dirían que él es heterosexual, a pesar de su comportamiento sexual adulto. Pero ¿le llamaremos homosexual o bisexual? ¿Tiene eso importancia? En su vida adulta sus experiencias sexuales fueron únicamente con mujeres, pero sus fantasías sexuales eran exclusivamente con hombres. Creo que la etiqueta importa menos que el concepto de que no es fácil dicotomizar a las personas.

     Sin adentrarme en teorías sobre el desarrollo, sólo sugeriría que la elección del objeto sexual es más complicada y más fluida que una dicotomía simple y determinada biológicamente, en la que uno es una cosa u otra, incluso aunque no se sepa. Para aquellos que están en el extremo del espectro heterosexual-homosexual, con una atracción exclusiva a lo largo de su vida, probablemente eso puede ser verdad (Kinsey y cols., 1948; Klein, 1990). En esas personas, la orientación está fijada relativamente a una edad temprana y no es probable que cambie con algún tipo de tratamiento. Para otros, las fantasías predominantes parecen menos definitivas, bien por una confusión general de su identidad o por la falta de libertad para realizar su propio deseo, bien por una orientación bisexual estable.

     Para aquellos en quienes la bisexualidad es una orientación estable a lo largo del tiempo, probablemente esto pueda explicar los numerosos relatos de conversiones de la orientación sexual mediante el tratamiento, los que resulten de cambios psicodinámicos que no son primariamente sexuales; (esto se discute en el caso de Dave, más adelante). Yo no sugiero que Adam esté dentro de este modelo. Su fantasía homoerótica a lo largo de su vida y la ausencia de fantasía heterótica –a pesar de su habilidad aprendida para llevar a cabo un intercambio heterosexual- sugiere que él es homosexual pero ha sido incapaz de desarrollar una identidad gay (Isay, 1996). La terapia conmigo no le ayudó en esto.

     Para mayor claridad, voy a definir cómo utilizo estos términos. Homosexual, preferentemente usado sólo como un adjetivo no como un nombre, se refiere a personas cuya atracción sexual predominante y fantasías eróticas son hacia otros de su mismo sexo. El foco está en el deseo predominante y persistente más que en el comportamiento, que es más maleable por el control consciente que la fantasía erótica y el deseo. Un hombre que lleva a cabo exclusivamente intercambios heterosexuales, pero sólo mientras tiene fantasías homosexuales, no debe ser considerado necesariamente heterosexual.

     Utilizo el término bisexual para referirme a hombres y mujeres cuyas atraciones sexuales y fantasías eróticas incluyen a ambos, hombres y mujeres, y en los cuales la atracción es principalmente una búsqueda de placer más que una evitación defensiva de los otros. Para muchas personas esta es una orientación dual estable y no indica una confusión global de la identidad o un estado de transición de una orientación a otra. Aquí no estoy de acuerdo con Kernberg, quien sostiene que los hombres bisexuales (pero no las mujeres bisexuales o los hombres homosexuales) tienen todos un carácter severamente patológico (Grossman, 2001).

     Algunos individuos bisexuales sienten atracción simultánea y pueden tener a la vez parejas masculinas y femeninas, explicando que sus deseos hacia los hombres y las mujeres son diferentes y que uno no puede sustituir al otro. Otros explican que se enamoran de una persona –unas veces una mujer, otras un hombre- y que son las características, más que el género, lo que determina la atracción. La naturaleza bisexual de su sexualidad se puede manifestar en series de relaciones monogámicas.

     Utilizo gay para indicar una aceptación de la propia identidad homosexual, que incluye la elección de individuos del mismo sexo y relaciones de pareja, pero no se limita al aspecto sexual de la vida. Uno puede ser homosexual sin ser gay; uno llega a ser gay a través de un proceso de auto-aceptación y el desarrollo de una identidad positiva como un hombre gay (Isay, 1996).

     Mi foco aquí no está en los hombres que se sitúan en los extremos del espectro heterosexual-homosexual, y cuyas elecciones sexuales de objeto han sido siempre exclusivamente unas u otras. Más bien yo discutiré sobre hombres que han dudado sobre su orientación sexual, que han tenido sexo con hombres y con mujeres, y que, por lo tanto, despiertan más cuestiones interesantes y variadas sobre el curso de sus vidas.

Década de 1970: Ben

     Ahora damos un salto de diez años, hasta 1975, tres años después de mi graduación en el instituto analítico. Ben tenía veintisiete años, con un MBA y una prometedora carrera en las finanzas. Se había casado con una mujer profesional y durante el segundo año de análisis fue el devoto y orgulloso padre de un bebé, una niña.

     Ben pidió ayuda debido a una depresión y una sensación de vacío. Tenía dificultades con las figuras masculinas autoritarias, tremendamente sensible a las alabanzas o las críticas; recientemente, buscaba alivio a sus deseos ansiosos a través de encuentros sexuales anónimos con hombres. Brillante y agresivo, era una persona exitosa altamente competitiva y tenía algo del chico admirado a lo largo de la escuela superior y su primer año de carrera. Después su mundo se vino abajo. Empezó a deprimirse, a utilizar alucinógenos y dejó de lado toda actividad social. Eventualmente salía de esta situación y volvía al camino de probarse a sí mismo a través de sus éxitos.

     Al reconstruir este período, el desencadenante parecía haber sido su respuesta ante el rechazo de una serie de amigos masculinos cercanos hacia los que había sentido lazos especiales de intimidad y amor. Aunque este sentimiento era ligeramente erótico para él, no fueron relaciones abiertamente sexuales; no obstante esta intensa necesidad aparentemente les aterrorizó a ambos y les hizo separarse. Nunca más se permitió ser tan vulnerable al rechazo, pero se cerró emocionalmente y estaba preocupado acerca de su masculinidad y su orientación sexual.

     Ben había tenido relaciones sexuales con dos mujeres anteriormente a su mujer. Él decía que le gustaba mucho, disfrutaba con juegos preliminares prolongados y con la intimidad y, después, se sentía relajado y tranquilo. El sexo con su mujer era menos satisfactorio, particularmente después del matrimonio. Ella era inhibida al hacer el amor y parecía tener menos interés que él. Antes del matrimonio la experiencia sexual de Ben con otros hombres se limitó a algunos momentos de masturbación mutua. Se sentía atraído por hombres guapos y admiraba sus cuerpos bien desarrollados, pero su deseo era más de intimidad que de sexo.

     Entendía la patología de Ben como narcisista y veía la activación de sus preocupaciones homosexuales como un intento de reparar su sentimiento incompleto de sí mismo buscando espejos en otros hombres. Ben parecía ser el ejemplo clásico de lo que Kohut (1971) y otros analistas del self (Goldberg 1975; Lachmann 1975) escribieron a principios de los 70 sobre la función de la actividad sexual para restaurar el frágil sentimiento del self y, de hecho, el trabajo analítico de Ben se desarrolló durante largo tiempo alrededor de las vicisitudes de la transferencia narcisista, períodos de “acting-out homosexuales” (tal y como yo pensaba de ellos entonces), junto con progresos reales de autoconocimiento y crecimiento.

     En muchos aspectos Ben era un paciente ideal. Tenía capacidad para hacer regresiones significativas que se trabajaban durante las sesiones mientras mantenía una gran capacidad de auto-observación. Rápidamente alcanzaba e integraba insights, haciendo a menudo sus propias interpretaciones unos pasos por delante de mí. Lo que fue quedando más claro era que Ben tenía tres caminos por los que trataba de establecer su sentimiento de completud. El primero era a través de la  lucha competitiva y los éxitos. Era extraordinariamente bueno en esto pero corría el riesgo de un abrumador sentimiento de fracaso cuando estaba equivocado o tenía un contratiempo, y eso fácilmente derivaba en conflictos con las figuras de autoridad. El segundo camino era a través de relaciones de especularización con otros hombres, que inicialmente fueron intentos de establecer intensas relaciones de amistad. Cuando el miedo al rechazo repetido era demasiado penoso para él, volvía a los encuentros sexuales anónimos para conseguir esta especularización. El tercer camino era la relación transferencial que tenía los dos aspectos, de especularización e idealización. Su deseo de intimidad era periódicamente reemplazado por rabia o acting-out sexual siempre que necesitaba crear una distancia de seguridad para preservar su autonomía.

     El siguiente intercambio tipifica la actitud que le comuniqué sobre su acting-out sexual. Él dijo: “Mi autoconcepto surge casi enteramente a partir de las imágenes que otras personas dan de mí. Esa es la razón por la que la gente es tan importante. Si no están ahí, yo no existo. Me siento como una burbuja en el océano –todo en el exterior y nada en el interior. [pausa] De alguna manera esto se conecta con la cosa sexual”. Uniendo esto con algún material anterior, yo le dije: “Sí, cuando encuentra una imagen especular que le parece que es una parte de Vd. y se fusiona con ella a través del sexo, entonces se siente completo. No es extraño que se sienta tan bien”. El mensaje que intentaba transmitirle era que tanto su actividad sexual con hombres, como su deseo de ello, eran comprensibles. Al no darme cuenta de que lo que él me oía decir era que el sexo con hombres formaba parte de su patología y, por lo tanto, era algo a superar, me sorprendí cuando se enfadó. “Esa es mi cosa secreta; déjeme a solas con ella. Si lo entiende, eso puede desaparecer, o si no espera de mí que lo abandone”. Pero trabajó sobre la interpretación y se dio cuenta, cuando me dijo: “Vd. realmente quiere que sea libre... para desarrollar mi propio camino; y no me hace ninguna demanda”. Más tarde dijo: “Estoy satisfecho con esto, me siento centrado, como si volviera a ser yo”.

     Cuando empezó a reclamar una parte del poder que había delegado en mí, cuando trabajó sobre sus temores de marginación y rechazo, y cuando se sintió comprendido por mí, Ben comenzó a tener un sentimiento de “completud” como resultado de todo esto. Entonces afloró el material edípico, y reconoció otro motivo para explicar su sexo con hombres – la revancha y el deseo de dominar. Pudo unir esto con la rabia hacia su madre, lo trabajamos en la transferencia y vimos algunas implicaciones del acting-out, así como sus dificultades con las figuras de autoridad. Después de progresar en el análisis de la competitividad y la especularización en la transferencia, Ben comentó que sus sentimientos sobre las relaciones físicas con hombres estaban cambiando. “Todavía me siento atraído, pero ahora es más en general y menos en mi ingle”. Yo interpreté esto como el primer intento de deshacer la sexualización con la que había investido otras necesidades (Coen, 1981). De nuevo esto implicaba que sus sentimientos homosexuales no eran válidos como sentimientos sexuales y que no tenían otro significado que la defensa o la reparación, aunque yo nunca le dije eso directamente.

     Al final del tercer año de análisis se habían producido cambios significativos. Ben, cada vez más, tenía un sentimiento de sí mismo como completo, y su vulnerabilidad hacia los desaires había disminuido. Tenía mucho éxito en su trabajo y estaba siendo promocionado muy rápidamente mientras ganaba reputación nacional dentro de su campo. Su matrimonio continuaba siendo un poco frustrante, pero su hija era tan importante para él que pensaba poco en la separación. Con la amenaza de la muerte de su madre, a causa de un tumor cerebral, trabajó sobre su incapacidad, defensiva, para estar cerca de ella; junto con esto exploró su rivalidad edípica y el miedo a la retaliación, y empezó a desarrollar una amistad madura con su padre.

     Kohut (1977), describió un modelo de análisis de pacientes con una prominente patología narcisista por medio del cual el prolongado trabajo analítico sobre la vulnerabilidad narcisista produce un aumento del self cohesivo, y únicamente entonces entran en juego los aspectos edípicos de una manera significativo. Muy a menudo el material edípico se trabaja muy rápidamente, casi como si el paciente pasara por una fase del desarrollo normal más que ser un gran conflicto profundamente arraigado. El curso del análisis de Ben fue consistente con este modelo. Los conflictos edípicos con su padre se recrudecieron, fueron interpretados y trabajados fácilmente. El punto importante para esta discusión es que el análisis del Edipo no parecía tener una particular relevancia para sus deseos homosexuales. No hubo ni un aumento de la preocupación por sus sentimientos homosexuales durante esta fase del análisis, ni ninguna disminución significativa después del mismo.

     Junto con el trabajo sobre sus problemas edípicos con sus padres, la transferencia también experimentó un cambio madurativo. Así, cuando Ben dijo que se habían agotado los beneficios de su póliza, y que tendría que disminuir la frecuencia de las sesiones, yo le sugerí, sin embargo, que pensásemos sobre su disposición para planear una terminación. Él estuvo rápidamente de acuerdo. El período de terminación de tres meses estuvo marcado por algunas ligeras regresiones y acting-out, pero la posterior consolidación de sus ganancias, y la resolución de la transferencia fueron muy importantes. Mientras poníamos fin al análisis, él comentó lo profundamente que había cambiado su vida. Yo sentí que había sido un buen análisis y una terminación apropiada.

     Seis meses más tarde supe, por una llamada telefónica de Ben, que su mujer había pedido el divorcio. Ella había descubierto que él estaba implicado en una relación con un hombre, y parece que inconscientemente él había arreglado las cosas para que ella lo descubriese.

     En un encuentro casual, un años después, él me presentó a su amante masculino y parecía bastante contento en esta relación en la que se sentía voluntariamente comprometido. Yo no supe nada de él hasta 1993, quince años después del final del análisis, cuando leí en el periódico que había muerto de SIDA. El artículo nombraba a su hija y a su compañero como herederos. También mencionaba que había sido vicepresidente de una institución financiera nacionalmente reconocida y que una importante revista de negocios le había nombrado uno de los hombres más sobresalientes en su campo.

     Es difícil unir esta historia sin más información sobre la vida de Ben después de la terminación del análisis. Al principio yo me preguntaba sobre un acting-out autodestructivo de su transferencia no resuelta. El análisis había sido marcado por episodios de retirada o acting-out después de algunos fallos empáticos por mi parte, especialmente si él se sentía rechazado por mí. Y fui yo quien sugirió la terminación; él sólo quería disminuir la frecuencia de las sesiones. Yo incluso me preguntaba hasta qué punto se expuso al VIH como un acto inconscientemente autodestructivo.

     Sin embargo, ahora pienso que –independientemente de lo correcto que hubiera sido interpretar la función autorreparadora de la homosexualidad- es más probable que al final la parte homosexual de su bisexualidad fuera la más fuerte, y que el divorcio y la relación con un hombre representaran crecimiento y libertad más que un acting-out patológico. El hecho de que el comportamiento sexual sirva también a una función no sexual, no prueba que la elección de objeto sexual por sí sola sea patológica. Al menos, no pensamos así cuando la elección es heterosexual.

     Aunque no tengamos las respuestas sobre Ben, ello destaca un tema importante y actual en el trabajo con pacientes gays y bisexuales, la terrible oportunidad que ofrece el SIDA para un acting-out autodestructivo de la rabia, especialmente contra un analista que falla en comprender el significado de su homosexualidad. El análisis de Ben terminó en 1978, así que no es probable que se hubiera contagiado durante el tiempo de su tratamiento. Pero yo he visto en consulta a un hombre que intencionadamente mantuvo relaciones sexuales sin protección en un momento en que se sintió no comprendido y enfadado con su analista –uno que, después de ocho años de trabajo analítico todavía sostenía el ideal de convertirle a la heterosexualidad a este hombre que nunca en su vida tuvo el mínimo sentimiento sexual hacia las mujeres. Y me han contado otro caso de una revancha autodestructiva, espoleada por un proceso analítico turbulento, en el que el paciente se infectó de SIDA.

     Desde luego, la infección por el SIDA de Ben podía no representar un impulso autodestructivo. Si el análisis le había liberado de las inhibiciones sexuales en la década de 1970, probablemente habría buscado relaciones sexuales con alegre abandono, sin saber el peligro; porque, para Ben, esto podía haber ocurrido en una época temprana de la epidemia antes que se conociera la vía de transmisión.

     ¿Haría yo algo diferente hoy? Mi visión en la década de 1970 era que Ben era bisexual y que la urgencia homosexual se activó primariamente como un intento de reparar su menos que cohesivo sentimiento del self. Yo pensaba que esta necesidad de autorreparación había disminuido con el análisis y que él podría ser capaz de sublimar la parte homosexual de su bisexualidad y mantener un matrimonio que deseaba continuar. Ahora, dos décadas después, yo exploraría más a fondo sus deseos homosexuales utilizándolos para una reparación narcisista, y sería muy cuidadoso para no influenciarle sutilmente a elegir la heterosexualidad, con la implicación de que sus sentimientos homosexuales únicamente representaba una utilización patológica de su sexualidad. Porque ahora pienso que la orientación sexual y la salud mental deben ser abordadas como dimensiones independientes (ver Friedman, 1988; Cohler & Galatzer-Levy, 1996) y que debemos ser muy cuidadosos para distinguir entre sexualización y orientación sexual.

     Creo que mi actitud le comunicó a Ben una aceptación de sus deseos homosexuales –pero como un síntoma más que como una parte natural de su sexualidad. Y no hay manera de hablar sobre el deseo como un síntoma y hablar sobre la actuación de ese deseo como un acting-out sin implicar que hay algo erróneo en ese deseo. Ben sexualizó necesidades no sexuales y desplazó la transferencia hacia la acción, pero fue el significado de la sexualización y el desplazamiento de la transferencia –y no su deseo hacia un hombre- el foco apropiado del análisis. A veces, un deseo es solamente un deseo.

     Este es un punto crucial en el cambio de nuestra comprensión de la homosexualidad. Hemos tendido a confundir sexualización y orientación sexual, a atribuir un comportamiento problemático a la homosexualidad por sí misma. ¿El deseo homosexual de Ben se activó para reparar su self, como he descrito en los párrafos anteriores? ¿O era una necesidad sexual activada en un hombre cuyo deseo sexual era hacia otro hombre? Un grupo numeroso de hombres buscan autorreparación a través de sexualizar sus necesidades narcisísticas con las mujeres y, en ese caso, no consideramos la heterosexualidad como un problema. Esto es lo que queremos decir al considerar la salud mental y la orientación sexual como dimensiones independientes.

     ¿El resultado podría haber sido diferente? Probablemente la elección final, por parte de Ben, de una pareja masculina habría sido la misma, pero él habría podido trabajar esta elección dentro de su análisis, comprendiéndola mejor y con una mejor integración de su deseo sexual, y sin tener que arreglar un auto-traición “accidental” para obtener lo que él deseaba.

Década de 1980:  Carl

     Carl3empezó su análisis un año antes de que Ben finalizase. De alguna forma ambos análisis eran similares, pero existían algunas diferencias muy importantes. Carl tenía veintiocho años y acababa de graduarse. Un avance precoz en el colegio le había hecho ser siempre el más joven en cualquier grupo de pares, pero su rápido ingenio y su inteligencia superior le hacían tener amistad con personas más mayores que él de una forma fácil y confortable. Así, no era extraño en su caso que poco después de cumplir los veinte años se casara con una mujer profesional que había sido durante ocho años su jefa y que había dejado a su marido por él. Esta “victoria edípica” era obvia para mí, pero la negación defensiva de Carl inicialmente fue muy fuerte.

     Además de querer el análisis para su crecimiento personal, Carl pedía ayuda para tratar con su demandante, histérica y doblemente divorciada madre. Sobre todo, él tenía gran necesidad de un padre para reemplazar a los dos padres que le abandonaron cuando se separaron de su madre –ambos dejándolo como el único niño para tratar con una mujer increíblemente hermosa pero caótica.

     Carl rápidamente desarrolló una intensa transferencia positiva, deseando mi aprobación y muy sensible a los descuidos y las separaciones. Sin embargo, estaba cada vez más claro que esto no era una transferencia narcisista con un objeto del self, como era la de Ben, sino una intensa transferencia objetal –el deseo de un niño de seis años por el amor inalcanzable de un padre. Una fantasía de toda su vida era la de Superman descendiendo súbitamente del cielo para cogerlo en sus brazos y volar muy lejos con él. Cuando visitaba otras ciudades, escrutaba las guías de teléfonos, buscando el nombre de su padre biológico que, literalmente, había desaparecido de su vida. No era sorprendente que para él fuese muy frustrante no saber el tipo de coche que yo conducía, de modo que pudiera buscarlo en el aparcamiento antes de sus sesiones y sentirse reasegurado de que yo estaría allí.

     Oculto justo bajo la superficie del intenso deseo de Carl de un padre nutriente había igualmente una intensa, aunque inhibida, competitividad. Después de una importante promoción en su trabajo, quería celebrarlo comprando un nuevo coche muy caro, pero la decisión estaba cargada de transferencia ambivalente. Si compraba el coche que él quería, ¿estaría identificándose conmigo adquiriendo el mismo magnífico automóvil que suponía que yo tenía? O –su miedo y su secreto deseo- ¿se compraría un coche más caro que el mío? Ciertamente Carl no quería hacer tal cosa, según insistía.

     Después de algún trabajo analítico sobre la ambivalencia, finalmente se compró su coche, sin haberme dicho de qué marca era. Cuando, de manera simple, pero con un guiño de ojos, me dijo el coche que había comprado, solamente pude reír ahogadamente y decir: “Si realmente no quería sobrepasarme, debería haber dejado más margen hacia arriba”. Tuvimos otra oportunidad de analizar esta ambivalencia competitiva cuando supo que había sido elegido para ascender por encima de otro colega mayor que él que también había solicitado ese puesto.

     El matrimonio de Carl parecía estable y satisfactorio, y sus dos hijos eran su orgullo y su alegría. A pesar de la configuración del matrimonio como una dramática victoria edípica, éste no parecía ser una relación madre-hijo. Con su mujer él se sentía como un hombre adulto más que en cualquier otro sitio, y su vida sexual era activa y satisfactoria.

     Cuando exploramos su “hambre” de padre, gradualmente él reveló que su ansia de un hombre nutriente tenía también un tinte sexual, aunque nunca estuvo implicado sexualmente con un hombre.

     Al igual que Ben, Carl era un analizado ideal en el sentido de que desarrollaba una neurosis regresiva en la transferencia mientras retenía unas excelentes funciones de auto-observación del Yo. Sin embargo, a diferencia de Ben, Carl regresaba a los deseos y miedos edípicos de un niño pequeño, y no a déficits en la estructura del self. No obstante, las fantasías homosexuales y los deseos de Carl, como los de Ben, parecían estar al servicio de necesidades no sexuales. Para Ben servían para reparar un defectuoso sentimiento del self. Para Carl, las fantasías deshacían el abandono del padre y también le defendían contra la agresión hacia su padre y hacia mí en la transferencia.

     No entraré en más detalles, excepto para decir que fue un proceso interpretativo vivo con firmes progresos hacia la autocomprensión. Sin embargo –y este es el punto que yo quiero enfatizar- como con Ben, el insight no disminuyó el anhelo homosexual. En resumen, cuando se sintió más seguro en la transferencia positiva y menos asustado de su competitividad, fue más libre para reconocer sus deseos homosexuales. En el quinto año de su análisis, se sintió muy atraído hacia un colega gay. Aunque no llegó a ser una relación sexual, se sintió a la vez emocionado y aterrorizado ante la posibilidad.

     Yo me preguntaba por qué estaba pasando esto ahora, después de todo nuestro trabajo interpretativo sobre el significado de sus deseos homosexuales. ¿Era esto un acting out? Nada raro en la transferencia lo sugería. Más que escapar de sus sentimientos conmigo, parecía lo suficientemente confortable y seguro para permitirse explorar lo que había sido su deseo secreto, independientemente de lo que su “insight” le mostraba.

    Fue en este contexto en el que a Carl le ofrecieron otra nueva e importante promoción laboral, que requería un traslado a otra parte del país. Él estaba impaciente por el avance de su carrera, la seguridad de su trabajo aquí se había debilitado, y el nuevo trabajo estaba lejos de su demandante e histriónica madre. El único inconveniente era dejarme a mí y a su análisis, y esto puso de manifiesto cuestiones obvias sobre la huida de la transferencia y la aparición del material homosexual. Después de analizar los múltiples significados a lo largo del tiempo, así como considerar las razones prácticas de su marcha, finalmente decidió aceptar el trabajo. Había tiempo para una terminación por un período de tres meses, y él planeó reanudar su análisis una vez que se hubiera trasladado.

     Carl se ha mantenido en contacto conmigo de tiempo en tiempo dándome noticias de su vida. Una reciente entrevista de seguimiento, quince años después de la terminación, me puso al día. El traslado había sido un paso excelente en su carrera. Empezó explorando su deseo sexual con los hombres y muy pronto supo, sin ninguna duda, que eso era lo que siempre había querido y que el sexo con una mujer nunca podía llenarlo tanto. Hizo un intento de reanudar el análisis pero vio que la perspectiva del nuevo analista era más patologizante y moralista que provechosa. Yo tuve la misma impresión cuando el analista me llamó queriendo discutir “un caso muy inquietante”.

     En un año, Carl se enamoró de un hombre y se lo dijo a su mujer, que cooperó en un divorcio amigable. Él y su pareja, Eric, habían estado juntos durante doce años, y describía su vida como feliz, contento y en paz. Los hijos de Carl, cuando fueron adolescentes, eligieron vivir con Eric y con él, y estos fueron la principal pareja parental y, más tarde, abuelos "chochos". Vivían confortablemente en un tradicional vecindario de clase media alta. Carl y Eric, funcionarios de alto nivel en una corporación nacional, son miembros respetables en sus profesiones y participan activamente en causas políticas y sociales tanto gays como heterosexuales. Son una típica pareja de clase media-alta, tomando parte en las actividades de la comunidad y la única diferencia con sus vecinos es que los dos son hombres.

     Yo tenía la impresión después de una entrevista personal, a los quince años de la terminación, que Carl puntuaría muy alto en cualquier medida de salud mental, capacidad para relaciones íntimas y duraderas, nivel relativamente bajo de conflicto intrapsíquico, placer en el trabajo, el amor y el juego, una alta autoestima y un sentimiento de integridad y autenticidad personal. Había desarrollado lo que Isay (1996) llamaría una saludable y positiva identidad como un hombre gay.

     En Ben y Carl tenemos dos hombres que entraron en análisis, ambos razonablemente felices en sus matrimonios con mujeres pero con un fuerte deseo erótico de intimidad con hombres. Ambos eran pacientes ideales, que desarrollaron un proceso analítico rico y productivo. Sus deseos sexuales fueron interpretados apropiadamente al servicio de funciones no sexuales, y los insights parecían integrados. Los dos, poco después de dejar el análisis, se separaron de sus mujeres y se implicaron en relaciones con hombres de larga duración y a las que estaban consagrados.

     Algunos llamarían a estos casos fallos analíticos, en los que la transferencia no resuelta ha sido actuada. Si uno cree que la homosexualidad es inherentemente patológica, o que una persona bisexual sólo puede ser sana si elige la opción heterosexual, ésta sería, entonces, una buena hipótesis. Yo tuve alguna inquietud sobre acting-out respecto a los cambios en la vida de Ben, y no tengo la información necesaria para asegurarlo. Pero, por lo que sé de la vida de Carl, no encuentro ninguna razón para pensar que otra salida habría sido mejor para él. Si yo hubiera dicho que se había enamorado de una mujer, con una profunda intimidad y placer que no había experimentado anteriormente, y que ahora estaba feliz y contento, dudo que cualquier psicoanalista hubiera cuestionado esta elección.

     Una explicación más convincente, creo, consiste en considerar la orientación sexual y el funcionamiento psicológico general como factores independientes. Tradicionalmente hemos abogado por la visión contraria, porque nuestra teoría se basaba enteramente en generalizaciones de pacientes en tratamiento, esto es, de una población definida por su psicopatología. Por supuesto muchos pacientes homosexuales y bisexuales tienen también conflictos con la sexualidad, que influyen mucho en sus vidas. Su sexualidad puede estar entremezclada con psicopatología importante, con manifestaciones compulsivas o perversas. Pueden actuar de una manera degradada hacia sus parejas sexuales o pueden ser incapaces de sostener una relación íntima. Pero vemos los mismos problemas en los pacientes heterosexuales. Explicaremos las dificultades de un hombre heterosexual con la intimidad y el compromiso como un problema de relaciones de objeto. Pero si un hombre gay tiene problemas idénticos, algunos analistas pueden decir que los homosexuales son incapaces de relaciones de larga duración (Socarides, 1995), como si la orientación sexual  fuera el problema y no las relaciones de objeto.

     Estoy convencido que, en estos dos hombres, el análisis encauzó adecuadamente la patología narcisista de Ben y edípica de Carl, y que encaró apropiadamente los usos no sexuales de sus deseos homosexuales. Lo que no se resolvió, en mi opinión, fue el alcance y el significado de sus deseos homosexuales más allá de los defensivos y reparadores significados no sexuales. Mi postura interpretativa no reconocía que el deseo homosexual fuera la sexualidad natural y aceptable para algunas personas y que se pudiera integrar dentro de una identidad saludable y madura. Carl, al menos aparentemente, aprendió esto por sí mismo después del análisis.

     Algunos psicoanalistas (Bieber, 1965; Socarides, 1978, 1995) podrían decir que Carl se siente bien porque su “síntoma” homosexual ha aliviado la ansiedad causada por la culpa no resuelta y el miedo de su victoria edípica, que se repitió en su matrimonio y en el éxito profesional. La huida hacia la homosexualidad desharía la simbólica victoria edípica y eliminaría el peligro, así como actuaría la transferencia no elaborada. No tengo nada que pruebe que esto no es verdad, pero dudo seriamente que una relación tan estable y feliz como la que describe Carl se base solamente en un síntoma neurótico. Ha sostenido una relación estable y plena durante doce años, es capaz de amar íntimamente como no lo había hecho anteriormente, su trabajo se considera excelente, tiene muchos amigos, y dice que está feliz y contento.

     Más aún, algunos analistas dirán que Carl está equivocado, que si venciera su negación se daría cuenta que está angustiado (Socarides, 1995). En realidad, Adam, viviendo una vida célibe dentro de su matrimonio heterosexual, es quien está angustiado –solitario, amargado y decepcionado. En agudo contraste, Carl vive una vida plena dentro de una relación gay a la que está consagrado. Es capaz de amar, trabajar y jugar con vitalidad y alegría.

Década de 1990: Dave

     Ahora ilustraré una nueva dimensión de mi trabajo analítico con un hombre bisexual, cuyo análisis de cinco años terminó en 1994. Dave tenía veintitantos años cuando me consultó por confusión sobre su orientación sexual y su dificultad para tener relaciones, en las que estuviera comprometido, debido a ello. A diferencia de Adam, Ben y Carl, Dave mantenía importantes relaciones con mujeres y con hombres.

     En la época en que empecé a ver a Dave había descubierto maneras de entender la orientación homosexual y bisexual que no estaban basadas en la psicopatología (Mitchell, 1981; Leavy, 1985-1986; Isay, 1985, 1986, 1987, 1989; Friedman, 1988). Así que comencé trabajando con Dave con esta nueva perspectiva. Entendía su orientación sexual como bisexual, es decir que tenía atracción erótica significativa tanto hacia los hombres como hacia las mujeres, y que no utilizaba principalmente una como defensa para evitar la otra. Consideré sus deseos duales como su auténtica orientación sexual y no veía la necesidad de resolver la cuestión de si era homosexual o heterosexual. Empecé con el supuesto de que su orientación sexual no era necesariamente psicopatológica y que él podría explorar abiertamente los conflictos que aparecieran. Se hizo evidente para él que yo consideraba sus sentimientos homosexuales de una manera no diferente a los heterosexuales, y que no miraba su “indecisión” como una señal de patología. Rechacé claramente mi influencia en la elección de su objeto sexual, y esta actitud fue muy importante para Dave para resolver su confusión sin sentir que una parte de su deseo sexual –esto es, una parte de él- era antinatural y había que eliminarla.4

     Dave proviene de una familia inusual. Es el del medio de cinco hermanos, y únicamente la hermana mayor es heterosexual. Dave es bisexual, dos hermanas son lesbianas, y el hermano pequeño es gay. El padre, un exitoso hombre de negocios, se volvía violento cuando bebía. En una ocasión disparó y mató a la mascota de Dave porque estaba ladrando demasiado. La madre hizo a Dave confidente de sus quejas hacia su marido, y Dave fue atraído a su mundo: disfrutaba cocinando y realizando otras actividades de la casa. Aterrorizado por las agresividad de su padre, y desdeñoso con su insensibilidad, juró no ser nunca como él.

     Sin embargo, había otro aspecto de esto. Incluso cuando era un chico joven, Dave había ayudado a su padre en la construcción de su casa, y aprendió carpintería y fontanería. Y había una nota de admiración cuando hablaba del amplio abanico de habilidades de su padre. Un recuerdo temprano era el de Dave cayendo desde un andamio de la casa cuando estaba parcialmente construido; su padre apareció súbitamente de alguna parte y milagrosamente le cogió mientras caía. Este incidente tenía un tinte casi mítico –el padre a la vez como un violento patán y un inesperado salvador.

     Según el pensamiento tradicional, Dave tenía intereses y habilidades masculinas y femeninas. Al restaurar una casa vieja disfrutaba haciendo él solo casi todo el trabajo, incluyendo la instalación eléctrica y la fontanería, tirando tabiques y alisando suelos. Pero también podía coser las cortinas y hornear pan. Dave no sentía esto como una división distónica dentro de él sino solamente como partes de un todo. Cuando se veía a sí mismo como futuro padre le gustaba la idea de “poder jugar al fútbol con mi hijo y luego poder ayudar a mi hija a coser su vestido de fiesta”.

     En su adolescencia, Dave se dio cuenta de sus intereses sexuales duales. Tuvo novias, pero su primera experiencia sexual, cuando tenía diecisiete años, fue con un hombre de treinta años en quien confió, que le ofreció su amistad y luego le sedujo. Le gustaba ser especial para este hombre y encontró el sexo excitante, y participó voluntariamente en una relación que duró algunos meses; pero también estaba preocupado por lo que eso significaba y finalmente rompió.

     En el colegio se enamoró de Julie, y esta primera experiencia de intercambio heterosexual fue “extática-maravillosa y plena”, según dijo. Durante algunos años se involucró profundamente en una relación romántica y sexual con ella. Se comprometieron cuando él se marchó al colegio superior. Durante la separación, sin embargo, su atracción por los hombres adquirió importancia, y pronto se encontró envuelto en una relación excitante con Frank. Esto aumentó aún más su confusión sobre lo que quería. El sexo con Julie era excitante y emocionalmente pleno, y él quería casarse con ella y tener hijos. Sin embargo, su atracción física hacia los hombres parecía más fuerte, y el sexo con Frank también era pleno aunque de manera diferente.

     Rompió su compromiso diciéndole a Julie que no se podía casar hasta no resolver este dilema consigo mismo. Durante los dos años siguientes vivió con Frank, formó parte de su círculo de amigos gays, y empezó a pensar sobre sí mismo, más o menos, como siendo gay. No obstante, continuó viendo a Julie de vez en cuando y sus encuentros sexuales se caracterizaban por un alegre abandono. Resistió la urgencia de seguir adelante con la boda, sin embargo, sabiendo que su atracción por los hombres ocupaba una parte tan importante en él que sería difícil que lo dejase. Finalmente, puso fin a lo que había llegado a ser una mortecina relación con Frank, que había empezado a consumir drogas de manera abundante. Cuando empecé a verle, Dave todavía estaba involucrado ambivalentemente con Julie y también tenía encuentros breves con dos hombres.

     Esta narración altamente condensada enfatiza selectivamente los deseos sexuales duales de Dave y su capacidad para relaciones significativas y excitación sexual tanto con hombres como con mujeres. También enfatiza su confusión y dificultad en decidir si su principal deseo era hacia los hombres o hacia las mujeres. Esto no se debe confundir con la confusión global de la identidad y la sexualidad caótica de algunos pacientes con severa patología pre-edípica.

     Una completa evaluación de la estructura de personalidad de Dave puso de manifiesto cierta vulnerabilidad narcisista y la propensión a la vergüenza, pero no hasta el extremo de garantizar un diagnóstico de desorden narcisista de la personalidad. La intimidad, reciprocidad y duración de sus relaciones de objeto, así como la estabilidad de su vida en general y la naturaleza de la transferencia en particular, contradecían el diagnóstico de una patología severa del carácter. Había inhibición de la agresión en sus relaciones, pero provenía de un conflicto intrapsíquico neurótico. Tenía un claro sentido de su integridad individual y su identidad personal, pero se sentía confuso cuando intentaba posicionarse en situaciones sociales polarizadas para decidir cuál era la elección sexual y de pareja que deseaba abandonar.

     Algunos analistas, escuchando la historia de Dave, piensan en una “sexualidad caótica” debido a su “fuerte ida y vuelta” entre hombres y mujeres, sin saber lo que quería (Grossman, 2001). Fallan en distinguir entre la indecisión basada en la realidad de hombres con deseos bisexuales estables (en quienes la confusión resulta de pensar que deberían tener sólo un deseo) y la confusión de individuos con severa patología pre-edípica (en quienes la difusión global de la identidad y la caótica actividad sexual son debidas a su patología psicoestructural). Como en toda evaluación psicoanalítica, lo que cuenta es la estructura psíquica, la motivación y el significado subyacentes–no la similitud superficial del comportamiento. A menos que se pueda demostrar una conexión en el material clínico, la orientación sexual y la psicopatología deben considerarse variables independientes (Cohler & Galatzer-Levy, 2000; Roughton, 1999b, 2001b).

     Para exponer mi punto de vista, déjenme reconstruir la historia sexual de Dave, cambiando solamente el género de sus parejas. A la edad de diecisiete años fue seducido hacia una relación sexual con una mujer mayor; en el colegio se enamoró de una chica de su edad; cuando se fue a un colegio superior, la separación fue difícil para él y se vio envuelto en una relación con otra mujer que era diferente en algunos aspectos importantes. Incapaz de decidir entre ambas, el rompió su relación con las dos hasta que pudiera resolver sus sentimientos. En el transcurso de los próximos años, intentando comprender lo que quería de una relación, tuvo breves encuentros con otras dos mujeres. Durante el período de diez años, entre los diecisiete y los veintisiete, Dave tuvo un total de cinco diferentes parejas sexuales; nunca tenía encuentros sexuales casuales o anónimos, sino sólo en citas o en relaciones más establecidas.

     Si eliminamos el provocativo factor de los deseos bisexuales, la vida sexual de Dave no parece extraña y ciertamente no es caótica. Una evaluación del rol de la sexualidad en la vida de un hombre bisexual se debe basar en la calidad y significado de la sexualidad y en sus relaciones personales, no en el diferente género de las parejas y en la inicial dificultad de decidir lo que quiere. Cierto grado de confusión es inevitable en jóvenes hombres bisexuales, que rara vez tienen ayuda para entender su atracción por hombres y mujeres. La confusión es el resultado de pensar que tienen que elegir cuál es el deseo real. Para algunos hombres la respuesta es que ambos son reales. Decidir qué hacer sobre esto puede plantear problemas, pero eso, por sí sólo, no significa patología del carácter.

     En el transcurso de su análisis, Dave estuvo involucrado unas veces con hombres y otras con mujeres, siempre en el contexto de relaciones no casuales; esto permitió la exploración analítica de sus deseos bisexuales. Consideraba el sexo agradable y con sensación de plenitud, pero era diferente con hombres que con mujeres. Con una mujer se siente activo y fuerte. Con los hombres, lo que prima es un sentimiento de igualdad, y le gusta la variación de ser algunas veces la pareja receptora y otras ser él quien penetra. Ninguna elección parece utilizada como una evitación defensiva de la otra; más bien cada una representa un deseo principal esencialmente no diferente del que tienen los individuos con una orientación monosexual. Los hombres y las mujeres bisexuales casi universalmente insisten en que, a pesar de que disfrutan de sus experiencias con hombres y mujeres, éstas son completamente diferentes; una no sustituye a la otra (Tripp, 1975; Klein, 1985; Willia Wedin, comunicación personal 1990). Esto era cierto en la experiencia de Dave.

     Aunque la atracción sexual dual y la indecisión fueron preeminentes en el trabajo analítico, trabajamos también el conflicto interno que tenía Dave sobre sus deseos sexuales per se. Exploramos lo que le llevó a inhibir ciertos deseos, sus temores de ser masculino y agresivo, y lo que él quería de un hombre y de una mujer. Una profunda rabia subyacente hacia las mujeres se basaba en el hecho de sentirse atrapado por la debilidad e incompetencia de su madre, y el sentimiento de que tenía que cuidarla, así como a sus sustitutas actuales. Se sentía atraído por mujeres fuertes e independientes pero se veía involucrado, una y otra vez, con mujeres como su madre. Con los hombres, tenía hambre de un padre cariñoso y estimulante que le aceptara, pero temía que cualquier muestra de fuerza masculina pudiera significar que él era como su padre –macho, patán, tosco, cruel.

     Estos conflictos sobre la agresión, más que los conflictos sobre la sexualidad, determinaban su dificultad. Su miedo de descargar su sexualidad agresiva sobre las mujeres disminuía la libertad y el placer que podría tener en el sexo con ellas. Con el análisis de estos conflictos disminuyó su temor hacia su propia agresividad, y cuando empezó a construir para sí mismo un concepto de lo que significaba ser hombre diferente a la idea que tenía de su padre, esta necesidad ambivalente de proteger a las mujeres de su agresividad dejó paso a una mayor libertad para disfrutar con ellas.

     Con los hombres nunca tuvo mucho conflicto sobre el sexo y la agresión porque nunca los vio frágiles. Siempre se sintió libre para ser agresivo o para entregarse a su pareja masculina, sin sentir que uno debía proteger al otro. Su reto era encontrar una mujer con la que pudiera sentirse tan confortable y desinhibido como con un hombre.

     Sería un error, sin embargo, pensar que las relaciones de Dave con los hombres tenían como denominador común la agresión. Podía ser amoroso, tierno y cariñoso, como lo fue con Dan, una de sus parejas que desarrollo el SIDA y estuvo muy enfermo. Dave compró y renovó una casa, y él y Dan se trasladaron allí juntos para cuidarle hasta lo que parecía ser una muerte cercana.

     No es insignificante que la experiencia de tener una relación con un hombre, cuya enfermedad le hacía muy dependiente, ayudara a Dave a clarificar qué era lo que, el último término, quería de una relación. Se estaba moviendo hacia la idea de elegir una mujer como pareja para su vida, con objeto de tener la familia que deseaba tan intensamente, y la resolución de sus conflictos internos sobre la agresión le estaba liberando para hacer su elección. Estaba teniendo fuertes sentimientos de deseo hacia mujeres con las que se encontraba, y su fantasías sexuales y sus sueños eran fuertemente heterosexuales. Pero conforme pasaban los meses y mejoraba la salud de Dan con los nuevos medicamentos, Dave tuvo que enfrentarse a la difícil elección entre su compromiso con Dan y su claro deseo emergente por una mujer. Según nos acercábamos a la terminación, Dave tenía citas con mujeres y no tenía dudas sobre la elección que finalmente haría.

     Dos años y medio después recibí una participación de su boda y, un año después, el anuncio del nacimiento de su hijo. Una felicitación de Navidad reciente contiene una foto de Dave con su esposa y su hijo, y un mensaje personal de gratitud y felicidad.

     Aunque en el análisis de Dave hubo importantes interpretaciones que fueron hechas y se integraron, la parte más vital de su análisis fue que me sintió como un nuevo objeto –un hombre no violento que le aceptaba como era, fomentaba su crecimiento y la integración del placer, y le dejaba a él la dirección del proceso.

     Cuando empezamos a considerar la terminación, Dave resumió lo que había obtenido de mi: “Vd. no ha sido mi padre, ha sido algo más, dejándome experimentar algo que no tuve con él –algo sobre la masculinidad, la aceptación y la calma. Y ahora tengo eso en ese espacio, que ya no es un espacio. Es algo que forma parte de mí”.

     La orientación sexual de Dave no cambió. Todavía responde sexualmente ante hombres y mujeres. Pero trabajó mucho su conflicto sobre la agresión y sobre ser un hombre, y pudo ser libre para elegir casarse y tener hijos, lo que él deseaba intensamente.

Resumen

     De acuerdo con el pensamiento psicoanalítico de la década de 1960, yo trabajé en la terapia con Adam para ayudarle a alcanzar su objetivo de cambiar su orientación sexual a través del insight sobre sus conflictos inconscientes. Aprendió a copiar el comportamiento heterosexual pero eso no cambió sus deseos sexuales. Por medio del psicoanálisis, Ben y Carl resolvieron los usos del deseo homosexual en áreas no sexuales con fines defensivos y reparadores; pero más que disminuir estos deseos, el análisis parece haberles llevado a una mayor aceptación de su parte homosexual. Después de dejar el análisis, ambos establecieron una relación con un hombre en la cual sí estaban comprometidos. El análisis de Dave le ayudó a sentirse mejor en su identidad como hombre, y tuvo menos conflictos sobre sus deseos; pero eso no es lo mismo que convertirse en un heterosexual exclusivamente. Teniendo menos conflicto sobre sus atracciones heterosexuales y homosexuales, y resolviendo el temor de su propia agresión hacia las mujeres, fue libre para hacer una elección consciente basada en su fuerte deseo de tener una familia.

     Aunque las etiquetas tiene poca importancia en mi habitual manera de pensar sobre la orientación sexual yo sugeriría lo siguiente como una forma de resumen. Adam es homosexual pero no ha sido capaz de aceptar y actuar su deseo o desarrollar una identidad como hombre gay. Ben era bisexual pero aparentemente estableció una relación gay con firme compromiso y, espero que desarrollara una identidad positiva paralela como hombre gay. Aunque fue el único de los cuatro que empezó el tratamiento sin tener una historia de comportamiento con el mismo sexo, los secretos deseos homosexuales de Carl emergieron en el curso del análisis, permitiéndole sentir, sin ninguna duda quince años más tarde, que él siempre había sido homosexual. Su sentimiento como un hombre gay es positivo, alegre y auténtico. Dave empezó y terminó su análisis con deseos eróticos bisexuales. Su caso ilustra cómo el resolver conflictos que no son en principio sobre su orientación sexual, lleva a  clarificar e, incluso, a cambiar la elección predominante de la pareja, con una mayor libertad para hacer una elección consciente.

     Es importante aclarar lo que esto significa. Desde mi punto de vista, este cambio en la elección puede ocurrir en una persona con una estable atracción erótica bisexual, en quien las necesidades o experiencias no sexuales pueden modificar el balance entre las elecciones individuales en un momento dado, o a través del tiempo. Además, hay algunos individuos heterosexuales en los que las fantasías homosexuales, los sueños, o los pensamientos obsesivos sirven como una función defensivo-reparadora (para diferenciar  líneas directrices, ver Isay, 1989). Esta fantasía homosexual en hombres heterosexuales se puede resolver a través del trabajo analítico sobre el conflicto subyacente. Una tercera categoría de hombres que aparentemente “cambian” su elección de objeto sexual, son aquellos con una psicopatología severa, con un sentimiento del self poco consolidado o fragmentado, unas funciones del Yo deficientes o inestables, y otras manifestaciones de una severa psicopatología estructural. Estos hombres son particularmente propensos a adoptar una identidad que se les sugiere y a experimentar una “cura en la transferencia”, especialmente cuando hay un paciente que se queja y un terapeuta que le comunica su deseo de que sea heterosexual. Un cuarto grupo de hombres es el de aquellos para quienes los deseos homosexuales son particularmente inquietantes por razones religiosas o familiares, que están muy motivados para cambiar su comportamiento, y que se organizan para llegar a la heterosexualidad o permanecer célibes. A menudo se describe a estos pacientes como “curados”. Aunque yo considero que nada de esto suponga un cambio en la orientación sexual, es posible que los hombres de estas cuatro categorías expliquen muchas de las afirmaciones de los terapeutas de que han habido transformaciones en la orientación sexual. Aunque no tenemos todavía datos fidedignos sobre los aspectos de este asunto controvertido, mi creencia actual es que los cambios reales y duraderos de la orientación sexual son raros.

     Este artículo ha descrito la evolución de mi pensamiento a lo largo de treinta y cinco años –desde una perspectiva de la homosexualidad como patológica, con el paso a la heterosexualidad como un resultado deseado, a una perspectiva que considera el deseo erótico homosexual y bisexual y la identidad gay como algo complejo, y un componente poco comprendido de la vida de los individuos. No veo esto como una regresión del conocimiento a la ignorancia sino como una progresión desde la certeza ciega a la curiosidad sin prejuicios.

     La tarea terapéutica cambia ahora desde la cura a través de interpretar los conflictos etiológicos, hacia descubrir significados, llenos de sentido, satisfactorios o penosos, de la sexualidad de una persona y el lugar de ésta en su vida. No hay técnicas especiales para el análisis de hombres gay. Lo que debemos aprender no es una nueva técnica analítica sino una nueva comprensión de las vidas de estos hombres y una nueva percepción de nuestra propia comunicación inconsciente, heterosexista en el proceso analítico. La sutileza de la comunicación y el poder de la transferencia ofrece infinitas posibilidades de transmitir prejuicios, desaprobación o preferencia por un resultado en particular.

Recomendaciones finales

     Mi perspectiva clínica actual se basa en un conjunto de principios en desarrollo, surgidos de mi trabajo analítico con hombres gays y bisexuales y por la rápida expansión (y necesitada desde hace mucho tiempo) de la literatura analítica sobre los nuevos conceptos de la homosexualidad.5Sugiero lo que sigue como guías para repensar nuestros enfoques terapéuticos:

         1.- No sabemos demasiado sobre el origen y desarrollo de la orientación sexual (Chodorow, 1992).  Mucho de lo que pensábamos que sabíamos es erróneo. Hasta que tengamos respuestas más definitivas, es más útil clínicamente comenzar con el supuesto de que la orientación sexual y la salud mental son dimensiones independientes y que la orientación homosexual por sí misma no es indicadora de ninguna patología (Cohler & Galatzer-Levy, 1996; Roughton, 1999b, 2001 a). El saber la orientación sexual de una persona no nos dice nada sobre su salud psicológica y su madurez, su carácter, sus conflictos internos, sus relaciones de objeto, o su integridad. No estoy sugiriendo una falta de patología sexual o de patología del carácter en los individuos homosexuales. Estoy diciendo que, cuando están presentes, hablamos de perversión, o narcisismo, o personalidad borderline en una persona homosexual, igual que si hablamos de perversión, o narcisismo, o personalidad borderline en un individuo heterosexual, más que considerar esa patología como parte integrante y característica que define la homosexualidad.

         2.- Debemos pensar en lo que hacemos como un tratamiento para gays, lesbianas o individuos homosexuales, no un tratamiento de la homosexualidad (Roughton, 1999 a). La diferencia propuesta es importante y señala que, a diferencia de la Asociación Nacional para la Investigación y Terapia de la Homosexualidad (NARTH), tratamos personas, no orientaciones sexuales. La orientación heterosexual no es un requisito para creer que el análisis ha sido un éxito. El comprenderse a uno mismo, la calidad de las relaciones, y una mayor libertad para perseguir e integrar el placer son mejores medidas para el éxito de un análisis, más que el género de la pareja sexual. Considero el análisis de Dave como un éxito. También lo consideraría así si hubiera elegido un hombre como pareja de su vida.

         3.- Un proceso analítico focalizado en descubrir la presunta “etiología patológica” de la homosexualidad distorsiona inevitablemente el proceso, reduciendo cualquier conflicto que emerge a la posterior elaboración de la supuesta patología (Lynch, en prensa). Naturalmente que queremos un entendimiento más abarcativo del desarrollo de todas las formas del deseo sexual. Sin embargo, sugiero que encontrar el origen no es de importancia central en una situación clínica individual, a no ser que uno espere cambiar la orientación sexual (Roughton, 2001a). La búsqueda activa inevitablemente implicará que ser gay es antinatural y patológico, y confirmará en el paciente un sentimiento internalizado de vergüenza y odio hacia sí mismo. Es también una búsqueda estéril. Independientemente de lo pronto que las dinámicas familiares encajen en el modelo teórico de “homosexogenético”, no existe ningún estudio válido que muestre un estilo de dinámica familiar, o una historia del trauma, que explique consistentemente porqué una persona es heterosexual y otra homosexual (Cohler & Galatzer-Levy, 2000).

         No estoy proponiendo que evitemos explorar el pasado para entender y construir un relato coherente de la vida de una persona, sólo que evitemos estructurarlo como una búsqueda de etiología de lo que debe ser el deseo erótico natural de esta persona. Nada se habrá perdido. Todo lo que se necesita para la experiencia analítica se puede obtener sin saber porqué uno es gay o lesbiana. Después de todo, hacemos un buen trabajo analítico con pacientes heterosexuales sin saber qué ha hecho que sean heterosexuales.

         4.- Para que nosotros seamos buenos analistas de hombres gays, debe ser suficiente dejar de lado creencias sobre relaciones a priori con la psicopatología y recurrir a nuestra técnica analítica habitual de la exploración sin prejuicios para comprender. La dificultad en conseguir esta visión ideal con los hombres gays es que no reconocemos cuando nuestros sutiles prejuicios heterosexistas se filtran en nuestras comunicaciones. Muchos psicoanalistas están tan imbuidos de las normas culturales heterosexistas, y desconocen tanto las normas de vida de los hombres gays, que sus pacientes les ven  como una confirmación de las actitudes negativas respecto a la homosexualidad (Roughton, 1999a).

         Para los analistas que elegimos trabajar clínicamente con los hombres gays, es imperativo que seamos conscientes de nuestros prejuicios heterosexistas, de nuestros erróneos conceptos teóricos, de nuestra contratransferencia e, incluso, de nuestra ignorancia sobre las vidas de las personas gays y bisexuales, y que trabajemos conscientemente a través de la autoeducación y el autoanálisis, para reducir estas interferencias que impiden escuchar a nuestros pacientes con una atención sin prejuicios. No se necesita ningún conocimiento técnico especial. El método analítico, si se aplica de manera adecuada, es lo suficientemente bueno.

     Los analistas tenemos que ponernos al día y revisar nuestra anticuada visión sobre la homosexualidad y la bisexualidad. Generaciones de analistas en potencia fueron excluidos de nuestros institutos debido a su orientación sexual (Roughton, 2001c), y nuestra profesión está pagando ahora el precio de tener pocas personas entre nosotros que puedan hablar abiertamente como analistas gays, lesbianas o bisexuales. Pero ya hemos empezado.

Notas del autor

1 Dado que mi experiencia clínica con lesbianas es limitada, mi discusión se centra en los hombres gays. Sin embargo, la mayoría de las cosas que digo de forma general sobre la manera de entender y trabajar con individuos homosexuales se puede aplicar también a las mujeres.

2 Por ejemplo, Socarides ha afirmado (1) que “el/la homosexual, independientemente de su nivel de adaptación y funcionamiento en otras áreas de su vida, está severamente limitado en el área más vital –las relaciones interpersonales”(1993, p.3); (2) los homosexuales están “ya sea con angustia o con negación” y son incapaces de amar a sus parejas (1995, pp. 99,111); y (3) hay “un serio desorden narcisista en todos los homosexuales, e importantes déficits del yo (citado en Chapin 191, p.18). El caso de Carl, expuesto más adelante, ilustra la obvia falsedad de estas extendidas generalizaciones.

 3 Este caso se presenta con mucho más detalle en mi artículo “Los Dos Análisis de un Hombre Gay”, seguido de una discusión de Marian Tolpin, que aparece en The Annual of Psychoanalysis.

4 Aunque yo describo esto como una postura radical, lo es únicamente en el contexto histórico del abordaje psicoanalítico a la homosexualidad y la bisexualidad. Es la postura habitual que hemos tenido siempre con los pacientes heterosexuales.

5 Yo he encontrado los siguientes artículos y libros recientes que pueden ser útiles para las nuevas perspectivas del trabajo clínico con hombres gay y bisexuales: Blechner 1995; Cohler & Galatzer-levy 1996, 2000; Corbett 1993, 1996; Drescher 1998, 1999; Friedman & Downey 1995; Frommer 1994, 1995, 2000; Goldsmith 1995, 2001; Gonsiorek & Rudolph 1991; Isay 1989; 1996; Klein 1990; Lilling & Friedman 1995; Lynch en prensa; Mitchell 1996; Phillips 1998, 2001; Schafer 1995; Shelby en prensa; Weinberg, Williams & Pryor 1994.



Bibliografía

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