aperturas psicoanalíticas

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revista internacional de psicoanálisis

Número 022 2006 Revista Internacional de Psicoanálisis en Internet

Cambios en la orientación sexual y la elección de objeto en la madurez de las mujeres

Autor: Notman, Malkah T.

Palabras clave

Cambios en la eleccion de objeto sexual, Homosexualidad femenina, Intimidad/sexualidad.


Traducción: Marta González Baz

Revisión: Raquel Morató

Los cambios en la orientación sexual o en la elección de objeto en la madurez pueden representar muchas dinámicas diferentes. Comprenderlas implica el reconocimiento de las cuestiones evolutivas psicológicas de este período, tales como cambios en el concepto del self, la identidad, la percepción del tiempo y cambios en las expectativas y objetivos, como el deseo de crear una familia. Otras necesidades, como la de intimidad y riqueza emocional, o la reactivación de los deseos de lazos más cercanos con la madre, pueden hacerse dominantes y expresarse sexualmente. Previamente, pueden haberse abandonado las opciones más convencionales, especialmente tras el nacimiento de los hijos. Para algunas mujeres, una relación homosexual anterior es reemplazada temporal o permanentemente por otra heterosexual. Esto puede representar una autorización para desplazarse fuera del mundo de las mujeres, o un deseo de crear una familia y tener hijos. La fluidez de la elección puede ser más característica de las mujeres que de los hombres y puede estar relacionada con características del cuerpo femenino.

Nos estamos familiarizando con personas que cambian su orientación sexual o su elección de objeto sexual en la madurez. Con la mayor apertura y  reconocimiento de la homosexualidad, existe una conciencia más clara de este tipo de cambio. Tal vez no haya aumentado realmente, pero hay una mayor exposición pública de lo que está sucediendo. Las recientes biografías de Eleanor Roosevelt y Simone de Beauvoir tienen fuertes implicaciones de que ambas mantuvieron relaciones amorosas con mujeres que posiblemente eran lesbianas. Cada una de ellas tuvo lugar después de una relación de muchos años con un hombre. Los cambios en la elección de objeto suceden en ambas direcciones, pero con más frecuencia de lo heterosexual a lo homosexual. Para comprender esto, es necesario considerar ciertas características de la madurez, y la sexualidad de las mujeres, y luego examinar qué puede representar ese cambio.

La madurez se ha definido y conceptualizado de distintas formas. En una época, se pensaba que la mediana edad consistía en un breve período entre la madurez y la muerte, que posiblemente comenzase a la edad de treinta años. Con el aumento de la esperanza de vida, han cambiado los años considerados como mediana edad, pero también existe un consenso de que la edad no es el único ni el principal determinante de la “madurez”. Tiene más que ver con un cambio en el estado mental que con la edad en sí misma. Esto ha sido descrito por Neugarten (1979) como un cambio de la perspectiva infinita de la adolescencia al sentimiento de la “vida que queda por vivir”. También describió un cambio durante la vida adulta en cuando a ciertas cuestiones destacadas: los cambios del individuo en cuanto al concepto de sí mismo y a su identidad, una mayor tendencia a la reflexión y la introspección así como el uso de la experiencia y “los modos en que la persona se enfrenta a los temas fundamentales del trabajo, el amor, el tiempo y la muerte”.  Modell también escribe sobre la renuncia a ciertas ilusiones en la mediana edad, y la mayor conciencia del tiempo (Modell, 1989). Erikson escribió sobre las tareas evolutivas de la madurez como situadas entre la “generatividad” y la “desesperación” (Erickson, 1950). Existe consenso en cuanto a que pueden aparecer nuevos temas en la vida psíquica y convertirse en componentes del conflicto y la fantasía. Auchinclos y Michels (1989), Jacques (1965) y otros describieron los cambios que se producían en la creatividad en la madurez. Existe un amplio acuerdo en cuanto a que los cambios internos forman parte de este periodo y que la edad no es un indicador tan importante como lo es en la infancia y la adolescencia.

Subyacente a estas observaciones está el reconocimiento de que el desarrollo humano no es una progresión lineal ordenada desde la infancia y que la idea de que “la suerte está echada” a partir del periodo edípico no es correcta. Hay muchas influencias de pares, figuras parentales y el entorno cultural y social que continúan moldeando al individuo. El mundo intrapsíquico también se ve afectado por la naturaleza de las soluciones del individuo a ciertos problemas del principio de la vida adulta: encontrar relaciones, labrarse una carrera, la competición edípica, las relaciones con los padres ancianos, y, para las mujeres, la reproducción. Un indicador absoluto de la madurez para las mujeres ha sido la menopausia. Esta se vive a menudo como un indicador de envejecimiento más que de madurez, pero la conciencia del reloj biológico está presente mucho antes de la menopausia e influye en las elecciones y el concepto de sí misma.

Los posibles cambios en la sexualidad y la elección de objeto necesitan ser comprendidos en este contexto. El desarrollo psicológico en la vida adulta ha recibido más atención de la que obtuvo en el pasado, pero generalmente no ha incluido el conocimiento del curso y las vicisitudes del desarrollo sexual. En el caso de las mujeres, la mayoría de la información sobre respuestas sexuales se encuentra en informes de casos individuales o en datos de encuestas, y muchos aspectos de la sexualidad en la madurez no quedan claros. En este capítulo, se considera extensamente la madurez, refiriéndose a cambios una vez que se han hecho las elecciones adultas iniciales.

Se han producido cambios en la comprensión psicoanalítica de la homosexualidad. Se ha revisado la idea de que existen antecedentes evolutivos de la homosexualidad, y se sabe que los caminos hacia los sentimientos y las elecciones homosexuales son de carácter variado. El pensamiento actual, como ha sido descrito por otros autores en este volumen, ha enfatizado que existen muchas formas de homosexualidad, especialmente de homosexualidad femenina, y que tiene múltiples determinantes. Algunos lo consideran como una vía evolutiva alternativa y otros como una elección. Un cambio importante ha sido la depatologización de la elección homosexual de objeto y la comprensión de la misma más como un modo de vida. Sin embargo, esto no aclara la naturaleza o los determinantes del cambio de una dirección a otra.

Es importante también tener en cuenta la naturaleza de la respuesta sexual femenina. Person (1980), comparando la sexualidad masculina y la femenina, escribió: “Una de las diferencias cruciales entre la sexualidad femenina y la masculina es la dependencia invariable de la identidad de género en la sexualidad de los varones, una dependencia que no siempre se ha encontrado en las mujeres” (p. 53). También enfatizó la importancia que la sexualidad genital y el rendimiento tienen para el varón. Es más probable que la mujer sienta la necesidad de intimidad como motivación principal y que conecte los deseos sexuales con un contexto de relaciones de objeto. Esto es coherente con la motivación “relacional” descrita para las mujeres (Miller, 1976; Gilligan, 1982; Kirkpatrick, 1989). El papel central que el orgasmo tiene para las mujeres también ha sido debatido. Masters y Johnson (1966) afirmaron que no había diferencia entre el orgasmo vaginal y el clitoridiano. El logro del orgasmo se consideró durante un tiempo en el psicoanálisis clásico como un indicador de madurez psíquica. La asociación de la capacidad de tener un orgasmo vaginal con un estado de desarrollo femenino maduro se reconoció como incorrecta. Clínicamente es sabido que muchas mujeres con diversos niveles de madurez psíquica o de trastornos son capaces de tener orgasmos. Algunos consideran la sexualidad genital como menos importante para las mujeres que para los hombres. Kirkpatrick (1989) escribe: “La búsqueda de intimidad es un tema crucial en la vida de muchas mujeres, por no decir de la mayoría. De hecho, considero la intimidad como el organizador más importante de la feminidad… Esta búsqueda de intimidad parece ser un imperativo aún mayor en la vida de las lesbianas.” En la relación con otra mujer, ambas comparten las mismas necesidades y deseos (Kirkpatrick, 1989).

Las mujeres generalmente siguen interesadas en su vida sexual durante la madurez, aunque pueden existir problemas sexuales ocasionados por la sequedad vaginal posterior a la menopausia o por dificultad eréctil en sus compañeros masculinos. Es difícil evaluar las diferencias entre las respuestas sexuales hetero y homosexuales. Kirkpatrick cita a numerosos autores que hallaron que “la frecuencia de relaciones sexuales es menor entre las parejas lesbianas que entre otras parejas, aun cuando se trate de parejas jóvenes o en la primera etapa de una relación, cuando la excitación y el deseo son intensos” (p. 42). Otra cuestión que podemos plantear es la interrelación de la fantasía y la conducta sexual. La sexualidad contiene muchos elementos: la identidad de género, la historia evolutiva del individuo y la cultura que la formó, las fantasías sexuales que varían en cada individuo, el concepto sexual propio consciente y las elecciones sexuales reales. Person ha propuesto el concepto de “huella sexual” individual que representa todos estos elementos.

¿Qué representa, entonces, un cambio en la elección de objeto sexual en la madurez? Existen numerosas dinámicas posibles. Una vez que ha mantenido una relación heterosexual, que ha tenido hijos y alcanzado las expectativas culturales y las demandas y deseos personales, una mujer puede encontrarse con que la riqueza emocional y la intimidad que anhela no se dan en su matrimonio. El cambio que se produce en el estado psíquico durante la madurez y la conciencia de que la vida tiene fin puede hacer que estos deseos sean más imperiosos. Su rol de género está consolidado en cierto grado por las elecciones heterosexuales y también por la maternidad. Para muchas mujeres, si no para la mayoría, el embarazo representa la culminación de la identidad de género y las expectativas femeninas, así como una identificación con la propia madre. Estas expectativas pueden verse satisfechas por las primeras elecciones adultas de matrimonio e hijos. No queda claro si la capacidad para hacer el cambio en la elección de objeto sexual requiere la preexistencia de fantasías homosexuales conscientes. Algunos piensan en un censor interno que puede haber prohibido esa acción en un período anterior. Las circunstancias pueden cambiar, entonces, el balance emocional. En algunos casos, las mujeres que se casan y tienen hijos y un matrimonio aparentemente satisfactorio han tenido previamente sentimientos y fantasías lesbianas y tal vez relaciones que fueron reemplazadas por intereses heterosexuales y por el deseo de una familia y una vida matrimonial. Los sentimientos y fantasías anteriores nunca se abandonan totalmente y pueden retornar si las circunstancias cambian. Posiblemente han permanecido inconscientes  hasta un período posterior, o incluso conscientes pero no actuados.

Las cuestiones que interesaban en un momento anterior, sobre los determinantes de la elección de objeto homosexual, incluían cuestiones sobre el papel de la relación temprana con la madre, y la necesidad y el deseo de recobrar o retener los lazos tempranos con la misma. Se ha sugerido que la configuración edípica oscurece y tal vez interfiere con las gratificaciones de esta relación temprana con la madre. Se puede hallar material clínico que apoya esto. La dinámica del cambio en la mediana edad puede representar este proceso, es decir, un retorno a los deseos de un lazo más estrecho con la madre, una vez lograda cierta resolución externa de otros objetivos vitales o si los deseos maternales o de intimidad no se satisfacen dentro del matrimonio. Es bien sabido que muchas mujeres se quejan de la insensibilidad emocional de sus esposos.

Una viñeta de un caso clínico ilustra este tipo de experiencia. La Sra. M había perdido a su madre cuando tenía 12 años. Su padre se casó de nuevo y su madrastra la aceptaba y era generosa, pero carecía de calidez emocional. La Sra. M se casó a los veintipocos años con un hombre que parecía bondadoso pero que mantenía una cierta distancia emocional. Tuvo dos hijas. Su marido era un hombre de negocios exitoso y les iba bien económica y socialmente en la ciudad en la que vivían. Sin embargo, cuando estaba embarazada de su segunda hija, su madrastra y su padre murieron en un accidente de coche. Sufrió una fuerte conmoción, pero la mayor prueba de la intensidad de su trastorno fue que desarrolló un severo síntoma psicosomático. No obstante se recuperó y continuó con su exitosa carrera. Cuando sus hijas habían cumplido los 20 años y se habían marchado de casa, le ofrecieron a su marido una buena oportunidad en otra ciudad y se mudaron. La mudanza la había dejado sin apoyos familiares, puesto que sus hijas se habían marchado, y también sin la red de amigos y asociados a los que había llegado a apreciar y con quienes se refugiaba del clima emocional relativamente neutral de su matrimonio. La mayoría, aunque no todos, estos asociados eran mujeres. Le llevó un tiempo establecerse en su nueva ubicación, y comenzó a desarrollar ciertos síntomas de ansiedad, tales como palpitaciones y dolores de cabeza. Por entonces tenía 45 años, y al principio atribuyó estos síntomas a la menopausia. Sin embargo, el acontecimiento más dramático fue que se enamoró de una mujer joven, una colega de su nuevo trabajo. Esto fue muy sorprendente para ella y para su familia. Consultó a un terapeuta que atribuyó esto a un “anhelo por su madre”. Ella estuvo de acuerdo. El matrimonio se disolvió y ella continuó viviendo con su nueva pareja. En esta relación ella sentía una intensidad, tanto en las respuestas sexuales como en los sentimientos afectuosos, y una proximidad que no había tenido nunca antes. A pesar de la reacción inicial de choque y crítica, ella persistió y la relación permaneció estable.

En este caso, uno puede recurrir a la explicación de una relación que fue más gratificante emocionalmente que su matrimonio en un momento en que habían desaparecido sus apoyos emocionales más familiares. Es difícil decir si la relación hubiese tenido un giro sexual si la otra mujer no lo hubiera iniciado, pero ella fue claramente receptiva; se desconocen los predecesores de esto en su vida anterior.

¿En qué consiste el puente que empuja a la relación a ser sexual o le permite serlo? No conocemos suficientes detalles de algunos de estos determinantes, pero hemos hecho algunas especulaciones. Posiblemente, la relación temprana madre-hija se duplica en la proximidad y el afecto físico entre mujeres, los cuales despiertan sentimientos y respuestas sexuales. La relación con otra mujer puede despertar anhelos que nunca fueron gratificados. Los sentimientos homosexuales pueden ser omnipresentes, o estar muy presentes en la mayoría de las personas, y el que se actúen o no refleja los variados tabúes de diferentes mujeres, que pueden cambiar según el momento. La homosexualidad en las mujeres siempre se ha tolerado más que en los hombres, posiblemente porque la proximidad emocional, la pasividad y la dependencia están más próximas a las expectativas convencionales de la personalidad “femenina”. Los hombres luchan contra sus deseos pasivos (Downey y Friedman, 1996).

Volviendo a Eleanor Roosevelt, Cook, en su reciente bibliografía de la misma (1999) enfatiza su relación con una reportera y cita extractos de sus cartas, describiendo contacto físico y expresiones de amor. No queda del todo claro que el contacto físico fuera explícitamente sexual. Sin embargo, la relación entre ellas puede considerarse como ejemplo de una mujer casada con un hombre prominente pero en cierto modo lejano (Franklin D. Roosevelt) con muchos problemas tales como una madre posesiva y dominante, sus prioridades políticas, sus diferentes necesidades y estilos. Cuando ella se enteró de que su marido tenía una amante, buscó relaciones emocionales gratificantes en otra parte, y ciertamente en parte en otra mujer. Nunca abandonó su matrimonio y también tuvo relaciones íntimas con otros hombres. Muchas mujeres que viven un matrimonio que les parece poco gratificante buscan amigas mujeres. Cuando esta relación se vuelve sexual, ¿cuáles son los factores que hacen que esto sea posible o necesario?

Otra categoría de cambio es la de una mujer que vive una relación homosexual en la mediana edad tras haber estado casada y haber tenido hijos, y que después regresa al matrimonio. Un caso de este tipo era una mujer a la que llamaré N. Estaba en la mitad de los cuarenta, casada y con tres hijos. Era la más pequeña de cinco hermanos. La familia se mudó cuando ella tenía once años y la inscribieron en un colegio privado en el cual se sentía muy aislada y confusa. Se sentía lejana tanto de los chicos como de las chicas.  Su padre era autocrático y tirano y expresaba sentimientos muy negativos acerca de las mujeres que habían pasado la menopausia. Su mujer terminó divorciándose de él y vivía sola, aislada y enojada. N se casó después de graduarse en la universidad. Su marido era un profesional exitoso, y vivían “una vida profesional, exitosa, aburrida y convencional.” Era una madre abnegada, pero aparte de eso parecía tener pocos intereses. Cuando cumplió los 40, conoció a una mujer, Ann, una artista con treinta y pocos años que provenía de un entorno totalmente diferente y era lesbiana. A N le pareció extraña y exótica. La madre de Ann también era interesante. Era alegre, inconformista y sin educación. Ann tenía una familia numerosa y exuberante. La paciente se sintió en un principio intrigada por ella y también por su capacidad para desarrollar y mantener relaciones con muchas amigas. Un tiempo después de conocerse, entabló una relación sexual con Ann, que no reconoció frente a su esposo, explicando el tiempo que pasaba fuera de casa como una necesidad de salir y sentirse libre. Compartía un estudio con Ann en el que pasaba cierto tiempo durante el día, pero volvía a casa para encargarse de sus ocupaciones domésticas. Un sueño anterior describía la ambivalencia de N acerca de la vida caótica de Ann, y lo que ella consideraba un mundo extraño, misterioso y poco realista, pero que también le parecía enriquecedor. Sentía que Ann podría ser otra hija, de la cual se sentía responsable y por la que se sentía atraída. Estaba aterrorizada por este mundo, pero al mismo tiempo se sentía muy atraída por él.

Aunque el marido de N estaba celoso de su relación con Ann, aceptó la palabra de la paciente de que no existía entre ambas relación sexual. Para N, la relación con Ann representaba claramente muchos aspectos diferentes de un mundo nuevo, incluyendo una gama de sentimientos sexuales no teñidos por los aspectos patriarcales y de dominación masculina que tenía la relación con su marido y con su padre. Finalmente, no  pudo soportar las relaciones de Ann con otras mujeres. Sin embargo, su relación con ella la había llevado a cuestionar la naturaleza particular de su vida matrimonial y su calidad restrictiva, y el precio que pagaba por la seguridad que le ofrecía. También consideró las ramificaciones de esto para sus relaciones tanto con hombres como con mujeres. Ann no quería comprometerse en una relación con N. Revisando sus respuestas sexuales, N dijo que tenía muchos sueños en los que había fuertes sentimientos sexuales; habló sobre la liberación de su sexualidad en esta relación. Sentía que con su marido la sexualidad era una cuestión de poder más que algo sensual, lo cual era diferente en su relación con Ann.

Sin embargo, finalmente decidió volver con su esposo. En parte debido a las dificultades del estilo de vida de Ann y a su incapacidad para adquirir compromisos. Se dio cuenta de que no podía verse con ninguna otra mujer. Un aspecto similar de su personalidad pareció emerger tanto en la relación con su marido como con Ann, es decir, volverse hacia el otro para ofrecerle dirección y orientación. En retrospectiva, la paciente también recordaba estar deprimida más o menos en la época en que se interesó en Ann por primera vez. Sentía que posiblemente a causa de la depresión su marido había perdido interés en ella y ella se sintió desplazada, una reactivación de los sentimientos de su primera adolescencia. Posiblemente esto también representaba el deseo insatisfecho de una mujer que la animase.

El “Matrimonio Bostoniano” era un término referido a un acuerdo por el cual dos mujeres vivían juntas o compartían su tiempo en una relación afectiva, incluso durmiendo juntas. Esta relación podía o no ser sexual en el sentido de sexualidad genital. El curso de estas relaciones variaba. ¿Eran cambios por la edad en las fantasías o en el sentido de la posibilidad de realización de las fantasías en estos Matrimonios Bostoniano?

También hay mujeres cuyas características psicológicas pueden dar lugar a la expectativa de una posible elección de objeto homosexual, en caso que los determinantes siguieran predicciones convencionales. Esto no sucede necesariamente. Una de estas personas era una joven profesional en la mitad de la treintena que tenía una historia previa turbulenta. Se había sentido desplazada por dos hermanas gemelas más pequeñas que reclamaban la atención de la madre. Su padre, médico, era alcohólico, exitoso y fascinante. Se identificaba con él y se sentía competitiva. Sentía que no podía agradarle. Para manejar su sentimiento de deficiencia se volvió pronto hacia la sexualidad. El novio la hacía sentir más valorada, aunque se sentía más próxima a las mujeres. Un novio también le hacía sentir que pertenecía a una díada puesto que, de otra manera, sería la única de la familia que no estaba  emparejada. La conducta antidependiente ocultaba una intensa ansiedad de separación y la hacía sentir menos vulnerable. Describía con sentido del humor su interés por los “objetos fálicos”, las uñas largas pintadas de rojo, las botas de tacón alto, las pistolas y los hombres. Sentía que necesitaba un hombre para ser como su padre. Eligió la misma profesión que él tenía y se convirtió en alcohólica, como él lo era. Para ella era posible decir que su intensa envidia al pene y la rivalidad competitiva con su padre era un factor en el sentimiento que tenía en cuanto a tener un hombre. A pesar de su considerable sensibilidad a las separaciones, era reticente a reconocerlo y en la transferencia le resultaba extremadamente difícil hablar sobre sus sentimientos de dependencia hacia su analista femenina. Si esto no hubiera sido tan intolerable y su envidia al pene y sus deseos no le sirvieran defensivamente, hubiera podido establecer vínculos con mujeres.

Un fenómeno clínico bien sabido es el de una mujer que es lesbiana durante su adolescencia o al principio de su etapa adulta y más adelante desarrolla relaciones heterosexuales. Algunos grupos de estudiantes, especialmente en la década de los 70, adoptaron una posición lesbiana política. Más adelante cambiaron, cuando muchas de sus miembros hicieron lo que se consideró una elección políticamente incorrecta, es decir enamorarse de un hombre. Ciertas relaciones lesbianas persisten en la vida adulta, más allá de la etapa universitaria. Esto también puede considerarse un cambio adulto y posiblemente “de la mediana edad”.

Una de estas mujeres, S, era una abogada de treinta y seis años cuando acudió a tratamiento. Había estado deprimida por numerosos problemas laborales y había mantenido una relación, aparentemente muy sadomasoquista, con una mujer negra que era activista política. Esta mujer era considerablemente mayor y estaba enojada con muchas personas y con la propia paciente, expresando su enfado con constantes críticas y ataques. También había algo de que el sistema blanco tenía que pagar por su sufrimiento, o por el sufrimiento de la sociedad negra, pero en su aspecto  sadomasoquista era más personal. S había cortado esta relación pero se sentía aislada, abandonada y deprimida tras haberlo hecho. Describió su vida anterior como hija única de una familia rígida. Sus padres eran afectuosos pero ansiosos y limitados en su expresión emocional. Su madre era una mujer muy ansiosa y muy crítica con todo lo que se saliera de lo convencional y especialmente con los movimientos que su hija hacía en cualquier dirección, hacia la libertad física, hacia la expresión sexual en la adolescencia, hacia cualquier exploración. Su vestimenta tenía que ser aprobada por su padre por si era demasiado provocativa sexualmente. Su libertad para irse de viaje con el colegio fuera de la ciudad se veía restringida por el temor de sus padres a que se viera involucrada en actividades “salvajes” tales como sexo o el alcohol. Era una mujer muy competente, brillante, que eligió una vía laboral en cierto modo restringida y que hubiera persistido en ella si no hubiera sido por la relación con la otra mujer. Esta mujer también representó inicialmente un exótico mundo “libre” en el que se toleraba la agresión. Originalmente parecía ser por una buena causa. Esta era su segunda relación lesbiana. La primera había surgido de un grupo de amigos de la universidad, y había sido invitada a participar en la sexualidad del mismo por otra joven, una compañera. Aunque era moderadamente sensible a ella, nunca estuvo realmente enamorada de esta otra mujer, ni experimentó un placer intenso con nada. Sentía profundamente que no merecía tener un hombre propio. Esto había tenido un determinante edípico en que ella estaba ansiosa y reticente de establecer rivalidad alguna con su madre, pero también reflejaba una inhibición general. La elección de su vestuario era interesante en tanto que era principalmente neutral con algunas variaciones. Una vez vino con un abrigo rojo oscuro y se sentía angustiada por llevarlo, porque era un color demasiado atrevido. Era enérgica y trabajadora y también deportista. Sin embargo desarrollaba numerosas dolencias psicosomáticas, lo que hacía que aumentara su angustia.

Al principio del tratamiento estaba en un grupo coral en el que había varios hombres jóvenes. Se sentía atraída por uno de ellos; pasaban tiempo juntos pero era algo totalmente platónico. Él se marchó en viaje de negocios y ella se dio cuenta de que realmente lo extrañaba y tenía sentimientos importantes hacia él. Sin embargo, él estaba a salvo fuera de su alcance. Entonces S comenzó una serie de relaciones heterosexuales exploradoras. Muchas de ellas eran con hombres que no estaban disponibles. Sin embargo, tras varios años de tratamiento, se encontró en una relación con alguien de quien gradualmente llegó a enamorarse, ante el cual era físicamente receptiva, y con quien desarrolló una relación sexual muy gratificante. No siempre estuvo claro cuáles eran sus fantasías en la primera fase de sus relaciones lesbianas, pero en la última etapa del tratamiento eran intensamente heterosexuales. También se sentía extremadamente angustiada por que le dieran plantón en las primeras citas. Muchos de sus sueños y fantasías se centraban en esta ansiedad y sonaban adolescentes, como preocuparse por si había hecho lo correcto y si el hombre la llamaría de nuevo.

En su caso, se pueden entender las relaciones homosexuales como expresión de un conflicto en torno a la competición edípica y a abandonar la seguridad del mundo limitado de su madre en pos del peligroso mundo de los intereses y sentimientos sexuales adultos a los que poco a poco iba sintiendo que “tenía derecho”.

Las respuestas sexuales de las mujeres se han descrito como más “fluidas” que las de los hombres. Esto tiene varios significados y puede querer decir que son más variables, o bien la fluidez puede referirse a las respuestas tanto respecto a los hombres como a las mujeres. Ahora se reconoce ampliamente que muchos individuos tienen experiencias sexuales con ambos géneros. No queda claro si esto es realmente más frecuente que en el pasado o si es que se muestra más abiertamente. Ciertamente, las jóvenes parecen más libres a la hora de hablar de sus experiencias sexuales de lo que lo eran en el pasado. Esto puede entenderse como una indicación de una mayor experimentación actual o por parte de las mujeres. Sin embargo, también es posible que las mujeres tengan una gama más amplia de posibles respuestas sexuales y más capacidad para cambiar la elección de objeto homosexual a heterosexual, o a la inversa, que los hombres. A veces esta gama de respuesta, o el cambio, son percibidos por la persona como un descubrimiento de “quién es realmente”.

El tópico de la fluidez o la plasticidad es interesante. Parece que hay más tolerancia social e individual ante la variación de la respuesta sexual de las mujeres. Comparemos esto con la amenaza que supone para un hombre una identificación femenina o la dependencia, que desafía la separación y la distancia que ha logrado del apego anterior con su madre, y es consistente con los valores culturales de “independencia” como un indicador de fuerza. Golden, en un estudio sobre la identidad sexual y la autodefinición de las mujeres, se refiere a la fluidez sexual y a la literatura que la explora y también a la relación de la fluidez con la elección de objeto sexual en las mujeres. Bem (1998) describió explícitamente la fluidez de la elección de objeto en las mujeres. Al considerar los datos sobre las dinámicas y la naturaleza de esta fluidez no es posible diferenciar entre los elementos conscientes de la elección y los determinantes más inconscientes. Sin un conocimiento más íntimo de las fantasías, sentimientos y desarrollo del individuo es difícil determinar los factores que hacen más atractiva a una u otra dirección. Como hemos mencionado, se ha discutido que las mujeres a menudo hallan con más facilidad  la intimidad que necesitan con otra mujer, sea en una relación sexual o de otro tipo. Sus relaciones con los hombres pueden ser así más exhaustivamente sexuales o tal vez determinadas por los roles sociales, tales como ser parte de una familia tradicional, que se satisfacen de esta forma. Clínicamente, hay muchas mujeres que tienen dificultad debido a la falta de intimidad y la escasa disponibilidad emocional que les ofrecen sus relaciones con hombres. Sin embargo, esto no explica la sexualización de las relaciones de algunas mujeres con otras y la inexistencia de esta vía para otras.

Si la fluidez es en realidad más característica para las mujeres que para los hombres, posiblemente tenga que ver con ciertos aspectos del cuerpo y la psicología femeninos. Balsam describe los cambios dinámicos en el cuerpo femenino a lo largo del ciclo vital y el modo en que este cambio influye en la relación con otras mujeres. La autora cree que estos cambios y la “inestabilidad de la forma femenina” crea ansiedad en las mujeres y en los hombres, y también que estos cambios están relacionados con conexiones conscientes e inconscientes de mujer a mujer, así como con el embarazo (Balsam, 1999). El cuerpo femenino puede, entonces, considerase como plástico y variable con diferentes representaciones internas en distintos momentos.

Otro aspecto de la psique femenina que se ha descrito es la capacidad de la mujer para tolerar más ambigüedad en relación con los límites que la que tienen los hombres. Esto puede considerarse derivado de un estilo histérico versus uno obsesivo, pero también, en sus términos corporales, puede entenderse en relación con el embarazo. Durante el embarazo, la mujer tolera la invasión del feto y modifica sus límites físicos para incluir al bebé y a la imagen cambiante de sí misma. Luego debe soportar la pérdida de la criatura interna y reconstituir sus límites previos. Esta es una fluidez de otro tipo pero refleja cómo se tolera la intimidad.

Aunque los genitales, el embarazo y la reproducción se han considerado en la teoría clásica como aspectos organizadores de la identidad femenina de una mujer, esta visión ha quedado evidenciada como demasiado limitada. Yo estaría de acuerdo en que la psique femenina no está organizada en torno a los genitales, pero en esta posición me pregunto si algo de la capacidad de ser sensible y apasionada en cuanto a las diferentes elecciones de objeto está relacionado con la variación del cuerpo femenino. Todavía nos queda por especular sobre por qué esto hace posible los cambios en la elección de objeto en unos individuos y no en otros.

Es importante considerar la erotización de una relación separadamente de la elección de objeto y considerar ésta separadamente de las convenciones sociales sobre el matrimonio. En el caso sobre homosexualidad de Freud (1920), la chica de 18 años que se describía amaba a una mujer a la que Freud entendía como una sustituta de la madre y del hermano mayor. Se sentía decepcionada porque cuando ella tenía 16 años su madre tuvo su tercer hijo, un niño, de modo que tanto la elección como el cambio en la misma pueden representar una sustitución de sentimientos de un individuo a otro. Las configuraciones individuales de la experiencia determinarán cuáles son.

Otra cuestión importante tiene que ver con la distinción entre el concepto de identidad de género y rol de género, es decir si uno se considera femenino o masculino en un contexto cultural determinado, y la elección de objeto, es decir a quién se elige como objeto sexual. El hombre que elige a un hombre no está haciendo necesariamente una elección “femenina” ni tiene por qué existir un problema con su propia identidad “masculina”. De forma similar, la mujer que elige a otra mujer no es necesariamente masculina aunque pueda existir un elemento de identificación con su padre en cuanto a elegir una madre, pero éstas son dinámicas separadas e individuales. La erotización, es decir, si una relación es o llega a ser erótica, también es distinta de las cuestiones de intimidad y elección.

Parece haber numerosas vías para los cambios en la elección de objeto sexual durante la mediana edad. La plasticidad de la respuesta, o la fluidez, tal como puede entenderse, también pueden poner en cuestión el concepto de las inevitables vías evolutivas que llevan en una u otra dirección. En cambio es posible que exista un potencial que sólo pueda hacerse realidad bajo ciertas circunstancias externas o internas. De modo que la posibilidad de cambios en el objeto sexual puede representar cambios internos, cambios evolutivos de la madurez, o cambios en la disponibilidad de relaciones con la posibilidad de satisfacción sexual.

 

Bibliografía

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