aperturas psicoanalíticas

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revista internacional de psicoanálisis

Número 023 2006 Revista Internacional de Psicoanálisis en Internet

Procesos Terciarios. De la Vulnerabilidad a la Resiliencia [Zukerfeld, R., y Zonis Zukerfeld, R., 2005]

Autor: Liberman, Ariel - Abelló, Augusto

Palabras clave

Ideales culturales dominantes, Inconsciente escindido, Posicion subjetiva aquileica, Posicion subjetiva resiliente, Potenciales resilientes, Procesos terciarios, R., R. z., Resiliencia, vulnerabilidad, Zukerfeld.

Reseña: “Procesos Terciarios. De la Vulnerabilidad a la Resiliencia”, 2005, Editorial lugar. Autores: Rubén Zukerfeld y Raquel Zonis Zukerfeld

 

El libro que reseñamos recopila presentaciones científicas en diferentes foros así como trabajos publicados e inéditos que los autores han realizado con posterioridad a la publicación de su anterior libro: “Psicoanálisis, Tercera Tópica y Vulnerabilidad Somática” (1999, Editorial Lugar). El subtítulo es la síntesis del recorrido transitado: del estudio de vulnerabilidad como constructo teórico-clínico que les permitió centrarse y estudiar el funcionamiento psíquico de las personas que enferman (desde una conceptualización de la tercera tópica) al estudio de lo que los autores definen como “el misterio de la salud” condensado en una reformulación psicoanalítica del concepto de resiliencia. Por su parte, el concepto de procesos terciarios y la reformulación singular que realizan los autores será uno de los ejes que atraviesan el libro.

 

Introducción general. Psicoanálisis y Resiliencia

El objetivo de esta introducción general es presentar las distintas definiciones de resiliencia, la problemática general que se plantea alrededor de este constructo y en especial la perspectiva psicoanalítica de los autores. En ese sentido Zukerfeld y Zonis Zukerfeld realizan una descripción de las problemáticas generales de la resiliencia definida como “la capacidad humana de enfrentar, sobreponerse y ser fortalecido o transformado por experiencias de adversidad” (Grotberg, 2001) y también como “el proceso o la capacidad para desarrollar una adaptación exitosa en circunstancias asociadas con disfunción psicológica y baja competencia” (Rutter, 1987; Fonagy, Steele, Steele, Higgitt, &Target, 1994). A partir de allí discuten la noción de adversidad –en particular la diferencia entre “trauma” y “prueba”- y los diferentes tipos y fuentes de la misma. Este último aspecto muestra que las fuentes de adversidad vinculares (personales y sociales) predominan sobre las originadas en el propio cuerpo y en el mundo externo, teniendo en cuenta la clasificación freudiana de las fuentes de sufrimiento que toman los autores.

En el punto cuatro de esta introducción los autores se ocupan de desarrollar una perspectiva psicoanalítica que tiene en cuenta ideas de Boris Cyrulnik, Aldo Melillo y otros autores, y plantean que se debe “estudiar el problema de la adversidad y la adaptación, la dimensión del Yo y sus defensas, la dimensión de los funcionamientos psíquicos globales y la dimensión vincular, y obtener una definición psicoanalítica de la resiliencia y lo que ésta implica en la modificación de la subjetividad”.

De este modo plantean una concepción de la adaptación de raigambre pichoniana como “la capacidad del aparato psíquico para tener en cuenta: a) su propia realidad interna y la existencia de una realidad ajena al propio funcionamiento mental, ya sea corporal y/o intersubjetiva; b) la posibilidad de realizar acciones para transformar en algún sentido aquellas realidades.” (p.31). Esta definición muestra que los autores enfatizan la noción de transformación incluida en la definición de adaptación y desde allí van a estudiar el funcionamiento del yo (mecanismos de defensa y afrontamiento) y en particular la importancia de la dimensión vincular para el funcionamiento psíquico global. Este funcionamiento psíquico, o si se quiere –como escriben los autores- las vicisitudes de la subjetividad, es estudiado con una concepción metapsicológica que no puede reducirse ni a “procesos primarios” ni a “procesos secundarios” en el sentido freudiano clásico. Es así que van a jerarquizar su tesis central que consiste en pensar lo que denominan “potenciales resilientes” a partir de la noción de “procesos terciarios” que desarrollan exhaustivamente en el capítulo cuarto de esta obra.

Por otra parte, desde el momento que un desarrollo resiliente depende de la presencia de otro significativo los autores insisten en los aportes de la teoría del apego para la comprensión de esta condición de funcionamiento psíquico.

Es en el punto cinco de esta introducción general donde van a ofrecer al lector una definición psicoanalítica de la resiliencia como “una metamorfosis subjetiva producto de la activación de un potencial que implica funcionar en proceso terciario, es decir con la fluidez libidinal necesaria para la creación de condiciones psíquicas nuevas que capturen y transformen el efecto traumático con la imprescindible existencia de vínculos intersubjetivos” (p.38)

Esta definición, -como sugieren los autores- hace referencia a una vulnerabilidad (noción que desarrollan en su libro anterior y en el capítulo séptimo de este volumen) sorprendentemente fracasada, por tal motivo es importante diferenciar cómo se estructuran distintas posiciones subjetivas. Así es que una historia de vulnerabilidad (una adversidad con escaso sostén) puede devenir directamente en patología; se trata de los vulnerables sintomáticos, cuya subjetividad está atravesada por la enfermedad y la representación social de la misma. Pero lo que los autores introducen también dentro del campo de la vulnerabilidad es otra posición subjetiva de vulnerables no sintomáticos: la posición subjetiva aquileica (PSA). Ésta es definida como “la condición subjetiva que implica vulnerabilidad equilibrada o compensada por la obediencia a ideales culturales dominantes”. El término proviene del análisis del mito de Aquiles que los autores estudian en el capítulo nueve y se trataría de armaduras de eficientismo e inmediatez frente a la adversidad dominados por un yo ideal o un ideal del yo tanático donde no existe posibilidad de transformación alguna. Creemos que esto es importante a la luz de las patologías actuales en la medida que estos “invulnerables” son vulnerables considerados socialmente exitosos

Otra vicisitud es que la adversidad sea procesada por un adecuado sostén; esto permitirá que se pongan en juego los recursos del yo con recuperación de la homeostasis y acceso a la “posición subjetiva neurótica” (PSN). Pero es interesante destacar que los autores plantean que estas posiciones no son estructuras fijas y determinadas sino que en función de nuevas ofertas de sostén y/o identitarias, desde la condición de vulnerabilidad se pueden producir reintegraciones resilientes accediendo entonces a la “posición subjetiva resiliente (PSR)”. Finalmente los autores señalan que la vulnerabilidad, la PSA y la patología están asociadas en general a comportamientos de para y sobreadaptación, mientras que la PSR está vinculada con las oscilaciones entre adaptación y desadaptación que incluyen ciertos mecanismos neuróticos. Todas estas ideas son presentadas en un gráfico que permite clarificarlas y dar lugar a debatirlas en su valor teórico y clínico

 

Capítulo 1. Tercera Tópica, Vulnerabilidad y Sostén Vincular

En este capítulo los autores presentan, en primer lugar, una síntesis de la revisión metapsicológica del aparato psíquico que vienen realizando hace años, la Tercera Tópica, que atravesará el conjunto de los trabajos y que será su fundamento teórico, modelo que tiene la ambición de articular los desarrollos freudianos y post-freudianos. Este modelo -que se desarrollará sintéticamente en el capítulo 2 y a lo largo del libro- sostendrá la heterogeneidad del inconsciente y la coexistencia de funcionamientos psíquicos, otorgando un lugar central y novedoso a lo que los autores sitúan como “inconsciente escindido”, que definen como “huellas activables pero no evocables” y que ponen en relación con sus antecedentes en el pensamiento psicoanalítico europeo.

En segundo lugar, desarrollan un modelo general de perspectiva interdisciplinaria sobre la vulnerabilidad. Consideran que desde una perspectiva psicoanalítica se puede entender la vulnerabilidad como “la condición del sujeto que implica el predominio y cristalización del modo de funcionamiento del inconsciente escindido”. La cristalización de este modo de funcionamiento es correlativa a múltiples factores: magnitud del suceso traumático, déficit de la función sostén del objeto y características de la calidad de vida. Estos tres factores generan lo que los autores llaman “un potencial inespecífico” para el desarrollo de patología que junto con lo que denominan “potenciales específicos”, donde incluyen los aspectos genético-disposicionales y “los ideales culturales dominantes” (ICD), nos permiten comprender las diferentes configuraciones y organizaciones patológicas. Los ICD, portados por el contexto vincular, ofrecen distintas soluciones para las manifestaciones deficitarias del sujeto. También señalan cómo la enfermedad tiene un efecto recursivo y se transforma, a su vez, en factor traumático.

En tercer y último lugar, en esta brevísima introducción a lo que desarrollarán en los diferentes capítulos, reconsideran el valor de la red vincular tanto en su aspecto protector y patogénico. El objeto-Otro, en el modelo de la tercera tópica, ejercerá dos grandes funciones: como sostén y como modelo identificatorio.

Estos primeros lineamientos los llevan a definir y sintetizar lo que trabajaron ampliamente en su anterior libro: “La eficacia patogénica no depende tanto de que el suceso traumático sea infantil o tardío sino a las características de la red vincular que puede o no neutralizar sus efectos y ofrecer o no remedios saludables para la carencia o el exceso” (p. 52).

 

Capítulo 2. Tercera Tópica

Comienzan el capítulo con algunas definiciones. El modelo de aparato psíquico que proponen, entendido como una construcción entre soma y Otro, se caracteriza por su heterogeneidad inconsciente así como por la presencia universal y la coexistencia de dos grandes modos de funcionamiento. Uno de los mecanismos estructurantes será la represión, en continuidad con los modelos explícitamente trabajados por Freud, y el otro mecanismo universal y que caracteriza esta tercera tópica es la escisión. A continuación sitúan los antecedentes de la noción de “inconsciente escindido”. Remiten a Freud, Winnicott, McDougall, Green, Roussillon y Bleichmar -para no citar más que algunos. Todos estos autores consideraron un modo de funcionar del psiquismo no representacional que Zukerfeld y Zonis Zukerfeld piensan que el término inconsciente “escindido” nos permite conceptualizarlo de la mejor manera ya que eleva la escisión a un mecanismo originario, global y persistente enfatizando su dimensión estructural y, así, lo desvincula de forma exclusiva tanto de lo infantil como de lo patológico. En cuanto a los antecedentes de la noción de tercera tópica se encuentran los desarrollos de Green, Dejours, Marucco y Merea. Piensan que el sustantivo “tópica” les permite aludir a una representación gráfica, que metaforiza el modelo y que el adjetivo ordinal “tercera” los sitúa en línea con los planteamientos freudianos.

Existen cinco conceptos fundamentales que para los autores fundamentan este modelo y que resumen como: la noción de heterogeneidad del inconsciente; la noción de coexistencia de funcionamientos que implica que toda manifestación psíquica es una expresión, con diferente predominancia, de ambos funcionamientos; la noción de correspondencia que toma en cuenta la coherencia interdisciplinar de los desarrollos postulados; la noción de recursividad que, en sintonía con los paradigmas de la complejidad, cuestionan los determinismos lineales; por último, la noción de vincularidad reestructurante que enfatiza el lugar del otro en su funciones estructurantes, en cualquier momento evolutivo, de la organización subjetiva.

 

Capítulo 3. Inconscientes, memorias y tópicas

Este trabajo es la versión ampliada de la discusión por parte de Rubén Zukerfeld de un trabajo presentado por Hugo Bleichmar en un congreso de la IPA (2004). Toma como eje la propuesta de Bleichmar de diferenciar cinco tipos de inconsciente y que los autores sintetizan en: 1) originario de la interacciones; 2) originario de las identificaciones; 3) a predominio de la operatoria represiva; 4) a predominio de otras operatorias; 5) desactivado. Los autores coinciden con Bleichmar en la jerarquización de la nociones de heterogeneidad inconsciente (que el autor ejemplifica en su concepción de la modularidad), la noción de coexistencia, de correspondencia y de recursividad (ver cap. anterior).

A partir de aquí se esforzarán por situar tanto las coincidencias como las diferencias con las posiciones de Bleichmar. En aquellos aspectos del funcionamiento inconsciente no representacional (por fuera de una codificación vía represión) que en Bleichmar quedan englobados, según los autores, en torno al concepto de “originarios” (1 y 2), coinciden en la caracterización de éstos como diferentes del inconsciente reprimido, como no constituyéndose sólo en la infancia y como marcados fundamentalmente por la afectividad (memoria implícita emocional). Sin embargo, piensan que adjetivar a este inconsciente como escindido enfatiza más claramente lo que está apartado de la estratificación y comercio representacional y que, a su vez, coexiste con él. La distinción de dos grandes tipos de memorias en las neurociencias (más allá de las denominaciones concretas) así como las diversas alusiones a lo irrepresentable en la historia del psicoanálisis como apartado de las organizaciones representacionales justifican para los autores la denominación de “inconsciente escindido”. Retoman aquí los tres motivos que situaron en el capítulo anterior para esta denominación.

Los autores precisan cómo ellos entienden la relación entre procesos inconscientes tanto con comportamientos automáticos como con mecanismos neurovegetativos. Sostienen: “(…) el inconsciente originario que denominamos escindido comprende a funcionamientos propios de los circuitos amigdalinos-hipotalámicos que son parte de la repuesta psiconeuroinmunoendocrinológica. En términos metapsicológicos hablamos de magnitudes no ligadas a representaciones que se descargan y vehiculizan en conductas motoras y respuesta somáticas de distinto nivel” (p.65).

En cuanto a los tipos 3 y 4 de Bleichmar (reprimido y otras operatorias) los autores piensan que si bien pueden diferenciarse entre sí ambos compartirían la existencia del conflicto y de sus reglas de resolución como supuesto básico. Es aquí donde para los autores podemos ubicar lo que clásicamente se entendió como “escisiones defensivas” que operan sobre estructuras representacionales-afectivas y que es necesario diferenciar de lo que ellos plantean como “escisión fundante y estructurante”. Por ello, sostienen, los tipos 3 y 4 están reglados por el conflicto que implica, siempre, el nivel representacional, desiderativo y fantasmático. Habría tres manifestaciones clínicas no excluyentes en este nivel, lo que lo autores denominan eulexitímicas, dislexitímicas y alexitímicas. A pesar de sus diferencias (mayor o menor nivel de articulación representacional-afectivo y de valor comunicacional) en todas estas manifestaciones existe para los autores la posibilidad de evocación ya que han existido ligaduras (de mayor o menor riqueza declarativa) que sufren distintas vicisitudes. Por el contrario, insisten, en las memorias asociadas al inconsciente originario o escindido sólo corresponde hablar de “huellas activables pero no evocables” ya que no existió ligadura representacional.

A partir de aquí los autores retoman los ejes centrales de la Tercera Tópica, algunos de los cuales han sido reseñados en capítulos previos. Exponen una representación gráfica de este modelo y a continuación pasan a explicitar algunos de sus elementos y su articulación con el modelo modular-transformacional de Bleichmar. Sitúan los tres puntos de vista que, desde Freud, caracterizan una concepción metapsicológica: en el punto de vista tópico describen un espacio de producción intersubjetiva que denominan Estructura Edípica Conflictiva (Ideal del Yo) y otro espacio que denominan Estructura Narcisista Nirvánica (Yo Ideal). Esta perspectiva tópica implica también una concepción heterogénea del narcisismo entendido como portador de dimensiones tróficas y vinculantes –Ideal del Yo- y de desmentida radical y duplicación del yo –Yo Ideal. Desde la perspectiva económica piensan en términos de ligaduras a representaciones de cosa o de palabra y en términos de mecanismos de carga y descarga ligados a las “huellas activables pero no evocables” asociadas al conjunto de memorias implícitas. Desde un punto de vista dinámico plantean dos movimientos: dinámicas represivas vinculadas al potencial hermenéutico del psiquismo y dinámicas de “barrido” en donde el movimiento horizontal está vinculado a los movimientos de la escisión. Ambas dinámicas poseen mayor o menor fluidez, pueden predominar o cristalizar modos de funcionamiento. También establecen una dinámica vinculante que estará fuertemente relacionada con lo que los autores desarrollan en el capítulo siguiente como “Procesos Terciarios” y que definirán fundamentalmente en dos niveles: como creatividad o potencial hermenéutico en donde recogerán los aportes de diferentes autores (por ejemplo, Green) que jerarquizan la articulación representacional procesos primario-secundario; y, en segundo lugar, como creación o potencial heurístico en donde jerarquizan la articulación entre lo representacional (nivel previo) con lo no-representacional. Es importante señalar que para los autores el término “potencial” (hermenéutico o heurístico) tiene un valor fuerte como opuesto a al término “determinante”.

 

Capítulo 4. Procesos Terciarios

Los autores plantean que este capítulo (que constituye el trabajo ganador del premio FEPAL 2002 y ha sido publicado en un número anterior de Aperturas Psicoanalíticas) tiene como objetivo un revisión metapsicológica que nos permita comprender la cura “no sólo como develamiento de lo viejo que se repite con ropajes distintos sino como creación de lo nuevo, es decir, de aquello que no poseía aún existencia subjetiva” (p.76). Comienzan con un recorrido por autores que han tomado y trabajado la noción de procesos terciarios (Green, Fiorini, Hornstein) y distinguen entre creatividad y creación. Piensan que este último concepto cobra toda su relevancia si lo pensamos desde su relación con lo irrepresentable. Muchos autores, como hemos señalado previamente siguiendo a los autores, han pensado sobre aquello que existe por fuera de la representación (Bion, Lacan, Aulagnier, Green, Rousillon, por no citar más que algunos). Lo que a los autores les interesa en este capítulo es mostrar cómo una reflexión sobre la cura que incluya lo no-representable nos lleva, a su vez, a una revisión metapsicológica y, por lo tanto, a una redefinición de los procesos terciarios. Por ello, como habíamos señalado, diferenciarán entre dos conceptos interconectados que se relacionan con el de procesos terciarios: creatividad y creación. Entienden por creatividad una cierta fluidez intrapsíquica que supone la existencia de procesos secundarios que no saturan los procesos primarios: permeabilidad entre estos sistemas. Con el concepto de creación intentarán cernir, por el contrario, la implicación y articulación entre el inconsciente reprimido y el inconsciente escindido –cuyo núcleo se constituye por las marcas de magnitudes no ligadas, provengan éstas del soma o del otro. Otra diferencia entre estos dos conceptos es que si bien la creatividad se nutre de la ausencia del objeto que permite movimientos de simbolización, la creación requiere la presencia del objeto “como sostén del impacto que es lo que da lugar a que la descarga escindida pierda su potencial traumático y adquiera cualidad” (p.84). En este sentido habría, si se quiere, dos modos de entender los procesos terciarios: el primero, vinculado a la creatividad –y probablemente el más trabajado por otros autores-, se centra en la fluidez primario-secundario, en su no saturación, con sus manifestaciones en el discurso del paciente así como en el campo de la transferencia y contratransferencia; a diferencia de esto, los procesos terciarios entendidos como creación suponen la relación con algo nunca previamente ligado que se desarrolla en lo que lo autores denominan un “espacio vincular transicional”. Para ilustrar lo que vienen planteando se detienen en el análisis del caso Tim de J. McDougall. Entre otras cosas muestran cómo un momento de irritación en la analista durante una intervención, que ella califica de “acting”, es leída por los autores como un momento productivo del proceso en el que la analista, o su sentimiento, participa no sólo como objeto transferencial sino como persona real que presentifica algo nuevo en el vínculo que genera subjetividad creando un nuevo espacio vincular transicional.

Retomando el constructo de resiliencia, enfatizan la dimensión vincular de su desarrollo y lo definen, en relación a este capítulo, como “la expresión de un funcionamiento en proceso terciario donde la fluidez del aparato psíquico permite desarrollar recursos de afrontamiento a partir del efecto traumático. Es decir que el sujeto cualifica y crea donde sólo hubo magnitudes, mecanismo que debe diferenciarse del de la resignificación del trauma” (p.91).

Terminan afirmando que la creatividad y la creación son “potenciales inconscientes universales” (p.94), que entienden como expresión de los procesos terciarios que se desarrollan en vínculos intersubjetivos. Se preguntan si el campo analítico no está justamente construido para facilitar un encuentro original que trabaje tanto desde la historia como creando historia.

 

Capítulo 5. Malestar, modos de enfermar y vulnerabilidad somática

El autor, Rubén Zukerfeld en este caso, centra el tema alrededor de la noción de vulnerabilidad somática, definida como el campo en el que “se estudia cómo y por qué aumenta o disminuye la vulnerabilidad de un sujeto a que su cuerpo se deteriore antes de lo que indican las condiciones determinadas por la especie, incluyendo sus secuelas y las formas de diagnosticarlo, prevenirlo y tratarlo” (p. 99). Este campo sería, por definición, interdisciplinario.

Los autores señalan que el malestar, entendido de forma resumida como “desazón indefinida”, tendría dos caminos posibles: uno, que sería aquel sobre el que opera el psicoanálisis en relación al tratamiento del conflicto, en el que es posible que el malestar disminuya y su lugar sea ocupado por afectos concretos, expresables, pasar de lo latente a algún grado de lo manifiesto para desde ahí posibilitar alguna acción posible, mientras que el otro camino, la imposibilidad de registrarlo, lleva a la persistencia del malestar y de ahí a las manifestaciones somáticas y comportamentales.

En relación a los modos de enfermar proponen dos niveles desde los que estudiarlos: uno sería el que la medicina entiende como “etiopatogenia” y el otro tendría que ver con las formas de subjetivar la patología independientemente de su origen. Estos dos niveles se juegan en cuatro grandes modos en los que las funciones corporales se alteran, en mayor o en menor medida. Si, para su estudio, las aislamos artificialmente quedarían, de manera resumida, así: un modo definido por la existencia de tramitación psíquica, ligado más a la expresión de un inconsciente reprimido regido por Edipo y adquiriendo valor simbólico; un segundo modo ligado desde las concepciones freudianas a las neurosis actuales y desde concepciones post-freudianas a lo irrepresentable, el narcisismo tanático y su relación con los fenómenos del acto -este modo estaría más ligado a la noción de inconsciente escindido-; el tercer modo se caracterizaría porque las vicisitudes corporales se convierten en subrogados de formas de comportamiento en relación con la realidad exterior y las señales del propio cuerpo; y el cuarto y último modo corresponde a la exposición de las funciones corporales a los factores socio-ambientales y a ciertas configuraciones familiares y culturales.

A juicio del autor, la pregunta de mayor relevancia hoy en día sería: ¿de qué depende la variabilidad en un sujeto de la vulnerabilidad somática? y, desde ahí, ¿es posible predecirla? Las grandes variables que intervienen en la respuesta y que los autores desarrollan en otros capítulos serían: calidad de vida, sucesos traumáticos (históricos y actuales) y las características de la red vincular que brinde sostén.

El autor cree –desde este contexto- que si el psicoanálisis se articula en la interdisciplina tiene mucho que decir; por eso propone: realizar revisiones metapsicológicas donde la “bruja” freudiana se exponga y se articule con los resultados de las investigaciones sistemáticas y tener en cuenta permanentemente los contextos donde se produce patología, aquellos donde se la trata y la posición del terapeuta más allá de las características de la enfermedad.

 

Capítulo 6: Psicoanálisis y bienestar en la cultura: Trincheras psicosociales

Los autores comienzan señalando dos características del contexto sociocultural actual: el macrocontexto de desigualdad social, economía de mercado, desocupación y expulsión social y –en otro nivel-: la apología del eficientismo individualista.

Esta tendencia construye sujetos que son más “buscadores de servicios” que “protagonistas de procesos” y esta condición estaría ligada a lo que en la producción científica de los últimos años en psicoanálisis aparece en torno a “nuevas patologías, cambios en la demanda de análisis, límites de analizabilidad, etc.” (p. 108). Algunas de las nuevas hipótesis de por qué cambiaron los modos de enfermar serían: cambios culturales y, por tanto, diferentes problemáticas, la evolución psicosocial en tanto modificadora de la constitución subjetiva, modificación de los dispositivos de abordaje e investigación y ampliación del campo de observación.

Se resalta el interés por comprender los recursos psicosociales que pueden estar al servicio del bienestar.

A partir de la escala sobre vulnerabilidad somática, EVS 25, que los autores han creado, se aislaron, por un lado, factores de riesgo y, por otro, factores psicosociales protectores de la salud. Las frases, incluidas en dicha escala, que aparecen ligadas a estos segundos factores son: “tengo proyectos”, “me siento contento”, “frente a situaciones dolorosas no suelo enfermarme”, “tengo personas que me ayudan si lo necesito” y “no pierdo fácilmente el control de mis actos”. Estos factores dependerían tanto de cuestiones intrapsíquicas como de cuestiones sociales.

En base a los resultados los autores definen como “trinchera psicosocial al conjunto de modos de pensar, actitudes y comportamientos que construye un sujeto, en base a la existencia de proyectos personales, buen humor, enfrentamiento adecuado de situaciones, solidaridad y autocontrol, que lo protege de enfermar y/o de agravar enfermedades o tendencias preexistentes” (p 112). Los autores proponen que esta definición puede ser útil tanto para el diseño de abordajes terapéuticos como para el diseño de políticas de salud y de cambio social. El terapeuta capaz de construir trincheras psicosociales será de actitud optimista, que ayude a desarrollar proyectos, proponga descargas adecuadas, construya nuevos sentidos, jerarquice el valor de la solidaridad y adquiera cierto liderazgo en la construcción de redes sociales.

  

Capítulo 7: Psicoanálisis y ciencias de la salud. Vulnerabilidad y resiliencia

El objetivo de este capítulo -que su autor, el Dr. Rubén Zukerfeld, presentó en el 43º Congreso de la IPA en 2004, New Orleans- es ofrecer al lector un “modo de articulación posible entre el psicoanálisis y las disciplinas de la salud, basado por un lado en una revisión de cuestiones metapsicológicas vinculadas con el funcionamiento psíquico y por otro en una búsqueda de categorías interdisciplinarias que permitan desarrollar estrategias clínicas adecuadas.” (p. 118)

Se señalan las relaciones de parentesco que ha habido desde su nacimiento entre el psicoanálisis y la medicina, destacando que el psicoanálisis nace como un tratamiento médico y se presenta el concepto de vulnerabilidad somática de manera resumida, tema abordado de manera más extensa en Zukerfeld & Zonis Zukerfeld, 1999.

El autor se adhiere a la propuesta de ligar la serie salud-enfermedad a su contexto histórico, estando éste en la actualidad latinoamericana marcado por la desigualdad, desocupación y expulsión social.

Plantea que si un psicoanalista supone que en el desarrollo de una enfermedad intervienen factores psicológicos, debe preguntarse: ¿de qué condiciones de funcionamiento psíquico depende esto?

A una definición de vulnerabilidad y su relación con el predominio de un peculiar funcionamiento psíquico universal –el del inconsciente escindido- le siguen los tres conjuntos de factores de los que sería dependiente: la historia singular de traumatismos, la condición de calidad de vida alcanzada y la naturaleza de la red de vínculos disponible –destacando la percepción subjetiva- con valor de sostén. A su vez, define tres tipos de factores que pueden relacionarse con la vulnerabilidad para marcar el curso de los acontecimientos, que son: los factores biológicos, los ideales culturales dominantes y las conductas saludables.

Presenta el concepto de “resiliencia” y su relación con las siguientes variables: proyectos vitales, percepción subjetiva de ayuda, buen humor, afrontamiento mental del dolor y autocontrol. La resiliencia aparece definida de diversas maneras según diversos autores, destacando los siguientes fundamentos psicológicos implicados: la interacción con otro que garantice reconocimiento y la constitución de la autoestima en relación con el humor y la creatividad.

El autor propone cierta continuidad entre vulnerabilidad y resiliencia ligada a tres ejes: funcionamiento mental, recursos del Yo y vínculos intersubjetivos, así como un gradiente que va de los funcionamientos de riesgo a los funcionamientos protectores y transformadores.

Se revisa el lugar del otro como auxiliar, como modelo, como objeto de satisfacción y como rival y se propone como hipótesis principal que “la vulnerabilidad y la resiliencia de un sujeto dependen principalmente de su historia y actividad vincular, de ahí que el modelo ponga en evidencia el valor de los vínculos tardíos, de las figuras de apego sustitutivas y de todo lo que significan adquisiciones en vínculos intersubjetivos significativos, habiendo siempre posibilidades de nuevos desarrollos en condiciones adversas siempre que exista en el sujeto la percepción de una red vincular con valor de sostén.” (p. 126).

Para finalizar, se resalta la importancia de las características particulares de cada sujeto, de acuerdo con el paradigma de Paul, que plantea: “qué tratamiento, realizado por quién, es el mejor para este paciente con qué problema específico y bajo qué circunstancias”.

El autor aboga por seguir investigando el rico espacio de encuentro entre el psicoanálisis, la medicina y otras ciencias de la salud y destaca que el psicoanálisis desde su propia revisión teórica puede hacer importantes aportes para el desarrollo de intervenciones interdisciplinarias en el contexto social actual.

 

Capitulo 8. Psicoanálisis actual: trastornos de la alimentación e ideales culturales dominantes

Piensan lo autores que los trastornos alimentarios (TA), así como las adicciones y la patología psicosomática, han cuestionado cierta visión “psiconeurocéntrica” dominante para los psicoanalistas. Retomando la teorización sobre la tercera tópica se esforzarán por reflexionar sobre la especificidad de ciertas patologías –en este caso los TA- a partir de lo que denominan Ideales Culturales Dominantes (ICD). Entienden como ICD aquellas creencias y dispositivos de un microcultura que se ofrecen como modo prevalente de regulación de la autoestima para los sujetos que la integran. Piensan, siguiendo a Freud en su texto y su teoría sobre el narcisismo, que la existencia de carencias narcisistas primarias así como de insuficientes satisfacciones objetales deja la regulación de la autoestima dominada por el cumplimiento del Ideal –ideales imposibles en su tarea que los torna tanáticos. Así, estas “subjetividades injuriadas”, como las denominan (p.183), son propensas a buscar/encontrar en las ofertas culturales remedios imposibles o con un alto costo. Como señalan los autores, ciertos acontecimientos traumáticos son necesarios para la producción de la patología –vulnerabilidad- pero son insuficientes para darle su perfil nosológico particular. En el caso de los TA, la búsqueda de la delgadez está vinculada a la especificidad del perfil clínico pero es insuficiente para la comprensión de la producción de patología.

Diferencian en este capítulo dos modos de procesamiento del afecto: uno, con valor comunicacional, que incluye tanto la eulexitimia, expresión adecuada y comprensible del afecto asociada a la noción de acción, como la dislexitimia, expresión distorsionada por efecto de la represión (desplazamiento, conversión o Acting) -ambas expresiones están insertas en la dimensión conflictiva de lo psíquico-; en segundo lugar, se encuentran los afectos sin valor comunicacional, alexitimia, productos tanto de la escisión defensiva de la estructura afectiva –dimensión conflictiva- como de la escisión estructural –dimensión escindida- que supone descargas nunca previamente representadas –a estas escisiones, de modo diverso, está vinculada la noción de Acto. Piensan que el descontrol bulímico puede comprenderse tanto como acting, en lo que ellos han denominado “bulimia conflictiva” o como acto en la bulimia nerviosa grave (véase Zukerfeld, 1996).

A continuación diferencian tres tipos o modos de búsqueda de la “delgadez”. En primer lugar reconocen la “delgadez estética”, vinculada a lo que gira en torno al resultar atractiva o no, modalidad organizada a partir de la estructura edípica conflictiva. En segundo lugar, plantea una “delgadez ética” que se organiza en torno a la delgadez como algo “bueno” y la gordura como “malo”; está modalidad pone de manifiesto distintos modos e intensidades del conflicto del Yo con el Ideal del Yo. En una tercera modalidad ubican una “delgadez ontológica” en la cual la delgadez ha devenido condición subjetiva de existencia: ser o no ser son las categorías que organizan esta modalidad; aquí se articulan la condición psicopatológica de vacío con un predominio del Yo Ideal –trágico encierro narcisista, como dicen los autores, de la anorexia restrictiva severa. Esta condición expresa la “obediencia” fanática (que los autores diferencian en muchas oportunidades del sometimiento) al líder en un clima emocional, como señalan, de “felicidad nirvánica”.

Piensan que, frente a estas situaciones clínicas, nos enfrentamos a dos peligros derivados de los sesgos propios de las disciplinas que participan del abordaje clínico de estas problemáticas: a) privilegiar en exceso la nosología –hipertrofia nosológica- y, por tanto, perder de vista al sujeto y su padecimiento; o b) privilegiar en exceso la singularidad de quien consulta –hipertrofia de la singularidad- en donde se pierden de vista las características propias de la cristalización de la enfermedad. Esto los lleva a proponer como rol específico del psicoanalista en estos equipos el de ir recolectando las diferentes contribuciones con sus sesgos proponiendo alternativas inclusivas.

 

Capítulo 9. Psicoanálisis en el siglo XXI, El Mito de Aquiles. Sobre ideales culturales y vulnerabilidad.

Hay dos mitos, plantean los autores, que referenciados a Freud han organizado el desarrollo del psicoanálisis y han sido como los sellos de origen: Edipo y Narciso. Ellos se plantean si, a pesar del gran valor heurístico de estos dos grandes mitos fundacionales, alcanzan hoy para dar cuenta de muchos tipos de consultas. En este capítulo intentarán presentar una concepción del funcionamiento psíquico y de las patologías actuales en las que articulando Edipo y Narciso con la eficacia patogénica de los ideales culturales dominantes (ICD), puedan dar cuenta de la vulnerabilidad y sus modos de presentación. Esta meta quedará expresada en la postulación del mito de Aquiles y de lo que denominarán “posición aquileica” como referente central en la compresión de la clínica actual.

Comienzan situando la noción de ICD en su articulación con la heterogeneidad del funcionamiento narcisista, para situar cómo estos, como dijimos en un capítulo anterior, son ofertas que hace una cultura o microcultura por medio de determinados dispositivos para regular la autoestima de aquellos que la integran. Cuando en la captación de estos ideales predomina el Yo Ideal, resultado de problemáticas de déficit, ello implica una posición psíquica “vulnerable”. La condición de dominantes de los ICD viene dada por el consenso implícito y se pone de manifiesto en la obediencia: la imposición no supone tensión (como en el sometimiento) sino egosintonía y, por tanto, los ICD son vividos como incuestionables.

            Existen, por tanto, ciertos ideales asociados a determinadas patologías: ideales de eficientismo, inmediatez, manipulación y cambio corporal, por no citar más que algunos de los que autores trabajan. Nos centraremos brevemente en el que ellos llamarán “invulnerabilidad y gloria”. Como vienen sosteniendo a lo largo del libro, la ausencia de sostén en relación a acontecimientos con valor traumático y las características de la calidad de vida promueven la condición que ellos entienden como “vulnerable” –predominio del Yo Ideal. En estas condiciones, sostienen, el único modo de sostener la autoestima se encuentra en los ICD. Cuando estos últimos giran en torno a lo mencionado previamente, los vinculamos a las patologías actuales –y no, por ejemplo, a la solidaridad, que los autores ubicarán entre aquellos ideales que pueden recrear, de otro modo, el sostén inexistente. Así, a la carencia o déficit narcisista -condición necesaria aunque inespecífica de este tipo de patologías- se suma la presencia de ciertos ICD que otorgarán a ésta su especificidad. Estos ideales vehiculizan una promesa de gloria e invulnerabilidad como remedio a la carencia, sostienen los autores. Para éstos, el Mito de Aquiles es un articulador que nos permite hoy integrar a Edipo y Narciso con los ICD hoy de invulnerabilidad e inmortalidad.

            A continuación realizan un estudio detallado del Mito de Aquiles, que no podemos más que invitar al lector a disfrutar con él. Aquiles representa por excelencia, en el contexto de este capítulo, al invulnerable vulnerable. Luego de este análisis detallado del mito lo autores comienzan a plantear lo que denominan una “clínica aquileica”: es decir, la clínica de los vulnerables que se sienten invulnerables, de los desvalidos que necesitan la gloria, de los violentos que se sienten justos, de los mortales que se sienten inmortales –como sintetizan los autores. Clínica en la que la renegación-desmentida y la omnipotencia se articulan al vacío estructural. Por todo esto definirán la “posición subjetiva aquileica” (PSA) como caracterizada por un funcionamiento a predominio del Yo Ideal, por la presencia del déficit con predominio de mecanismos de desmentida, descarga, duplicación, por la obediencia a los ICD que equilibran o compensan, muchas veces, el desarrollo de una patología definida. Es importante resaltar, como lo hacen los autores, que la PSA es el solapamiento de la vulnerabilidad –con su historia de constitución- y un contexto sociocultural que ofrece valores y dispositivos (ICD). Ilustran esta clínica, a continuación, con el relato de un material clínico. Nos gustaría terminar la mención a este capítulo con la advertencia con la que lo terminan los autores en el libro: “…cuando describimos la posición subjetiva aquileica lo que estamos intentando es no aplastar procustianamente la complejidad de las patologías que se deslizan a estilos de vida….Este deslizamiento se produce por cumplimiento de los ideales dominantes y satura el déficit de modo que la egosintonía generada diluye la diferencia entre individuo y cultura: la obediencia obstruye la denuncia y la interrogación” (p. 165).

 

Capítulo 10. Proyecto de Investigación en Vulnerabilidad y Resiliencia. Algunos resultados preliminares.

La idea que en este capítulo defenderán es que “la eficacia patogénica no depende tanto del momento o la magnitud del efecto traumático de la enfermedad, sino de las características de la red vincular que puede o no neutralizar sus efectos y ofrecer -o no-remedios saludables para la carencia o el exceso” (p.171). El concepto de apego seguro aparece ligado a la noción de resiliencia -como contracara de la vulnerabilidad- y al sentimiento de esperanza.

Los autores plantean, por medio del constructo de vulnerabilidad, una reclasificación de las condiciones entendidas como “sanas” o “enfermas” en cuatro categorías:

1) Vulnerable-sintomático

2) Vulnerable –asintomático

3) No vulnerable-sintomático

4) No vulnerable-asintomático.

De esto se desprende la idea de que existirían dos ejes en los procesos terapéuticos: uno más “médico”, cuyo objetivo es la disminución sintomática, y otro que apunte a modificar un predominio psíquico de modo que la vulnerabilidad devenga en resiliencia.

Teniendo en cuenta lo antes citado, los autores mantienen un proyecto de investigación sobre vulnerabilidad y resiliencia (PVR). La investigación teórica y clínica sobre resiliencia dio lugar al desarrollo de un protocolo para estudiar su presencia en el ámbito de la patología somática; en este ámbito destacan tres variables significativas:

1) funcionamiento psíquico (vulnerabilidad)

2) recursos yoicos (tipos de afrontamiento)

3) vínculos intersubjetivos o el eje vincular. Los autores detallan minuciosamente, a continuación, las escalas y cuestionarios que integran el PVR aplicados a diversas patologías somáticas (tiroideos, hipertensos, diabéticos -y sus familiares-, y embarazadas de riesgo).

Reseñaremos algunos datos generales y coincidentes comunes a los cuatro estudios: destacan que las intervenciones que conllevan escucha calificada y holding parecen tener valor terapéutico; la actividad grupal desarrollada en una de las investigaciones parece mejorar aspectos del funcionamiento psíquico que tienen como resultado la disminución de la vulnerabilidad; proponen pensar en el aprendizaje de recursos de afrontamiento y en el efecto de los vínculos grupales, en la medida de su efecto sobre la vivencia de sostén y por ende en la vulnerabilidad; desde las relaciones que los autores plantean entre enfermedad y vulnerabilidad, existen enfermos diabéticos –por ejemplo- no vulnerables, es decir, cuyo funcionamiento es a predominio “neurótico”; otro aspecto es el impacto que tiene la enfermedad crónica en el familiar-cuidador.

En el último apartado, los autores plantean que el estudio del constructo vulnerabilidad (y el funcionamiento psíquico que éste conlleva) permitiría enfocar con mayor afinamiento el diseño y la evaluación de programas terapéuticos con distintos tipos de pacientes.

En los cuatro estudios se puede asociar la baja percepción de sostén con la mayor vulnerabilidad, lo que demuestra la importancia de la dimensión vincular que es, en realidad, sobre la que se opera en el campo transferencial a través de distintos dispositivos: grupales, familiares y comunitarios, formales e informales. Los autores destacan el valor de la investigación empírica sistemática y resaltan su valor especial toda vez que este tipo de investigaciones nos permite construir puentes interdisciplinarios. Para finalizar destacan y proponen cómo la secuencia que va de la clínica a la metapsicología, luego vuelta a la clínica y de allí a la puesta a prueba a través de algún diseño de investigación sistemática, es la tendencia general del libro.

 

Capítulo 11. Esperanza y determinismo en la actitud psicoanalítica: un estudio empírico sobre ciertos prejuicios teóricos

  Los autores inician este capítulo (que es la versión en español del trabajo ganador del Psychoanalitical Research Excepcional Contribution Reward 2004, otorgado por la IPA) con la pregunta: “¿Está todo determinado por los vínculos primarios y nada nuevo puede modificar profundamente la vida de un sujeto?” (p.187)

 Señalan que la tradición psicoanalítica ha optado por apoyar dos elementos planteados por el propio Freud: las determinaciones inconscientes de la conducta humana y la jerarquización del vínculo temprano en la explicación de la psicopatología. Destacan que en la última década se ha promovido desde diferentes ámbitos la necesidad de la incorporación de la investigación empírica y conceptual.

Veremos cómo este capítulo es el resultado de poner a jugar ambos temas presentando al lector todos los datos de una investigación -y sus resultados- que ellos mismos han llevado a cabo, la investigación tendría para los autores varias funciones: la revisión de tradiciones y concepciones teóricas, camino por el que se pueden desmantelar ciertos prejuicios y así levantar obstáculos a favor de la tarea clínica, tarea que se verá beneficiada toda vez que el analista no permanezca sujeto a prejuicios que lo lleven a diagnósticos y pronósticos que sean el resultado de valorar ciertos aspectos de la historia y personalidad de un paciente y desestimar otros.

Los autores se preguntan -e invitan a los lectores a imitarlos- en torno a la manera en que ciertas teorías con fuerte sesgo determinista pueden tornar al analista desesperanzado y escéptico en relación a los posibles resultados de un tratamiento.

Consideran que para pensar el concepto de “resiliencia” (ver definiciones en Cap. 7) el psicoanálisis puede aprovecharse del estudio ideográfico de Stein, Fonagy, Ferguson y Wisman titulado “Caso Billy”, sugieren, para eliminar prejuicios, confrontar adecuadamente todos los supuestos teóricos con las realidades clínicas y destacan que los fenómenos de resiliencia son idóneos para esa confrontación.

Los objetivos de la investigación llevada a cabo por los autores serían: estudiar cómo influyen la experiencia, la especialización, la identidad profesional y la formación teórica de los psicoanalistas en su actitud y en la formulación de pronósticos en distintos niveles sobre la evolución de un caso de resiliencia.

En el capítulo se presentan, también, los resultados de dicha investigación.

A continuación aparecen reflexiones que apuntan diversas hipótesis para comprender la totalidad de los datos. En la discusión final que los autores plantean con algunos de los participantes de la muestra aparecen temas referidos a los prejuicios teóricos que guiaron ciertas predicciones, su relación con el tipo de formación recibida, muchas veces “más destinada a pensar la enfermedad y para tener una permanente desconfianza del discurso manifiesto” (p.201), se observó que desde los marcos teóricos de formación muchos participantes no estimaron como variable significativa en el futuro de Billy el valor de la familia sustituta con la que el paciente pasa dos años de su vida, entre los 10 y los 12, soslayando así el valor de los vínculos tardíos.

Los autores opinan que los prejuicios que llevaron a ciertos errores tienen que ver con dos aspectos de la formación psicoanalítica: el estilo solipsista de la formación: “la formación psicoanalítica, como indica la tradición, sería autosuficiente para la comprensión y el tratamiento de un paciente” (p.201) y el estilo determinista que muchas veces asume la formación psicoanalítica tradicional, minimizando los factores curativos fuera del consultorio analítico y concluyen que: “tener experiencia clínica, formación amplia, experiencia con niños y adolescentes y valoración de los vínculos secundarios o tardíos da mayor probabilidad de una actitud analítica eficaz” (p.202).

Los analistas que mayor número de aciertos tuvieron demostraron ser menos prejuiciosos y más esperanzados al creer que nuevas condiciones ayudan a desarrollar potenciales de salud. Asimismo se observa que la experiencia con niños y adolescentes parece desarrollar la creatividad y que definirse como “psicoterapeuta” favorece cierta libertad y amplitud de criterio, que resulta más limitada en el caso de los que se autodefinen como “psicoanalistas” (p.202).

Los autores terminan con una reflexión de gran alcance respecto a una pregunta que plantean: “formación psicoanalítica: ¿disciplina y/o movimiento?, para afirmar: se trataría de equilibrar la necesidad de fortalecer el movimiento, que tiene sesgo religioso, con la tendencia científica que jerarquiza el conocimiento y no la identidad” (p.203).

 

Capítulo 12. De la vulnerabilidad a la resiliencia, Yuko, Sofía y Federico

Como introducción se presentan las síntesis de tres casos clínicos que tienen en común el padecimiento de una enfermedad oncológica severa con evoluciones y procesos terapéuticos distintos.

Por un lado, se ha puesto a prueba el protocolo PVR (ver capítulo10) y, por otro, la impresión clínica de terapeutas y supervisores utilizando el modelo dimensional de vulnerabilidad y resiliencia.

Se destaca la dificultad de estudiar la evaluación de un proceso que un paciente realiza y los resultados del mismo, por ejemplo a la hora de operacionalizar los distintos indicadores de cambio, esto lleva a otra cuestión de gran envergadura: ¿qué se entiende por cambio? (Y también: ¿quién determina que el cambio se ha producido? ¿El paciente, la familia, el terapeuta?).

Nos recuerdan que tradicionalmente se hablaba de criterios de curación cuando se evaluaban procesos terapéuticos y que siempre ha habido diferencias a la hora de determinar esos criterios dentro de las diversas escuelas y a lo largo del tiempo.

Se repasa el concepto “criterios de cambio psíquico” en algunos autores, Freud, con varias definiciones, Baranger y Mom y destacan que Mc Dougall introduce una pregunta que amplía el campo de la reflexión: ¿“qué pasa con los pacientes que se instalan en el tratamiento y no generan proceso” o –agregan los autores— “en las patologías graves o en situaciones de crisis?” (p.206). En pacientes con funcionamiento psíquico a predominio narcisista y deficitarios, el tratamiento no puede ser idéntico que para un paciente neurótico, no obstante, el funcionamiento de los pacientes graves o a predominio narcisista coexiste con el funcionamiento neurótico y desde esta observación los autores postulan el modelo de la tercera tópica (ver capítulos 1, 2 y 3) como modelo susceptible de dar cuenta de muchas de estos interrogantes, de este modelo metapsicológico surge el constructo vulnerabilidad que organiza un gradiente entre factores protectores asociados al funcionamiento neurótico y factores de riesgo asociado al funcionamiento del inconsciente escindido.

Los autores proponen que los indicadores de cambio para cada paciente pueden ser estudiados en la intersección de tres dimensiones dentro de un contexto: la de la vulnerabilidad, la del afrontamiento y la dimensión vincular (ver capítulo 7).

A continuación presentan las viñetas clínicas de los pacientes antes mencionados.

En la comparación de resultados entre dos de las pacientes (a través de las tres dimensiones que participan como indicadores de cambio) se observaron evoluciones opuestas. Yuko, carente de figuras de apego y sostén, con un funcionamiento psíquico cristalizado y sin recursos de afrontamiento, anclada, pues, en una zona de vulnerabilidad, no puede salir de allí por motivos que provienen desde diversos puntos. Al poco tiempo de iniciar los tratamientos fallece. Mientras que Sofía se presenta al principio con un funcionamiento psíquico y con recursos de afrontamiento deficitarios pero con una buena red de sostén, desde esa red -y en especial en el trabajo con su analista- desarrolla nuevos recursos de afrontamiento y así aumenta su capacidad de resiliencia. Se recupera y consigue una mejor calidad de vida.

El comentario clínico de Federico es el más extenso y destacan los autores que el paciente cuenta con recursos de afrontamiento útiles para una enfermedad como la que tuvo que enfrentar, comentan que el paciente la vivió como un desafío –con cuotas de omnipotencia y negación que se mantuvieron, ya que jugaban a favor en ese desafío- y que eso fue muy importante para que consiguiese muchos éxitos, a cuyo respecto dicen los autores: “hoy hace 13 años que Federico lucha, a pesar de que sus médicos pronosticaban sólo 6 años de vida” (p. 208).

Para finalizar se hace un estudio más exhaustivo de los datos de la historia vital y clínica de Federico, y de la relación existente entre ellos, para postular hipótesis explicativas alrededor de este caso.

 

Comentario personal                  

Habría muchas cosas que comentar de este libro que reseñamos: hay muchas ideas en el plano de la reflexión teórica, de la reflexión psicopatológica o de la investigación sistemática, todos campos que los autores han recorrido y que están llenos de sugerencias. Nos gustaría comentar, para comenzar, algo más general y que compartimos fuertemente con los autores. Ellos lo sintetizan muy bien cuando, hablando de la disciplina y de la comunidad analítica, afirman que es necesario “no sacrificar la creatividad a la filiación” (p. 72). A. Haynal hablando de lo conflictos que marcaron la historia del psicoanálisis lo llamó “inhibición leal del pensamiento”. Esto está también en el espíritu de la carta de D.W. Winnicott a M. Klein que está de epígrafe del primer capítulo (por cierto, sólo comentando los epígrafes que han elegido y lo comprometido de la dedicatoria del libro –“A las Madres y Abuelas de Plaza de Mayo, expresiones paradigmáticas de resiliencia”- podemos ver bien la antropología y la ética que late en su pensamiento). La objeción fuerte de Winnicott a Klein tiene dos caras: una más personal y la otra más institucional. Esta última, la que retomaremos aquí, advierte sobre los lenguajes muertos, sobre los “ismos” y “ianos” que abundan en nuestra disciplina y que, tomando la parte por el todo, es decir, tomando lo que un autor -Klein en la ocasión- ha dicho y elevándolo al “todo” que hay que explorar pierden, probablemente, el fondo sobre el que dicho autor pensó y la posibilidad de identificarse con lo que en él hay de más esencial: su creatividad, que, siguiendo a Winnicott en esta carta, no es otra cosa que no perder de vista la experiencia que da vida al conjunto de nuestras reflexiones y que, constantemente, nos convoca a apropiárnosla, a renovar nuestra forma de organizarla así como los lenguajes que usamos para ello.

Cada vez pensamos más que la consigna –si nos permiten esta simplificación- de Guntrip[i] a finales de los 60 cobra nueva vida en los tiempos que corren. Decía Guntrip entonces: “En nuestros días no se trata ya de preguntarse: ‘¿qué decía Freud?’ sino más bien: ‘¿Adónde nos han llevado los trabajos de Freud?’” (p.15). Pensamos que el trabajo de Raquel y Rubén Zukerfeld se sitúa y contiene esta actitud. Muestra de ello son los desarrollos en torno a la Tercera Tópica en donde se esfuerzan por integrar muchas de las contribuciones que el psicoanálisis ha tenido en las últimas décadas así como los aportes de otras disciplinas: las neurociencias, la psiconeuroinmunoendocrinología, por no citar más que algunas. Este es el espíritu que recorre todo el libro y que resulta tan atractivo para quién ejerce hoy en la clínica. Más allá de los acuerdos o desacuerdos que pudieran existir entre denominaciones, valor actual de determinados conceptos, etc., lo que más nos interesa es la utilidad que la perspectiva de los autores tiene para el ejercicio de la psicoterapia psicoanalítica. Ejemplo de esto es lo que trabajan en relación al concepto de “posición subjetiva aquileica”, a los procesos terciarios con dimensión intersubjetiva, al concepto de "trincheras psicosociales", a la propuesta de los rasgos que un terapeuta debería tener para trabajar a favor de ciertos logros con ciertos pacientes, entre los que aparecen la esperanza, la construcción de nuevos sentidos -que conforman un tipo especial de intervención-, la jerarquía de la solidaridad, etc.

Por otro lado, el uso que los autores hacen -y proponen- de la investigación sistemática constituye algo poco frecuente en nuestra disciplina y que nos resulta de gran riqueza ya que, por un lado, "construye puentes" para que el psicoanálisis entre en diálogo con otras disciplinas y, por otro, permite cuestionar o revisar -con la fuerza añadida que puede dar esta herramienta- conceptos muy difundidos y a veces sacralizados, prejuicios de nuestra “mentalidad grupal” (José Luis Romero). Así, afirman, junto a otros autores y de la mano del concepto de resiliencia, el valor de los vínculos tardíos o actuales en la construcción de la subjetividad desterrando, de este modo, la hegemonía que los vínculos tempranos tuvieron en la comprensión del psicoanálisis desde su origen; esta posición destaca una nueva visión -con valor terapéutico cuando aparece como actitud del analista- y abre líneas de abordaje clínico que de otra forma se perderían o no serían recorridas por los analistas en función de los "intocables" prejuicios teóricos que arrastramos.



[i] “El self en la teoría y en la terapia psicoanalíticas”, Amorrortu

 

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