aperturas psicoanalíticas

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revista internacional de psicoanálisis

Número 027 2007

Descubriendo nuestra propia responsabilidad. Tratamiento del problema de una familia

Autor: Abelin-Sas, Graciela

Palabras clave

Descubriendo nuestra propia responsabilidad. tratamiento del problema de una familia.


 
En el curso de mi trabajo me he encontrado frecuentemente con hombres y mujeres que, si bien legalmente serían considerados ciudadanos altamente responsables son, sin embargo, incapaces de asumir responsabilidad sobre las posibles consecuencias de sus actos en la cotidianeidad relacional. Aún más, si a través del subterfugio de la dramatización fueran testigos de la imitación de sus propios actos, los juzgarían severamente, sin reconocimiento de pertenencia. Sabemos que para muchos de nosotros el conocimiento de cómo actuamos, los valores que adoptamos, y las razones que sostienen actos y valores se mantienen no pensados, no articulados y por lo tanto velados.
A menos que nos esforcemos en conocer nuestras propias limitaciones a través de las múltiples repercusiones que generan en nuestra vida, necesitamos muy frecuentemente de la lectura de un “otro” que nos ayude a corregir nuestra ceguera, revelándonos así la naturaleza calificativa de nuestra libertad interior. Para muchos, esta libertad se mantiene limitada, bien que como personas políticas y jurídicas nos consideramos miembros libres de una sociedad más o menos democrática. Esta ausencia de libertad interior afecta enormemente nuestra capacidad de actuar en forma responsable en nuestro entorno social, así como también en nuestra relación con aquellos a quienes deseamos proteger.
Si aceptamos la visión de Levinas de Justicia como la infinita responsabilidad por el otro, y de dicha responsabilidad como lugar en el cual se sitúa la inútil subjetividad, donde el privilegio de la pregunta “¿adónde?”, no existe (Levinas, 1980), debemos preguntarnos cómo podríamos alcanzar ese ideal ético. Podemos declarar que de acuerdo con nuestro conocimiento la responsabilidad que ejercemos tomando en consideración a otros satisface las más estrictas exigencias de nuestros códigos morales. Pero, ¿somos suficientemente conocedores de nuestros actos?, ¿a qué fuerzas inconscientes quedamos sometidos, incapaces de reconocer su poder? Y por tal, ¿hasta qué punto somos verdaderamente libres?
Este trabajo es una reflexión sobre la dificultad de adquirir la libertad necesaria para lograr ser completamente responsables de nuestros actos. Trataré de demostrar que el nivel de responsabilidad emocional está íntimamente conectado al nivel de libertad que somos capaces de adquirir sobre estructuras inconscientes predeterminadas, y que el esfuerzo requerido para obtenerlo es arduo. El cuestionamiento de nuestras convicciones, valores éticos y lealtades es equivalente a una revolución interior en la cual nuestros sentimientos de identidad y coherencia se hallan temporalmente suspendidos en la búsqueda de auto-conocimiento. Si embargo, a medida que nuestro auto-conocimiento aumenta, también aumenta nuestra capacidad de ser responsables por nuestros actos y por nuestra vida, así como por la vida de los demás.
Como ejemplo de esta evolución, mencionaré la experiencia de una mujer extremadamente capaz e inteligente quien sentía un profundo arrepentimiento por haber elegido a una niñera autoritaria, rígida y severa para cuidar de su hijo durante sus primeros seis años de vida. Durante el tratamiento comprendió que esta niñera se parecía a una figura interior autoritaria inconsciente cuya insistente presencia impregnaba muchos aspectos de su propia vida. La adquisición de autoridad sobre su propia vida era un paso previo necesario para poder así beneficiar a su hijo.
Si bien aceptar responsabilidad por nuestras propias acciones está relacionado a un sentimiento de culpa altamente desarrollado, la estimulación de un accionar reparador demanda tomar una cierta distancia del sentimiento de culpa. Si el sentimiento de culpa fuera muy intenso podría provocar desesperanza y consecuentemente auto devaluación, autor reproche y parálisis (Winnicott, 1965). La desesperanza abrumadora del sentimiento de culpa muy frecuentemente actúa como fuerza obstructiva al conocimiento y al cambio.
El "Mito Estructurante de la Personalidad" (DeGregorio) ha ofrecido un núcleo organizador a esta reflexión psicoanalítica sobre responsabilidad y culpa. El “Mito Estructurante de la Personalidad” puede ser entendido como el conjunto de condiciones que definirán nuestra existencia antes de nuestro nacimiento, entendiendo por tal que ya hemos adquirido presencia en las expectativas de nuestros antecesores. Así, sin poder evitarlo, somos agobiados por múltiples expectativas, transferencias y sueños positivos y negativos, conscientes e inconscientes, antes de que podamos definir algunos de los nuestros. En este sentido, somos incapaces de saber hasta qué punto nuestros deseos en ciernes satisfacen los deseos de “otros”—conocidos y desconocidos para nosotros—más que los nuestros.
Bien que solamente haciendo uso de un modelo utópico podríamos examinar los orígenes de la conducta criminal en cada situación legal, propongo que el encarar la complejidad de cada situación, incluyendo parámetros conscientes e inconscientes, podría ayudarnos a evaluar más correctamente cada caso individual (Chessler, 1993). Bien sabemos que la necesaria restricción de libertades civiles podría no incrementar el nivel de compasión o consideración del individuo criminal, así como tampoco ayudarle a darse cuenta de los derechos de otro ser humano. ¿Cuál sería el resultado para el individuo criminal de la inclusión en el juicio de una posición abarcativa? 
Nos serviremos de un grupo familiar para profundizar nuestra indagación acerca de la relación entre culpa, responsabilidad consciente e inconsciente, y la posibilidad de un juicio abarcativo.
Años atrás, la familia Silver me consultó en un estado de gran desolación. Acostumbrados a sentirse una familia unida y afectuosa, se encontraban ahora divididos y desorientados. Por un lado estaba Rita, la madre, y Martha, de 26 años, hija de su primer matrimonio. Por el otro estaban Jonás, el padre, y sus los dos hijos en común de este matrimonio: Max, de 23, y Mónica, de 20. El problema se había originado algunos meses antes cuando, para consternación de sus padres, que nunca habían sospechado nada, Max acusó a su medio-hermana Martha de haberlo atormentado y haber abusado emocionalmente de él cuando era niño. De allí en adelante, Max rehusó ver a Martha o estar en cualquier encuentro familiar donde ella fuera invitada. Un incidente había inmediatamente precedido este desarrollo: en una reunión familiar Martha presentó su nuevo novio a Max diciendo “este hombre será tu nuevo hermano.” Max reaccionó intensamente. Las palabras de su hermana habían reavivado evidentemente serios conflictos largamente pendientes.
Martha se sintió profundamente afectada por el interrogatorio del cual fue sujeto, así como también por la atención que su familia prestó al informe de su hermano. Por el contrario, ella no recordaba nada más que la “habitual” burla y juego infantil. Para su descrédito, Martha había tenido en su adolescencia una tendencia a contar historias que eran solamente en parte verdaderas, donde su familia y ella misma aparecían más prestigiosas de lo que realmente eran. A esto le había seguido una reputación de no ser confiable, aunque ese problema ya había sido superado. Luego de este incidente, Max—en parte debido a su estado emocional y en parte a su dificultad para establecer una relación satisfactoria con una mujer—decidió comenzar terapia.
Rita, la madre, encontró todo este desarrollo tan doloroso que sintió que apenas podía seguir existiendo. Jonás, el padre, se volvió cada vez más inflexible respecto de lo difícil que Martha había sido a lo largo de los años—“egocéntrica, mentirosa, desobediente y desconsiderada”—mientras sus otros dos hijos (los de ambos) habían sido atentos y responsables como él y su esposa. Naturalmente, esta diatriba acusatoria contra Martha y el apoyo “no tan secreto” de Jonás hacia su hijo Max en su deseo de venganza hicieron que su esposa insistiera en que él nunca había querido realmente a su hijastra tanto como a sus dos hijos biológicos.
Rita y Jonás se habían conocido cuando Martha tenía dos años y medio. Jonás no sólo se enamoró de Rita sino también de su pequeña hija, quien a su vez se apegó profundamente a él. El padre biológico de Martha había abandonado el hogar cuando ella era apenas una infante. Rita veía como un terrible pecado el haber elegido por primer esposo a un hombre que había abandonado a ella y a su hija poco después de su nacimiento. Su propio padre recalcaba esta visión al declarar que Rita debía estar por siempre agradecida a su nuevo esposo Jonás por haberla aceptado a ella, una madre abandonada.
Martha se apegó cada vez más a su nuevo padre, hasta que Rita y Jonás tuvieron un hijo varón, Max, cuando Martha tenía 4 años. La pequeña niña no sólo reaccionó negativamente ante las nuevas noticias, sino que también desarrolló un cuadro asmático que persistió con cierta severidad por muchos años. Dos años más tarde nació una niña, Mónica, lo que no alivió en manera alguna la situación.
Cuando los Silver me consultaron, ya cada uno de ellos había hecho sus propias suposiciones acerca del problema. Por ejemplo, el enojo y las acusaciones de todos los integrantes de la familia hacia Martha convencieron a Rita de que ella era la única que la quería y que, si ella muriera, Martha quedaría abandonada a su suerte. Esta trágica declaración me llamó la atención. Martha era una mujer joven y fuerte, entusiasta e independiente, con una relación de pareja estable. ¿Qué edad tenía Martha a los ojos de su madre? ¿Cuál era el origen real de esta profunda escisión en el grupo familiar?
Jonás se quejaba de que el nivel de desesperanza y angustia que su esposa sentía con respecto a la situación desarrollada entre Max y Martha hacia imposible que él fuera escuchado y pudiera expresar su desacuerdo con ella. Jonás se refería a las muecas de desaprobación disgustada que aparecían en la cara de su compañera por lo demás comprensiva y afectuosa que ahora se mostraba alejada y fría. En su opinión, cada vez que hablaban de Martha, Rita prestaba caso omiso a incongruencias, haciendo concesiones hacia esta hija que nunca hubiera hecho con respecto a sus otros dos hijos. Jonás se daba cuenta ahora, tardíamente, de que él se había sentido profundamente intimidado por las airadas amenazas que Rita había hecho ocasionalmente a lo largo de los años, de llevarse a Martha con ella y dejar los otros dos niños con él. Se había sentido intimidado al punto de no confrontar ni expresar sus muy diferentes puntos de vista.
En efecto, con respecto a Martha, las percepciones de ambos eran dispares: en lo que concernía a su madre, Martha era una niña traumatizada y perturbada que requería un tratamiento especial, mientras que su padrastro Jonás la presentaba como una persona con problemas de conducta y personalidad relacionados con la manera en que él y su esposa la habían criado y educado.
Los otros hijos, Max y Mónica, sentían que sus protestas sobre Martha habían sido desde siempre silenciadas por su madre. Martha siempre había sido eximida “por estar pasando un momento difícil,” se les había pedido a ellos que la comprendieran y la perdonaran sin tomar en cuenta las acusaciones como correspondientes a una realidad.  Ellos expresaban que esta negación que su madre ejercía sobre sus protestas e, incluso, sobre sus percepciones los había herido y era peor que el temperamento pasional, exigente y difícil de Martha.
Martha estaba desconcertada ante el aislamiento que sus hermanos y su padre le hicieron sentir en los meses que siguieron a las acusaciones de Max. Sentía que el estado de ánimo de su padrastro, silenciosamente recriminador y ofendido, caracterizaba la mayoría de sus intercambios. Los rígidos valores que cada integrante de la familia había adoptado hacia ella mantenían, al entender de Marta, un excesivo énfasis en lo que ella veía como las rencillas habituales entre niños pequeños y sentía que la casa de sus padres nunca había proveído el ambiente de libertad que ella hubiera deseado para su propia familia.
Como se hizo evidente, cada uno de los participantes adhería rígidamente a esta trama de ideas discordantes.           
La intervención terapéutica, que se llevó a cabo durante 14 meses, tuvo las siguientes características: la familia nunca fue vista en su totalidad. Esto se debió a que Max rehusaba encontrarse con su hermanastra Martha. Los padres eran vistos sobre todo como pareja. Luego con cada uno de sus hijos separadamente. Varias sesiones tuvieron lugar con Martha y sus padres. Los hijos eran vistos por parejas: Max con Mónica, Martha con Mónica. Hacia el final del tratamiento Martha y Max aceptaron tomar algunas sesiones juntos.
La indagación sobre la historia familiar reveló elementos significativos. Los padres de Rita vivían en Francia: su padre era judío. Cuando bajo el poder de Hitler la situación en Alemania se tornó cada vez más peligrosa, los abuelos paternos, que en ese entonces vivían en Hamburgo, se refugiaron en Francia. Así fue que la abuela paterna de Rita cuidó de ella desde su nacimiento hasta los cinco años de edad, cuando la Gestapo secuestró en Francia a ambos abuelos. Esta abuela se llamaba Martha. Después de su desaparición, la pequeña Rita nombró a cada una de sus muñecas Martha. Ese fue también el nombre que Rita, durante su primer matrimonio dio a su hijita.
Poco después del secuestro de los abuelos, los padres de Rita huyeron con sus cuatro hijos. Cuando Rita tenía diez años, llegaron a Estados Unidos. Algunos años más tarde, Rita se enamoró profundamente de un joven que no era judío. Su padre se negó rotundamente a dar su consentimiento para el matrimonio. Si bien, por temperamento, Rita era obediente, sumisa y extremadamente apegada a su padre, su actitud generó gran tensión entre ellos. Rita encontró rápidamente un sustituto a su gran amor prohibido: el hombre que luego sería el padre de Martha. Retrospectivamente, Rita pensaba que un enojo vengativo contra su padre y la necesidad de alejarse de su madre, controladora y fría, habían precipitado ese triste y corto matrimonio.
Ofreceré un pantallazo panorámico de las hipótesis que ofrecí a la familia Silver—no en el orden en las que aparecieron, pero de forma que me permita organizar mejor este material complejo y su evolución posterior.
Le hice notar a Rita que siempre se había sentido responsable por la desaparición de su abuela Martha. Ella respondió recordando haber pensado que si hubiera sido una niña buena, su abuela nunca habría sido llevada para siempre a lo que ella pensó era un “orfanato”. Explicó que su madre solía amenazarla con mandarla al orfanato en el pueblo vecino si no se comportaba debidamente. Comprendimos que la niñita imaginó que su adorada abuela en vez de ella, había sido víctima de sus caprichos infantiles y así se había explicado su desaparición súbita e inesperada. Las tantas muñecas a las cuales nombró Martha, nombre de su amada abuela, mostraban en mi opinión la intensidad de su deseo de rescatar, de volver a la vida y cuidar a su abuela.
La prohibición de su padre de casarse con el hombre que ella amaba precipitó su deseo de libertad. Concordé con Rita en que se había casado para poder irse de su casa y liberarse rápidamente de la autoridad de sus padres. En   ese sentido, Martha, su pequeña hija, se volvió símbolo de su secreta desobediencia hacia la autoridad paterna y por ello, objeto de culpa. No mejoró la situación el hecho del abandono por el padre biológico, el que la niña debió aceptar otro padre—no importaba cuán afectuoso fuera—que tuvo que aceptar el nacimiento de dos nuevos hermanos, ni el desarrollo de una condición asmática grave. Es más, Jonás había ingresado en la vida de Martha como un padre devoto, pero también había alterado la vida de la niña en su experiencia de Rita como mujer, más allá que madre. Era mi sospecha de que además de ser amada por su madre, Martha era temida como autoridad que podía señalarla de un dedo acusatorio.
Pude comprender que Rita había transferido reproches hacia su padre a su esposo Jonás, lo cual le permitía mantener una versión idealizada del primero. Por ejemplo, la acusación de que Jonás no amaba a Martha se originaba en parte en el sentimiento de que su propio padre había prestado mayor atención a sus creencias religiosas que al bienestar de su hija. En este sentido la había desilusionado. Rita no era consciente de su intenso enojo hacia su padre idealizado. Tampoco era consciente de que, cuando niña, había interpretado la inexplicable partida de su abuela como una consecuencia de su propia conducta. Esta imagen de sí misma como traidora y culpable forzaron a Rita a interminables actos de abnegación y sacrificio para poder reafirmar su bondad. Reforzando esta construcción inconsciente, Jonás adquiría para ella el papel de agente de la Gestapo a punto de crear una escisión entre su mítica abuela Martha y ella. Un profundo afecto y consideración por el otro en esta pareja fueron necesarios para contrarrestar este guión invisible, el cual, desconocido para todos, tenía sin embargo un efecto deletéreo sobre todo el grupo familiar.
Retornemos ahora a Jonás, quien veía la historia de su propia vida repetirse una vez más: en su familia de origen, su hermana lo había desplazado totalmente en la recepción de cariño materno y aprecio paterno. Jonás creció siendo un niño sin voz, cuyas necesidades nunca fueron tomadas en cuenta. Jonás explicaba que sus padres, absortos en sus propios asuntos, le exigían grandes realizaciones intelectuales pero le ofrecían muy poco apoyo. Recordaba como algo típico el hecho de que sus padres se hubieran retirado de la ceremonia de graduación universitaria antes de que hubiera terminado porque era un día muy caluroso, sin siquiera decirle adiós o ayudarlo a mudar sus pertenencias nuevamente al hogar, que quedaba a cientos de kilómetros de distancia de su universidad.
En su hábito de ser silenciado por otros más poderosos, Jonás no se atrevió a romper el equilibrio entre Rita y Martha, ni tampoco entendió que la reacción de Martha contra él ante el nacimiento de Max era un acto de celos intenso. Ofendido con la pequeña Martha por lo que él malinterpretara como falta de amor hacia él, Jonás ahora revivía con Martha y su esposa viejos resentimientos hacia su hermana y su madre. Incapaz de reconocer que las circunstancias actuales eran diferentes a las de su pasado, no había podido confrontar los conceptos erróneos de su mujer y la había dejado abandonada a su propio mundo de desamparo.
Martha, una niña extremadamente inteligente, tomó ventaja de la fractura entre su madre y su padrastro. Se vengaba así de su padrastro desleal, quien se había atrevido a tener otros hijos. Apoyada por el amor incondicional de su madre, Martha provocó a Jonás, maltrató a sus hermanos y en su adolescencia temprana se convenció de la veracidad de su vida imaginaria. Encontré interesante e importante que las historias de Martha se parecieran mucho a las historias que había escuchado contar a su madre acerca de la vida adinerada de sus bisabuelos alemanes antes de la guerra. Se vanagloriaba con otros de historias que había escuchado, no vivido, pero que enriquecían su patrimonio emocional de identidad.
En cuanto a Max, comprendí que su exigencia de equidad había puesto en movimiento un cambio en la familia doloroso pero importante y necesario. Era cierto que la forma en la que este cambio había sido inducido- arrogante, violento- imitaba fielmente los métodos de Martha, pero me parecía que él admiraba la determinación y la personalidad aventurera de su hermana a pesar de su sentimiento de enojo hacia ella. En mi opinión, más allá de estar profundamente angustiado por lo que ella le había hecho sufrir cuando eran muy jóvenes, Max guardaba rencor a su madre por no haberlo escuchado ni protegido. Martha, al presentar inocentemente a su novio como “un futuro hermano” había proferido un último insulto: lo había amenazado con robarle la posición de privilegio que tenía en la familia, aquella de ser el único y adorado hijo varón.
Mónica, la más joven, se había vuelto prisionera del rol de niña siempre disponible. Esto la hacía desaparecer, la silenciaba completamente. Forzada a rescatar a sus padres y hermanos, Mónica inconscientemente les guardaba rencor por exigir de ella algo que nunca se había sentido con capacidad de hacer.
En el curso de muchos encuentros, estas hipótesis fueron puestas a prueba y ganaron impulso y complejidad con datos que los distintos miembros de la familia me fueron ofreciendo. Lentamente, Rita percibió que una construcción inconsciente la había vuelto tan intensamente culpable en su relación con Martha que no había podido escuchar a ninguno de otros integrantes de la familia acerca del rol que su propia relación con Martha jugaba en sus propias vidas. Nunca antes había establecido Rita la conexión entre el nombre de su abuela y el de su hija, ni tampoco había reflexionado sobre cómo la trágica desaparición de su abuela había condicionado tan fuertemente la relación con su hija. Un mundo de ideas acerca de sí misma se presentó ante sus ojos, y pudo percibir la cualidad trágica de sus reacciones a los sentimientos entre los distintos integrantes de su familia: ella no permitía la expresión de ambivalencias. En su angustia, trató de dirigir sus palabras y sus sentimientos ordenándoles sentir lo que ella deseaba que sintieran. En un principio, su reacción fue de gran desolación, lo que la llevó a sentirse tan culpable con sus otros hijos como siempre se había sentido con respecto a Martha. Pero Rita comenzó a desarrollar un sentimiento de posible futuro: diferentes percepciones reemplazaron la tragedia que había acontecido en su vida cuando tenía cinco años de edad.
A medida que esta perspectiva de Rita comenzó a cambiar, también cambió la de Jonás: comprendió que gran parte de sus acusaciones contra Martha estaban en realidad dirigidas contra Rita. Un enojo crónico, actuado a través de su distanciamiento de su hijastra Martha se había instalado tempranamente, basado en sentirse desplazado por la devoción que Rita mostraba a su hijita.
Celoso de la veneración que su madre mostraba hacia Martha, Max reconoció que a través de su negación actual a relacionarse con su media hermana, había tratado en realidad de atacar a su madre; el sentimiento de enojo hacia su madre había sido erróneamente dirigido a su hermana.
Cuando Max y Jonás pudieron eventualmente expresar su disgusto y desagrado por la relación entre Rita y Martha, los sentimientos de profundo rencor contra Martha disminuyeron considerablemente. Rita y Jonás comenzaron a reflexionaron seriamente sobre estas estructuras inconscientes y la manera en la que habían contribuido al rol de Martha en la familia, y pudieron compartirlo con ella.
Martha entonces se enteró de que había sido objeto de intensas presiones emocionales originadas en el hecho de que junto con su nombre había heredado el amor y la devoción que Rita profesaba por su abuela desaparecida. Sorprendida por esto y sintiendo que finalmente había sido respetuosamente tomada en cuenta en vez de ser considerada culpable de un terrible delito, la propia Martha comenzó a sentirse más libre para reconsiderar su propia conducta. Fue con gran horror y luego con profundo pesar que Martha comenzó a recordar las escenas que su hermano le había descrito, incluidas algunas burlas sobre su masculinidad y otros comentarios devaluantes que habían afectado profundamente a Max cuando era niño. Hasta este momento, esta joven mujer había tenido una falta total de recuerdos en lo que concernía a su propia conducta preadolescente. La desconsideración de Martha por los sentimientos de aquellos a su alrededor y la explotación de la posición omnipotente que su madre le había ofrecido la habían convertido, cuando niña, en lo que ella misma comenzó a llamar “un monstruo.” Ahora era ella quien acusaba a los demás: “¿por qué mis padres permitieron que me convirtiera en un ser tan horrible?”
Las acusaciones viajaron así de miembro en miembro de la familia durante muchos meses. El poder de estas acusaciones comenzó a disiparse a medida que pudimos darnos cuenta de las circunstancias que contribuían a la situación, cualquiera que fuese, sobre la cual se habían focalizado en ese momento. Uno a uno, los miembros de la familia se dieron cuenta de que, si bien eran responsables por haber participado en este guión, habían sido ciegos a los hilos invisibles que habían determinado sus acciones.
En este drama particular, la acusada no sólo no era consciente de su crimen al comenzar el proceso, sino que encontraba imposible comprender por qué existía reacción alguna contra ella. Los miembros del sistema olvidaban su propia participación en el mismo, no eran conscientes de la cualidad de sus acciones o del impacto que sus propias acciones tenían sobre otros. Existían intensas pasiones negativas guiadas por hipótesis que, si bien erróneas, eran superficialmente convincentes. A saber, “tú no la quieres porque ella no es tu propia hija.” Estas hipótesis, que interpretaban cuidadosamente los movimientos o sentimientos de otra persona, desviaban la atención del individuo que las había pensado. Es más, contribuían al mantenimiento de pactos ocultos inconscientes, como aquel entre Rita y su padre.
Diseñadas para deshacer eventos pasados o para prevenir su ocurrencia en un futuro inmediato, estas estructuras inconscientes se basan a menudo en valoraciones erróneas que incorporan mitos familiares y principios éticos no articulados. En la búsqueda de dispositivos de reparación, no discriminan entre pasado y futuro. La trama de estas estructuras inconscientes provenientes de cada uno de los miembros de una familia podría contribuir a la adjudicación de roles rígidos, fijos, para cada uno de ellos. Es necesaria una cuidadosa lectura de los orígenes de estas construcciones y sus interrelaciones para así poder ofrecer a un sistema tan organizado la oportunidad de alcanzar una mayor flexibilidad y nuevos horizontes.
Podríamos considerar el ejemplo de este drama familiar como microcosmos de un sistema mayor en el cual alguien es incriminado por un delito para así poder reexaminar los conceptos de culpa individual y responsabilidad. Revelaríamos así la importancia del diagnóstico de esta entreverada trama de estructuras inconscientes que sostienen la particular conducta antisocial en cuestión. Si nuestro ideal como jueces fuera promover cambio en un sistema repetitivo y sin salida, dichos diagnósticos constituirían el camino a una interpretación creativa de la ley. Adhiero a la postura de Derrida de que para ser justo, la decisión de un juez no sólo debe seguir una regla legal o una ley general sino también debe asumirla, aprobarla, confirmar su valor a través de la restitución del acto interpretativo como si el propio juez reinventara la ley para cada caso particular (Derrida, 1992).
Para poder interpretar la ley en forma creativa, necesitamos basarnos en un diagnóstico claro que muestre la coherencia de los elementos dispares que participan en la situación particular que vamos a juzgar. Volviendo a la situación familiar que acabo de presentar, me gustaría llamar la atención del lector sobre algunos puntos importantes.
El pasado no se ha convertido en historia; ha ocupado el presente. Esto puede ser evidenciado en cinco puntos diferentes: 1) Rita vivenciaba a su hija como si fuera su abuela Martha, de cuya muerte se sentía responsable; 2) Rita encontraba similitudes entre Jonás y su padre, las cuales acarreaban importantes consecuencias; 3) la representación por parte de Jonás del rol de sospechoso detective en relación a su hijastra, siendo incapaz de distinguirla de su propia hermana; 4) Max volvía a representar el rol de su abuelo materno al dictaminar quién podía asistir a celebraciones familiares y quién no, método que también Martha había utilizado en sus épocas de mayor omnipotencia en su relación con el joven Max; 5) Mónica era una réplica de su madre: se quejaba amargamente de sus padres, quienes en su insistencia de que Mónica estuviera a su disposición la habían conducido a severos problemas en su relación de pareja.
Este entrecruzamiento de identificaciones, donde el tiempo presente se desdibuja y se repiten historias pasadas, impiden la posibilidad del devenir. El estudio de la situación familiar permitió un juicio justo para Martha en el cual todos los miembros de la familia tuvieron el deseo y la curiosidad de examinar su propia conducta. Esta actitud promovió en Martha el interés de conocer y enfrentar una imagen indeseable de sí misma, parcialmente olvidada pero, sobre todo, desconocida. Así, menos acusada de única culpable, Martha pudo escuchar, recordar, y finalmente entender el dolor y las dificultades de su hermano. Escuchar la historia y las experiencias de sus padres le permitió perdonar sus limitaciones. La asunción de responsabilidad a partir del auto-conocimiento trajo movimiento, otro futuro comenzó a emerger.
Rita, acusada de controlar los afectos de todo el grupo familiar, pudo moverse de una postura de trágico desamparo a una que le permitiría asumir responsabilidad por sus demandas y percibirlas como irracionales: bien que entendiéndolas a la luz de sus experiencias anteriores. Max pudo darse cuenta de que su reacción había coincidido con el comienzo de la primera relación amorosa seria de Martha, y que había sentido celos de esta relación con un hombre que no fuera él. Reconoció con disgusto que su vínculo con Martha era intenso, a pesar de -y a lo mejor debido a- el rol de victimario provocador que Martha había personificado. Inclusive Mónica pudo ver que estaba atrapada en un rol-aquel del moralmente perfecto, angelical, incapaz de expresar enojo y que en su lugar exige la compasión de otros.
Acciones y actitudes vistas originalmente como pecaminosas mostraron ser producto de distintos planos -histórico, estructural, sistémico e individual- en una coreografía en movimiento pero repetitiva, cuyos múltiples componentes eran difíciles de analizar. El individuo originalmente culpable lo había sido entonces en compañía de muchos otros que habían contribuido provocando, apoyando y/o manteniendo el acto antisocial. Un sistema culpable suplantó entonces al individuo culpable. Los individuos responsables habían sido ciegos al hecho de que habían sido ellos mismos los promotores de la acción irresponsable. ¿Quiénes eran ellos entonces para juzgar?
De hecho, la familia como unidad había actuado como sistema legal, y al hacerlo no sólo había encontrado un culpable pero había apartado su mirada de sí misma, de sus miembros; es decir, había sido incapaz de evaluar sus propias acciones. En este sentido, este microcosmo podría ayudarnos a reflexionar sobre las sentencias legales en nuestra sociedadcomo un modo de mantener una ceguera inconsciente ante el reflejo de nuestra propia imagen.
Referencias
Levinas, E. (1980) “Otherwise than Being or Beyond Essence,” Martinus Nijoff Philosophy Texts, 3:10.
Winnicott, D.W., (1965) “The Development of the Capacity for Concern.” The Maturational Processes and the Facilitating Environment, New York: IUP
De Gregorio, J. Personal Communication.
Chessler, P. (1993) “A Woman’s Right to Self-Defense: The Case of Aileen Carol Wuornos,” St. John’s Law Review, edition on “Women in the Criminal Justice System,” vol. 66, no. 4
Derrida, J. (1992) “Force of Law: The ‘Mystical Foundation of Authority’,” in Deconstruction and the Possibility of Justice, ed. by Drucilla Cornell, Michel Rosefeld, and David Gray Carlson, New York: Routledge, p. 23.

 

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