aperturas psicoanalíticas

aperturas psicoanalíticas

revista internacional de psicoanálisis

Número 036 2010

Proyección, Identificación. Identificación Proyectiva. Joseph Sandler, 1989

Autor: Sánchez Hita, Inmaculada

Palabras clave

externalización, Internalizacion, Introyeccion, identificación proyectiva, proyección.


Sumario

La obra de J. Sandler  se desarrolla desde un  revolucionario posicionamiento que enfatiza en la importancia de los estados emocionales, de  experiencias subjetivas ubicadas en un lugar primordial en la teoría psicoanalítica de la motivación.

Representan un estado del self y originan tendencias o pautas estables que permiten afrontar las vicisitudes de la vida al poder incorporar del afuera y desplazar al exterior, representaciones y afectos del sujeto. Todo ello condiciona la conducta, al organizar una suerte de dinamismo motivador  que el psicoanálisis se encarga de interpretar.

Estas pautas favorecen de  forma decisiva, aunque no siempre eficaz, el sostenimiento de un equilibrio en la individuación y la  satisfacción de deseos y necesidades que derivan de los requerimientos o conflictos de la vida pulsional, emocional y de la realidad, en la complejidad de los distintos sistemas motivacionales.

J. Sandler lo sintetiza como maximizar el sentimiento de seguridad (1986) y es,  el establecimiento de este trasfondo de seguridad, más prioritario que la satisfacción instintiva o la evitación de la ansiedad.

Tales mecanismos acontecerán repetidamente y son parte de lo que también acontece en la transferencia, siendo la tarea, exploratoria e interpretativa, el análisis de  funciones  estructurantes y/o defensivas que han cumplido tan sofisticados y genuinos  recursos para un individuo concreto.

A lo largo de la vida, el funcionamiento psíquico tendrá que ocuparse de reducir discrepancias representacionales entre self real y self ideal, ya sean conscientes o inconscientes y causantes de dolor. De lo anterior resultarán  estados emocionales  básicos de bienestar y el consiguiente abandono de ideales no ajustados a  la realidad individual.

Serán los procesos de interiorización/ internalización, así como los de proyección/ externalización, en cualquiera de sus variantes, los que van a desempeñar un papel determinante en ello.

Pero también en la  construcción psíquica. J. Sandler definió el espacio interno como   mundo representacional de  relaciones objetales  al servicio, no solo, de la satisfacción de deseos instintivos sino también de las necesidades de seguridad, reaseguramiento y afirmación. Estas representaciones irán constituyéndose por introyección, identificaciones y  proyecciones a partir de la relación primera significativa  (“actividades y apariciones de la madre”) y tendrán, en adelante, un componente afectivo derivado de dicha experiencia relacional.

Las representaciones complejas del self y del objeto formadas a través de fantasías y recuerdos de interacción con un otro significativo, regularán la conducta con todas las relaciones significativas subsiguientes. Esto supone además una importante aplicación en lo que se refiere al trabajo de la transferencia-contratransferencia. No se trata de mera  repetición;  J. Sandler, al igual que hicieran Meltzer y Gill, desconectaron el vínculo  entre  transferencia y la repetición de pautas pretéritas. Recordemos que para la clásica teoría freudiana la transferencia se explica como un efecto de la repetición y sería  Lacan, en su XI seminario, quien cuestionaría por primera vez  esta hipótesis.

Desde tales planteamientos, se puede entender la importancia  de lo que el otro puede aportar, así como de las expectativas de éste en el vínculo.  Fonagy considera  el trabajo de J.Sandler un puente fundamental entre el psicoanálisis y la teoría del apego con las consecuentes implicaciones  en el trabajo como psicoanalistas.

Es desde aportaciones tan fundamentales y otras posteriores, que hoy se ha llegado a un amplio consenso para entender  el proceso terapéutico como un trabajo interpretativo y relacional en la transferencia que permite una negociación para el reconocimiento y la aceptación mutua entre paciente y analista.

J. Sandler  propone  una revisión de estas formas de funcionamiento psíquico en relación a procesos, tanto estructurantes en el desarrollo como protectores a lo largo de la vida, y que operan de forma desconocida para el individuo. Partiendo del supuesto básico kleiniano sobre el rol fundamental que  tienen las relaciones con el objeto, considera estos procesos como aquellos que van a configurar las distintas formas de externalizar e internalizar en un individuo a fin de alcanzar un grado adaptativo de madurez y equilibrio mental. Redimensiona los distintos mecanismos ampliando el sentido de los mismos más allá de lo instintivo y de la función defensiva. Nos acerca, además, a una observación tanto de la construcción del aparato psíquico normal como de la etiopatología clínica que permite el examen de estados emocionales expresados frecuentemente en el ámbito intersubjetivo. La vía de lo intrapsíquico a lo interpersonal.

El objetivo último es precisar la significación de la identificación proyectiva con un exhaustivo análisis de esta compleja conceptualización.

Introducido como concepto en el pensamiento psicoanalítico por M. Klein en 1946, fue entendido  originariamente  como defensa en tanto que  fantasía de expulsión, pero también como forma de organización estructural.

Se trata de una específica forma de internalización mediatizada por procesos de proyección e identificación de valiosísima importancia clínica, que sin embargo, ha sido sometida a una ampliación gradual del término, a una proliferación desconcertante ( J Sandler).

Se  defiende un espacio legítimo para la identificación proyectiva,  abogando por una vuelta al sentido kleiniano originario que le asigna cualidad  de proceso intrapsíquico por el cual, parte del self se proyecta dentro del objeto, identificándose con el objeto así modificado. Lo que lo define y  diferencia es justo esta doble modificación a nivel de representación interna del self  y del objeto.

Revisaremos  formulaciones concretas  del psicoanálisis clásico que hacen una aproximación útil a efectos descriptivos para la exploración, el diagnóstico y el trabajo terapéutico de la identificación proyectiva a partir de los conceptos básicos de internalización y externalización, y de los múltiples términos que tendrían que ver con ambos: incorporación, introyección, identificación, proyección.

Internalización

J. Sandler se refiere a cualquier forma de asimilación: incorporación, introyección, identificación.

Freud lo utilizó a propósito  de dos procesos conexos e íntimamente ligados a la constitución del Superyó: la internalización de prohibiciones y normas, y  la internalización de la agresión en tanto que volver hacia uno mismo los impulsos agresivos.

También  a propósito de la asimilación de un estimulo externo y la consecuente  percepción de peligro interno.

Atribuye a la internalización gran importancia cuando describe las autoacusaciones en forma de ataques rencorosos de los depresivos psicóticos en procesos de duelo (Duelo y melancolía, 1917). El objeto libidinal externo perdido se internaliza para mantener viva  la catexia objetal que ya no es posible en el mundo exterior. Dichos ataques van en realidad dirigidos al objeto internalizado que se confunde con el propio self (“la sombra del objeto cayó sobre el yo” Freud). Los auto-reproches irían en realidad dirigidos al objeto amado perdido.

H. Hartmann (1939) entiende la internalización como parte del proceso de individuación por el cual el individuo hace propio lo que inicialmente fue una conducta como reacción directa a una estimulación ambiental. Es gracias a este proceso de independización del exterior que se desarrolla el pensamiento, el Superyó y los sistemas de dominio del peligro interno.

Para J. Sandler la internalización, tal y como la define Hartmann, habrá que diferenciarla de las actividades cognoscitivas y perceptivas del desarrollo del niño.

H. Loewald (1962) distingue internalización primaria o establecimiento de la frontera entre self y objeto, de internalización secundaria que sigue a dicha distinción y que tiene que ver con procesos subsiguientes de asimilación.

D. Rapaport (1967) reserva la internalización para procesos que afectan a las representaciones mentales y considera formas de asimilación  que proveen de  configuración estructural psíquica a la incorporación, identificación e introyección.

Recordemos, aunque no lo recoge J. Sandler, la acertada precisión de Bowlby cuando habla de la relación causal entre la  internalización en la infancia de  problemas y experiencias de la vida real, que van a dar lugar en la vida adulta a atribuciones y percepciones erróneas y que no son, por tanto,  consecuencia  de la proyección, la introyección o la fantasía. Lo que Anna Freud llamó conflicto internalizado (asimilación de un conflicto externo)  distinguiéndolo de  los conflictos internos entre deseos pulsionales opuestos

Incorporación

Se trataría de una forma de internalización cuyo interés en la actualidad radica en la discusión  de si todas las identificaciones se pueden considerar derivadas de fantasías de incorporación.

Freud introduce el término en 1915 al revisar su escrito “Tres ensayos para una teoría de la sexualidad” y al hablar de la las organizaciones pregenitales de la vida sexual siendo la primera de ellas la etapa oral o canibálica y en la que la actividad sexual está fundida con la nutrición pues el único fin es incorporar el objeto. Después lo utiliza en” Duelo y melancolía” para referirse al primer modelo de identificación o prototipo de procesos de identificación posteriores. Se refiere pues a un modo de identificación primordial previa a toda diferenciación y alude a la meta de la pulsión oral.

Para Abraham también todas las formas de internalización  se pueden considerar derivadas de impulsos orales de incorporación.

La terminología kleiniana se refiere a incorporación oral e incluiría tanto el sentido de asimilación oral como con cualquier forma de internalización.     Otros autores se dividen entre los defensores de restringirlo a la oralidad (J. Sandler) o que incluya el deseo o fantasía de incorporación (Meissner).

Para otros,  la incorporación estaría asociada a fantasías de fusión y de destrucción de objeto   (Fenichel, Searles, Guntrip).

Introyección

Se trata de un término que se emplea de forma generalizada en la terminología psicoanalítica para referirse a cualquier forma de internalización incluida la identificación.

Fue Ferenczi quien lo utilizó por primera vez en su texto “Transferencia e introyección” (1909) comparándolo por simetría con la proyección paranoica a través de la cual el  individuo se desprende de los contenidos persecutorios. En la introyección neurótica, por el contrario, el displacer tiende a calmarse haciendo entrar en el yo la mayor parte posible del mundo exterior y que   se constituye en fantasías inconscientes. A través de un investimento excesivo de ciertos objetos, se produce una fusión entre los objetos amados y el ego. Por eso escribe Ferenczi "el ego del neurótico está patológicamente dilatado, mientras que el del paranoico sufre  una contracción". Se trata de un proceso que va de dentro afuera del psiquismo, pues es en realidad, una apropiación de las representaciones investidas de las cuales el objeto es portador.

Freud lo opone también a la proyección e incorpora el término en su teoría sobre la melancolía en referencia a la  internalización como introyección del objeto perdido y para explicar la constitución de la instancia superyoica cuando el niño introyecta la autoridad del padre al final de la etapa edípica. Pero utilizó introyección e identificación indistintamente en ambos casos.

J. Sandler habla de introyecto como sinónimo de objeto interno. La introyección permite pues asimilar perceptualmente el mundo, hacerse de objetos internos que regularicen y resulten una presencia tranquilizadora, e internalizar los objetos parentales, distorsionados o modificados por proyección, para constituir el Superyó. La distinción fundamental con la identificación sería que mientras  ésta  da lugar a modificaciones de la representación del Yo, en la introyección el mundo interno del individuo se hace con una suerte de acompañantes  fantasmales (introyecto) que siguen siendo externos a la representación del self. En un segundo tiempo podrá identificarse o no con estos introyectos (por ejemplo, adoptar una postura moral superyoica) 

Identificación

Laplanche define la identificación como un proceso psicológico mediante el cual un sujeto asimila un aspecto, una propiedad, un atributo de otro y se transforma, total o parcialmente, sobre el modelo de éste, pudiendo determinar aspectos de la personalidad.

Freud habló de identificación histérica y de identificación en los sueños. Describió inicialmente la identificación en relación a la histeria, a la sexualidad, a la formación de síntomas y a las diferentes estructuras clínicas. Utilizó por primera vez el término en 1896 en la carta 58 a W. Fliess en relación al síntoma de la agorafobia (sería el resultado de la envidia e identificación con las prostitutas de las calles y como un deseo sexual inconsciente).

Posteriormente, en las cartas 61 y 125 y respecto a las primeras consideraciones sobre la identificación histérica,  la relaciona de nuevo con los miedos a la prostitución y con los miedos a los deseos sexuales.

Para Freud, la identificación no es  una mera imitación histérica sino que expresa un “igual que” a modo de reivindicación etiológica que permanece en el inconsciente.

En “La interpretación de los sueños” (1900), habla también de identificación como un proceso de formación de elementos oníricos en relación a la condensación (recordemos que junto al desplazamiento,  son los mecanismos de formación del contenido manifiesto del sueño). Así pues, en el sueño y por identificación, dos personas quedan asociadas por un rasgo común, por una relación lógica de semejanza. Se trata  de una acepción distinta pues no es el sujeto quien se identifica con otro en la figuración del sueño, sino que identifica (reconoce) en personas ajenas un rasgo que les presupone común, apareciendo por condensación, como una sola figura.

Posteriormente con la formulación de la teoría estructural y el creciente interés por el narcisismo, el concepto de identificación pasó a ser, además de un proceso de formación de síntomas o de contenidos oníricos, un importante proceso en el desarrollo. Como tal, lo consideró relacionado con la pulsión oral y por tanto relacionado con la incorporación (siguiendo a Abraham) y a la introyección (siguiendo a Ferenczi), llegando incluso a utilizar estos términos indistintamente.

Diferenció la identificación ligada a:

-          la melancolía, en la que el sujeto se identifica con el objeto perdido por regresión a la relación objetal de la fase oral.

-          la resolución del complejo de Edipo, ya que las catexis sobre los padres son abandonadas y sustituidas por identificaciones

-          un proceso fundamental en la constitución de las instancias psíquicas,     aunque no distingue las identificaciones que contribuyen a la formación del Superyó de las identificaciones que contribuyen al desarrollo del Yo

-          la formación del carácter.

Resumiendo y aunque no existe una sistematización que ordene las modalidades de la identificación en su obra, recordemos que sí realizó una amplia exposición en el capítulo VII de “Psicología de las masas y análisis del Yo” distinguiendo básicamente tres funciones de la identificación:

-          forma originaria de lazo afectivo con el objeto

-          sustitución regresiva de una elección de objeto abandonada o perdida.

-          como percepción o reconocimiento de algún elemento en común (por ejemplo, el querer ser amado) sin ningún interés sexual

J. Sandler propone que si bien la identificación se considera por parte de la maYoría de autores como mecanismo del desarrollo normal a partir de tendencias orales muy tempranas y como mecanismo de defensa, merece la pena distinguir entre:

Identificación primaria: aquella que se da antes de que se establezca la frontera entre la representación del self y del  objeto. Se trata según J. Sandler de un estado de identidad o confusión primaria en el que el bebé no es capaz de diferenciar aspectos representacionales de su self de los del objeto.  En situaciones patológicas se dará en forma de una “des-diferenciación” del self y el objeto, desdibujándose las llamadas fronteras tal y como sucede en los estados psicóticos graves  (Jacobson, 1964).

J. Sandler describe además una identificación primaria pasajera o confusión pasajera, como fenómeno normal y omnipresente y a la que Weiss ha llamado identificación por resonancia, base de la empatía.

En relación a las interacciones transferenciales-contratransferenciales,  Sandler define la “identificación primaria recurrente” como un  “eco” en el analista de los sentimientos y la conducta del paciente. El analista se ve sometido, lo quiera o no, a la presión de responder al contenido emocional del paciente. Diferente a esta identificación en la contratransferencia, es la idea de “escucha empática” que utilizó Sandler para considerar la noción kleiniana de enactment (actuación) contratransferencial. Sandler prefirió llamarlo “respuesta de rol” (1976) del analista o “actualización” del yo y delimitó la contratransferencia  a la concepción neurótica original.

Identificación secundaria: el sujeto encarna en la representación del self atributos del objeto, reales o fantaseados, sin que se produzca la pérdida de diferenciación self-objeto. Probablemente es el significado más corriente del término identificación. Además esta identificación secundaria puede considerarse como el mecanismo que permite el llamado narcisismo secundario según el cual la admiración, el amor y la estima por el objeto se transfieren al propio self (clásicamente llamado incorporar  el objeto al yo  y en la terminología kleiniana sería identificación introyectiva).

Mención aparte merece la Identificación con el agresor de A..Freud (1936), si bien fue  Ferenczi  el primero en definirlo en 1930 refiriéndose a los niños que habían sufrido abuso sexual. Lo describe así:

“La misma ansiedad, sin embargo, si alcanza un cierto máximo, los fuerza a subordinarse como autómatas a la voluntad del agresor, a adivinar cada uno de sus deseos y gratificarlos; completamente inconscientes de sí mismos, se identifican con el agresor… A través de la identificación, o digamos, de la introyección del agresor, éste desaparece como parte de la realidad externa y se transforma en intra - en lugar de extra- psíquico...

El cambio más importante, producido en la mente del niño por la identificación con el adulto y motivada por el miedo a la ansiedad, es la introyección de los sentimientos de culpa del adulto que hace que el juego hasta ahora inocente aparezca como una ofensa castigable”. (http://www.indepsi.cl/ferenczi/articulos/intro.htm)

Externalización

Resulta realmente difícil establecer criterios específicos que distingan externalización de  proyección en tanto que poner fuera del sujeto algún aspecto del mundo interno. Freud  los consideró indistintamente.

Sandler  destaca la externalización en tanto que  fenómeno transferencial.

Anna Freud especifica que se trataría de  “una subespecie de la transferencia”,  pues es un elemento fundamental en la misma y una valiosa fuente de insight  si es interpretada y mantenida al margen de la transferencia  propiamente dicha   (relaciones de objeto que se establecen con el analista en las que el analista es investido de libido o agresión). 

En la externalización la persona del analista es utilizada para representar partes de la estructura de la personalidad del paciente. Así el paciente obsesivo escapa de su ambivalencia a través del terapeuta, escenificando sus querellas a propósito de los asuntos más triviales. Por tanto se  externalizan conflictos  intersistémicos que pasan a ser conflictos con un objeto externo. Ejemplos serían la externalización del superyó, convirtiendo al otro en figura de autoridad con quien estar en conflicto, o la del ello, que hace ver la seducción en el otro.

Pero la mayoría de los analistas consideran hoy la transferencia como la investidura del analista no solo de elementos pulsionales  (libido o agresión), sino también de múltiples elementos más,  por lo que resulta difícil la distinción entre externalización en el análisis y transferencia.

Para Sandler es importante diferenciar qué contenido se externaliza en  la situación analítica. Si se trata de un introyecto  o representación de un objeto interno del paciente es  externalización sobre (o dentro) el analista. Y sucede entonces  en la transferencia lo que denomina como  diálogo con el introyecto   (Sandler y Sandler, 1978). Si se trata de un aspecto de la representación del self del paciente lo externalizado, se  considera una proyección.

La escuela kleiniana no se ha ocupado de distinguir si lo externalizado es un contenido u otro, si bien Racker exploró diferentes formas de contratransferencia (1990):

-          la resultante de la identificación concordante, o sea, con el yo y el ello del paciente  proyectados

-          la complementaria que resulta cuando el terapeuta se identifica con objetos internos extrernalizados del paciente. En este último caso nos encontraríamos frente a neurosis contratransferencial, la cual es producto de la neurosis del propio analista, que en la situación analítica revive sus conflictos estableciendo una transferencia negativa con el paciente.

Novick y Kelly (1970) reservan el término externalización en tanto que se atribuye a otro un aspecto de la autorepresentación,  mientras que el término proyección sólo lo utilizan para referirse a  un derivado de la pulsión.

Si bien no se recoge en la revisión, quizás  resulte pertinente mencionar a       R. Greeson  para quien  la externalización de partes de las instancias psíquicas en la transferencia es una señal de regresión.  Esta regresión se pone de manifiesto según sean:

-          aspectos yoicos,  expresados como somatizaciones.

-          del ello,  como agresividad.

-          superyoicos, en tanto que  sentimientos de vergüenza y / o recriminaciones al creer detectar en el analista  actitudes hostiles, sádicas y críticas.

Recordemos que la transferencia tiene que ver con el desplazamiento, con la externalización/ proyección  y con la regresión.

Proyección

Desde la concepción clásica de defensa, la proyección supone una forma de protección del yo según la cual el sujeto atribuye a otras personas los propios motivos, deseos o emociones. Es una forma de ocultación involuntaria e inconsciente de la vida psíquica consecuencia de la presión del superyó que sanciona algo como inapropiado y/o intolerable o que el yo no reconoce como contenido psíquico propio.

Nos recuerda H. Echegoyen que se salvaguarda así la seguridad del sujeto de forma temporal y a costa de comportamientos poco adaptados que dificultan la convivencia.

 J. Sandler recupera los distintos empleos que Freud hizo de la proyección en tanto que tendencia a buscar causas externas, o como forma de defenderse de algo intolerable, o bien como un traslado. Aunque inicialmente lo reconoció como “un mecanismo a los fines de la defensa“, después lo consideró definitivamente una defensa en sí misma.

Además, Freud atribuyó un papel esencial a la proyección asociada a la introyección en la génesis de la oposición sujeto-objeto. Se trata de procesos muy primarios  relacionados con la oralidad (ingerir – rechazar).

Respecto a la relación entre etiopatogenia y proyección encontramos múltiples ejemplos en la obra freudiana:

-          paranoia, traslado o desprendimiento de una “representación inconciliable”  y que luego volverá por su cualidad reflexiva al sujeto en forma de reproches (Caso Schreber).

-          celos proyectivos, por  la proyección del  deseo de ser infiel, atribuyendo la infidelidad al otro.

-          fobias, como un elemento central en la construcción de las mismas pues se pone en algo real el peligro pulsional; el control de  la angustia interna resulta  al ser la percepción amenazante externa y evitable

-          en algunos formas de  masoquismo, como una orientación o “vuelta hacia fuera” que dan lugar a sadismo proyectado.

Freud insistió en el carácter normal del mecanismo de la proyección al referirse al sueño, la religión, la superstición, el animismo y en la mitología como mecanismo primitivo (“Tótem y tabú “).

Fue Ferenczi quien sugirió el término proyección primaria como forma de diferenciación temprana entre self / mundo externo y para quien la proyección supone un proceso de asignación de aspectos displacenteros de una vivencia al  exterior (1909).Freud tomaría esta reconceptualización incorporándola más allá de sus trabajos sobre la paranoia.

Tras Freud el concepto de proyección sigue dos direcciones principales.  La  primera como defensa, tal y como se definió más arriba. La segunda se refiere a la concepción kleiniana derivada de las ideas originales de Ferenczi. Para Klein todos los procesos mentales  están íntimamente  ligados  a las fantasías tal y como recogen las  obras de sus seguidoras Susan Isaacs y Hanna Segal. La proyección estaría ligada a la fantasía anal de expulsión y consiste en  la manera  que el yo expele sus impulsos sádicos al mundo exterior (1930).

Melanie Klein empleó el término proyección en varias acepciones: proyección del objeto interno, apartamiento del instinto de muerte, externalización de un conflicto interno y proyección de partes del self (identificación proyectiva).

Algunas consideraciones  respecto a la proyección:

J. Sandler entiende que ha de tomarse en un sentido más amplio que el de mecanismo de defensa, más elástico. Hablaremos de proyección siempre que se dé un desplazamiento del contenido mental de una representación del self a una representación mental de otra persona, a una representación objetal (al no-yo). No implica necesariamente que esté ligada a un impulso no deseado ni que sea reflexiva (que el impulso vuelva a quien lo origina).

El grado y profundidad de la  patología asociada al empleo de la proyección dependerá  del momento más o menos temprano en que se considere establecida la diferenciación entre self y objeto.

Según la influencia de la proyección en el objeto (sobre o dentro/ en) y sobre el propio yo, podrá diferenciarse de la identificación proyectiva  tal y como veremos.

Identificación proyectiva

Se trata de un concepto  central en la teoría psicoanalítica kleiniana que ha permitido entender tanto la clínica como los fenómenos transferenciales para los psicoanalistas de cualquier orientación.

M Klein ha sido la analista que antes y más ha enfatizado en el  reconocimiento de los procesos de proyección e identificación en el desarrollo de las relaciones objetales así como su actuación en el aquí y ahora de la transferencia.

Si para Anna Freud  la necesidad de entender las resistencias le llevó al estudio de las defensas, para Klein fue la presión clínica lo que la impulsó a elaborar su teoría del desarrollo. Es en ésta, en la que la identificación proyectiva queda vinculada a la posición esquizoparanoide aunque nunca se consideró un mecanismo privativo de la misma. Se trataría de una identificación considerada de tipo narcisista  pues coloca en el objeto, de una u otra forma, partes del self. Este mecanismo fue descrito inicialmente vinculado a una relación de objeto agresiva, a las fantasías de ataque e intrusión sádica contra el cuerpo materno, a fantasías de tipo oral y anal. Se trataría del deseo o necesidad de expulsar afuera del self  aspectos rechazados u odiados  y ubicarlos dentro del objeto con el propósito de dañarlo, de tomar posesión de él, de poder controlarlo.

La consideración de la identificación proyectiva  implica un concepto de espacio interno y Klein entendió este proceso como un vehículo temprano para distinguir el “yo” del “no yo”.

El interés sobre los procesos de internalización y externalización que en  el periodo comprendido entre las dos guerras se suscitó dentro del pensamiento psicoanalítico, había llevado a Melanie Klein al estudio de pacientes psicóticos en los que estos procesos eran más evidentes. Posteriormente elaboró su teoría  en la que las relaciones objetales se erigían sobre la base de esos mismos procesos. Dicha teoría, para la cual la fantasía es la expresión mental de los instintos, sostiene sobre el desarrollo normal, una primera fase  o posición esquizoparanoide en la que la  ansiedad predominante es la paranoide y en la que el estado del yo y de sus objetos se caracteriza por la escisión. Es la escisión la que dará lugar por tanto, a angustias persecutorias y a la idealización.

Predominan además en esta posición, la proyección, la introyección y la identificación proyectiva,  que  ayudan a ordenar  percepciones y emociones, así como a hacerse de un objeto ideal frente a un objeto malo. Es en estos primeros meses de la infancia en los que yacen los puntos de fijación de la psicosis.

Si de la escisión devendrá la posibilidad posterior de reprimir, la identificación proyectiva supone la forma más temprana de empatía y la manera en la que el yo forma sus primeros símbolos (H. Segal).

Cuando los procesos integradores se hacen más estables porque han predominado las experiencias buenas, se instala una nueva fase o posición depresiva en la que se reconoce un objeto total. El yo se identifica con el objeto ideal, se intensifican los procesos de introyección/ identificación  y aparecen mecanismos neuróticos como la inhibición, la represión y el desplazamiento.

Fue a partir del estudio de los fenómenos confusionales y a propósito de cómo interviene la identificación proyectiva en la génesis de los mismos en tanto que relaciones objetales primitivas, como se produjo una profundización de la teoría kleiniana de indudable valor clínico. Según los estudios de Rosendfeld (1946), Klein llegó  a considerar los estados  confusionales como núcleos que se presentan normalmente en el pasaje entre las dos posiciones básicas, y que pueden dar lugar a la formación de múltiples manifestaciones patológicas que irían de la claustrofobia a la despersonalización o a la psicosis. Así pues, el perturbado juicio de realidad, la pérdida de diferenciación con el objeto de las psicosis, se debería a un exceso de escisión y proyección de partes del Yo y de los objetos internos.

Este concepto fue muy importante en el tratamiento de pacientes psicóticos y fronterizos para definir conceptos posteriores como fragmentación del self o difusión de identidad (Bion, Rosendfeld y Otto Kernberg).

La identificación proyectiva es  siempre un empobrecimiento, y frecuentemente, un incremento del odio hacia el objeto. Seligman habla de asignación coercitiva de los propios estados mentales intolerables e imposibles de ser pensados a una otra persona, perdiéndose el reconocimiento de las diferencias con el otro. 

Recordemos que, como fantasía interna reformulada en términos intersubjetivos, la identificación proyectiva describe un formato procedimental en el nivel más básico de la organización self-objeto, una particular manera de organizar los sentimientos del self y la intersubjetividad.

También puede implicar aspectos positivos, pero igualmente esto ocasiona empobrecimiento pues conlleva pérdidas de partes importantes del yo, incremento de la ansiedad persecutoria e idealización del objeto.

La identificación proyectiva va unida a un proceso de escisión de partes del self y de objetos internos que serán proyectados dentro  del objeto modificándose la representación de si mismo y del otro. Esta doble y simultánea  modificación es la cualidad que diferencia este mecanismo psíquico del resto. 

Hanna Segal (1973), revisando a Klein, se refiere a  los “múltiples propósitos” de la identificación proyectiva: respecto al objeto sería evitar la separación del objeto bueno, controlar el objeto malo;  dominar;  apoderarse de capacidades y hacerlas propias. Respecto al self sería proyectar partes buenas para evitar la separación o ponerlas a salvo de la propia maldad; mejorar al objeto en lo que sería una primitiva reparación proyectiva; también se pueden proyectar partes malas del self para liberarse de ellas o para librarse del deseo de atacar o destruir al objeto.

Además, Segal hará referencia a las  ansiedades más importantes derivadas de este mecanismo psíquico. Por un lado, el miedo a que el objeto atacado proyecte sobre uno por retaliación; por otro, la ansiedad de tener partes de uno aprisionadas y controladas en el objeto.

Por tanto, con la identificación proyectiva, se pueden evitar angustias de separación, por dependencia, por la  pérdida, o por la rabia o la envidia. Pero el coste es elevado, pues se instauran ansiedades persecutorias intensas, pánico, claustrofobia, etc…

Sandler, contextualizándonos en la amplitud y elasticidad del término, en la adhesión incondicional o el rechazo más frontal para según qué autores, nos muestra el desarrollo progresivo del concepto en tres fases desde su introducción:

En un primer momento se consideró que la identificación proyectiva se produce en la fantasía de la persona. Efectivamente, lo fundamental de lo descrito por Klein de este mecanismo mental es que se da en la fantasía inconsciente y que implica cambios y desplazamientos en el mundo representacional interno. El objeto real no se ve afectado pues  supone un proceso  siempre de escisión de partes de la representación mental del self y de partes de la representación mental del objeto. Para Melanie Klein tiene carácter defensivo o adaptativo en el presente, si bien cuando se da de forma extrema en la infancia puede tener efectos perjudiciales. Para Sandler este  cambio en la representación del self y del objeto no está necesariamente vinculado al impulso de dañar o de controlar al que se refería Klein y sus repercusiones  variaran según sucedan en  el aquí y ahora, o en etapas tempranas.

Una segunda fase  en los últimos años, en la que  los analistas kleinianos vienen hablando de la identificación proyectiva como un mecanismo central en la  contratransferencia (M Klein nunca la consideró más que como  un estorbo). Refleja, entonces, relaciones objetales infantiles en tanto que fantasías acerca del analista. De este modo, se pueden detectar, analizándolas, percepciones distorsionadas desde las que hace sentir al terapeuta estados emocionales o se le hace actuar. Paula Heimann (1950) contempló  la  contratransferencia del analista como “un instrumento de investigación del inconsciente del paciente… parte esencial de la relación analítica, una creación del paciente, una parte de su personalidad”. En esta misma línea, Racker (1948) liga la respuesta  del analista a la identificación proyectiva y la  considera el proceso normal de la contratransferencia pues es a través de ella como el paciente  consigue que el analista  se identifique con el objeto con el que el paciente le identifica.

En una tercera fase, la identificación proyectiva se describe  como si la externalización de partes del self o del objeto interno se produjera directamente en el objeto externo, más allá de la fantasía. Se trata de una ampliación en relación a los trabajos de Bion (1962,1963) quien describe la metáfora  de continente-contenido. Se trataría de una identificación proyectiva realista, como dice el autor, pues sería un mecanismo de evacuación de las fantasías y sentimientos malos, para ponerlos  dentro del objeto externo comprensivo que, una vez los haya modificado, permitirá que el niño los  reintroyecte ( Bion) como experiencia emocional mitigada. Esta función del objeto externo es la función de reverie y está en relación con la función  de holding de Winnicott.

Conclusiones

Sandler hace una serie de comentarios propios sobre la identificación proyectiva. Así, comenta que, partiendo de la importancia de la teoría kleiniana sobre desarrollo infantil temprano, las relaciones objetales y  la importancia de todo ello en el posterior funcionamiento adulto, discrepa sin embargo del hecho de que aceptar la idea de la identificación proyectiva, obligue a aceptar una teoría del desarrollo en su totalidad. Aceptando la definición keiniana, para Sandler, se trata de un mecanismo de regulación de los estados emocionales inconscientes separándolo de las fantasías (metáforas en muchos casos) que Klein y sus seguidores le asociaron. Este mecanismo incluye cambios y desplazamientos en la representación mental, en la fantasía. Desempeña un papel definitivo tanto en el desarrollo como en la situación analítica. Ha dado una nueva dimensión a la transferencia, no pudiendo considerarse ésta una mera repetición, sino un reflejo de fantasías sobre la relación con el analista. Reflejo creado en el presente por identificación proyectiva y mecanismos parecidos.

Los kleinianos han resaltado siempre el elemento de control de los objetos que la identificación proyectiva proporciona.  Sandler considera que es un aspecto central, una ilusión inconsciente de estar controlando el aspecto no deseado y proyectado del self. Como un vivir a través de otra persona, como una renuncia altruista que diría Anna Freud. Pero además  la proyección de partes indeseables, como la culpa por angustias persecutorias internas, consigue poderosos refuerzos narcisistas al obtener una doble ganancia: identificarse con la parte idealizada del superyó perseguidor, además de librarse de lo no deseado. Esto supone una fuerte motivación para controlar al objeto en el que se ha colocado la identificación proyectiva.

Sandler acepta la expresión kleiniana “dentro del objeto” aunque sin que implique invariablemente que la identificación proyectiva quede vinculada a fantasías de invadir o de entrar. Sí implica un forzamiento, ya que, en tanto mecanismo de defensa, trata de reducir la ansiedad manteniendo el aspecto proyectado fuera y resistiéndose en el análisis a volver a aceptarlo como aspecto de la propia representación.

Para que la identificación proyectiva se dé como defensa es imprescindible que  exista una frontera entre el self y el objeto, de lo contrario la persona no podría sentirse disociada de las partes escindidas del self. La intensificación de la identificación proyectiva en los estados psicóticos en los que las fronteras representacionales son tan difíciles de mantener, sería un intento por establecerlas (la fantasía de un perseguidor implica temporalmente la existencia de una diferenciación yo-no yo), pues de lo contrario entraría en un pánico desbordante. Sandler es contrario a hablar de la identificación proyectiva como un mecanismo meramente psicótico y es más bien partidario de hablar de identificación proyectiva patógena más que patológica.

Sandler discrepa, por tanto, de Klein quien defiende la identificación proyectiva como mecanismo por el cual se establece la diferenciación self- objeto en la primera infancia. En todo caso sería aplicable entendiendo que se trata de  un mecanismo de diferenciación basado en identificaciones y desidentificaciones distinto al mecanismo de defensa y que permitiría al bebé salir de un estado de confusión primaria entre las experiencias del self y del objeto. Es así que podrá acceder a  obtener el control sobre sus estados emocionales.

Se ocupa también Sandler de la dimensión transferencia –contratransferencia  en la que sucede una fantasía relativa al analista a través del mecanismo de la identificación proyectiva y que es además, una fantasía de deseo que presionará por tanto hacia la gratificación o el cumplimiento. Estas fantasías transferenciales de deseo tratarán de hacerse reales, de experimentarse como parte de la realidad y suscitarán una respuesta contratransferencial. Se da por tanto un deseo de respuesta deseada o imaginada del objeto. En el análisis, el paciente intentará realizar la relación de papeles inherente al deseo o fantasía inconsciente que en ese momento es dominante en él. Lo intentará de forma disfrazada o simbólica dentro del marco de la situación analítica. Por tanto el afán de realización (hacer realidad en los hechos o en la acción) forma parte del aspecto de cumplimiento de deseos de todas las relaciones objetales. En el análisis, hay una petición de respuesta del analista (contratransferencia) que refleje el papel asignado en la fantasía de deseo del paciente en ese momento (identificación complementaria de Racker). Si el analista se identifica con aspectos de la representación del self significa que en la fantasía del deseo del paciente se ha producido una nueva identificación proyectiva, un nuevo objeto-analista que contiene los aspectos proyectados del self del paciente  (identificación concordante de Racker ).  

Respecto a la función de continente  de Bion, Sandler la separa tanto de la teoría del desarrollo como  de la identificación proyectiva, pues la considera un concepto valioso en sí mismo, ya que va a permitir, como objetivo último del análisis, que el paciente pueda tolerar de manera más segura y amistosa aspectos de si mismo que antes le resultaban inaceptables. El analista como continente, es capaz de tolerar la aflicción, la hostilidad y el amor. Tolera las fantasías y sentimientos del paciente para después devolvérselas a éste en forma de interpretaciones en un contexto emocionalmente adecuado y que le permita aceptar las partes que consideró peligrosas o amenazadoras.

Conocer los mecanismos de defensa, proyecciones y externalizaciones que se producen en la fantasía inconsciente por identificación proyectiva, interpretar  el conflicto y los afectos dolorosos asociados, potenciando un acercamiento consciente a lo que el individuo es en realidad, será el objetivo. Y será posible a través de la exploración del mundo interno, de los temas recurrentes y centrales de su inconsciente actual y remitiéndolo al pasado de forma pertinente.

Respecto a la relación entre identificación proyectiva y empatía, Sandler nos remite a un trabajo con W.G. Joffe del año 1967. El estado de confusión primaria entre el self y el objeto (denominado identificación primaria por Freud y adualismo por Piaget) persiste en forma modificada y momentánea durante toda la vida y puede facilitar la base de la capacidad de empatía. Será la función yoica de desidentificación, un acto mental que  se repite una y otra vez, lo que restablecerá  las fronteras entre el self y el objeto (no serian fronteras estáticas una  vez establecidas). A lo largo de la vida se dará una persistencia momentánea del estado primario de confusión cada vez que se percibe un objeto o se evoca su representación, lo que suministra la base de los sentimientos de empatía. Este estado primario que Sandler denomina como estado genéticamente temprano que persiste, convive con los procesos posteriores de identificación secundaria y proyección que sí requieren de estos límites entre self y objeto a lo largo de la vida.

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