aperturas psicoanalíticas

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revista internacional de psicoanálisis

Número 042 2012

Sobre las huellas de la vergüenza. El lugar de la vergüenza en psicopatología

Autor: Rossi Monti, Mario

Palabras clave

Psicopatologia, vergüenza, Fenomenologia.


Traducción de José M. López Santín (Psiquiatra del CSMA Martí i Julià. Parc de Salut Mar de Barcelona; e-mail: 25275@parcdesalutmar.cat y Ferran Molins Gálvez (Psiquiatra de C.A.Emili Mirà i López. Parc de Salut Mar de Barcelona.)

Publicado originariamente en Atque, 17, 83-100 (1998). Traducido y publicado con autorización del autor

Vergüenza y locura

¿Qué lugar ocupa la vergüenza en psicopatología? No se puede responder a esta cuestión sin tener en cuenta dos datos fundamentales. El primero está representado por el hecho de que en psicopatología el variado campo de las emociones ha estado tradicionalmente dividido entre depresiones y elaciones maniacas. Los psiquiatras han mirado hacia las emociones deslumbrados por lo que la clínica ponía dramáticamente bajo sus ojos, sin tener suficientemente en cuenta la amplitud del fondo emotivo sobre el que se producen patologías psíquicas sólo aparentemente dominadas por un único afecto. De Kraepelin en adelante, la división del campo emotivo en los dos ámbitos tradicionales de la manía y de la depresión, si por un lado ha delimitado con claridad el área de la bipolaridad maniaco-depresiva, por el otro ha ocultado la posibilidad de acceder a un más vasto repertorio emotivo que mantiene importantes relaciones con la patología psíquica mayor[1]. También el psicoanálisis, desde siempre más atento a los movimientos emotivos, ha descuidado largamente la vergüenza. Freud cayó víctima de una verdadera ‘obsesión por la culpa’ (Goldberg, 1991), por la que la vergüenza ha estado durante mucho tiempo en los márgenes de la reflexión psicoanalítica o predominantemente reducida al rango de formación reactiva contra impulsos exhibicionistas[2].

El segundo dato está constituido por el hecho de que la vergüenza ha sido considerada generalmente como una emoción consiguiente a un trastorno mental grave. De manera reduccionista la vergüenza ha sido a menudo identificada con el sentimiento de quien se justifica por haber sido malo o loco. El libro más importante escrito en estos últimos años sobre la psicosis maniaco-depresiva (Goodwin, Jamison, 1990) dedica solamente un parágrafo a la vergüenza en el cual se lee que las personas afectas de enfermedad maniaco-depresiva sienten a menudo una vergüenza y una humillación muy intensa, pero siempre consecuente al trastorno o a las conductas causadas por el trastorno mismo. Quien se avergüenza de haber estado loco, de haber delirado, de haberse comportado de forma extraña o excesiva, de haber perdido el control, de haber sido violento, de los excesos sexuales, de haber causado un desastre económico, de haberse recuperado en un manicomio, y cosas así. El paradigma de referencia está representado por el caso de Áyax descrito en la tragedia de Sófocles. Desde siempre Áyax ha sido visto como aquel que – habiendo descubierto que se había comportado de forma enferma en el curso de una crisis de locura – no pudiendo tolerar la vergüenza del haber estado loco, se suicida. Pero tras un examen más detallado la locura de Áyax está precedida por un acontecimiento altamente significativo, por un acontecimiento que inflige una herida profunda a su narcisismo. El hecho de no haber sido juzgado digno de las armas de Aquiles (asignadas en su lugar a Odiseo) abre de par en par a los ojos del héroe el abismo que separa el Sí del Sí ideal. En esa ocasión, que hace de motor generador de toda la tragedia, Áyax experimenta una herida narcisista que abre a la vergüenza, a una vergüenza desconocida y se transforma en la rabia destructiva, en esa locura vergonzosa a la cual el suicidio podrá poner reparación. Entonces, ¿en qué medida la vergüenza es solo una experiencia del después-de-la-locura o, puede, en su lugar, constituir un punto nodal del curso hacia la locura? [3].

Las palabras de la vergüenza

Dar un nombre a algo responde a la exigencia de impedir la dispersión de los fenómenos observados, ligándolos provisionalmente entre ellos (Bion, 1963). Pero las palabras constituyen también instrumentos indispensables para adueñarse de las experiencias, haciendo posible al mismo tiempo dar un nombre a la cosa sucedida y actuar sobre las experiencias mismas. Poner en palabras una experiencia ya es un modo de transformarla. En el caso de la vergüenza, ¿qué contiene esta palabra? ¿Qué significados se ponen bajo su paraguas semántico? ¿Hacia qué áreas de la experiencia se extiende la vergüenza? La consulta de un diccionario de sinónimos puede ayudar a indagar los principales ámbitos hacia los que se dilata la noción de vergüenza. El deber de esconderse, la cualidad relacional de la vergüenza (en la vertiente privado-protectora o expositiva-acusatoria) y su cualidad somática o sexual hacen de organizadores de los principales grupos de significado. Esquemáticamente se pueden enumerar:

a)    El área de la turbación, restricción.

En esta aspecto del significado la vergüenza remite al trauma, a una agitación interior por ocultar, que no debe dar signos de sí al exterior.

b)    El área de la sujeción, temor, embarazo, pudor, modestia, reserva, timidez, mojigatería. En este segundo aspecto ya transpira la cualidad relacional de la vergüenza pero en su vertiente protectora y ego-poiética (N. de T.: en referencia al papel de la vergüenza en la formación del self o sí mismo). De hecho, la vergüenza-pudor lleva a cabo una importante función evolutiva, protegiendo la separación y la individualidad del individuo. En esta acepción la vergüenza es también una emoción fundante de la intersubjetividad para la que -como ha descrito Kinston (1983)-  ‘el precio de la individuación es la vergüenza’. Por lo demás Straus (1933) consideraba diferente un aspecto existencial-proyectante (propio de la vergüenza-pudor) de una vergüenza-ofensa. Mientras la vergüenza-pudor defiende el Sí de una intrusión en la propia intimidad, en la vergüenza-ofensa el centro de gravedad es desplazado hacia el mundo externo y adquiere importancia el juicio de los otros. El Sí se transforma en un dato de hecho, objeto de una malévola observación y del juicio ajeno.

c)    El área de la ofensa, mancilla, deshonor, ignominia, mancha, vituperio, infamia.

Este aspecto muestra la otra cara del significado relacional de la vergüenza. Una vertiente en absoluto protectora, sino al contrario, ostensiva, enmascadadora, acusatoria y desde el inicio ya paranoica (Ballerini, Rossi Monti, 1990).

d)    El área del rubor

Un aspecto del término que hace referencia al cuerpo, donde la superficie cutánea, que hace de interfaz relacional con el mundo externo, deviene el terreno sobre el que se extiende el rubor, signo exterior y visible de la vergüenza;

e)    El área de los órganos genitales, pudorosos (al plural: las vergüenzas)

Otra extensión de carácter corporal, que atañe sin embargo a una parte del propio cuerpo muy íntima y a esconder. ‘El claro Odiseo, de la espesa selva rompió con la mano robusta un ramo de hojas, para que cubriese las vergüenzas de hombre entorno al cuerpo’ (Odissea, VI libro).

Los canales lingüísticos de la vergüenza

A pesar de la riqueza de términos y de sinónimos en nuestra cultura no es fácil encontrar un canal expresivo lingüístico para la vergüenza. Esto es debido en parte a la potente influencia que las características del lenguaje ejercen sobre el modo en que tratamos con nuestros afectos, y nuestro lenguaje parece, por sus características convencionales, más capaz de dar voz a la culpa que a la vergüenza, una vivencia más enigmática, inefable y de difícil verbalización. Por lo demás la vergüenza se encuentra en el centro de una típica paradoja. De hecho se trata de un sentimiento que concierne a la esfera de máxima privacidad e intimidad de un individuo, pero que al mismo tiempo tiene un componente relacional-social fundamental (Semi, 1990). En este sentido la vergüenza se coloca en lo alto de un tipo de cortocircuito que pone en contacto directo una experiencia intrapsíquica con una experiencia intrapersonal, el polo narcisístico con el polo objetual de este sentimiento (Munari, La Scala, 1995).

La dificultad para encontrar un canal lingüístico expresivo para la vergüenza puede ser reconducida al menos  a cuatro factores:

1.    Al carácter impredecible de la vergüenza. La vergüenza es un afecto inestable, impredecible, volátil y por tanto más difícil de captar que la tristeza o la euforia. Es una emoción episódica, que difícilmente se transforma en un estado prolongado sin ir al encuentro de un proceso de sustitución con otra emoción como la culpa o la rabia-furor (Lewis, 1992). En resumen, la vergüenza es un afecto en el que no se puede parar, en el que no se puede habitar, como un depresivo melancólico habita la culpa. Mientras la culpa está delimitada y focalizada sobre acciones u omisiones específicas (Meissner, 1986; Tangney et al, 1992), la vergüenza funciona más por accesos, en base a las leyes del todo o nada, y tiene de forma prevalente un carácter global que concierne a la cualidad del Sí. También la escucha de la vergüenza se hace particularmente dificultosa por la tendencia de la vergüenza al viraje rápido hacia otros afectos, sea en la vivencia de quien experimenta este sentimiento, sea en la mente del que lo escucha. De hecho, en la escucha de un paciente llega la ocasión muy a menudo de reconducir una experiencia de vergüenza al registro de la culpa.

2.    A la relevancia visual de la vergüenza. La dificultad para poner en palabras la vergüenza deriva del hecho de que la vergüenza está ligada al enmascaramiento, a algo que se hace perceptivamente evidente, más como imágenes visuales que como pensamiento. En otros términos, la vergüenza está más anclada a representaciones de cosa que a representaciones de palabra. Así, en la traducción del nivel de las imágenes al de la palabra, la experiencia de la vergüenza pierde gran parte de su intensidad. En la experiencia de vergüenza se atribuye gran importancia a la mirada del otro que se hace el espejo de las propias insuficiencias, el instrumento mediante el cual objetivar algo que no es posible integrar en las imágenes de sí;

3.    Al carácter migratorio y en primer lugar corporal de la vergüenza. De hecho la vergüenza tiende a migrar, a cumplir con gran desenvoltura el misterioso salto entre cuerpo y mente. Cuando el cuerpo, como a menudo sucede, se vuelve el soporte de la vergüenza, el cuerpo se hace,  a su vez, un objeto a esconder. La mímica de la vergüenza consiste de hecho en un repliegue a sí misma, en una actitud vergonzosa que se acompaña del silencio de la palabra. Ante la vergüenza se cierran los ojos (Fenichel, 1946) cumpliendo un gesto de sabor mágico por el cual el que no mira imagina no poder ser visto. Por lo demás incluso en la tradición filosófica que va de Hegel a Kierkegaard la vergüenza es ante todo vergüenza del cuerpo. En la ‘Estética’, por ejemplo, Hegel (1836-1838) escribía que ‘el pudor es el inicio de la ira contra algo que no debe ser’, aludiendo al hecho que la parte corporal del hombre desempeña sólo funciones de carácter animal;

4.    A la ubicuidad de la vergüenza. De hecho la vergüenza es un afecto ubicuo, poco reconducible a un contexto específico. Es un poco como el aire que respiramos: si empezamos a prestarle atención lo encontraremos por todos lados (Nathanson, 1987; Lewis, 1992). Además porque la vergüenza forma parte de una familia de emociones, constituida por el pudor, la humillación, el sentido de inferioridad, la mortificación, la incomodidad. La dificultad de una aproximación a la vergüenza depende del hecho, notaba Max Scheler (1957), de que la vergüenza forma parte del claroscuro de la naturaleza humana. De hecho la vergüenza forma parte de la historia evolutiva de cada uno de nosotros en el sentido de que la historia de nuestras imperfecciones (inscrita en nosotros a partir del pecado original) constituye una clase de biblioteca a la que la vergüenza puede libremente atenerse.

Por este conjunto de características la vergüenza ha sido bastante descuidada, tanto como para haber sido definida como la Cenicienta de las emociones. La dificultad para reconocer,  escuchar y hablar de la vergüenza se ha hecho sentir incluso más en el ámbito psicopatológico, donde el área de los afectos ha sido monopolizada por la depresión y la manía. Sin embargo, pese a las dificultades para seguir sus huellas, el rol de la vergüenza en el campo de la patología psíquica se ha ampliado extraordinariamente en los últimos años. Partiendo de una posición de indiferencia, la vergüenza ha mostrado que se dispone de forma tangencial a gran parte de la psicopatología, pasando a ser el centro de la atención en muchos cuadros psicopatológicos. La escucha del psicopatólogo se ha afinado para captar las huellas de este sentimiento recóndito. Los principales cuadros clínicos en los que las experiencias de vergüenza desempeñan un rol importante pueden ser esquemáticamente  enumerados como siguen:

  • Fobia social
  • Depresión
  • Dismorfofobia
  • Paranoia
  • Esquizofrenia
  • Área del trastorno narcisista y borderline
  • Anorexia-Bulimia
  • Toxicodependencias
  • Trastornos

·      Las hipótesis ex post en psiquiatría

Tradicionalmente a los psiquiatras se les llama a intervenir cuando las cosas ya han pasado, cuando el problema se ha manifestado en la forma de un síntoma desarrollado. El impacto con el síntoma ocupa por tanto gran parte de la atención y de las energías del psiquiatra, arriesgándose a oscurecer el camino que ha conducido al mismo síntoma. Respecto al área de la vulnerabilidad esquizotrópica o endotímica (Stanghellini, 1997) el psiquiatra a menudo es reclamado cuando la vulnerabilidad ya ha dado lugar a la emergencia sintomatológica. Cuanto más se recurre a un modelo de carácter reduccionista, tanto más difícil será intentar recorrer hacia atrás, con el paciente, el recorrido que ha conducido a la manifestación del síntoma. En estas condiciones la psiquiatría se ve forzada a utilizar al menos interpretaciones e hipótesis ex post, del tipo ‘si ahora veo esto, si asisto a este fenómeno psicopatológico, puedo pensar que primero se haya  verificado otro fenómeno tal que haga posible lo que yo veo ahora’. Es por este motivo que los psiquiatras tienen mucho que aprender de los historiadores y no sólo de los físico-químicos. Se encuentra un poco en la posición de aquel sabio que percibe que un elefante ha pasado sólo cuando el elefante se ha alejado y sobre el terreno quedan con claridad las huellas de sus pasos. En esta situación el sabio, mirándole, se oye afirmar: ‘ciertamente por aquí ha pasado un elefante’. Este apólogo no es mío, sino que está referido por Clifford Geertz (1995), un gran antropólogo contemporáneo, según el cual la antropología etnográfica se encuentra en unas condiciones similares, poniéndose el objetivo de ‘buscar reconstruir elefantes elusivos, más bien etéreos, y huellas de todo lo andado, partiendo de las huellas que han quedado en la mente’.

La psiquiatría, a menos que no se deje reducir a una disciplina mindless, se encuentra en unas condiciones análogas en cuanto llega a la escena ‘después del hecho’ [4], es llamada a intervenir sobre el trastorno como último anillo de la cadena, a reconstruir recorridos que están rotos o a reconstruir elefantes a partir de las huellas que han dejado sobre el terreno. El destino de la pareja terapéutica, en sustancia, parece ocuparse de fenómenos que han sido primero vividos y sólo después, eventualmente y con gran esfuerzo, comprendidos. El síntoma que tomado en sí mismo puede parecer incomprensible y ‘monstruoso’, una vez reconectado a la historia, a las vicisitudes del mundo interno y a la situación vital del sujeto no parecerá ya ‘monstruoso’. ‘El que vea sólo una cola, haciendo abstracción del monstruo a la que ella pertenece – escribía Pirandello (1922) – podrá valorarla por sí misma monstruosa. Habrá que volver a aquel monstruo; y entonces ya no parecerá más monstruosa, sino como debe ser, perteneciendo a aquel monstruo’. Por este motivo es necesario desplazar la atención de la vergüenza como afecto a las vicisitudes de la vergüenza, en otras palabras seguir las huellas dejadas por la vergüenza. Más que la vergüenza en sí misma adquiere importancia el después-de-la-vergüenza, los modos en que se intenta elaborar, re-transcribir y narrar esta experiencia.

La vergüenza es todavía un sentimiento difícilmente elaborable. Tiene que ver más con el orden de la diferencia y del control que con el de la trasgresión. Consiste en una constatación dolorosa que atañe al desvelamiento de cómo se es. Si la culpa implica la categoría de la reparación, la vergüenza es un sentimiento que aparece sin vía de salida, que concierne el cómo se está hecho y del que sólo se puede ser testigo. El aflorar de la vergüenza desempeña una función-señal importante constituyendo el indicador afectivo de una alteración del sentido de la propia identidad, de una ofensa llevada al propio equilibrio narcisista, de una percepción de la diferencia entre el Yo y el Ideal del Yo. En particular la vergüenza, como ha dejado claro Amati Sas (1992), se insertaría en la dinámica de la ambigüedad, constituyendo una señal de alarma ante el enfrentamiento con el riesgo de una regresión a una condición de ambigüedad, entendida como un estado de total adaptación, ductilidad, permeabilidad, no-conflictividad, no diferenciación (Bleger, 1967), cuyas manifestaciones más radicales han sido descritas en los individuos expuestos a situaciones traumáticas extremas, como tortura y campos de concentración.

La brújula de la vergüenza

‘La brújula de la vergüenza’, descrita por Nathanson (1996) está  aquí ulteriormente integrada, permite orientarse en los complejos caminos de los que la vergüenza es el origen. Si colocamos la vergüenza en el centro de un esquema ideal podemos individualizar al menos cuatro modos de ultrapasar o por lo menos contener la importancia de esta experiencia.

a) El primer modo está constituido por la retirada, por la limitación de la autoexposición, por el evitar exponer los propios pensamientos y los propios sentimientos, confinándolos a una esfera íntima y privada. Una elevada vulnerabilidad narcisista sostiene a menudo esta tendencia a la retirada o a una verdadera fuga de cualquier situación que pueda reavivar ese dolor. No se trata necesariamente de una fuga en el espacio, de una evitación de los lugares donde se está más expuesto al riesgo de este sufrimiento, sino que puede tratarse de un desinvestimiento afectivo en los enfrentamientos con los que podrían renovar esa herida.

b) Una segunda modalidad consiste en el ataque autodirigido: criticarse implacablemente en primer lugar para ponerse a resguardo de la vergüenza derivada de la crítica de los otros, buscando así exorcizar este peligro en la relación. Un aspecto constitutivo de la vergüenza consiste de hecho en el estar expuesto a la mirada de otro que expropia la subjetividad y reduce al que es observado a objeto de espectáculo (Sartre, 1943). Infligir activamente y por adelantado a sí mismo lo que se teme que el otro nos inflija evita que la vergüenza se transforme en ofensa. Mediante una medida radical y preventiva se despeja el campo de la posibilidad de una herida narcisista, reconduciéndola de esa forma bajo el propio control, recuperando la dimensión activa en vez de sufrir las consecuencias pasivamente, dejándose caer a merced del sarcasmo destructivo de los otros. De este modo la experiencia misma de la herida narcisista se vuelve una experiencia de la que se puede asumir el control en alguna medida, reconduciéndola en el radio de acción del Sí, de forma que en vez de ser vivida como impuesta desde el exterior pueda ser poseída y entrar a formar parte de la propia experiencia.

c) Una tercera modalidad de hacer frente a la vergüenza es la basada en la evitación-desconocimiento. Dejar de lado o ignorar todo lo que disminuye la propia imagen de sí constituye un modo de mantener una elevada cohesión del Sí. Las estrategias conductuales sostenidas por el deseo de alcanzar la perfección representan muy a menudo modos de mantenerse por encima de cualquier crítica, volviéndose invulnerable a la vergüenza. Por otro lado  un estado de euforia, quizás sostenido por el uso de sustancias euforizantes, constituye un antídoto eficaz a la vergüenza, que es – como se ha notado ya – soluble en alcohol.

d) La cuarta modalidad de reaccionar a la vergüenza está basada en la medida del ataque heterodirigido. Ante situaciones peligrosas, capaces de provocar sentimientos de vergüenza, la vulnerabilidad a estas emociones puede explicarse mediante la medida extrema del infligir activamente (a menudo por anticipado) a los otros las heridas narcisistas que el sujeto teme recibir él mismo. Sobre la base de la demanda en activo de una experiencia pasiva, se atribuye a los otros la causa de un fracaso propio. A la luz del principio de la transformación en activo de una experiencia pasiva (G. Klein, 1976) también la relación entre culpa y vergüenza puede configurarse de modo más complejo.

La complicada relación entre culpa y vergüenza

 La relación culpa-vergüenza tradicionalmente ha sido vista como fundada sobre una serie de diferencias.

La culpa se refiere a las acciones mientras que la vergüenza se refiere al Sí. Si la culpa pertenece al orden de la trasgresión, la vergüenza se refiere al orden del fallo. Si la culpa es un transgredir, la vergüenza es un no estar a la altura, manifestar un defecto del Sí incompatible con la imagen propia ideal. Los contenidos en torno a los que se aglutina la experiencia de vergüenza son representados por la triada ‘debilidad, imperfección y suciedad’ (Wurmser, 1981) de la que se pueden subrayar varios derivados referidos a una falta de control o a una deformidad o a una traición en la confrontación de las expectativas del contexto social. En lo esencial, una persona para avergonzarse debe haberse mostrado a sí misma como débil o carente.

Desde el punto de vista estructural, la culpa se refiere al Super-Yo, la vergüenza al Ideal del Yo.

La culpa es una experiencia circunscrita, focalizada en acciones (u omisiones) específicas y sobre sus consecuencias específicas; la vergüenza por el contrario enmarca el Sí en su totalidad. Si la vergüenza constituye un fallo total respecto de una norma o de un modelo de conducta, la culpa es por el contrario el resultado de una fallo específico (Lewis, 1992). Mientras la culpa puede ser de alguna forma circunscrita a una parte de la persona, limitada incluso a una o a pocas acciones (u omisiones) y es siempre posible que el resto de la persona la elabore en el arrepentimiento o en la conversión, la vergüenza es un afecto global, más penetrante del que la persona puede distanciarse solamente après-coup, pero no mientras lo vive.

La vergüenza es una emoción recurrente que se nutre de sí misma, fácilmente contagiosa y que puede incluso extenderse en sentido transgeneracional en el interior del grupo familiar. Mientras nadie se siente culpable de tener sentimientos de culpa, sí se avergüenza de sentir (y sobre todo mostrar) vergüenza.

Desde el punto de vista temporal, mientras los sentimientos de culpa pueden tener un larguísimo curso que testimonia una elaboración o superación, la vergüenza funciona más por ‘accesos’. En este sentido está presente como un afecto totalizante que sumerge la persona entera y se propaga al cuerpo o bien va hacia una desaparición, es eliminada o transformada en otros sentimientos, como por ejemplo la rabia [5].

Finalmente, mientras la culpa concede la posibilidad de la reparación o de la penitencia-expiación,  la vergüenza es un hecho concreto, una constatación.

Tradicionalmente la culpa y la vergüenza han sido vistas en relación de oposición. Si muchas de estas diferencias permanecen válidas y útiles en el reconocimiento clínico, aun es igual de útil no considerar la culpa y la vergüenza sólo como sentimientos antitéticos, como estados emotivos complejos mutuamente excluyentes. No se trata tanto de virar de un paradigma cognitivo dominado por la culpa a uno dominado por la vergüenza, como de tener en cuenta la secuencia y la modalidad en la que vergüenza y culpa pueden articularse. Una aguda observación freudiana en torno a la desvergüenza e impudicia del melancólico muestra, por ejemplo, cómo un análisis de la articulación entre vergüenza y culpa puede abrir nuevas perspectivas en la comprensión de los delirios de culpa melancólicos. Freud había quedado sorprendido por el hecho de que el melancólico no se comporta hasta el final, en todo y para todo, como un individuo atormentado por los remordimientos o por las autoacusaciones, que se avergüenza de sus fechorías (presuntas) de cara a los otros. Al contrario, el melancólico parece absolutamente privado de la limitación de dirigirse tremendas acusaciones, más bien ‘casi se podría poner de relieve en el melancólico la característica opuesta de una persistente necesidad de comunicar, que encuentra satisfacción en el despojar su propio Yo’ (Freud, 1915).

En este sentido en el delirio de culpa melancólico la culpa podría por tanto configurarse como un intento de recuperar poder sobre la falta de poder de la vergüenza, sobre la humillación consiguiente a una pérdida (real o fantasmagórica; de un objeto real o introyectado) sentida como un abandono injusto, una ofensa, una humillación. Atribuirse sin limitación todas las culpas del mundo ya es una forma para revertir la impotencia y la humillación derivadas de una pérdida, vivida pasivamente, en el fruto de una acción propia culpable. Si la vergüenza es una condición de sumisión, de pasividad, de ausencia de poder, en la culpa el Sí mantiene a su vez una posición de actividad (Gilbert, 1992). Mediante la asunción de una responsabilidad total, que alcanza su cúspide en la vivencia omnipotente de condena eterna del síndrome de Cotard, el delirio de culpa melancólico podría explicar el intento de revertir pudorosamente la humillación de la pérdida en una condición de eterna grandiosidad culpable.

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Wurmser L., The mask of shame, Aronson, New York, 1981

 



[1] Algunas excepciones relevantes están constituidas por los estudios de Edwin Straus (1933), Ludwig Binswanger (1957) y Ernst Kretschmer (1918). Este último, en particular, ha colocado a la vergüenza en la base de un cuadro clínico específico que ha llamado ‘delirio sensitivo de referencia’. Sobre la base de una caracterología estructurada sobre la oposición entre disposiciones esténicas y asténicas del carácter, Kretschmer ha sostenido que también en el área más típicamente expansiva de la paranoia, compuesta de naturalezas combativas, fanáticas, con un amor propio exasperado, profundizando el estudio se encuentra en el individuo una espina de debilidad ‘asténica’, un punto vulnerable, un ‘foco oculto de sentimientos de insuficiencia muy antiguos’. Cuando una situación que funciona de acontecimiento-llave toca esta área, se abre la cerradura del carácter y se constituye la vivencia patógena primaria, caracterizada por una vivencia de humillación vergonzosa, de, restricción, de insuficiencia humillante, en otros términos de un ataque a la estima de Sí. En el origen de los delirios descritos por Krestchmer de hecho se choca con sentimientos que giran entorno a la vivencia de la vergüenza. El camino hacia la comprensión del delirio abierto por el estudio de los casos de delirios sensitivo de referencia ha constituido una vía privilegiada para entrar en el mundo de las psicosis paranoides en el sentido más amplio (Ballerini, Rossi Monti, 1990).

[2] En la ‘Minuta K’ (1895) Freud habla de la vergüenza y de la moralidad como fuerza que sacude. En las ‘Nuevas observaciones sobre las neuropsicosis de defensa ’(1896), analizando un caso de paranoia crónica, escribe que ‘en el momento que una vergüenza dada tenía un carácter de obsesividad, concluía que, en base al mecanismo de defensa, debía haber todo un episodio, después borrado, vivido sin vergüenza por mi paciente’. En los ‘Tres ensayos sobre la teoría sexual’ (1905), discutiendo el rol de la vergüenza en el periodo de latencia, Freud subraya el rol de la vergüenza, junto al pudor, al asco, a los ideales estéticos y morales, en el constituir un dique a las pulsiones sexuales. En ‘Carácter y erotismo anal’ (1908) describe la vergüenza y el pudor como formaciones reactivas y contrapotencias en el periodo de latencia respecto a los impulsos exhibicionistas infantiles. Se ha señalado (Lewis, 1971) que parte del material clínico freudiano podría ser reexaminado teniendo en cuenta la importancia de la experiencia de vergüenza, demasiado a menudo reconducida bajo el gran paraguas de la culpa. A este respecto parece emblemático el caso Dora, donde la ‘mortificación’ de la paciente en el no ser creída tiene evidentemente que ver con la vergüenza. Sólo de los primeros años 70 en adelante la reflexión sobre la vergüenza ha ganado terreno en el ámbito psicoanalítico. Probablemente esto depende de la atención que se ha dirigido, sobre todo por Kohut (1971), al rol que los objetos desarrollan en el mantener la cohesión y el sentido de Sí y a la espiral vergüenza-rabia que puede ser desencadenada por cualquier herida narcisista en organizaciones particulares de personalidad.

[3] Para una discusión profunda del tema de la vergüenza en la tragedia de Áyax se remite a Lansky, 1996 y a Cabras, Lippi, Campanini, 1996.

[4] ‘Tras los hechos’ es el título de un ensayo fascinante de Geertz (1995). El título tiene un doble sentido y es un doble juego de palabras. A nivel literal significa simplemente buscar los hechos, pero en una primera torsión tropológica significa recurrir a interpretaciones “expost” (o cursiva) . En una segunda torsión remite a la crítica post-positivista del realismo empírico y al abandono de las teorías del conocimiento y de la verdad en términos de simple correspondencia. En esta acepción lo que es un ‘hecho’ se transforma en una cuestión extremadamente compleja.

[5] El análisis de la oscilación o incluso de la transformación de la vergüenza en rabia ha constituido uno de las vías más prometedoras de acceso dinámico-interpretativo al área de los trastornos paranoicos y de algunos síndromes paranoides. En este ámbito se coloca la contribución fundamental de Kohut (1971; 1978) que partiendo del estudio de los trastornos narcisistas de personalidad arroja luz también sobre los trastornos de tipo psicótico. El presupuesto, después de todo como para Grunberger, es que el narcisismo sigue una línea independiente de desarrollo respecto a la línea de la libido y por tanto una vía independiente de la regresión: de formas normales y maduras de narcisismo a configuraciones arcaicas, de la autoestima madura a la grandiosidad paranoide y de la admiración por los otros a la ‘máquina para influenciar’ (en el ámbito del ‘Sí grandioso’ y del ‘objeto omnipotente’ respectivamente). Los acontecimientos precipitantes que pueden desencadenar un movimiento regresivo vuelven normalmente en el campo de la herida narcisista más que en el del amor objetal. A la herida narcisista está ligada no sólo la incapacidad de mantener la autoestima y la preponderancia de la experiencia de vergüenza sino también la transformación de estas experiencias en una rabia ‘implacable’ con la que algunas personas reaccionan a la fuente de la herida narcisista. Es esta ‘rabia narcisista’ la que aparece como una de las posibles vías de salida de la vergüenza, precisamente en cuanto afecto aniquilador incapaz de elaborar que sólo puede ser expulsado o transformado. Próximo al capitán Acab de la novela de Melville, el personaje de Hans Kohlhaas, descrito por Kleist (1808) demuestra cómo un honesto comerciante del XVI, expuesto injustamente a una serie de vejaciones, sale de la condición de insuficiencia vergonzante transformándola en una rabia furibunda que lo induce a someter a hierro y fuego durante años un Land alemán entero. Igual de indicativo es el histórico incidente criminal del maestro Wagner, estudiado por Robert Gaupp (1914), por Ernst Krestchmer (1918) y más recientemente por Cargnello (1984), que víctima de sentimientos de vergüenza crónica relativa a comportamientos sexuales anormales, elaboró sobre la base de éstos una vivencia persecutoria referida a los campesinos hasta el punto de llegar a exterminar enteramente la villa de Müllhausen en 1913. La condena a muerte fue perdonada por una cadena perpetua, gracias a los exámenes psiquiátricos que iluminaron la línea de continuidad entre vergüenza patológicamente predominante, ideas de referencia y comportamiento criminal. A propósito de la idea de utilizar el modelo del delirio sensitivo de referencia kretschmeriano y la oscilación vergüenza-rabia como instrumento para ampliar la comprensión del proceso paranoide se remite a Ballerini, Rossi Monti, 1990a, 1990b, 1997.