aperturas psicoanalíticas

aperturas psicoanalíticas

revista internacional de psicoanálisis

Número 045 2013

El uso del dibujo infantil para explorar el campo analítico dual-grupal en el análisis de niños (Molinari, E.)

Autor: López de Lorena Barrué, Violeta

Palabras clave

Analisis niños, Analisis infantil, Dibujo infantil, Molinari.


Artículo: The use of child drawing to explore the dual-group analytic field in child analysis. Molinari, E. (2013) Int J Psychoanal, 94, p. 293-312

 

Introducción

La autora plantea cómo durante el primer encuentro de una terapia infantil, el analista se encuentra, incluso antes de ver al niño, confrontado con los padres y con la historia de cómo ellos han intentado entender y transformar el malestar o problema que les ha llevado a pedir ayuda. Conscientes de que el niño es parte de un complejo sistema de relaciones, todos los analistas infantiles, aun perteneciendo a diferentes líneas de pensamiento, están de acuerdo en la necesidad de establecer una alianza terapéutica con los padres, y han desarrollado diferentes técnicas de inclusión de la familia con este fin (Galatzer-Levy, 2008; Novick and Novick, 2005; Vallino, 2010).

Como Molinari explica, la familia otorga al niño, a través de su sintomatología, el rol de portavoz para expresar complejas dinámicas conflictivas. La autora destaca que la dinámica conflictiva inconsciente puede envolver al analista  desde el primer momento de la consulta,  y puede atraerlo inmediatamente a un campo analítico más cercano al grupo que a un  encuadre bipersonal de terapia con adultos. A través de la presentación de un caso clínico, nos muestra cómo a través del juego y el dibujo, el niño puede ser capaz de explorar no sólo la relación inconsciente establecida entre él y el analista, sino, también, el extenso campo analítico que es generado en la terapia. Esto incluye la relación inconsciente entre el analista y los padres.

La autora apunta que el niño termina siendo el miembro más susceptible del grupo, pero también el único que puede catalizar la transformación de las emociones sin procesar y los sentimientos que interfieren con su buen funcionamiento.        

Plantea que durante el análisis el niño desarrolla la capacidad de simbolizar algunas de estas dinámicas grupales, especialmente cuando el contenido de los juegos o dibujos trata sobre la familia o grupos de personas. La producción simbólica del niño puede ser usada como un potente activador del proceso transformacional en el grupo al proveer preciosa información sobre el mismo.

La autora a continuación presenta un caso clínico para ilustrar esta idea y método de trabajo.

Los síntomas de “la edad de hielo”

Presenta el caso de una niña, Elisa, de 5 años, que es llevada a consulta porque se niega a masticar la comida. La demanda de los padres en la primera consulta  es que se les dé asesoramiento, o incluso algún método rápido para convencer a la niña de que pruebe algún alimento sólido, ya que no come nada que sea solido e incluso, cuando no le dan otra alternativa, suele ayunar.

La autora, ante esta demanda de los padres, les plantea que no tiene “atajos” y se limita a escuchar los intentos desesperados ideados por los padres y sugeridos por otros, todos los cuales han sido un fracaso. Al final de la consulta propone unas sesiones de observación con la niña y otras sesiones adicionales con ellos.

Unos días más tarde la niña acude con su padre y juntos van a la sala de juego, donde la niña propone un juego basado en la película “La edad de hielo” (Ice Age) de 2002.

La autora explica que, según su opinión, en el juego se refleja alguna dificultad que tiene la niña para manejar su agresividad, así como tal vez eso le pasa también al padre. Hipotetiza que el padre percibe el juego de la niña como demasiado explícito en términos del odio que él puede sentir también hacia la analista. Pero no transmite esta hipótesis en ese momento ya que no encuentra el modo terapéutico de hacerlo.

Tras la tercera sesión cancelan una cita y conciertan otra a la que no acuden. Unos días después la analista llama por teléfono a los padres y la madre explica que, por presión del marido, han decidido “cambiar de método”. Esto desconcierta a la analista  y la lleva a revisar lo sucedido.

La autora hace referencia a la ambivalencia que todos los padres sienten hacia la terapia ya que, por una parte, desean una transformación pero, por otra, consultan al terapeuta buscando una cura sin curación profunda. La frecuencia de las sesiones, los honorarios, el principio, así como el final, son aspectos que se entrecruzan con estos sentimientos de ambivalencia.

En ese momento, Molinari explica que atribuye toda la responsabilidad de la interrupción del tratamiento a los padres eludiendo así pensar sobre la aversión que el padre ha despertado en sí misma como analista. Pero en las siguientes semanas, el pensamiento sobre esta interrupción la hace reflexionar sobre el rol del odio en la contratransferencia (Winnicott, 1947). En una variación sobre un tema de  Winnicott llega a la conclusión que algunas veces el analista puede odiar a los padres antes de que los padres odien al analista y antes de que los padres puedan saber que el analista los odia a ellos.

Este cambio de perspectiva le permite incorporarse a sí misma de forma más profunda en el proceso.

El analista-perezoso

La autora señala la demanda de los padres en el primer encuentro, donde le piden explícitamente rapidez y alivio de su ansiedad. Dada la urgencia de su angustia, la “no respuesta” y la proposición de innumerables visitas adicionales, que hizo la analista,  les decepcionó. Molinari reconoce que actuó siguiendo el canon teórico de cómo hacer una consulta padres-niños, anclándose en la idea psicoanalítica de que la lentitud y la reflexión son elementos esenciales en la buena práctica, atrincherándose en una teoría que le hizo perder de vista las pistas emocionales que los padres dejaban bajo su discurso (Ambrosiano, 1998). Explica que es posible incluso que su lentitud pudiera ser una temprana reacción inconsciente por el sentimiento de presión que los padres le causaron a través del ritmo agitado y la continua e irritante imposición de su discurso.

Expresa que es necesaria una gran capacidad y preparación para ser capaz de darse cuenta y utilizar los sentimientos inconscientes y, por ello, es entendible que estos detalles emergieran en su conciencia sólo después de la interrupción.

El analista-mamut: la pesadez

Los casos de carencias parentales necesariamente repercuten en el mundo interno del analista y reactivan el dolor y el odio de sus propias heridas. Según nos explica la autora, la resultante identificación con el niño implica que los elementos deficitarios de su ambiente, o las actitudes a veces de maltrato explicito,  se sienten como “odiosas” por parte del analista. Esto entraña un riesgo para el analista infantil, ya que puede generarle una grave turbulencia emocional en la cual las defensas se activan fácilmente y pueden hacerse evidentes en opiniones críticas acerca de las dificultades de educación de los padres,  o en un distanciamiento para contenerse psíquicamente. Si no se establece una atenta vigilancia sobre este tipo de experiencias propias, el riesgo del analista es sentirse como el “salvador” del niño y, al mismo tiempo, agobiado por esta responsabilidad.

La autora plantea  que si consideramos a los padres como miembros de un grupo y nos colocamos a nosotros mismos desde un punto de vista grupal, podemos pensar que todas las historias, incluso la más real, pueden ser ubicadas desde el campo emocional consciente e inconsciente, incluyendo las emociones inconscientes en torno al encuentro con el analista. De esta forma se podría entender la necesidad de los padres de recibir consejos, o incluso, apunta la autora, de recibir una “responsabilidad nutricia” con respecto a su capacidad de ser padres de una niña que no come.

El analista-tigre dientes de sable

La autora plantea que si hubiera sido capaz de escuchar su fastidio con respecto a la discusión de los padres, quizá podría haber intuido como estaba identificándose con la niña cuyas capacidades oposicionistas le causaban simpatía. Refiere que a nivel inconsciente la identificación con la niña generó en ella el odio inconsciente hacia los padres. Explica que concibió la idea de que la madre era más empática con la niña, mientras que el padre y sus preguntas sobre como engañar a la niña le generaban cierta molestia, no consiguiendo retenerlo en la terapia.

En las sesiones de observación compartidas nunca estuvo presente la madre, por problemas imprevistos de trabajo. Desde un punto de vista grupal, la autora se pregunta si  esta exclusión podría ser también una señal sobre la ausencia de sus propios aspectos maternales –los de la analista- capaces de aceptar realmente las dificultades emocionales, sin la excusa “de un trabajo analítico”.

Aprendiendo a ser una manada

Las manadas se mueven, cazan,  se alimentan juntos y todos los miembros colaboran en la defensa y cuidado de la descendencia. Molinari plantea que la terapia infantil puede considerarse como una manada de adultos,que tratan de aprender a cooperar juntos con el objetivo de ayudar al menor con dificultades. Esta “manada”, nos describe la autora, está compuesta por las personas reales que están presentes en la terapia pero también por otros miembros que están presentes en fantasía: hermanos y miembros de anteriores generaciones (y quizá también de futuras).

Vuelven los padres a pedir consulta

Tras unos meses, los padres vuelven a pedir consulta porque la niña había pedido como regalo de cumpleaños una casa de madera igual a la que había en la consulta de la analista. Los padres inicialmente aceptan terapia dos veces por semana para Elisa, así como encuentros mensuales con ellos dos. De esta forma son ellos los que encuentran el “método” de continuar, trayendo al primer encuentro un dibujo de la niña para cómo la niña les tiraniza.

En el dibujo la niña se dibuja a sí misma en la cama grande en el lado del padre, cosa que explicaban los padres era frecuente ya que no se iba a dormir hasta que ellos no accedían a que se acostara en su cama. El padre asocia la lámpara que aparecía en el dibujo con la actuación del lanzador de cuchillos en un circo, y en cierto sentido, explica sentir que Elisa estaba apuntando cuchillos hacía él, matándolo poco a poco con la actitud  de no masticar.

La representación de la madre vuelta de espaldas en el dibujo, evocaba en la analista su propia tristeza y rabia despreciativa, suscitada en ella por la sensación de ser rechazada. La exclusión de los aspectos maternos que se mencionan anteriormente, había entrado en el campo analítico con la problemática ausencia de la madre de las consultas de observación conjuntas. A través de la interpretación del dibujo, el problema de la exclusión ahora se convertía en algo que les pertenecía a todos. A través de los aspectos formales de su composición, la niña había provisto material para hacer posible la gran conciencia emocional.

La asociación que el padre hizo con el lanzador de cuchillos, para la analista contenía algo más inquietante que las  emociones que normalmente acompañan la relativa exclusión del niño de la pareja parental. Mientras que la dificulta de los adultos, que se había manifestado en la interrupción del tratamiento, podía ser vista como un sentimiento de odio que era en parte reciproco entre los padres y la analista, el síntoma de Elisa expresaba una emoción más primitiva que el odio. La autora entiende que la negativa a masticar  puede ser un síntoma de un amor que es tan voraz, que el niño, en fantasía, teme que pueda destruir al objeto, como pasa en algunos trastornos esquizoides (Fairbain, 1952).

Al final de la consulta la analista plantea que tiene una sensación distinta a los anteriores encuentros, se había creado una situación de comunicación, planteándoles a los padres que este era el “método” de pensar juntos y les pide que traigan otros dibujos que haga la niña para compartirlos juntos.

En el siguiente encuentro con los padres trabajan sobre un dibujo que la niña había hecho en otra sesión. Sobre este dibujo la niña explicó que había interpretado a sus padres trabajando. El padre doblado sobre su escritorio, su madre haciendo las tareas de casa, y en la parte inferior del dibujo, corriendo a comprar Nutella (comida favorita de la niña). La analista interpreta en sesión que Elisa estaba representando varios niveles: el placer de tiranizar a su madre a través de la comida, la creciente percepción de su capacidad para moverse psíquicamente en dos diferentes modos (uno más reflexivo y otro más orientado a la acción), las dificultades de experimentar la desaparición del otro, o simplemente la separación transmitida en el dibujo por la dificultad de representar a la madre cuando ella sale. Además también puede representar las dos modalidades en las cuales Elisa puede percibirles “estando” y “no estando” dentro del proceso analítico.

En las sesiones con la niña la analista sigue la técnica clásica de la relación dual analista-paciente, interpretándola a través del juego, el dibujo y la interacción entre aspectos emergentes de sus dificultades psíquicas. Pero plantea que lo que intenta señalar en este artículo es como un trabajo grupal contribuye al reconocimiento de las dificultades psíquicas de todos los miembros.

No utiliza el dibujo con los padres para demostrarles lo que pasa en el análisis con la niña, aun teniendo en cuenta que compartir algo que pasa en la intimidad de la relación analítica entre el niño y el analista puede aliviar el sentimiento de exclusión de los padres, sino que utiliza el dibujo para continuar con el proceso de llegar a conocerse unos a otros que se había puesto en marcha como grupo.

A través de este dibujo los padres comenzaron a hablar de su trabajo y Molinari percibe como se sienten reconfortados cuando ella toma en cuenta sus esfuerzos y obligaciones como personas y como padres. La madre refiere que la había representado tropezando porque era algo que ocurría frecuentemente. Tangencialmente dijo que los síntomas de la niña la habían hecho “tropezar como mama”, llevandola a hablar de que se encontraba muy alterada.

La madre relata una experiencia en la que de pequeña tropezó y mató accidentalmente un polluelo. Desde entonces se obsesionó con el hecho de tropezar y cuando la niña era pequeña y la llevaba en brazos, ella estaba realmente asustada de tropezar y aplastarla.

La autora piensa que la madre empezaba a expresar la dificultad y odio que los niños suscitan en todas la madres. Era una narración reveladora según la analista de una experiencia que puede provocar odio: la sensación de falta de equilibrio y la catastrófica percepción de las consecuencias. Plantea que los padres podían estar intentando hacerle entender emocionalmente cómo se habían sentido aplastados en el comienzo de la terapia, y como su alejamiento había sido la única estrategia para un rescate temporal.

El padre a su vez contó una historia de su infancia en la que  con los compañeros de clase organizan el entierro de una avispa que habían matado previamente. La analista tiene la sensación de que los padres intuían la emoción que subyacía al síntoma de la niña pero se abstiene de interpretar antes de que un significado compartido pudiera emerger.

La autora plantea que cuando se trabaja sobre aspectos esquizoides en una personalidad neurótica, es apropiado esperar a que el paciente encuentre el significado; ya que la interpretación fruto de la habilidad y experiencia del analista en estos casos es sistemáticamente rechazada y destruida.

En la siguiente sesión trabajan sobre un dibujo que la niña había realizado tras ver el álbum de fotos de la boda de los padres el día de su aniversario. En el dibujo la analista observa cómo es capaz de representar a la vez el enlace amoroso y el enfado y la muerte (a través de la representación de un Cristo crucificado). A su vez, en el dibujo aparecen representados varios animales, lo cual hace comentar a los padres la pasión de la niña por ellos, los que aparecen siempre en sus juegos y dibujos. Los padres hacen un pequeño ejercicio de asociación libre con cada uno de los animales del dibujo.

La autora plantea que esto le hace pensar de nuevo en la manada de animales del juego inicial sobre “Ice Age”, que la había ayudado a focalizar en la naturaleza grupal de su relación, y continuaba siendo un elemento muy útil en la observación de cómo el trabajo onírico podía traer una multitud de emociones a un nivel intrapsiquico e intersubjetivo.

Continuaron con los encuentros mensuales entre los padres y la analista en los que compartían los dibujos o las historias de los juegos de Elisa, lo cual les permitía someterse a una exploración menos defensiva y lograr una gran sintonía con las emociones y sensaciones presentes en todos los miembros del grupo.

Después de un año de terapia la autora explica que tras conocer algunos detalles de la historia personal de los padres, consideró de nuevo los dibujos del principio y su sintonía de una nueva manera, como una condensación extraordinaria de un mandato inconsciente. La madre cuenta que fue consciente de que estaba embarazada de Elisa, en el sexto mes de embarazo cuando fue a consultar al médico por los extraños movimientos que percibía en el vientre. Y explica que al enterarse su reacción fue encerrarse en su habitación e intentar deshacerse de la niña golpeándose violentamente el abdomen con los puños.

La historia del asesinato del niño en el juego inicial, Ice Age, y la crucifixión  que dominaba el dibujo de la boda de los padres, hipotetiza la analista como pistas de aspectos letales negados, inicialmente incorporados por Elisa en su negativa a alimentarse.

Según se explica, la dificultad de la madre para aceptar el embarazo, procedía de una relación muy problemática con su propia madre y una relación igualmente problemática con su marido. Tras el nacimiento de la niña, el padre desarrollo una dependencia alcohólica durante un periodo de tiempo.

Explica Molinari que estas graves dificultades relacionales emergían a través de la asociación libre de los padres activada por los dibujos de la niña. Los contenidos conscientes e inconscientes personales emergían normalmente primero de una forma indirecta, como una sensación activada por los contenidos formales del dibujo.  Y al compartirlo se promovía la emergencia de aspectos no pensados e inconscientes, así como  las alianzas inconscientes presentes entre los miembros del grupo. Plantea, siguiendo la idea de Kaës (2009), que las alianzas inconscientes permiten a los miembros del grupo reforzar en cada uno algunos procesos, funciones o estructuras patológicas por las cuales cada miembro gana su propia estabilidad psíquica. El grupo familiar, unido a través de este pacto negativo, es capaz de mantener esta realidad psíquica a través de la condición de sometimiento reciproco de los miembros que lo componen. En la interrupción inicial, la autora hipotetiza que el nuevo miembro del grupo se percibe como peligroso para el equilibrio psíquico del grupo.

Finalmente se presenta en el artículo un dibujo de una fase más avanzada de la terapia, para demostrar como este trabajo compuesto en dos niveles, dual (la analista con la niña)  y grupal puede construir un espacio capaz de albergar una relación menos conflictiva. Se trata de un dibujo que la niña hizo en una sesión representando el viaje que realiza con sus padres para ir a la consulta de la analista. Dibuja el coche de una manera intermedia entre la realidad y la fantasía. Inicialmente la niña refiere que su padre conduce y ella y la madre van detrás, pero posteriormente añade un cochero transformando el coche en un carruaje. Dibuja varios animales alrededor. La condición circense de algunos de los animales retrata una sensación de dificultad de la niña pero también un vuelco de la perspectiva a la que se enfrenta. Dibuja un gato con las patas en el aire en una posición confiada, una bandada de pájaros encima del carruaje y varios animales en parejas, que la analista interpreta como una posible expresión gráfica de una nueva capacidad psíquica de vinculación.  A su vez interpreta un garabato que hace sobre el caballo del carruaje como la nueva capacidad junto con la dificultad para contener los aspectos ambivalentes.

Molinari explica que cuando comparten el dibujo los padres y ella, ellos comentan que la niña había dibujado a la familia entera. El padre comentó que con respecto a la época del primer dibujo de la habitación de los padres, la niña ahora se sentía mejor con ellos. El padre a través del recuerdo del final (“just married”) de una película que había visto con la niña, según la analista, expresa una nueva sintonía emocional, con una naciente capacidad para estar juntos. La reevocación del primer encuentro, plantea la autora que  le hizo pensar en el comienzo tormentoso de la terapia. La representación que aparecía en el dibujo de un mono levantando unas pesas le evocaba el esfuerzo que realizó al principio por controlar sus sentimientos de odio generados en la primera consulta.

La asociación libre que emergía ahora, según la autora, estaba cargada de mucha menos ansiedad que al principio con el dibujo de la habitación de matrimonio y la asociación del padre con el lanzador de cuchillos, y a su vez le parecía más afinada con la representación de Elisa. En los gatos cabeza abajo representados por la niña los padres vieron la testarudez de la niña, que en muchas situaciones quería hacer exactamente lo opuesto a lo que ellos proponían.

Scrat y la bellota escurridiza

De nuevo haciendo referencia a la película Ice Age, a la que juega la niña al comienzo de la terapia, la autora nos plantea cómo se identifica con uno de los personajes, la ardilla que busca bellotas durante toda la película, las cuales se le escurren continuamente.

El personaje de Scrat representa exactamente cómo es de difícil comprender un elemento profundo de la verdad emocional, arraigada en una experiencia que nunca asume una forma determinada (Bion, 1970). La parte más efímera de la dificultad relacional, que habían sentido los unos hacia los otros tenía que ver con el nivel emocional cercano al alejamiento y a la muerte. Este nivel según la autora era expresado de alguna forma en el lenguaje corporal del síntoma de Elisa.

Según la autora, el plantear que el trabajo con los padres no es un aspecto complementario de la terapia sino una tarea igual y paralela, la oscilación dual-grupal (Corrao, 1993) permitió la transferencia de aspectos específicos de procesamiento de una a otra modalidad de análisis, con el efecto de estabilización y aceleración del proceso terapéutico.

Reduciendo la diferencia entre la terapia con el niño y la relación con los padres

La gradual participación de los padres en la terapia infantil es cada vez una práctica más común y por lo tanto la hipótesis de que el campo analítico no es bipersonal (analista-niño), sino que incluye a todos los miembros del grupo familiar cada vez gana más peso.

Pero Molinari señala que lo que queda sin explorar, sin embargo, es el método con el cual continuar, después de la primera consulta, para compartir con los padres el nivel de atención creativa que se experimenta en el juego cuando, por elección o necesidad, las sesiones de juego no se comparten. Según explica, el descubrimiento de que uno de los juegos de Elisa contenía huellas de uno de sus sentimientos hacia el padre, le permitió hipotetizar que los dibujos, como el juego, podían ser considerados también una herramienta con la cual ubicar las emociones presentes en el campo analítico que se extiende más allá de la pareja analista-paciente. Así los dibujos serán un instrumento para explorar el universo de emociones presentes en el campo analítico, en lugar de ser utilizados con los padres únicamente en un sentido explicativo.

Las asociaciones memorias y fantasías que crecían alrededor de los dibujos permitían desarrollar una nueva e inesperada capacidad de jugar con imágenes en el pequeño grupo, sin la necesidad de que fueran directamente interpretadas como productos de sujetos individuales. La autora considera que,  exactamente como pasa en el análisis infantil, en el cual el juego es un proceso reparador, generador de una transformación psíquica del self, este método de utilización de los dibujos con los padres, permitía  la actualización con ellos de una relación dotada de factores terapéuticos específicos y no-específicos.

En particular, los dibujos, especialmente al principio, permitieron a los padres sentirse afectivamente en sintonía con su hija, manteniendo en segundo plano los aspectos más ambivalentes de la relación con la analista. El trabajo en un pequeño grupo, en el cual Elisa está presente a través de sus producciones, gradualmente permitió el montaje de estas protorepresentaciones, intencionadamente no interpretando en relación con Elisa y dejandolas en una forma insaturada (no vistas como explicación plena) hasta que ellos pudieran asumir un significado compartido. La construcción de un significado personal por cada miembro tuvo lugar a través de la unión de sus propias cadenas asociativas con otras de otros participantes.

Desde un punto de vista más teórico, cada miembro del grupo pudo experimentar ambas formas de seguridad afectiva a través de la investigación de su propia comprensión subjetiva de los dibujos y la exploración de una verdad emocional más inquietante a través de una experiencia de creatividad compartida. La eficacia de este método en opinión de la autora, se encuentra en la posibilidad de no eliminar la capacidad de los padres para entenderse a sí mismos en la relación con su hija, y en el incremento de su capacidad imaginativa y asociativa, que es, en resumen, su capacidad de jugar y soñar emociones inconscientes no pensadas.

Comentario personal

El artículo presta atención a un aspecto frecuentemente olvidado en las diferentes teorías, estudios y corrientes sobre terapia infantil, aunque como señala la autora cada vez más tomado en consideración. Este es la importancia del papel de los padres durante el proceso terapéutico del niño, su ambivalencia, sus expectativas, su demanda, sus dudas y la relación que se crea entre ellos y el terapeuta. Si estos aspectos no son tenidos en cuenta, y trabajados cuando hay dificultades, lo más probable es que se produzca un abandono o un fracaso terapéutico.

El trabajo con los padres a través de compartir los dibujos o juegos, como una forma de pensar y entender juntos la  realidad emocional que rodea al niño y los demás miembros participes en la terapia, es  muy interesante. Pero a mi modo de ver si se intenta utilizar con padres muy ansiosos o con una elevada demanda de pautas o soluciones rápidas, como ocurría con los padres de Elisa, lo más posible es que fracase o abandonen el tratamiento como ocurre con ellos al principio.

Para mí la aportación más interesante del artículo es la concepción de la terapia infantil como una terapia grupal, con lo que esto implica. Al concebir la terapia de un modo grupal, incorporando a todos los miembros que participan en el análisis, los sitúa a todos a un mismo nivel, algo poco frecuente.  Esto aporta una nueva perspectiva que para mí queda muy bien reflejada con la analogía que hace con la manada. El trabajo en conjunto, buscando la cooperación, y sacando al terapeuta de su rol de experto, favorece un clima de sintonía que a mi modo de ver minimiza las defensas de todos los miembros que participan en la terapia.


Bibliografía

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