aperturas psicoanalíticas

aperturas psicoanalíticas

revista internacional de psicoanálisis

Número 003 1999

Formas de inscripción psíquica: el lugar del lenguaje y la expresión de los afectos en el campo analítico

Autor: Vinocur de Fischbein, Susana

Palabras clave

Analisis del discurso, Conocimiento relacional implicito, Lenguaje y psicoanalisis freudiano, Lingüistica pragmatica, Metapsicologia..

  Resumen

    Los hábitos discursivos de un grupo humano específico, vieneses de clase media de fines del siglo XIX, sirvieron de base para afirmaciones universales acerca de las modalidades de significación tanto en los aspectos lingüísticos de expresión de sus síntomas como en las conductas derivadas de su patología. Este trabajo intenta considerar qué ocurre con muchos pacientes de nuestra práctica actual quienes se distancian cada vez más de los casos de Freud, tanto en sus presentaciones psicopatológicas como en su actividad discursiva. Un primer apartado recorre las conceptualizaciones freudianas en torno a las representaciones y el afecto concomitante. La constitución de la "unidad sellada" Representante -representativo permite dotar a lo no representable, al factor cuantitativo de la pulsión, de una figuración. El giro teórico de 1920 nació de la necesidad de dar cuenta de mayores complicaciones clínicas. El trabajo analítico, singularmente en los desarrollos post-freudianos que se ocupan de las patologías no neuróticas, deja de centrarse sobre el develamiento de sentido de lo representacional para transformarse en trabajo de construcción de lo representacional.
    En un segundo apartado se rastrean las múltiples inferencias de Freud respecto del uso del lenguaje y cómo su genio le permitió exceder los límites impuestos por las conceptualizaciones filológicas y prescriptivas de su época.
    Finalmente se exponen posibles aportes provenientes de los actuales desarrollos de la lingüística pragmática y del análisis del discurso al psicoanálisis, utilizados los primeros como instrumentos de una metodología complementaria que permitiría afinar nuestra escucha. Se intenta ilustrar lo anterior mediante una viñeta clínica.

Introducción

    Una restricción casi obvia para el desenvolvimiento del trabajo analítico, concebido en su forma originaria, sería la de un paciente absolutamente mudo, sin siquiera el dominio del lenguaje gestual del sordomudo, o un analista totalmente sordo. Tanto el material como la operatividad del análisis freudiano descansan sobre una base semántica, es decir, la atribución de significación y su verbalización. La formación literaria y humanística de Freud, desde los clásicos griegos y romanos hasta los expositores de la cultura renacentista y romántica, ampliamente citados en sus escritos, da cuenta de y predetermina su revolucionaria escucha aplicada al ámbito clínico; aún cuando el material trabajado por él no fuese el literario, como lo fuera en los casos de Schreber y la Gradiva-- exponentes precisamente del pensar no neurótico-- sino las producciones orales de sus pacientes: Dora, el Hombre de las Ratas, el Hombre de los Lobos, entre otros. Se ha escrito abundantemente y excede el propósito de este trabajo ocuparme de estas obras. Sin embargo, podríamos de un modo general constatar que con excepción del noble ruso casi todos sus pacientes pertenecieron a un medio social, cultural, étnico e histórico muy específico: judíos vieneses de clase media de fines del siglo XIX. Los hábitos discursivos de este grupo humano específico, si bien representan un espectro limitado de las posibilidades de verbalización, sirvieron de base para afirmaciones universales acerca de las modalidades de significación tanto en los aspectos lingüísticos de expresión de sus síntomas -reminiscencias, sueños, fantasías, chistes, juegos de palabras, lapsus, delirios- como en las conductas derivadas de su patología: actos fallidos, puestas en acto de sus organizaciones defensivas, repeticiones en la transferencia.

    El paciente freudiano es un paciente letrado y posee un alto grado de fluidez. Usa el lenguaje pródigamente, es polisémico, conoce las sutilezas de la denotación, la connotación, la ambigüedad semántica, el valor poético de los tropos y la implicancia de las elisiones. No cabe duda que estos atributos son propios de todas las lenguas naturales, pero, tanto en los dialectos sociales como en los "idiomas privados", las referencias históricas y locales son específicas de cada cultura.

    De un modo quizás esquemático, se podría afirmar que éste es el paciente, psiconeurótico, que dio sustento a las sucesivas postulaciones psicopatológicas freudianas y, consecuentemente, a las teorías sobre la constitución del psiquismo. En él es dable observar aprés coup las creaciones psíquicas que conllevan el pasaje, sin demasiado sobresalto, desde la inscripción de las representaciones psíquicas inconscientes (Carta 52), vía las sucesivas retranscripciones, o procesos de traducción, hasta que, atravesando lo preconsciente, emergen y se revelan en lo consciente. Accedemos a estas creaciones o formaciones del inconsciente por la intermediación de verbalizaciones comunicables en el campo intersubjetivo.

     Muchos de los pacientes de nuestra práctica actual se distancian, tanto en sus presentaciones psicopatológicas como en su actividad discursiva, acotado reflejo de aquéllas, cada vez más de los casos de Freud. Los síntomas plenos de sentido y portadores incluso de una tarea psíquica simbolizante dan paso a somatizaciones, lesiones corporales, graves enfermedades somáticas, y pasajes al acto de los que el cuerpo propio y el otro en el mundo exterior se tornan forzosos depositarios. Los mensajes pueden volcarse crudamente desde lo inconsciente, proyectarse en el objeto externo en lugar de "comunicarse verbalmente", o sea, carecer del trabajo de transformación preconsciente en mayor o menor grado, o desaparecer. En este caso se expresa todo aquello que Green ha conceptualizado como el trabajo de lo negativo. La literalidad y la ostensividad de la imagen y de la palabra frecuentemente ocupan el lugar de lo figurado, de lo literario. Nuestras posibilidades de encontrar sustituciones simbólicas en los enunciados, de develar sentidos latentes de su decir manifiesto, de trabajar sobre el eje vertical paradigmático del lenguaje ha decrecido en forma proporcional quizás con con la extensión de la práctica psicoterapéutica psicoanalítica a las patologías no psiconeuróticas. Concomitantemente se ha intensificado el desafío que implica para nuestra intervención terapéutica el abordar sistemáticamente la reestructuración y desarrollo de un espacio psíquico que gradualmente adquiera la capacidad de representar y nombrar vivencias escindidas o no formadas.
 

Algunas cuestiones metapsicológicas

    Estas problemáticas obligan a replantearse desde “vértices” (Bion, 1965) diferentes el origen y la cualidad del trabajo psíquico. Por un lado, con los pacientes psico-neuróticos nos preguntamos cuál es el camino recorrido desde el inicio de la actividad representacional hasta la capacidad de producción del pensamiento. Por el otro, los pacientes no neuróticos nos obligan a recordar que no toda actividad psíquica es sinónima de proceso de pensamiento, que lo pulsional con raíz en lo somático ya constituye, aunque primitvo, una forma de trabajo psíquico, que el soma es sede de procesos energético-pulsionales, capaces de provocar alteraciones tanto mentales como corporales difícilmente anudables a una dimensión simbólica pasible de reflejarse en el discurso.

    Las hipótesis de Freud expuestas desde sus tempranos escritos, Sobre la Afasia (Freud, 1891), las cartas a Fliess, y el Proyecto de una Psicología para Neurólogos, (Freud, 1895), hasta Los dos principios del suceder psíquico (Freud, 1911) y los de la Metapsicología inclusive (Freud,1914, 1915), van desplegando su conceptualización de las representaciones. Rechazando la teoría mecanicista de las localizaciones cerebrales, formula en el primero una hipótesis funcionalista que anticipa la articulación de las impresiones de objeto, un complejo asociativo de una gran variedad de impresiones visuales, acústicas, táctiles, kinestésicas, con la representación-palabra. En "Los dos principios..." (Freud, 1911) afirma que la instauración del Principio de Realidad y la creciente importancia del mundo exterior, a medida que la alucinación prueba su insuficiencia, marcan el surgimiento de la atención y su operatoria de rastreo hacia el afuera. La conciencia se inaugura como órgano de cualidades sensoriales, la memoria no es sólo un reservorio sino que incluye un sistema de notación para el registro de los resultados de la actividad periódica de aquélla. Al trascender la actividad psíquica las representaciones ideativas y dirigirse a las relaciones entre "impresiones de objeto" nace el pensamiento, originalmente inconsciente, y finalmente, éste adquiere cualidades perceptibles a la conciencia por su ligadura con restos verbales.

    Su máxima elaboración de la teoría de las representaciones se explicita en la Metapsicología (1914-1915). Específicamente en Lo inconciente (1915), Freud enfatiza el trabajo analítico sobre lo representable, sobre lo figurable a partir de las posibles ligazones entre las representaciones-cosa entre sí (las impresiones de objeto del trabajo sobre la afasia) y con las representaciones palabra, y luego todas las combinaciones, sustituciones, condensaciones y desplazamientos de éstas entre sí, por efectos de su carga. La revolución freudiana le aportó al concepto representación, derivado de la filosofía, las complejizaciones constitutivas de las perspectivas tópica (localización de la representación-cosa y de la representación-palabra), dinámica (sus desplazamientos a través de los sistemas Inc. y Prec.), y económica (todas las cuestiones inherentes a los representantes pulsionales).

    El trabajo de ligadura entre representaciones (tanto de cosa como de palabra) implica, por un lado, tener en cuenta en la teoría la noción de carga, de cuota de afecto, de investidura, y su dinámica; por el otro, introducir en la vida psíquica el punto de vista biológico a través del concepto límite entre lo mental y lo somático de pulsión. La pulsión hace su entrada “como el representante psíquico de los estímulos que se originan en el organismo y que llegan al psiquismo, como una medida de la exigencia de trabajo que es impuesta a la mente, a consecuencia de su conexión con lo corporal” (Freud, 1915).

    En su valiosísimo artículo sobre La representación de cosa entre pulsión y lenguaje Green (Green, 1995) advierte que: “A diferencia de la representación de cosa, que representa una ‘cosa’ del mismo modo en que la imagen en el espejo (psíquico) representa a su objeto, siendo la reflexión de éste, el representante psíquico de la pulsión representa de un modo muy distinto la excitación endosomática”. Si bien entre percepción y representación de cosa no hay una correspondencia unívoca, el lazo que las une es de similitud, la representación reproduce de algún modo la percepción, sometiéndose luego al examen de la realidad; mientras que no hay analogía posible entre la excitación endosomática y el representante psíquico de la pulsión.

    Son las sensaciones corporales las que se constituyen en los delegados, representantes psíquicos, de las excitaciones o necesidades provenientes del soma (hambre, respiración, sexualidad); pero sólo por la posibilidad de aquéllos de investidura de y fusión con las representaciones-cosa, capaces de evocar al objeto del deseo, se reactivarán las huellas mnémicas de la satisfacción alucinatoria del deseo. La organización de las experiencias de satisfacción y de dolor (Proyecto de una psicología, 1925) dejan como producto resultante los estados desiderativos y los afectos respectivamente. Esta primera aproximación definitoria respecto del afecto realza su conexión con lo displacentero; sin embargo, en un apartado ulterior, al referirse Freud a los sueños como realizaciones de deseos, aclara que su no reconocimiento como tales se debe a que la liberación de placer es leve, casi sin afecto, sin descarga motriz (op. cit, pág. 340).

    Al llegar a las Lecciones Introductorias de 1917, precisamente en la que trata los problemas de la angustia (Conferencia 25, pág. 395, Freud,1917), Freud brinda una definición más completa: el afecto incluye tanto inervaciones motrices y descargas como ciertos sentimientos, que a su vez se componen de percepciones de las acciones motrices que han ocurrido y las sensaciones directas de placer y displacer que otorgan al afecto su clave. Pero, he aquí que no radica en esta descripción la esencia del afecto sino en el hecho de que tal combinatoria se sostiene por la repetición de alguna experiencia significativa. El estado afectivo “se construiría según el modelo del ataque de histeria, y como éste sería el precipitado de una reminiscencia” (Mi bastardilla, mi traducción). Vemos así como se conjugan la descarga somática, lo sensorial consciente placentero-displacentero y la rememoración.

    En un momento anterior, en los escritos de la Metapsicología (Freud, 1915), al ocuparse de la relación entre soma y psique como la existente entre la pulsión y sus delegados, surge el concepto de Representante-representativo, que da cuenta de la fijación en el sistema inconsciente de la pulsión (acción de la represión primaria) en el transcurso de la historia subjetiva, y por cuyo intermedio aquélla dejará su marca en el psiquismo. (Laplanche y Pontalis, !973).

    La constitución de esta "unidad sellada" demuestra que el afecto no es meramente un complemento de la representación ya que la capacidad de escindirse de ésta y el ulterior destino de sus componentes (representación ideativa propiamente dicha y montante de afecto) acarreará variados efectos patógenos. Esta introducción del Representante-representativo permite dotar a lo no representable, al factor cuantitativo de la pulsión, de una representación, de una figuración.

    Cuando Freud expresa en la cita anteriormente mencionada que la pulsión nos aparece "como una medida de la exigencia de trabajo impuesta a lo psíquico a consecuencia de su nexo con lo corporal", puede haberse referido a toda la actividad de la psique implicada para transformar en mensaje a la excitación somática, es decir, cualificarla via la investidura y mobilización de la cadena representacional.

    El giro teórico de 1920, en Más allá del principio del placer confronta a Eros con Tánatos, y la presentación de la segunda tópica en El yo y el ello, en 1923, implica que el inconsciente, poblado de representaciones cede su lugar al ello, reservorio energético que contendrá a las Pulsiones de Vida y de Muerte. Se ha producido una doble modificación respecto de la función y ubicación de las pulsiones en el conflicto. Sin perder su origen en lo somático, ya que el ello queda abierto a sus influencias (Freud, 1932, XXII, p. 73), las fuerzas pulsionales quedan incluídas en lo psíquico y se realza su naturaleza conservadora. Eros tenderá a la complicación y preservación de lo vital, Tánatos a retornar al estado de inercia inorgánica. Lo que no queda reafirmado es la noción de "representante pulsional", dando lugar el pronombre neutro "ello", no azarosamente elegido, a lo irrepresentable actualizado en los fenómenos de la compulsión a la repetición.

    No desconocemos que esta evolución en la teoría nació de la necesidad de dar cuenta de mayores complicaciones clínicas, que no siempre el sujeto ha podido lidiar con su desvalimiento inicial constituyendo un aparato psíquico productor y reproductor de representaciones, capaces de ligarse entre sí y de domeñar, a través de los procesos de pensamiento, a los impulsos instintivos. El trabajo analítico, especialmente en los desarrollos post-freudianos que se ocupan de las patologías no neuróticas (borderline, psicosis, psicosomática), deja de centrarse exclusivamente sobre el develamiento de sentido de lo representacional para transformarse en trabajo básico de construcción de lo representacional.

Consideraciones acerca del lenguaje en la teoría psicoanalítica de Freud

Paradójicamente, aun cuando no haya prácticamente artículo psicoanalítico que no incluya de algún modo alguna alusión a un hecho de habla o al lenguaje, esto no supone, las más de las veces, una concepción teórica explícita acerca del lenguaje. Sin duda la relación entre psicoanálisis y lingüística es compleja ya que el psicoanálisis intenta transformar por medio del habla en el campo intersubjetivo aquello que tiende a escapar del lenguaje verbal, paraverbal y no verbal. Sin dejar de lado el hecho de que el sistema formal lengua abordado durante décadas por la lingüística mantiene escasa relación con el objeto lenguaje/habla del que se ha ocupado y ocupa la teoría y la práctica psicoanalíticas, dado que la abstracción del primero evade las múltiples problemáticas inherentes a las motivaciones inconcientes producto del interjuego pulsional, a la expresión de los afectos y a la adquisición subjetiva de la significación.

    Su genio le permitió a Freud exceder los límites impuestos por las conceptualizaciones filológicas y prescriptivas de su época y sus inferencias respecto del uso del lenguaje le convirtió en un "pragmatista" . Su concepción del síntoma como símbolo, su consideración del sueño como escritura jeroglífica, y la cura basada sobre la palabra hablada, ideas emergentes de la primera tópica, vinculan de inmediato al psicoanálisis con el universo lingüístico. Un veloz e incompleto recorrido por su obra nos permite observar las múltiples perspectivas que desde sus inicios en ella se despliegan acerca de los fenómenos lingüísticos. Ya he citado más arriba, si bien no exhaustivamente, algunos de los escritos que articulan representación y palabra, a los que cabe agregar La interpretación de los sueños (1900) que presenta la palabra como puente entre pensamientos inconscientes y concientes. Todas las pacientes presentadas en los Estudios sobre la histeria (1893) evidencian una peculiar ligadura de su sufrimiento a un giro lingüístico, que denota ya sea un trastorno en su uso, un proceso de simbolización que compromete dolorosamente al cuerpo, la existencia de un archivo de recuerdos patógenos, o un inconsciente a descifrar como un idioma extranjero. (Vinocur de Fischbein, 1996).

    Más tarde, Freud incluirá en Psicopatología de la vida cotidiana (1901) y en El chiste y su relación con lo inconciente (1905) el estudio de los lapsus tanto orales como escritos, los olvidos de los nombres, la elección de seudónimos, la importancia de la polisemia y de la homofonía para el inconciente, el accionar de los mecanismos psíquicos (condensación y desplazamiento) por efecto de la represión sobre el habla. Su interés por la historia y, consecuentemente, por la perspectiva diacrónica de la lengua se revela básicamente en Sobre el sentido antitético de las voces primitivas (1910), artículo en el que correlaciona la no contradicción en los sueños con la reunión de los sentidos antitéticos en una unidad lexical; en Tótem y Tabú (1912) considera el valor de las palabras tabúes respecto de la barrera del incesto; en el capítulo referido a El simbolismo en los sueños, de las Conferencias introductorias (1916-1917), cita la teoría de H. Sperber respecto del lugar preponderante que las necesidades sexuales hubieron de jugar en el origen y desarrollo del lenguaje, y retorna a las consideraciones filológicas y semánticas de un vocablo en Lo ominoso (1919).

    Las relaciones entre pensamiento y lenguaje, y cómo el segundo deviene esencial a la teoría representacional desarrollada en la Metapsicología, ya han sido anteriormente mencionados. Las postulaciones concernientes a la segunda tópica no lo excluyen, en El yo y el ello (1923), Freud agrega: "Las representaciones-palabra son restos de memoria; alguna vez fueron percepciones, y como todos los restos mnémicos pueden tornarse concientes nuevamente...Los restos verbales derivan primariamente de las percepciones auditivas...En esencia una palabra es después de todo el resto mnémico de una palabra que ha sido oída....Por su interposición [la de las representaciones-palabra] los procesos de pensamiento interno se han transformado en percepciones."

    El juego del niño con el carretel, descripto en Más alla del principio de placer (1920,) da cuenta de la presencia del lenguaje en los momentos iniciales de los procesos de simbolización. Y en La negación (1925), Freud estudia el no como mecanismo de defensa y condición de posibilidad de juicio.

    En líneas generales podemos considerar que hablar de lenguaje conduce inevitablemente a abordar desde el tema de las representaciones, la formación del símbolo y la constitución de los procesos simbólicos, hasta la adquisición del lenguaje y las perturbaciones en su uso (performance). Un segundo aspecto, vinculado al anterior, remite a la búsqueda del lugar del lenguaje ya sea como función y/o estructura, a nivel fonológico, sintáctico y semántico, en la constitución del psiquismo. Esta vertiente nos acerca a la comprensión de los procesos primario y secundario, de los mecanismos psíquicos de condensación y desplazamiento a través de los correlatos retóricos de la metáfora y la metonimia y a las relaciones entre pensamiento y lenguaje (Vinocur de Fischbein, 1996).

    Y, finalmente, un tercer y crucial aspecto abarca el uso y significación del lenguaje en el discurso terapéutico, es decir el habla como instrumento de trabajo. Es en este punto que desearía imtroducir algunas ideas.
 

Posibles aportes de la lingüística pragmática y del análisis del discurso al psicoanálisis

    Un nuevo paradigma está avanzando en la teoría lingüística y es el análisis del discurso. Éste tiene una filiación directa con teorías lingüísticas y no lingüísticas, el psicoanálisis entre éstas últimas, apropiadas para dar cuenta de cómo funcionan los discursos socialmente, cómo el sujeto abre un espacio para sí en una práctica comunicativa. El tema del hombre en su discurso se ha tornado de algún modo central para las corrientes innovadoras de las ciencias sociales y del lenguaje. En este sentido, discurso sería un equivalente del lenguaje, "discurso es lenguaje puesto en acción", según definiera Benveniste (Benveniste,1958), un lenguaje expresivo de las representaciones de los mundos posibles, interno y externo, natural y social que el sujeto habita (Vinocur de Fischbein, 1998).

    Los analistas del discurso acuerdan que, siendo éste una forma de uso del lenguaje, incluye no sólo la transmisión de ideas sino de creencias y emociones, que se produce en un contexto de interacción social. Consecuentemente, devienen esenciales el quién del decir, el cómo, el porqué, el cuándo. Y el decir no es una simple vocalización en abstracto sino es el decir de algo por alguien, para alguien, sobre alguien, o acerca de algo. Importa además cómo se construye el significado, cómo se logra la coherencia, cómo los procesos y representaciones mentales se involucran en la comprensión; cuestiones fundamentales tanto para la escucha como para el trabajo interpretativo del psicoanalista.

    Desde esta perspectiva, adquieren importancia para nuestro quehacer, entre otras teorías: la teoría de los Actos de Habla de J. Austin, que nos muestra el efecto perlocutivo que el sujeto-hablante busca causar sobre el objeto-oyente; las nociónes de implicatura pragmática y el Principio Cooperativo de Grice, que abren la posibilidad de una teoría de la comunicación sustentada no sólo en lo manifiestamente enunciado, es decir en la información referencial, sino en lo inferido, información expresiva. También nos interesa el Principio de Relevancia, de Sperber y Wilson, quienes si bien discuten la noción de cooperación de Grice y se alinean en el formalismo de Chomsky al sostener que la comunicación es una función secundaria del lenguaje, afirman sin embargo que al hablante le es inevitable el ser relevante de algún modo aunque no lo desee y que las enunciaciones son estímulos diferentes de otros ya que involucran una intencionalidad comunicativa que impacta al oyente en su trabajo de procesador e intérprete de la información que recibe. Una particular mención merecen las teorías de la enunciación cuyo objetivo es describir las relaciones que se tejen entre el enunciado y los distintos elementos que constituyen el marco enunciativo, es decir, se interesan por cuáles son los lugares de inscripción y las modalidades de existencia de la subjetividad lingüística. Teorías todas éstas que extienden la intersubjetividad contemplada en los hechos de habla desde el conocimiento mutuo del código lingüístico hasta el contexto situacional, desde los significados explícitos hasta los implícitos, desde el decir hasta lo dicho (Vinocur de Fischbein, 1996).

    Es verdad que desde nuestra visión del aparato psíquico, su topografía, su dinámica y su economía, las teorías lingüísticas no dan cuenta de lo inconsciente, aunque haya inconsciencia, ni contemplan el concepto fundante de pulsión, cuya posición es radicalmente heterogénea al lenguaje, no obstante se encuentran ya distantes de sostener la unicidad del sujeto hablante, reconocen que “no es una identidad psicológica homogénea y monolítica” sino que convergen en él discursos heterogéneos que “derivan de las estructuras conscientes e inconscientes, de su cultura intertextual, de su rol social.” No se trata ya de un sujeto libre, fuente de significados y dueño de significantes, sino de un sujeto constreñido tanto por el código como por restriciones psicológicas, ideológicas, sociales y culturales (Kerbrat-Orecchioni, 1997).

    De ahí que los lapsus, las homofonías, los equívocos suscitados por la polisemia, las elisiones, las condensaciones, y todas las otras formaciones del inconciente en el lenguaje, ya no sólo no son consideradas como incorrecciones sino que por lo contrario se han incorporado a la categoría de formas marcadas que muestran la heterogeneidad constitutiva de los discursos, precisamente desde la perspectiva de los lingüistas que rastrean en la linealidad de la enunciación las huellas de “voces” divergentes e incluso contradictorias. La afirmación de que todo discurso es dialógico (Bakhtin, 1984) o polifónico (Ducrot, 1986) se ha extendido desde el estudio de los discursos literarios hasta el de las más cotidianas producciones discursivas. Estas investigaciones nos aportan una ampliación conceptual de nuestra escucha que atenderá a la explotación inconsciente de los recursos y estrategias de la lengua que hacen al “estilo” de cada analizando.

    La situación analítica concebida como "campo bipersonal dinámico", según la conceptualización de W. y M. Baranger, implica que las reglas del discurso se vuelven específicas  e idiosincráticas, que la cualidad de la disimetría existente entre analista y analizando diferencia este contexto de cualquier otra situación conversacional, baste pensar en los fenómenos transferenciales contratransferenciales en juego, el libre asociar del paciente, que no es azaroso y la atención flotante del analista que direccionada por el asociar del paciente dista de ser pasiva. El analista establece las reglas, los límites y el tipo de funcionamiento del campo; pero al mantenerlos se incluye como objeto y no meramente como “pantalla”, como interlocutor actual, "como resonador de las comunicaciones del analizando, como instrumento de su propio trabajo" (Baranger, 1994).

    ¿Volverían inútiles estos factores a los aportes que provendrían del análisis del discurso y de la Pragmática? Considero, por el contrario, que el uso complementario, no exclusivo, de una metodología lingüística como el análisis del discurso realizada en el espacio intersesiones, permitiría gradualmente afinar nuestra escucha en el seno de la sesión, tanto de los procesamientos psíquicos primarios y secundarios como de las vivencias afectivas subyacentes a la comunicación entre preconciente y preconciente. Estas contribuciones se integrarían con las de las teorías psicoanalíticas formando parte del acervo que constituye la "teorización flotante", según la feliz expresión de P. Aulagnier, de cada analista.

Otros aportes a la comprensión del psiquismo primordial

    Desde un esquema referencial psicoanalítico diferente de los aquí presentados, partiendo de la psicología experimental y específicamente apoyándose sobre una perspectiva del desarrollo evolutivo y los sistemas dinámicos no lineares, D. Stern y col. en su artículo “Non-Interpretative Mechanisms in Psychoanalytic Therapy” (IJPA, 1999) postulan que en la actualidad habría consenso para aceptar que “un algo más” que la interpretación es necesario para producir cambio psíquico en la terapia analítica. Intentan demostrar cómo opera ese “algo más,” concebido como un elemento del proceso interaccional intersubjetivo. Fundamentalmente introducen, extraído del contexto de sus recientes estudios sobre la relación madre-bebé, el concepto de conocimiento relacional implícito y consecuentemente el de relación compartida implícita, de un orden pre-verbal y pre-simbólico, pero apuntalado en las comunicaciones afectivas de las primeras relaciones objetales. Oponen dicho concepto al de conocimiento declarativo, que es explícito y conciente. Diferencian además entre una memoria procesual, implícita y otra declarativa, explícita. La segunda, ligada al conocimiento declarativo pertenece al dominio de lo verbal y simbólico, elementos ambos constituyentes de “las interpretaciones que alteran la comprensión consciente de la organización consciente del paciente”.

    Stern y col. correlacionan sus hallazgos, más amplios y complejos que lo aquí brevemente expuesto, entre otros con el concepto de lo “sabido no pensado” de Ch. Bollas (Bollas, 1987). Pero, a diferencia de este autor, que vincula esta forma de conocimiento, aún no soñado o imaginado y por lo tanto, “no mentalmente realizado” con la idea de Freud del inconciente primariamente reprimido y lo conceptualiza como un elemento transferible y a ser aprehendido por la contratransferencia del analista quien luchará por transformarlo en un pensamiento; ellos consideran que el conocimiento implícito relaciona” no forma parte de lo Inconciente (sin aclarar si se refieren exclusivamente al inconciente dinámico), que la relación implícita compartida se desenvuelve por fuera y aparte del campo transferencial–contratransferencial y que la interpretación no accede al nivel del conocimiento relacional implícito.
Si bien coincidiría con estos autores en que se ha tornado crecientemente necesario en la práctica analítica actual intentar capturar, en los que denominan momentos de encuentro, la dimensión del funcionamiento psíquico que intensamente teñido de emocionalidad sin embargo escapa a la capacidad de formulación verbal simbólica del paciente, sostendría por el contrario que el conocimiento relacional implícito en el encuadre terapéutico formaría parte del basamento transferencial-contratransferencial, ya que es la reedición de las huellas dejadas por los fenómenos psíquicos lo que nos abre la posibilidad de pensar y fundamentar todas nuestras intervenciones.

El lugar del lenguaje y la expresión de los afectos  en las patologías no neuróticas

Como ya vimos, la cura por la palabra (talking-cure) presupone un aparato psíquico cuya actividad trasciende de un modo privilegiado a través del giro lingüístico, giro que adquiere una cualidad positiva en tanto que se presta a nuestro examen analítico, aun cuando no ignoremos, como ya se ha señalado, las limitaciones relativas a que ni el pensar captura toda la actividad psíquica, actividad que por el lado de la pulsión se enraiza en lo somático; ni que la imperfección del lenguaje alcance a expresarla si aquélla no deviene representable. En otras palabras, es un aparato en el que la ligadura entre representaciones de cosa y de palabra se mantiene a costa de la distorsión (operada por la represión), distorsión a la que accedemos por la funcionalidad del discurso que transforma en perceptibles los procesos de pensamiento, y de esta manera en comunicables para sí mismo y para el otro.
Como decíamos en la introducción la tarea analítica actual nos impone en cambio explorar los estratos de la mente más allá de lo visible y audible, de lo representable con opción a devenir simbolizable, a enfrentar las situaciones en las que el trauma psíquico ha permitido que lo destructivo de la pulsión ataque o abandone a la capacidad psíquica de transformar lo perceptual y sensorial en representable, pensable y decible. Conviene en este punto recordar lo nodular del concepto de trauma tal como fuera formulado por W: Baranger, M. Baranger y J. Mom (1987) respecto de los dos tiempos de éste: el primero que permanece mudo, que "es tan inasimilable, irrepresentable e innombrable como la misma pulsión de muerte" y cuyos efectos patógenos son los intentos de ligar por la palabra aquello que jamás podrá "transformarse en un discurso coherente"; y un segundo en el que su reactivación en el proceso analítico, en la repetición transferencial, permite convertirlo en acontecimiento fechable y nombrable, permite su historización, y eventualmente su elaboración.
 
 

Sobre la violación a las máximas de Grice como modo de dar cuenta de las inferencias pragmáticas. Una viñeta clínica

Desearía incluir una breve viñeta que posiblemente ayude a ilustrar cómo a través de un análisis pragmático nos es posible dar cuenta de ciertas inferencias clínicas. En este caso he apelado a las máximas de Grice, su violación y la interpretación del uso de ciertos deícticos.

 Esta viñeta se refiere a una paciente de 44 años, Natalia, casada y con una hija adolescente. Natalia padecía de frecuentes ataques de pánico. Además de las intensas crisis de angustia que presentaba en el momento de consultar, hacía varios años que se sentía sumamente deprimida y su vida experimentaba una parálisis creciente, al punto de no tolerar ni su trabajo ni el contacto social que éste implicaba. Esta depresión prácticamente coincidía en sus comienzos con su regreso al país tras una ausencia de casi 15 años. A lo largo de su vida no sólo había experimentado el dolor de reiteradas y forzadas migraciones, sino que además había sufrido la pérdida muy temprana de su madre. Ésta había muerto de una enfermedad contraída en el embarazo cuando la beba contaba apenas un año. Natalia no había deseado regresar al país y lo hizo finalmente contra su voluntad, siéndole casi imposible la re-adaptación. En los últimos tiempos se había sentido obligada a presenciar el largo deterioro y posterior muerte de su padre, seguida ésta de interminables peleas entre sus hermanos mayores. Según dijo en las entrevistas iniciales había intentado variadas terapias, desde psicoanálisis grupal e individual hasta psicodrama, algunas de ellas en el extranjero. Casi ninguna le satisfizo, tampoco hizo el esfuerzo de sostenerlas, “ya que se sintió negativa respecto de todo y de todos”.
 Si bien había accedido a consultar una vez más debido a presiones familiares, se sentía extremadamente escéptica y creía que sólo podría ayudarla una terapia que “proyectara hacia el futuro, algo de tipo conductista”. Estaba harta de remover cosas dolorosas del pasado. Afirmó terminantemente que su relación con el marido era mala mientras que era buena la mantenida con su hija.
 Transcribo a continuación fragmentos de una sesión, que data aproximadamente de dos meses después de comenzado el tratamiento. En ese momento se analizaba cuatro veces por semana.

 (Natalia entra con una lata de gaseosa en la mano y cierto aire displicente).
 P: Hasta hace un rato estaba tan deprimida...por eso me compré la Coca...quería tomar algo, comer algo, llenarme con algo. Desde esta mañana que me levanté tengo una sensación de vacío....Cuando me levanté tuve que hacer un esfuerzo enorme para no volverme a la cama...me deprimí de nuevo. Porque en los días anteriores estuve bien, pero es como si la depresión fuese una sensación que me acecha en cualquier momento, como si estuviera que estar permanentemente en actividad para no deprimirme...(pausa).
 A: Quedarse quieta equivale a morirse, si se mueve puede sentir que está con vida.
 P: El martes me olvidé completamente de venir...me acordé que no había venido recién a las nueve y media de la noche cuando estaba mirando T.V.... No sé....la noche anterior había estado  justamente hablando con mi marido de la terapia....no sé...creo que es por eso que me olvidé...(Se queda en silencio).
 A: ¿Cómo es la relación entre ambas cosas?
 P:(Silencio) Le comenté: “¿Te imaginás si llego a mejorar? No me bancarías más, estás acostumbrado a que sea así,".... yo también estoy acostumbrada a ser así (Se produce una pausa).
 A: ¿A ser enferma?
 P: (Se ríe). Mi peor hora es ésta. Me da cansancio...Sueño...(Pausa). (Bosteza)....No sé, creo que me empiezo a sentir incómoda. Tengo una sensación de irrealidad...un poco es el análisis...me siento como aprisionada...como si fuera una cosa muy metódica. Además Edgardo me fiscaliza todo el tiempo...si vengo las cuatro veces...todo es tan estructurado...todo tan pautado que me cansó...

 Comentaré este material teniendo en cuenta una perspectiva pragmática. Si tomamos sus enunciados literalmente, podríamos considerar que éstos violan la Máxima de Relevancia. Es decir habría aquí un fracaso de la cooperación (PC). Su respuesta a mi primera intervención: “El martes me olvidé completamente de venir”, supone una ruptura deliberada de la relevancia, pero ese aparente fracaso da lugar a una interpretación de sus emisiones como cooperativas a un nivel más profundo. Encierra varias implicaturas pragmáticas, al no continuar congruentemente con el hilo lógico de lo dicho anteriormente. Transmite, no en forma textualmente codificada, sino inferencialmente, una connotación que psicoanalíticamente consideraríamos resistencial, e incluso transferencial negativa, que quizás pueda verbalmente expresarse así:
 (1) De esto no quiero hablar.
 (2) El venir no me ayuda.
 (3) Quiero que reconozcas mi no reconocimiento del análisis.
 Sin embargo si buscamos una relevancia más profunda, aquélla dictada por las representaciones meta inconcientes, que determinan la coherencia de las asociaciones libres, su enunciado daría lugar a una otra implicatura:
 (4) Al no venir siento que muero.
 Su pregunta posterior: “¿Te imaginás si llego a mejorar?”, no es obviamente un acto de habla literal que interroga al marido acerca de su capacidad imaginativa, sino que indirectamente elige esta forma mitigada para interrogarlo, interrogarme e interrogarse acerca de su capacidad para mejorarse, protegiéndose de la idea de imposibilidad de recuperación a través de la declaración posterior: “No me bancarías más, estás acostumbrado a que sea así...”. La negación conciente, que se revela en el texto con el operador lógico “no”, proyecta un sentimiento de hostil desesperanza en el marido y encubre la desmentida acerca de la precariedad de su funcionamiento psíquico.
 Un análisis similar cabría para su réplica a mi intervención “¿A ser enferma?”, intervención que apunta a su identidad de ser enferma, por contraste a estar temporalmente enferma: “Mi peor hora es ésta. Me da cansancio...Sueño....” Probablemente desde una cierta perspectiva aquí hubiera sido necesaria una interpretación transferencial y una construcción vinculada a sus sentimientos en la más temprana infancia durante el largo y doloroso proceso de enfermedad y muerte de su madre, relácionándola con su necesidad masoquista de sufrimiento y un intenso sentimiento de culpa que la enfrentaban al análisis y le impedían intentar mejorar. (Sin embargo se consideró prematuro este tipo de intervención). Surge aquí otra inferencia:
 (5) Al olvidar venir impido mi mejoría.
 Dice más adelante relatando una crisis de angustia en un medio de transporte:
 P: Sí, que me dé un ataque de pánico....Me da miedo a una situación de descontrol y que después no pueda regresar a mi estado normal...estar sujeta a cosas que no pueda manejar...o...perder el control de la cabeza...el control de la lógica...quisiera tener un miedo como el de Magdalena (una amiga) que le tiene miedo a los perros...O como mi hermana que no le tiene miedo a la anestesia sino al despertarse de la anestesia....
 A: Ud. siente que no le siente miedo a un objeto concreto, sino a una situación, miedo a que se repita una situación en la que se siente tanto miedo que se enloquece.
 P: Sí...No sé...creo que además me hace muy mal hablar de cosas dolorosas, tristes, o de cosas que quiero olvidar, no quiero recordar...
 A: ¿Habría algún modo de evitarlo?
 P: (silencio). No sé...pero venir acá hace que las recuerde...No quiero revolver siempre en lo  mismo...necesito una estrategia de trabajo como la que sigue mi hermana: “De hoy para el futuro”. Siento necesidad de eso. Esto no me hace bien...

 Podemos ver en este material que la paciente utiliza (inconcientemente) las formas declarativa e interrogativa para hacer manifiesta una intención comunicativa (más allá de la información), es decir: cuál es la dirección en que debemos buscar la relevancia; una cualidad abstracta, diría un lingüista, inconciente, modificaríamos nosotros. Posiblemente en una primera aproximación, y apoyándonos en nuestra contratransferencia, consideremos la hipótesis de un rechazo radical de nuestra modalidad de trabajo.
 Aparecen incluso, como citas de evidencia que probarían que lo afirmado es verdad, las voces de su hermana y de su padre en un diálogo interior, en referencia al futuro (éstas también solían ser palabras de él). Sin embargo, más allá de estas evidencias que Natalia intenta dar, hay dos datos lingüísticos que permiten inferir tras su comunicación ostensiva, otra implicatura, un significado latente diferente. El uso del “eso”, que superficialmente remite a lo más próximo anterior: “De hoy para el futuro”, en realidad señala, a un nivel más profundo, lo que se encuentra más lejano, el psicoanálisis, y alude a su necesidad de él; mientras que el “esto” ambiguo, aunque constituya una declaración que responde a una intencionalidad conciente, no se refiere al psicoanálisis, sino que por proximidad remite a su constante reclamo: “De hoy para el futuro”.

 Queda como conclusión agregar que lo que se obtiene de este aporte interdisciplinario es una nueva perspectiva de análisis de los datos recolectados en el ámbito íntimo del ejercicio clínico, en el que el analista, como oyente particularizado por efecto de la transferencia, no es indiferente a las distintas cualidades de la actividad psíquica, ni a los sentidos que el analizando conjura con sus palabras. Sentidos, a los que a su vez convocará, contratransferencia mediante, con sus intervenciones e interpretaciones en el analizando. Por otra parte, en la medida que se produzca una progresiva mentalización de los conflictos será posible pasar en las patologías no-neuróticas, como se ha remarcado más arriba, de un trabajo en la línea de la vía di porre a un trabajo por la vía di levare.
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