aperturas psicoanalíticas

aperturas psicoanalíticas

revista internacional de psicoanálisis

Número 024 2006 Revista Internacional de Psicoanálisis en Internet

Salvando la distancia entre el positivismo y la hermenéutica en la investigación psicoanalítica

Autor: Luyten, Patrick; Blatt, Sidney J. Corveleyn, Jozef

Palabras clave

Criticas al psicoanalisis, Enfoques ideograficos y nomoteticos, Estudio de casos, Investigacion empirica en psicoanalisis, Metodos experimentales y cuasi-experimentales, Pluralismo metodologico..


"Minding the gap between positivism and hermeneutics in psychoanalytic research" fue publicado originariamente en Journal of the American Psychoanalytic Association, vol. 54, No. 2, p. 571-610, 2006. Copyright 2005, American Psychoanalytic Association. Traducido y publicado con autorización de la revista


Traducción: Marta González Baz

Revisión: Raquel Morató de Neme

 

Dentro del psicoanálisis hallamos dos culturas muy diferentes, una de orientación más clínica, más centrada en el significado y la interpretación,  y  basada principalmente en el método tradicional de estudio de casos, y la otra más orientada a la investigación, centrada en las relaciones causa-efecto y basada principalmente en métodos tomados de las ciencias naturales y sociales. Se revisa la historia de esta división y se discuten argumentos, a favor y en contra, relativos a las potenciales contribuciones de tipos concretos de investigaciones empíricas. Parece ser que, cada vez más, se responde con investigación empírica a las críticas concernientes al estatus científico del psicoanálisis. Esto ha contribuido a un creciente reconocimiento dentro de la comunidad científica de la credibilidad de aspectos de las teorías psicoanalíticas y de la efectividad del tratamiento psicodinámico. Sin embargo, a algunos segmentos de la comunidad psicoanalítica les preocupa que este incremento en la cantidad y la calidad de la investigación empírica sobre los conceptos psicoanalíticos arriesgue la creación de una unilateralidad empírica, mientras que a otros segmentos les preocupa que el no comprometerse en una investigación empírica sistemática pueda dar lugar al aislamiento intelectual, la fragmentación, el estancamiento y la ortodoxia. Para contrarrestar esta tendencia polarizada, se recomienda el pluralismo metodológico. Adoptar esta posición podría contribuir a una comprensión más rica del proceso clínico y al desarrollo de nuevas metodologías para investigar complejas hipótesis psicodinámicas, salvado así la distancia entre las dos culturas psicoanalíticas, y entre la investigación y la práctica clínica.


Pocas cuestiones despiertan tanta polémica y controversia en el psicoanálisis como el debate sobre el papel de la investigación empírica (p. ej. Bornstein, 2001; Hauser, 2002; Sandler, Sandler y Davies, 2000; Westen, 2002a; Wolf, 1996). Las reacciones altamente emocionales que siguieron al veredicto negativo sobre el estatus empírico del psicoanálisis por parte del filósofo de la ciencia Adolf Grünbaum, por ejemplo, enviaron ondas expansivas a la comunidad psicoanalítica (ver Grünbaum, 1984, 2001; Lothante, 2001; Luborsky, 1986). Mientras que el debate provocado por la crítica de Grünbaum fue principalmente entre la comunidad psicoanalítica y los críticos externos al psicoanálisis, el papel de la investigación empírica se debate hoy en día dentro del mismo campo. Importantes publicaciones psicoanalíticas, incluyendo el Journal of the American Psychoanalytic Association y el International Journal of Psychoanalysis han dedicado números especiales a este tema (ver, p. ej. Blue, 1999; Emde y Fonagy, 1997; Galatzer-Levy y Hauser, 1997; Safran, 2001; Westen, 1999), y el papel de la investigación empírica ha sido una cuestión debatida acaloradamente en varias conferencias y encuentros psicoanalíticos recientes (p. ej. Fonagy y col., 2002; Safran, 2001; Sandler, Sandler y Davies, 2000).

No resulta sorprendente que la investigación empírica se haya convertido en una cuestión central en psicoanálisis. Lo que sorprende es que le haya costado tanto convertirse en una cuestión central, especialmente teniendo en cuenta las críticas reiteradas relativas al estatus empírico del psicoanálisis, tanto por los denominados “fundamentalistas freudianos” como por estudiosos psicoanalíticos más serios. Esta crítica a la falta de investigación empírica en el psicoanálisis ha dado lugar a una conciencia creciente, dentro de segmentos de la comunidad psicoanalítica, de la necesidad de evidencias empíricas sistemáticas que apoyen las suposiciones y terapias psicoanalíticas (p. ej. Blatt y Auerbach, 2003; Bornstein, 2001, 2005; Fonagy, 2003; Shedler, 2002; Westen, 1998). Además, la llegada de la medicina basada en evidencias y del cuidado administrado en psiquiatría ha contribuido a una conciencia creciente en ciertos sectores psicoanalíticos de que la carencia relativa de investigación empírica sistemática podría amenazar el futuro del psicoanálisis como ciencia y como terapia en esta época de medicina basada en la evidencia (Bornstein, 2001; Fonagy y col., 2002; Gunderson y Gababrd, 1998; Safran, 2001).

Aunque muchas de las críticas al psicoanálisis han sido respondidas cada vez más por la investigación empírica, estas críticas no han sido plenamente aplicadas.  Citando el comentario irónico de Freud con ocasión de su nombramiento como profesor no es que “lluevan felicitaciones y flores como si el papel de la sexualidad hubiera sido de repente reconocido oficialmente por Su Majestad, la importancia del sueño certificada por el Consejo de Ministros, y la necesidad de una terapia psicoanalítica… apoyada por una mayoría de dos tercios en el Parlamento” (Freud, 1985, carta del 11 de marzo de 1902, p. 457). Por el contrario, el estatus científico del psicoanálisis sigue bajo debate, fuera del psicoanálisis (p. ej. Grünbaum, 2001) y dentro de la comunidad psicoanalítica (p. ej. Bornstein, 2001; Green, 1996, 2000; Wallerstein, 2000).

El presente artículo pretende ofrecer una perspectiva general y una discusión crítica de este debate fundamental dentro de la comunidad psicoanalítica basado en la suposición de que la dinámica subyacente del conflicto entre la práctica psicoanalítica y la formación y la investigación psicoanalíticas se entiende como un conflicto entre dos culturas aparentemente fundamentales y diametralmente opuestas dentro del psicoanálisis (Snow, 1959), cada una de estas culturas motivada por diferentes suposiciones sobre la naturaleza de la investigación psicoanalítica. Este enfrentamiento entre dos culturas se expresa, por ejemplo, en los debates entre André Green, Peter Fonagy, Robert Wallerstein y Robert Emde (ver Sandler, Sandler y Davies, 2000; ver también Shedler, 2004). Es difícil, sin embargo, describir estas dos culturas con precisión, puesto que muchos psicoanalistas se sitúan entre un extremo y otro. Pero en general, esta división implica una cultura principalmente interpretativa en su orientación, que enfatiza el significado y el propósito en la conducta humana, y se basa principalmente en el método tradicional de estudio de casos tal como lo presentó Freud para la construcción de la teoría (o en métodos cualitativos en general) y otra cultura que se basa principalmente en métodos de las ciencias físicas, naturales y sociales, que buscan secuencias de causa y efecto y utilizan modelos probabilísticas más que individualistas de análisis y explicación de los datos. En algunos casos, como veremos, esta división es paralela a la distinción entre enfoques más ideográficos, que enfatizan la unicidad de cada individuo, y enfoques más nomotéticos, que se preocupan más por identificar las regularidades legítimas entre individuos.  En primer lugar discutiremos brevemente la historia de este debate, parcialmente arraigado en la crítica externa a la comunidad psicoanalítica y todavía influenciado por ella. A continuación discutimos el continuo debate dentro de la comunidad psicoanalítica relativa al papel de la investigación empírica. Se discuten argumentos a favor y en contra de los tipos específicos de investigación empírica en psicoanálisis desde ambas perspectivas. Esto va seguido de un ruego por el pluralismo metodológico para salvar la división entre las dos culturas en psicoanálisis. Se utilizan ejemplos de la investigación existente para ilustrar estas cuestiones, así como para ilustrar el potencial de la investigación y la práctica clínica para orientarse y enriquecerse mutuamente. Cerramos con algunas conclusiones y perspectivas relativas al futuro de la investigación en psicoanálisis.

 

Crítica extraparadigmática del psicoanálisis

El psicoanálisis, no es necesario decirlo, ha sufrido ataques desde sus inicios. Desde las primeras obras importantes de Freud (p. ej. Freud, 1900, 1905), el psicoanálisis ha sido descrito como no científico, como “psiquiatría de viejas” e incluso como “pornográfico” (Kiell, 1988; Turner, 1996). Los críticos de Freud, tales como Cioffi (1970) y Eysenck (1985) han acusado al psicoanálisis de ser una pseudociencia, porque de sus teorías no puede derivarse casi ningún conjunto de hipótesis que hayan sido testadas. Es más, estos críticos afirman que las hipótesis psicoanalíticas que han sido puestas a prueba han sido todas ellas refutadas. De ahí que Eysenck (1985) haya concluido que “no hay evidencia, en absoluto, para la teoría psicoanalítica” (p. 266). Torrey (1992) concluía su perspectiva general sobre el estatus científico del psicoanálisis con una afirmación aún más dramática: que el psicoanálisis tiene que situarse “precisamente en el mismo plano científico que la teoría sobre el monstruo del Lago Ness” (p. 221). Esta visión del psicoanálisis como fuera de uso es compartida por muchos, especialmente dentro de la psicología y la psiquiatría académicas. Bornstein (1988, 2001), por ejemplo, ha documentado la influencia cada vez menor del psicoanálisis en la psicología y la psiquiatría académicas, en los libros de texto y en muchos programas de formación académicos y profesionales, al tiempo que se lo describe negativamente como básicamente no científico, anticuado y sexista.

La influencia de los llamados “freudianos fundamentalistas” (ver Lothane, 2001) sobre el debate acerca de la naturaleza científica del psicoanálisis no puede ser infravalorada. A lo largo de los años, se ha formulado una serie casi interminable de acusaciones contra el psicoanálisis y, especialmente, contra Freud como persona y como científico. Freud ha sido acusado de ser un bestia que imponía sus ideas a sus pacientes (Crews, 1995, 1998), un cocainómano con delirio megalomaníaco mesiánico (Thornton, 1983), una personalidad paranoide (Farrell, 1996) y de haber creado mitos acerca de su propia persona y sus teorías (Sulloway, 1979). Según algunos de estos autores (p. ej. Eysenck, 1985; Crews, 1995; Macmillan, 1991), Freud mostraba una combinación de estos rasgos patológicos de carácter. Más recientemente, Freud y el psicoanálisis fueron acusados de haber provocado que muchos terapeutas creyeran en los llamados “recuerdos recuperados” de abuso sexual, que resultaron en una verdadera epidemia de falsas acusaciones (ver, p. ej. Crews, 1995; Ofshe y Watters, 1995). Sin embargo, sólo una década antes, Freud y el psicoanálisis habían sido acusados exactamente de lo contrario, es decir, de una negación desastrosa del abuso sexual en la infancia (Masson, 1984).

El hecho de que estas y otras acusaciones y alegatos descansen a menudo en pruebas limitadas (Holt, 1999; Köhler, 1996; Lothane, 1996, 1999; Robinson, 1993) puede ser sorprendente en cierto modo porque los que proponen este tipo de crítica a menudo pertenecen a círculos que, por lo demás, demandan los estándares intelectuales más altos. Sin embargo, estas críticas han sido muy influyentes.

La entrada irónica de Forrester para una enciclopedia imaginaria refleja la opinión sobre Freud y el psicoanálisis típicas de muchos sectores de la psicología y de sus disciplinas aliadas: “FREUD. No es necesario tener idea de su filosofía, ni conocer los títulos de sus obras, porque todo el mundo sabe todo eso. Refiérase discretamente o al hecho de que dormía con su cuñada… o al hecho de que se lo inventaba todo… Pero preferiblemente no se refiera a ambos a la vez. En compañía(s) de poca confianza, siempre es de buen gusto decir que es más bien passé, aunque una vez tuviera algo que decir a la generación de nuestros padres (ver PSEUDOCIENCIA)… Si se siente forzado a estar actualizado, declare lo vergonzoso que es que sólo ahora hayamos conocido todos estos escándalos. Y lo que queda por ver…” (p. 12).

Este retrato del psicoanálisis como una pseudociencia se ha hecho cada vez más incongruente dado el creciente número de estudios empíricos sobre las teorías y conceptos psicoanalíticos llevados a cabo en las últimas décadas (para una perspectiva general, ver Bornstein y Massling, 1998a, b; Fisher y Greenberg, 1996; Mailing y Bornstein, 1996; Shapiro y Emde, 1995; Westen, 1998, 1999). Estos estudios demuestran no sólo que los conceptos psicoanalíticos pueden ser testados empíricamente, sino también que hay evidencias sólidas que apoyan muchas suposiciones psicoanalíticas. A su vez, la investigación psicoanalítica se publica cada vez más en las principales revistas de prestigio de la psicología y la psiquiatría (p. ej. Bateman y Fonagy, 1999, 2001; Blatt y col., 1998; Leichsenring, Rabung y Leibing, 2004; Lenzenweger y col., 2001; Levy, Clarkin y Kernberg, en prensa; Shedler y Westen, 2004). Además, un creciente número de estudios documentan la eficacia y efectividad de varias formas de psicoterapia psicodinámica (p. ej. Bateman y Fonagy, 2001; Blatt y Shahar, 2004; Fonagy y col., 2002; Leichsenring, 2001; Leichsenring, Rabung y Leibing, 2004). Así, aunque el psicoanálisis continúe necesitando mucho la investigación sistemática y la base empírica del psicoanálisis sea todavía relativamente escasa comparada con la de otras formas de psicoterapia, la crítica reiterada de que el psicoanálisis no es científico porque no ha producido datos empíricos que apoyen sus teorías y terapias, y de que no es siquiera capaz de generar hipótesis que puedan ser testadas empíricamente, contrasta con la creciente base empírica del psicoanálisis. Además, la convergencia cada vez mayor entre el psicoanálisis y otros enfoques teóricos de la psicología, como la psicología cognitiva  (p. ej. Bucci, 1997; Erdelyi, 1985; Luyten, Blatt y Corveleyn, 2005; Milton, 2001; Ryle, 1995; Segal y Blatt, 1993), la psicología y la psicopatología evolutivas, incluyendo la investigación sobre el apego (p. ej. Beebe y col., 2003; Blatt, Auerbach y Levy, 1997; Diamond, 2004; Emde, 1988a, b; Fonagy y Target, 2000; Main, 2000; Mayes, 2005; Slade, 2004; Stern, 1985) y la psicología social (Westen, 1991), así como la neurociencia (p. ej. Kandel, 1999; Mayes, 2003; Olds y Cooper, 1997; Schore, 2003; Shevrin y col., 1996; Solms, 2004; Westen y Gabbard, 2002a, b), avala evidentemente al psicoanálisis como vivo y como ciencia.

Hace tres décadas, Lloyd Silverman (1976) publicó “Teoría Psicoanalítica: Las informaciones sobre mi muerte son enormemente exageradas”, un artículo cuyo subtítulo se hace eco del comentario irónico de Mark Twain tras leer la noticia de su propia muerte en un periódico. Según Silverman, la broma de Twain también era adecuada en el contexto de muchos informes sobre la muerte del psicoanálisis vigente en aquel momento. Todavía hoy, treinta años más tarde, muchos psicoanalistas no están familiarizados con, o no están interesados en, la creciente investigación empírica sobre conceptos y teorías psicoanalíticos (Bornstein, 2001; Westen, 1998, 1999).

Junto con las críticas de los “freudianos fundamentalistas”, han aparecido numerosas críticas más sustanciales al psicoanálisis. Estas críticas han tenido quizá un mayor impacto en el debate actual sobre el papel de la investigación empírica dentro de la comunidad psicoanalítica (Fonagy y Tallandini-Shallice, 1993; Masling y Bornstein, 1996). Dos críticas, ambas provenientes de eminentes filósofos de la ciencia, se destacan como especialmente importantes. La primera es la conocida acusación de Karl Popper de que el psicoanálisis es infalsificable y, por tanto, no científico (1959), una idea que sigue influyendo en la opinión de nuestros colegas científicos. El psicoanálisis, de acuerdo a Popper, es una teoría tan encerrada sobre la naturaleza humana que es capaz de explicar casi todo el comportamiento humano. Aunque a menudo se ha considerado un punto fuerte del psicoanálisis, en realidad es su debilidad, continúa argumentado Popper, puesto que prácticamente no hay ninguna conducta que no consiga encontrar una explicación psicoanalítica. En opinión de Popper, el sello de las teorías científicas es una apertura a la falsificación, y puesto que el psicoanálisis sólo busca verificación y confirmación, no es científico. Por ejemplo, un hombre puede haberse casado con una mujer que se parezca a su madre, puede haberse casado con alguien que no se le parece en absoluto; en ambos casos, el psicoanálisis pretende explicar la conducta. En ambos casos se alega que el hombre padece conflictos edípicos sin resolver: en el primer caso ha buscado una sustituta para su madre; en el segundo, su elección está determinada por el hecho de que cualquier parecido a su madre en otra mujer es insoportable. Así, cualquier resultado es considerado una confirmación de la teoría, y no existe prácticamente ninguno que pueda especificarse que no la confirma.

En este contexto, la distinción de Popper entre el contexto del descubrimiento y el de la justificación es extremadamente relevante, porque continúa influyendo en el debate sobre el estatus científico del psicoanálisis (ver, p. ej. Edelson, 1984). EL contexto del descubrimiento se refiere al origen de las ideas científicas. Pero según Popper, las ideas o hipótesis se convierten en científicas sólo cuando se ponen a prueba (se dejan abiertas a su falsificación) y no son refutadas. A este proceso, Popper lo denominó el contexto de la justificación. Y, en realidad, como Fonagy (2003) ha afirmado recientemente, parece que el psicoanálisis es rico en “descubrimientos” pero se ha quedado muy a la zaga en la justificación de estas ideas. Para ser más precisos, los psicoanalistas han considerado durante mucho tiempo que su típico modo de probar las hipótesis psicoanalíticas –es decir, el estudio interpretativo en profundidad de casos individuales- es base suficiente para la justificación. Sin embargo, como detallaremos más adelante, ha quedado claro que el método tradicional de estudio de casos no es suficiente para justificar las ideas psicoanalíticas porque, entre otras razones, sólo busca confirmar las evidencias.

Esta segunda crítica proveniente de la filosofía de la ciencia fue presentada por Adolf Grünbaum (1984, 2001), quien ha convencido a muchos de que el modo tradicional de recoger pruebas empíricas en psicoanálisis –es decir, mediante la asociación libre y el método tradicional de estudio de casos- no satisface los criterios para la buena evidencia clínica (Forrester, 1996; Lietaer, 2001; Lothane, 2001). El método psicoanalítico, basado en la regla de la asociación libre, conduce, según Grünbaum, a una contaminación fundamental de los datos empíricos en la que el analista influye en los datos clínicos mediante sus expectativas teóricas en tal medida que los datos no tienen valor alguno para testar las hipótesis psicoanalíticas. Para empezar, Grünbaum afirma que el psicoanalista comenta selectivamente, implícita o explícitamente, importantes aspectos teóricos de las asociaciones libres del paciente y, más aún, que cuando esas asociaciones no conducen a una confirmación de las hipótesis teóricas, el psicoanalista dirige las asociaciones del paciente mediante pistas verbales y no verbales “hasta que arrojan los resultados teóricamente apropiados” (Grünbaum, 1984, p. 211). Así, Grünbaum ha convencido a muchos de que el proceso del tratamiento psicoanalítico no puede ser un contexto de investigación y que sólo la investigación fuera de la situación psicoanalítica (es decir, en sujetos no tratados, o en pacientes que no reciben tratamiento psicoanalítico) puede ofrecer el contexto adecuado en el cual testar las hipótesis psicoanalíticas. Para evaluar con más detalle el impacto de la crítica de Grünbaum, nos fijaremos ahora en la controversia sobre la investigación empírica dentro de la propia comunidad psicoanalítica.

 

La controversia dentro del psicoanálisis: la gran división

Un tanto esquemáticamente, implícita o explícitamente influenciada por la crítica de Grünbaum, la comunidad psicoanalítica esta actualmente dividida en dos grupos, o en lo que puede describirse, en el extremo, como dos culturas radicalmente diferentes sobre la naturaleza y el papel de la investigación empírica en el psicoanálisis (ver Fonagy, 2000, 2003; Whittle, 2000). Una cultura sostiene que el psicoanálisis y la investigación psicoanalítica deberían centrarse en el significado, la interpretación y la narración, y sostiene que el método tradicional de estudio de casos, tal como lo introdujo Freud, es el único método apropiado para la investigación de las teorías psicoanalíticas (ver, p. ej. Green, 1996, 2000; Wolf, 1996). La otra cultura, caracterizada más por una posición neopositivista centrada en “hechos concluyentes” y afirmaciones probabilísticas (estadísticas), sostiene que el método tradicional de estudio de casos no satisface los cánones de la ciencia y que el psicoanálisis debería, por tanto, utilizar otros métodos, derivados de las ciencias físicas y sociales, incluyendo métodos experimentales y cuasi-experimentales (ver, p. ej. Masling y Bornstein, 1996). De ahí que, de forma congruente con las suposiciones metodológicas en las ciencias físicas y sociales, los defensores de esta última postura sostengan que los modelos de la investigación experimental, en la cual los sujetos son asignados aleatoriamente a un grupo o condición experimental o de control, y en la cual las variables potencialmente perturbadoras son controladas y las variables objetivas manipuladas, son el sello distintivo de la ciencia, puesto que sólo tales modelos permiten establecer sólidas conclusiones causales. Los modelos y métodos de la denominada investigación cuasi-experimental también pueden ser útiles en el proceso de justificación de conocimiento, aunque en un grado más limitado.

Los modelos cuasi-experimentales se aproximan a las condiciones experimentales (“cuasi” significa “similar a”), pero fallan en uno (o en ambos) de los dos sentidos. Ni los individuos pueden ser aleatorios (pensemos en estudios de grupos naturales, es decir, estudios de pacientes comparados con no pacientes extraídos de la población general), ni las variables teóricamente relevantes pueden ser manipuladas (pensemos en estudios naturalistas de psicoterapia). Puesto que tales diseños no permiten grupos de control ni manipular las variables, pueden considerarse limitados en su capacidad para arrojar conclusiones causales; sólo pueden sugerir posibles efectos causales (Campbell y Stanley, 1966; Treta y Weersing, 2005). Por ejemplo, las diferencias de grupo en los diseños cuasi experimentales pueden reflejar diferencias debidas a una variable teórica supuesta, pero también pueden reflejar el efecto de una tercera variable desconocida. Además, los estudios denominados N=1, es decir, estudios de casos individuales, son considerados científicos sólo en tanto utilicen un diseño cuasi-experimental, p. ej. la manipulación sistemática de intervenciones terapéuticas (ver Kazdin, 2003), pero aun entonces se consideran limitados en su capacidad para justificar el conocimiento por los problemas asociados con la generalización de un único caso.

Otros métodos de investigación como la psicohistoria, la etnografía y la investigación cualitativa/interpretativa, y el método tradicional de estudio de casos (todos ellos utilizados durante décadas en el psicoanálisis) se consideran útiles sólo en el proceso de generación de hipótesis –el contexto del descubrimiento- pero no en el contexto de la justificación, puesto que estos métodos carecen de aleatoriedad y/o de la capacidad de controlar y manipular variables. Además, puesto que estos métodos utilizan datos cualitativos, cualquier generalización de los hallazgos es considerada problemática. Si bien existen claras reglas estadísticas para la generalización de datos cuantitativos, no es así para la generalización de datos cualitativos.

Como hemos apuntado, la división entre dos culturas dentro del psicoanálisis también refleja en ciertos casos una tensión entre los enfoques ideográficos y nomotéticos de la ciencia, en que el primero se interesa principalmente por comprender a los individuos y a su historia, creencias y conductas particulares e idiosincrásicas, y el último se centra en el descubrimiento de regularidades legítimas entre individuos.

Según algunos autores, el enfoque más interpretativo dentro del psicoanálisis está influenciado mayormente por el psicoanálisis francés, mientras que la cultura más neopositivista es dominante principalmente en el mundo anglófono (Steiner, 2000; Stern, 2000). Sin embargo, como ha señalado Westen (2002a), la realidad es probablemente más compleja; ambas posturas, en nuestra opinión, deberían considerarse extremas, y muchos psicoanalistas en todo el mundo se sitúan en algún punto intermedio entre ambas.  Es más, algunos psicoanalistas manifiestan una abierta indiferencia hacia estas cuestiones (Westen, 2002a), o limitan su preocupación al potencial impacto de los hallazgos de la investigación sobre el futuro de la profesión psicoanalítica. Nuestra creencia es que las dos culturas son en realidad extremas y que muchos dentro de la comunidad psicoanalítica –tanto investigadores como clínicos- adoptan perspectivas menos radicales. Sin embargo, con cierta justificación, la comunidad psicoanalítica puede dividirse entre aquellos que consideran el psicoanálisis como una ciencia interpretativa perteneciente a las humanidades y aquellos que creen que el psicoanálisis debería adoptar un paradigma neopositivista consistente con los enfoques de las ciencias físicas, biológicas y sociales.

Es una suposición central en este artículo que cada una de estas posiciones relativas a la investigación en psicoanálisis requiere una cuidadosa evaluación. Una de las principales razones para la división entre ambas culturas es que ninguna está suficientemente familiarizada con las suposiciones y creencias de la otra. A menudo no parecen interesadas siquiera en llegar a conocerse. Como ha sostenido Whittle (2000), cada creencia y suposición de la otra parte parece tan errónea, y tan irrelevante que, aun cuando esté motivada, cada parte pierde rápidamente el interés en la literatura de la otra. Por tanto, cualquier esperanza de salvar esta distancia dentro del psicoanálisis requiere que ambas partes establezcan inicialmente “términos de diálogo”, que sólo pueden surgir de una consideración detallada de las suposiciones de la otra. En general, tres importantes diferencias caracterizan la perspectiva de las dos culturas sobre la naturaleza y el papel de la investigación empírica en psicoanálisis. Discutimos cada una de estas diferencias por separado.

 

Postmodernismo versus neopositivismo: ¿podemos distinguir entre “verdades”?

En primer lugar, algunos analistas están convencidos de la investigación experimental y cuasi-experimental de conceptos psicoanalíticos no mejorará el estatus científico del psicoanálisis, puesto que no hay pruebas que indiquen que estos métodos son mejores que métodos como el estudio tradicional de casos (Masling y Bornstein, 1996; Westen, 2002a). Influenciados por el pensamiento postmodernista, estos analistas sostienen que la ciencia y los métodos científicos dan lugar a una “historia” de la “realidad” entre otras posibles historias de la misma realidad. Todas estas historias tienen su valor, porque no hay modo de decidir qué versión de la realidad es más válida. Es más, los defensores de esta posición a menudo sostienen que el psicoanálisis no puede (en realidad no debería) formular “leyes” universales relativas a la conducta humana. Una variante de esta posición es esgrimida por Spence (1982), quien ha afirmado que la verdad narrativa, no la verdad histórica, es lo que es importante para el psicoanálisis.

Mientras que muchos estarían de acuerdo en que el psicoanálisis, como cualquier otra ciencia de la naturaleza humana, no es capaz de formular leyes “concluyentes” o “universales” ni de descubrir la verdad histórica como tal (y en realidad tampoco lo intenta), si realmente  queremos convencer a nuestros pacientes y al público (así como a nosotros mismos) del valor del psicoanálisis, esto supone necesariamente teorías que propongan regularidades probabilísticas en la conducta humana. Dichas teorías no deberían ser consideradas verdades absolutas sino, como desarrollamos abajo más detalladamente, “narrativas maestras” que necesitan ser testadas y refinadas, tanto en investigaciones nomotéticas como ideográficas.  De hecho, muchos psicoanalistas, comenzando por Freud, han mantenido que el psicoanálisis no es (o al menos no sólo) una ciencia del pensamiento, afecto y conducta meramente individuales e idiosincrásicos, sino más bien estudia las regularidades que pueden observarse en los seres humanos (p. ej. estructura de carácter oral y anal, proceso de pensamiento primario y secundario, mecanismos de defensa, desarrollo psicosexual). Aunque cada paciente tiene su propia “narrativa idiosincrásica”, cualquier clínico reconocerá regularidades o “narrativas maestras” en la historia y las dinámicas concretas de un paciente. Negar esto, y actuar como si enfocásemos cada nuevo paciente como una tábula rasa, sería ingenuo. Así, el psicoanálisis no sólo produce una historia entre otras historias. Aunque podemos estudiar la verdad “narrativa” y no la “histórica”, negar que esta verdad narrativa es modelada por la historia del individuo y, a su vez, influye cómo el individuo interpreta y modela su vida, es negar cualquier regularidad en la conducta humana. Como Westen (2002ª) ha señalado acertadamente, cuando buscamos un tratamiento para el cáncer, no esperamos que el doctor nos cuente una “historia” que tenga sentido para él o para el paciente. Esperamos que el doctor identifique el proceso subyacente a los síntomas manifiestos y utilice formas de tratamiento empíricamente testadas y confirmadas. Al menos este proceso implica hipótesis que puedan ser puestas a prueba y demostradas falsas utilizando métodos sistemáticos de investigación.

 

¿Puede la investigación cuasi-experimental hacer justicia a los conceptos psicoanalíticos?

Una segunda área en la que las dos culturas difieren tiene que ver con la complejidad de conceptos psicoanalíticos. Muchos psicoanalistas están convencidos de que la investigación experimental o cuasi-experimental de las teorías psicoanalíticas, y especialmente una investigación conducida fuera de la situación psicoanalítica, no sólo es difícil, sino imposible (Masling y Bornstein, 1996; Westen, 2002a; Shedler, 2002). Dicha investigación no apreciaría las complejidades de conceptos psicoanalíticos “reales” y por tanto sería irrelevante para el psicoanálisis. Green (2000) ha ido tan lejos como para sugerir que dicha investigación podría incluso resultar peligrosa, es decir que podría amenazar a la esencia del psicoanálisis. Sólo el método tradicional de estudio de casos, sostiene, puede posiblemente hacer justicia a las complejidades de los conceptos y teorías psicoanalíticos (ver p. ej. Green, 2000; Wolf, 1996). Se ha señalado repetidamente, sin embargo, que esta opinión es simplista (Fonagy, 2000, 2003; Shedler, 2002, Westen, 2002a). Como han afirmado Masling y Bornstein (1996) “desestimar toda la empresa de testeo experimental de las hipótesis psicoanalíticas es tan simple e ingenuo como desestimar el método de historia del casos” (p. xviii).

Sin embargo, uno debería también tener en cuenta dos cuestiones que han reforzado a muchos analistas en su rechazo de este tipo de investigación. En primer lugar, la calidad de la investigación de conceptos y teorías psicoanalíticos ha sido a menudo muy pobre y, por tanto, de escasa relevancia para los clínicos (Green, 2000; Wallerstein, 2000). Como ha apuntado Spence (1994), muchos de estos estudios son “impecables ‘estudios de nada en concreto’” (p. 23). Así, muchos psicoanalistas se ven decepcionados (a menudo repetidamente) por este tipo de investigación, lo que refuerza su creencia de que tal investigación es imposible o que, si es posible, tiene poca relevancia para su práctica clínica (Blatt y Auerbach, 2003; Shedler, 2002).

Un ejemplo convincente de la decepción que uno puede hallar en la investigación cuasi-experimental de los conceptos psicoanalíticos es la investigación sobre una de las hipótesis más famosas de Freud, es decir, la hipótesis de la represión. Shevrin y Bond (1993) han mostrado que casi toda la investigación en esta área se basa en una comprensión defectuosa de la hipótesis. En realidad, llegan a la conclusión de que hasta 1993 ningún estudio experimental la puso a prueba de forma correcta. Por ejemplo, en muchos estudios, la hipótesis de la represión era testada mostrando a los sujetos palabras estímulo con significados sexuales o agresivos, junto con palabras neutrales. Tras esto, se pedía a los sujetos que recordaran todas las palabras. Se suponía que la hipótesis de la represión predice que los sujetos mostrarán un escaso recuerdo de las palabras con significado sexual o agresivo en comparación con su recuerdo de las palabras neutrales. Sin embargo, esta predicción descansa claramente sobre una interpretación errónea de la hipótesis de la represión, según la cual las personas “reprimen” constantemente palabras con una carga sexual o agresiva. Pero de hecho, la hipótesis de la represión propone que hay representaciones inconscientes específicas que no se permiten en la conciencia y que este proceso es motivado (Freud, 1915; Shevrin y Bond, 1993). Estos estudios de la hipótesis de la represión no demostraron ninguna motivación para reprimir estas representaciones ni el hecho de que estas palabras estímulo estuvieran relacionadas con representaciones inconscientes. Como señalan Shevrin y Bond, y como detallaremos más adelante, el único método para testar hipótesis como la de la represión utilizando métodos cuasi-experimentales puede ser una combinación de métodos ideográficos y nomotéticos. Por ejemplo, como han hecho Shevrin y sus colegas, uno podía buscar inicialmente identificar y evaluar las áreas de conflicto en los individuos (p. ej. mediante una entrevista o el Test de Apercepción Temática) y luego construir estímulos ideográficamente diseñados para ser utilizados en un estudio experimental posterior.

En resumen, los estudios mal conceptualizados que no consiguen ofrecer resultados significativos por que no toman en cuenta significados ideográficos sólo refuerzan la convicción de muchos analistas de que este tipo de investigación empírica tiene muy poco que ofrecer.

Sin embargo, al mismo tiempo, es importante apuntar que la investigación de inspiración psicodinámica se está haciendo cada vez más sofisticada y clínicamente relevante (p. ej. Beebe y col., 2005; Blatt y col., 1998; Fonagy y col., 2004; Hauser, Golden y Allen, en prensa; Levy, Clarkin y Kernberg, en prensa; Miller y col., 1993; Shedler, 2002; Shevrin y col., 1996; Talley, Strupp y Butler, 1994). Por ejemplo, la investigación cuasi-experimental ha señalado que muchas de las concepciones psicodinámicas tradicionales sobre el desarrollo humano son incorrectas. Como ha afirmado Fonagy (1996) los estudios observacionales han “establecido límites para las especulaciones psicoanalíticas acerca de la experiencia infantil especificando las competencias que el niño posee en determinadas fases y descartando como improbables propuestas genético-evolutivas que presumen capacidades que no aparecen en el programa evolutivo” (p. 406, ver también Stern, 1985). Por ejemplo, la investigación con infantes ha mostrado que no existe nada parecido a la “fase autista normal” y que la noción original de simbiosis infantil necesita ser modificada. Esto ha llevado a los investigadores y clínicos psicodinámicos (Pine, 2004) a modificar sus perspectivas sobre el desarrollo normal y patológico, incluyendo los orígenes y el tratamiento de la psicosis infantil (ver, p. ej. Tustin, 1991, 1994).

Otro ejemplo de la influencia de la investigación en la práctica psicoanalítica son los estudios de Beebe y sus colegas (p. ej. Beebe y Lachmann, 2002) basados en microanálisis de interacciones entre madres e infantes grabadas en video. Sorprendidos por la riqueza de información que ofrecían estos microanálisis, Beebe y sus colegas desarrollaron un tratamiento psicoanalíticamente orientado de las díadas madre-infante con retroalimentación mediante video, que ayuda enormemente a aclarar a las madres los métodos no adaptativos de interacción con sus infantes; sin esas interacciones grabadas en video, esto a menudo supone una tarea desalentadora (Beebe, en prensa). Es más, su hallazgo de que la regulación madre-infante es co-construida (es decir, que ambos contribuyen a las continuas interacciones) no sólo ha facilitado el tratamiento madre-infante, sino que también ha orientado el tratamiento de los adultos, al prestar especial atención a la importancia de las interacciones no verbales entre analista y paciente (ver Beebe y Lachmann, 2002).

Otro caso a señalar es una asociación muy elevada entre la personalidad borderline y el abuso sexual. Aunque los investigadores psicoanalíticos siempre han sido conscientes de la importancia de trauma temprano en los pacientes borderline, las formulaciones psicodinámicas y el tratamiento claramente infravaloraban la importancia de tales traumas en los pacientes borderline, especialmente a la hora de explicar las rupturas del tratamiento y la terminación precipitada (Westen, 2002a).

Un último ejemplo tiene que ver con la investigación sobre el proceso psicoterapéutico, que ha dado lugar a un número considerable de insights clínicos relevantes relativos a ciertos factores mutativos en el proceso del tratamiento. Baltt (1992) y Blatt y Shahar (2004), por ejemplo, encontraron que aunque los análisis previos del Proyecto Menninger para Investigación en Psicoterapia hallaron pocas diferencias en la efectividad del psicoanálisis versus la psicoterapia psicodinámica de apoyo (ver Wallerstein, 1986), análisis posteriores mostraron que los pacientes anaclíticos, cuyos problemas se centran principalmente en cuestiones y conflictos relacionales, tenían un mejor resultado con la psicoterapia expresiva de apoyo y eran especialmente sensibles a las dimensiones interpersonales de la psicoterapia, mientras que a los pacientes introyectivos, principalmente preocupados por el rendimiento, la autonomía y la identidad, les iba mejor el psicoanálisis y eran principalmente sensibles a la interpretación.

Hay significativamente claras indicaciones de que estudios de tratamiento como éstos tienen cada vez más impacto en la práctica psicoanalítica. Al examinar sólo la investigación reciente sobre el tratamiento psicodinámico, dos publicaciones, una sobre el desarrollo del Tratamiento Basado en la Mentalización (Bateman y Fonagy, 2004) y la otra sobre la Psicoterapia Enfocada en la Transferencia (Clarkin y Levy, 2003) ofrecen explicaciones detalladas sobre cómo la interacción entre desarrollos en la teoría psicoanalítica, la experiencia clínica continuada y la investigación sistemática del tratamiento han dado como resultado tratamientos más efectivos para pacientes con trastorno de personalidad borderline. Una explicación igualmente fascinante del intercambio entre teoría, experiencia clínica e investigación en el desarrollo de tratamiento psicoanalítico de día con límite de tiempo puede encontrarse en Piper y col. (1996). Aunque, como se apunta, se necesita mucha más investigación, estos ejemplos sugieren modos en los que la investigación empírica sistemática, los avances teóricos y la experiencia clínica pueden orientarse mutuamente.

Así, hallazgos recientes indican no sólo que el estudio cuasi-experimental de hipótesis psicoanalíticas es posible, sino que es bastante relevante para el desarrollo del psicoanálisis. De ahí que deban aumentarse los esfuerzos de organizaciones psicoanalíticas para formar investigadores psicoanalíticos (ver, p. ej. Wallerstein y Fonagy, 1999) y para ofrecer mayores fondos para la investigación. Estos esfuerzos pueden servir para formar a una nueva generación de investigadores que investiguen las hipótesis psicoanalíticas con metodologías sofisticadas que hagan justicia a la compleja realidad psíquica que los analistas observan normalmente en su práctica clínica (ver también Fonagy, 2003).

Una segunda cuestión, a menudo obviada por los defensores de la investigación cuasi-experimental, es la importancia de la investigación conceptual. Los conceptos y teorías psicodinámicas están orientados, y tienen sus raíces en (ellas, por) disciplinas tan diversas como la filosofía, la lingüística y la antropología cultural, por una parte, y el estudio cuidadoso de las vidas individuales por la otra, dando lugar a conceptos ricos y a menudo muy complejos (“espesos”). Esta riqueza, sin embargo, no suele reflejarse en los estudios empíricos porque en ocasiones los investigadores simplifican los conceptos en un intento de ajustarse a los puntos de vista metodológicos y teóricos más tradicionales. Es precisamente esta tendencia a simplificar los conceptos psicodinámicos en la investigación la que ha convencido a muchos analistas de que el estudio cuasi-experimental de conceptos psicoanalíticos no es posible ni relevante. Sin embargo, un cierto grado de simplificación de los conceptos psicoanalíticos puede no ser tan problemático como parece a primera vista. La ciencia siempre ofrece una aproximación basada en modelos probabilísticos, y de hecho uno debería sospechar de cualquier ciencia, especialmente de una tan joven como el psicoanálisis, que pretende tener una respuesta a todas las preguntas. En cualquier ciencia se empieza, como Freud (1915, 1925) ha señalado reiteradamente, con conceptos imperfectos que posteriormente se refinan mediante un proceso de testeo empírico. Cualquiera que intente estudiar los conceptos psicoanalíticos sentirá inmediatamente lo difícil que es incluso definir algunos de estos conceptos (ver Fonagy y Tallandini-Shallice, 1993).

Así, pensamos que los estudios conceptuales detallados y cuidadosos sobre los conceptos psicoanalíticos son tan cruciales para el futuro del psicoanálisis como la operacionalización de estos conceptos en la investigación empírica sistemática. Estos no son procesos claramente separados, sino dos caras de la misma moneda. Como ha señalado Westen (2002a), los conceptos psicoanalíticos a menudo se definen vagamente y, por tanto, trabajar con ellos puede ir en detrimento tanto de la práctica clínica como de la investigación clínica relevante. Tal vez en ciertos círculos es tendencia o resulta chic adherirse a conceptos vagos. Pero si no podemos siquiera ponernos de acuerdo en el significado de los conceptos básicos, ¿cómo podemos esperar que progrese este campo, o incluso convencer a nuestros pacientes y a la comunidad científica del valor del psicoanálisis? Sin embargo, si simplificamos excesivamente los conceptos psicoanalíticos para dirigir la investigación empírica, la amplia distancia entre la práctica y la investigación psicoanalíticas seguirá existiendo. Por tanto, la investigación conceptual y empírica debe avanzar mano a mano; deben ser consideradas no campos disyuntivos, sino procesos complementarios.

 

Los datos clínicos y el método de estudio de casos en la investigación psicoanalítica: ¿Cenicienta o la caja de Pandora?

Una tercera y última diferencia entre las dos culturas en psicoanálisis tiene que ver con la naturaleza de la investigación empírica. ¿Qué tipo de investigación necesita el psicoanálisis? Según muchos psicoanalistas, es innecesaria la investigación empírica con métodos distintos del tradicional estudio de casos para validar los conceptos y teorías psicoanalíticas (Green, 1996, 2000; Wolf, 1996). Como ha señalado Fonagy (2003), algunos analistas no son tan opuestos a otro tipo de investigación como propensos a verla simplemente como una confirmación de lo que “ellos han sabido desde siempre”, y, por tanto, como innecesaria.

Esta cuestión es probablemente la principal división entre las dos culturas en psicoanálisis y el principal obstáculo para establecer un diálogo constructivo entre ellas. En realidad, hay mucho en juego en esto. Es como si hubiera dos mundos en colisión. Uno considera que los estudios tradicionales de casos no sólo son suficientes para la justificación de las teorías psicoanalíticas, sino también que ofrece insights ricos e incluso únicos sobre la naturaleza humana. El otro mundo considera este método carente de valor científico, excepto en el contexto del descubrimiento (es decir, para la generación de hipótesis).

La influencia de Grünbaum en el debate sobre la investigación empírica es especialmente relevante en esta discusión. Como se ha apuntado, según Grünbaum (1984) el método tradicional de estudio de casos no satisface los cánones de la ciencia porque implica una contaminación fundamental de los datos por parte del psicoanalista. Para él, el único modo en que el psicoanálisis puede convertirse verdaderamente en una ciencia es (1) usar métodos cuasi-experimentales para estudiar las hipótesis psicoanalíticas y (2) hacerlo fuera de la situación analítica. Así, el método tradicional de estudio de casos puede desempeñar un papel sólo en el contexto del descubrimiento; no en el contexto de la justificación.

Hay una gran parte de verdad en la crítica de Grünbaum, como han reconocido muchos analistas (p. ej. Bateman, 2004; Fonagy, 2003; Galatzer-Levy, 1991; Holt., 1992; Klumpner y Frank, 1991; Spence, 1990, 1994; Tasman, 1998). Muchos escollos metodológicos están asociados al método tradicional de estudio de casos, vinculado a los roles del paciente y el terapeuta. En cuanto al paciente, la investigación, incluyendo (tal vez especialmente) la investigación psicodinámica, ha mostrado que la memoria humana puede ser fácilmente influenciable y está bien documentado que incluso los individuos “normales”, con un buen funcionamiento pueden producir falsos recuerdos (ver, por ej. Loftus y Ketcham, 1994). Precisamente porque muchas teorías psicodinámicas descansan en la reconstrucción de recuerdos del pasado, se necesita la evidencia extraclínica para verificar estas reconstrucciones. Pero hay más. Incluso si los psicoanalistas, correctamente desde una perspectiva clínica, sostienen que estas confirmaciones independientes no son necesarias porque el psicoanálisis se enfrenta a significados personales de los individuos (“verdad narrativa”) y no a acontecimientos históricos, una limitación importante del método tradicional de estudio de casos, relacionada no con los pacientes sino con cómo dirigen y presentan los psicoanalistas los estudios del caso (ver p. ej. perspectivas generales en Fonagy, 2003; Messer y McCann, 2005; Spence, 1994). Spence, por ejemplo ha mostrado de forma convincente que en los estudios tradicionales de casos el material “puro” de las sesiones rara vez se muestra, haciendo difícil para los lectores juzgar la medida en que los prejuicios teóricos y la memoria selectiva han desempeñado un papel en la presentación y selección del material (p. ej. no mostrando, o ni siquiera observando, datos que contradigan o sean inconsistentes con las creencias que uno valora). Como apunta Bateman, un estudio tradicional de casos no es una descripción fidedigna de un encuentro clínico real, ni un estudio sistemático de un número determinado de hipótesis; más bien es “una creación sofisticada, en la que los acontecimientos de un encuentro clínico son filtrados, modelados, ordenados, reflejados, idealizados, condensados y generalmente diseñados para encajar en las preconcepciones teóricas, de modo tal que lo hacen altamente no replicable y muy poco fiable” (p. 162, ver también Widlöcher, 1994). Esta falta de datos puros y una tendencia a diseñar los datos para que se ajusten a las nociones teóricas parece ser una característica general de mucha de la literatura psicoanalítica. Klumpner y Frank (1991), por ejemplo, informaban de que los quince artículos más citados en psicoanálisis, ninguno incluía una cantidad sustancial de datos clínicos. Es más, la ausencia  virtual de datos puros en los informes del método tradicional de estudio de casos hace imposible a los lectores testear hipótesis o interpretaciones alternativas. Por ello, como ha señalado Fonagy (2000, 2003), existe una amplia disparidad entre el número de ideas en psicoanálisis y el testeo sistemático de dichas ideas.

En resumen, algo es fundamentalmente erróneo en psicoanálisis en cuanto al modo en que los datos son recogidos y justificados, y esto ha contribuido a la percepción negativa del psicoanálisis por parte del público y especialmente de la comunidad científica. Esto ha dado lugar, por ejemplo, a  la crítica de que los psicoanalistas son “lectores de ideas” (Meehl, 1994), un campo ejemplificado por los interminables debates establecidos no por la investigación empírica sistemática, sino por la confianza en la autoridad, persuasión, anécdotas y la presentación selectiva de los datos que confirman la teoría favorita de cada autor. Esto ha conducido al aislamiento, el estancamiento intelectual, la fragmentación y la ortodoxia. Así, el a menudo aclamado pluralismo teórico dentro del psicoanálisis podría ocultar, en parte, un problema fundamental: la incapacidad de abandonar las teorías que uno prefiere y encontrar modos de evaluarlas sistemáticamente. SI el psicoanálisis continúa recogiendo datos y justificando el conocimiento de modos no aceptados por la comunidad científica, podría suponer su muerte en esta época de la medicina basada en la evidencia y cuidado dirigido (Bornstein, 2001; Fonagy, 2000; Gunderson y Gabbard, 1998). Pero ¿significa esto que los datos clínicos y el método de estudio de casos carecen completamente de valor para testar las hipótesis psicoanalíticas? Muchos, aun dentro de la comunidad psicoanalítica, lo creen así. Nosotros pensamos, no obstante, que esta conclusión es en cierto modo prematura. En primer lugar, como hemos apuntado más arriba, todos los datos “puros” están motivados por la teoría (como son todas las observaciones) y por tanto “contaminados” en cierto modo por las expectativas teóricas. Así, toda tarea terapéutica, como toda investigación empírica, independientemente de la orientación del terapeuta (o el investigador) está basada en concepciones teóricas. Un poderoso ejemplo de cómo los datos pueden estar contaminados por las expectativas teóricas es el hallazgo de que la fidelidad teórica o clínica del investigador está muy asociada con los resultados de los estudios de psicoterapia. Luborsky y col., (1999), por ejemplo, encontraron que más o menos el 70% de la variabilidad en las dimensiones del efecto informado en los estudios de resultados podía ser atribuida a la fidelidad del investigador a una terapia determinada. En otras palabras, la orientación teórica del investigador suele dar lugar a mejores resultados para su tratamiento de preferencia (posiblemente realizando el tratamiento con más entusiasmo y convicción) que para los otros tratamientos evaluados.

Por tanto, no está justificado desestimar completamente los datos clínicos sobre la base del argumento de que estos datos pueden estar contaminados en cierta medida. Como ha afirmado Forrester (1997), dicha opinión estaría basada en un “ideal de pureza” inalcanzable, es decir “la noción de que la ciencia debe tener materiales puros con los que trabajar -al igual que la química analítica está basada en la pureza de los materiales utilizados para testar y experimentar” (p. 223).

Además, la investigación empírica sistemática ha contradicho la afirmación de Grünbaum de que los datos clínicos están contaminados fundamentalmente por la sugestión y las expectativas teóricas y por tanto carecen totalmente de valor para testar las teorías científicas (ver. P. ej. Loborsky, 1986; Miller y col., 1993; Shedler y Westen, 2004). Por ejemplo, los estudios han mostrado consistentemente una semejanza considerable en el patrón relacional típico o el del  Tema de Relación Nuclear Conflictiva medido en la situación analítica y antes y fuera y de ella. Además, los datos clínicos permiten la predicción de una amplia variedad de variables extraclínicas (Luborsky, 1986). Por ejemplo, Shahar y col. (2004) hallaron que el perfeccionismo autocrítico del paciente perturbaba el desarrollo no sólo de una buena alianza terapéutica sino también de relaciones sociales fuera del tratamiento, demostrando así el paralelismo entre los procesos que tienen lugar tanto dentro como fuera de la situación clínica. Shedler, Westen y sus colegas (para una perspectiva general ver Shedler y Westen, 2004) han mostrado que los clínicos pueden no ser buenos a la hora de combinar datos clínicos (p. ej. combinar características de la personalidad para establecer los trastornos de personalidad), pero pueden observar características de los pacientes, sean estas manifiestas (p. ej. síntomas) o más latentes (p. ej. los típicos mecanismos de defensa) de un modo fiable y válido. Es interesante que Westen y Shedler (1999) no encontraron diferencia alguna a este respecto entre terapeutas de distintas orientaciones teóricas (p. ej. psicodinámica, cognitivo-conductual, biológica). Un hallazgo aún más interesante fue que los clínicos, independientemente de su orientación teórica, podían considerar a los pacientes de forma fiable según conceptos psicodinámicos tales como los mecanismos de defensa, siempre que estos conceptos psicodinámicos estuvieran descritos en un estilo claro y libre de jerga(s).

Así, estos hallazgos de la investigación empírica sistemática muestran que los datos clínicos no conducen necesariamente a los psicoanalistas a un pantano epistemológico (ver también Lothane, 1999). Los datos clínicos no pueden descartarse como totalmente inválidos, sino que pueden dar lugar a importantes descubrimientos e insights teóricos y terapéuticos (para una perspectiva general, ver Lambert y Ogles, 2004), especialmente si se estudian sistemáticamente utilizando cuestionarios, investigación observacional (por ejemplo grabando en video y codificando las sesiones), instrumentos de evaluación psicológica como el Rorschach, el Test de Apercepción Temática (TAT), y el Inventario de Relaciones Objetales (Blatt y Auerbach, 2003) y los procedimientos de evaluación basados en conceptos psicodinámicos como la Escala de Cognición Social y Relaciones Objetales (Westen, 2002b), la Escala de Mutualidad de Autonomía (Urist, 1977), y el Concepto del Objeto en el Rorschach (Blatt y Auerbach, 2003). La metodología Q-Sort (Jones, 2000; Westen y Shedler, 1999), que se discutirá más adelante, también es otra herramienta útil.

Pero ¿sigue habiendo un lugar en esta historia para el método de estudio de casos? Muchos parecen creer que no. Según Holt (1984), por ejemplo, los psicoanalistas tienen que aceptar “que su forma principal y típica de investigación, el estudio incontrolado del casos, carece de valor científico excepto como fuente de hipótesis” (p. 13, citado en Masling y Borstein, 1996, p. xii; ver también Michels, 2000). Masling y Bornstein (1996) continúan diciendo que a pesar de esto “no debería haber confusión sobre la contribución relativa del experimento y el método de historia del casos: relativamente pocas ideas verdaderamente creativas se han originado en estudios de laboratorio sobre la personalidad. El material puro del pensamiento psicoanalítico, el bueno, ha provenido principalmente de la interacción analista-paciente y el método de casos para la presentación de estas ideas” (p. xxii).

Sin embargo, si mucho de “lo bueno” en psicoanálisis proviene del método de estudio de casos, ¿por qué deberíamos considerarlo como adaptado “sólo” para generar hipótesis? Más bien ¿no deberíamos mejorar este método para hacerlo más científico? Parece que desestimar el método tradicional de estudio de casos es como tirar al niño con el agua de la bañera, como dice el dicho. La investigación en las últimas décadas ha mostrado que el método tradicional de estudio de casos puede adaptarse para confirmar estándares científicos adecuados, y por tanto desempeñar un papel importante en la investigación empírica sobre hipótesis psicoanalíticas (Britton y Steiner, 1994). Aunque se han realizado intentos notables de desarrollar e introducir en psicoanálisis una metodología de estudio de casos cualitativo (y cuantitativo) más rigurosa (p. ej. Boston Change Process Study Group, 2005; Edelson, 1984, 1988; Fonagy y Moran, 1993; Fridhandler, Eels y Horowitz, 1999; Hauser, Golden y Allen, en prensa; Kächele, Eberhardt y Leuzinger-Bohleber, 1999; Messer y McCann, 2005; Pole y Jones, 1998; Horowitz y col., 1993; Tuckett, 1994; Wallerstein, 1986), se ha hecho relativamente poco uso de estos desarrollos. Esto es llamativo por, al menos, dos razones. Para empezar, como hemos apuntado, si muchos psicoanalistas creen que el método de estudio de casos es el modo más apropiado de investigar las teorías psicoanalíticas, ¿por qué no han hecho más uso de estos desarrollos en la metodología de estudio de casos? En segundo lugar, los desarrollos en la investigación según la metodología de estudio de casos cualitativo (p. ej. Denzin y Lincoln, 1994; Forrester, 1996; Miles y Huberman, 1994; Yin, 1989) y cuantitativo (Bailey y Burch, 2002; Kazdin, 2003) han tenido como resultado el uso creciente de la metodología de estudio de casos y de la investigación cualitativa en general en otras ramas de la psicología, incluyendo la psicología clínica y la psiquiatría (p. ej. Crawford, y col., 2002; Elliott, Fischer y Rennie, 1999; Fossey y col., 2002; Hauser, Golden y Allen, en prensa). La diferencia fundamental entre esta metodología de estudio de casos controlada y el tradicional método incontrolado de estudio de casos es que la primera (y la buena investigación cualitativa en general) utiliza un diseño riguroso, que incluye hipótesis claras, una buena descripción de la metodología utilizada (p. ej. participantes, procedimientos, procedimientos de obtención de datos, métodos de análisis) y una clara separación entre los resultados y su interpretación. Aunque la metodología controlada de estudio de casos resulta muy prometedora para la investigación psicoanalítica, especialmente para aquellos que creen que otros métodos no hacen justicia a las hipótesis psicodinámicas, rara vez se ha utilizado.

 

Una ilustración: la metodología Q-Sort         

Sin embargo, como hemos apuntado, hay excepciones importantes. Por ejemplo, una metodología prometedora para el estudio riguroso tanto de casos individuales como de grupos es la Q-Sort. Básicamente, esta metodología utiliza un conjunto de descripciones impresas en tarjetas individuales, que deben ser clasificadas en montones según jueces clínicos. Por tanto, la metodología Q-Sort no necesita basarse en auto)-información de los pacientes; a menudo se basa en juicios expertos. Los ítems del conjunto-Q pueden variar dependiendo de la cuestión que se investigue. Jones (2000), por ejemplo, desarrolló el conjunto-Q para el Proceso Psicoterapéutico (PQS), consistente en 100 descripciones que reflejaban una amplia variedad de procesos de tratamiento. Usando el PQS, Ablon y Jones (2005) mostraron no sólo que hay un elevado acuerdo entre los psicoanalistas expertos en cuando a lo que constituye un proceso psicoanalítico ideal si utilizaban el PQS, sino también que este prototipo de un proceso psicoanalítico ideal era diferente del prototipo de proceso cognitivo-conductual ideal, apoyando la idea de que el proceso psicoanalítico es diferente. Además, Ablon y Jones (2005) hallaron que cuando este prototipo de proceso psicoanalítico era cotejado con sesiones de terapia reales, estaba más presente en el psicoanálisis que en las terapias a largo plazo de orientación analítica y en tratamientos dinámicos breves. Es más, cuando se aplicó a dos casos individuales, el PQS también reveló procesos de tratamiento únicos en cada caso, demostrando la capacidad del PQS para ser aprovechado en procesos tanto nomotéticos como ideográficos, y permitiendo una descripción clínicamente rica, basada en datos sistemáticos, del cambio terapéutico en estos casos (ver también Jones y Windholz, 1990).

Westen y Shedler (1999; Shedler y Westen, 2004) desarrollaron de modo similar el Procedimiento de Evaluación Shedler-Westen (SWAP), un tipo de conjunto Q-Sort que contiene 200 afirmaciones de síntomas y atributos típicos de los pacientes con trastornos de personalidad. Westen y sus colegas fueron capaces de demostrar no sólo que los clínicos, independientemente de su orientación teórica, podrían describir a los pacientes de un modo fiable y válido utilizando el SWAP, sino también que estas descripciones ofrecen un modo de clasificar los trastornos de personalidad clínicamente más relevante y teóricamente más válido que el enfoque del DSM. Una mayor evidencia de la importancia clínica de la investigación con el SWAP ha provenido de estudios que muestran que los pacientes con trastornos de alimentación forman tres grupos de personalidad definidos, cada uno con un diferente curso y pronóstico.  Es significativo que Westen y sus colegas mostraron que los terapeutas usaban intervenciones cognitivo-conductuales o psicodinámicas con mayor o menor frecuencia dependiendo del tipo de personalidad del paciente que estuvieran tratando (para una perspectiva general, ver Shedler y Westen, 2004). Al igual que el PQS, el SWAP puede ser usado tanto en la investigación de grupo como en casos individuales (Shedler, 2002). Josephs y col., (2004), por ejemplo, describen  un estudio de un caso concreto de cambio terapéutico en una paciente esquizoide que había estado en análisis durante más de 30 años, utilizando evaluaciones de cambio clínico por parte del terapeuta que la trataba, auto-información de la paciente y análisis sistemáticos independientes de las transcripciones de grabaciones de audio de las sesiones durante un período de 4 años de tratamiento. Este estudio también incluía el SWAP. Josephs y sus colegas mostraron cómo las escalas del SWAP de esta paciente ponían en evidencia el progreso terapéutico durante el tratamiento en varias áreas de funcionamiento de la personalidad. Por ejemplo, llegó a estar menos deprimida, menos desregulada emocionalmente, y mostró menos rasgos de dependencia masoquista, lo cual fue confirmado tanto por la auto-información como por el analista tratante, demostrando así que incluso los pacientes con patología severa del carácter puede hacer una mejoría importante clínicamente. Otro estudio reciente de un caso de tratamiento psicodinámico de una paciente borderline (Lingiardi, Shedler y Gazillo, 2006) demuestra la capacidad del SWAP para captar rigurosamente los cambios que se consideran típicos del tratamiento psicoanalítico con estos pacientes (cambios perdurables en el modo de relacionarse con los otros, la regulación de impulsos, etc.) difíciles de captar con las mediciones tradicionales de la auto-información.

A lo largo de los años, se han desarrollado mediciones nomotéticas similares para designar tanto el contenido como varios aspectos estructurales del funcionamiento de la personalidad, mediciones que pueden utilizarse en investigaciones nomotéticas e ideográficas (Blatt y Auerbach, 2003; Huprich y Greenberg, 2003). Algunas de estas mediciones pueden ser utilizadas con datos de diferentes fuentes, incluyendo la auto-información, las entrevistas clínicas, la narrativa, las técnicas proyectivas (p. ej. Rorschach, TAT, e historias contadas ante el subtest de ordenamiento de imágenes de la Escala Wechsler Revisada de Inteligencia Adulta), recuerdos tempranos, transcripciones de sesiones de psicoterapia y hasta respuestas a estímulos experimentales.

El uso de estas mediciones en la investigación controlada de estudio de casos o metodología de “estudio de casos plus” (Josephs y col., 2004) ilustra cómo los investigadores psicoanalíticos pueden adoptar y adaptar las metodologías de investigación existentes y desarrollar nuevos métodos de investigación para estudiar la complejidad de la vida psíquica de manera clínicamente relevante. En concreto, es probable que estos estudios den lugar a una concienciación de que los estudios que utilizan métodos cuasi-experimentales deberían centrarse más en el significado y la interpretación (Hauser, Golden y Allen, en prensa), y que deberían desarrollarse normas claras para la interpretación en psicoanálisis porque, a pesar de muchos esfuerzos teóricos (p. ej. Edelson, 1988; Ricoeur, 1965; Rubovits-Seitz, 1998; Siegel, Josephs y Weinberger, 2002) se ha logrado un escaso consenso en esa área. Puesto que la ausencia de tales normas claras ha menudo se ha considerado el talón de Aquiles del psicoanálisis, la investigación futura debería dirigirse a desarrollar líneas guía para evaluar la validez de las interpretaciones.

 

Salvando la distancia: el pluralismo metodológico y el futuro del psicoanálisis

Para resumir, creemos que no hay un método que esté “exclusivamente diseñado” para testar las hipótesis psicoanalíticas. Ni el tradicional estudio de casos, ni los métodos cuasi-experimentales o experimentales pueden desempeñar este papel. En cambio, en línea con muchos otros investigadores (p. ej. Alvarez, 2000; Amlon y Jones, 2004; Fonagy y Moran, 1993; Leuzinger-Bohleber y Bürgin, 2003; Hauser, Golden y Allen, en prensa; Rustin, 1989), creemos que el futuro de la investigación psicoanalítica reside en el pluralismo metodológico. Todos los estudios, utilizando diferentes metodologías que incluyen desde los estudios N=1, estudios múltiples de casos, y el estudio de narrativas hasta la investigación mediante cuestionario, la investigación observacional y los estudios experimentales, pueden contribuir potencialmente a enfocar la complejidad de las hipótesis psicoanalíticas y, en último lugar, de la naturaleza humana. Así, en lugar de considerar un único método como conveniente para testar las hipótesis psicoanalíticas, o adoptar una metodología concreta (p. ej. la ciencia experimental), los psicoanalistas deberían desempeñar un papel en el desarrollo de metodologías que faciliten la investigación de la compleja realidad clínica. Por ejemplo, métodos como el análisis del modelado y supervivencia de la curva de crecimiento facilitan el modelado y el testeo de trayectorias tanto ideográficas como nomotéticas a lo largo del tiempo (ver, p. ej. Willett, Singer y Martin, 1998). Además, los métodos que permiten una investigación más detallada de procesos dinámicos complejos, como el muestreo de experiencia (Corveleyn y Luyten, 2005) y el estudio de narrativas (Main, 2000; Hauser, Golden y Allen, en prensa), podrían ser utilizados y desarrollados por los investigadores de orientación psicodinámica.

El pluralismo metodológico también puede salvar la distancia entre las dos culturas en psicoanálisis. La división entre las culturas interpretativa y neopositivista en psicoanálisis no sólo es infructuosa e improductiva, también es, en gran medida, falsa. Cualquier tipo de investigación, pero especialmente la investigación sobre aspectos de la naturaleza humana, implica la interpretación y el significado, al igual que cualquier tipo de investigación debería incluir un proceso de testeo y falsificación sistemático, independientemente de los métodos utilizados. Los enfoques ideográficos y nomotéticos tampoco deberían considerarse perspectivas opuestas, como realmente suele suceder; en cambio, pueden observarse como complementarias porque, en último lugar, comparten un objetivo común -ambas buscan comprender la naturaleza humana. Como han demostrado varios investigadores psicoanalíticos (p. ej. Ablon y Jones, 2004; Hauser, Golden y Allen, en prensa) los hallazgos nomotéticos siempre deberían ser testados a nivel ideográficos y viceversa. Tal intercambio entre el nivel, ideográfico que aspira a evaluar, comprender y tratar a los individuos, y la investigación, nomotética que aspira a descubrir leyes probabilísticas o “narrativas maestras”, sólo puede dar lugar a mejores teorías, a una mejor comprensión de los pacientes individuales, y por tanto a un beneficio para todas las partes implicadas. En concreto, las “narrativas maestras” o tendencias generales que han sido identificadas en la investigación nomotéticas pueden ser redefinidas o cualificadas en la investigación ideográfica y luego reevaluadas en diseños de grupo. Como hemos apuntado, ya se han desarrollado varios métodos que pueden utilizarse tanto en estudio de grupos como en casos individuales, pero se necesita más trabajo en esta área.

Las culturas interpretativa y neopositivista en psicoanálisis son complementarias también en otro sentido. Cada una de ellas ofrece una base para tender un puente que una el psicoanálisis con otras disciplinas. La cultura interpretativa es el puente a las humanidades, mientras que la neopositivista es el puente a las ciencias naturales. Así, el pluralismo metodológico implica una apertura a la investigación y la teoría desde otras perspectivas teóricas y metodológicas, incluyendo, pero sin limitarse a ellas, lingüística, filosofía, psicopatología evolutiva, investigación cognitivo-conductual, neurociencia y genética psiquiátrica (Beutel, Stern y Silbersweig, 2003; Fonagy, 2003; Hauser, 2004; Luyten, en prensa; Mayes, 2003). Como ha afirmado Fonagy (2003): “La mente sigue siendo la mente, sea en el diván o en el laboratorio” (p. 220).

¿Por qué, entonces, no ha adoptado el psicoanálisis el pluralismo metodológico y en cambio ha permanecido tanto tiempo dividido en dos culturas? Aquí hay muchas fuerzas en funcionamiento. En primer lugar, especialmente como psicoanalistas, necesitamos ser conscientes de las fuerzas psicológicas –nuestras preferencias y antipatías personales- que mantienen esta división. Como hemos apuntado antes, estas dos culturas están relativamente aisladas y, como en todas las interacciones humanas, pueden observarse procesos de idealización y de denigración en cómo se describen mutuamente estas dos culturas. Más aún, la perspectiva de tener que abandonar las ideas que uno valora, una correlación inevitable de la investigación y el diálogo con individuos que opinan de forma diferente, puede engendrar miedo: en los clínicos a que la investigación se entrometerá cada vez más en sus “viejos métodos”, y en los investigadores a que volver a otros métodos diferentes de los diseños cuasi-experimentales suponga el riesgo de perder la respetabilidad tan duramente ganada, y aún precaria, del psicoanálisis como una ciencia empírica. La naturaleza intensa, enormemente compleja y a menudo filosófica, de este debate, que muchos clínicos consideran meramente académico, también puede desempeñar un papel. Además hay cuestiones de poder, política y economía también involucradas. Muchos investigadores tienen puestos académicos y deben luchar por sobrevivir en un entorno dominado por la ciencia “dura”; en una época en que la neurociencia y la medicina basada en la evidencia dominan la psiquiatría, puede ser difícil “revelarse” más interesados en métodos más clínicos, cualitativos e interpretativos. Aunque el péndulo ha comenzado a oscilar hacia estos enfoques “más suaves”, los investigadores siguen sintiendo la presión de obtener fondos de investigación y reconocimiento académico. Como sucede a los clínicos practicantes, muchos han tenido poca relación con la investigación en su formación y han construido una identidad profesional en torno a un modelo que enfatiza el significado, la interpretación, el estudio de los casos individuales y la supervisión como métodos de investigación científica. Más aún, se sienten amenazados por el cuidado dirigido y la medicina basada en la evidencia, que parece basada en una investigación que no aprecia plenamente las complejidades de la realidad clínica.

Por tanto, la inclusión de la investigación psicoanalítica en los programas de formación psicoanalíticos, la creación de fondos de investigación, la inclusión de los clínicos en las agencias financieras y el establecimiento de redes de investigación de la práctica compuestas por clínicos e investigadores (ver, p. ej., Westen y Shedler, 1999) son sólo los primeros pasos que deben darse para lograr que estas dos culturas estén en “condiciones de dialogar” y salvar la distancia entre ambas.

 

Conclusiones y perspectivas

¿Qué podemos aprender de esta perspectiva general sobre el debate actual en cuanto al papel de la investigación empírica en psicoanálisis? En primer lugar, creemos que este debate muestra que el psicoanálisis está floreciendo, a pesar de las muchas afirmaciones sobre su muerte inminente. En concreto, las últimas décadas han sido testigos de un aumento considerable en los estudios bien dirigidos sobre las teorías psicodinámicas. Aunque es necesaria mucha más investigación, el psicoanálisis está respondiendo a sus muchas críticas y asegurando su futuro como teoría y como forma de tratamiento. Más aún, mucha de esta investigación reciente es clínicamente relevante y ha modificado las concepciones teóricas y la clínica práctica en varios sentidos y ha incrementado el estatus científico de las teorías psicoanalíticas así como la efectividad y la credibilidad de sus modalidades de tratamiento en la comunidad científica (Bateman y Fonagy, 2004; Gabbard, Gunderson y Fonagy, 203; Leichsenring, Rabung y Leibing, 2004).

Al mismo tiempo, el psicoanálisis tendrá que resolver varias cuestiones importantes relativas a la investigación empírica. El debate arde todavía dentro de la comunidad psicoanalítica acerca del tipo de los métodos de investigación más adecuados para investigar las hipótesis psicoanalíticas. En concreto, la comunidad psicoanalítica parece estar dividida hasta cierto punto en dos culturas diferentes, cada una con su propia postura sobre la naturaleza del psicoanálisis y la investigación psicoanalítica. Como demuestra esta perspectiva general, el método más apreciado por muchos psicoanalistas, el método tradicional de estudio de casos, no siempre es el más adecuado. Esto no significa, sin embargo, que el método de estudio de casos ya no sirva. Los estudios tradicionales de casos deberían seguir desempeñando un importante papel en la generación de hipótesis y en la enseñanza de conceptos psicoanalíticos. Además, los estudios de casos controlados en comparación con el estudio tradicional incontrolado son especialmente prometedores para la investigación psicoanalítica. La metodología de estudio controlado de caso evita muchos de los escollos de los estudios incontrolados mientras que sigue centrándose en casos individuales, pudiendo así hacer más justicia a las complejidades de los casos individuales. Como han señalado Fonagy y Moran (1993), la metodología de estudio de caso puede ofrecer acceso a “datos únicos que no son accesibles fuera de esta relación prolongada, íntima y confidencial” (p. 62). Los estudios de casos también ofrecen la oportunidad de presentar ejemplificaciones, calificaciones o excepciones  a los principios nomotéticos identificados en la investigación nomotética probabilística, y por tanto mostrar el camino hacia la investigación empírica más refinada.

Nuestra revisión del debate sobre la investigación empírica en psicoanálisis revela los muchos peligros que comporta el cambio hacia la investigación sistemática que el psicoanálisis ha presenciado en las décadas recientes. En un intento de testar la validez de las hipótesis psicodinámicas, la investigación sistemática de las hipótesis psicoanalíticas corre el riesgo de caer en concepciones simplistas de las nociones psicoanalíticas y en métodos de investigación que no hagan justicia a su complejidad. Se han expresado preocupaciones acerca de que el péndulo ahora pueda oscilar demasiado en la otra dirección. Como ha señalado Pick (2000), “La actual carrera desesperada por sobrevivir logrando “respetabilidad” puede, en realidad, poner en peligro la capacidad tan específica y poderosa de investigación que el psicoanálisis ha demostrado y que continúa conteniendo” (p. 118). El peligro es que la metodología “concebida originalmente como un medio hacia el fin del conocimiento científico… pueda convertirse en un fin en sí misma” (Mishler, 1979, p. 6). Esto en realidad llegaría a investigar “sobre nada suficiente”, lo cual es difícilmente relevante para los clínicos. Erdelyi (1994) ha afirmado de manera convincente que debería suceder lo contrario. El psicoanálisis debería contribuir al desarrollo de nuevas y más complejas metodologías de investigación que hagan más justicia a la complejidad del pensamiento psicoanalítico: “Cuando los psicólogos experimentales quieran ser más serios sobre fenómenos psicológicos verdaderamente complejos e investidos emocionalmente… tendrán que acudir al clínico, o tendrán que estudiar a sus sujetos en sus laboratorios durante horas, días y meses, lo que equivale a transformar el laboratorio relámpago en la clínica” (pp. 677-678). En este contexto, nos gustaría hacer un llamamiento a favor de un pluralismo metodológico que integre adaptaciones de métodos de investigación existentes con el desarrollo de nuevas metodologías de investigación, que abarquen desde los estudios controlados de casos hasta cuasi-experimentos hasta estudios epidemiológicos y neurobiológicos (Bornstein, 2005). Por tanto, estamos de acuerdo con Wallerstein (2000) en que “el desafío para la investigación psicoanalítica es llevar a cabo el trabajo necesario con métodos concebidos de tal manera que no violenten la naturaleza, o el ‘espíritu’ de la empresa a estudiar” (p. 29). Para ello, la actual división entre psicoanalistas necesita ser solventada, y los defensores de ambas culturas necesitan comenzar a respetarse entre sí y a discutir cómo podría ser la investigación psicoanalítica futura. Esta reconciliación no sólo terminaría con nuestro “no tan espléndido aislamiento” de otras ramas de la ciencia (Fonagy, 2003) sino también con nuestro aislamiento mutuo dentro del psicoanálisis (ver Levy, 2004). Al final, ambas culturas dentro del psicoanálisis deben llegar a darse cuenta de que es mucho más beneficioso el diálogo que la oposición, y la complementariedad que la competición y el conflicto.

 

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(*) La presentación de este artículo fue apoyada por una subvención del Consejo Consultivo de Investigación de la Asociación Psicoanalítica Internacional a Patrick Luyten y Jozef Corveleyn. Acrecemos su apoyo. Los autores desean agradecer a Robert Bornstein, Peter Fonagy, Zvi Lothane y Joseph Masling sus comentarios a un primer borrador. Enviado para su publicación el 23 de febrero de 2005.

 

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