aperturas psicoanalíticas

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revista internacional de psicoanálisis

Número 045 2013

El duelo por la desvinculación del padre biológico en las familias monoparentales y reconstruidas: Una mirada desde el enfoque modular transformacional

Autor: Vargas Arreola, Roberto

Palabras clave

duelo, Padre biologico, Familias monoparentales, enfoque modular-transformacional.


En la actualidad, el paradigma de la complejidad impacta en nuestra subjetividad y en los círculos académicos y sociales donde nos desenvolvemos, rige nuestras formas de pensar y dialogar con otros profesionistas y, dentro del propio campo psicoanalítico, define nuestros marcos relacionales considerando procesos bilaterales y bidireccionales que han llevado a reconsideraciones en el vínculo transferencial donde paciente y analista se comunican y afectan recíprocamente en un sentido inconsciente. La investigación psicoanalítica, enmarcada en la complejidad, ha dado lugar a ampliar nuestra mirada de análisis al considerar los diferentes tipos de inconsciente y de sistemas motivacionales.

Si bien es cierto que cada disciplina tiene su objeto de estudio y su método para descubrirlo, las necesidades de nuestra sociedad están conduciendo a dialogar con otras disciplinas, a encontrar bordes y anclajes, y articular desde una mirada más amplia y profunda los fenómenos de estudio. En el estudio del psicoanálisis, la psicología cognitiva, las neurociencias y el modelo sistémico son algunas disciplinas que comulgan en ciertas aristas con el saber inconsciente y sus manifestaciones. De estos encuentros, se han establecido puentes que abren camino a «espacios transicionales» transdisciplinarios, aludiendo al término winnicotiano, es decir, espacios intermedios desde los cuales se puede concebir una perspectiva más compleja e integrativa.

Estos espacios de transición me conduce a pensar en la noción de «transformacional» de Bleichmar (1999), quien alude con ello a que los módulos de los sistemas motivacionales (de apego, narcisista, sensual/sexual, de heteroconservación, de regulación psicobiológica) imponen modificaciones sobre los otros, los transforman en el encuentro y la articulación del suceder psíquico. Si bien el psicoanálisis contemporáneo no perderá su especificidad, el diálogo con otras disciplinas posibilitará nuevos descubrimientos o planteamientos que permitan la ampliación de la conciencia y la modificación del inconsciente, alcances que, para Bleichmar (1997), tiene el psicoanálisis.

Morin (2000), filósofo pensador de la teoría de la complejidad, plantea que no sólo nos quedan tinieblas para la comprensión de lo humano, sino que el misterio se espesa a medida que avanzamos en el conocimiento. Conocer el cerebro en su noción hipercompleja de miles de millones de neuronas no hace sino complejizar el misterio que el mismo plantea a la mente y que la mente, a su vez, se plantea a sí misma. El psicoanálisis surge, precisamente, de la búsqueda por develar ese misterio y ha traído luz sobre un saber específico: el saber inconsciente.           

Considero que el enfoque Modular-Transformacional de Bleichmar (1997) es una aproximación epistemológica a develar el funcionamiento de la mente desde un paradigma complejo. Bleichmar (1997), aludiendo a una analogía sobre el procesamiento  del sistema nervioso central, desarrolló la idea de que la mente tiene una estructura modular con subtipos de memoria, de sistemas motivacionales, de procesos inconscientes, de organizaciones afectivas, de cogniciones, de patrones de acción y de modalidades para enfrentar el sufrimiento psíquico; esto a diferencia de un modelo homogéneo de la mente, cuya característica es un principio organizador.

Morin (2000), en ese sentido, plantea la necesidad de un pensamiento «complejo» que capte que el conocimiento de las partes depende del conocimiento del todo y que el conocimiento del todo depende del conocimiento de las partes. En ese sentido, el enfoque Modular-Transformacional determina la necesidad de disponer de múltiples formas de comprender el aparato psíquico, aludiendo a lo uno y a lo múltiple, a la totalidad y a lo singular, e intervenir terapéuticamente de acuerdo a lo que constituya el objetivo de modificación para cada paciente y para cada momento del tratamiento (Bleichmar, 2005).

El fenómeno de estudio que se desarrollará en el presente ensayo es el duelo por la desvinculación del padre biológico en las familias monoparentales y reconstruidas. Jarque (2005) muestra que en los últimos años se han producido grandes cambios tanto en la composición como en la estructuración social. Esto ha afectado de manera muy acusada a la familia o mejor sea dicho: a las familias. En apenas treinta años hemos pasado de la familia tipo o modelo formada por un matrimonio de hombre y mujer, hijos –más de tres- y algún o algunos ascendientes conviviendo en el núcleo familiar a una multiplicidad de tipos o modelos familiares.

Vives (2004) señala que entre los síntomas más importantes de la época posmoderna se encuentran los que tienen que ver con la crisis de la institución familiar. Con ello, destaca el aumento de las tasas de divorcio y de la familia monoparental, resultado de la deserción y abandono del hogar de muchos varones –y de un creciente número de mujeres- que se desentienden y dejan de responsabilizarse, no sólo de su papel como parejas, sino también como padres o madres de sus hijos.

Vives (2004), a su vez, plantea que ha habido una alta incidencia de los segundos, terceros y cuartos matrimonios, así como de las familias reconstruidas, que impone a sus miembros el establecimiento de acuerdos que incluyen nuevas modalidades de relación con papeles parentales que no corresponden a los padres biológicos. Para Vives (2004) el hecho de que un creciente número de parejas en matrimonios reconstruidos se estén haciendo cargo de la educación y formación de los hijos no biológicos y, consecuentemente, que los hijos biológicos propios estén siendo educados y formados por otras personas, ha cambiado de manera radical el panorama de la familia contemporánea, el tipo de vínculos que se configuran, incluso el modo en que se constituye el Edipo, así como las nuevas normas y estructuraciones en torno al incesto.

Volnovich (2000) destaca que para el feminismo y para las teorías de género, el tema de la paternidad ha quedado relegado y empequeñecido frente al tema de la sexualidad a pesar de que es, justamente, en el nivel de la paternidad donde se han dado en las últimas décadas los cambios más vertiginosos a razón de la nueva distribución y atribución de derechos y obligaciones determinados por las diferencias sexuales. Para denotarlo, Volnovich (2000) señala una coyuntura histórica actual:

“Nunca como en nuestros días los hombres hemos dado muestras más evidentes de estar iniciando un movimiento que tiende a involucrarnos cada vez más en la crianza de nuestras hijas y de nuestros hijos. Nunca como en nuestros días tantas niñas y tantos niños se han criado separados de su padre y de cualquier otro varón” (Volnovich, 2000).

El psicoanálisis dio un paso hacia la complejidad al plantear que antes que los padres reales están las funciones materna y paterna, los padres simbólicos, los encargados de subjetivar al hijo y estructurar su psiquismo. Sin embargo, lo simbólico ha dado lugar a planteamientos donde se da por sentado que un padre real puede no importar o no existir, sino su función de interdictor o de corte frente al goce materno, su función de castración. Sin embargo, Volnovich (2000), crítico ante esta postura, plantea que habrá que construir el registro de las acciones, los afectos, las interacciones de los varones con sus hijas e hijos. “Habrá que construir al padre y, simultáneamente, habrá que construir los recursos teóricos que den cuenta de esta construcción. Plantea:

“Nadie podrá ahorrarnos a los varones el trabajo y el gusto de enunciarnos padres y nadie podrá ahorrarnos a los psicoanalistas feministas el trabajo teórico de bajar al padre del caballo de lo simbólico para hacerlo aparecer en lo real” (Volnovich, 2000).

Alkolombre (2010) plantea que desde el psicoanálisis se puede decir que la maternidad y la paternidad no pertenecen solamente a la esfera privada, ni son sólo la expresión de un deseo, sino responden simultáneamente a necesidades sociales y parámetros particulares de cada cultura. El estatus y los roles masculinos y femeninos en el interjuego de las nuevas parentalidades se revelan independientes del sexo biológico y, a su vez, entramados en la singularidad de cada cultura.

Se sabe desde el psicoanálisis que la filiación se constituye como la primera red simbólica recibida naturalmente y transmitida de padres a hijos por las vías de la identificación. Sin embargo, para Alkolombre (2010) algo sucede con la llegada de los hijos en la actualidad: con las nuevas configuraciones familiares que coexisten con las familias tradicionales, es fundamental analizar los elementos de ruptura que llevan a la implementación de las técnicas reproductivas. Esto implica no sólo pensar quiénes serán los padres de los niños en el ejercicio de sus funciones parentales, sino también en el modo en que son gestados y llegan al mundo, encontrándonos con elementos inéditos y con nuevas formas de concebir. Para Alkolombre (2010), frente a los nuevos orígenes se plantean nuevos interrogantes y enigmas a resolver.

Al respecto, Alkolombre (2010) muestra que cuando nació Luise Brown en 1978 -la primera persona en nacer mediante la fecundación in vitro- se evidenció que el ser humano puede crear vida en forma extra-corpórea; puede diferir, modificar y combinar distintos modos de acceder a una parentalidad. Con ello, según la autora, ya no podemos decir que “madre sólo hay una”, nos encontramos repentinamente ante una pluralidad de madres: madre gestante, madre genética, madre social; lo cual nos lleva a la pregunta ¿quién es la madre: la que aporta el útero, la que dona el óvulo, o la que adopta? E igualmente podríamos preguntarnos ¿quién es el padre: el que aporta el esperma, el que cría? Este punto nos conduce al debate alrededor de las funciones parentales y aquellos –hombres o mujeres– que las encarnan (Alkolombre, 2010).

Para Alizade (2010) la familia tipo, basada en el padre y la madre como progenitores estables, fue el modelo ideal de crianza en los 100 primeros años del psicoanálisis, pareciendo constituir un modelo familiar inamovible. Aberastury (en Alizade, 2010) planteó que todo niño necesita un padre para poder desprenderse de la madre, y también necesita de una pareja padre-madre para satisfacer, por identificación proyectiva, su bisexualidad. Salas (en Alizade, 2010) insistió en la importancia de la existencia de un padre real en la pareja parental para cumplir con dicha función. La díada heterosexual era hegemónica y las teorías giraban acerca de la triangulación edípica y la narcisización en el desarrollo del niño (Alizade, 2010).

Sin embargo, Alizade (2010) refiere que en el siglo XXI tener un hijo es un derecho humano y el deseo de conformar una familia se expresa con fuerza en grupos de personas neosexuales, entendiendo por ello personas sexualmente diferentes, no convencionales, deseosas de armar un nido de vínculos primarios, más allá de sus identidades de género o de sus elecciones de objeto. Estas expresiones de deseo se manifiestan a través de construir una organización familiar fuera del marco social y cultural establecido desde hace siglos y constituye, para la autora, un movimiento de liberación.

Por otra parte, para Reyes (2008), la definición de la familia biológica fundada en el género y en el sexo por las leyes del parentesco o atravesada por el mito edípico, está siendo sustituida por un modelo contemporáneo múltiple y con relaciones familiares horizontales. Para la autora, las transformaciones de las familias actuales desafían el concepto de parentalidad tradicional: con la caída del páter familia el principio de autoridad sobre el que se fundó la familia está en crisis, y las nuevas tecnologías reproductivas ponen en cuestión que la unión como pareja de hombre y mujer sea la única forma de tener un hijo.

Reyes (2008), al respecto, plantea que la filiación se constituye a través de diferentes formas: 1) por nacimiento biológico, vinculándose con el concepto de legitimidad natural; 2) por adopción, concedida por un organismo oficial que garantiza los cuidados y el sostén afectivo necesario para que el menor se constituya como sujeto; o 3) por el reconocimiento de ese hijo por sus padres, ya sea un hijo biológico o adoptivo.

Existen, en ese sentido, hijos adoptivos que son reconocidos por sus padres, pero también hijos biológicos que no son reconocidos y no acceden al reconocimiento del padre en tanto función simbólica. Para Reyes (2008) la clínica nos muestra que una persona nacida en una familia pero no cuidada o reconocida por ella, puede presentar carencias importantes que afectan a su adaptación en la vida y llegan a la consulta en búsqueda de cuidados y reconocimiento como personas.

Para Ferrández (2008), la transformación de la realidad social en lo que concierne a las formas de parentesco está operando cambios en los últimos decenios que implican una dispersión y multiformidad de los ensamblajes familiares. Desde su perspectiva, el viejo debate sobre las consecuencias de la separación y el divorcio parental en el desarrollo del niño ha eclosionado en otro de más amplio espectro, en el cual se discute la influencia y determinación de los diferentes modelos familiares en el desarrollo del niño.

Ferrández (2008) plantea que un niño cuyo padre o padres son adoptivos -entendiendo por ello aquellos padres que asumen legalmente la responsabilidad parental aunque no sean los padres biológicos- se enfrenta a una serie de obstáculos y problemáticas en los ámbitos psicológicos, jurídicos y sociales. Según el autor, en estas familias se presenta una negación de la adopción, conllevado a un intento de normalidad en cuanto a los criterios sociales vigentes. Sin embargo, en su opinión, el niño adoptado no tiene una historia como las demás: en él está presente un abandono fundamental que puede precipitar las medidas socializadoras (que no tienen en cuenta la necesidad de vincularse del niño y establecer una confianza básica con sus padres), hasta la ocultación de su origen, constituyendo un “falso self” con repercusiones que pueden resultar siniestras para el infante (Ferrández, 2008).

Minsky (2000) señala que en el contexto del incremento del número de familias monoparentales, cuya cabeza es la mayoría de las veces la madre, un interrogante recurrente entre las mujeres es hasta qué punto el padre es necesario en el desarrollo de los hijos y, si lo es, en qué manera pueden verse afectados los hijos por su ausencia. En ese sentido, muchos padres divorciados ven a sus hijos con frecuencia, pero otros se tornan más ausentes y acaban por perder el contacto con sus hijos.

Para Minsky (2000) es probable que la desaparición de los padres de la vida de sus hijos no se origine por una falta de sentimiento, sino por una incapacidad emocional para hacer frente a la situación. Si a la mayoría de los hombres se les ha exigido culturalmente que se separen de sus emociones, los sentimientos de pesar, tristeza, culpa, enojo y resentimiento provocados por la experiencia del divorcio pueden resultar casi intolerables. Negar y borrar sentimientos potencialmente abrumadores, incluyendo separarse de los hijos, puede ser la trágica opción emocional para muchos hombres.

¿Qué consecuencias psíquicas conllevan para el hijo el abandono del padre? ¿Qué puede ofrecernos el enfoque Modular-Transformacional para el estudio de este fenómeno?

Como primer punto de anclaje, es necesario partir de las reformulaciones que Bleichmar (2010) hace del duelo patológico. Distingue una fijación primaria al objeto –previa a la pérdida- de una fijación secundaria -posterior a ella- que se constituye en el presente y es considerada la causa de un pasado de supuesta felicidad y de ausencia de sufrimiento. Por ello, refiere que para ayudar a un paciente a elaborar un duelo es necesario centrarse no sólo en la relación con el objeto perdido, sino también ayudar a la persona a superar las angustias y limitaciones que la llevan a construir un objeto que nunca existió, ni en la realidad externa ni en la realidad psíquica.

Con ello, Bleichmar (2010) sugiere una idealización hacia el objeto perdido, mismo que puede ser observado en diferentes casos. No obstante, en la pérdida por la desvinculación con el padre biológico parece no estar presente y, en su lugar, podrían mostrarse las siguientes hipótesis: 1) en edad originaria o temprana se constituye fundamentalmente la diada madre-hijo; 2) el padre entra en escena a medida que la madre lo nombra y le da un lugar psíquico; 3) la connotación consciente e inconsciente que se tenga de él dependerá del vínculo madre-hijo y de las fantasías que se creen en esa diada (permitiendo o no la entrada de un tercero), así como del contenido discursivo que se le dé a ese lugar; 4) de ello dependerá la fijación hacia el objeto perdido, aunque por lo general se trataría de una fijación secundaria ya que al referirse a una pérdida originaria o temprana, la fijación difícilmente puede instaurarse antes de la pérdida.

Bleichmar (2010) plantea que la depresión derivada de una pérdida puede tener diferentes especificidades. Para explicar esto recurre a documentar el caso de depresión de la Sra. Y, quien atravesó por un duelo derivado de la muerte de su esposo:

“Se trata de una rabia impotente, o de un sentimiento de impotencia-defensión vinculado con la pérdida de un concepto idealizado de uno mismo. El marido de la Sra. Y la había ayudado a mantener un estado ideal de bienestar narcisista, y la pérdida del marido implicaba también la pérdida de este estado” (Bleichmar, 2010).

La depresión de la Sra. Y, en consecuencia, debe distinguirse de casos de depresión donde se presenta un anhelo doloroso respecto a la persona perdida, donde se manifiesta la ausencia de contacto físico y emocional como fuente primaria de sufrimiento, donde se otorga importancia al objeto como figura de apego con una fijación primaria a él, o donde se presentan sentimientos predominantes de culpa o de pena por el destino del objeto perdido (Bleichmar, 2010).

La casuística clínica del duelo parece ser compleja y diversa. Cada pérdida trae consigo especificidades y particulares del tipo de duelo que se atraviesa en función de múltiples factores intrapsíquicos, del desarrollo, vinculares, cognitivos, afectivos, entre otros. Las características del duelo que experimentan los hijos desvinculados de sus padres presentan esta misma noción diversa, sin embargo se puede establecer la siguiente hipótesis de acuerdo a lo que brinda la clínica: el doliente se defiende a través de la escisión y la negación del vacío mental que se vuelve constitucional. Por ende, puede negar discursivamente el significado psíquico del padre biológico, no permitiendo el acceso al lugar simbólico de la ley y recíprocamente de su lugar como hijo en angustia (o amenaza) de castración. Pero, además, su presencia física, fáctica, material, puede ser borrada a nivel fantasmático, con la consecuente irrupción de agujeros psíquicos que afectan al nivel del narcisismo y dan lugar a la irrupción de ’actings’ ante la dificultad de contener los impulsos incestuosos y parricidas en la fantasía.

En consecuencia, Bleichmar (2010) refiere que el objeto puede clasificarse en distintos tipos según su función para el sujeto y de acuerdo con las necesidades que satisface para los distintos sistemas motivacionales que organizan los deseos, las angustias y los medios de autoprotección frente a éstos. Al igual que existe un objeto de la pulsión sexual, algunos objetos pueden posibilitar la regulación psicobiológica o una disminución de la angustia, pueden proveer organización mental o un sentimiento de vitalidad, de identidad o de equilibrio narcisista. Por ende, cuando se pierde el objeto se ven perturbadas las funciones que éste cumplía para el sujeto y se altera el equilibrio psicológico del sujeto (Bleichmar, 2010).

En específico, Bleichmar (2010) plantea que si el objeto satisface necesidades de auto preservación la consecuencia de su pérdida es la aparición de un sentimiento de peligro; si aporta regulación psicobiológica, puede surgir una desorganización emocional (angustia o desequilibrio neurovegetativo); si apoya un sentimiento de vitalidad, su pérdida provoca languidez-, si apoya el narcisismo, generará desequilibrio en esta dimensión; si el objeto es el único que satisface la necesidad del sujeto de cuidar, proteger y ofrecer felicidad al otro, su pérdida puede activar sentimientos de culpa, con sensaciones de vacío y confusión, puesto que el objeto perdido se lleva parte de la identidad del sujeto. En síntesis, Bleichmar (2010) aporta que los diferentes tipos de duelo patológico se comprenden desde una mirada más amplia y profunda a través de un modelo dimensional de la psique determinado por combinaciones particulares de dimensiones articuladas en estructuras complejas. ¿Qué función tiene la representación objetal del padre para la vida psíquica del doliente?

En nuestro tema de análisis, el objeto que representa aquel padre biológico ausente dependerá del sustrato familiar consciente e inconsciente que opere en la diada madre-hijo y el lugar que discursivamente se le dé. Sin embargo, se puede establecer la hipótesis siguiente: su pérdida afecta el narcisismo del doliente, afecta su identidad. Persiste una borradura psíquica donde los contenidos mentales se disipan en una suerte de remolino. En concreto se disipan aquellos materiales psíquicos de la historia familiar, del vínculo entre los padres y de los lugares simbólicos y fantasmáticos que cada uno ocupa. Predominan lugares que se desdibujan, el hijo desea actuar desde el lugar del padre y dependerá de la madre el lugar que le devuelva en función de que sea capaz de establecer límites simbólicos y dar lugar a un tercero en la vida psíquica.

El duelo patológico, para Bleichmar (2010), incluye también esfuerzos de restitución de lo que se ha perdido mediante una fantasía que modifique los acontecimientos vividos y los conduzca bajo el dominio del sujeto. En otros casos, el doliente recurre a llorar como demanda de ayuda a las personas que lo rodean; pueden predominar los autorreproches defensivos, siendo éstos una forma de autocastigo para aliviar los sentimientos de culpa y recuperar el amor del superyó. En otros casos, los fenómenos disociativos dejan al sujeto en un estado donde el duelo patológico no se manifiesta a través de la depresión, sino por medio de una amplia gama de conductas que reflejan el esfuerzo del aparato psíquico por mantener a distancia el sufrimiento relacionado con la pérdida. Este fenómeno se observa en las adicciones y en la actividad compulsiva (Bleichmar, 2010).

Esta última noción de duelo, producto de un fenómeno disociativo, es el que parece tener mayor relación con el que se presenta por la desvinculación del padre biológico en las familias monoparentales y reconstruidas. Si bien es cierto que el objeto perdido –el padre biológico- no ha estado presente en la vida psíquica del sujeto, su pérdida originaria o temprana es también producto de una actividad inconsciente que alude a una escisión y, consecuentemente, a una negación del estado de desvalimiento psíquico producto de la pérdida. Lutenberg (2005) plantea una teoría sobre el vacío mental estructural cuyo precursor más importante es la defensa de la escisión y el narcisismo. Se propone integrar esta teoría para plantear un probable sistema modular que está presente en algunos pacientes, en particular en aquellos aquejados por el tipo de duelo expuesto.

Lutenberg (2005) revela que el vacío mental estructural es una patología narcisista con alta incidencia en la clínica actual y que se manifiesta a través del silencio asociativo del paciente en sesión, silencio que no puede ser interpretado como un factor resistencial dadas sus características defensivas asociadas. Los pacientes más graves, de acuerdo con Lutenberg (2005), conviven con su patología escindiendo su yo y fragmentándolo en distintas parcialidades sectoriales que no interactúan entre sí. Cada segmento del yo aloja una concepción del mundo interno y del mundo externo que resulta incompatible con las otras. Entre dichos sectores escindidos se encuentra el vacío mental estructural, tratándose de un estado virtual del vacío mental pues los vínculos simbióticos (simbiosis secundaria) lo compensan y simultáneamente lo ocultan (Lutenberg, 2005).

Muchos de los pacientes, según Lutenberg (2005), portan de forma encubierta la estructura del vacío mental compensada secundariamente mediante otras figuras psicopatológicas. Algunas de estas defensas son: 1) afecciones psicosomáticas de distinta naturaleza; 2) neosexualidades; 3) adicción a drogas; 4) reforzamiento de falso self, que se expresa en episodios de hiperactividad que simulan crisis maníacas; 5) estructuras borderline en las cuales se estabiliza la confusión; 6) actitudes psicopáticas primarias y secundarias; 6) intentos de suicidio conscientes o inconscientes; 7) actitudes homicidas; 8) huida a la realidad; 9) reforzamiento de la sobreadaptación o de la inadaptación social; 10) cuadros de anorexia y bulimia.

En el caso del doliente por la desvinculación del padre biológico se puede observar este mismo fenómeno descrito. Por un lado, un silencio por falta de asociaciones en la sesión analítica puede dar cuenta de un vacío mental. Se observan respuestas simples, monosilábicas y concretas a las preguntas que intentan elucidar contenidos psíquicos. El doliente muestra un afecto aplanado, alexitimia, un discurso evasivo y resistente donde no hay referencia consciente o manifiesta de un vacío emocional, el sujeto no lo nombra a pesar de que lo constituye y se manifiesta a través de la alteración de los contenidos y el continente del aparato psíquico a través de “abortos mentales” (Lutenberg, 2005).

Lutenberg (2005) plantea que el sujeto aquejado por un vacío mental estructural tiende a la sobreadaptación o a la inadaptación a su medio social, lo cual es motivado por la construcción de un vínculo simbiótico con el mundo externo. Dicha simbiosis reproduce, se suma, o suplanta a la que tienen en su mundo interno con sus objetos primarios. Psicodinámicamente, estos núcleos de su problema inconsciente no sufren la metamorfosis del tiempo pues no entran dentro del procesamiento propio de todo duelo objetal. Cualquier resquebrajamiento o ruptura de sus vínculos da lugar a la aparición de una vivencia de terror que muchas veces resulta imperceptible pues es automáticamente compensada por una vasta gama de defensas secundarias.

En el caso del doliente en estudio, la vivencia del terror puede estar presente ante la ruptura de los vínculos simbióticos con la madre. Por lo cual, ante cualquier afrenta que resulte en una herida narcisista y en un rompimiento vincular, se da lugar a un «terror sin nombre», aludiendo al término bioniano donde se efectúan diversas defensas contra la experiencia de ese nivel de angustia. Si el padre falló en su función, la amenaza psíquica consiste en advertir que también la madre ha fallado, situación por demás común cuando la exigencia de nuestra contemporaneidad no es sólo «ser» madre (o padre), sino «sostener» esa función, tal vez incluso por encima de las necesidades narcisistas que, desde nuestro modelo social vigente, no pueden ser reemplazadas y su satisfacción resulta imperante.

De acuerdo con estas premisas, puede sustentarse la necesidad de integrar un sistema motivacional que aluda al vacío mental en los pacientes narcisistas. En particular, puede ser más integrador para la comprensión de los sujetos que atraviesan por un duelo temprano o, incluso, originario, como la pérdida de un padre biológico. Esta perspectiva apunta a dar luz a contenidos inconscientes escindidos y negados que, si bien el enfoque modular de la mente está compuesto por diferentes sistemas, es necesaria la integración de aquellos núcleos no nacientes y no constituidos, lo cual correspondería al estudio de la teoría y clínica de lo negativo.

Por tanto, ¿qué tipo de inconsciente está presente ante una pérdida de tal naturaleza? ¿Qué implicaciones tiene ello para la clínica? Bleichmar (2005) aludiendo a una multiplicidad de tipos de inconsciente describe: un inconsciente reprimido (paradigma freudiano); un inconsciente originario de las interacciones con personas significativas (paradigma kleiniano); un inconsciente originario por identificación; un inconsciente desactivado; y un inconsciente insuficientemente desarrollado (psicoanálisis que estudia la patología por déficit).

Para cada uno de estos tipos de inconsciente, Bleichmar (2005) describe sus especificidades e implicaciones psíquicas. Sin embargo, el inconsciente que parece estar presente en este tipo de pérdidas alude, específicamente, al inconsciente originario ya que remite a una pérdida primordial o temprana, cuya correlación con los dos tipos de memoria descritos da cuenta de una memoria procedimental, es decir, aquella memoria implícita, cargada afectivamente, resultado de la vinculación temprana con las figuras significativas, original desde el comienzo de la vida, responsable de procedimientos automatizados en cuanto a cómo reaccionar frente al otro e independiente de la etapa del desarrollo, ya que se constituye sin haber estado nunca en la conciencia.

Si bien también podría aludir a un inconsciente insuficientemente desarrollado, en este tipo de pacientes no hay un reconocimiento manifiesto de aquello que falta, es decir, el paciente aquejado por un «vacío mental estructural» es diferente de aquel que padece un «vacío emocional». En el vacío mental estructural no se expresa discursivamente ese vacío, a pesar de que es manifiesto en los silencios y en la falta de asociaciones; en el vacío emocional el discurso contiene los sentimientos de vacío y algunas emociones relacionadas que llevan consigo una cadena asociativa.

 

El tipo de intervención que corresponde a este fenómeno clínico debe atender la inscripción de materiales psíquicos en lo que concierne a las representaciones no simbólicas, es decir, lo que remite a la memoria procedimental, a los esquemas afectivos y de acción (Bleichmar, 2005). Considero que el principal recurso que tiene el terapeuta es conocer y hacer uso de su propio inconsciente originario, es decir, divisar sobre sus propias inscripciones no simbólicas y permitir la comunicación inconsciente desde ese lugar. Esto puede ser particularmente factible cuando el psicoterapeuta se ha analizado en estos niveles de inscripción y no sólo en conocer los contenidos inconscientes reprimidos, paradigma del psicoanálisis clásico.

 

Un recurso que también considero de utilidad fundamental es el uso de la contratransferencia en estos niveles de inscripción, es decir, haciendo uso del material que brinda el vínculo terapéutico mismo y el afecto que se juega desde un nivel inconsciente. Atender más el continente que el contenido, conocer cómo el paciente «piensa» y procesa los pensamientos, incluso con los vacíos mentales yuxtapuestos y, desde ahí, otorgar significados y representaciones a lo no inscrito, a lo originario, a las fallas constitutivas y en particular con nuestro tema de análisis, a los duelos no elaborados y hasta ese momento, «impensables» para elaborar.

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