aperturas psicoanalíticas

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revista internacional de psicoanálisis

Número 071 2022 Clínica de la intersección de lo social y lo intrapsíquico

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¿Quién es el enfermo y de qué sufre? Subjetividad en tiempos de malestar social [Caro Hollander, 2017]

Who is the sufferer and what is being suffered? Subjectivity in times of social malaise [Caro Hollander, 2017]

Autor: Sevilla Valderas, Beatriz

Para citar este artículo

Sevilla Valderas, B. (2022). ¿Quién es el enfermo y de qué sufre? Subjetividad en tiempos de malestar social [Caro Hollander, 2017]. Aperturas Psicoanalíticas (22)


Reseña del artículo de Caro Hollander, N. (2017). Who is the sufferer and what is being suffered? Subjectivity in times of social malaise. Psychoanalytic Dialogues, 27(6), 635-650.

 

Nancy Caro Hollander es miembro del Centro Psicoanalítico de California y presidenta electa de la sección de “Psicoanálisis para la responsabilidad social” de la Asociación Norteamericana de Psicología.

Su tesis es que, como psicoanalistas, no debemos tener únicamente en cuenta la etiología familiar de los problemas de nuestros pacientes, sino que también debemos considerar el papel de la estructura social y la ideología neoliberal dominante en la subjetividad y la intersubjetividad.

Considera que vivimos en tiempos de duelo, por las múltiples pérdidas que estamos sufriendo: de especies, de democracia, y de un futuro saludable para las próximas generaciones. Se trataría de una cultura traumatogénica. Para autoprotegernos, nos centramos en nuestras preocupaciones personales, que parecen sin relación con todo lo que está pasando en el mundo.

Holander se pregunta si reflexionamos con nuestros pacientes sobre los efectos de esta situación social sobre nuestra psique. Y si no lo hacemos, a qué se debe.

Afirma la autora “Mi propósito en este ensayo es desafiar la tendencia existente en el psicoanálisis a separar lo social de lo individual, lo público de lo privado, lo clínico de lo político” (2017, p. 636).

Ella critica que las teorías psicoanalíticas dominantes se focalizan demasiado en la familia y dejan fuera las especificidades históricas y sociopolíticas en las que está inmersa esa familia. Y se pregunta si no estará funcionando este centrarse en la familia como una protección para paciente y analista de las ansiedades que causa un mundo amenazante.

Lo político es personal

El individuo evoluciona en relación con estructuras colectivas simbólicas de autoridad y poder que son internalizadas como aspectos de la identidad personal, que deben ser reconocidos y a los que se debe prestar atención en el encuentro clínico. (Holander, 2017, p. 636)

Hollander plantea que el psicoanálisis tiene que aprender de otras disciplinas acerca de cómo nuestras fantasías, afectos y defensas son moldeadas de forma inconsciente por las fuerzas sociales. Si no lo hacemos, corremos el riesgo de convertirnos en una "profesión psi" que señalaba Foucault para referirse a un "sistema profesional que refuerza una forma particular de subjetividad que encarna y reproduce los rasgos dominantes del orden social" (p. 636).

Defiende que no existe una experiencia intersubjetiva fuera de nuestra inserción en una historia de hegemonía social y en una ideología vigente.

Hacia un psicoanálisis social

La autora relata cómo vivió en Argentina y esto le permitió entrar en contacto con psicoanalistas de Argentina, Uruguay y Chile involucrados en la lucha por los derechos humanos durante las dictaduras del Cono Sur. Para ella fue un modelo este grupo de profesionales que desarrollaron una comprensión teórica sobre la relación entre las dinámicas inconscientes y las fuerzas sociopolíticas.

Posteriormente, ella desarrolló una perspectiva psicoanalítica que "da cuenta del modo en que el Otro social resulta internalizado a través de procesos identificatorios que conectan a los individuos que pertenecen a un determinado orden social, de modo que enfatizan sus similitudes, y por ende los lazos narcisísticos que establecen entre sí a través de ansiedades compartidas, fantasías, impulsos y defensas. (...) Esos procesos identificatorios implican la instalación al interior del inconsciente individual y grupal, de particulares relaciones jerárquicas de poder y de los discursos hegemónicos que las racionalizan y refuerzan" (Weinberg, 2007). Al individuo se le asigna un lugar en la sociedad acorde con su etnia, su género, su sexualidad y su clase social, y mediante el proceso de subjetivación, se identifica de forma acrítica con las relaciones de poder existentes y con la ideología que las sostiene.

La formación social de la hegemonía

Hollander se basa en la idea de hegemonía de Gramsci para explicar cómo el poder se mantiene no de forma coercitiva, sino a través del consenso. Se diseña un aparato ideológico que es reproducido a través de la familia, la iglesia, los medios de comunicación, el sistema educativo, los partidos políticos y los “expertos”. Aunque siempre existen otras ideologías, estas se manejan bien asimilándolas o bien mediante el poder coercitivo.

Este diseño ha sido construido como universal y abstracto, y es experimentado por la mayor parte de los individuos como el sentido común de todo el orden social (Boggs, 1984). Se internaliza y modelan las identificaciones del individuo, incluso aunque operen en su contra.

La hegemonía opera también en las manifestaciones corporales y psíquicas de identificaciones basadas en una pertenencia interseccional en categorías de clase, etnia, género y sexualidad. Hacemos efectivas esas identificaciones de modo reiterado, a través de los gestos más íntimos -cómo comemos, caminamos, hablamos, reímos y gritamos. (Holander, 2017, p. 638).

Los grupos oprimidos no elaboran este universo de sentido, sino que son definidos por él como seres humanos inferiores e incapaces de agencia. Los rasgos valorados son los que se asocian con los grupos que representan estatus y poder, mientras los desvalorizados son los que poseen aquellos sujetos vulnerables y sin poder: mujeres, personas racializadas y de clase social baja. Esas escisiones socioculturales internalizadas, afectan a nuestras experiencias más íntimas sobre nuestro self y sobre nuestras relaciones interpersonales.

Neoliberalismo: el núcleo constituyente de la hegemonía contemporánea

La autora dedica una parte del artículo a explicar cómo se instauró el neoliberalismo en nuestras sociedades. Describe que, en la década de los 70, el crecimiento económico se detiene y los beneficios para las élites disminuyen, de modo que los gobiernos empiezan a disminuir el estado de bienestar, a atacar a los sindicatos, a derogar leyes medioambientales, etc. con tal de lograr que esas élites sigan manteniendo su riqueza.

En Latinoamérica este modelo se impuso a través del terror y las dictaduras. En Estados Unidos no fue necesario, ya que los valores centrales del neoliberalismo no entraban en contradicción con los de una cultura que prima el individualismo, la propiedad privada y la competición.

El neoliberalismo lleva el modelo del mercado a todas las esferas, y promueve un modelo de individuo, el homo economicus (Brown, 2015)  que no tiene conciencia política ni se involucra en asuntos colectivos.

El Estado pierde su función de favorecer la igualdad y la libertad para dedicarse a garantizar beneficios a las grandes corporaciones. La igualdad y la libertad pasan a ser responsabilidad de los ciudadanos y ciudadanas, alcanzables en la medida en que logren el éxito económico. El Estado ya no asume la responsabilidad de garantizar salud y bienestar a toda la población.

Este traspaso a lo privado de estas funciones anteriormente públicas, (educación, sanidad, prestaciones para el desempleo o pensiones de jubilación), penaliza a las mujeres, quienes sostienen la vida a través de su trabajo no pagado.

El homo politicus (asumir un ser humano que es esencialmente político, ético o social) es sustituido por ese homo economicus, cambiando así el significado de lo que supone ser humanos. Se asume que lo natural en el ser humano es actuar de forma egoísta y narcisista y no para el beneficio de la comunidad. Además, cada uno asume su responsabilidad individual sobre su destino, sin cuestionar el papel que sobre este puedan tener las relaciones de poder y las estructuras económicas.

Los significados psicológicos del neoliberalismo

Las condiciones de precariedad social son difíciles de interpretar por el individuo, que no hace un análisis político de su situación. Así, el fracaso se ve como un fallo personal y no como el resultado de unas condiciones sociales. Así surge la vergüenza, asociada a la imposibilidad de alcanzar el ideal de autosuficiencia.

La autora cita a Layton (2004),  quien considera que se promueve un carácter narcisista, basado en la negación de las necesidades de apego y en la sobrevalorización de la propia agencia, de modo que quienes ocupan posiciones privilegiadas proyectan su dependencia y necesidad sobre los menos poderosos. En estos se producen varias operaciones psíquicas, como la omnipotencia, la negación de la reciprocidad interpersonal y de la realidad, como por ejemplo del impacto sobre la naturaleza y sobre otros seres humanos que provocan sus acciones.

Muchos ciudadanos empobrecidos se identifican, sin embargo, con este modelo, anulando así sus posibilidades de organizarse y luchar. La negación de este tercero traumatogénico genera una población cómplice que mediante su inacción refuerza las condiciones sociales que le generaron estas defensas.

Prácticas contra-hegemónicas

La autora cita a Gramsci, quien considera que hay momentos históricos en los que puede haber agrupaciones de sujetos que hagan surgir movimientos de oposición y generen una nueva conciencia. Para ella, el psicoanálisis debe apoyar este potencial para el cambio.

Considera que, como psicoanalistas, en nuestro trabajo clínico debe materializarse nuestra creencia optimista en que nuestros pacientes puedan modificar los obstáculos intrapsíquicos e interpersonales que obturan sus capacidades para convertirse en sujetos críticos y crear nuevas posibilidades.

Se pregunta cómo se manifiesta el malestar socialmente producido en la privacidad del encuadre psicoanalítico y cómo se puede evitar esto. Plantea que "podemos reconocer el modo en que la hegemonía neoliberal se experimenta como rasgos de carácter, revelados en las conductas más cotidianas y en las relaciones emocionales.  Podemos explorar cómo se reproducen en el proceso analítico". (Holander, 2017, p. 644)

Defiende que debemos evitar la alianza normativa inconsciente que establecemos con nuestros pacientes y que reproduce el carácter narcisista asociado con la cultura neoliberal.

Con esto desafía el principio psicoanalítico de neutralidad, y cree que debemos reconocer que siempre estamos posicionados respecto a los valores de nuestra matriz social.

Presenta dos viñetas clínicas donde muestra cómo las derivaciones de la hegemonía se manifiestan en el material que trae el paciente, así como en el encuentro psicoanalítico. También muestra cómo podemos estar alerta a los trastornos que son producidos culturalmente, intentando entender cómo "los patrones neoliberales de responsabilización, privatización, mercantilización y negación del otro se muestran y distorsionan la experiencia subjetiva del sí mismo y de los otros."  (Hollander, 2017, p. 644). Parte de nuestra labor sería facilitar un proceso de desidentificación con la hegemonía y hacia una expresión individual e intersubjetiva de libertad y deseo.

Viñetas clínicas

"L"

L es una mujer blanca de clase media cuya vida profesional le deja poco tiempo para estar con su hija pequeña. Tiene como empleada a una cuidadora latina con la que está resentida por el tiempo que pasa con su hija. En el análisis se ha trabajado la transferencia maternal hacia la cuidadora, la culpa hacia su madre por tener el éxito que esta no logró, la transferencia hacia la analista, etc.

En determinado momento L refiere que le ha dado un tiempo libre a la niñera para estudiar inglés, y que espera ser compensada a cambio con trabajo gratuito los fines de semana. Esto le hace recordar a la analista que L paga a su niñera menos del salario mínimo y que la exige horas de más. Así es como se da cuenta de que, focalizándose en los problemas familiares, ha estado generando una etno-trasnferencia: dos mujeres blancas de clase media en alianza contra una mujer latina de clase obrera, en un claro ejemplo de otrificación y deshumanización.

La analista decide decirle a L que no han hablado nunca de la vida personal de la cuidadora. L manifiesta que se siente excluida de la intimidad entre su hija y la niñera por el hecho de que le habla en español. Y por primera vez admite que el hecho de pagarle menos de lo legalmente establecido, si bien viola sus propios valores, por otro lado le genera una extraña gratificación. Se da cuenta de que su propia vivencia de exclusión en su trabajo y los sentimientos de denigración que esto le produce, la llevan a tomar una posición de poder sobre la niñera siendo ella quien degrada a la otra en esa relación.

Esto permite hablar de sus ansiedades respecto al peligro de perder su trabajo por la crisis económica y la reducción de plantilla que está haciendo su empresa, lo que la llevaría a perder su estatus de clase media-alta. Su forma de defenderse de este miedo es a través del sentimiento de agencia que tiene como jefa que explota a su trabajadora.

L se da cuenta de que ha estado escindiendo sus valores políticos progresistas de su interés financiero personal, y se toma conciencia de que este trato a su empleada, si bien le servía para contener su ansiedad, también le estaba produciendo sentimientos de culpa de los que se estaba defendiendo.

Finalmente L decide pagar un salario justo a su niñera, a la vez que comienza a estudiar español para poder compartir esa intimidad con su niña.

"B"

B es un hombre blanco de 43 años, padre de tres hijos que lleva desempleado dos años después de una exitosa carrera en la industria del entretenimiento. Pese a ser consciente de que hay una crisis económica, él sigue sintiendo que su situación se debe a alguna falla personal. Su esposa, más exitosa que él, se niega a apoyarle en su búsqueda de trabajo movilizando sus contactos. B asume la mayor parte del trabajo doméstico y de cuidados y a la vez se somete a la infravaloración que su mujer hace de este aporte. Las intervenciones orientadas a hacer consciente su sumisión masoquista a su mujer y a su madre no logran ninguna mejoría. B se siente avergonzado de no ser "un hombre de verdad".

Para la terapeuta, B está mostrando el efecto pernicioso de la identificación con las jerarquías culturales hegemónicas. Ser un hombre en un mundo neoliberal significa atenerse a un ideal de agencia, asertividad, dominancia en las relaciones heterosexuales, mientras que las características de dependencia, empatía, habilidad relacional y sumisión, son vistas como femeninas y desvalorizadas. Su esposa funciona como el modelo de "homo economicus": su competitividad y el uso de los otros como objetos son más importantes que sus capacidades de empatía y cooperación, a la vez que aborrece la vulnerabilidad.

Estos valores neoliberales interiorizados por esta pareja han lesionado sus capacidades emocionales para adaptarse a los cambios económicos.

La analista entonces recordó su activismo feminista en la década de los 70 en la organización "Salario para el trabajo doméstico", cuyos estudios demostraban que si las mujeres cobrasen un salario por su trabajo de esposas y madres, ganarían más que el salario medio masculino.

Las feministas argumentaban que el trabajo impagado de las mujeres en el sistema capitalista, las tornaban invisibles, a ellas y a su valor, con los consiguientes efectos psicológicos deletéreos, consistentes en un desempoderamiento manifestado a través de una baja autoestima, masoquismo y pasividad. (Holander, 2017, p. 647)

Pese a sentir que está violando alguna regla psicoanálitica, la autora decide compartir este análisis político con B. Esto da pie a explorar cómo, en la situación de inversión de roles que B está viviendo, él puede estar sufriendo dichos efectos psicológicos. En las siguientes sesiones, la analista nota que ha habido un cambio en los sentimientos de B hacia su mujer. Empieza a estar resentido por su actitud crítica y a cuestionar su negativa a compartir con él sus contactos profesionales. Para la autora, este cambio se debe a esta nueva conciencia política de su situación personal.

Conclusiones

Según Holander el psicoanálisis está en posición de contribuir a los discursos críticos con el sistema neoliberal y su impacto negativo en las personas, en estos tiempos de malestar social donde todas las personas estamos sufriendo la profunda crisis social y ecológica en que nos hallamos. Para ella se está dando un fenómeno de toma de conciencia que está generando de nuevo un homo politicus, que se manifiesta en movimientos de resistencia basados en valores de justicia social y en los derechos humanos. "Las demandas contrahegemónicas a favor de una política de la sanación -tanto de las enfermedades sociales como de la tierra- hoy son parte integral del entorno social que enmarca el encuadre psicoanalítico" (Holander, 2017, p. 648). Ella espera que estas demandas entren al proceso analítico movilizando los anhelos de conexión social y colaboración. Un psicoanálisis social debería proveer de un ambiente donde aprender a tolerar las ansiedades que genera nuestro entorno traumatogénico a la vez que impulsa a la actuación a favor de la construcción de alternativas sociales y personales, facilitando "la emergencia de individuos que se reconozcan como sujetos capaces de curar nuestros tiempos de malestar social." (p. 648).

Comentario

Me parece muy importante la contribución de Nancy Caro Hollander, que nos hace reflexionar sobre cómo con nuestra práctica clínica, de forma probablemente inconsciente, reproducimos los valores del sistema dominante (de igual modo que lo hacen otros agentes, como por ejemplo, las instituciones educativas).

Es posible que no compartamos su análisis social, o que estemos de acuerdo con el neoliberalismo y los valores que lleva asociados, en cuyo caso no habría mucho que plantearse respecto a cambiar nuestras intervenciones.

Pero si compartimos el análisis social de la autora, y visualizamos la crisis ecológica y civilizatoria que estamos viviendo, no es posible (ni en mi opinión, deseable) que nos mantengamos al margen en aras de una supuesta neutralidad. La neutralidad no existe y como psicoanalistas lo sabemos. Entonces, ¿por qué no nos posicionamos políticamente en los procesos clínicos? ¿No somos conscientes de lo que estamos viviendo? ¿Estamos en negación?

Creo que además de la interiorización que hemos hecho de que esos asuntos deben dejarse fuera de la consulta, está el hecho de que no es fácil abordar estas cuestiones con los y las pacientes, salvo con aquellas muy concienciadas. Porque en su marco mental tampoco está la posibilidad de que su terapeuta haga este tipo de intervenciones. Y, obviamente, tenemos miedo de perder a nuestros pacientes, de que consideren que hemos cruzado algún tipo de línea y abandonen el tratamiento.

En las viñetas que muestra la autora, en un caso (el del señor B) es más fácil introducir estas cuestiones, ya que le permiten incorporar un análisis político que le empodera y le hace comprender cómo le está oprimiendo el sistema social, de modo que entiende que no hay razón para sentir culpa o vergüenza. Esto es algo que en mi opinión deberíamos esforzarnos en introducir, si no lo estamos haciendo ya. Sin embargo, con la señora L, se trata de un cuestionamiento de su ética, y esto es mucho más complicado. Cuando tenemos en consulta a una persona privilegiada que oprime a otras desde su posición, es muy posible que no nos atrevamos a señalárselo y nos limitemos a lo personal y familiar, suponiendo, en el mejor de los casos, que quizás explorando estas cuestiones se dé cuenta por sí misma.

Para mí, este es el núcleo del problema: cómo intervenir, de una forma afirmativa pero empática, para hacer notar a alguien que está dañando a otros y al planeta con sus acciones. Cómo horadar ese narcisismo fomentado socialmente y vivido como un derecho natural, y hacer emerger una empatía que desarme la otrificación. Todo esto sin que el paciente se irrite por el cuestionamiento y se vaya. La autora es muy hábil en hacer esto en el caso de la señora L, pero no parece una tarea sencilla en general. Quizá deberíamos formarnos para ello, darle relevancia y empezar a hacer seminarios, cursos y jornadas donde se trate el tema de cómo introducir estos elementos en el análisis, tanto para empoderar a las personas oprimidas, como para hacer reflexionar a las privilegiadas.

Referencias

Boggs, C. (1984). The two revolutions: Gramsci and the dilemmas of Western marxism. South End Press

Brown, W. (2015). Undoing the demos: Neoliberalism's stealth revolution. Zone Books.

Hollander, N. C.  (2017) Who is the sufferer and what is being suffered? Subjectivity in times of social malaise. Psychoanalytic Dialogues, 27(6), 635-650. DOI: 10.1080/10481885.2017.1379318

Layton, L. (2004). Relational no more: Defensive autonomy in middle class women. Annal of Psychoanalysis, 32, 29-42.

Weinberg, H. (2007), “So what is this social unconscious anyway?”, Group Analysis 40(3), 307-322.