aperturas psicoanalíticas

aperturas psicoanalíticas

revista internacional de psicoanálisis

Número 074 2023

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De la interpretación en psicoanálisis a la traducción en grupoanálisis

From interpretation in psychoanalysis to translation in groupanalysis

Autor: Granell Ninot, Luis

Para citar este artículo

Granell Ninot, L. (2023). De la interpretación en psicoanálisis a la traducción en grupoanálisis. Aperturas Psicoanalíticas (74), artículo e4. http://aperturas.org/articulo.php?articulo=0001229

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http://aperturas.org/articulo.php?articulo=0001229


Resumen

El presente artículo transita un particular camino a través diferentes autores, dentro del psicoanálisis y del grupoanálisis, sobre la interpretación como herramienta técnica y las evoluciones que esta ha tenido a través del tiempo. Como prácticamente todas las nociones acuñadas por el propio Freud, la interpretación ha sido visitada y revisitada, cuestionada y reafirmada, excluida e integrada, modificada y redefinida a lo largo de estos más de cien años. El psicoanálisis es una disciplina en continuo desarrollo desde que nació. Un árbol robusto con muchas ramas, quizá un conjunto de teorías a las que unen espacios comunes. Ese conjunto observa y explica a los seres humanos en su complejidad, desde multitud de focos. El trayecto que propongo en el presente artículo es uno, entre otros muchos posibles. El que da sentido a la práctica clínica desde mi propia experiencia como psicoterapeuta individual y de grupo. Partiendo de Freud, pasando por el psicoanálisis relacional (Mitchell, Coderch, Stolorow), me centro finalmente en el grupoanálisis (Foulkes, Sunyer, Dalal), tratando de dar un sentido actual y útil a la interpretación como elemento técnico destacado también en el terreno de la práctica grupoanalítica. Donde es transmutada como traducción, en una evolución natural que confluye y cobra sentido en el aquí y ahora del grupo psicoterapéutico. Durante la escritura me he apoyado en viñetas clínicas reales, con la confianza de que al lector le puedan ayudar tanto como a mí en la ejemplificación de toda la explicación teórica.

Abstract

This article follows a particular path through different authors, within psychoanalysis and groupanalysis, on interpretation as a technical tool and the evolutions it has had over time. Like practically all the notions coined by Freud, interpretation has been visited and revisited, questioned and reaffirmed, excluded and integrated, modified and redefined throughout these more than one hundred years. Psychoanalysis is a discipline in continuous development since it was born. A robust tree with many branches, perhaps a set of theories that unite common spaces. This group observes and explains human beings in their complexity, from a multitude of perspectives. The route that I propose in this article is one, among many other possible ones. The one that gives meaning to clinical practice from my own experience as an individual and group psychotherapist. Starting from Freud, passing through relational psychoanalysis (Mitchell, Coderch, Stolorow), I finally focus on groupanalysis (Foulkes, Sunyer, Dalal), trying to give a current and useful meaning to “interpretation” as a prominent technical element also in the terrain of groupanalytic practice. Where it is transmuted as a “translation”, in a natural evolution that converges and makes sense in the here and now of the psychotherapeutic group. During the writing I have relied on real clinical vignettes, with the confidence that they can help the reader as much as they help me in the exemplification of the entire theoretical explanation.


Palabras clave

conductor, grupoanálisis, interpretación, situación transferencial, traducción.

Keywords

interpretation, translation, groupanalysis, transference situation, conductor.


Los inicios de la técnica

Si de una forma simple y resumida el propósito del psicoanálisis es lograr que el analizado “haga consciente lo inconsciente” para alcanzar la curación, la interpretación es una herramienta destacada al servicio del analista para cumplir tal objetivo. Con la interpretación, el analista, partiendo de la información que el analizado ha volcado en la sesión a través de la asociación libre, da a conocer algo que este mantenía al margen de su conciencia. Le permite alcanzar el insight al vincular y permeabilizar ambos depósitos, acaso disociados de forma rígida tras experiencias traumáticas. Es un término creado por Freud (1895/2010). En desarrollos posteriores, son especialmente importantes las aportaciones de otros muchos autores. Pero nos centraremos en el primero y sin detenernos mucho, ya que el camino que me interesa va directo a la vertiente relacional del psicoanálisis, y al grupoanálisis.

En La interpretación de los sueños (1900/2013) Freud desarrolla y consolida la interpretación como elemento destacado para lograr la cura psicoanalítica. El cambio de la hipnosis a la asociación libre como método analítico coloca al paciente en un rol menos pasivo respecto a su propio proceso. Es quizá el nacimiento de la psicoterapia como la seguimos entendiendo hoy en día en sus características más básicas; un método basado en la palabra, el intercambio mutuo de aquello que se despierta entre analista y analizado. Freud partía de esos fenómenos que de forma directa o indirecta surgían en el espacio analítico provenientes del inconsciente: primero los sueños; después, los lapsus, los actos fallidos, las ocurrencias espontaneas, el humor. La interpretación se inserta desde el principio del psicoanálisis como un recurso propio del analista y localiza esos fenómenos que se cuelan del inconsciente para darles un significado en el terreno de la consciencia. Sin embargo, en los avatares de la práctica, Freud descubre que la transferencia de los afectos y deseos antiguos e inconscientes que el analizado proyecta en el analista aparece como la principal resistencia del paciente en el proceso de cambio (ilustrado en el “Caso Dora”, 1901-1905/2000). A partir de ese momento, son las interpretaciones sobre la propia transferencia del paciente hacia el analista las que ocuparán un lugar privilegiado del psicoanálisis.

Etchegoyen (1986/2005) clasifica las interpretaciones como:

- Dirigidas al pasado del paciente y/o acontecimientos externos al intercambio analítico. En relación a eventos pasados del “allí y entonces”, eminentemente de la infancia del paciente.

- Dirigidas a la transferencia hacia el analista: lo que le ocurre con la figura del analista sin vincularlo necesariamente con ningún episodio biográfico.

- Dirigidas a la integración de las dos anteriores, vinculando aspectos del pasado del paciente con elementos de su transferencia hacia el analista.

El propio Freud y sus discípulos directos se fueron centrando principalmente en esta última versión, y en los años siguientes, fueron explorando desde el terreno clínico los aspectos técnicos de la interpretación asociada al fenómeno de la transferencia.

En la búsqueda de la pureza del método psicoanalítico, Freud y una parte de sus seguidores pusieron énfasis especial en algunas cuestiones como la abstinencia y la neutralidad en su función analítica e interpretativa. Según Laplanche y Pontalis (1967), el analista “debe no satisfacer las demandas del paciente ni desempeñar los papeles que éste tiende a imponerle, para no entorpecer la labor de rememoración y elaboración” (Abstinencia, p. 3). Y “debe no entrar en el juego del paciente, y mantenerse neutral con respecto a las manifestaciones transferenciales y al discurso del analizado, es decir, no conceder a priori una importancia preferente, en virtud de prejuicios teóricos, a un determinado fragmento o a un determinado tipo de significaciones” (Neutralidad, p. 256).

En los años del nacimiento y expansión de las sociedades psicoanalíticas en diferentes países europeos, este fue uno de los objetivos sine qua non que los futuros psicoanalistas debían alcanzar durante sus años de formación. Es decir, tras haber realizado su propio proceso de análisis y supervisión, las intervenciones del analista no deberían estar en absoluto determinadas por sus creencias, prejuicios, emociones, ni estar influidas por su historia interpersonal o biográfica. Las interpretaciones deberán estar exclusivamente centradas en el contenido que trae el paciente a través de la asociación libre. Para ello, los elementos contratransferenciales que aparezcan en la mente del analista no deberán nunca ser trabajados en sesión, sino en su propio análisis o supervisión. Pero, ¿hasta qué punto esto es posible?

 

El nudo relacional

En textos posteriores, como Sobre la iniciación del tratamiento (1913/2010), o Construcciones sobre el análisis (Freud, 1937/2010), el propio Freud responde a varios interrogantes sobre la correcta utilización de la interpretación, acercando las intervenciones del analista dentro del espacio interpersonal. Realiza afirmaciones como como que no es beneficioso realizar interpretaciones antes “de que se haya establecido en el paciente una transferencia operativa, un rapport en regla” (Freud, 1913/2010, p. 140). O que cada verbalización del analista debe ser considerada en el terreno analítico como “una conjetura que espera ser examinada, confirmada o desestimada” por ambos (Freud, 1937/2010, p. 266). ¿Podríamos pensar que ubicaba dentro de la relación colaborativa y particular que se establece entre ambos donde funcionan las interpretaciones? ¿Quizá el propio Freud (o una parte de sí mismo) fue virando con los años hacia una visión más subjetiva y menos positivista del psicoanálisis?

De forma coetánea a la última década de Freud, Ferenczi (1932/2008)- autor puente hacia lo relacional- se separa de las versiones más ortodoxas del psicoanálisis y sostiene que para que el análisis sea realmente curativo el analizado debe sentir interés genuino y emocional por parte del analista. ¿Cómo se hace eso desde la neutralidad y la abstinencia?

Siguiendo esa línea, son muchos los autores posteriores que han cuestionado y criticado aspectos supuestamente originales de la interpretación. Gill alude irónicamente a “la ilusión de la neutralidad” (Gill, 1983/1988, p. 316). Describe los efectos negativos que se pueden generar si es utilizada con la objetividad que un analista experto ofrece a un analizado ignorante y pasivo. De este modo el paciente la aceptará como verdad absoluta desde un punto de vista racional, pero ajena desde un punto de vista emocional, generando quizá una mayor disociación entre sus experiencias cognitivas y emocionales, acaso entre inconsciente y consciente.

En mi experiencia, cuando la resonancia es más racional que emocional, provoca no solo un distanciamiento, a veces silencioso y preconsciente entre ambos, sino una dinámica de intercambio intelectualizado y poco auténtico, vacío. Por otra parte, me resulta importante señalar que el propio Mitchell, a muy principios del presente siglo, incluye en esta ecuación la influencia de los cambios sociales y culturales tienen en los tiempos en que se desarrolló el primer psicoanálisis: “el tipo de deferencia frente a la autoridad y tipo de racionalidad que mostraban los pacientes de la época de Freud, era comprensible en aquel momento, pero es fuertemente sospechosa hoy” (citado por Liberman, 2023, p. 235). Además, asociado al positivismo científico, el individualismo alcanza su auge durante el siglo XX como posición filosófica e ideológica. Desde esa visión, las psicoterapias de la época quedan encuadradas como laboratorios de trabajo de lo intrapsíquico. Stolorow y Atwood (1992/2004) realizan un profundo cuestionamiento de “el mito de la mente aislada” en su recomendable libro Los Contextos del ser:

La imagen de una mente individual y aislada queda retenida bajo la forma de un punto final ideal del desarrollo óptimo… El desarrollo del yo vendría a ser un proceso según el cual la regulación a través del entorno vendría a ser desplazada por la autorregulación autónoma, una regulación que se expresa mediante la metáfora espacial reificada denominada internalización. (p.43)

Como si nuestros estados mentales, nuestra salud mental, pudiese desarrollarse ajena a lo que le ocurre en su contexto interpersonal, familiar y social. Me pregunto cuánto de esto continúa presente, y viene representado en demandas de psicoterapias rápidas y exclusivamente centradas en los síntomas.

Autores relacionales también revisitan la transferencia y las interpretaciones sobre ella. Coderch (2010) asevera que “sólo hay un verdadero análisis cuando el analista se halla profunda y emocionalmente implicado en el proceso terapéutico” (p.138). Este autor define la mutualidad como “el reconocimiento recíproco de la experiencia que comparten analista y analizado y de la mutua influencia que ejercen el uno sobre el otro” (p. 137). Es decir, para poder reflexionar en sesión sobre los patrones interpersonales del paciente y los aspectos transferenciales emergentes, no solo hay que renunciar a ser neutrales, sino que debemos estar emocionalmente implicados. Continúa Coderch: “para mí, la relación del paciente con el analista es transferencial, como lo es la del analista con el paciente, aunque púdicamente haya venido a llamarse “contratransferencia”, ya que todo es transferencia en nuestros actos, nuestros pensamientos y nuestros sentimientos, dentro y fuera del análisis” (p. 133). Y va más allá: “cada vez que un analista interpreta, da a conocer a su paciente el contenido y la forma de su pensamiento, es decir, autorrevela su mente y su estilo analítico” (p. 35). Stern (1995) introduce el concepto de “contexto rememorativo del presente”, que sería el espacio que integra aquellas circunstancias, emociones, sensaciones y pensamientos que configuran la experiencia subjetiva, en el aquí y ahora del encuentro clínico. Todo esto me lleva a pensar que las interpretaciones que tanto analista y analizado realizan en el encuentro (como el resto de las intervenciones mutuas), se hallan siempre dentro del espacio intersubjetivo creado por ambos, y tienen como objetivo renovar y reformular los significados que el paciente tiene de su propia realidad intra e interpersonal. Y, por tanto, influir de forma positiva en la reducción de su sufrimiento, pudiendo establecer relaciones más saludables con su entorno.

No es el vínculo que se forma a partir del compromiso por parte del paciente en seguir los insights del analista. Denominamos “investigación empática continuada” a la búsqueda continuada del sentido de las expresiones del paciente, sus estados afectivos y, sobre todo, el impacto del analista en él”. (Stolorow y Atwood, 2004, p. 155-156)

Sintetizo algunas características singulares de la interpretación desde el modelo relacional:

  • La interpretación es una herramienta al servicio de vincular el allí y/o entonces de la biografía del paciente, con el aquí y ahora del espacio intersubjetivo que nace de la relación.
  • No es un fin en sí mismo, como un insight que, logrado, hace que el paciente alcance la curación. Sino un medio que sirve para seguir explorando los matices de las relaciones que el paciente establece dentro y fuera del espacio terapéutico.
  • Se debe poner atención en el momento en que las interpretaciones se realizan: en las primeras fases de la psicoterapia es necesario que los objetivos se centren en generar una relación de confianza y apoyo.
  • Debe ser formulada como hipótesis de trabajo, subsidiaria de ser utilizada al servicio de la pareja terapéutica: confirmada, rechazada, retomada, matizada, modificada, en un marco colaborativo de investigación empática continuada.
  • Y no como una verdad absoluta que un experto ejecuta. La interpretación se halla inmersa en un marco de subjetividad e intersubjetividad, y no de objetividad racional.
  • La mutualidad debe permitir que las interpretaciones no sean unidireccionales, sino bidireccionales. Y que no solo se dirijan al paciente y su patrón relacional, sino a la relación entre ambos.

Viñeta 1

Joaquín acudió derivado de su médico de Atención Primaria a mi consulta, después de que este le diera la baja laboral y una pauta de medicación ansiolítica y antidepresiva. Era un hombre formal, responsable y disciplinado. Había sufrido una intensa y larga crisis de ansiedad en el contexto laboral, que cursaba con falta de respiración, taquicardia, sensación de embotamiento mareo, y cierta despersonalización. Aproximadamente ocho meses antes había comenzado a tener diferentes avisos psicosomáticos en forma de caída de pelo, urticaria, y contracturas musculares, que él mismo no había atribuido a nada emocional o psicógeno, sino a haber reducido su ejercicio físico (siempre frecuente e intenso) debido a una carga de trabajo en aumento. Joaquín ocupaba un puesto intermedio de dirección en una entidad bancaria, vivía con su mujer y dos hijos de 6 y 4 años. Los años de pandemia, que coincidieron con un rápido ascenso en su trabajo, aumentaron presión y responsabilidades, y habían sido muy difíciles para él. Teniendo que gestionar varios equipos repletos de bajas, quejas de clientes, exigencias de dirección, adaptaciones a nuevas formas de trabajar… Además, sus hijos eran muy pequeños y sentía que los veía muy poco, que debía ocuparse más de ellos. En su esquema interno, cuando sentía que no llegaba a algo, debía esforzarse más por alcanzar los objetivos. Con el tiempo fue creciendo en él la sensación de insuficiencia: como líder, como padre, como esposo, como amigo.

Durante las primeras sesiones Joaquín se centraba en sus síntomas, pedía intervenciones dirigidas a reducirlos para volver a trabajar. En todo caso, necesitaba angustiosamente volver a sentir que era ese gran hombre exitoso que no fallaba nunca. Nos costaba mucho acceder a la tristeza, al duelo, ya que la ansiedad y la irritabilidad lo tapaba casi todo. Hacía intentos de acercarse a la sucursal de banco donde trabajaba, pero no podía, cuando estaba a menos de cien metros sufría de nuevo un ataque de pánico. Le daba pavor dar pasos atrás en su trabajo, se autodescalificaba por “ser débil”. Poco a poco Joaquín pudo ir hablándome de otros aspectos de su vida. Su padre falleció cuando él era pequeño. Fue un duelo complicado para él, que no pudo compartir emocionalmente con nadie. Sí sabía que había echado mucho de menos a su padre, que también trabajaba mucho, y con el que apenas había podido jugar. Cuando eso ocurría, era como un tesoro para él, recordar una escena en la que estuvo ayudando a su padre a cambiar una bombilla que se había fundido provocó en él un llanto genuino y liberador, por primera vez. Tras la muerte de su padre, la familia se organizó para que él, que era hermano mayor, fuera “el hombre de la casa”, y se esforzó mucho por ser exitoso académicamente, buen deportista, ser un buen hijo y buen hermano mayor. Cuando salía con amigos no bebía y daba lecciones a los que se emborrachaban.

Justo comencé a ver a Joaquín al regreso de la primera parte de mi permiso de paternidad. Entonces yo me sentía confuso respecto a cómo organizar mi vida laboral para poder estar más tiempo con mi hija. Tenía sentimientos encontrados respecto a renunciar a parte de mi trabajo. Sentía que en algún punto estábamos cerca. No me fue fácil aclarar lo que (nos) pasaba en alguna sesión, pero a la vez sentía que ese era el nudo, ahí residía la oportunidad de poder ayudar a Joaquín. En más de una ocasión él, que sabía que yo había sido padre y había tenía un horario adaptado, me preguntaba por el mismo. Incluso se atrevió a señalar con sorna “el buen horario que teníamos los empleados públicos”. “¿Cómo crees que sería tu vida si tuvieses este horario?”, le pregunté. A lo que me contestó algo así como “No es que lo envidie, eh… Pero supongo que tiene sus ventajas…”.

De algún modo, se fue instalando en las citas con Joaquín la conversación sobre sus hijos, y su infancia. Le fue costando menos establecer puentes entre su infancia y la de sus hijos. Dejó poco a poco de vivir con extrañeza que yo le preguntara por su infancia y los recuerdos de su padre. En una cita, cuando ya llevaba unos cinco meses de baja, pudo reconocerme que estaba pudiendo disfrutar mucho de estar con sus hijos, y que lamentaba haber estado tan poco tiempo con ellos durante sus primeros años de vida. Estaba pudiendo unir su afición de hacer deporte con ellos: salían en bici, iban a jugar al pádel. Eso me emocionó, me conmovió, movió algo en mí. Sentía que algo de mi vida iba en paralelo a lo que le ocurría a Joaquín, estábamos sintonizados emocionalmente. Entonces le comenté que me recordaba a lo que le había ocurrido con su padre, como que era una cuenta pendiente no solo con sus hijos sino con su propia infancia. El me miró, como sorprendido, creo que de primeras no la cayó bien mi comentario, pero después se emocionó. No hubo muchas más palabras en esa sesión. Pero creo que aquello ayudó a desbloquear algunas partes de Joaquín, y en las siguientes citas ya verbalizó y decidió que iba a hablar con su jefe para poder volver a su puesto anterior, de menos responsabilidad y menos carga de trabajo. Sentía que eso le iba a permitir dar más espacio a su vida familiar. En las citas estaba más relajado, reflexivo y expresivo. Más triste, menos angustiado.

Comentario

Es inevitable que en el espacio íntimo que se crea entre dos personas en terapia no surjan elementos comunes, vivencias que se conectan en lo intersubjetivo. Ahí entiendo que reside el potencial terapéutico. Durante el desarrollo de la psicoterapia, tan importante me parecía poder diferenciar con claridad mi realidad externa de la de Joaquín, como poder trabajar mi experiencia para que Joaquín pudiera acceder a la suya. Para ello no siempre son necesarias las autorrevelaciones, pero trabajar en los puentes que se establecían entre ambos era lo que podía sacar a Joaquín de la cárcel de sus propios síntomas. Y tras esto, poder reflexionar y decidir más allá de los mismos.

Las dimensiones grupales

Los primeros psicoanalistas que comenzaron a trabajar en grupo (Klapman, 1946, Schilder, 1949, Slavson, 1976) tratan de transportar al grupo la técnica de psicoanálisis, introduciendo entre otros elementos técnicos, la interpretación individual a la situación grupal (Sánchez Escárcega, 2001). Foulkes (citado por Sunyer, 2008) describe estos desarrollos como psicoterapia en grupo, en que las intervenciones van dirigidas a los individuos, y los demás miembros pueden beneficiarse de ellos, de forma coyuntural.

En el polo opuesto, desarrollos propuestos por Bion (1980), así como las líneas teóricas provenientes de Latinoamérica, (autores como Grinberg, Langer y Emilio Rodrigué, 1957) trazaron un trayecto prácticamente opuesto al anterior, donde consideran que es el grupo como totalidad sobre el que hay que intervenir, y no tanto sobre los individuos: “las ansiedades, fantasías y transferencias todas ellas son grupales y operan como un común denominador de los integrantes aunque siempre en relación a la figura del analista; el grupo es solo un gran individuo” (Sánchez Escárcega, 2001, p. 6). De tal forma las interpretaciones del analista han de ir dirigidas a todo el grupo, nunca a los individuos. Este conjunto de teorías podemos ubicarlas dentro de la psicoterapia del grupo.

Nos centraremos en la vía intermedia, los modelos dialécticos, que podríamos denominar psicoterapia de grupo, como el grupoanálisis (Foulkes, 1984, Dalal, 2002, Sunyer, 2008) y el grupo operativo (Pichon Rivière, 2007, Bauleo,1988). Se puede decir que transitan con flexibilidad entre realizar intervenciones interpretativas tanto individuales como grupales. El propio Foulkes (1975/2015) insistió en varios de sus trabajos en que, a pesar de percibir el grupo como una matriz dotada de identidad propia, el objetivo último es que los individuos mejoren, que adquieran “la capacidad de cambiar… liberar las fuerzas que obstaculizan el desarrollo de sus recursos” (p. 158). Sigue: “Pero claro, pensamos que este cambio implica a otras personas, en particular al plexus de las que el paciente forma parte… Por eso tiene sentido hacer grupos de psicoterapia”. Porque además “el cambio individual debe ser compatible con las circunstancias contextuales en que se encuentra y la cultura de la que forma parte” (1975/ 2015, p. 159).

Gómez Esteban (2017) diferencia dos funciones de la interpretación en el seno del grupo: la analítica (más cercana al setting individual clásico), que siempre es producida por el analista grupal. Y la terapéutica (más originalmente grupal y descubierta en el terreno práctico), que es la generada por el trabajo compartido de todos los miembros. En las etapas iniciales del grupo, es el terapeuta el que realiza las interpretaciones, siempre con el objetivo de enseñar a los miembros una forma de proceder, en un aprendizaje continuo del funcionamiento grupal. Poco a poco, los miembros se van haciendo cargo de esas intervenciones a través del proceso, pudiendo hacerse dueños de las intervenciones interpretativas, entre otras.

Sunyer (2008) explica- siguiendo una idea de Schlapobersky, 2016- que uno de los principales objetivos del conductor en su función conductora es ayudar al grupo a pasar del monólogo al diálogo, y del diálogo a la conversación. Y en esa tarea puede utilizar aquellas herramientas que estén en su repertorio. El propósito es que sea el grupo en su conjunto el que, en su identidad particular, vaya creando una red de significados y simbolizaciones sobre lo que sucede y no sucede en la vida grupal. Dicho de otra forma, la labor es facilitar la creación de una matriz de interdependencias vinculantes que permitan al grupo reexperimentar, contener, simbolizar, interpretar y reformular de forma compartida las experiencias que cada miembro del mismo trae en su pesada mochila vital e interpersonal.

Si nos seguimos adentrando en el terreno del grupoanálisis merece la pena destacar un matiz aparentemente superfluo: Foulkes cambió la denominación “analista grupal” por la de “conductor” (en inglés, quizá mal traducido directamente al castellano). Alejándose de la idea del encuadre de psicoanálisis individual (la del analista interpretador del inconsciente), para destacar las funciones de conducción en semejanza simbólica a un director de orquesta; “el conductor es el guía, no el líder, porque no va en primer lugar encabezando el grupo por un camino concreto, sino que sigue las tendencias naturales que emanan del grupo” (Foulkes, 1975/2015, p. 160). El conductor del grupo no va a ser el (único) encargado de dotar de significados verbales a lo que allí ocurre, sino va a ser un organizador de la información, un generador de confianza, un facilitador de la comunicación y un aliado de la matriz que se va conformando con él dentro. “La atmósfera que crea el conductor de grupo con su actitud de tolerancia facilita e invita a las revelaciones libres de los miembros, estimulando una dinámica de mutuos intercambios. El grupoanalista debe mostrarse activo, libre, honesto y espontaneo” (Oñoro, 2018, p.120). El conductor otorga al grupo (y a sus miembros, entre los que él está incluido) la capacidad de llenarse de significados, de interpretarse a sí mismo.

La búsqueda de una forma de análisis del grupo por el propio grupo incluido el conductor conlleva que el profesional deje de ser una mosca en la pared para inte-grarse en la vida del propio grupo. Sus funciones –convocante, higiénica, verbalizante, conductora y conceptualizante– favorecen que el conductor no sea quien necesariamente interprete; sino quien favorezca la búsqueda de significados que aparecen a través de las relaciones y las circunstancias que se den en la vida del grupo. (Granell et al., 2022, p.184)

El conductor y sus propias transferencias, van a participar dentro del interjuego grupal, y por tanto van a ser necesariamente interpretadas.

El grupoanálisis radical

Foulkes (1948/2015) anuncia el grupoanálisis como una disciplina nueva, cuya identidad se deriva de la unión significativa entre elementos del psicoanálisis freudiano, los desarrollos sociológicos y rupturistas de Norbert Elias (2010), la psicología de la Gestalt (Lewin, 1988), y la teoría neurocientífica de Goldstein (1939). Es muy interesante atender a la biografía del propio Foulkes, como psicoanalista judío exiliado a Londres, para entender el peso que dio a los factores sociales en su devenir profesional. Previamente al exilio fue presidente de la Escuela de Frankfurt, donde conoció íntimamente a Elias y a Goldstein, también judíos y exiliados. Ya en Londres, uno de sus cometidos fue sustituir a Bion como psiquiatra principal en el Hospital de Northfield de heridos de guerra en los últimos años de la segunda guerra mundial. En ese complejo escenario desarrolló gran parte de su conceptualización.

Dalal, grupoanalista contemporáneo, en su obra Taking the Group Seriously (Dalal, 2002) supo metabolizar quizá mejor que nadie la obra de Foulkes. Diferencia dos desarrollos foulksianos: uno más cercano al psicoanálisis (el ortodoxo). Y otro más cercano a la sociología elisiana (el radical). Desde esta última perspectiva, Foulkes (y Elias) cuestionan de forma epistemológica la idea de individuo según los parámetros de moda en el siglo veinte y que de algún modo penetra en la psicoterapia tanto conductista como psicoanalítica (como antes he desarrollado sobre el mito de la mente aislada). Foulkes incide en la idea central de que los individuos, en todo caso, somos puntos nodales (en Sunyer, 2018) formando parte de una matriz más amplia que es la sociedad en todas sus dimensiones espaciotemporales y transhistóricas. Nuestra identidad está incrustada en una amplia matriz que viene configurada por el momento histórico en que vivimos, y por las herencias transgeneracionales sociales y familiares. Además, está permanentemente influida por todo aquello que va ocurriendo en nuestro contexto próximo y menos próximo. En ese caldo epistemológico, la psicoterapia de grupo cobra una importancia prominente como herramienta de trabajo. En palabras de Sunyer “Lo genético y lo social ocuparían dos polos opuestos de un continuo en el que el grupo ocupa un puesto intermedio: por una parte, recibe los elementos transferidos desde el sujeto, por otra los elementos transferidos por los social” (2018, p.56).

La psicoterapia de grupo nos coloca en un espacio cualitativamente diferente al bipersonal. Un grupo es algo más que la suma de sus individuos (idea derivada de la teoría Gestalt de Lewin, 1988). En él se construye una matriz de intercambio múltiple en permanente movimiento. La mutualidad, entendida aquí como “la actitud compartida entre quienes constituimos el grupo a través de la que creamos significados comunes, negociamos nuestros deseos y necesidades, compartimos nuestros temores y esperanzas” (Sunyer et al, 2020, p.6), cobra una importancia sustancial. Cada miembro es modificado por el grupo, pero también tiene el poder de estar modificando al grupo, incluido al conductor. Todo esto coloca a este en una posición existencial diferente. Entonces, ¿qué ocurre con la transferencia y la interpretación?

Grotjahn (1979, p. 34), psicoanalista de grupo que desarrollo su obra en la década de los 70 y 80, explica que la podríamos hablar de tres tipos de transferencia grupal: la paterna, que se centra en el analista. La transferencia fraterna, que se despliega entre los miembros, y la materna, que se ubica en el grupo como unidad total. No se puede negar que es un avance al servicio de actualizar nociones básicas de la transferencia en el encuentro grupal. Sin embargo, cuando Foulkes (1948/ 2015) utiliza la metáfora sala de espejos para explicar la realidad grupal, da cuenta de algo que se genera en la dinámica grupal y que va más allá de una clasificación sobre diferentes tipos de transferencias. Es por eso que evitó el termino transferencia grupal y seguramente la de diferentes tipos de transferencias, y acuñó el de situación transferencial (o situación T.). En virtud de la cual, y en base a las experiencias externas que ha tenido cada miembro, no necesariamente se transfiere lo autoritario en el conductor, ni lo amoroso en el grupo, ni necesariamente la rivalidad o la cooperación solo en el resto de miembros.

La actualización en el aquí y ahora de las experiencias relacionales de cada miembro, genera una situación compleja de identificaciones en permanente movimiento, en la que las transferencias cambian, y a la vez modifican al resto de miembros y al grupo. Cada comentario, silencio, ausencia, va moviendo diferentes identificaciones y contraidentificaciones. Generando distancias y acercamientos, y formando diferentes configuraciones grupales. Especialmente interesantes son los acercamientos de Bennis y Shepard (1956) que tratan de diferenciar diferentes configuraciones grupales en base a las etapas evolutivas del mismo. Sin embargo, establecen una generalización que, si bien se pueden acercar al desarrollo común de muchos grupos, inevitablemente restan importancia a la idiosincrasia de cada uno. Cada grupo, como cada ser vivo en crecimiento, tiene una identidad propia, aunque puedan compartir similitudes con otros grupos. Los que hemos tenido experiencia con muchos grupos de psicoterapia, sabemos que ninguno es parecido (y todos lo son).

Por otra parte, Foulkes (1957/2007) habla de la situación transferencial para construir un robusto puente que también conecta cada grupo terapéutico con las dimensiones sociales aparentemente externas al mismo. Esa dimensión social contiene tanto el contexto cercano que trae consigo cada miembro (su familia, sus grupos de pertenencia, su contexto relacional), como los aspectos institucionales y del equipo de trabajo donde nace y crece el propio grupo (un centro de salud, una clínica privada, un hospital). Y no solo eso: también el momento social, cultural e histórico que atraviesa el presente del grupo. Es decir, lo que en el grupo ocurre no solo está articulado por las experiencias personales de los miembros incluido el conductor, sino también por la situación particular que pueda estar atravesando el equipo de trabajo, la institución, y el momento social que se vive en el momento. Confiar en que un conflicto institucional abierto no va a influir en el desarrollo de un grupo que se crea en el mismo es tan ficticio como pensar que si iniciamos un grupo en plena pandemia esta no tendrá ningún efecto en el desarrollo del mismo…

Entonces ¿qué debería hacemos los conductores con toda esta complejidad?

Viñeta 2

Hay algo que se suele repetir al inicio de grupos de jóvenes con características fóbicas que cada año he realizado en un centro de salud mental público, ubicado en un gran e impersonal centro de especialidades. Aparece una gran resistencia a superar: una dinámica manifiesta de monólogos entorno al temor al rechazo. Durante la primera etapa grupal, los miembros del grupo, que tienen como denominador común el haber quedado detenidos en el paso de la adolescencia a la edad adulta, podían pasar sesiones y sesiones, horas y horas, alimentando la idea de lo peligroso y hostil que es el mundo externo: la poca aceptación que han recibido de sus familias, la precariedad con que han sido tratados en los trabajos que han tenido, lo utilizados y humillados que se han sentido en las relaciones con iguales o de pareja. De este modo, se viene generando una dinámica grupal en la que, a modo de monólogos, uno tras otro van exponiendo su situación vital irresoluble: ellos, pequeños, frente a un monstruo inmenso que es la sociedad, la familia, el contexto. Mis intervenciones, al servicio de que comenzaran a mirarse e interesarse entre ellos, y lejos de cuestionar o juzgar su realidad, son en un principio infructuosas. En una ocasión les pregunté qué obtenían del grupo, alguien contestó algo así como “desahogo y comprensión”. ¿Comprensión? “Sí- dijo Bárbara- como aquí todos estamos mal, así no estamos solos”. Aproveché esa respuesta para insistir en la idea de que percibía mucha soledad en casi todos ellos, y también mucho temor a mirarse, a hablarse, a conectarse. Y que lo que cuentan que les pasa fuera, percibo que también les pasa aquí. Le devolví la pregunta a Bárbara: “si te sientes identificada con la soledad del resto de compañeros, ¿por qué crees que cuesta tanto que os miréis, que os preguntéis?”. “A lo mejor yo no soy lo que ellos esperan de mí, yo no sé ayudar. Eres tú el que nos tienes que dar respuestas”.

Es decir, que por una parte hay un elemento invalidante y permanente en las relaciones que es el daño: el que me hagan daño y el hacer daño. Como si las relaciones inevitablemente llevaran a eso. Y por otra, asumir que el poder lo tiene el profesional que trabaja en un gran hospital; yo soy el único que sabe. Devolví la pregunta al grupo: ¿qué pensaban del intercambio que había tenido yo con Bárbara. Entonces Antonio, el más expresivo del grupo, y que solía mantener contacto ocular, verbalizó que a él sí le gustaría que le preguntaran cosas, y que a veces vivía con falta de interés el hecho de que cuando cuenta algo nadie le diga nada. “¿Es algo incómodo y agresivo para ti que ocurra esto?”, pregunté, “Sí, además es extraño- comentaba- porque cuando esperamos para entrar al grupo, o cuando salimos de él, sí hablamos con más fluidez”. Seguí preguntándole que qué diferenciaba este espacio de la sala de espera… o de las salas en que habitan en su vida, a lo que respondió con brillantez “me doy cuenta de que aquí nos pasa lo que nos pasa fuera, pero entre nosotros. Hacemos lo mismo de lo que nos quejamos. Es decir, a veces nos quejamos de que no nos comprenden, pero aquí parece que tampoco hacemos el esfuerzo de comprendernos… cada uno está en su mundo”. Alicia añadió más tarde que le molesta que el lugar donde se realiza el grupo sea cambiante. Que, además, el edificio y la sala donde se hace al grupo no le genera confianza, es un ambiente frío “a los profesionales se os ve preocupados, con prisa… como si a veces no quisierais estar aquí”.

Comentario

A través de este diálogo comenzamos a percibir que en el aquí y ahora del grupo no sólo había miedo, también había hostilidad: en la ausencia de contacto, en la ausencia de interés por el otro, en el propio contexto. Esta situación, ocurrida en la cuarta sesión, fue como el germen que permitió que pudiéramos abrir la puerta a hablar de lo que pasa en el grupo, de cómo se perciben entre ellos, cómo perciben el lugar donde se realiza, cómo interpretan mi actitud. Y, con tiempo, a poder ir reflexionando de la hostilidad y las agresiones vividas fuera del grupo, al aquí grupal. Pudieron ir percibiendo que, a diferencia de otros grupos a los que pertenecían, aquí se podía expresar el enfado, la confusión, la duda. Y los matices de las interpretaciones de cada uno pudieron ir llenando de significados al propio grupo.

La interpretación en grupoanálisis

Cabe señalar que las interpretaciones no son las intervenciones más frecuentes del conductor. Las paráfrasis, preguntas simples y los señalamientos son más frecuentes. En ellas se subraya, sin juicio, las vivencias de los miembros: su simple curiosidad, su interés por el intercambio. La interpretación es una intervención menos frecuente, ya que como señala Gómez Esteban (2017) “la función interpretante se debe desplazar desde las verdades profundas hacia la puntuación interrogante” (p. 387). Si estuviéramos interpretando con mucha frecuencia, interrumpiríamos demasiado el flujo libre de la comunicación. Es a través de la curiosidad y los procesos de identificación entre los miembros que las interpretaciones funcionan como facilitadoras entre lo individual y lo grupal, y viceversa.

Respecto a las interpretaciones grupales, Gómez Esteban explica que “mientras las interpretaciones individuales las dirigimos a las experiencias del sujeto, las grupales se dirigen a las resistencias del grupo, lo que a su vez facilita la cohesión e identidad grupal” (p. 386). Sin embargo, añade “no puede hablarse de interpretación grupal si no se apoya antes en lo individual” (p. 386). Claro, es complicado trabajar en el aquí y ahora si los miembros del grupo no han podido expresar algo de sus experiencias relacionales externas al grupo (“el allí y entonces”, Sunyer, 2018). Añade que, de la misma forma “no puede realizarse una interpretación individual si no se tiene como marco de referencia el ámbito grupal en que se está realizando” (p. 386). Como creo que le ocurre a la propia autora, no puedo dejar de pensar que este tipo de clasificación (de interpretación individual versus grupal) es pertinente pero artificial. Insisto en que si en algún momento, como conductores intervenimos en el relato de Bárbara, el objetivo va a ir dirigido tanto a ella como a la resonancia que tenga en todos. Las interpretaciones irán dirigidas a abrir (en sentido amplio) los relatos y las expresiones de los miembros del grupo y a que eso dé lugar a diferentes y nuevas configuraciones relacionales: las de Bárbara y las del resto de miembros. Ese es el potencial terapéutico, más que la catarsis o la apertura al inconsciente de uno de los individuos. “Los grupos de psicoterapia no son botes aislados flotando a la deriva en un vacío, sino balsas de discursos competitivos pero equivalentes, interpretando e interrumpiendo constantemente los textos de los demás, aparentemente autorreferenciales” (Dalal, 2002, p. 177).

El propio Foulkes, en su último trabajo, intuye la paradoja de tratar de clasificar las interpretaciones por tipos (miembros/ conductor, individuales/ grupales, internas/ externas), y a la vez nombra la dificultad y vacuidad de tal tarea:

Espero que haya quedado claro que las interpretaciones se producen todas al mismo tiempo, ya sea en palabras o en acciones, por omisión o por comisión, de manera consciente o inconsciente, y que de esta forma todos los miembros del grupo participan en la interpretación. (Foulkes, 1975/2015, p. 163)

Por último, destaco la sencilla definición que finalmente utiliza. Interpretar es “atraer la atención de una persona o del grupo a otro significado de la línea de pensamiento o acción que está siguiendo. Interpretar, por consiguiente, es transferir o traducir algo de un contexto a otro” (1975/2015, p. 166). Quizá del allí al aquí. De las sensaciones físicas a lo acontecido en el grupo, de lo ocurrido en el pasado grupal al momento actual…

La traducción

Foulkes (1984) utiliza el concepto de traducción como herramienta propia del grupoanálisis, evolucionada, y adaptada al encuadre grupal. El inconsciente grupal se manifiesta en el presente como aquello que el grupo no puede comunicar, ese conjunto de bloqueos, temores, que no permiten que la comunicación fluya. Aquello que, aún no articulado verbalmente, permanece bajo la alfombra de la comunicación verbal manifiesta. De tal modo, si “en psicoanálisis el analista interpreta la resistencia contra el inconsciente y contra las asociaciones libres. En la psicoterapia grupal, el terapeuta interpreta la resistencia contra la comunicación espontánea y libre y la interacción empática” (Grothjan, 1979, p. 17)

A veces, como conductor de grupo, siento una tensión inespecífica, inarticulada. Siento que algo está ocurriendo o está a punto de ocurrir en alguna de las zonas grupales, pero por algún motivo no termina de poderse comunicar. En ocasiones lo percibo con una sensación de angustia, por ejemplo, al observar que alguno de los miembros lo está pasando mal, o que dos o tres se miran y hace señales sin poder o querer ponerlo en palabras. Quizá cuando, repentinamente, hay ausencias no esperadas, o mucha carga de comunicación no verbal: risas nerviosas, resoplidos, miradas caídas. Podríamos afirmar que esos elementos son los correspondientes a los lapsus o actos fallidos de los que hablaba Freud. La labor de la conducción es poner en palabras, o ayudar al grupo a que ponga en palabras algo de lo que ocurre bajo esas nubes que se unen tapando la claridad. En ocasiones es una tarea casi artesanal, sutil. En otras, el grupo agradece que sea una intervención vivaz y enérgica. Elegir el momento, las formas, no es fácil. A esta labor Foulkes la denomina traducción:

La traducción es el equivalente a hacer consciente lo inconsciente reprimido en psicoanálisis. Todo el grupo participa de ese proceso que cubre el abanico que va desde los síntomas inarticulados a la expresión verbal, la comprensión e insight, desde los que son procesos primarios a los secundarios”. (Foulkes, 1984, p. 111)

Durante los primeros momentos grupales, es necesario que el conductor sirva como modelo y facilite al grupo señales de ese camino a recorrer. Que ayude a establecer puentes entre el allí y el aquí, el entonces y el ahora, entre el yo y el nosotros: la función traductora partirá del conductor, y este la trasladará progresivamente a la dinámica grupal. Aunque en los primeros compases tal responsabilidad recae en el profesional, poco a poco va siendo asumida por los demás miembros. Con lo que la función verbalizante (Sunyer, 2008), el liderazgo, la función interpretante y traductora pasa a ser una propiedad de todos los que integran el grupo:

Esta actividad y esta responsabilidad persisten y perviven a lo largo de toda la vida del grupo. En un principio es una función de la que se responsabiliza el conductor y que, posteriormente, se va a ir trasladando al resto de miembros del grupo. Es en este sentido que la función verbalizante va tomando cuerpo y va introduciéndose en la vida del grupo como parte o eje fundamental del trabajo a realizar. (p. 379).

En ese viaje a ninguna parte que es la discusión de flujo libre, que sobreviene a la dialéctica individuo- grupo, “cada individuo elige de un pozo común aquello que es más significativo para él personalmente” (Foulkes, 1975/2015, p. 177). Y así se va creando una resonancia común.

Entiendo que la tarea conjunta es lograr unos niveles de comunicación donde el grupo se atreva a enfocar las partes menos visibles, más incómodas, quizá más oscuras. Para ello se puede utilizar el humor, las metáforas, el juego, la improvisación. Todo ello estaría dentro de esa amplia función traductora. Me gusta mucho la siguiente cita de Grotjahn y que creo que sintetiza nuestro deseo como conductores:

La meta de la experiencia grupal es la de ayudar a los individuos a convertirse en personas conscientes, directas y francas, que se comunican honestamente, que comienzas a comprenderse a sí mismos, su inconsciente y a los demás, que responden a las demás personas en forma espontánea y sin temor respecto de su propia necesidad de intimidad y agresión. (1979, p. 137).

En síntesis, vamos a definir la traducción grupoanalítica como aquella intervención emitida por cualquier miembro del grupo, incluido el conductor, que trata de transferir al grupo a un contexto diferente en el que se encuentra previamente, aportando significados nuevos y diferentes a lo ya expresado. Enfocando, a veces, partes que hasta ese momento permanecían no visibles. Explico algunas de sus propiedades particulares:

  • En el inicio del grupo es una tarea propia del conductor, sin embargo, el objetivo es que el resto de miembros de hagan cargo progresivamente de ello.
  • Deben ser intervenciones que se sitúen dentro de lo hipotético, de lo exploratorio y no de lo absoluto. Debiendo ser el grupo como tal el que decida seguir- o no- el camino propuesto.
  • Se enuncian verbalmente como posibilidades incompletas. En forma de preguntas, sensaciones, intuiciones… evitando la racionalidad y rotundidad de la interpretación clásica.
  • El conductor debe evitar realizar muchas, frecuentes y prematuras traducciones, que vayan cambiando el rumbo del grupo a cada momento. Probablemente esta sea la necesidad de un conductor novel: que el grupo crezca demasiado rápido. Sin embargo, puede generar lo contrario: que el grupo dependa de la idea preconcebida y los deseos que tenga el conductor sobre el mismo.
  • No deben verbalizarse como clasificadoras o categorizadoras, o alejadas de cualquier verbalización realizada en el propio grupo. Sino como insertas en la experiencia concreta verbal o no verbal de lo que está ocurriendo o ha ocurrido.
  • Puede ser útil que el conductor utilice su transferencia, a modo de traducción, como autorrevelaciones o sentimientos que tiene hacia el grupo y lo que está ocurriendo en él, pero no debe hacerse por rutina. Ya que tiene el riesgo de que atraiga hacia él el centro del diálogo grupal y entorpezca el devenir natural del grupo.

Viñeta 3

Durante una sesión de mitad de vida de un grupo de adultos que desarrollamos en 2019 en CSM, Roberto, un médico jubilado fue capaz de relatar que había sufrido adicciones a sustancias y que sentía elevada vergüenza en relación a su carrera y su prestigio. Explicó cómo la dependencia había destruido su vida familiar y le había dejado solo, a pesar de que había conseguido mantener la abstinencia desde hace años. Al final de la sesión Alba, siempre muy presente en el grupo, se le acercó para darle efusivamente la enhorabuena por haber podido hablar de ello, en su patrón frecuente de buscar afecto “a la desesperada”, en ocasiones “encumbrando al otro”. Parece que Roberto se sintió incómodo y mantuvo una actitud física distante.

En la siguiente sesión, hubo de inicio un largo silencio. Unos incómodos 20 minutos. Alba, solía iniciar las conversaciones, y esta vez tardó. Me animé intervenir “estaba pensando que quizá hay algo pendiente que está dificultando que hoy nos hablemos…”. Alba me miró, tensa, pero no dispuesta a mantener más tiempo el silencio. Fue franca cuando se animó a expresar que se había sentido mal con la reacción de Roberto. Ella esperaba otra reacción y afirmó que había estado dándole demasiadas vueltas a la escena durante esas semanas. Parecía disgustada, sin embargo, le pidió perdón “por si había sido inadecuada, como siempre…”. Roberto parecía sorprendido e incómodo con el exceso de emocionalidad de Alba, parecía que quería salir de allí rápido. Respondió fríamente que no había reparado en todo eso que estaba expresando Alba. Manuel, un hombre con más experiencias en psicoterapias grupales, y que claramente Roberto le generaba simpatía, le preguntó al mismo si a través de lo que se estaba hablando podía asociar algo de lo que le pasaba en otros grupos de su vida, en los que anteriormente había explicado que finalmente se sentía solo. Manuel se lo dijo de forma cuidadosa y auténtica. A Roberto le costó, pero pudo reflexionar que los acercamientos emocionales de los otros le hacen sentir incómodo y por eso manifiesta una actitud esquiva. Asimismo, también lamentaba que muchas personas lo viven mal, con rechazo. Además, añadió mirando por primera vez a los ojos a Alba, que sentía que ella esperaba algo de él que quizá no podía darle, dejando entrever con cierta irritación, que ese era un problema que no solo tenía que ver con él, sino también con ella… Esa apertura, quizá inesperada, de Roberto, hizo que Alba curiosamente se relajara, y más hacia el final, pudo también hablar de cómo se encontraba ella en este y en otros grupos: su necesidad de ser querida, de ser abrazada, en relación a la frialdad que en ocasiones había sentido en su entorno familiar. Tras esto, Patricio pudo recogerla y expresarle lo importante que era para él su autenticidad y espontaneidad en el grupo, y agradecerle que fuera la que “siempre rompe el hielo".

Comentarios

No puedo dejar de pensar que los intercambios que hubo en esta sesión fueron muy importantes. El grupo trabajó bien, y se alcanzó un nivel de sintonía importante. La primera intervención que realizo como conductor trata de traer al aquí y ahora algo que ocurrió en el allí y entonces del grupo. Posteriormente, se puede ver cómo son otros miembros del grupo los que aportan la función interpretativa y traductora al grupo, de manera cuidadosa y valiente, ayudando a vincular experiencias externas y pasadas que algunos miembros ya habían verbalizado, con lo ocurrido en el propio grupo. Dando luz, de esa manera, a diferentes patrones relacionales de los protagonistas de la escena en un diálogo reflexivo y operativo.

Conclusiones y cierre

Dentro del repertorio de elementos técnicos que posee el psicoterapeuta analítico individual y grupal, la interpretación ha tenido una importancia destacada desde los inicios de la psicoterapia hace más de cien años. Durante todos estos años, ha sufrido continuas metamorfosis. En mi particular trayectoria formativa y clínica, voy descubriendo aquellos matices que siento que son no solo más auténticos, sino más útiles. Aquellos que, en definitiva, acercan al paciente a lidiar con su realidad interpersonal y social de forma más saludable. No puedo negar que tales matices los he encontrado en las teorías relacionales, que a mi modo de ver van de la mano del grupoanálisis. Ambos ofrecen un marco teórico y técnico que observa la complejidad interpersonal en que los humanos nos movemos en un contexto social en permanente movimiento. Trasladar estos matices a la realidad clínica diaria, y más en el terreno de los encuadres propios de la sanidad pública, no deja de ser complicado. Pero es, a la vez, un reto que nos llena, a mí y a los compañeros que comparten esta visión, de energía y esperanza.

La intersubjetividad, la situación transferencial grupal, la traducción, el aquí y ahora, son elementos también en permanente transformación para los que trabajamos con ellos. Es por eso que confío que el presente artículo pueda servirme, a mí y a quien lo lea, como impulso para seguir investigando en los entresijos, los matices, de la psicoterapia analítica relacional y el grupoanálisis.

De esta forma, creo que sería muy interesante para futuros trabajos reflexionar cómo se manifiestan en el terreno de la psicoterapia grupal otros conceptos técnicos madurados por autores relacionales, como la actuación (enactment) (Chused, 2003), la interafectividad (Stern, 1985), o el inconsciente invalidado (Stolorow y Atwood, 1992/2004).

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