aperturas psicoanalíticas

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revista internacional de psicoanálisis

Último Número 075 2024

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Integración o escisión en psicoanálisis. La autocrítica del psicoanálisis relacional

Integration or split in psychoanalysis. The self-criticism of relational psychoanalysis

Autor: Díaz-Benjumea, Lola J.

Para citar este artículo

Díaz-Benjumea, Lola J. (2024). Integración o escisión en psicoanálisis. La autocrítica del psicoanálisis relacional. Aperturas Psicoanalíticas (75), artículo e1. https://aperturas.org/articulo.php?articulo=0001247

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Resumen

Se revisan aquí algunos de los trabajos del psicoanálisis relacional americano publicados en 2018 en los que, tras sus 40 años de historia, autores significativos realizaron una constructiva autocrítica y una apertura a otras corrientes. Nos centramos en el aporte de Jessica Benjamin. Diferenciamos entre un psicoanálisis relacional más próximo a la psicología del self y otro a la teoría de las relaciones objetales. Se analizan dos entrevistas realizadas a Benjamin, una por Sue Grand y otra por Galis Atlas, y partiendo de estas se cuestionan actitudes dentro del enfoque relacional que rechazaron o desvalorizaron aportaciones claves del psicoanálisis clásico. Muy central en el texto es una visión de la interpretación, considerándola una técnica que sigue siendo importante en el proceso psicoterapéutico. Junto con los demás factores como son el análisis de la transferencia y la contratransferencia, la resolución de las actuaciones dentro de la díada, la autorrevelación del analista, y la sintonía emocional espontánea y sus continuas rupturas, aquí se plantea que la interpretación es también un factor clave para el cambio, debido a la naturaleza no material de la mente y la necesidad de representarla en términos metáforicos. Los conceptos psicoanalíticos desarrollados a lo largo de la historia de nuestra disciplina son modos de representación indispensables para que el analista pueda pensar sobre la mente del paciente (y la propia) y comprenderla antes de elaborar la interpretación a transmitir.

Abstract

Here we review some of the works of the American relational psychoanalysis published in 2018 were, after his 40 years of history, significant authors carried out constructive self-criticism and openness to other currents. We focus on the contributions of Jessica Benjamin. A difference is maid between the relational psychoanalysis close of self-psychology and that more linked to the object relations theory. Two interviews to Benjamin are analyzed, one by Sue Grand and the other by Galit Atlas, and based on these, attitudes within the relational approach that rejected or devalued key contribution of classical psychoanalysis are questioned. Very central to this work is a view of interpretation as a key technique in the psychotherapeutic process, which un important role for change. Together with others basic factors than have been considered such as analysis of transference and countertransference, the resolutions of enactment, the analyst’ self-revelation and spontaneous emotional attunement and his continuous ruptures, it is proposed here that the interpretation is also a key factor in the therapeutic process, due to the non-material nature of mind and the need to represent it in terms of metaphors. The psychoanalytic concepts throughout the history of our discipline are indispensable modes of representation so that the analyst can think about the patient´s mind -and his own- and understand them before developing the interpretation that will be transmitted.


Palabras clave

autocrítica, integración, interpretación, psicoanálisis relacional.

Keywords

self-criticism, relational psychoanalysis, integration, interpretation.


[Este trabajo está basado en una ponencia impartida en las Jornadas de la Cristalera organizadas por la Sociedad Forum de Psicoterapia Psicoanalítica en octubre de 2023]

 

El psicoanálisis relacional de la psicología del self y el de las relaciones objetales

Hay múltiples escuelas integradas dentro del psicoanálisis relacional, y entre ellas puede reconocerse una fundamentalmente influida por la psicología del self frente a otra que lo es por la teoría de las relaciones objetales. La primera es la que ha prevalecido en España (Ávila Espada, 2005; Blanco y Riera, 2016; Riera, 2001, 2021; Velasco, 2009, 2023), mientras que la que se inspira en la teoría de las relaciones objetales está más presente en EE.UU., o al menos en la revista de IARPP, Psychoanalytic Dialogues. Por mi parte me siento más cerca de la rama más influenciada por la teoría de relaciones objetales, representada en los autores relacionales del psicoanálisis americano.

Esta diferencia se puede observar claramente en un número de Psychoanalityc Dialogues en el que Trop y Stolorow (1992) publicaron un caso de manera muy detallada, y este caso es comentado por Mitchell (1992) en ese mismo número. Se trataba de un paciente joven que se presentó por dudas sobre su orientación sexual e inhibición en su relación con los demás y gran inseguridad en sí mismo. En su historia se relata una niñez difícil, con una madre que parecía tener un trastorno de personalidad, era tremendamente crítica, y le exigía siempre a su hijo que estuviera de acuerdo con ella, de lo contrario se enfadaba y se retiraba; la madre le pedía completa devoción y total docilidad a las necesidades de ella. El padre, por otro lado, estaba siempre trabajando, nunca intervino para salvar a este hijo del trato de la madre, sino que le transmitía que era su responsabilidad cuidar de esta madre difícil.

Entre los síntomas del paciente había un gran miedo social y problemas con su sexualidad, dudaba de si era hetero u homosexual, sentía pavor al relacionarse con las mujeres y tenía ocasionales encuentros con hombres. Este paciente establece desde el principio una relación con el analista en la que no admite nada de lo que el analista le va diciendo, porque vive toda intervención como una repetición de la relación con la madre abusiva que anulaba su identidad y exigía sometimiento absoluto. El analista acaba con la asunción clínica de que no debe interpretar las defensas del paciente porque este tiene un self muy debilitado y no lo podría tolerar, con lo que debía simplemente acompañarlo y estar ahí, de un modo que el paciente no lo sienta como crítico. Trop y Stolorow se basan en la escuela del self, la idea sería que el paciente no había podido desarrollar un self suficientemente cohesivo y seguro y necesitaba un acompañamiento incondicional para que lo desarrollara, tras lo cual ya se podría intervenir con interpretaciones.

Y ocurrió así, de modo que siete años después el paciente pudo aceptar interpretaciones, y realmente mejoró porque fue encontrando su identidad sexual, fue capaz de tener citas con mujeres sin tanto temor de ser criticado, o de que se aprovecharan de él, y ya no necesitó ser él tan hipercrítico. Al no ser ya esa defensa necesaria pudieron trabajar en sus dinámicas internas.

Mitchell (1992) escribe su artículo de respuesta al planteamiento del caso que hacen Trop y Stolorow (1922), y en este él cuestiona el abordaje de los autores porque considera que el paciente no era solo una persona necesitada de un reconocimiento que no tuvo, sino que había interiorizado la relación objetal con su madre despótica, que lo subordinaba y para la que cualquier autoafirmación del hijo era un ataque hacia ella que la desregulaba. Mitchel señala que el propio paciente se identificaba con la madre y se comportaba así con el analista, quien tenía que estar siempre de acuerdo con él y apoyarlo, y también actuaba así en su relación con las mujeres, pues en el momento que ellas mostraban como sujetos independientes con deseos propios, el paciente lo vivía como una agresión intolerable. Según Mitchell, el analista se había sometido al paciente tal como el paciente lo estuvo a su madre, y aunque finalmente hubo mejoría, dice el autor: “7 años es una gran parte de la vida de alguien” (p. 1448). Según él, no había que esperar tanto tiempo para intervenir, sino más bien enfocar la propia relación terapéutica, señalar los roles que se estaban actuando y mostrar al paciente que había aprendido de su madre que el único modo de relacionarse era estando por encima y exigiendo al otro el cumplimiento de todos los deseos, o bien sometiéndose por completo. El paciente había sido sometido por su madre y en la vida adulta exigía total conformidad de las mujeres, por lo que nunca estaba satisfecho, y también por el analista, de lo contrario se sentía herido y maltratado y reaccionaba con rabia y amenaza de abandonar la terapia. El paciente necesitaba entender que hay otros modos de relacionarse, y para eso el terapeuta debía salir de la configuración transferencia-contratransferencia en la cual él se sometía al paciente.

La agresividad y la sexualidad en el psicoanálisis relacional

Hay entonces en las dos ramas del psicoanálisis relacional, una diferencia en la concepción y el abordaje clínico en lo que atañe a los impulsos, la agresividad, la sexualidad, y el conflicto interno y externo. Todo esto queda como secundario en los teóricos relacionales del self, que mantienen a mi parecer una visión ingenua del ser humano.

Por mi parte resaltaría, dentro de los autores relacionales, un grupo específico, especialmente crítico, rico en aportaciones y complejo en las teorías, el de las autoras del feminismo psicoanalítico relacional. Autoras como Jessica Benjamin (1997, 1998 y 2018), Muriel Dimen (1991) y Virginia Goldner (1991, 1998, 2004), entre otras muchas. Quizá porque estas autoras precisamente han analizado con visión crítica la teoría freudiana, y han puesto el foco en los sesgos de poder subyacentes, en el enaltecimiento naturalizado de un sexo a costa del menosprecio del otro. No es posible evitar el análisis de la agresividad o el narcisismo si se pone el foco sobre las relaciones de poder.

Además de ellas, otra autora relacional no perteneciente a este grupo también es significativa en cuanto a la complejidad que introduce, Jody Messler Davies. Ella junto a Mary Gail Frawley (Davies y Frawlay, 1992) escribieron un libro sobre las mujeres que sufrieron abusos sexuales en la niñez, que se ha constituido en manual psicoanalítico sobre estos traumas. Las autoras identifican y trabajan con la rabia de las víctimas, sus pacientes, con su parte de identificación con el agresor, sin dejar por ello de acompañarlas y reconocerlas en el sufrimiento y las secuelas de los traumas. No es negar que existen la inhibición de la agresividad, la dependencia, la indefensión y el déficit extremo, sino poder observar también las manifestaciones del otro lado, el de las defensas.

Considero estos dos sectores del psicoanálisis relacional (el más basado en las relaciones objetales y el del feminismo psicoanalítico) más inclusivos y más complejos, en tanto más integradores de diferentes dimensiones humanas.

Benjamin entrevistada por Sue Grant

Benjamin (Benjamin y Grant, 2018) relata en esta entrevista los orígenes de sus planteos teóricos y sostiene que se dio cuenta de que todo el psicoanálisis clásico se diseñó con la idea de un ser aislado, que busca o se defiende de objetos, y ella quiso crear una alternativa a esto dentro del psicoanálisis relacional: se preguntó por qué, si el ser humano es social en esencia, se desarrolló una teoría del psiquismo (la freudiana) en la que no se lo ve así.

Y la respuesta de Benjamin es original, dice todos somos sociales, pero a la vez luchamos contra esto, nos defendemos de esto, buscamos vernos como sujetos aislados. De este modo, ella quiso tomar los dos lados de la cuestión, el de nuestra necesidad esencial del otro, pero también el de la negación de nuestra necesidad esencial del otro. De algún modo, pareciera que Benjamin plantea que, en conjunto, la teoría freudiana (la posterior a la etapa de la teoría del trauma) está montada sobre una defensa, o está impregnada de una defensa. Una defensa generalizada, no en el sentido particular de Freud, sino para el conjunto de los seres humanos: todos, tanto como necesitamos del otro, negamos nuestra necesidad del otro.

En su libro Objets relations in psychoanalytic theory, Greenberg y Mitchell (1983) consideraban que había dos modos de concebir al ser humano -la concepción de las personas como seres aislados frente a la que las ve emergiendo desde los vínculos- y sostuvieron que la revolución relacional consistió en optar por la segunda visión. Benjamin sostiene que ella no siguió esta senda de Greenberg y Mitchell en su libro fundador. Porque la autora quiso dar cabida a las dos concepciones: todos sabemos que somos seres sociales, pero actuamos como si no lo pensáramos, o sea hay una disociación, con posterior proyección y/o introyección. Esta disociación se plasmó en ese giro que dio la teoría freudiana al abandonarse la teoría del trauma: Freud era un hombre explorando a mujeres que habían sido víctimas de abuso sexual infantil intrafamiliar, y tomó el polo de la disociación.

Sostiene la autora que nosotros desarrollamos teorías sociales y criticamos al individualismo, pero lo más común es actuar como si no pensáramos o sintiéramos eso. Tendemos a evitar la conciencia de nuestra necesidad del otro, de nuestra dependencia del otro, y esto es lo que guio finalmente a Freud cuando desarrolló su teoría de la pulsión intrapsíquica, hizo una negación de lo que previamente había visto y constatado: la huella del trauma relacional en sus pacientes. Freud lo convirtió en una lucha interna entre pulsiones opuestas.

Entonces, ver esto supuso para Benjamin (Benjamin y Grant, 2018) una toma de conciencia, que la llevó a desarrollar una teoría sobre por qué los humanos tendemos a pensar que no necesitamos del otro. En otras palabras, luchamos contra nuestra necesidad del otro, incluso desarrollando teorías que confirman lo contrario.

Los seres humanos no creemos en la existencia del otro como un verdadero otro, no reconocemos al otro. Así, la “incapacidad de dejar al otro vivir en nuestra mente” (p. 51) solo se comprende con un punto de vista psicodinámico, es decir, como una defensa. Porque para Benjamin, la negación del otro no es un instinto, no es narcisismo primario, ni instinto de muerte, sino que se produce por fallos en el desarrollo, no los que se dan de un modo particular, sino fallos generalizados propios de la crianza.

Las investigaciones y teorías del desarrollo, sostiene Benjamin, describen por un lado al bebé como siempre acompañado y reconocido por la figura materna, pero a la vez, se ve al bebé con angustia, con llanto ante cada dolor o cada temor. También la investigación del desarrollo muestra que la relación madre-bebé se constituye siempre de rupturas y reencuentros, de sintonización y error de sintonización. Esto evidencia, para la autora, que la experiencia de aislamiento, de quedarnos solos, los terrores y agonías de los bebés, son tan reales como la presencia del otro.

Entonces, lo doloroso (lo que tenemos que aprender, pero a la vez de lo que nos defendemos), es reconocer la disparidad del otro, la agencia del otro, que es distinta de la nuestra, porque puede querer o no querer estar con nosotros, sentir o no como nosotros… (O sea, necesitamos del otro, pero a la vez, ese otro no siempre está ahí tal como deseamos, eso nos angustia, y preferimos creer que no lo necesitamos).

Así que Benjamin diferencia entre 1) la visión objetiva del ser humano como ser social, y 2) la conciencia subjetiva de que necesitamos de los demás, y dice que desarrollamos esta conciencia al entrar en otro estado cuando estamos con otra persona, al notar que el otro nos impacta, nos cambia. Para la autora es bueno que esta conciencia se desarrolle desde la infancia. Aboga a favor de que toda esta temática pueda estudiarse como teoría social dentro de los estudios de psicoanálisis (otro tema que ella toca más adelante y en el que me detendré, el de la formación de los nuevos analistas).

Benjamin sostiene que su idea del reconocimiento viene por vía de Winnicott de la siguiente manera: llegamos a un conocimiento de la independencia del otro de un modo que esta llega a ser tolerable para el self, no amenazadora, incluso la disfrutamos. Pero lamentablemente, esto no necesariamente se da, no es un requisito en la vida de las personas. Entonces, aunque en un plano objetivo somos todos sociales, todos necesitamos de los demás para sobrevivir y para vivir, física y psíquicamente, sin embargo, a nivel subjetivo, a la conciencia de nuestra necesidad de los demás se llega solo como posibilidad, a través del desarrollo.

Por un lado, vivimos en un mundo de objetos, estamos solos (equivaldría a nuestra posición descrita como relaciones objetales). Por otro, cuando estamos en la posición que ella llamó intersubjetividad vemos que lo que ocurre cuando estamos en relación no es todo por la propia falta o todo por la falta del otro, sino que es algo cocreado. Y esta forma de sentir es siempre una posibilidad.

Benjamin alude después a la posibilidad de experimentar al analista como otro, pero un otro que puede conocerme desde dentro porque el otro tiene una mente única e independiente pero que a la vez es suficientemente parecida a la mía, y por tanto me puede comprender. Ahí es donde aparece la idea del reconocimiento: para Benjamin en el tratamiento tiene que crecer el reconocimiento, gracias a la empatía del analista, como confirmación de que el otro es un igual, ya que me entiende porque me identifica con algo suyo, que siente y que conoce.

Donde los kleinianos veían agresividad innata, ella ve una reacción por miedo a ser herido, por desamparo, o por vergüenza, de manera que el paciente se cierra por temor a ser visto por el otro, miedo a recibir un ataque. Para Benjamin la agresión y el odio vienen del miedo persecutorio, de las heridas temidas.

Benjamin entrevistada por Galit Atlas

Hay una entrevista más reciente que es realizada por Galit Atlas a Jessica Benjamin (2023), en la que Benjamin continúa en la línea de lo que dice en la entrevista con Grand. Estas son algunas citas literales de la autora:

Tengo una diferente perspectiva de la de Mitchell y Greenberg, y especialmente Mitchell, de cara a la contradicción entre la visión de relaciones de objeto y la visión de la pulsión. Más que oponerlas, pienso que deberíamos conservar la comprensión de lo intrapsíquico, pero transformándolo añadiéndole la perspectiva intersubjetiva. (p. 616)

… si no concibo la omnipotencia como una especie de estado original, como hizo Freud o incluso Winnicott, sino más bien como una reacción a la conciencia de la dependencia, todavía queda la cuestión de cómo salimos de la omnipotencia. Y la dominación. Y esta pregunta crucial es la que Winnicott respondió a través de la idea de sobrevivir a la destrucción. (p. 616)

… Si llegas a un punto de vista en el que deberíamos librarnos de la teoría de la pulsión, reemplazarla por la teoría de las relaciones objetales, ¿significa eso que no tendremos el problema de la omnipotencia? (pp. 416-417)

.. Sí, una revolución que niega que está inevitablemente formada por el modo en que han evolucionado los conflictos, que deja fuera las condiciones primarias, es más probable que se enganche en el revés, tomando solo el lado opuesto [letra cursiva agregada]. (p. 417)

Como se constata, en sus respuestas Benjamin aboga por la necesidad de contar con la agresividad, tanto en el psiquismo del paciente como en el de la analista. De alguna manera y en un contexto diferente, está yendo en la misma dirección que fue Mitchell (1992) en el texto citado al principio de este trabajo, cuando el autor realizó su crítica al  caso expuesto por Trop y Stolorow cuestionando que no se abordara la defensa, la parte grandiosa del paciente que procedía de la identificación con su madre, señalando Mitchell que esta se mostraba en la transferencia y las consecuencias que tuvo en la terapia, que se alargó durante 7 años antes de empezar a producirse algún cambio.

Como Benjamin, considero que es muy buena noticia que el psicoanálisis relacional se abra a una postura de autocrítica y de mayor integración de diferentes visiones psicoanalíticas.

Excesos y limitaciones en el psicoanálisis relacional

Benjamin aborda el tema de la formación de los analistas. Sostiene que, además de la visión relacional de compartir con el paciente, interactuar, implicarse y producirse actuaciones conjuntas y la resolución de estas, hay otra postura más distante, más silenciosa, que es muy fructífera en otras situaciones. Se pregunta qué hacer en la formación con esto. Ella imagina una situación en que se pudiera ver lo que un paciente necesita y derivarlo así a un tipo de terapeuta u otro. En este deseo de integración y pluralidad, Benjamin coincide con otro autor del mismo libro al que me referiré después, Enmanuel Berman (2018).

Como otros autores participantes en los dos libros de revisión de lo relacional, Benjamin piensa que el analista puede tener una presencia importante alejada de la actuación y el trabajo con la actuación, una presencia, sostiene, más silenciosa, más sutil, menos intrusiva… o sea, la autora cuestiona el exceso del énfasis que han puesto los relacionales en las actuaciones conjuntas y el abordaje a estas actuaciones conjuntas, dentro el trabajo psicoanalítico.

Otro momento importante en la entrevista es cuando Benjamin reivindica incluir el reconocimiento de la agresividad por parte de la analista, y denuncia que se tiende a negar y por tanto a no reconocer la agresividad del paciente. Ella habla de jugar con la agresividad, una forma de asumirla sin temerla, de integrarla.

Tanto la autora como su entrevistadora, Grant, señalan que hasta los 70 el psicoanálisis se centraba tanto en lo inconsciente y lo intrapsíquico que había mucho que señalar sobre modos iatrogénicos de intervenir, como los excesos de la abstinencia, o la interpretación agresiva de las defensas. Había mucho que corregir, sostienen, y los relacionales se centraron en lo que querían cambiar y a partir de ahí introdujeron muchos elementos importantes. Para Benjamin, no es que estuvieran equivocados, sino que los relacionales tuvieron que pasar por esa época antes de llegar ahora a un momento de síntesis. Y hay unas palabras en la entrevista de Grand que son significativas para el tema de este trabajo:

… las teorías se desarrollan de un modo reactivo. Está esta cuestión que surgió con Steve Mitchell sobre si nosotros estábamos enredados en una revolución. Pienso que hubo una revolución, pero yo creo que una buena revolución no se come a sus hijos ni a sus abuelos. (Benjamin y Grand, 2018, p. 71)

Sobre la formación en psicoanálisis

Sostiene Benjamin que su sueño es ver a los psicoanalistas formados en toda la multiplicidad de teorías y escuelas, con recursos múltiples, ricos, variados:

… yo pienso que estamos teniendo problemas con tener una teoría de significados inconscientes suficientemente saturada intelectualmente, lo que sí tuvo la gente que ha crecido en la tradición freudiana, porque esta da mucho más con lo que jugar. (p. 70)

A partir de ahí, defiende la importancia de haber tenido una formación psicoanalítica profunda que incluya a Freud y los clásicos. Sostiene que los estudiantes están bien equipados para trabajar con los afectos, con lo procedimental… pero no para trabajar con los símbolos, los sueños… con lo inconsciente. Ella opina que sería bueno introducir en la formación en psicoanálisis materias que explicaran la perspectiva social, pero también hace una clara alusión a la importancia del recorrido docente por los distintos autores y escuelas.

Por mi parte quiero detenerme aquí porque me parece un tema primordial, ya que encuentro lo mismo en el alumnado o en los clínicos jóvenes, cuando me comunico con ellos. Veo la importancia de tener en la mente una caja de herramientas analíticas en forma de metáforas para entender la mente del paciente. Cuando los alumnos traen problemáticas para supervisar, por impass debido a esta falta de recursos, encuentro, como Benjamin, que hay falta de capacidad de interpretación por falta de formación que ayude a entender la subjetividad del paciente. Yo me refiero aquí tanto a la interpretación interna como externa. Esta es una diferencia que hizo Carlo Strenger (1994), la interpretación interna es la que hace el analista en su propia mente de los contenidos del paciente, cómo él los entiende, y la externa es lo que transmite al paciente después, con la interpretación interna en su mente. Para esto el analista usa otras palabras, no los conceptos psicoanalíticos, sino un lenguaje coloquial y comprensible.

Benjamin sostiene:

Ellos (los estudiantes) no tienen suficientes metáforas de trabajo, suficientes capacidades interpretativas simbólicas para empezar a trabajar con esas cosas en un modo que, incluso no siendo totalmente correctas, les haría sentir menos desamparados. Pienso que necesitas una caja de herramientas para ser analista y que la caja de herramientas intrapsíquica psicodinámica es insuficiente en algunos de nuestros estudiantes. Le dije esto a Steve Mitchell antes de que muriera. Le dije que no pensaba que nuestros estudiantes tuvieran suficiente teoría intrapsíquica [letra cursiva agregada]… (Benjamin y Grand, 2018, p. 61)

Incluso continua la autora después:

Me preguntó por qué escribía yo sobre envidia del pene, por ejemplo, y le dije, porque la gente todavía presenta material que necesita ser simbólicamente entendido como sentir que necesitan un falo y no lo tienen, y pienso que esto los ayuda a ponerlo de este modo. Porque, como he escrito, tanto las niñas como los niños pequeños son normalmente codiciosos de lo que el otro tiene y quieren tenerlo también, todo. (p. 62)

A continuación, me detendré en todo esto que aporta Benjamin y coincide con mi propia experiencia y con mi formulación de la cuestión.

La integración en psicoanálisis y la importancia de la interpretación

En la lectura de mi tesis hace ya muchos años, tuve que contestar a una réplica de uno de los componentes del tribunal sobre el uso de metáforas para hablar de lo mental. Yo me había referido antes al uso de metáforas del estilo lacaniano, que dejan al oyente, sea paciente o alumno, con aun menos recursos de comprensión que antes de haberlas oído. Y entonces ese profesor señaló: “¿Acaso hay un modo de hablar de la mente que no sea en forma de metáforas?” Creo que este comentario es totalmente atinado.

Nosotros nos dedicamos a la mente, no al cerebro, ni a la conducta (aunque ambos nos interesan). Y no hay una manera de hablar de lo mental que no sea metafórica, porque lo mental no tiene paralelo en lo material, a no ser que se sea reduccionista y se piense que ambos coinciden. Otra cosa es que nos interese investigar la relación entre la mente, el cerebro y la conducta, como se hace en neurociencia, y que eso nos ayude, pero nos ayuda solo a usar mejores metáforas.

En la historia del pensamiento psicoanalítico tenemos muchísimas metáforas, y estas son muy potentes. La metáfora no solo representa la realidad en un nivel cognitivo, sino que va cargada de valor afectivo, por eso se usan en el lenguaje cotidiano, incluso si se puede sustituir por un término no metafórico.

Podemos hablar de motivación, y también podemos hablar de pulsión, que implica un plus de empuje, de fuerza, así como de oscuridad en el significado de lo que se desea o se busca, la imposibilidad de volverse consciente. A los procesos automáticos que nos protegen de la ansiedad los llamamos defensas, metáfora bélica, la lucha de opuestos. Ya se ha escrito sobre cómo Freud tomó su lenguaje metafórico del campo de la física de su tiempo: la represión, el desplazamiento, la proyección. Los objetos, las relaciones objetales, representan todo aquello con lo que nos relacionamos en función de cómo nos afecta, lo que usamos para nuestra satisfacción, lo que tememos, lo que nos importa, lo que deseamos, lo que odiamos. El estado esquizo-paranoide frente al estado depresivo, de Klein, que no implican locura ni depresión, sino la forma en que nos situamos frente al otro en un determinado momento. La contención de Bion y Winnicott, ¿hay otro modo de expresar esa función de una persona ante las emociones potencialmente desbordadas de otra? La especularización de Kohut, esa mirada del otro en que nos vemos reflejados. El estado simbiótico de Malher, aunque no se refiera hoy a un estado evolutivo como sostuvo la autora sino a momentos particulares del bebé o reacción a padres disruptivos, como después se ha considerado (Dornes, 2002).

No hay un modo de hablar de lo psíquico más que con metáforas, porque al no dedicarnos al cerebro nosotros no trabajamos con lo extensional, como se nombra en filosofía lo material, sino con lo intencional: aquello que representa a otra cosa. Necesitamos encontrar modos de representarnos lo psíquico para poder pensarlo, para comunicarnos entre los clínicos y, a partir de ahí, poder comunicar a los pacientes, ya en términos cotidianos, nuestra visión de sus estados internos.

Y a esto se le ha llamado siempre interpretación. O sea, además de la interpretación como descubrimiento de sentido oculto por la defensa, la interpretación, precisamente desde una visión relacional, porque ha venido de la mano del descubrimiento e integración de lo procedimental, es también dar nombre a algo que antes no lo tenía, y por tanto no podía ser representado. Yo me refiero aquí a ambos aspectos de lo que es la interpretación: aportar significantes al contenido psíquico que no ha podido ser representado antes, por falta de reconocimiento interpersonal, y la defensa que puede estar implicada.

Pienso, como Benjamin, que el alumnado de las escuelas psicoanalíticas debería conocer las aportaciones de todas las escuelas, cómo han dado cada una en su momento con una pieza de comprensión específica, con una forma de representación. Claro que el significado, con el desarrollo del psicoanálisis puede cambiar, pero no tanto como para que la expresión no siga siendo útil, y así, seguimos usándola. Por ejemplo, la represión como defensa ha quedado ya acotada, más limitada, al introducirse la disociación como un proceso más acorde a una mayoría de tipos de desconexión de la conciencia (como sostiene Watchel, 2008). Pero sigue habiendo casos en que es útil hablar de represión.

El psicoanálisis relacional tiene también sus propias metáforas: La mente del analista como hogar para la mente del paciente. El analista como objeto viejo y objeto nuevo para el paciente, dijo Greenberg. Matar al objeto, dijo Winnicott, y lo rescata Benjamin en su teoría del reconocimiento, cuando el otro no responde al ataque del sujeto y no confirma su el temor a la agresión esperada. Estar entre espacios, dijo Bromberg para representar la conexión entre distintos estados del self, de modo que no nos inunde el estado emocional propio del primero. El tercero de Benjamin, como una representación que no es solo de mi sentir ni solo el sentir del otro, sino de la subjetividad de ambos, desde una mayor distancia emocional.

Las metáforas psicoanalíticas son a veces difíciles de entender, pero cuando se asimilan, es como haber aprendido el vocabulario de una nueva lengua que nos permite representarnos una realidad espiritual compleja y hacerlo de un modo evocador. Esto es importante, son palabras que tienen fuerza, impactan, dan la posibilidad de entender de un modo profundo con una sola imagen, un potente significado afectivo.

Para usar este lenguaje con soltura hay que conocer a cada autor, lo que supuso en la historia del psicoanálisis, lo que aportó a lo que no estaba, el fenómeno psíquico que por primera vez se puso como referente, y también el aspecto de la concepción original que ya no es vigente. Este es el vocabulario que Benjamin sostiene que deben dominar los alumnos en las asociaciones psicoanalíticas, porque cuantas más metáforas tengamos en la mente, más herramientas tenemos para concebir y comprender los estados particulares de cada paciente. Mediante la interpretación interna nosotros comprendemos al paciente, asimilando lo que vemos a nuestros esquemas teóricos, representados en el bagaje conceptual psicoanalítico. Mediante la externa hablamos al paciente de todo esto, en palabras que el paciente pueda asimilar, que le lleguen.  Usamos las metáforas de nuestro lenguaje psicoanalítico y mientras más rico sea este vocabulario con que contamos, más y mejor podemos pensar al paciente, e interpretarle, ya en unas palabras que este pueda entender y asimilar, y con las que se pueda conmover.

De modo que, si entendemos al paciente, le podremos transmitir una comprensión de su estado interno en los términos sugerentes evocadores, para que este haga lo que quiera con ella, la asuma, la rechace, o lo que es más frecuente, la construya con nosotros, dando más datos: sí, o no exactamente así, además es esto, o es así pero de este modo…

Entonces, abogo por una defensa del término interpretación, porque he notado que se evita a veces en la literatura relacional. Se puede salvar el término, asimilando los cambios que conlleva el paradigma constructivista. Al igual que seguimos usando otros con un significado revisado, más bien evolucionado. Las metáforas psicoanalíticas evolucionan.

Recuerdo el momento en que empezó a verse claro que la transferencia conllevaba siempre la parte correspondiente al terapeuta y se hablaba de que habría que eliminar la expresión contratransferencia (porque no es que la transferencia sea la del paciente y el analista solo reaccione a esta, sino que ambos sienten y/o actúan su propia subjetividad ante el impacto del otro). Pero la expresión procesos de transferencia/contratrasnferencia se ha mantenido, aunque se entiende hoy día de otro modo, cuando un analista escribe sobre su contratransferencia se refiere a su reacción subjetiva a la presencia del otro que es el paciente, no necesariamente su reacción la transferencia del paciente. Me recuerdo en su momento hablando con una colega que decía “Esta expresión ya no podrá mantenerse”, y yo contestaba “Pero es difícil eliminar algo tan arraigado”. Los significados van alterándose con el tiempo y los términos que se han vuelto poderosos asimilan estos cambios, ya los autores no hacen la aclaración al hablar de contratransferencia, se da por sentado.

Un ejemplo de interpretación

La paciente es una mujer profesional en la mitad de sus treinta y en esta sesión ella hablaba de la familia de su pareja. Su pareja manifiesta, sin tapujos, el deseo de estar con su familia de origen… muestra sus ganas de visitarlos, de pasar unos días con ellos (aunque sea conviviendo todos abarrotados en un pequeño piso de la playa…). Yo observo que ella muestra ambivalencia, por un lado, lo entiende, por otro lo contempla con extrañeza y sobretodo con un matiz despectivo, e incluso con algo de irritación (quizá rabia, envidia…).

Previamente había hablado del vínculo que tiene ella misma con su sobrina… Una niña con la que se identifica y a la vez necesita proteger. Le une a ella un fuerte vínculo en el que hay mucho del propio pasado, de reparación… (esta parte me despierta ecos de experiencias propias).

En un momento dado, ante algo que me dice, se me aparece como evidente una dinámica suya y le hago la siguiente interpretación, algo así como:

-           Te veo en una contradicción interna: por un lado, necesitas distanciarte y mantenerte a salvo de relaciones que te “engullan”, que no te dejan diferenciarte, tienes muy presente la relación que tu madre tenía contigo de pequeña, tu rol siempre de calmar las ansiedades de ella, que te impidió tener tu propio espacio como niña.

-           Pero por otro lado, de un modo menos consciente, creo sientes una fuerte necesidad de vínculo, y cuando ves la relación de tu pareja con su propia familia (ese deseo de verlos más, que surge espontáneo y que él lo expresa sin trabas…) sientes extrañeza, y a la vez algo de envidia… porque en ti, además de una necesidad real de diferenciarte y separarte, también hay algo defensivo en ello, porque realmente, a ti te ha faltado un vínculo que no fuera el agobiante en que la otra persona impone sus propias necesidades, y tú deseas ese vínculo, quizá sin estar segura de que es posible.

-           Creo que has reforzado tu individualidad por defenderte de un otro que puede agobiarte y anularte con su necesidad de ti. También quizá por no querer ser tú como ella, como tu madre.

-           Pero con este rechazo estás desatendiendo tus propios deseos de cercanía. Creo que ese deseo de cercanía es también fuerte en ti, algo que no has tenido, una cercanía que no engulla, en la que una se pueda dejar llevar por las ganas de estar con el otro sin peligro.

Ella me escucha en silencio, lo entiende, se queda algo impresionada, y asiente.

Al salir me dice que está impactada, conmovida por lo que le he dicho.

En la sesión siguiente, la paciente me dice que la sesión anterior fue muy significativa, algo se desatascó dentro de ella. Fue la conciencia que surgió por lo que le dije, de su propio conflicto con la cercanía, que hace que el apego cuando lo ve fuera, en la familia de la pareja, la irrite. Es porque ella también lo necesita, y de lo que carece, pero no quería reconocerlo. Lo vio claro y ahora, dice, algo ha cambiado.

Efectivamente, cuenta que un sobrino de su pareja participaba en una fiesta popular de su ciudad, y toda la familia fue a verlo. Y ella pasó el día con ellos y estaba completamente implicada, empatizando con el chico, interactuando con todos, para ella fue agradable. Los disfrutó, no pasó como antes, no se quedó en que ella no creía en esas tradiciones, en lo que pueden significar de opresivo… no, ella lo vivió tranquilamente como que el otro era diferente, pero ella lo podía entender. Y disfrutó con su sobrino, tanto que su pareja tuvo que decirle “Vámonos ya, anda…”

Yo noto hoy que ella siempre dice “Mi sobrino” cuando habla del sobrino de su pareja…

La paciente siguió reflexionando sobre ese cambio suyo, sobre la amenaza que suponía para ella, sobre la fluidez con que su novio disfruta de ese apego con los suyos, sin sentirse amenazado, como ella sí se sentía. Ahora ya no. Y sobre la envidia que estaba sintiendo sin saberlo.

Después dice que se siente algo mal, como traidora, respecto a su propia familia… por no haber sabido hacer eso con ellos, disfrutar de ellos… hasta ahora.

Pues bien, yo no habría podido ofrecerle una interpretación así sin poder pensar en las motivaciones contrarias a la motivación vincular, en el conflicto interno (sumergirse en un vínculo frente a protegerse de él), en la envidia, y en la defensa de identificación proyectiva. No le hablé en términos teóricos, pero sí vinieron a mi mente para comprenderla a ella y exponer mi comprensión de lo que le pasaba.

En el interesante libro de Ariel Liberman recientemente publicado sobre la obra de Mitchell, el autor cita un párrafo de Levenson, que dice así:

No es el desciframiento de las dinámicas lo que hace una terapia, ni sus “interpretaciones” de significado y motivos, sino más bien nuestra amplia participación con el paciente (…) nuestra habilidad para estar atrapados, sumergidos y participando del sistema y desde ahí trabajar el modo de salir […] Esta es una versión de la “elaboración”, no la constante reinterpretación de la distorsión sino el cambio gradual del campo entero del paciente por medio de la resistencia a la transformación -que es un proceso desde dentro.” (en Liberman, 2022, p. 250)

Por supuesto que para que una interpretación ayude al paciente tiene que darse sobre la base de una buena relación terapéutica y un momento adecuado, el timing; por supuesto que hay dinámicas que no se manifiestan en el discurso del paciente, sino que son vividas en la relación terapéutica… pero, contando con estas bases necesarias, el efecto de poder representarse y comprender procesos psíquicos activos, procesos hasta el momento no nombrados ni percibidos, procesos que se transforman en actuación sin haber sido pensados, es en mi experiencia un factor de cambio esencial.

En el psicoanálisis relacional, que ha integrado ampliamente las aportaciones de la psicología cognitiva en investigación sobre la memoria y las de la investigación del desarrollo, se ha escrito mucho sobre la falta de formulación de los contenidos inconscientes. Se ha visto que lo inconsciente no formulado puede ser también un inconsciente dinámico, porque la resistencia puede actuar desde antes de haberse pensado con palabras, como sostuvo claramente Karen Lyons-Ruth (2010). Esto se observa en el procedimiento de la situación extraña, cuando el niño de un año, clasificado como evitativo, parece indiferente y no llora cuando la madre se va, ni se dirige a ella con alegría cuando vuelve, pero sin embargo se conoce que está ansioso porque está monitorizado y se observa que sube su nivel de cortisol. Por otro lado, como Paul Watchel (2008) ha señalado, los contenidos que sí son representados simbólicamente se evitan a veces no propiamente por represión, sino por desconexión, más como una disociación o dificultad para asociarlos que como algo definitivamente oculto. En ambos casos, la interpretación puede ayudar entonces a formular en palabras contenidos psíquicos que no han sido pensados, a los que se les pone nombre por primera vez. El paciente no necesariamente tiene un saber formulado del que se defiende, pero cuando estas emociones son nombradas, cuando estos contenidos se ponen en palabras, y el sujeto se identifica al momento con eso, hay un momento de claridad, de paz interna, una sensación de poseer algo que siempre se tuvo, pero no se sabía, que puede ser placentera incluso aunque sea dolorosa. Se ha roto una barrera y se entiende el porqué de las propias reacciones y hay un grado de tensión que se distiende, porque aumenta la conexión con una misma y la autoaceptación.

Entonces, en el comentario de Levinson: “No es el desciframiento de las dinámicas lo que hace una terapia… ni el desciframiento de significados y motivos, sino más bien nuestra amplia participación con el paciente…”, yo no coincido con el autor. La cuestión sería, ¿por qué decir “esto no es lo que funciona, es lo otro”? ¿Acaso no pueden ser los dos factores lo que hace una terapia?, es más, ¿no es precisamente cuando se dan ambos que se produce el cambio? Yo cambiaría las palabras de Levinson por:

Es el desciframiento de las dinámicas, la “interpretación” de significados y motivos, dentro de nuestra amplia participación con el paciente, pudiendo estar atrapados, sumergidos y participando del sistema y desde ahí trabajar el modo de salir, lo que hace una terapia.

En toda psicoterapia psicoanalítica hay potencialmente momentos para simplemente escuchar, para interpretar, para sumergirse empáticamente, para tomar conciencia de lo que nos provoca emocionalmente el paciente, para atender a lo que se está recreando en la relación, para contemplar poner sobre la mesa esto que se está recreando… hay potencialmente momentos para todo. Depende de cada proceso particular, abundarán más algunos tipos de vivencia y de intervención sobre los demás.

Emanuel Berman: la exclusión en el psicoanálisis relacional y la aplicación indiscriminada de técnicas relacionales versus la necesidad de abordajes específicos

En la otra obra de revisión autocrítica, De-Idealizing relacional theory (2018), el capítulo de Enmanuel Berman (1918, pp. 63-79), es un interesante texto con una amplia historia clínica, que tiene mucho que ver con lo que estamos discutiendo aquí, la necesidad de un psicoanálisis inclusivo. Este autor sostiene que no podemos regirnos por un ideal estrecho de cómo ser buen analista, como ha ocurrido en el psicoanálisis relacional, porque no a todos los pacientes les beneficia. Es la cuestión de la técnica monocorde, que ha sido ampliamente cuestionado por Hugo Bleichmar (1999, 2007, 2015).

Berman va contando momentos de su vida profesional en que él sintió que el psicoanálisis relacional podía convertirse en el clásico movimiento en que se persigue o se denigra a los que no comulgan al cien por cien con las propuestas propias. Cuenta una anécdota que vivió cuando quiso incorporar a un psicoanalista no americano al Consejo editorial de Psychoanalytic Dialogues, y los otros miembros le dijeron que no, porque este autor trabajaba con el concepto de pulsión. Relata otros momentos importantes, y sostiene “el deseo de garantizar la supervivencia de ideas innovadoras en un clima dominado por visiones más tradicionales… llevó a un estilo polémico en el que a veces se simplificaban los modelos clásicos para enfatizar los defectos y justificar una revolución necesaria” (Berman, 2018, p. 65). Sin embargo, el autor recuerda en particular a Mitchell con una tendencia contraria, siendo más pluralista.

Relata Berman que el tema de “quién pertenece realmente a nuestro grupo o no” (p. 65) llevó finalmente a una crisis en la revista Psychoanalytic Dialogues cuando un autor independiente británico envió un artículo para publicar, que inicialmente fue rechazado, eso fue en 1991 y Cristopher Bollas, que estaba en el consejo editorial, dimitió como protesta. El artículo finalmente se publicó, pero Bollas permaneció crítico con la aproximación relacional.

Sostiene el autor que había una dirección excluyente que de algún modo expresaba “Nadie más puede ofrecer lo que nosotros ofrecemos” (p. 66). Eso por supuesto también lo hacían las otras aproximaciones excluyendo a los relacionales. Comenta que hay formas simbólicas que expresaban la situación, por ejemplo, “No haces psicoanálisis si no usas diván, y por el otro lado, “un psicoanalista relacional no usa diván”. Es importante señalar que Berman pertenecía a las dos asociaciones, la IPA e IARPP.

Berman incide en una máxima que, a los psicoanalistas españoles que hemos contado con Hugo Bleichmar como mentor, nos resulta bien conocida y yo diría que la tenemos asumida:  no hay una técnica para todas las personas ni para todos los momentos dentro del curso de un tratamiento.

Berman plantea que usa los recursos técnicos relacionales en la mayoría de sus terapias, pero en otros casos, esos mismos recursos no le van bien. El autor ilustra esto con la presentación de caso de una paciente, que titula “Miedo a relacionarse”, y con otros ejemplos más. Uno de ellos trata de Maya, una mujer que un día le contó en sesión que acababa de enterarse de que un pariente suyo cercano tenía una enfermedad terminal, y él le dio un abrazo. Ella le dijo en la siguiente sesión que no le había gustado, lo había experimentado como erótico, entonces Berman pensó que Ferenzci estaba equivocado y fue ingenuo cuando dijo que los abrazos no eróticos que él daba a los pacientes eran experimentados por ellos de igual modo.

El autor expone finalmente un ejemplo de análisis que no fue exitoso, y tras el cual él concluyó que lo que la paciente habría necesitado era un analista impersonal, algo que se relacionaba en la paciente con lo temible que era su madre cuando se volvía “personal”. Relata que en ocasiones se manifestó en la terapia que él era crítico con las estructuras jerárquicas, y se lamenta porque debería haber estado alerta al peligro de que él hubiera intentado que ella aceptara sus valores igualitarios, concluyendo que le faltó empatía hacia la necesidad de la paciente de tener un guardián poderoso. Berman se pregunta entonces, ¿podría ser que el psicoanálisis relacional confunde autoridad con autoritarismo? Tras exponer la historia y detalles del caso sostiene que, a su parecer, la perspectiva relacional puede haber tenido un papel significativo en las dificultades que tuvo en ese tratamiento, aunque a su vez, la perspectiva relacional lo ayuda en el momento en que escribe su texto, a entender esas dificultades en retrospectiva. Que le ofreciera a la paciente una relación de adulto a adulto en algunas ocasiones, para él significaba ser un padre suficientemente respetuoso, pero para la paciente suponía ser un padre decepcionante que no le permitía ser una niña, y que la presionaba siempre para que perdonara a su madre agresiva, con la que el padre siempre se aliaba. Expresar sus sentimientos a la paciente, estuvo para ella asociado a la carencia de límites de su madre… en resumen, él se guio por sus propios ideales analíticos, y no pudo ver que las necesidades de su paciente eran otras. Concluye que idealizar una relación igualitaria puede obstaculizar las necesidades regresivas del paciente; enfatizar la relación y la intersubjetividad puede ser prematuro para un paciente defendido o regresivo, puede verse como intrusivo y motivado por el narcisismo del terapeuta.  La relación igualitaria priva al paciente de experimentar al analista como una autoridad de la que depende, la autoapertura se puede experimentar como seductora o exhibicionista, o que el paciente sea el terapeuta del analista, y la disposición del analista a reconocer sus errores puede ser vista como debilidad, como racionalización de los fallos empáticos o como un modo sutil de evitar el enfado del paciente.

Sobre la autoapertura como técnica

Escribí en el año 2009 un artículo titulado “Ventajas y riesgos de la técnica de la autoapertura”, porque me fasciné con las oportunidades que se abrían con ese tipo de intervención, que estaba muy alejado de la formación psicoanalítica de mis comienzos. Entonces leí mucho a Owen Renick, a Karen Maroda, y a Jody Messler Davies, autores que ofrecen muchos ejemplos de la interacción paciente-terapeuta y de cómo atender y afrontar las actuaciones conjuntas. Aprendí por ensayo y error a usarla, y me fue muy útil como recurso en unos casos, pero en otros no, incluso fue iatrogénico. Eso es lo que contaba en el artículo, que como toda técnica la autorrevelación tiene sus ventajas y sus riesgos, que puede ser oportuna o una intervención desacertada.

Expuse que la autoapertura pueden ser muy productiva para mostrar al paciente los efectos de su actitud, y para que la experiencia relacional se haga más equilibrada en autoridad (una autoridad que siempre existe)…, que la expresión de las percepciones, sensaciones y pensamientos del analista puede ser clave cuando se producen estancamientos terapéuticos, o momentos de tensión o de confrontación: que si una empieza reconociendo la propia participación, esto se facilita el camino para que el paciente reconozca la suya, y que simplemente, debemos ser honestos. Pero que mientras por ejemplo, puede ser útil que el paciente vea nuestros aspectos frágiles, porque contribuye a la desidealización y surgirán transferencias múltiples, acercándonos a relaciones reales, esto no es aconsejable si estamos con un paciente que por su estructura, o bien por su momento personal, tenga necesidad de un otro fuerte que lo contenga…

Podría pensarse que Berman escribe del psicoanálisis relacional como si consistiera en técnicas específicas generalizadas y no lo toma como lo que realmente es, un paradigma que ofrece una visión general, bipersonal y constructivista, más que un manual de técnicas específicas (Ariel Liberman, comunicación personal, octubre de 2022). Aunque encuentro atinada esta observación, la realidad es que en estos años se ha usado el concepto de psicoanálisis relacional para ambas cosas, y se han descrito sus técnicas particulares como las verdaderamente terapéuticas frente a las otras más clásicas. En este sentido comparto el punto de vista de Berman.

Concluye este autor que cada tipo de proceso terapéutico tiene sus riesgos, el psicoanálisis relacional tiene los suyos, como los tiene el kleiniano o el kohutiano, y sostiene algo que me parece importante: que los riesgos de cada escuela se expresan a través de los patrones transferenciales que cada visión teórica promueve y legitima dirigiéndolos a los pacientes en general, más que a un tipo determinado de pacientes. Estas palabras nos recuerdan a lo que Hugo Bleichmar (1997, 2015) sostuvo siempre: huyamos del tratamiento monocorde, usemos una técnica específica para la persona que tenemos delante.

Inclusión versus exclusión y la complejidad

También como Berman, Hugo Bleichmar (1999, 2007, 2015), insistió en la importancia de superar la exclusión en las asociaciones psicoanalíticas. Él planteaba mantener un pensamiento complejo, siempre veía lo bueno y lo malo, lo oportuno o no, las ventajas y los inconvenientes o riesgos de cada tipo de intervención: de la asociación libre, de la posición empática, de la interpretación… todo podía ser útil o iatrogénico, según el momento, el paciente, o cómo se efectúa. Más allá de eso, por supuesto, está el estilo personal, lo que te hace estar más o menos cómodo con determinadas intervenciones o posiciones. Y a esto apunta Emanuel Berman, con su anécdota sobre la exclusión de autores simplemente porque usaban el concepto de pulsión, un concepto que precisamente no ha muerto y está siendo integrado al psicoanálisis americano por autores relacionales a través de la incorporación de las aportaciones de Laplanche (Saketopoulou, 2021).

Es un buen momento y una buena noticia que el psicoanálisis relacional incorpore la interrogación y el autocuestionamiento, que retome la actitud inclusiva e integradora de sus comienzos.

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