aperturas psicoanalíticas

aperturas psicoanalíticas

revista internacional de psicoanálisis

Número 005 2000

Diferencias entre dos corrientes psicoanalíticas: la interpersonal y la relacional

Autor: Deprati, Dora - Frankel, Jay

Palabras clave

Estados del self, Frankel, intersubjetividad, J. b., Procesos implicitos bipersonales, Psicoanalisis interpersonal.

  • Artículo: Diferencias entre dos corrientes psicoanalíticas: la interpersonal y la relacional. Are Interpersonal and Relational Psychoanalysis the same? Frankel, J.B. (1998) Contemporary Psychoanalysis, Vol. 34, p. 485-500

El autor aborda la revisión que hace Irwin Hirsch (1997) del libro de Lewis Aron (1996): “A Meeting of Minds: Mutuality in Psychoanalysis”, con el propósito de establecer coincidencias y diferencias entre el psicoanálisis interpersonal y el psicoanálisis relacional.

Disintiendo de Hirsch, quien no encuentra entre ellos diferencias sustanciales sino cuestiones de adhesión política en la elección de una u otra escuela, Frankel plantea que si bien “el psicoanálisis interpersonal es una de las raíces del psicoanálisis relacional, se trata de dos enfoques con diferencias teóricas reales”.

Comienza estipulando un conjunto de postulados teóricos que constituyen lo que define como “teoría central” compartida por ambas corrientes:

“Todos aceptamos la proposición de que la personalidad y la psicopatología están modeladas por las interacciones con otras personas. Todos, en mayor o menor medida, suscribimos la idea de que las relaciones interpersonales, incluyendo la relación analítica, se construyen y regulan de forma mutua, con una sustancial comunicación inconsciente entre los participantes. Todos somos escépticos acerca de la idea de que el analista tiene una relación privilegiada con la objetividad. Y todos valoramos la capacidad para el reconocimiento mutuo como una meta del análisis”.

A continuación formula las características que, desde su perspectiva, son específicas del psicoanálisis interpersonal y, en tal sentido, señala que parte de una doble premisa: por un lado, que la comunicación auténtica tiene un valor terapéutico en sí misma y el lenguaje una función clarificadora y, por otro, que las personas necesitan y pueden enfrentarse a lo que hacen.

En relación al trabajo terapéutico, subraya la tendencia a hacer énfasis en el acto interpersonal más desde el intento del paciente de influir y regular la conducta del otro que desde la búsqueda de su autorregulación y, a partir de ello, el tipo de intervención prevalente es el de “confrontar al paciente con el impacto que provoca en los otros, incluido el analista”.

Dado que ven al paciente como un adulto preparado para esa confrontación y no contemplan, especialmente, su disponibilidad para recibir la interpretación analítica, el autor considera que un efecto posible de este enfoque es el incremento de la ansiedad y un forzamiento adaptativo a las expectativas del analista que haría traumática la experiencia terapéutica. La consecuencia podría derivar en una “cura por identificación más que por autoconocimiento”. En palabras de Bromberg (1991)... “la terapia, simplemente, como un ejercicio más de seudo-adultez en la vida del paciente”.

En cuanto a la actitud de los interpersonalistas en el trabajo terapéutico, la describe como autoritaria y orientada a precisar claramente quién es quién y qué piensa cada uno, en un clima provocativo avalado por el valor asignado a la comunicación directa, es decir, “un analista que sabe lo que el paciente (y también el analista) está haciendo realmente”.

Frankel refiere que si bien el modelo interpersonal es soporte teórico principal del psicoanálisis relacional, éste ha recibido, al mismo tiempo, la influencia del enfoque evolutivo con su perspectiva del paciente en regresión y el interés por constatar si está en condiciones de recibir la intervención analítica. Cita a Balint (1968) en su idea acerca de “permitir a ciertos pacientes la experiencia de una mezcla armoniosa interpenetrante (p.136) entre el paciente y el analista, con el analista esforzándose por no resultar intrusivo (p. 173) y de evitar ser experimentado por el paciente como un objeto separado, marcadamente delimitado (p. 167). También menciona a Winnicott (1960ª, 1971) en relación a su teoría sobre “la emergencia del self verdadero, el espacio transicional y el juego”, destacando del lenguaje la función de, en palabras de Mitchell, “proporcionar un sentimiento de acompañamiento, un entonamiento o bien establecer y adornar una resonancia con aquel que se siente confuso, a menudo organizaciones del self evolutivamente tempranas... para evocar los estados originales del sentimiento y las primeras versiones del self” (p. 120).

La impronta de la perspectiva evolutiva en los analistas relacionales se manifiesta en su disposición a atender los diversos estados del self y la experiencia de vulnerabilidad del paciente, enfatizando “la utilidad (en ocasiones) para el paciente de que el analista se permita ser utilizado como vehículo para la autoexploración” (Mitchell, 1993), dándose la posibilidad, entonces, de constituirse en objeto terapéutico entendido como “compañero de juego”, una categoría amplia que abarca la función de objeto parental pero no queda reducida a ella. Plantean un modo de interacción en que el analista se incluye en una “experiencia compartida y una representación mutua en la que no está claro quién está haciendo o sintiendo qué cosas”.

El autor refiere que, desde su posición integradora de los enfoques interpersonal y evolutivo, el psicoanálisis relacional conlleva la tensión que implica articular concepciones contrapuestas como la idea del paciente “siendo un niño incapaz de encarar ciertos aspectos de la realidad en oposición a ser un adulto con la capacidad para encarar la realidad displacentera tal como se presenta (Ghent, 1992) o la idea del analista como objeto parental y protector (que puede presuponer al paciente ignorante de lo que está sucediendo en la mente del analista) y la idea de la percepción inconsciente significativa por parte del paciente de la mente del analista”.

De la confluencia de estas perspectivas contrastantes resultan los desarrollos acerca de la multiplicidad de selves (Bromberg, 1993, 1994, 1996; Mitchell, 1993) y la revisión del concepto de autenticidad:

“La idea es que todos tenemos una variedad de estados del self, cada uno de ellos inherentemente discontinuo de los demás, y cada uno con una experiencia particular del self del otro con el que estamos relacionándonos y caracterizado por ciertos afectos, estados de ánimo, pautas de pensamiento y pautas de interacción. Desde esta perspectiva, el paciente puede ser auténticamente tanto niño como adulto y la labor del analista es comprometer y facilitar la elaboración de todos los estados del self dentro de la relación terapéutica, más que necesitar elegir qué estado es auténtico, si el de niño o el de adulto, con la consiguiente actitud defensiva hacia ambos estados. En términos de la disponibilidad del paciente para escuchar un comentario o interpretación, la idea de multiplicidad de selves suscita la cuestión, no sólo de a qué self se está dirigiendo el analista, sino de cómo está escuchando cada uno de los selves del paciente -los de adulto y los de niño- la interpretación. Tal vez un self adulto esté asimilando la información mientras, al mismo tiempo, el self de niño simplemente se sienta herido, abandonado o enfadado” y “...sugieren que (el concepto de autenticidad) no está reservado a unos estados del self en particular sino que puede caracterizar a varios estados del self, dependiendo del contexto del momento (Mitchell, 1993), y critican la idea de una división entre lo emergente socialmente (lo que es reactivo al ambiente) y lo personalmente auténtico” (Harris, 1996, p. 551; Mitchell, 1993).

Frankel alude al trabajo de Benjamín (1988, 1992) acerca de la intersubjetividad en el que plantea, siguiendo a Hegel, que “las alternativas a la relación intersubjetiva implican la desestimación de la otra persona o de uno mismo: amo o esclavo, sadismo o masoquismo” y postula la “negociación como proceso terapéutico” (Pizer, 1992; Mitchell, 1993; Frankel, 1998) que posibilitaría el “reconocimiento y la aceptación mutua entre paciente y analista”:

“La terapia puede ser entendida parcialmente como una reconfiguración de las pautas duraderas de relaciones self-otros mediante negociaciones entre dos personas -paciente y terapeuta- con necesidades y percepciones diferentes. La idea de la multiplicidad de selves añade una dimensión al concepto de negociación: las negociaciones en la terapia tienen lugar no sólo entre dos personas sino, simultáneamente, entre diferentes versiones del self dentro del paciente (y a veces dentro del terapeuta) y entre varios selves del paciente y del terapeuta”.

La interrelación de ambos conceptos, el de la multiplicidad de selves y el de la intersubjetividad, conduce a la idea de “los estados del self como acontecimientos interpersonales” (Bromberg, 1996; Frankel, 1998) dado que “implican a la otra persona mediante la identificación (Raker, 1968) y la identificación proyectiva (Ogden, 1994)” y, en tanto, todo acto de autorregulación en lo interpersonal entraña también regular al otro (Beebe & Lachmann, 1988).

Respecto al modelo de la cura, el autor plantea una clara diferencia entre ambas escuelas: la interpersonalista sostiene que radica en desafiar las percepciones del paciente poniendo en cuestión sus narrativas ya sea mediante una posición discrepante o, simplemente, manteniendo la cualidad del analista como un otro, perspectiva que retoma la “técnica activa” de Ferenczi (1919). Los interpersonalistas enfatizan el valor terapéutico que tiene la realidad externa como potenciadora de cambio en la modalidad del paciente de organizar y experimentar el mundo, mientras que los relacionalistas, al mismo tiempo que comparten la importancia de establecer desacuerdos y diferencias que, como plantea Harris (1996) serán “nuevos potenciales para el movimiento interno en el paciente”, apuntan además, a un trabajo de elaboración y articulación de las percepciones del paciente; es decir, un trabajo terapéutico intersubjetivo en el que “puedan coexistir tanto la experiencia del paciente como la realidad del terapeuta” (Benjamín, 1988; Frankel, 1993).

Frankel concluye el artículo estableciendo las dos diferencias, a su entender, más significativas entre ambos enfoques: por un lado, el estilo, que respecto a los interpersonalistas lo define como autoritario y confrontativo y, por otro, la idea del paciente como un adulto; mientras que de los relacionalistas destaca su concepción del paciente como un niño y la disposición en el trabajo terapéutico más comprensiva hacia las experiencias de vulnerabilidad, los estados regresivos y la supresión de límites entre paciente y analista.

Comentario

El autor hace un recorrido por diversas cuestiones inherentes a cada una de las escuelas -la interpersonal y la relacional- y a través de un rastreo de conceptos provenientes de diferentes enfoques psicoanalíticos (evolutivo, psicología del self, relaciones de objeto, interpersonal, kleiniano) y del proceso de re-elaboración y articulación de los mismos, refleja el interés integrador que caracteriza al psicoanálisis relacional.

Ambas escuelas comparten el énfasis en el estudio de las relaciones interpersonales, en aquello que surge en un momento determinado en el encuentro entre dos personas. Ahora, los interpersonalistas observan los fenómenos interpersonales como creados por la patología del paciente y es allí donde centran el trabajo terapéutico, desde una perspectiva de escucha centrada en el otro y valorando de la interpretación su cualidad de verdad dicha a un adulto desde un analista que sabe lo que le pasa al otro. Los relacionalistas, en cambio, contemplan aquello que se despliega en el campo intersubjetivo como surgiendo entre el paciente y el analista, y se posicionan tratando de captar el mundo subjetivo del paciente, buscando una resonancia empática en la que la aproximación al paciente se hace desde dentro y no desde fuera. La fuerte influencia que han recibido de Kohut, del concepto de empatía y de self indefenso, los orienta a sintonizar con las vivencias de vulnerabilidad del self del paciente y sus necesidades de autorregulación como motivación prevalente en la interacción. Entienden la mente como “modelo de transacciones y estructuras internas derivadas de un campo interactivo e interpersonal... La persona sólo es inteligible dentro de la trama de sus relaciones pasadas y presentes. La búsqueda analítica implica el descubrimiento, la participación, la observación y la transformación de estas relaciones y de sus representaciones internas” (Mitchell, 1993).

Respecto a los fenómenos de conflicto, entendidos en términos de “conflictos relacionales”, subrayan que “son las alteraciones durante el transcurso de las primeras relaciones del bebé con quienes lo cuidan las que distorsionan seriamente las relaciones subsiguientes, no en términos de detención del desarrollo sino en la modalidad bajo la cual el niño construye su mundo interpersonal de relaciones objetales. De modo que se focalizará el mecanismo principal del cambio analítico en una alteración de la estructura básica del mundo de relaciones del paciente, centrada en tres puntos fundamentales de las dimensiones de la matriz relacional: la organización de la personalidad, los lazos objetales y los esquemas transaccionales” (Mitchell, 1993).

Si bien Frankel compara dos de los modelos vigentes, el interpersonal y el relacional, no incluye el análisis de una posición que está teniendo mucha influencia en este momento, que es la posición de aquellos que se autodenominan “intersubjetivistas”, y que representan la perspectiva más radical en el sentido de que sostienen que todo es co-construido de modo recíproco entre paciente y terapeuta, siendo la subjetividad de cada uno, elemento activo en la configuración del encuentro analítico tanto en su forma como en su contenido. Plantean que el psicoanálisis se ocupa de la intersubjetividad forjada a igual título por analista y paciente y, por lo tanto, lo central es detectar cómo ambos construyen en el intercambio esta situación única, dejando de lado el concepto de transferencia en el sentido psicoanalítico clásico. La relación, y lo que en ella sucede desde el nivel manifiesto, queda convertida en el centro del trabajo terapéutico y el analista es, simplemente, un igual en el encuentro, abandonando todo estudio sobre el inconsciente, sobre el conflicto intrapsíquico, el superyó y los mecanismos de defensa.

Por su parte, Lyons-Ruth plantea que las observaciones realizadas en el marco de investigaciones sobre el desarrollo indican que es en los procesos implícitos bipersonales donde se gesta el origen de ciertas defensas: “Como han demostrado claramente Ainsworth, Main y otros, los modelos procedimentales que guían el diálogo afectivo temprano entre los padres y el niño muestran varios tipos de supresiones y distorsiones o “incoherencias”, distorsiones que los analistas han entendido desde hace tiempo aplicando un modelo unipersonal e intrapsíquico, como defensivas (Ainsworth y cols., 1978). Estos trabajos dejan claro que los procesos implícitos bipersonales son vitales para los orígenes evolutivos de ciertas defensas”. También afirma Lyons-Ruth que “estas maniobras defensivas interpersonales son entendidas como interactivas y adaptativas en su origen más que originadas simplemente en la esfera intrapsíquica”.

Los intersubjetivistas postulan la transferencia como un proceso en el que el analizado organiza y asimila perceptual, afectiva y cognitivamente la experiencia de la relación analítica, en base a principios organizativos primarios gestados en la interacción temprana con las figuras de la infancia y reconocen en ella esquemas relacionales patológicos repetitivos, resultado de experiencias traumáticas y al servicio de funciones defensivas; pero postulan la existencia de otra dimensión de las organizaciones transferenciales que son aquellas motivadas por necesidades de desarrollo y de autorregulación. Un modelo de transferencia como actividad organizadora en el sentido de que es, a partir de principios organizadores cargados de afecto construidos a lo largo de la experiencia, que el paciente –y también el analista- percibirá, organizará y significará la relación analítica. Entienden que la realidad es moldeada por estos principios primarios y, así, subjetivada (Fosshage, 1994).

Plantean que las actuaciones (enactment) desplegadas por paciente y analista en la situación analítica constituyen una posibilidad privilegiada de acceso a las motivaciones y a los sistemas de significación inconscientes del paciente que abarcan formas procedimentales implícitas de saber, es decir, la adquisición de habilidades y respuestas adaptativas no representadas simbólicamente (memoria procedimental), en la misma línea en que Bollas (1987) habla del “territorio de lo sabido no pensado” (ver Bleichmar, 1997: “Levantamiento de la represión y constitución de lo no constituido en el inconsciente”, p. 147-151).

Basándose en las investigaciones neuropsicológicas y de la psicología del desarrollo que dan cuenta de dos formas paralelas del procesamiento mental (ver Racionalización y neurociencia, Bleichmar. Aperturas Psicoanalíticas Nº 3) y dos modelos de memoria, la implícita o procedimental y la explícita o declarativa y, por lo tanto, el estatuto separado del conocimiento procedimental y del conocimiento simbólico, Lyons-Ruth sostiene que no es la interpretación el instrumento de cambio único o privilegiado sino, el surgimiento de una experiencia diferente a las previas del paciente:

“...el saber actuado evoluciona y cambia por procesos que son intrínsecos a este sistema de representación y que no se basan en la traducción de los procedimientos a un conocimiento reflexivo (simbolizado). Lo que no significa que la traducción del saber actuado a palabras no sea una herramienta terapéutica de peso o no constituya una etapa evolutiva importante. Lo que sí significa es que el desarrollo no se produce única o primariamente por un movimiento que va desde la codificación procedimental hasta la codificación simbólica (o desde el proceso primario hasta el proceso secundario, o desde las formas de pensamiento preverbales a las verbales)...”

“...los reconocimientos reorganizadores también podrían tener lugar mediante una serie emocionalmente intensa de transacciones con el analista, como en términos generales se conoce por el término experiencia emocional correctiva, o mediante una transacción poderosa entre ambos participantes, en la que el analista de alguna manera se vea forzado a salirse de su papel, como la propia noción de actuación sugiere. Pero ni lo que cristaliza en la proximidad de cada encuentro terapéutico ni la propia interpretación son en última instancia la fuente primaria del cambio, sino que lo es el prolongado período precedente de encuentros desestabilizadores en la relación paciente-analista” (Lyons-Ruth, 1999).

Aunque, al igual que los relacionalistas, los intersubjetivistas han recibido la influencia de Kohut, tienen una postura crítica hacia la actitud terapéutica que éste propone ya que entienden que no se diferencia del psicoanálisis clásico en tanto es, siempre, la de una autoridad que observa un proceso, es decir, “el analista como un intérprete objetivo de la ´verdadera´ esencia del self del paciente” (Dunn, 1995).

Orange, Atwood y Stolorow consideran reduccionista el enfoque de Kohut sobre las transferencias idealizante y especularizante que el paciente despliega en el tratamiento en función de su historia y de sus propias necesidades internas, es decir, en términos de demandas ligadas a la insuficiencia de experiencias para su desarrollo; y sostienen que hay, además, otra búsqueda dirigida a encontrar en el analista aquello que contrarreste los principios organizadores que hacen a la dimensión repetitiva de la transferencia; una configuración transferencial vinculada al presente.

Fosshage (1994) plantea que “los esfuerzos del analizado para conseguir las experiencias de objeto del self que le son evolutivamente necesarias, junto con sus esquemas problemáticos, reciben el foco principal en el análisis”, y que es en la modificación de estos esquemas y en la consolidación de principios organizadores adicionales en lo que reside el cambio terapéutico.

La posición de los intersubjetivistas se corresponde, de algún modo, con el paradigma de la postmodernidad, paradigma cultural que en el psicoanálisis se manifiesta en la propuesta de que la realidad es relativa y no hay observación ni verdad objetiva.

A diferencia de los intersubjetivistas, desde el punto de vista del lugar del analista y el abordaje terapéutico, los interpersonalistas se posicionan de un modo más cercano a la actitud técnica freudiana centrada en el paciente como el determinante de la transferencia.

Creo interesante subrayar que mientras en Europa, cuando nos referimos a lo intersubjetivo aludimos a un campo, el de la intersubjetividad, en Estados Unidos el término intersubjetivo ha cobrado casi el carácter de “patente”, de señal de identidad, y se refiere a un grupo muy definido liderado por Stolorow, Atwood y Orange y en el cual también participan Lachmann y Fosshage. Este último planteó, precisamente, en una conferencia pronunciada en FORUM, su expectativa de que en algún momento el concepto clásico de transferencia desaparezca del psicoanálisis.

Para concluir el comentario sobre el artículo de Frankel, éste, a medida que va perfilando los criterios sostenidos por cada uno de los enfoques examinados, permite captar lo que hace a la especificidad del encuentro terapéutico. Al mismo tiempo, se mantiene en un nivel descriptivo, no profundizando en los supuestos teóricos subyacentes a ambos modelos. Déficit en la conceptualización teórica que refleja, a mi modo de ver, una tendencia del psicoanálisis actual americano marcada por el énfasis en la intersubjetividad y en los procesos bipersonales. Nivel sumamente interesante, que amplía y enriquece la perspectiva clínica pero que, simultáneamente, acarrea una pérdida de interés en la operatoria del funcionamiento del psiquismo, que fue el eje de la empresa freudiana.
 

Bibliografía:

Bleichmar, H. (1997). Avances en psicoterapia psicoanalítica. Barcelona: Paidós.
Bleichmar, H. (1999). Racionalización y neurociencia. Aperturas Psicoanalíticas, Nº 3.
Bollas, C. (1987). The Shadow of the Object. London: Free Association Books.
Dunn, J. (1995). Intersubjectivity in Psychoanalysis a Critical Review. Vol.76, pp. 723-738.
Fosshage, J. (1994). Hacia la reconceptualización de la transferencia: consideraciones teóricas y clínicas, Int. J. Psycho-Anal. 75, pp. 265-280.
Lyons-Ruth, K. (1999). El inconsciente bipersonal : el diálogo intersubjetivo, la
 representación relacional actuada y la emergencia de nuevas formas de organización relacional. Aperturas Psicoanalíticas, Nº 4.
Mitchell, S. (1993). Conceptos relacionales en Psicoanálisis: Una integración. Revisión Nora Levinton. Aperturas Psicoanalíticas, Nº 4.
Moreno, E. (2000). A propósito del concepto de “enactment”. Reseña del Journal of Clinical  Psychoanalysis. Vol. 8 Nº 1, Winter 1999. Aperturas Psicoanalíticas, Nº 4.
Orange, Atwood y Stolorow (1997). Working Intersubjectively: Contextualism in
 Psychoanalytic Practice. Revisión Ramón Riera i Alibés. Aperturas Psicoanalíticas, Nº 3.
 

 

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