aperturas psicoanalíticas

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revista internacional de psicoanálisis

Número 023 2006 Revista Internacional de Psicoanálisis en Internet

La vergüenza, reguladora social de la iniciativa; la vergüenza, destructora sigilosa de la iniciativa

Autor: Lichtenberg, Joseph D.

Palabras clave

Dimensiones de la vergüenza, Regulacion interactiva, Vergüenza y depresion, Vergüenza e ira.


Traducción: Marta González Baz

Revisión: Ramon Riera


“Vergüenza para ti, vergüenza para ti” le cantaban las dos niñas que sostenían la cuerda de saltar a la que acababa de tropezar en ella. La que había perdido al saltar, la avergonzada, contestaba “Palos y piedras pueden romperme los huesos pero lo que me llamen nunca me herirá”. Uso este recuerdo de juventud par ilustrar la omnipresencia de la vergüenza y el avergonzamiento como regulador en la vida ordinaria. El recuerdo también ilustra un conjuro que los niños aprenden a usar para limitar el efecto nocivo de la vergüenza, uno de los muchos medios posibles que niños y adultos usan para evitar que la vergüenza  penetre corrosivamente por sus poros. El mensaje del que avergüenza es: fallaste y tienes que pagar las consecuencias en humillación y vergüenza. El avergonzado puede intentar responder: “No, no tengo que aceptar tu avergonzamiento” pero la respuesta más efectiva viene de mano de una decisión implícita: “Mejoraré mis capacidades, disminuiré mis fallos y obtendré el orgullo que proviene de la eficacia y la competencia”. O la respuesta puede ser: “No puedo huir de la humillación, soy un inútil y no hay ayuda posible para eso”. Cualquiera de las dos vías –esforzarse en pos del orgullo o hundirse en el fracaso más ignominioso- tendrá sus raíces en experiencias vitales previas evolutivamente significativas.

Los sentimientos de vergüenza se consideran generalmente fuentes de regulación social de las pautas de comportamiento, es decir de la autorregulación y de y la regulación interactiva. Sin embargo, existe un desacuerdo considerable acerca de los orígenes y el timing de la experiencia de vergüenza en la infancia. Michael Lewis (1992) sostiene que la vergüenza comienza como una respuesta afectiva de los niños verbales (18 a 24 meses) que pueden reconocer la visión que su cuidador tiene de ellos y verse a sí mismos de modo similar. Lewis afirma: “el éxito o el fracaso en el respetar los estándares, normas y objetivos proporciona una señal al self. Esta señal afecta al organismo y permite a los individuos reflexionar sobre sí mismos. Esta reflexión se hace sobre la base de una auto-atribución. La auto-atribución que uno hace determina la naturaleza de la emoción resultante” (p. 66). Volveré sobre esto más adelante.

En primer lugar, presentaré la propuesta de Tomkin (1987) de que la vergüenza es un afecto que se activa cuando una barrera frente a una experiencia continuada de interés-entusiasmo o disfrute-alegría disminuye pero no elimina del todo este interés o este disfrute. Si la hipótesis de Tomkin de que la interrupción del interés y el disfrute es el factor desencadenante y la vergüenza es la respuesta innata presente ya en el nacimiento, entonces la vergüenza debe ser un componente frecuente de la experiencia vital en el niño preverbal. Según se activa cada sistema motivacional, según aumenta cada intención, se desencadena el interés. En muchas situaciones, se siguen grados variables de entusiasmo y juego, a veces generados principalmente por las propias actividades del infante, más a menudo por la participación añadida y el aliento de un cuidador. La participación activa de una madre en la alimentación, el contacto social, el juego o el mecimiento reforzará el interés del infante. Es más, las indicaciones maternas de aprobación y participación sintonizada fomentarán la experiencia y vitalizarán un estado emocional. Pero a menudo los padres necesitan interrumpir la alimentación, el contacto social, el juego o el mecimiento para atender otra necesidad del bebé o suya propia. Cuando esto sucede, se puede observar fácilmente en los infantes una respuesta evitativa. En ciertos infantes, la respuesta puede ser el enfado y el retorcerse en un intento de retomar la actividad, pero otros reaccionan con el cambio postural -dejando caer la cabeza, bajando los ojos, ladeando la cabeza- que puede ser percibido como el afecto de vergüenza o vergüenza-tristeza.

Siguiendo el razonamiento especulativo de Tomkin, propongo el siguiente esquema para la vergüenza como desarrollo preverbal.

1- La vergüenza como una experiencia afectiva no reflexiva, no autoatributiva, puede ser parte de la vida cotidiana de todo infante.

2- Los cuidadores interrumpen el interés de los infantes en arrojar comida, morder el pezón, o tirar de un pendiente y así desencadenan automáticamente un afecto que, al menos durante un momento, puede sentirse como vergüenza.

3- La vergüenza, entonces, puede ser un aspecto importante de la socialización de los infantes durante el período en que se está formando el sentimiento de sí.

4- La vergüenza inhibe el interés y el entusiasmo y por tanto puede considerarse como una contrapartida a las respuestas afirmativas y confirmativas.

5- El que la vergüenza como experiencia vital sea una contribución útil a la regulación de conductas no deseadas, o genere inhibiciones patológicas y una disminución de la autoestima estará determinado por la frecuencia con que los cuidadores activen la vergüenza y por el tiempo que se permite o se requiere que los infantes permanezcan en un estado de vergüenza antes de que tengan lugar los esfuerzos reparadores.

6- El equilibrio entre afirmación y vergüenza puede ser entendido a partir de las experiencias vitales del período preverbal e influirá en pensamientos fundamentales tanto conscientes como no conscientes.

7- En cada sistema motivacional, la vergüenza puede servir para fomentar conformidad y respeto a los estándares de conducta valorados por el grupo. De forma alternativa, la vergüenza puede estar entretejida en el lienzo del desarrollo del sentimiento que uno tiene de sí mismo, de modo tal que cuando se desencadena, el niño es vulnerable a una rápida disminución del interés/entusiasmo y el disfrute/juego y es propenso a un sentimiento de sí fragmentado y vacío.

 

Esta descripción de la vergüenza en el periodo preverbal es un esquema útil para examinar un importante aspecto de la infancia. Sin embargo, creo que es demasiado simple, demasiado lineal, para una concepción desde la perspectiva de los sistemas dinámicos. EL efecto de cualquier acontecimiento o estímulo, de cualquier intento de regulación propio e interactivo, es altamente impredecible. La impredecibilidad se extiende a qué tipo de respuestas afectivas o combinación de éstas puede producirse y a cómo de vulnerable son el bebé y la díada al afecto problemático de la respuesta. La investigación sobre apego confirma que la iniciativa puede estar preservada en el infante seguro, que busca fácilmente la seguridad de una base segura y emprende la actividad exploradora. Asimismo, la iniciativa puede ser altamente conflictiva en el niño con apego ambivalente, frenada en el infante evitativo y caótica en el infante desorganizado. Yo sugiero que la vergüenza problemática está muy presente en el apego inseguro, especialmente en los patrones del infante evitativo

Puesto que el proceso simbólico entra en funcionamiento pasados los 18 meses, la naturaleza autoatributiva de la vergüenza se convierte en un factor que puede identificarse explícitamente. Sin embargo, las reacciones frente a un estímulo o acontecimiento siguen siendo impredecibles. La autoevaluación, las inferencias que el niño obtiene de lo sucedido, determina si se considera que se ha producido una violación de los valores o la moral. Y, de ser así, si la violación provoca vergüenza, culpa, tristeza, enfado o satisfacción y orgullo. Por ejemplo, un niño de ocho años que ha acordado compartir un helado con su hermana y ha comido más de lo que le correspondía puede decidir que ella se lo hizo a él ayer de modo que están en paz y no hay ofensa; sólo está orgulloso de haberlo hecho. O puede decidir que ha violado lo que siente como justicia y puede sentirse avergonzado de haber dejado que su entusiasmo por el sabor sacase lo peor de él. O puede conmoverse por el enfado de su hermana al ver desaparecer el trato. Puede sentirse triste o culpable de causarle ese enfado. Pero aun cuando se sienta triste, también puede sentirse avergonzado de haberla herido –una violación de sus valores- o sentir más culpa por haberla engañado –una violación de su moral-. Incluso podría sentirse enfadado o disgustado por haber tenido que luchar contra todo esto en lugar de simplemente disfrutar su helado.

¿Qué claridad tenemos en torno a las distinciones entre la vergüenza y los afectos relacionados? Tomkins (1987) hace la provocadora afirmación de que el desaliento, la timidez, la vergüenza y la culpa son afectos idénticos en tanto reflejan un programa innato idéntico. Como indica el que cada uno tenga su nombre, estos afectos se viven de forma diferente debido a sus causas y consecuencias específicas que reflejan situaciones en las cuales se detiene un estado de interés o excitación. En opinión de Tomkins, el desaliento se asocia con un fracaso temporal; puede ser un fracaso temporal en la regulación de los requerimientos fisiológicos (abandonar una dieta), en el apego (una cita no se presenta), en la exploración y la afirmación (perder una reina en el ajedrez) o en la búsqueda de satisfacción sensual y sexual (un episodio de eyaculación precoz). La timidez se siente cuando se infringe una expectativa de familiaridad, cuando los “extraños” reemplazan a las figuras y aspectos establecidos del apego y la afiliación. La vergüenza, como cualidad de una experiencia afectiva más que como indicador general del programa innato, se asocia con sentimientos de inferioridad o con el fracaso en alcanzar los estándares de rendimiento establecidos por otros –dejar de usar pañales- o por uno mismo –resolver un rompecabezas-. La culpa es la experiencia afectiva de haber cometido una trasgresión moral –herir a otra persona o cometer un “pecado” masturbándose.

El sonrojo puede ser o no un componente de la vergüenza. Cuando está presente, el bochorno es el indicador más usual, y la experiencia se desencadena a menudo por el sentimiento de estar expuesto a la mirada de alguien que está convirtiendo al individuo en objeto de un modo que se siente como desagradable. Empezando a los 5 años y aumentando a los 9, los niños pueden expresar en palabras los aspectos que asocian con la vergüenza y la culpa. Los sentimientos de culpa están provocados por la violación de normas morales y se asocian con remordimiento, deseo de enmienda, y miedo al castigo. Los sentimientos de vergüenza se describen como resultantes de las transgresiones morales y los errores sociales. Los niños pequeños asocian la vergüenza con el bochorno, el sonrojo, el ridículo y un deseo de huir. Los más mayores la caracterizan también como sentirse estúpidos, ser incapaces de hacer bien las cosas y no poder mirar a los otros (Ferguson, Stegge y Damhuis, 1991).

Lewis (1992) informa de un experimento llevado a cabo por Zahn-Waxler y él mismo en el que a niños pequeños se les entrega un juguete diseñado para dejar de funcionar tras unos minutos de juego normal. Algunos niños simplemente continuaron jugando con otro juguete. Otros niños se disgustaron y lloraron. Algunos niños mostraron una típica respuesta de vergüenza. Retiraban la mirada y sus cuerpos parecían colapsarse. Dejaron de moverse y permanecieron inpávidos. Su conducta se vio perturbada, sus procesos de pensamiento parecían confusos e inhibidos. Otros niños, en el momento en que el juguete dejó de funcionar, apartaron la mirada y mostraron una expresión facial tensa, pero sus cuerpos no se colapsaron. En lugar de “desaparecer”, estos niños empezaron a intentar arreglar el juguete. En opinión de Lewis, esta última respuesta, el intento de reparación y el foco en el juguete en lugar de en el self, constituía una importante distinción conductual entre vergüenza y culpa.

¿Es el género un factor en la autoevaluación? Lewis (1992) halló que “las atribuciones específicas positivas eran mayor en los niños de tres años que en las niñas de tres; sin embargo, las atribuciones específicas negativas eran mayores para las niñas” (p. 103). “Cuando una niña muestra enfado, los padres usan técnicas variadas, incluyendo el castigo físico y la retirada de amor, para inhibir su conducta. Pero cuando un niño muestra conducta agresiva, sus padres hacen poco o ningún esfuerzo para inhibir esta conducta; en realidad, pueden incluso fomentarla activamente” (p. 100). Así, en este estudio sobre los prejuicios tradicionales de género en la crianza de los hijos, las mujeres son más propensas a sentir vergüenza como respuesta tanto ante el fracaso en la resolución de problemas como ante la expresión de enfado.

Pisamos, creo yo,  terreno firme cuando consideramos el papel de la vergüenza en la socialización respecto a líneas culturales reguladas por el self y la regulación interactiva bi-direccional. Está bien expresado por Larry David, un maestro del ridículo de la vergüenza y de la humillación, cuando habla de “frena tu entusiasmo”. También pisamos terreno firme cuando apuntamos los hallazgos tradicionales de los primeros psicoanalistas en cuanto a que la vergüenza es un componente de los conflictos que se desarrolla en torno al control de esfínteres, la masturbación y una amplia variedad de anhelos sexuales y de otro tipo. De hecho, la lista de qué luchas pueden desencadenar la vergüenza en un individuo determinado en un momento dado es, creo yo, inagotable. Pero, ¿qué pasa con las implicaciones mucho más importantes de la vergüenza, lo que yo he llamado un destructor sigiloso de la iniciativa?

Numerosos autores llaman la atención sobre que la vergüenza que ha sido pasada por alto (H.B. Lewis, 1987), sustituida (M. Lewis, 1992) o denegada y soterrada (Morrison, 1989). Presentan ejemplos clínicos en los que experiencias abiertas de ridículo, rebeldía, aburrimiento (Wurmser, 1981), enfado/ira, desprecio, envidia y depresión son resultado de la vergüenza no reconocida. Morrison sostiene que a causa de la cualidad virulenta de la vergüenza y el sentimiento de desesperanza que la acompaña, puede permitirse con más facilidad el reconocimiento de cualquier otra emoción evitativa. M. Lewis apunta que es probable que las personas que sufren reiteradas experiencias de vergüenza las sustituyan por depresión o ira. Mi experiencia es que los pacientes que muestran frecuente desprecio, altivez, desdén y se sienten con derecho a algo son individuos para los cuales la vergüenza está denegada y soterrada. En dichos pacientes los esquemas o mapas del self en relación con los otros muestran el desprecio como una de las partes de una experiencia de rol en la cual la vergüenza opera como la otra parte. Finalmente, creo que a medida que hemos ido observando más experiencias de vergüenza al principio de la vida, vamos reconociendo lo difícil que puede ser para los pacientes adultos acceder al sentimiento como tal y a los recuerdos que lo acompañan. Conferencias como esta pueden ayudarnos a ser más sensibles a las experiencias de vergüenza como fuente de conductas disociativas y evitativas así como de la timidez y la depresión. Para mí ha sido especialmente convincente mi experiencia de analizar a numerosos pacientes con dificultades de aprendizaje que al principio pasaron desapercibidas. Estos pacientes se consideraban a sí mismos en la infancia como defectuosos a pesar de cierto reconocimiento interno de que eran personas competentes, a menudo muy competentes. Una vez que el sentimiento de ser estúpido se ha convertido en parte de la autoevaluación del individuo, la vergüenza como sentimiento básico los impulsa a expectativas negativas y a una potente desvitalización de su sentimiento de motivación e iniciativa. Parecidas auto-evaluaciones basadas en la vergüenza (que forman parte de la auto-regulación y de la regulación interactiva) se pueden observar en aquellos niños que se consideran feos, deformes, demasiado gordos, demasiado delgados, torpes, demasiado enfadados, mariquitas y patosos o provenientes de las capas socioeconómicas más bajas. Detrás de las palabras de moda negativas residen muchas experiencias dolorosas a las que a menudo cuesta acceder y que requieren un esfuerzo activo por parte de los analistas para abrir los sentimientos punzante vergüenza ante la exploración analítica y la transformación.

 

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