aperturas psicoanalíticas

aperturas psicoanalíticas

revista internacional de psicoanálisis

Número 042 2012

El afecto como un marcador de la superficie psíquica

Autor: Lotterman, Andrew C.

Palabras clave

Afecto, Superficie psiquica.


Affect as a marker of the psychic surface fue publicado originariamente en The Psychoanalytic Quarterly, LXXXI, 2, 305-333 (2012). Traducido y publicado con autorización de la revista.

Tradución: Marta González Baz
Revisión: Hugo Bleichmar

El autor revisa la literatura relativa a identificar el afecto como una herramienta técnica, sobre la naturaleza del afecto en general, y sobre la relación entre afecto y represión. Se discute cómo sale a la luz el afecto en el marco clínico, y cómo puede trabajarse con él y las defensas contra él para hacer más profundo el proceso psicoanalítico. Dos ejemplos clínicos detallados y muchas viñetas más ilustran la utilidad de seguir el afecto del paciente en el marco psicoanalítico.

Kewwords: afecto, emoción, superficie trabajable, técnica analítica, no-verbal, fantasía, escucha, proceso analítico, represión del self, conciencia, yo.

Introducción

El afecto es un sistema de evaluación que registra los significados biológicos e interpersonales para uno mismo y para los otros. Es una forma de conciencia de respuesta rápida que depende de la cualidad del tono emocional, más que de ideas o conceptos formulados para la comunicación de significado. Por esto, la represión del afecto es a menudo menos eficaz para proteger el yo de lo que lo es la represión de ideas y fantasías. Los signos conductuales reveladores de afecto a veces pueden señalar el estado del self de forma más precisa que los temas de fantasía. El afecto es un indicador de la superficie psíquica trabajable, es decir, del material  al borde de la conciencia.

Escuchando el afecto

Cuando era candidato psicoanalítico, afronté una dificultad particular: no me quedaba claro en qué parte de la historia del paciente centrarme. El material del paciente contenía deseos, fantasías, temas inconscientes, conflictos, defensas, recuerdos, comentarios sobre mí, y sueños entre otras cosas. Yo no estaba seguro de qué debía escuchar entre tal chaparrón de material, o que debía comentar o preguntar. La mayoría de los manuales que leía aconsejaban que dirigiese mi atención a las fantasías inconscientes, especialmente a aquellas que provenían del conflicto inconsciente. Interpretando el conflicto inconsciente y las defensas conectadas con él, en teoría ayudaría a despejar las inhibiciones del paciente y a liberar una conducta y unos potenciales que potenciaran la salud.

Pero este consejo sólo fue parcialmente útil. Pude encontrar conflicto y temas psicológicos en una cantidad abrumadora de material –en el presente, en el pasado, en las fantasías sobre el futuro- y el conflicto podía ubicarse dentro y fuera de la transferencia. Más allá de eso, lo que percibía como una fantasía o tema inconsciente podía tener poca relación con lo que lo estaba urgentemente en la mente del paciente en ese momento. Si bien yo podía pensar que la rivalidad  edípica me saltaba a la vista, el paciente podía estar preocupado por lo que él consideraba simplemente una discusión con su hermana. Mi sentido de los temas inconscientes principales a veces me parecía que tenía poco que ver con lo que estaba inmediatamente en la mente del paciente. 

El problema no era simplemente una cuestión de observar lo que estaba en la superficie y mirar un paso más abajo. También se trataba de identificar en qué tema y en qué superficie centrarse. En cualquier sesión, en la conducta del paciente y en los sueños y fantasías que reporta, podría reconocer, dos, tres, cuatro o más temas. ¿Cómo podía saber cuál era el más relevante para centrarme en él?

Intenté seguir en lo posible los principios clásicos, tales como “interpretar la defensa antes que el contenido”, pero a menudo había múltiples contenidos, cada uno con sus propias defensas, ninguno de los cuales parecía más importante que los demás. Si quería enfatizar los fenómenos transferenciales más que otros, de nuevo, me parecía difícil decidir cuál de las muchas fantasías, conflictos y temas transferenciales abordar. Un buen conocimiento general de la psicodinámica y la psicología del desarrollo evolutivo no hacía para nada menos difícil este particular dilema técnico.

Las cosas no se aclararon hasta que un supervisor me sugirió que leyese a Fenichel (1941), y me explicó el método de este autor para escuchar al afecto,. Si bien esto no fue una panacea para mi enigma clínico, el método de de Fenichel de escuchar el tema afectivo dominante, supuso una ayuda enorme. Él enfatizaba que, entre el torrente de material, el afecto principal se halla en el núcleo de lo que había en la mente del paciente. Era en el afecto dominante donde podía encontrarse lo que estaba vivo en el material del paciente[1]. Con frecuencia, también era el afecto principal el que apuntaba a lo que había debajo de la superficie.

El afecto principal parecía ser un centro psicológico en torno al cual se organizaban otros elementos del material, como un campo de fuerza. Si podía identificar el afecto principal, el resto del material parecía con frecuencia ocupar su lugar en relación a él: fantasías, transferencia, resistencias, defensas, conducta no verbal, contratransferencia, etc. Focalizar en el afecto principal parecía no tener como resultado la devaluación de otro material, sino que más bien parecía dar lugar a conexiones aún más profundas.

Cuando pensaba en esto, me preguntaba si el que esto me resultase especialmente útil podría ser algo idiosincrático. ¿Ponían otros clínicos el afecto principal en el centro de su trabajo? Estaba claro que mi supervisor y Fenichel lo hacían, pero ¿era ésta una práctica estándar?

Cuando revisé la literatura, me sorprendió encontrar relativamente poco sobre los criterios para hacer interpretaciones. Los textos clásicos y ya conocidos sobre la técnica, de Freud en adelante, a menudo no eran específicos sobre la importancia relativa de los diversos elementos a escuchar: fantasías inconscientes, fantasías conscientes, transferencia, impulsos, instintos, conflictos, etc. Es más, se decía poco sobre cómo reconocer puntos de intervención en el marco clínico. Incluso aquellos autores que mencionaban la importancia de escuchar el afecto lo discutían solo por encima; Glover (1955) le dedicaba simplemente algunas frases. Greenson (1967) lo mencionaba dos veces, cada vez en una o dos frases. Incluso Fenichel se refirió explícitamente al rol de escuchar el afecto en sólo un puñado de frases.

Viñeta clínica: la Sra. A

La Sra. A, una mujer de unos 25 años, vino a una sesión diciendo que se alegraba de estar ahí, pero parecía nerviosa. Como de pasada, mencionó que estaba “fastidiada” porque yo no fuera capaz de reubicar una cita a la que ella no pudo asistir la semana anterior. Luego comenzó a hablar de su trabajo, donde se sentía infravalorada. Poco después, la Sra. A habló de una amiga que no la había tomado en serio.

A continuación contó un sueño. En este sueño, tenía sexo con su novio, y este relato condujo a una discusión sobre su hermano menor, con quien había estado peleando recientemente. Creía que ella lo había usado como chivo expiatorio por sus frustraciones cuando era pequeña. Se sentía culpable por esto, y era como si la culpa “me cortase la piel”. El recuerdo del maltrato a su hermano dio paso a un conjunto de observaciones más familiar: le iba mejor en el trabajo y socialmente, pero tenía dudas acerca de si resultaba atractiva y femenina. Parecía tener la necesidad de disminuirse a sí misma, profesionalmente y en lo romántico. En el trabajo, alguien bromeó con que una compañera tenía los pechos grandes, y la paciente usó este incidente para rumiar sobre su propio cuerpo y su inadecuación.

“No me siento una mujer completa”, dijo la Sra. A. “Tengo la espalda muy ancha. Tal vez soy demasiado masculina y no soy una auténtica mujer”. Continuó: “Mi vagina tampoco parece realmente femenina”. Luego dijo, como si estuviera claro el significado: “Tal vez mi enfado y mi envidia castren mi feminidad”. Comentó: “me he sentido sexi, sin embargo, con mi novio, tal vez ese sea un paso en la dirección correcta”.

Cuando le pregunté sobre algún detalle de su sueño y de sus sentimientos, la Sra. A continuó diciendo que le daba mucho miedo enamorarse de su novio. “Creo que tengo ansiedad de separación”, dijo, “me da miedo apegarme demasiado y luego ser abandonada. Creo que tengo este miedo por mi madre”.

No había nada en todos estos comentarios de amplio rango que entrara en contacto con ningún aspecto importante de la psicología de la Sra. A. En realidad tenía importantes conflictos y problemas sexuales. Ella dudaba de su valía y su feminidad, y sus conflictos con su hermano (que a menudo reemplazaban los sentimientos de la paciente hacia su padre) eran un área importante en la que fijarse. Pero ¿por dónde comenzar? ¿Cuál era el aspecto más importante de esta historia? ¿Sus temores de inadecuación social y romántica? ¿Su preocupación por su cuerpo y su sexualidad? ¿Su enfado, al que se sentía inconscientemente llevada a contraatacar y, por lo tanto, su sentimiento de vulnerabilidad? ¿Era que su miedo a ser menospreciada y dañada daba lugar a una agresión defensiva por la que luego se sentía culpable?

¿O tal vez ninguno de esos era el tema central? ¿Qué pasaba con la sesión que no había sido reubicada? Eso fue lo primero que mencionó; ¿dónde encajaba ese detalle dentro de todo esto?

Mi comprensión general de la psicodinámica de la Sra. A, su desarrollo durante la infancia, y su psicopatología no me eran de mucha ayuda a la hora de elegir qué abordar concretamente en el momento. En cambio, fue el concepto de afecto principal el que me ayudó a desentrañar este complejo material.

Mientras escuchaba a la Sra. A durante los primeros quince minutos de la sesión, se me ocurrió que esta mujer tan inteligente y hábil verbalmente a menudo hablaba de temas sexuales con comodidad y facilidad. Lo que resultaba mucho más difícil era hablar simple y directamente conmigo sobre el sentirse triste o herida. Es más, su compleja explicación sobre la imagen sexual que tenía de sí misma parecía superficial; no me sentí atraído a un contacto personal e íntimo como un self vivo, auténtico y honesto.

Recordé que varias sesiones antes, la Sra. A se había mostrado muy decepcionada por haber perdido una segunda sesión debido a un día festivo. Me pregunté si el decir que estaba “fastidiada” por el problema de tener que buscar otro día para la cita podía estar vinculado al afecto principal de  sentirse triste y herida por las visitas perdidas. Tal vez el resto de su historia fuera una defensa contra los sentimientos, simples pero potentes, de decepción y pena.

Le dije: “Dice que está contenta de estar hoy aquí. Pero ha estado disgustada conmigo, por ejemplo por no buscar otro día para una de nuestras citas, y por haber perdido otra a causa del día festivo. Suena como que se ha sentido defraudada, herida y enfadada”.

La paciente prácticamente explotó llena de sentimiento: “¿Por qué demonios no buscó otra cita? ¡Sabía que íbamos a perder otra sesión por la fiesta! ¿Está intentando que me enfade con Vd.? Eso no es nada profesional”. Un poco después pudo decir: “Me siento muy defraudada. Si realmente me abandono a sentirlo, existe el peligro de sentirme realmente deprimida y decaída, como si me hubieran abandonado. Siento que Vd. no se preocupa por mis necesidades. Estaba furiosa con Vd. ¡Váyase al infierno!”

Cuando centré mi pensamiento en el afecto principal de la paciente, éste pareció abrir la puerta a un mayor sentimiento en esta sesión concreta, pero también abrió la puerta a una discusión más general de la intolerancia de la Sra. A a la tristeza, su tendencia a manipular a los otros (como para evitar la pérdida en las relaciones), y su estilo defensivo hipomaniaco y clínicamente defensivo. En este caso, la atención al afecto principal me ayudó a decidir frente a qué contenido emocional interpretar las defensas, y en qué aspecto de la transferencia fijarme.

Mientras que en mi trabajo anterior, había aceptado las emociones y las defensas contra éstas tal como se me presentaban secuencialmente en el tiempo, ahora comienzo a escuchar, en la primera parte de la sesión, el afecto principal antes de hacer cualquier otra cosa. Escuché y organicé mi pensamiento sobre la conducta, el habla, el tono verbal y el lenguaje corporal de mi paciente en términos de cómo éstos expresaban un estado emocional dominante o ayudaban a defenderse contra él.

¿Qué es el afecto?

Si bien ha sido negado durante mucho tiempo en la psicología, la psiquiatría y la neurociencia, en los últimos 50 años el afecto ha sido revivido como un tema de intenso interés. Ekman subrayó la función evaluadora de los afectos: “Se considera que las emociones han evolucionado hacia su valor adaptativo al tener que vérselas con tareas fundamentales de la vida” (1992, p. 169). Escribió: “A menudo, la evaluación no sólo es rápida sino que sucede fuera de la conciencia” (Ekman, 1977, pp. 58-59). La investigación neurobiológica reciente también ha resaltado la función evaluativa de los afectos. Liotti y Panksepp (2004), Damasio (1994), LeDoux y Phelps (2004), y Olds (2003) han enfatizado la función evaluadora de los afectos tanto en humanos como en animales.

Las emociones reflejan nuestro nivel de éxito o fracaso en conseguir nuestros objetivos personales; por decirlo de otro modo, las emociones son un barómetro del estatus existencial del self. Esta evaluación existencial da origen a las cogniciones, fantasías, y experiencias interpersonales complejas, y éstas, también, evocan respuestas emocionales.

 

Las emociones aceleran la adaptación. Los afectos primitivos (tales como el miedo y la rabia), de forma similar a aquellos que se encuentran en los animales no humanos, son parte de los patrones innatos de supervivencia. Sabemos que muchos animales nacen con conductas reflejas preestablecidas vinculadas a las demostraciones de afecto. Estos afectos sirven para activar la conducta individual y para comunicarse con el grupo (Bowlby, 1969; Izard, 1977).

Si bien estos reflejos primitivos viven en los humanos, los afectos también cumplen funciones más sofisticadas. Parece que el primitivo sistema de afectos humano se ha reforzado para funcionar como señal (para uno mismo y para los otros) no sólo de las necesidades y peligros físicos, sino también del estado del self en su mundo interpersonal y social. Emociones tales como la alegría, la tristeza, el orgullo, etc., son marcadores de la posición del self en su lucha por objetivos diversos. El yo/self parece usar los afectos plásticamente (al igual que reproduce imágenes visuales y acústicas para el pensamiento representacional) para crear un idioma de significados fácilmente reconocibles[2].

Resumiendo, entonces, los afectos cumplen diversas funciones en los humanos: 1) son parte de un idioma sensorial basado en el cuerpo que le comunica a uno mismo su propio estado; 2) comunican a los otros el estado de uno mismo mediante señales no verbales; 3) sirven como motivadores de la conducta –se buscan afectos tales como la alegría y el orgullo y se evitan otros como el miedo y la culpa; 4) refuerzan la represión cuando los pensamientos y sentimientos inconscientes generan ansiedad, vergüenza y culpa; 5) son un medio para influenciar en los estados del self y las conductas de los otros (por ej. mediante la introducción de la culpa) y; 6) pueden ser el material de una experiencia personal compartida que cree un sentimiento de intimidad y comunión intersubjetiva (Emde, 1983; Stern, 1985).

La centralidad del afecto en la teoría y la técnica psicoanalíticas

Para entender por qué el afecto es un barómetro tan importante en el trabajo clínico, revisaré brevemente el lugar del afecto en la teoría y la técnica psicoanalíticas. Freud desarrolló al menos tres perspectivas identificables concernientes al afecto. La primera es representada por Estudios sobre la Histeria (Breuer y Freud, 1895), “Las neuropsicosis de defensa” (1894) y “Proyecto de una psicología para neurólogos” (1895). En estas primeras obras, especulaba que la emoción reprimida daba lugar a la producción de síntomas. Era tarea del psicoanalista ayudar al paciente a la abreacción de estos afectos estrangulados, ofreciendo así una válvula mediante la cual puede liberarse el exceso de presión afectiva. Las defensas contra el afecto dan lugar a los síntomas  y la psicopatología. En esencia, los afectos patogénicos eran reacciones del yo a los acontecimientos traumáticos externos, y a sus representaciones internas (ideas).

En su segunda fase, Freud (1900, 1905, 1915a, 1915b) entendía que el afecto era una expresión indirecta de una nueva entidad teórica: el instinto. Se entendía ahora que los afectos surgían de fuentes en su mayor parte internas, como deseos, pulsiones, o instintos, en lugar de surgir de la respuesta del yo a experiencias de trauma externo.

En una tercera fase, Freud (1926) llegó a creer que los afectos  -de los cuales la ansiedad se consideraba un prototipo- no eran única ni principalmente transformaciones de energía pulsional. En cambio, representaban una reacción del yo a su condición en el mundo social externo (una visión similar a la de su primera fase), y también a las condiciones en el mundo psíquico interno. Por decirlo de otro modo, los afectos se consideraban reacciones a condiciones vitales fantaseadas: indefensión, temor de castración, temor al abandono y la pérdida de amor, unión con un ser amado, triunfo, etc., En este modelo, un afecto es una respuesta de un agente intencional y sensible –el yo o el self- que señala la evaluación, por parte del yo, de la importancia biológica e interpersonal de acontecimientos físicos, biológicos y sociales[3].

Desde Freud, los distintos autores han abordado el afecto de diferentes modos. A pesar del hecho de que su metapsicología se basaba en la teoría de los instintos, Klein (1975a, 1975b) por ejemplo, se centró en la importancia de la relación psicológica del yo o el self con el objeto. Ella enfatizaba los significados relacionales asociados con ciertos afectos: amor, odio, envidia, culpa y gratitud. Klein no creía (como parecía hacerlo el Freud del principio a veces) que el yo estuviera interesado en el objeto meramente con propósitos de gratificación pulsional. Su teoría de la motivación y las relaciones objetales estaba basada en las evaluaciones que el self hace de sus relaciones personales y de los afectos resultantes. Describe una amplia gama de afectos cualitativamente diferentes que tenían importancia relacional: temor, odio, desconfianza, desprecio, triunfo, tristeza, vergüenza, culpa, envidia, amor, anhelos, gratitud, etc.

Fairbairn (1941, 1946) siguió la estela de Klein al enfatizar la importancia de las relaciones de objeto. Acentuó el papel de los significados psicológicos personales en la motivación. De forma similar, Winnicott (1960, 1963) acentuó la importancia de las relaciones objetales personales más que del instinto en sí mismo o de su expresión en el cuerpo. La perspectiva de que el afecto es un barómetro del estado existencial del self está implícita en la teoría de relaciones objetales desarrollada por Fairbairn y más tarde elaborada por Winnicott.

Bowlby (1969) fue explícito en su opinión de que las emociones consisten en evaluaciones:

Los afectos, los sentimientos y las emociones son fases de la evaluación intuitiva de un individuo sea del estado de su propio organismo y de sus impulsos a actuar, como de la sucesión de acontecimientos del entorno en la que se encuentra… Por lo general, le ofrecen un servicio de monitorización de sus propios estados, impulsos y situaciones. Al mismo tiempo, puesto que normalmente se acompañan de expresiones faciales distintivas, posturas corporales y movimientos incipientes, suelen ofrecer una información valiosa a sus compañeros [pp. 104-105, las cursivas son mías]

Kernberg (1990) enfatizó que el afecto tiene una función de evaluación: “La cualidad subjetiva de la evaluación es la característica principal de cada afecto” (p. 118). De forma similar, Emde (1983 escribió sobre el self afectivo y el núcleo afectivo de la experiencia humana. En este núcleo, definido por motivaciones y emociones, que nos permite entender la experiencia personal de los otros y forjar una comunión interpersonal con ellos. Sandler (1972, 1985; Sandler y Sandler, 1978) sugerían que el afecto debía considerarse el principal motivador en la teoría psicoanalítica, más que el instinto; consideraba los afectos como un motivador básico y como una señal del estado del self.

Desde 1895, se ha discutido el afecto como un importante elemento de la técnica psicoanalítica. Originalmente, Freud pensaba que era la presión de la energía de los afectos "estrangulados” la que causaba los síntomas, y que una vez que los afectos se hacían conscientes, esta presión remitiría y desaparecería la razón por la que existían los síntomas[4]. Incluso tras la introducción de la psicología del yo y el énfasis en la interpretación de la resistencia inconsciente, la movilización de los afectos se consideraba un elemento esencial de la técnica psicoanalítica. Una reacción afectiva se usaba como indicador de que una interpretación había dado en el blanco y no era sólo una experiencia intelectual (Brierley, 1937). La monografía de Fenichel (1941), que enfatizaba el papel del afecto como una brújula en el trabajo clínico, sigue siendo para muchos analistas la descripción definitiva de la técnica psicoanalítica clásica (Gill, 1982; Levy e Interbitzin, 1991).

Entre los autores actuales, Kernberg (1988) es uno de los que dan más peso al énfasis de Fenichel en el tema afectivo dominante. Escribe:

He propuesto (1983) que el criterio económico para la interpretación se formule como la necesidad de seleccionar de la interpretación el material vinculado al afecto dominante del paciente dentro de cualquier sesión psicoanalítica o segmento de la misma… En la práctica, mi enfoque requiere, al comienzo de cada sesión, la voluntad de esperar para intervenir hasta que las comunicaciones verbales del paciente, su conducta no verbal, la atmósfera emocional en general, y la contratransferencia del analista, me guíen al tema afectivamente dominante. [p. 482].

Si bien algunos de los autores con más autoridad dentro del campo reconocen que el trabajo de Fenichel es fundamental, muchos pensadores analíticos respetados ni siquiera mencionan la importancia del tema afectivo dominante para la técnica –incluyendo, por ejemplo, los siguientes autores: Jones (1923), Stekel (1940), Reich (1948), Sharpe (1950), Brenner (1955), Nunberg (1955, 1965), Waelder (1964), Rapaport (1967), Menninger y Holzman (1973), Wallerstein (1975), Bergmann y Hartman (1976), Loewald (1980) y Arlow (1993). Y, como hemos apuntado, aun aquellos que enfatizan la importancia del afecto lo mencionan sólo de pasada. Es sorprendente que el insight sobre el papel del afecto en la técnica psicoanalítica, tan crucial para muchos analistas, no sea más universalmente reconocido.

Incluso si aceptamos la importancia del afecto en general en psicoanálisis, sigue en pie una cuestión crucial: ¿Por qué el afecto debería ser una señal tan específica de lo que está sucediendo con el paciente? Mientras que Fenichel (1941) y Kernberg (1988, 1990), por ejemplo, son claros en sus prescripciones de técnica, sólo abordan de paso la cuestión de por qué el afecto principal es una señal tan importante para guiar la técnica. Me centraré en esta cuestión más adelante en este artículo.

El afecto y la superficie psíquica

Una de nuestras tareas básicas como psicoanalistas es identificar qué resulta útil explorar e interpretar del material del paciente. Esto puede ser un desafío para el clínico principiante y para el experimentado. Paniagua (1991) escribió ampliamente sobre la superficie psíquica –la parte del inconsciente en la superficie de la conciencia o justo debajo de ella, con la que podemos trabajar fácilmente. Él distingue entre la superficie del paciente (de lo que el paciente se da cuenta), la superficie clínica (observables tales como la conducta, la expresión facial, el tono y lo que se cuenta conscientemente), la superficie del analista (de lo que el analista se da cuenta en el paciente y en sí mismo), y la superficie trabajable.

La superficie trabajable es el material que, cuando se explora, conduce a la profundización del trabajo analítico (Gray, 1986; Levy e Interbitzin, 1990). La superficie trabajable es el material del paciente al que resulta más útil atender selectivamente. Cuando escucha la superficie trabajable, Paniagua (1985) presta atención a lo que él llama puntos nodales, incluyendo cambios temáticos en el material, omisiones, silencios, paráfrasis, cambios en el tono emocional, preguntas al analista, actuación, etc.

Como analistas, cada uno de nosotros tiene hábitos y preferencias individuales sobre a qué parte del material del paciente prestar atención. Creo que escuchar al afecto es especialmente útil para ubicar la superficie trabajable. Cuando un paciente acude a la consulta, está en el cruce de diversas corrientes mentales; algunas se relacionan con su experiencia corporal, algunas con sus emociones, y algunas con su cognición y sus fantasías. Cada una de estas experiencias se inscribe en él a la luz de sus motivaciones y ambiciones: sobrevivir, sentirse seguro, sentir placer, sentirse valioso, hacer contribuciones a los otros, etc. La respuesta afectiva dominante del paciente es un marcador de cómo todas estas corrientes mentales que se crucen se añaden a él en el momento presente. El afecto dominante es, por tanto, una instantánea de las motivaciones actuales del paciente y de cómo le va en cuanto a alcanzar sus objetivos más importantes.

Afecto y represión

Clínicamente, ¿cómo y por qué es el afecto un marcador tan útil del estatus del self? Los afectos están compuestos de ciertos procesos psicológicos internos: experiencias emocionales subjetivas características y cambios musculares característicos, más prominentemente en los músculos de la cara y la postura corporal. Los cambios en la expresión facial comunican afecto a los otros, facilitando así una respuesta en grupo. Constituyen una forma de comunicación preverbal.

Darwin (1872) escribió “Los movimientos de la expresión [en la cara y el cuerpo]… confieren intensidad y energía a las palabras habladas. Revelan los pensamientos e intenciones de los otros con más fiabilidad que las palabras, que pueden ser falsificadas” (p. 359). Anna Freud comentó:

Es… un hecho de peculiar importancia en el análisis de niños que, al observar los procesos afectivos, somos muy independientes de la cooperación voluntaria del niño y la verdad o la mentira de lo que nos cuenta. Sus afectos los delatan contra su voluntad. [p. 39]

 Como observó Darwin, las ideas o conceptos verbales contenidos en los pensamientos y las fantasías, y las evaluaciones conceptuales sobre el self y su situación, pueden ser fácilmente disimuladas o falsificadas. Pueden fragmentarse en componentes desconectados, o porciones de ellas pueden ser borradas o traspuestas mediante el desplazamiento o la condensación. Éstas son las herramientas básicas utilizadas por la represión. Una vez que este proceso de ruptura está completo, la fantasía original es irreconocible y provoca una escasa reacción del yo. Los fragmentos que quedan, aun cuando sean conscientes, tienen poco impacto emocional en el self.  Un paciente puede hablar de una “idea flotante” que “parece venir de ninguna parte” en la que su mujer ha tenido un horrible accidente, por ejemplo, pero él puede no sentir apenas emoción más allá del asombro.

Las ideas y las fantasías se construyen a partir de signos y símbolos. Estos signos y símbolos se usan para crear un teatro imaginario que vincule el pasado, el presente y el futuro. Se abstraen de lo real y lo concreto y debido a que son usados para expresar conceptos complejos, deben ser más flexibles que las respuestas afectivas que son inmediatas y concretas. Al ser más del tipo “como si”, están sujetos a más transformación plástica –y también a más distorsión- que los afectos.

Este proceso de transformación no es tan fácil con los afectos. Al contrario de lo que sucede con las fantasías, los afectos no son representaciones. En cambio son tonos de sentimiento inmediatos y automáticos que señalan experiencias de significación orgánica. Los afectos, como las fantasías, pueden ser disimulados mediante diversos mecanismos: negación, insensibilidad, reemplazo por otro afecto (por ej. su opuesto), desplazamiento del objeto del afecto, etc. Pero este proceso de censura es menos efectivo con el afecto que con las fantasías. Cuando un afecto es fuerte, aun si evade con éxito la conciencia, a menudo sobresale en forma de un estado de ánimo inexplicado. Y –especialmente importante para el proceso psicoanalítico- deja rastros reveladores en la conducta del paciente, en su actitud y en su expresión facial. El reconocimiento de la emoción basado en señales no verbales se ha convertido en un área arraigada de investigación (Bonnano y col., 2002; Ekman, 1977, 1992; Izard 1971, 1972, 1977; Tomkins, 1972, 2008).

Aquí tenemos un ejemplo: un hombre acudió a mi consulta y me contó, sin emoción alguna, que su hija ya adulta no lo había visitado ni llamado en su cumpleaños. Continuó hablando sobre su trabajo y sobre lo ocupado que estaba. Pronto apareció una lágrima en su ojo derecho. Cuando le llamé la atención sobre ello, al principio dijo no tener ni idea sobre lo que esto pudiera significar. Más tarde, cuando vinculé el llanto y la tristeza, pudo reconocer su decepción y su tristeza. En este punto, su cara, su voz y su experiencia subjetiva convergieron en una experiencia de tristeza.

Más que lo que se cuenta conscientemente, a menudo más aún que la fantasía inconsciente, el afecto es un marcador fiable del estado inmediato del self. Un paciente puede ocultar su self verdadero al analista e incluso a su propia conciencia. Pero no puede evitar revelar su self verdadero en su expresión facial, su tono de voz y su estado de ánimo. Winnicott (1960, 1963) hablaba del gesto espontáneo como la auténtica expresión del self verdadero; el afecto está en el núcleo de esa expresión espontánea.

A menudo, el afecto señala a un material cercano a la superficie de la conciencia. Si el yo/self no estuviera involucrado con este material, si ya no estuviera atendiéndolo (aunque sea remotamente), no evocará un afecto. Explorar los afectos, por tanto, puede dar lugar a emociones, ideas y fantasías más profundas que están “en el umbral” del yo consciente. Un afecto puede representar la reacción del yo a una idea inconsciente, una fantasía inconsciente, u otro afecto (tal vez inconsciente). O un afecto puede ser uno de los componentes de una idea o fantasía inconsciente (por ej. una fantasía puede contener un afecto, tal como el triunfo o el odio). Cuando las fantasías que consisten en imágenes visuales o conceptos verbales son reprimidas, el afecto conectado a ellas puede ser todo lo que permanece en la conciencia; explorar estos afectos a menudo puede conducir a las fantasías inconscientes asociadas. En este caso, los afectos representan un remanente revelador de las fantasías que han sido reprimidas.

Algunas emociones, ideas y fantasías inconscientes son demasiado dolorosas de soportar para el yo. Cuando esto es así, permanecen inconscientes. Cuando intentan entrar en la conciencia, el yo puede reaccionar con ansiedad, repugnancia o culpa. En este caso, el afecto cumple una función defensiva: pone en marcha la represión. Cuando el yo es capaz gradualmente de soportar estas emociones, entonces el material inconsciente deja poco a poco de ser rechazado y puede entrar en la conciencia.

Glover (1955) comentaba que ciertos pacientes asocian igualmente con todo el material, sea importante o no lo sea. Centrarse en los afectos del paciente puede ayudar a proteger el proceso psicoanalítico de caer en “insights” intelectualizados, reconstrucciones que no producen cambios, recuerdos abundantes pero sin consecuencias, y relatos solícitos de material psíquico que no hacen profundizar el proceso. Estos son los “árboles” sobre los que advertía Fenichel (1941) porque podían ocultar el “bosque” marcado por el afecto.

En algunos casos, el afecto es un marcador más sensible del estado actual del self que un fragmento de fantasía inferida por el analista. He aquí un ejemplo: una paciente hablaba de su rabia hacia su padre. Ella lo llamaba “imbécil”. Según transcurría la sesión, aparecieron varias veces las palabras baño, oloroso y olor. Parecía que la paciente tenía la fantasía de su padre como una mierda. El analista podía haber concluido que había presente una fantasía anal-sádica y haber ofrecido una interpretación de esto en este momento. Pero tras un tiempo, el analista notó que la paciente hablaba en un tono triste, de desamparo, seguido de una exploración de su emoción resultó que las imágenes enfadadas, devaluadoras, eran una capa defensiva que encubría la profunda pena de la paciente por no haber tenido nunca una conexión emocional con su padre.

Por supuesto, esto no significa que no sea esencial para el psicoanálisis explorar las fantasías. Aclarar e interpretar las fantasías es una parte crucial del trabajo clínico. La fantasía inconsciente puede tener un papel especial en la generación de síntomas psicológicos. Pero explorar una fantasía puede proceder en una de estas dos direcciones: 1) puede conducir de forma productiva a otros detalles de la fantasía y sus afectos que están próximos a entrar en la conciencia; o 2) puede conducir a un punto muerto de asociación porque la fantasía y sus afectos asociados no son soportables para el yo y provocan demasiada resistencia. Intentar empujar al paciente a captar el significado de la fantasía no tendrá éxito frente a estas resistencias y, así, en estas situaciones, la fantasía no es un marcador de la superficie trabajable. Aquí la fantasía conduce a una reacción de temor, repugnancia o culpa del yo, que pone en marcha la represión. En esta situación, el afecto en la sesión puede utilizarse a veces para descubrir las particularidades de la defensa contra la fantasía.

La defensa contra la reacción afectiva insoportable hacia la fantasía es lo que constituye la represión. Una vez que esta defensa es elaborada, la fantasía puede entrar en la conciencia. Freud (1915b) escribió: “Sabemos que suprimir el desarrollo de un afecto es el verdadero objetivo de la represión, y que su trabajo está incompleto si no se logra ese objetivo” (p. 178). Puesto que la represión es puesta en marcha por las defensas contra un afecto, es más probable que centrarnos en el afecto restaure la idea que el que centrarnos en la idea vaya a restaurar el afecto.

Debería reconocerse que los afectos, también, pueden conducir a puntos muertos asociativos. Mediante la inversión (del odio al amor, por ejemplo), la represión (la ausencia de emoción), la renegación (la exclusión de una realidad externa o interna de modo que no provoque una emoción), o la negación (“no estoy enfadado”), la emoción también puede ocultarse. Pero sigue habiendo mucha emoción vinculada a sistemas automáticos de manifestación, y es difícil que las defensas comunes borren los signos reveladores de emoción. La expresión facial, la postura, el tono de voz, el rubor en la piel, y las pupilas dilatadas delatan al afecto, aun cuando sus componentes ideativos estén excluidos de la conciencia.

Ejemplo Clínico: la Sra. B

La Sra. B era una mujer de 25 años que tenía una estructura de carácter esquizoide y estaba emocionalmente aislada. Había perdido su trabajo de contable en una prestigiosa empresa tras una fusión corporativa. Su falta de contacto social generalmente la protegía de una intensa rabia por sentirse abandonada, no respetada y menospreciada.

Un día, la Sra. B vino a una sesión analítica y contó lo siguiente:

El trabajo, parece… mis sentimientos son… el cambio me parece ahora más real. Puedo sentirlo… No sé, se supone que tengo que terminar algunos de los proyectos de mis cuentas, pero… tuve una llamada de un cliente. Pensé que el vicepresidente me diría algo, pero… no lo reconoció, no sé. Estoy tentada de pensar que son todos idiotas. No siento nada por mis colegas ahora. ¡Incluso olvidé sus nombres! Sólo siento una especie de insensibilidad. La política de la empresa es tan… La contabilidad es tan estructurada; hay maneras de hacer las cosas que están bien o están mal. Hay métodos, normas. Ese sentimiento de estructura es por lo que ha sido tan cómoda. Conseguiré un nuevo empleo en una empresa que haga declaraciones de renta. Mi hermana trabaja para el estado y me ayudó a conseguir una entrevista. Estaré haciendo algo práctico, algún trabajo administrativo. No creo que sea lo mismo, pienso, pero tal vez eso es sólo un deseo. Me siento como una perdedora. Siento que nunca me apreciarán como me gustaría… Incluso si me pidieran que me quedase y me ascendieran, eso seguramente no sería suficiente para hacerme sentir apreciada. Tal vez un día me meta en una inmobiliaria o algo y me haga rica y famosa. Pero ni siquiera eso ayudaría. Tendría que preocuparme de que nadie intentara sabotear mi éxito, como hizo C en mi empresa. Mi necesidad de ser apreciada es muy fuerte.

En este momento, el analista no tenía una percepción clara de que era lo que emocionalmente estaba más vivo para la paciente. Los datos de la sesión no parecían encajar del todo. Si tuviera que identificar los temas narrativos significativos, podría haber establecido por lo menos tres:

·         La paciente se sentía rechazada y herida por su falta de reconocimiento en el trabajo. Esto arruinaba su autoestima y la hacía sentir pequeña y poco importante. Si se hiciera rica o famosa, se podría sentir más valiosa, pero dado que sentiría esto como un triunfo narcisista sobre sus competidores, sus sentimientos estarían infiltrados de agresión y temores de contraataque por parte de los competidores.

·         La paciente sentía que se había hecho pedazos; se sentía desorganizada en su pensamiento y en su sentido de identidad. Esto se hace patente en los fragmentos inconexos de frases al comienzo de la sesión y en el apego manifiesto a los principios fiables de la contabilidad, tan distintos de su caótica experiencia interna. Tal vez el sentimiento de fragmentación tenía que ver con no sentirse reconocida (por no disponer un objetoself aceptador). O el sentimiento de rechazo de la paciente daba lugar a una rabia insoportable, de la que se defendía mediante la escisión y la identificación proyectiva, lo que daba como resultado la debilidad y el sentimiento de fragmentación.

·         La separación del trabajo y la pérdida de vínculos emocionales allí dejó a la paciente con un profundo sentimiento de pérdida. Puesto que la tristeza y la pérdida le resultaban difíciles de soportar, estableció defensas contra ellos (por ej. negación, escisión, identificación proyectiva, dispersión del afecto y retirada esquizoide). Como resultado, se sentía desorganizada y con un sentimiento de futilidad.

Si bien estos tres temas se relacionan entre sí, cada uno de ellos tiene un acento propio. Sentirse herida y poco valiosa no es exactamente lo mismo que el sentimiento de hacerse pedazos, o que el dolor por la pérdida de una relación. En este punto, no estaba claro cuál de estos temas (o tal vez otro) se hallaba en el centro de la experiencia de la Sra. B. Si uno simplemente seguía los temas de la narrativa (de la fantasía), cualquiera de las tres líneas mencionadas sería plausible.

Volvamos al material clínico. El analista continuó escuchando y tras un tiempo la paciente habló de un afecto.

Sra. B: Me siento muy inestable. Creo que es porque me siento muy angustiada cuando estoy con gente. Tengo miedo. Es constante.

Dr. D:   [Notando una emoción, el analista se dirigió a ella] Hábleme de cómo es tener miedo.

Sra. B:  Es un horror contenido. Es como si alguien me enterrara en una caja. Cuando soy desenterrada, mi pánico estalla… Siento que estallaré. Me romperé en pequeños fragmentos… Es como si fuera a ser aniquilada. Me desintegraré en partículas diminutas. Luego me evaporaré. [La paciente repitió a continuación que la contabilidad le había dado un sentimiento de seguridad porque todo encaja de forma predecible]. Las normas de la contabilidad son constantes y predecibles. La gente no es así, las personas son volubles, inestables y crueles. Son idiotas. Son imbéciles. ¡No puedo soportarlo! No sé por qué cuando soy excluida me siento tan herida. Me siento demolida.

[El analista notó que el modo vago de hablar de la paciente había cambiado. Ahora hablaba con un foco. El afecto de la paciente era prominente y claro: estaba enfadada].

Sra. B:  [La paciente relató un incidente]. Fui al gimnasio y había un nuevo  entrenador. Era guapo y amable. Realmente no es que le haya tirado los tejos,  pero hablé más con él de lo que suelo hablar. Creo que sentí que estaba llegando. Luego de repente tuve el pensamiento de “le doy asco”. Y rápidamente me cerré. ¡Estaba furiosa! Sentí rabia, una rabia justificada.

Dr. D:   Una rabia justificada; intentemos entender eso mejor. Hábleme todo cuanto pueda de cómo es eso.

Sra. B:  Me sentí excluida como una intrusa. Mis padres solían dejarme en casa con mi abuela, que era muy severa y rígida. Recuerdo a mi padre saliendo por la puerta, hacia la calle. Me sentía tan sola, tan poco querida. Cuando el entrenador pareció simpático, en el fondo de mi mente pensé “Me dejarás como todos los demás, bastardo”. Tengo este deseo secreto… como si fuera una niña pequeña huérfana de guerra. Hay cientos de víctimas. Hay una ráfaga de esperanza cuando viene alguien a rescatarnos: “¡Nóteme! ¡Sálveme! ¡Lléveme a casa con mi familia! ¡Por favor! Cuando me enfadé con el entrenador, me vino el pensamiento: “Es un deportista ignorante”. De algún modo, denigrarlo hizo que tuviera mi ansia y mi enfado bajo control… No puedes fiarte de la gente. No sé, tal vez mis ansias sean demasiado intensas.

El analista consideró cuál de estos tres temas descritos anteriormente estaba más vivo. La paciente había hablado de miedo, lo que, al explorarlo, condujo a una metáfora/fantasía sobre ser enterrada viva y el pánico consiguiente. Esto dio lugar a otra fantasía: que estaba hecha pedazos. Cuando continuó, apareció el enfado: “Las personas son idiotas… imbéciles”. Explorar esto la llevó a recordar el incidente en el gimnasio y los sentimientos asociados de rechazo, vergüenza y rabia. Según se desplegaba la secuencia de fantasía-afecto-recuerdos-afecto-fantasía, etc., se hacía más profundo el proceso analítico. B se sintió abandonada por su entrenador, y sintió esto profundamente, en claro contraste con su monólogo vago y difuso al comienzo de la sesión.

Esto a su vez condujo a otro recuerdo, de ser abandonada por sus padres, que de nuevo sintió con una profunda emoción. Finalmente, la Sra. B reconoció una fantasía en la que ella deseaba ser elegida por unos nuevos padres. De forma clarividente, observó que denigrando a los otros podría tener bajo control su enfado y sus dolorosos anhelos. Alcanzando un nuevo nivel de auto reflexión pudo ver por primera vez que el ansia de contacto yacía bajo su dolor, enfado y desmoralización.

Así, una exploración del afecto de la Sra. B hizo avanzar y profundizar el proceso analítico. Todos los estados del self dispares descritos por la paciente parecían conectados por el hilo del afecto. El miedo resultó estar conectado con sentirse abandonada, lo que a su vez estaba conectado con la rabia. Bajo el miedo y la rabia de la paciente yacía un anhelo vulnerable de ser querida y amada, que no había expresado previamente en el análisis. Simplemente preguntar por sus afectos había conducido a los peldaños más importantes que asociamos con una profundización en el proceso psicoanalítico: fantasías, recuerdos, deseos y observaciones sobre el self, en una espiral cada vez más profunda.

En este encuentro, el analista hizo básicamente una cosa: le pidió a la paciente que clarificara sus emociones de miedo e indignación. En respuesta, ésta no sólo produjo más emociones, fantasías y recuerdos, sino que también hizo una nueva observación sobre su uso de la devaluación como defensa, y alcanzó un nuevo insight importante sobre la intensidad de su deseo de establecer contacto humano.

Trabajando con los afectos en el marco psicoanalítico

En resumen, ¿cómo hacemos para identificar el afecto dominante en una sesión psicoanalítica determinada? A veces los pacientes son conscientes de sus emociones y las cuentan directamente al analista, aun cuando no entiendan la plena importancia de lo que significan o con qué fantasías están conectadas. Así, el afecto dominante en una sesión puede ser también el afecto manifiesto.

Como sucede con las fantasías, si el paciente es consciente de un afecto, a menudo hay poca necesidad de intervenir; él describe el afecto o fantasía con escasa resistencia, y el material profundizada gradualmente por sí solo. Los pacientes dirán sentirse felices, culpables, tristes, envidiosos, etc., y nuestra tarea es simplemente escuchar. El marco psicoanalítico usual es suficiente para sostener el proceso que va profundizando. Preguntar por los detalles de estas emociones puede intensificar este proceso, y puede conducir a fantasías, recuerdos, estados del self, sueños y experiencias corporales relacionados, lo que a su vez dará lugar a una recuperación y comprensión emocionales más profundas.

Cuando el afecto del paciente no es plenamente consciente es cuando puede ser eficaz la intervención más específica. ¿Cómo se identifican los afectos que no son conscientes? Como hemos discutido antes, cuando un paciente no es consciente de tener una emoción determinada, ésta, no obstante, es delatada con frecuencia por señales faciales no verbales y no conceptuales, tales como fruncir el ceño (desaprobación), hacer muecas (dolor), llorar (tristeza), sonreír (placer), levantar las cejas (angustia), bajar las cejas y sonreír (sadismo), etc. La postura corporal y el tono de voz también revelan estas emociones ocultas. La interpretación de estos estados emocionales, o de la resistencia a percibirlos, a menudo dará lugar al comienzo de la conciencia.

Si el analista siente que una emoción no está siendo plenamente percibida, puede pedir al paciente que le describa la cualidad de esa emoción con tanto detalle como le sea posible. A menudo, sin embargo, los pacientes lo pasan mal poniendo en palabras sus emociones. Algunos pueden responder con perplejidad a preguntas sobre cómo son sus emociones: “Qué quiere decir, ‘¿cómo es mi irritación?’ no sé cómo describirla. ¿Cómo se describe una emoción?” Intentar describir la calidad de una emoción puede ser un desafío: no es diferente a intentar describir cómo sabe una manzana. El paciente puede sentirse al principio con ciertas dificultades para hablar. Pero siendo, como es, difícil describir en palabras la calidad de un afecto, el esfuerzo de hacerlo a manudo arroja resultados extremadamente útiles.

Un paciente habló de sentirse alegre, y le pedí que lo describiera. “Es como flotar. Es como si yo fuera un globo flotando hacia arriba”, dijo. “Es como si me elevara”.

Otra paciente dijo sentirse enfadada. Intenté clarificar esta experiencia: “¿Cómo es para Vd. estar enfadada? Cuéntemelo con tanto detalle como pueda”. Ella respondió:

Es como un fuego dentro de mi cuerpo. Es como querer empujar a alguien, emprenderla a golpes… un deseo de aniquilar lo que me está bloqueando… Rompería a mi enemigo en pedazos. Me hace sentir cruel, como un monstruo. Toda mi vida está movida por la rabia. Puede ver que tengo mucha rabia, ¡nada más que rabia! Tras un rato, sin embargo, me siento agotada… impotente e incapaz. Termino sintiéndome atascada. Luego me siento indefensa.

Como en esta situación, la primera respuesta de un paciente a las preguntas sobre la calidad de un afecto es, a veces, el informar acerca de una experiencia corporal: p. ej. un sentimiento de calor o presión. Estas experiencias corporales pueden ser las condensaciones concretas y sensoriales de experiencias de afecto más abstractas. Son, en efecto, un lenguaje que usa el cuerpo como vehículo de expresión. En este lenguaje, el enfado puede estar asociado con el calor (“calor bajo el cuello”) y presión (“¡voy a explotar como una bomba!”). La tristeza a menudo se asocia con un sentimiento de peso (“me pesa el corazón”). La vergüenza puede asociarse con una sensación de ardor en la cara. Estas experiencias corporales a menudo están conectadas con metáforas, fantasías, y recuerdos.

Si exploramos los detalles concretos de estas experiencias corporales, vemos que están unidas asociativamente con otros fenómenos mentales: ideas, proposiciones, narrativas, fantasías, metáforas, símiles y significados. El intento de describir los afectos puede ofrecer nueva información mediante la metáfora. Por ejemplo, un paciente describía el sentimiento feliz que tuvo cuando terminó su examen final: “Yo era una cometa volando hacia las nubes en un día soleado”. Esta metáfora comunicaba la experiencia de movimiento, expansión y libertad una vez que se había disipado la carga del estudio constante.

Las descripciones del afecto pueden dar lugar a fantasías asociadas (“me sentí muy avergonzado e inadecuado, y como que nadie quería estar cerca de mí”), o recuerdos (“tuve un sentimiento de fatalidad… Se me ocurre que así es justo como me sentía cuando tenía pesadillas siendo un niño”).

Otro paciente, el Sr. E, describió su enfado: “Yo estaba lleno de odio. Era como una tormenta que se avecinaba”. Continuó: “Sucede cuando me siento rechazado y borrado. Era como si quisiera resquebrajar la cabeza de mi jefe con un bate y golpearlo hasta que sólo fuera una pulpa sanguinolenta”. El paciente se rió en este punto. El Dr. C le preguntó qué le parecía gracioso. El paciente replicó: “Creo que disfruto con la imagen”. El Dr. C continuó: “¿A qué se parece ese disfrute?”. El Sr. E dijo “me siento como si estuviera al cargo de todo. Por una vez soy el único que tiene el control. Finalmente, soy el que manda”. Es característico que las descripciones de emociones y/o de estados corporales conectados a ellas conduzcan a fantasías, a menudo muy gráficas.

Cuando se les pide que describan una emoción, algunos pacientes eligen dar una explicación de la razón de su emoción en lugar de describir su calidad. Si bien esto ofrece alguna información, a menudo es una resistencia a explorar en mayor profundidad la experiencia subjetiva de la emoción en sí misma. Por ejemplo, cuando pregunté cómo era su tristeza, una paciente replicó: “Me siento triste porque mi novio no me llamó cuando dijo que lo haría”. Esta respuesta consiste en ideas acerca de la emoción y, como tal, es una resistencia a sentir la emoción con mayor profundidad. Cuando esto sucede, el analista puede hacer retornar la atención del paciente a cómo es tener esta emoción, en lugar de centrarse en por qué se produjo esta emoción.

A veces los pacientes intentan transmitir la experiencia de un afecto describiendo una acción que el afecto inspira. Con afectividad, por ejemplo: “Quería abrazarlo”; o con vergüenza: “Quería escapar y esconderme”; o con enfado: “Quería golpearle la cabeza”.

Los afectos a veces se revelan mediante su ausencia conspicua. El analista, el Dr. G, llegó tarde a una sesión. La paciente, la Sra. W, era normalmente muy sensible a desarreglos tales como cancelaciones, retrasos, etc. Sin embargo no dijo nada. En cambio discutió animadamente de temas de trabajo y dijo que las cosas parecían ir muy bien.

El Dr. G infirió de la experiencia pasada y del contexto actual (su tardanza) que era muy probable que la Sra. W se sintiera herida y enfadada, y o bien estaba conteniendo su emoción o no era aún consciente de ella. Cuando él llamo su atención al hecho de haber tenido que esperar, emergió su descontento. Este proceso de ponerse en la piel del paciente en términos de la historia psada, su carácter, la situación vital actual, el estado de la relación con el analista, y la naturaleza de las defensas del paciente es a lo que nos referimos comúnmente como intento de identificación, y es un método para alcanzar la comprensión empática.

El intento de identificación es una tarea compleja, no muy diferente al esfuerzo que un actor hace para aprender cosas sobre un personaje al que interpretará. El actor investiga su personaje para aprender de él tanto como sea posible, de modo que pueda imaginar con más exactitud cómo se sentirá y cómo actuará en determinadas situaciones. El analista crea el mismo tipo de retrato interno de su paciente y luego imagina cuál puede ser la probable experiencia afectiva del paciente. A veces el paciente parece no sentir lo que el analista espera que sienta, y la ausencia de este sentimiento se destaca en la mente del analista. Esta ausencia puede señalar bien la falta de comprensión del analista hacia el paciente o la defensa del paciente contra el afecto esperado.

La contratransferencia es otra fuente fértil de información sobre el estado emocional del paciente. Este tema se ha tratado ampliamente en la literatura y no voy a recapitular aquí esas discusiones. El analista puede sentir emociones que se corresponden con las del paciente, contratransferencia concordante, o emociones que complementan lo que el paciente siente, contratransferencia complementaria (Racker, 1968). Un paciente puede comportarse de manera que cree una respuesta predecible en el analista, y el analista a su vez puede usar diversas herramientas teatrales (la creación de un argumento dramático, accesorios, ritmo, etc.) para provocar estas reacciones emocionales características (Lotterman, 1990).

Una vez trabajé con una mujer de 19 años, la Srta. H, que se sentía “atascada” en su tratamiento. No tenía fantasías, ni sueños, ni estados corporales y, según ella, tampoco emociones notables que contar. Decía que se sentía “regular”. Parecía un poco perdida y un poco triste, aunque no decía nada manifiesto que confirmase ninguno de estos dos estados.

Interpreté su deseo de mantenerme a distancia, y la Srta. H admitió débilmente que eso también me podía pasar a mí. Ella comenzó su tratamiento con mucho dolor, el cual manejaba siendo beligerante y desafiantemente independiente. Daba la impresión de una “chica dura” sin tonterías que podía cuidarse a sí misma, gracias. Ahora parecía a la deriva.

Me di cuenta que quería cuidar de la Srta. H cuando ella estaba tumbada en el diván, me sentía cerca de ella y comprensivo con su dolor. Sentía como si ella estuviera intentando establecer contacto conmigo, pero de alguna manera no pudiera salvar la brecha entre nosotros. Suponiendo que mis sentimientos reflejaban su propio afecto, me pregunté cómo podía interpretar su anhelo de mí de un modo que pudiera tener sentido para ella. Pero si le articulaba esta idea en esos términos, podía parecer que no venía a cuento. ¿Cómo presentarlo?

Parte del problema era que esta mujer nunca había aprendido realmente un lenguaje factible para expresar necesidad y anhelo. Sin embargo, como una niña pequeña, quería que yo la consolara. Le dije que, al principio, los niños necesitan ser cuidados y confortados, y que estas necesidades toman una forma muy concreta, como querer que sus madres los cojan en brazos o abrazar a su mascota. Si ella tenía deseos similares, me imaginaba que le resultaría difícil permitirles entrar en su conciencia y hablarme de ellos. Podía parecer extraño y ajeno el que ella no supiera qué decir o qué pensar sobre esta situación.

La Sra. H se animó un poco en este punto, y dijo que era muy interesante que mencionase eso. De niña, ella había rechazado tener nada que ver con el gato de la familia; nunca se había permitido estar cerca de él. Su hermana, sin embargo, lo abrazaba y jugaba con él todo el rato. Era como si la paciente hubiera tenido una operación de cerebro y se le hubieran extirpado los centros cerebrales que manejaban esos anhelos. ¿Volverían alguna vez esos sentimientos?

En el caso de esta mujer, fue mi afecto contratransferencial el que contuvo y preservó las emociones que la paciente no podía tolerar. Ellas fueron la brújula que señaló a los sentimientos genuinos de la Sra. H.

Si bien preguntar por los detalles de las emociones que se sienten es útil con todos los pacientes, puede ser una parte especialmente importante del trabajo con los pacientes obsesivos o esquizoides, que característicamente evitan la conciencia de las emociones. Puede ser necesario emplear mucho tiempo en la localización del afecto en los pacientes obsesivos y en el silenciamiento de la emoción mediante la dispersión y la retirada en los pacientes esquizoides.

En mi trabajo, procedí como Fenichel recomendaba, prestando atención preferencial a la resistencia y la transferencia. Si un afecto está relacionado con la transferencia, consideraré muy seriamente explorarlo. Sin embargo, como Kernberg (1988, 1990) si hay un afecto que domina la atención del paciente, incluso si no parece estar relacionado con la transferencia, preguntaré sobre él. Cuando intervengo, intento dirigir mis interpretaciones sólo un paso más allá de aquello de lo que el paciente es consciente. Y si parece haber una resistencia a hablar libremente sobre algo –sea un afecto, una fantasía o una conducta específica- lo abordo antes que cualquier otra cosa.

Deberíamos tener en mente que entender los afectos con mayor detalle es útil no sólo para localizar la superficie psíquica trabajable. El ejercicio de soportar los afectos dolorosos también fortalece el funcionamiento y la coherencia del yo. El yo está llamado a movilizar sus fuerzas para tolerar el dolor y la angustia de las emociones desagradables y, como resultado, aumenta el dominio y la confianza del yo en su propio potencial. La capacidad del yo para hacerse consciente de fantasías patogénicas se incremente en paralelo con un incremento en la capacidad para tolerar la vergüenza, la culpa y la angustia. Las partes del self que han sido repudiadas por estar conectadas con afectos inaceptables pueden ahora volver a la conciencia y retomar su funcionamiento, restaurando la vitalidad perdida de la experiencia del self. La represión anterior de estos aspectos del self lo privaba de un sentimiento de vivacidad y espontaneidad.

Y cuando un afecto se vuelve tolerable, las emociones y las fantasías se reconectan con toda la personalidad, reforzando la experiencia de totalidad. En este proceso, los afectos dolorosos y repudiados se mitigan mediante la conciencia de que estos sentimientos no definen toda la personalidad.

Conclusión

A pesar de que algunos autores han refrendado la recomendación de Fenichel (1941) de seguir el afecto como una señal indicadora de lo que está vivo en el material del paciente, la utilidad concreta del afecto como modo de localizar la superficie psíquica no está ampliamente reconocida. Incluso aquellos que refrendan este papel del afecto han escrito poco sobre ello.

He defendido que el afecto es un marcador especialmente bueno de la superficie psíquica trabajable. El afecto es parte de un sistema de señalización muy temprano que alerta al individuo y a los otros sobre el estatus del self. Es una respuesta rápida y una reacción en gran parte automática que es controlada sólo parcialmente por el yo y sus defensas.

En comparación, las ideas y fantasías están menos firmemente ancladas en las respuestas sensoriomotoras automáticas, y son más susceptibles de distorsiones provocadas tales como eliminaciones, desplazamientos y condensaciones. Las ideas y fantasías pueden ser transformadas por estas defensas de modo que se vuelvan irreconocibles y evoquen, así, poca o ninguna reacción emocional en el self. Los fragmentos de fantasía, sean conscientes o inconscientes, aun cuando sean descifrados por el analista, pueden no involucrar activamente al self. Los afectos, sin embargo, mediante su mera presencia, marcan el hecho de que un cierto elemento mental se ha vuelto significativo para el self; por tanto, el afecto puede ser un barómetro especialmente consistente y útil de lo que hay actualmente en la mente del paciente.

Agradecimientos: El autor agradece al Dr. Richard Munich y al Dr. Robert Michels su ayuda en la preparación de este artículo. Fueron muy generosos con sus inteligentes sugerencias y con su tiempo.

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[1] Fenichel escribió: “Puesto que debemos operar en ese punto en que el afecto está realmente situado en el momento; debe añadirse que el paciente no conoce este punto, primero debemos buscar los lugares donde se sitúa el afecto”. (1941, p. 45). Añadió: “además de la dinámica, también debe discutirse la economía de la interpretación. Debemos trabajar no sólo en el punto de conflictos instintivos reales, sino en el punto de los conflictos instintivos actuales más importantes. Es el punto de los conflictos más importantes en el momento

[2] Al usar los términos ego y self, soy consciente de que la frontera entre estos dos conceptos no está clara en la teoría psicoanalítica, una discusión de lo cual excedería con mucho el alcance de este trabajo. En términos generales, usaré ego para referirme a los aspectos operativos del yo –por ejemplo, sus funciones y defensas (incluyendo la percepción, testeo de la realidad, etc.). Su tarea principal es regular la relación entre las pulsiones y la realidad externa. El yo es, a este respecto, la unidad central de procesamiento de la mente como aparato mental, y sus funciones son impersonales. A la inversa, usaré el término self para referirme a la dimensión personal del yo- su estatus como centro de iniciativa, de establecimiento de objetivos y ambiciones, y de la experiencia como entidad personal, con un determinado carácter, temperamento e historia. Su tarea primordial es sentir y crear significados en relación con el yo personal.

[3] Ver nota 2.

[4] Breuer y Freud (1895) escribieron: “El procedimiento psicoanalítico… concede un final a la fuerza operativa de la idea que no se abreaccionó en su momento, permitiendo que el afecto estrangulado halle una vía de salida a través del habla” (p. 17).