aperturas psicoanalíticas

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revista internacional de psicoanálisis

Número 012 2002 Revista Internacional de Psicoanálisis Aperturas

Por qué Klein y por qué no Klein. Reflexiones sobre el desarrollo de las ideas psicoanalíticas en el Río de la Plata

Autor: Bernardi, Ricardo

Palabras clave

Envidia/agresion, Klein, M., Teoria de la tecnica, Transferencia aqui y ahora.


Tal vez una de las características más salientes del desarrollo de las ideas psicoanalíticas en el Río de la Plata radica en el hecho de constituir una historia en dos tiempos. Un primer momento de predominio indiscutido del pensamiento kleiniano acompañado de contribuciones locales originales, fue seguido luego por un período, que se extiende hasta el momento actual, caracterizado por una pluralidad de influencias teóricas con predominio, tal vez, de autores franceses, el intento de usar la metapsicología freudiana como lingua franca, y la pérdida de la continuidad de los aportes más específicamente rioplatenses. El viraje se hizo manifiesto en la década de 1970, que fue una período marcado por los intensos conflictos ideológicos, institucionales, políticos y sociales.

En el primero de los períodos la pregunta ineludible es por qué Klein; en el segundo momento la pregunta es por qué no Klein y por qué otros en vez de Klein. Ninguna de las dos interrogantes tiene una respuesta evidente desde el punto de vista de la historia de las ideas. Ambas preguntas a su vez llevan a reflexionar sobre el destino de las ideas originales de los autores rioplatenses.

¿Por qué Klein en los orígenes del psicoanálisis rioplatense?

Es posible señalar ciertos hechos circunstanciales que contribuyeron a que tanto en Buenos Aires como luego en Montevideo la escuela kleiniana se volviera rápidamente la influencia dominante del incipiente movimiento psicoanalítico. En ello jugó sin duda un papel primordial la atracción que despertó en A. Aberastury el análisis de niños de M. Klein. A esto se sumó la atracción que despertaron las ideas de Klein en Enrique Pichon Rivière y en muchos de los miembros del grupo inicial, que veían en la teoría kleiniana una puerta de acceso al estudio de campos como el de la psicosis o la psicosomática. Si consideramos el contexto histórico, resulta también comprensible, como lo ha señalado Aslan(1) , que durante los años de la Segunda Guerra Mundial, el grupo de analistas argentinos dirigiera su mirada a Gran Bretaña, que representaba un papel de baluarte frente al nazismo.

Es mucho más difícil ensayar una reconstrucción racional del proceso intelectual que llevó a preferir a Klein frente, digamos, a Ana Freud o a otras escuelas europeas con las cuales algunos miembros fundadores, como Celes Cárcamo o Ángel Garma habían mantenido una relación más directa.  Estas interrogantes, que apuntan a las características del proceso conceptual que llevó a la adopción de la teoría kleiniana, adquieren especial interés si intentamos comprender la historia ulterior de las ideas psicoanalíticas en el Río de la Plata.

Los trabajos de ese período no discuten, por lo general, los pros y contras de la teoría kleiniana, sino que se limitan a dar por evidente la superioridad de sus postulados sobre las teorías rivales. Es difícil, si no imposible, encontrar en los trabajos de la época, referencias a situaciones clínicas que no corroboren la teoría kleiniana. Si revisamos,  por ejemplo, los trabajos presentados en ese entonces para aspirar a la categoría de miembro asociado de la Asociación Psicoanalítica Argentina o de la Uruguaya, todos ellos parecen sacar de la galera las mismas hipótesis kleinianas que habían puesto previamente en ella.

El predominio de la teoría kleiniana no impidió que analistas como Pichon, Garma, Racker, Bleger, Liberman, W. y M. Baranger y muchos otros, desarrollaran, durante esos años, ideas propias y originales, discrepando con Klein en ciertos puntos, manteniendo a Freud más presente que la escuela inglesa, e incorporando también ideas de autores pertenecientes a otras corrientes. Pero aunque estos desarrollos autóctonos dieran lugar a líneas de pensamiento aún hoy vigentes y se reflejaran en la formación de grupos o subgrupos entre los analistas, era, con todo, la teoría kleiniana la que ofrecía la referencia común cuando se trataba de definir la identidad teórica y técnica del grupo rioplatense.

 ¿Qué fue pues, en esencia, la teoría kleiniana durante ese período? Sin duda fue una doctrina que brindó una orientación conceptual y técnica coherente al grupo emergente, y le permitió definir su identidad grupal. Fue empleada en menor grado como un conjunto interconectado de hipótesis, a las cuales se debía examinar críticamente y cuya utilidad debía ser puesta a prueba en la práctica clínica, comparándolas con hipótesis provenientes de teorías psicoanalíticas rivales.

Tampoco pudo ser utilizada como un apoyo, a modo de andamio, desde el cual se desarrollaran en forma independiente las ideas rioplatenses autóctonas. Muchos de los aportes originales que he mencionado, provenientes de Pichon, Racker, Bleger, Liberman, Baranger, etc., si bien eran formulados en un lenguaje influido por el pensamiento de M. Klein, abrían al mismo tiempo caminos que desbordaban el marco kleiniano. Estos caminos no llegaron a desarrollarse plenamente.  Los trabajos de los pioneros rioplatenses versaron en gran medida sobre cuestiones de técnica psicoanalítica. Este nivel de abordaje de los problemas les permitió mantenerse en un plano intermedio, muy cercano a la experiencia clínica, por un lado, sin dejar de incursionar, incursionando a la vez en el campo de la teoría. Pudieron así abrirse a nuevas ideas sin romper totalmente con los conceptos originales kleinianos. A. Garma nunca aceptó la concepción de M. Klein sobre la culpa y la reparación, los desarrollos de H. Racker sobre la contratransferencia incluyeron conceptos que no eran estrictamente kleinianos, Bleger buscó el apoyo de otros autores, como M. Mahler, para desarrollar su idea de simbiosis, Pichon y Liberman desarrollaron su propios puntos de vista personales nutriéndose en múltiples fuentes y sin preocuparse demasiado por hacer  concordar estrictamente sus ideas con la teoría kleiniana. Sin embargo, estos cuestionamientos no atenuaron la forma incondicional en la que el grupo rioplatense adhirió manifiestamente al pensamiento de M. Klein  cuando estaba en cuestión la definición de su identidad teórica y la transmisión a las generaciones siguientes a través de la formación institucional.

Esta forma en la que Klein fue adoptada marcan también el modo en que en muchos casos fue relegada en el período siguiente

¿Por qué no Klein para muchos a partir de los 60’ y 70’?

No es fácil decir cuáles fueron, en términos intradisciplinarios, las razones que llevaron a que la teoría kleiniana perdiera universalidad a fines de los 60 y durante los 70. El cambio que se operó en las ideas no surge como resultado de la evolución de las ideas autóctonas, sino que se  presenta, al menos a nivel manifiesto, bajo la forma de una mutación que afecta la continuidad no solo de las ideas kleinianas sino también de las ideas generadas en el Río de la Plata.

Como en el caso de la pregunta anterior, es más fácil señalar algunas de las razones históricas circunstanciales que llevaron a este cambio que los procesos intrínsecos de pensamiento que lo sostienen.

El reclamo de cambios institucionales en los grupos psicoanalíticos de Buenos Aires y Montevideo se unió de manera compleja con la búsqueda de nuevas ideas teóricas y técnicas y los conflictos de poder dentro de las instituciones se enlazaron con la demanda de transformaciones más amplias que se dieron en esa década a nivel social. El psicoanálisis creció fuera de los grupos analíticos iniciales (APA, APU) y se expandió en el ambiente universitario. El debate sobre el psicoanálisis se unió con el debate acerca del marxismo. En ambos debates las influencias dominantes no provenían ya en forma exclusiva del mundo anglosajón sino que tuvieron fuerte gravitación las ideas provenientes de la cultura francesa, en especial de los autores afines al estructuralismo de la época.

Durante los años setenta, por tanto, encontramos una demanda de nuevas ideas y de cambios institucionales, unida a una oferta variada de ideas psicoanalíticas e ideológicas. Por un lado encontramos los nuevos autores psicoanalíticos provenientes de la tradición británica: W. Bion, D. Winnicott, D. Meltzer, etc. También encontramos autores que llegan desde otras tradiciones, como es el caso de H. Kohut. Pero el cambio más notorio está dado por la influencia creciente del pensamiento francés, con una fuerte influencia de J. Lacan. Acompañando estas ideas se da una revalorización de la metapsicología freudiana, a partir de una relectura de Freud más o menos influida por los autores franceses. Conviene tener presente que el paso a primer plano de las ideas psicoanalíticas francesas tuvo en cierta medida el carácter de un retorno de lo reprimido, si tomamos en cuenta tanto la formación y las preferencias intelectuales de analistas como Cárcamo, Pichon o Baranger, sino también la gravitación de la cultura francesa en el Río de la Plata.

Un hecho que merece ser destacado es que el cambio de teorías dominantes no estuvo claramente acompañado por un cambio en el modo de adhesión a las mismas. Una teoría fue sustituida por otra nueva, pero la nueva adhesión siguió siendo “in toto”, sin hacerse explícitos los argumentos clínicos o teóricos que llevaban a preferir una a otra. Es posible señalar excepciones a lo dicho, pues encontramos una comparación y confrontación de ideas nuevas y viejas en algunos trabajos de la época (Szpilka, Faimberg, etc.), pero ellos son la excepción más que la regla. Entre los ejemplos de reflexión crítica se destacan, a mi entender, en la década del 70 los de W. Baranger y en la década del 80 los de H. Etchegoyen. Pero el interés que reinaba a nivel general no era llevar adelante un examen comparativo de este tipo. Predominó más bien la necesidad de encontrar en las teorías una nueva identidad personal y grupal que acompañara el cambio generacional en las instituciones analíticas, en el marco de transformaciones culturales más vastas.

No es fácil sistematizar desde el punto de vista epistemológico el modelo seguido por el cambio de ideas que se dio entonces en el psicoanálisis rioplatense:

a) No se encuentran intentos claros de recurrir a refutaciones, ni a la comparación entre hipótesis alternativas como pide el inductivismo eliminativo, ni a la acumulación de observaciones favorables al estilo del inductivismo enumerativo.

b) Tampoco podemos hablar del agotamiento de un paradigma y la sustitución por uno nuevo, al modo que describe Kuhn, pues el modelo anterior persistió y se renovó, y la situación subsiguiente fue de multiplicidad de paradigmas.

c) En general, el argumento más empleado a favor de las nuevas ideas es el la ganancia de sentido, es decir, su mayor alcance hermenéutico, poder heurístico, o plausibilidad. Sin embargo, en un examen atento, vemos que en general esta superioridad no emana de una comparación detallada de la utilidad de estas ideas frente a situaciones clínicas concretas, sino que se da de antemano por evidente, en un razonamiento muchas veces circular, o se apoya en gran medida en el mayor prestigio de esas ideas en el contexto cultural del momento.

Este cambio de referencias teóricas hizo difícil mantener la continuidad de los aportes originales del pensamiento rioplatense, los cuales, por no haber áun dado origen a un cuerpo teórico y técnico independiente, seguían ligados a la teoría kleiniana y no resultaba fácil articularlos con las nuevas ideas en boga. Esta dificultad era menor en el caso de las ideas provenientes de autores británicos vinculados a la tradición kleiniana (Bion, etc.), pero era considerable en relación al pensamiento francés.  En este caso el obstáculo no sólo surgía de la heterogeneidad de los conceptos contenidos en los cuerpos teóricos, sino también en el modo de leer la clínica. Se produjo así una discontinuidad tanto a nivel de la reflexión teórica como en el modo de realizar las inferencias clínicas.

Los momentos de ruptura y discontinuidad en la historia de las ideas son sin duda ineludibles y traen consigo tanto ganancias como pérdidas. La pregunta es qué significó el cambio ocurrido en los marcos teóricos y técnicos en el Río de la Plata tanto a nivel individual como colectivo.

¿Cómo ocurren los cambios de ideas a nivel de los analistas individuales?

Una serie de entrevistas realizadas a analistas de larga experiencia sobre la forma en la que se dieron en ellos los cambios teóricos y técnicos me ha permitido observar ciertos hechos interesantes. Generalmente los nuevos autores o modelos que se incorporan a nivel individual no sustituyen totalmente a los viejos. Muchas veces el cambio en el lenguaje teórico o en la manera de formular las reglas técnicas responde más a la necesidad de estar a tono con las nuevas ideas del grupo, que a cambios reales en los esquemas operativos personales.

El grado de cambio en las ideas teóricas o técnicas que la persona percibe en sí mismo suele ser menor al que los demás le atribuyen. Las transformaciones mayores que los analistas describen en sí mismos no son, por lo general, los cambios de adhesión a autores y teorías explícitas -aún cuando estos cambios pueden ocurrir-, sino una mayor libertad interna frente a las cuestiones teóricas y técnicas, que en su opinión les permite una mejor comprensión de sus pacientes y de sí mismos. Estos cambios están más relacionados con experiencias personales ocurridas en el propio análisis, en el trabajo con los pacientes, y con gran frecuencia, con acontecimientos vitales que llevaron a revisar sus posturas ante la vida. Estos cambios se dan fundamentalmente a nivel de lo que Sandler (1983) denominó “teorías implícitas”, es decir los esquemas en gran medida preconcientes que guían la práctica clínica, pero que no suelen formularse en forma explícita y pública.

Desde esta perspectiva, es probable que muchos aspectos de la forma de trabajar kleiniana siga operante en muchos analistas rioplatenses, aunque su lenguaje teórico se haya modificado. Estos esquemas referenciales más antiguos conviven con los estratos más recientes y es también probable que los analistas recurran a unos u otros según juzguen que la situación clínica lo requiera.

El desafío, pues, es lograr que estos procesos intuitivos que guían el cambio individual logren articularse con los requerimientos del discurso explícito. Esta doble  articulación es la que enriquece los procesos de permanencia y mudanza que caracterizan la historia de una comunidad psicoanalítica.

Continuidad y discontinuidad en la tradición rioplatense

Como dije más arriba, muchas de las contribuciones originales del Río de la Plata se situaron en plano de la teoría de la técnica. Racker tituló su obra de 1960, que constituyó un aporte pionero al estudio de la contratransferencia,  “Estudios sobre técnica psicoanalítica” y muchos de los aportes de ese momento también versaron sobre conceptos técnicos: proceso analítico, situación, encuadre, campo, baluarte, comunicación, interacción analítica, etc.). Estas contribuciones si bien examinaban las dimensiones teóricas de los nuevos conceptos, buscaban en lo esencial mantenerse muy cerca del material clínico. El interés estaba puesto en estudiar, desde una perspectiva afín a la teoría de las relaciones objetales, las vicisitudes del vínculo transferencial-contratransferencial, poniendo de manifiesto sus transformaciones en un examen del momento-a-momento de la sesión. Esta forma de leer el material era compartida grupalmente, ofreciendo entonces la posibilidad de recurrir a criterios argumentativos comunes tanto para que un autor fundamentara sus posiciones o discutiera las de sus colegas.

Cuando en la década del 70 se produce el cambio de los referentes teóricos, la posibilidad misma de un campo argumentativo común queda problematizada, al modificarse no sólo los marcos conceptuales, sino también la forma de realizar inferencias a partir del material clínico. Esta discontinuidad es más notoria si consideramos el caso de Lacan y los autores franceses influidos por su obra: lo que cambian son los criterios que guían el análisis del material clínico. Esto conduce a un desgarro en la continuidad del discurso argumentativo, que hizo que los autores de distintas corrientes ya no pudieran fundamentar sus ideas en base a criterios compartidos. El surgimiento de estas distintas corriente, en un marco ahora pluralista, enriqueció por un lado el espectro de ideas, pero hizo más difícil su comparación, afectando la continuidad entre las viejas y las nuevas ideas. En otra parte (IJPA, en prensa) he examinado desde el punto de vista de la teoría de la argumentación las primeras discusiones que se dieron en Montevideo entre los miembros de la Asociación uruguaya con Serge Leclaire durante su visita al Río de la Plata en 1972. Los participantes en el debate encontraron serias dificultades cuando quisieron construir un campo argumentativo común, en el cual los argumentos de cada una de las partes tuvieran relevancia para la otra parte. Cuando se intentó discutir material clínico los analistas locales esperaban un examen momento-a-momento de la sesión, mientras que este tipo de análisis resultaba inadecuado para S. Leclaire, quien propugnaba una consideración más global del discurso del paciente. Cuando ocurren discrepancias de este tipo, la discusión debe dirigirse a los fundamentos de cada una de las posturas y no es raro que ocurra –como realmente aconteció en la discusión referida- que se produzca una escalada que lleva el debate hacia las premisas últimas, de naturaleza filosófica que subyacen a cada posición (en este caso entraron en la discusión los conceptos de intencionalidad, estructura, etc.). Esta situación conduce a un impasse cuando cada parte trata de convencer a la otra de la conveniencia de adoptar sus premisas, basándose sea en su poder persuasivo, o en su concordancia con las corrientes filosóficas en boga, o en criterios de autoridad. Muchas veces el argumento subyacente es que sólo esas premisas garantizan que se logre un verdadero psicoanálisis, lo cual conduce a la exclusión del interlocutor. ¿Existen caminos que logren sortear estos impasses?

Los momentos en los que el diálogo progresa pese a existir premisas distintas se dan cuando las partes aceptan examinar en forma global cuáles son las ventajas y desventajas de las respectivas premisas para el trabajo clínico con el paciente. En esos momentos el psicoanálisis (o más bien la idea que cada uno tiene del psicoanálisis) no es tratado como si fuera un modelo ideal a preservar, sino como un instrumento que vale en función del beneficio que aporta al paciente. Si esto de acepta, entonces el posible un diálogo en que las distintas posiciones pueden comparar sus ideas teóricas y técnicas, explicar por qué piensan lo que piensan, qué posibilidades para el trabajo analítico ellas abren y qué ventajas para el paciente tiene esa forma de trabajar. Pero un campo argumentativo, es decir, un espacio lógico y semántico en el que los distintos argumentos pueden interactuar entre sí (Toulmin, holandeses), no se da automáticamente, sino que necesita apoyarse en condiciones pragmáticas, o, dicho de otro modo, en la disposición continuamente renovada de encontrar caminos que hagan posible el diálogo y la confrontación.

Si observamos las últimas décadas vemos que este espacio de diálogo y controversia no ha sido fácil de mantener abierto no solo en el Río de la Plata sino a nivel general. Cada corriente tiende a introducir conceptos que le son exclusivos, a utilizar en forma diferente los conceptos comunes y a poner el énfasis en aspectos  distintos de la práctica clínica. Esto conduce a una situación de aparente inconmensurabilidad teórica y empírica, acentuada por el interés de los grupos y subgrupos psicoanalíticos en marcar los elementos diferenciales entre ellos, como forma de reforzar su identidad propia. El pluralismo pierde entonces su papel  enriquecedor y cada posición se encierra en las defensa de sus premisas, sin recabar en que ellas son sólo el sostén de hipótesis clínicas que deben ser confrontadas en función de su utilidad para el trabajo analítico. Me gustaría volver a las preguntas iniciales, a saber, por qué Klein o por qué otros autores o corrientes, y dónde quedan los aportes originales del Río de la Plata, desde esta perspectiva.

¿Cuáles encuadres conducen a qué procesos y con qué resultados?

Cuando miramos nuestra historia, surge una pregunta cuya respuesta nos debemos: ¿qué han ganado nuestros pacientes con los cambios ocurridos en las ideas psicoanalíticas? Dicho en forma más cuidadosa: ¿cuáles pacientes, de analistas con qué características, han ganado o perdido qué, con cuáles cambios? En realidad, más que una pregunta lo que antecede es un programa de investigación cuya respuesta requiere un trabajo colectivo. Quisiera, con todo comentar por dónde en mi opinión debería comenzar la agenda de las conversaciones pendientes entre nuestro pasado kleiniano y nuestro presente pluralista.

Si consideramos los conceptos de encuadre y proceso tal como eran definidos en la década del 60, vemos que hoy resultaría más exacto hablar de encuadres y procesos, en plural, pues distintas teorías postulan diferentes formas de concebirlos. Comenzaría, entonces, por estudiar el efectos de aquellos cambios más notorios en la actitud del analista que es más probable que conduzcan a cambios a nivel del proceso y de los resultados del análisis. Señalaré algunos de ellos.

- La interpretación del aquí y ahora transferencial y su papel en el contacto emocional con el paciente.

En Uruguay, comparando los trabajos presentados para acceder a la categoría de miembro asociado, encontramos que las interpretaciones de la década del 60 eran abrumadoramente  transferenciales; en cambio, en la década del 90, nunca parecía  que hubiera llegado la hora de que el analista se refiriera directamente a lo que estaba ocurriendo en su relación con el paciente. El cuándo, cómo y para qué de la interpretación transferencial es por tanto un punto de debate ineludible. La respuesta no puede surgir de una toma de partido a priori, sino de examinar cuáles son las consecuencias clínicas de una u otra actitud en diferentes tipos de situaciones clínicas.

- La forma de conceptualizar e interpretar los aspectos destructivos paciente.

Hoy en día estamos más inclinados que en la década del 60 a no privilegiar la interpretación de la envidia y la agresión o a considerarlas como correlativas del narcisismo o como efecto de carencias tempranas. Pero creo que sería un error descartar la posibilidad de que encontremos situaciones que nos muestren un odio primario a un objeto bueno precisamente porque es bueno (aún cuando no necesariamente esto deba ser considerado como un factor patógeno universal o condicione todo progreso en la cura). Pero sí pienso que tener en cuenta la posibilidad de estos aspectos destructivos y de su repercusión en la contratransferencia da a nuestra tarea una mayor profundidad emocional y aumenta nuestras posibilidades terapéuticas.

- La preocupación por comprobar qué efectos tiene una u otra forma de analizar.

Para terminar, creo que en esta era de pluralismo lo central no es discutir en abstracto las virtudes de las distintas teorías, sean de Klein, Lacan, Winnicott, etc. Tampoco se trata de renunciar al debate adoptando una postura relativista acorde a la época, pues no es cierto que todo vale, ni que vale igual para todos los pacientes. Cada una de nuestras teorías aporta hipótesis sobre los factores implicados en el enfermar y el curar, y lo que importa frente a una situación clínica es saber cuándo y por qué inclinarnos por unos u otros de estos factores. Este examen comparativo entre distintas hipótesis no es fácil, porque nuestros criterios de evidencia clínica no siempre son explícitos, ni fiables ni consensuales; más bien debemos perfeccionarlos trabajosamente, renunciando tanto a la certeza absoluta como a la incertidumbre también absoluta.

Tal vez la tarea más importante en el momento actual es la de poner encima de la mesa de discusión los criterios que nos lleva a preferir unas hipótesis a otras, intentando poner de manifiesto las consecuencias que tienen nuestras hipótesis teóricas o técnicas en los tratamientos que realizamos. Esto no es nuevo en el Río de la Plata. Etchegoyen insistió sobre la necesidad del testeo de nuestras intervenciones en la sesión, y antes que él Bleger, Liberman y otros habían propuesto realizar estudios sistemáticos del proceso y de los resultados del análisis, cuando la investigación empírica aún estaba poco desarrollada a nivel internacional. Esos caminos, seguramente, no conducirán a acuerdos automáticos, pero al menos nos llevarán a tener que tomar en consideración hipótesis alternativas distintas a las nuestras, nos enseñarán a ser más críticos frente a nuestras propias opiniones y nos impulsarán en la búsqueda de evidencias más firmes.

Julio 2002

Notas del autor

(*) Este trabajo forma parte del material de una Tesis en preparación para el programa de Doctorados de la Universidad de Buenos Aires. Algunas de las ideas de este trabajo fueron expuestas en las Jornadas “Melanie Klein en Buenos Aires, APdeBA”, 26 y 27 de abril de 2002.

(1) Comunicación personal.

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Bibliografía

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van Eemeren, F.H.,  Grootendorst, R., Jackson, S., Jacobs, S. (1993) Reconstructing Argumentative Discourse. The University of Alabama Press.

 

* Publicado originalmente en la Revista de Psicoanálisis, No. 2, 2002

 

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