aperturas psicoanalíticas

aperturas psicoanalíticas

revista internacional de psicoanálisis

Número 021 2005 Revista Internacional de Psicoanálisis Aperturas

La teoría psicoanalítica como una forma de contratransferencia [Hirsch, I., 2003; Purcell, S.D., 2004]

Autor: Díaz-Benjumea, Lola J.

Palabras clave

Hirsch, I., Purcell, S. d., Efectos de las diferencias teoricas en el trabajo clinico, Formacion de psicoanalistas, Hirsch, Papel de la teoria en la contratransferencia, Personalidad del analista, Purcell, teoría psicoanalítica.


 Irwin Hirsch (2003). Psychoanalytic theory as a form of countertransference. J. Am. Psychoanal. Assoc., 51 (suppl.): 181-201.
Stephen D. Purcell (2004). The analyst´s theory: A third source of countertransference. Int. J. Psychoanal., 85 (Pt. 3): 635-652.

 


Estos dos artículos tratan un mismo tema, como puede observarse en sus títulos, y lo hacen partiendo de un punto de vista común, una visión constructivista, pluralista de la representación de la realidad. Los autores enfatizan aspectos distintos cuando analizan los factores que condicionan la contratransferencia, pero llegan finalmente a conclusiones similares. Abordaré primero una exposición resumida de cada uno de los textos para después llegar a un resumen y conclusiones globales en el comentario.


Hirsch

Hirsch empieza con un alegato sobre la superación del punto de vista epistemológico que considera que se puede tener una representación objetiva de la realidad. En este, va citando a algunos autores de la historia del psicoanálisis que han tenido conciencia del factor subjetivo que está implicado en cada teoría. Para empezar, Ferenczi y Rank, en un trabajo de 1924, criticaron al psicoanálisis por estar excesivamente centrado en la teoría, lo que producía según ellos dificultad para captar la individualidad de cada paciente, y llevaba a que todas las historias clínicas fueran parecidas. Ya en la actualidad, Levenson, Spence y Coen vuelven a plantear que la teoría continúa cegando la visión del analista. Brenner sostiene que los analistas buscan datos que confirman sus visiones preconcebidas de la psicopatología, con lo cual el material clínico se vuelve profecía autocumplida; Tuch sugiere, siguiendo los constructor piagetianos, que los analistas tienen dificultad en asimilar nuevos datos y ampliar sus esquemas previos –o sea, acomodarse a los aspectos que no coinciden con los antiguos; Spence muestra que las historias de los pacientes conforman las narrativas internalizadas de los analistas.

En la actualidad hay una tendencia contrateórica hacia el pluralismo, integrada en el pensamiento postmoderno, un planteamiento según el cual no debería haber hegemonía de una teoría sobre otra, ya que toda teoría es una reconstrucción de la realidad –constructivismo- y aporta sólo un punto de vista de ella –perspectivismo- perdiendo los otros.

Hirsch sostiene, sumándose a los autores actuales que cita, que la percepción no sesgada por la teoría es imposible. Para el autor las teorías psicoanalíticas contienen dos niveles: el primero es la teoría general, que tiene que ver con la comprensión de las personas, el segundo es la teoría clínica, que nos dice qué hacer con los pacientes. Ambos tipos de teorías deberían estar íntimamente relacionadas, pero con frecuencia no es así, y esto porque la naturaleza del trabajo clínico es muy personal, de modo que puede pasar por encima de toda pauta de actuación. Esto crea cierta desazón en los analistas, ya que implica aceptar que nuestras teorías nos predisponen a lo que vemos, y rompe con el ideal de observar con la mente libre y curiosa. Pero hoy día impera el pluralismo, que ha señalado que cualquier opción teórica puede ayudar a los pacientes, y que lo importante es la cualidad única de cada díada paciente-analista y el análisis de esta díada.

Para algunos psicoanalistas de hoy el psicoanálisis es una ciencia, pero otros muchos ven que la evidencia clínica refleja sólo el sistema de creencias del analista. Para el autor, el modelo interpersonal actual surgió como respuesta al modelo de la ciencia natural, que colocaba al analista en el rol de observador objetivo de las mentes de sus pacientes. Desde la perspectiva interpersonal, la teoría es una forma de contratransferencia, algo que el self del analista usa. Esto ha sido sostenido por Spence con su diferencia entre verdad histórica frente a verdad narrativa y por Schafer.

Para Hirsch, la actividad clínica depende de dos tipos de factores, por un lado la teoría general, que implica una forma de actuación terapéutica, y por otro la personalidad del terapeuta y la idiosincrasia de la díada analista-paciente: “los modos de ser de los analistas con los pacientes son rangos contratransferenciales multideterminados por creencias teóricas y compromisos afectivos involuntarios”. Pues bien, Hirsch sostiene que el segundo factor, los personales y relacionales, tienen más significado para el resultado analítico que la disposición teórica. A continuación se detiene a analizar la aportación de cada factor causal al trabajo psicoanalítico.

Respecto al primer factor determinante, la influencia de la teoría clínica, Hirsch habla de que cada teoría puede interpretar la misma realidad de un paciente de maneras muy diversas, por ejemplo resaltando el conflicto interno o bien el déficit, pero también cita a muchos autores que han resaltado no ya las diferencias, sino los puntos comunes en las distintas teorías de la acción terapéutica, sosteniendo que la convergencia se da en la primacía de los esfuerzos del analista para examinar la interacción analítica cargada de afecto en el aquí y ahora. La opinión del autor es, sin embargo, que a pesar de estas convergencias muchos analistas permanecen bastante leales a las interacciones conscientes prescritas por su escuela de pertenencia.

El autor señala que el cambio relacional en psicoanálisis ha llevado a cambiar el foco desde las acciones analíticas voluntarias a las involuntarias, al compromiso afectivo sujetivo del analista en la pareja terapéutica. Desde este punto de vista, una interpretación puede ser efectiva no ya por el insight que provoca, sino porque el paciente se ha sentido visto, entendido, objeto de interés y de compromiso por parte del analista. Insiste en que esto no significa devaluar la teoría, sino introducir otro factor, y considera que un distintivo de talento analítico es precisamente la aplicación sensible, no rígida, de una teoría general a una teoría de la acción terapéutica. Desde este punto de vista, los factores personales y relacionales en conjunción con las teorías son los que producen el cambio. El autor sugiere que las teorías son efectivas cuando el analista está comprometido con su sistema de creencias pero a la vez es consciente de su influencia y no está excesivamente restringido por ellas, sino que por el contrario se adapta a la individualidad de cada persona y adapta al máximo sus creencias, cuando tiene conciencia del papel de su personalidad en el proceso y cuando desarrolla un compromiso emocional fuerte con el paciente.

Para Hirsch, la teoría de cada analista es similar a una fantasía inconsciente, esquema o guión individualizado, en el sentido de que algo en las creencias teóricas está más allá de la conciencia. Esta estructura interna se desarrolla, en cada analista, por una combinación de dos tipos de factores:

1- Identificaciones con analistas personales, profesores y grupos organizados.

2- Factores de personalidad, incluyendo la estética personal.

Dentro del primero, el autor considera que la identificación con el propio analista y su escuela, la transferencia positiva, es lo más determinante en la disposición teórica que acabará teniendo. Aclara esto con una metáfora familiar: del mismo modo que los padres están contentos de que los hijos tengan los mismos valores y actitudes que ellos, los analistas se alegran de que sus pacientes se identifiquen con su línea teórica, lo que además suele ser reforzado por la supervisión.

Pero cuando este sistema, sin embargo, no funciona, para Hirsch la causa determinante no es la teoría, sino una mala relación terapéutica, debida a que la mezcla específica de caracteres no ha dado buen resultado. El autor pone entonces dos ejemplos al respecto, el primero de un colega que no se sentía identificado con su primer analista, de línea freudiana clásica, y cambió a uno de orientación interpersonal, después de lo cual atribuyó su anterior disgusto a la frialdad del primero. El otro ejemplo es opuesto, un terapeuta que empezó con un analista interpersonal, pero no se sentía ayudado por él y cambió a un analista clásico, después de lo cual consideró que el primero inundaba el espacio analítico haciendo que no pudiera encontrar su propio self. Pues bien, para Hirsch, en ambos casos, la causa del fracaso en el primer tratamiento no radica en la teoría del analista, sino en que la mezcla particular de personalidades no llegó a producir el ajuste adecuado. De este modo, para el autor la teoría del analista está en función de quién fue el analista de uno.

En cuanto al segundo punto, la teoría particular también está en función de factores de la personalidad como aquél que el autor llama “estética personal”. Dentro de ésta, una dimensión significativa que él particularmente ha notado influyente es la tendencia hacia lo científico y tecnológico, frente a la tendencia hacia las ciencias sociales y humanidades. Hirsch se pone de ejemplo él mismo, y relata que siempre tuvo mayor facilidad y gusto por las ciencias sociales y humanidades y que eso influyó en su interés por la tendencia interpersonal, al no sentirse nada atraído por los escritos técnicos de Freud. En palabras del autor “… ninguna teoría puede nunca eclipsar el impacto de las personalidades de los analistas. En las trincheras de la matriz transferencia-contratransferencia, lo técnico inevitablemente se rompe, exponiendo las personalidades de los analistas y su grado de conexión e intensidad emocional hacia la persona del paciente”. Por tanto la teoría no es irrelevante, pero hay que verla siempre en un contexto.

Hirsch expone que la teoría desempeña diversas funciones, que acarrean tanto ventajas como inconvenientes:

1- La teoría sirve a los analistas para que no se pierda en una relación íntima y personal que podrá llevarle a una amistad, un romance, o una modalidad de relación paterno-filial. La teoría sirve para poner límites a esta tendencia natural, recuerda al analista que la intimidad de la relación es propia del contexto profesional, y evita que se sienta abrumado por el intenso compromiso afectivo y la cantidad de datos. La desventaja de este aspecto es que la teoría, en cuanto que aporta bases y límites profesionales necesarios, también puede llevarse demasiado lejos y usarse para distanciarse demasiado del paciente, produciendo respuestas estereotipadas al material. A pesar de que él se inclina por el modelo humanístico e interpersonal, Hirsch sostiene que cualquier perspectiva teórica puede aplicarse de modo que niegue la subjetividad del paciente, lo objetivice y cree una excesiva asimetría, y que la personalidad del analista tiene más peso que la teoría que sostiene a la hora de marcar la cualidad de la relación.

2- La teoría sirve también a una función afiliativa. Es usual que la organización o institución a la que uno pertenece sea también portadora de vida social, de relaciones de amistad y de pareja. Como desventaja, esto mismo provoca la tendencia a demonizar a las escuelas opuestas y, por otro lado, la tendencia a la disociación entre lo que se muestra públicamente en los escritos y lo que se hace en la privacidad de la consulta, porque en lo que se publica se tiende a reforzar las teorías oficiales y a ocultar los pensamientos, sentimientos e interacciones propios de cada analista.

En resumen, cuando las teorías son demasiado fuertes crean límites excesivamente rígidos y crean también una excesiva tendencia a acomodar los datos clínicos dentro de los esquemas previos. Y como no se puede señalar un criterio objetivo sobre lo que es ser demasiado rígido o lo que es simplemente rigurosidad, la solución del autor es que cada analista intente ver sus propias teorías con un cierto grado de escepticismo, reconociendo que las teorías son siempre subjetivas: “La conciencia de la irreductible subjetividad y de las restricciones de la visión, como todo reconocimiento contratransferencial, puede llevar tanto a la humildad como a un uso más efectivo de uno mismo en la situación analítica”.


Purcell


Purcell empieza con la pregunta de cuáles son los efectos que tienen las diferencias teóricas en el trabajo clínico, si las teorías son meros epifenómenos y en la práctica se comparte más de lo que se difiere, o si por el contrario afectan de forma demostrable a la práctica. Su respuesta, en principio, es que lo que más determina los aspectos particulares de un tratamiento es precisamente la perspectiva teórica.

La teoría, dice el autor, forma parte integrante de la personalidad del analista, influye en su cognición, en la selección de datos que realiza, y determina características de la relación terapéutica. Aunque la influencia de la teoría se efectúa siempre a través de la personalidad del analista, según él se pueden distinguir los efectos de la teoría por un lado de, los efectos de la personalidad del analista por otro, ya que los efectos de la primera ocurren no sólo en interacción, sino independientemente de los segundos. Y el modo como influye la teoría es a través de condicionar las contratransferencias, tanto generándolas como atenuándolas, organizando su experiencia emocional.

En ese sentido, para Purcell la literatura psicoanalítica ha adolecido de una incompleta comprensión de los determinantes de la contratransferencia. Además de la ya reconocida influencia de los conflictos inconscientes y de la reflexión que realiza el analista sobre la experiencia del paciente que el analista, Purcell piensa que la tercera fuente de contratransferencia es la teoría que el analista tiene sobre la psicopatología y sobre la acción terapéutica. Y para mostrar esto, escoge analizar resistencias narcisistas, debido a que en su opinión éstas se realizan siempre con la participación del analista, es decir, las resistencias narcisistas no son efectivas a menos que el analista en la contratransferencia se preste a actuar su rol a juego con la transferencia del paciente.

Las resistencias narcisistas, dice Purcell, implican actitudes de omnipotencia y omnisapiencia y falsa autosuficiencia por parte del paciente, que niega realidades de la situación analítica como son el valor del diálogo analítico, y la necesidad que tiene de ayuda. Pero para que estas resistencias se actúen inconscientemente se requiere que el analista coopere con actuaciones reales.

En este sentido, la teoría tiene diferentes funciones. Además de las evidenciadas por otros autores que el autor cita, como una función diferenciadora al ser una barrera para las proyecciones del paciente (Carper), o la función de mantener un “espacio triangular” (Briton), aquí Purcell resalta que no todas las teorías sirven a estas dos funciones igualmente, por el contrario, algunas teorías fallan, e incluso generan contratransferencias que aumentan la vulnerabilidad del analista a las proyecciones del paciente. Los inconvenientes generados por la teoría pueden ser:

- Generar contratransferencias negativas. La teoría establece en el analista expectativas ante el análisis, y cuando estas expectativas no se cumplen –cuando no se realiza lo que el analista considera “un buen análisis” desde su perspectiva teórica, él tiene reacciones emocionales negativas. En este sentido, la función de la teoría puede asemejarse a la que tienen los aspectos inconscientes –los conflictos- del analista, pero no es el mismo fenómeno. Estas reacciones emocionales puede llevar al analista a actuar sus sentimientos negativos, por ejemplo interrumpiendo el análisis prematuramente, o decidiendo que el paciente es “inanalizable”. Para Purcell es importante que se separe este aspecto de la contratransferencia de otros factores que la determinan como es la personalidad del analista. Siguiendo el ejemplo del autor, un analista puede considerar, según su teoría de la acción terapéutica, que su función es ayudar a su paciente narcisista a disminuir sus síntomas y tener éxito en la vida. Esto puede entrar en conflicto con la necesidad del paciente de mantener su omnipotencia inconsciente y su evitación de aceptar lo que el analista le puede aportar, por su envidia. En este caso, si la defensa del paciente tiene éxito y éste no mejora, esto puede provocar contratransferencias negativas en el analista que interfieran con el tratamiento, en el sentido de que le impiden tomar conciencia del funcionamiento psíquico del paciente. El analista puede sentir que el análisis no está yendo bien, y en lugar de centrarse en entender la mente del paciente, hace intervenciones de apoyo explícitas para que el paciente alcance sus expectativas vitales. Y como no reconoce que su contratransferencia radica en su teoría, se arriesga a aplicarla mal para la comprensión del paciente.

- Generar contratransferencias positivas. Si el analista tiene la idea contraria, que el análisis “está yendo bien” de acuerdo con su teoría, se puede generar entonces una contratransferencia positiva que sin embargo también provoque confusión. La contratransferencia positiva supone procesos idealizadores en el analista, y estos dan al paciente la oportunidad manipularle a favor de la resistencia. En un ejemplo del autor, si según su teoría el analista considera que el autoanálisis es un valor positivo y saludable, y el paciente desarrolla una función autoanalítica, el analista se puede confundir y no distinguir entre una identificación con el terapeuta resultado de un cambio psíquico real, de una identificación con la función del analista que implica resistencia al análisis, y que si fuera percatada podría asociarse a alguna contratransferencia negativa. Otro ejemplo: si el paciente valora la omnipotencia, y el analista, siguiendo su escuela teórica valora la autonomía como índicativo de desarrollo psíquico, cada parte está motivada a evitar la experiencia de dependencia y los conflictos relacionados con ella. Esto hará que el analista no reconozca la falsa autosuficiencia omnipotente del paciente, ya que calificará la situación como de “resultados terapéuticos positivos”.

- Atenuación de las contratransferencias negativas. Para Purcell, es de esperar que en el tratamiento de pacientes narcisistas haya contratransferencias negativas, ya que hay actitudes implícitas, si no obvias, de devaluación y omnipotencia hacia el analista. El analista debe tener contratransferencia negativa que le aporte información de esas resistencias del paciente. Pues bien, tendencias teóricas como las que enfatizan el valor de la madurez, la autonomía, el autoanálisis, etc. pueden atenuar las contratransferencias negativas que podrían desarrollarse si el analista tuviera una teoría diferente. Como estas conductas se consideran “deseables”, no se interpreta su función, su papel en la resistencia. Más aun, Purcell viene a decir que es el estrés que produce el retar las resistencias narcisistas lo que puede provocar al analista a pensar que no es de buen análisis interpretar esas defensas, si ése tiene una perspectiva teórica como la que se ha descrito. Para el autor, esto queda claro en las ocasiones en que un supervisor experimenta por el paciente del supervisado una contratransferencia negativa mucho más intensa que el propio supervisado, pues en estos casos la diferencia puede deberse a la distinta teoría en la que creen ambos. En estos casos, el analista supervisor tiene un ajuste más bueno entre su teoría y la patología del paciente.

Purcell pone un ejemplo clínico para ilustrar su posición. Se trata de un paciente narcisista paralizado por la ansiedad a pesar de sus capacidades, que en el análisis se sentía no ayudado, paralizado también. Al final de una sesión en el que se había estado quejando de esto, Purcell le interpretó que lo que le hacía sentir incómodo ahora era la experiencia de haber sido comprendido en una sesión anterior. En la siguiente sesión, el paciente expresó que se sentía mejor, que se sintió ayudado en la hora previa, y le contó un sueño en el que ambos, analista y paciente, estaban sentados en bancos de un colegio, a poca distancia uno del otro, él sintiéndose bien de que fueran los dos colegiales. El paciente interpretó su sueño como una afirmación del sentimiento de seguridad y competencia personal que estaba adquiriendo, y dijo al analista que le estaba ayudando a sentirse más optimista sobre sus proyectos en la vida. Sin embargo la respuesta emocional de Purcell ante el sueño y las asociaciones fue sentirse decepcionado y pesimista. En el material no verbal, Purcell notó que el paciente hablaba de modo firme, rápido, como sin disposición a recibir lo que el propio Purcell pensaba sobre el sueño, como si con su autoanálisis le estuviera excluyendo. Purcell analizó sus sentimientos contratransferenciales de pesimismo y decepción, recordó entonces un sueño previo en el que ambos habían interpretado que el paciente sentía las interpretaciones de Purcell como vacías y sin significado. Esto le llevó a intervenir de un cierto modo: le dijo que su sueño representaba su intento de eliminar cualquier diferencia entre los dos, diferencia de la que tomaba conciencia cuando le recordaba su capacidad de ayuda.

Pues bien, Purcell sugiere que su propia visión teórica fue un factor causal principal de cómo respondió emocionalmente al material, que una perspectiva teórica diferente hubiera causado una respuesta contratransferencial diferente y por consiguiente una intervención también diferente. La visión teórica de Purcell le había hecho interpretar el material dado a lo largo del tratamiento como un problema de envidia, manifestada en el tratamiento como envidia de su capacidad para entenderle y ayudarle, y por tanto interpretó el sueño y sus palabras como una resistencia. Sin embargo, si la visión teórica del autor hubiese sido la de ver al paciente con self débil por déficit, la respuesta emocional habría sido otra y la intervención también.

O sea, para él la creencia determina la contratransferencia, y a su vez la contratransferencia –condicionada además por otros factores, como la personalidad del analista y la modalidad del paciente- produce una determinada interpretación. Y opina que esto es una realidad independientemente de otras cuestiones, como la cuestión de si una teoría determinada se ajusta o no, o mejor o peor, con el momento y la patología del paciente. Si la respuesta es afirmativa, este sería un ejemplo de contratransferencia que ayuda, en caso negativo, lo sería de una contratransferencia determinada por la teoría que confunde.

La posición de Purcell es pues que la teoría del analista, una amalgama de contenidos consciente e inconsciente de teoría académica y creencia personal, determina el significado que éste da al material y por tanto su reacción emocional al paciente–la contratransferencia. Al tomar conciencia de aspectos contratransferenciales, el analista puede traer su teoría del preconsciente a la conciencia, y usarla para comprender sus propias reacciones. Purcell sostiene que en este aspecto, la relación del analista con su teoría es similar a la relación que tiene con sus objetos internos creados por su experiencia previa con los demás.

Finalmente, el autor extrae de sus propuestas conclusiones importantes:

1- Dado que en la actualidad no puede decirse que exista una teoría que comprenda la totalidad de las formas de psicopatología, y que cada teoría privilegia diferentes áreas de funcionamiento psicológico, propone que en la formación de psicoanalistas debería tenerse en cuenta este hecho, debería promoverse la toma de conciencia de los efectos y mecanismos subyacentes de la teoría sobre la contratransferencia, además de otros determinantes de esta que han sido ya reconocidos en la literatura psicoanalítica. Es positivo por tanto que los psicoanalistas en formación puedan acceder a diferentes visiones teóricas, a diferentes y variados profesores, y a diferentes tipos de psicopatologías, ya que estas experiencias influyen en la elección de su teoría por parte del estudiante, y en su propia relación interna con la teoría que finalmente asuma.

2- Purcell continúa diciendo que la relación interna del sujeto con su teoría se vuelve, a lo largo de los años, más fuerte, y los efectos en la contratransferencia se hacen mayores, de modo que la teoría llega a ser un filtro a través del cual se ven los eventos del análisis y a su vez se reacciona emocionalmente a ellos. Por tanto, otra conclusión de todo esto es la necesidad de consultar os casos con otros analistas de teorías diferentes, y aplicar estas teorías a la propia experiencia clínica.

3- “El amor es ciego”, recuerda el autor, y por tanto el amor a la propia teoría puede hacerle impermeable a proyecciones del paciente que generan conocimiento contratransferencial, o bien confusión, en el analista. Así que la naturaleza específica de este amor (de teoría) debe ser una parte de la autocomprensión del analista, y algo que él debe continuamente redescubrir y atender”. Porque la dificultad que tienen analistas que representan distintas teorías para dialogar entre sí no es sólo por conflictos narcisistas, sino que se debe al hecho de que con el tiempo la teoría se vuelve una estructura mental fundamental para cada uno, y el debate se experimenta como un ataque que perturba la realidad psíquica propia.


Comentario

Como empecé comentando, tenemos aquí a dos autores que analizan el papel de la teoría en la contratransferencia, resaltando aspectos diferentes, pero llegando a resultados similares. Para Hirsch, es la personalidad del analista lo que desempeña un papel crucial en el modo como éste trabaja, cómo afronta, comprende, e interviene con el paciente. Purcell, sin embargo, se detiene a analizar precisamente el papel de la teoría en sí, independientemente de la personalidad –del mundo interno, conflictos personales, pasado, etc. del analista.

Ambos autores no desdeñan el otro componente, pero se detienen y enfatizan uno de ellos por considerarlo especialmente importante y, en el caso de Purcell, por considerar que no ha sido suficientemente tomado en cuenta ni trabajado en los escritos psicoanalíticos. Como, por mi parte, no siento que lo que dicen ambos sea contradictorio, sino más bien complementario, voy a intentar sacar unas conclusiones generales en base a las ideas que aportan.

La actitud del psicoanalista frente al paciente, el modo como lo entiende, como se representa su psiquismo, como reacciona afectivamente a él –contratransferencia- y en consecuencia con lo anterior, como se decide a abordarlo, depende de diversos factores que están entrelazados pero que pueden considerarse independientes.

1- Un primer factor es la personalidad del terapeuta y cómo esta se acopla con la del paciente, creando un vínculo relacional particular, un espacio intersubjetivo que depende de la específica mezcla de ambos.

2- Un segundo factor es el conjunto de teorías que el analista lleva consigo, esquemas mentales que usa para organizar los datos, darles significado.

Para Hirsch, el primer factor, la personalidad del analista y la especificidad del vínculo a que ésta da lugar cuando se une a la del paciente, es el principal. En cuanto al vínculo creado, el autor sostiene que no es la teoría lo que hace a un terapeuta sentirse entendido, comprendido, por su propio analista, y de ahí adoptar esa misma teoría como suya, sino más bien al contrario, es la clase de vínculo que se establece con el analista propio lo que resulta prioritario para identificarse con su marco teórico, o por el contrario buscar otra aproximación. Podría decirse que Hirsch ve los razonamientos que posteriormente se dan para justificar tal decisión como racionalizaciones, ya que ésta ha sido tomada más bien por causas emocionales e inconscientes. En cuanto a la personalidad del analista, Hirsch sostiene que ésta conlleva unas determinadas tendencias estéticas y una modalidad de procesamiento que lo acercan a unas aproximaciones teóricas y lo alejan de otras, independientemente de que estas teorías en sí sean más o menos válidas desde el punto de vista de que se ajusten o no a la realidad del psiquismo de los pacientes.

Purcell enfatiza justamente lo contrario. Para el autor, la teoría en sí, aunque mediatizada por la personalidad del analista, es lo que provoca en éste reacciones emocionales que a su vez son usadas para interpretar lo que está ocurriendo en el paciente e intervenir con él. Yo veo que esta postura de Purcell tiene la cualidad de ser rompedora, porque en esta época de auge relacional e intersubjetivo, donde se privilegia el factor cambiador del vínculo, recuperar la importancia de los esquemas teóricos como motor que dirige el cambio me parece necesario.

Ambos autores tienen en común una aproximación al tema que se aleja del realismo ingenuo. En ambos está superada la visión clásica que veía al psicoanalista como dueño de la verdad, con poder para representarse “objetivamente” lo que estaba ocurriendo en la mente del paciente. Ambos autores están plenamente integrados en la visión actual que supera este realismo y da peso al aspecto subjetivo, la visión constructivista que considera que ninguna representación mental es una copia de la realidad. Ambos tienen asumido la postura pluralista, perspectivista, que ve que la realidad se puede captar desde diversos ángulos, y que la representación mental de ésta es siempre limitada, porque necesariamente se adopta un punto de vista y se privilegia éste con merma del otro.

Esta postura ampliamente aceptada en el psicoanálisis contemporáneo causa a su vez no poca desazón, por lo que tiene de riesgo de caer en el relativismo, de olvidar que, sin embargo, cualquier intervención no es igualmente válida, porque existe algo fuera, la mente del paciente, que aunque al entrar en relación con la nuestra de lugar a algo nuevo, traía ya unos esquemas mentales cognitivos y afectivos previos, esquemas que pueden condicionar fuertemente las reacciones del paciente no solo dentro del vínculo terapéutico, sino en su vida en general. Por eso el punto de vista que tengamos sobre la mente del paciente podrá estar más o menos ajustado a esta realidad que el paciente trae. En otras palabras, el criterio de verdad, si bien no simplistamente asumido, no puede perderse de vista del todo, a riesgo de caer en el relativismo de pensar que cualquier abordaje es igualmente válido y perder así toda posible referencia con la que debatir sobre el trabajo clínico.

Pues bien, ambos autores, partiendo de una posición pluralista, a su vez hacen alusión a la necesidad de buscar y mantener en todo momento un criterio que sustituya al antiguo criterio de verdad. En el caso de Hirsch, lo que el analista ha de hacer es mantener una actitud de reflexión y crítica sobre su propia teoría, a sabiendas que esta ha sido tomada por motivos más afectivos y subjetivos que racionales. Esta actitud crítica le salvaría de ser excesivamente rígido en la aplicación de la teoría de pertenencia, con lo cual los límites de ésta –el hecho de que está resaltando o visualizando una parte de la realidad a expensas de otra- tendrían menos trascendencia, ya que el analista tendría ocasión de adaptar este marco subjetivamente adoptado a la realidad del paciente que tiene enfrente, no dejándose constreñir excesivamente por aquel, manteniendo la capacidad de sobrepasarlo, de ir más allá de él, sin sentirse por esto traidor o desleal, sin el temor de estar violando las reglas de su entorno psicoanalítico.

Purcell llega por otro camino a conclusiones similares. Aun enfatizando el otro factor, dando importancia precisamente a los guiones y esquemas teóricos como causa de la actitud contratransferencial y por consiguiente de la intervención, su preocupación al final es la misma: una vez admitida la parte subjetiva, limitada, de la representación del paciente que la teoría conlleva, cómo podemos superar esta visión que siempre será más estrecha que la realidad que tenemos delante, de modo que no nos haga caer en interpretaciones de datos –y reacciones emocionales en base a ellos- que sean ambos estereotipados y desconectados de la realidad que el paciente trae. Sus conclusiones, en este caso llevada a campos de aplicación como la formación de los psicoanalistas y la forma de mantener después el trabajo clínico, son similares a las de Hirsch: es necesario tener la oportunidad de formarse en contacto con diversas aproximaciones teóricas, con diversos profesores, y no dejar de tener este contacto durante la vida profesional, manteniéndolo a través de la consulta y debate con otros, con objeto de que los aspectos limitadores de la teoría no se vuelvan excesivamente potentes, de que mantengamos siempre una conciencia de lo subjetivo de nuestra postura. Es además sugerente la comparación que hace el autor de la relación de cada uno con su teoría como la relación con un objeto interno, el modo en que podemos cuidar esta relación para que no sea demasiado dependiente, apasionada, exclusiva.

Es de resaltar un hecho: Hirsch es un autor inscrito en la escuela humanista e interpersonal, mientras Purcell se manifiesta en sus viñetas como de orientación más clásica, kleiniana. No parece casualidad que el primero resalte la importancia de la personalidad y la relación como determinante de la contratransferencia, mientras el segundo da primacía a la escuela teórica. Aquí una vez más parece cumplirse que la teoría condiciona la selección de datos, el análisis de estos, el énfasis en unos más que en otros.

En fin, propuestas ambas que son características del momento en que se encuentra el psicoanálisis, pero a su vez muy útiles porque aportan normas, quizá de las pocas normas universales de actuación que puedan llegar a establecerse dentro del marco pluralista: la asunción de un metavalor que esté más allá del valor que damos la propia teoría, el valor del autocuestionamiento, la flexibilidad, la tolerancia, la apertura.

 

 

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