aperturas psicoanalíticas

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revista internacional de psicoanálisis

Número 034 2010 Revista de Psicoanálisis en Internet

Las metateorías del psicoanalista acerca de la diferencia sexual y lo femenino. [Panel "Teorías implícitas de los analistas sobre la feminidad". Congreso IPA, Chicago, 2009]

Autor: Abelin-Sas, Graciela

Palabras clave

Feminidad, Diferencia sexual, género.


Traducción: Marta González Baz
Revisión: Graciela Abelin-Sas
Transmitiendo  nuestras teorías
¿Podremos   influenciar concepto de feminidad de una paciente a través de nuestras teorías psicoanalíticas preexistentes? ¿O lo haremos efectivamente   a través de  nuestras vivencias  inconscientes de  otredad y género, nuestras teorías privadas, que ponemos  en acto sin ser conscientes de hacerlo? Y, de ser así, ¿cómo tendrá lugar? ¿Cuáles son los medios mediante los cuales  comunicamos nuestra  particular  percepción de nuestro cuerpo, la manera en la que  hemos manejado nuestra  tendencia  a ser ambos sexos, nuestra conexión con la maternidad, con la sexualidad y con las numerosas teorías que hemos  abarcado, estudiado y, finalmente, rechazado?
Nuestra voz, tono y gestos, el modo en que recibimos a nuestros pacientes y los despedimos, el momento en que elegimos enunciar  nuestras intervenciones o decidimos no responder a un tema íntimo, todos estos actos son elocuentes y significativos. ¿Son éstos expresiones de nuestras soluciones personales al problema del género o   de teorías que acatamos? ¿Coincidirán ambos? Estoy planteando una pregunta  que realza la posible disyuntiva entre aquello  en lo que creemos y aquello que vivimos. Esta pregunta  también refleja la difícil tarea de permanecer cercanos a lo que constituye para cada uno de nosotros una posición psicoanalítica "correcta"; ya que no siempre podemos ser modelos de la posición que consideramos ideal. Esta posible  disyuntiva personal interna constituye un desafiante problema que requiere una  continua  vigilancia de observación y escrutinio  de nuestro propio self
Me viene a la mente un ejemplo, una experiencia de una amiga  cercana  en análisis con una gran autora,    pionera en estudios femeninos. Mi amiga tenía 27 años en 1970. Estaba muy decepcionada por la reacción de su marido ante su primer embarazo, que fue seguido de un aborto espontáneo;  la  falta de interés y emoción de él mismo  fue tan llamativa que incluso el  obstetra hizo un comentario al respecto. Muy preocupada por  esta patológica falta de empatía mi  amiga consideró una separación. Su analista le dijo sin dudar  que esa acción sería un acting-out. ¿Acting-out de qué? De su transferencia hacia la analista como una madre que no ofrecía lo que ella necesitaba. Más adelante, la analista reveló una posición  personal  cuando añadió: pero si se divorcia, ¿cómo va a encontrar otro marido a su edad?
Yo estaba perpleja por la así llamada  interpretación de la transferencia, seguida por un comentario sobre la realidad que podía haber sido pronunciado más apropiadamente por una madre preocupada que por una analista experimentada. Me pregunté si la analista estaría más  preocupada por el análisis   que por este serio y real problema marital y  que tal vez  la continuación imperturbable del análisis era más importante para ella que el futuro de su paciente. ¿Se daría cuenta esta analista del papel que la así llamada técnica adecuada estaba teniendo sobre la vida de su paciente?
 ¿Estaría la analista prestando atención a su propia experiencia de vida? A este respecto, Nancy Chodorow nos dice que en el curso de las entrevistas a analistas acerca de sus escritos sobre feminidad, éstas confesaron que no habían tenido en cuenta sus propias experiencias. Como confirmación de esta investigación  era en aquel  entonces de conocimiento público que la analista de mi amiga había sufrido de joven un abandono humillante por parte de su propio marido.
Me pregunto si esa situación ejemplifica cómo las teorías y la técnica que nos han enseñado  mentores  respetados puede imponerse al conocimiento adquirido  por nuestra experiencia de vida. Es un gran peligro permanecer anclados a preceptos dictaminados en lugar de confiar en lo que una ha aprendido en el curso de su propia vida. Esto bloquea nuevos y valiosos enfoques.
Algunos conceptos personales
En mi opinión, el tema de lo femenino y de la diferencia sexual, como casi todo en psicoanálisis, no se puede convertir en dogma ni generalizaciones. Las experiencias de cada paciente como  bebé, la calidad de su relación sensual con su madre, padre y otros, el investimento emocional que las figuras parentales han hecho en su género  dadas sus propias historias personales, transmitidas inconscientemente a su descendencia, los traumas tempranos, las pérdidas y decepciones tempranas, vida familiar, el nacimiento y las características de sus hermanos, todo ello contribuirá al modo único y personal en que una niña experimentará su cuerpo y su género (Galenson, Mahler).
Considero la feminidad (“femaleness” en la lengua inglesa) como un sentimiento central de género basado en estímulos biológicos que, influenciados por las experiencias emocionales intersubjetivas tempranas, (Stoller, Kleeman, Abelin) marcan su destino. Me gustaría distinguir este sentimiento biológico, sensorial, inconsciente de la feminidad (“femaleness” en la lengua inglesa) de otro sentimiento consciente de feminidad. En este último, los roles identificadores, las situaciones conflictivas en relación con pertenecer sólo a un género, o en relación con el otro género, tanto en las constelaciones preedípicas como las  edípicas, desempeñarán un papel importantísimo.  Es en este contexto que fantasías de atribución de valor a la feminidad estarán entretejidas con el  desarrollo narcisista y determinarán el resultado de un sentimiento de self y  de autoestima. Y es en este  campo, propenso a variaciones evolutivas extremas,  que aparecerán conflictos sobre el objeto de deseo sexual y la maternidad (Rocah).  
El concepto de la feminidad se desarrolla de forma diferente en cada mujer. Su progreso se verá interceptado por saltos que dependen de experiencias concretas y la simbolización que adquieren. Por ejemplo, incluso si se ha establecido la consolidación de un sentimiento nuclear de identidad de género, el encuentro cognitivo consciente con las diferencias sexuales puede provocar respuestas  específicas  dependiendo del  estado evolutivo de la niñita. En mi sentir, la  reacción de la niña ante las diferencias sexuales de sus congéneres tiende a diferir de aquellas  incitadas por el género de sus padres. Esta última parece estar concebida bajo un esquema diferente. La feminidad y masculinidad  de sus padres se relacionan más con sus diferentes roles dentro de la familia. La niña de 3 años de una pareja lesbiana le dijo a su cuidadora: "Tengo un papito". "¿Sí? ¿Cómo se llama?" "Mi papito  se llama Mamita".
A medida que la fase edípica se intensifica, la integración de esos elementos tendrá su efecto en el concepto de temporalidad , de generaciones, de lo que es permisible y aquello a lo que se debería renunciar, y  a lo qué se puede esperar  del futuro en relación con los otros íntimos. En este sentido, serán de gran importancia los distintos modos de negociar los roles de género que la niña haya observado en los modelos significativos e idealizados en su vida (Herzog).
Por tanto, la capacidad de negociar diferencias físicas, una demanda psíquica espectacular, variará en gran medida dependiendo del entorno relacional y cultural que rodee a la joven y también del impacto de los cambios biológicos que afectarán a su cuerpo. Las variables son tantas que sólo podemos conjeturar posibles resoluciones mientras tomamos parte  imaginariamente en el desarrollo  del sentimiento de femineidad  en una paciente determinada.
La diversa y rica literatura sobre el desarrollo de la feminidad resulta de enorme valor. Sí, por supuesto observamos angustia de castración femenina, envidia al pene, masoquismo, miedo a la autoridad, a la agresión, rivalidad y envidia de la madre preedípica y edípica. Pero ninguno de estos  múltiples modos de intentar entender la feminidad y su desarrollo nos dará la clave de la experiencia corporal y de género única de nuestra paciente ni de las muchas facetas del desarrollo que constantemente son puestas en movimiento por situaciones que debe enfrentar en su vida, su cultura familiar y la evolución de los roles de género en la cultura en general, siempre cambiante.
¿Cómo aplicar entonces los modelos creados hace muchos años, en una cultura determinada, para definir lo femenino? La objetificación de lo que define la feminidad es un mero prejuicio a menos que tomemos en cuenta el contexto histórico y cultural en el que vive nuestra paciente.
Cambios observados en la vivencia del  sentimiento de feminidad  en el curso de los años
Tomando en cuenta   pacientes que he observado en  su juventud en los últimos 30 años, a diferencia de las mujeres que buscan mi ayuda hoy en día, noto que presentaban diferentes  conflictos  que impedían su satisfacción. (Me estoy refiriendo a mujeres blancas americanas y sudamericanas de clase media viviendo  en la ciudad de Nueva York).
1. Dificultad de   renunciar al sentimiento de que una posición asertiva estaba privando al hombre de su papel central y a su propia madre de un papel de autoridad.
2. La convicción  de que su compañero era el único que tenía el derecho de lograr la ambición de ella tenía,  que quedaba así descentrada, desplazada en los éxitos de su compañero.
3. En algún momento la presencia de un sentimiento intenso de decepción en la realización de sus deseos y en la  previa idealización de su compañero.  Como consecuencia, convertirse en su crítica más feroz.
Pero la cultura ha evolucionado y ha tenido un intenso impacto en los modos en que las mujeres viven la feminidad. Lo mismo puede decirse de los hombres. La mujer americana de hoy en día ha tenido experiencias sexuales que le han permitido ser consciente de sus patrones de excitación sexual, sus condiciones para obtener placer, sus demandas de logro de su compañero. Ella tiene  ambiciones propias, no centradas en su obtención  a través de  un otro.  A menudo estos intereses  crean conflicto entre su carrera y su deseo de formar una familia. Puede hallarse en la terrible situación de haberse comprometido  con proyectos que van retrasando la maternidad en busca del éxito profesional.
Hoy  encontramos temas de distinto orden, tales como:
1   Angustiosa incertidumbre de su rol, como madre y esposa,  resultante    de su diferenciación con los  ideales abrazados por generaciones previas. Ella cuenta con  escasos modelos.
2. Específicamente  en relación con la posición de su madre respecto a su matrimonio. Su identificación con ella es sumamente ambivalente
3. Dificultad de poner  en perspectiva sus expectativas de roles e ideales, tolerar sus decepciones, regular sus demandas de poder y su sobre todo, su agresión hacia  su compañero.
La autonomía y autodefinición han sido adquiridas por esta generación más joven. No siendo dependientes de sus hombres, estas mujeres temen que la maternidad pueda afectar a su autosuficiencia, incluso el matrimonio. Ya no idealizando a su hombre, demandan igualdad con escasa empatía, más allá de la capacidad de su compañero. Pero a menudo se sienten abrumadas por las tareas que han asumido.
Leticia Glocer Fiorini afirma que la subjetividad se genera en la intersección de estos tres campos: feminidad, sexualidad, maternidad. Sí, el sentimiento subjetivo consciente de maternidad incorporará la personificación de los tres campos, que, a su vez, dependerán de una miríada de variables históricas y personales. Añadiré a su valiosa contribución la resignificación de la identidad femenina a lo largo de la vida de una mujer en relación con ambos géneros. Mi impresión es que ésta está en constante redefinición, como lo está el deseo, su relación con el poder, dependiendo de los cambios biológicos  de su  cuerpo, así como de las experiencias sociales y personales que tiene en el amor, la maternidad y el trabajo. A lo largo de su vida su experiencia de ser mujer evoluciona dependiendo de las circunstancias que la rodean. En muchas culturas, los últimos 40 años han impactado enormemente en la condición de las mujeres. Han traído a primer plano nuevos desafíos para ambos géneros, nuevas posibilidades y nuevos roles. Estoy pensando en la legalización del aborto que permite a la mujer elegir el momento adecuado para la maternidad, la donación de óvulos o en una madre  prestada que lleve en su vientre al bebé deseado por mujeres físicamente incapaces de quedarse embarazadas. Correspondientemente, nuestras teorías necesitan cambiar y abarcar estos cambios impredecibles e inesperados. En suma, a lo largo de su vida los acontecimientos reales contribuirán a cambiar el significado de su género.
El conocimiento de muchas teorías evolutivas sirve como instrumento organizador para nuestras mentes, pero nuestra escucha requiere  que lo hagamos con una mente abierta y aventurera. Así, intento estimular la curiosidad y conocimiento de mi paciente con los principios y narrativas inconscientes que instruyen su relación con su cuerpo, género y sexualidad. Lo mismo sirve para  la  analista de las pacientes. Mi herramienta de trabajo es permanecer tan curiosa como la paciente respecto a mis propios funcionamientos mentales.
Lo que los analistas pueden ofrecer a una mujer es llegar a ser consciente de su singular organización creativa de sus experiencias y fantasías, de sus teorías ocultas  y su génesis. Puede ofrecerle la libertad potencial de deshacer identificaciones forzadas debido a acontecimientos circunstanciales en su vida y así clarificar su "continente oscuro" para ambas, paciente y analista.
La influencia de las pacientes en nuestras teorías
Mis pacientes me han ayudado a menudo a ampliar mi marco psicoanalítico, cultural y sociológico. Por ejemplo, hace muchos años, a principio de los 80, me enfrenté a la decisión de una paciente de convertirse en madre mediante un banco de esperma. Nunca había estado cercana a esa idea, que  acababa de  surgir  como una posibilidad para las mujeres solteras. Tenía que adaptarme  a esa aventura. Me parecía tremendamente valiente, incluso inimaginable para mí en muchos sentidos. La situación tuvo lugar al principio de mi carrera psicoanalítica, llevándome a consultar  a un admirado colega.  Él vio la decisión de mi paciente de recurrir a un banco de esperma como una demostración de su envidia al pene, su agresión hacia los hombres en general y su envidia de la madre preedípica. El pensaba  que todos estos temas necesitaban ser elaborados en la transferencia. Consecuentemente, me sentí intimidada   por el hecho de que esta situación tuviera lugar bajo mi cuidado. Afortunadamente, la decisión de mi paciente era definitiva; cercana a los 40 y con un historial familiar de menopausia temprana, ella no tenía dudas. La paciente  quedó  agradecida por mi neutralidad y  apoyo. Por mi parte, me vi forzada a reconsiderar el concepto de maternidad como algo disímil  de la relación de pareja parental; tuve que aprender mucho sobre la difícil  experiencia de una madre soltera y  de su intensa relación con su bebé.
Continuando con el tema de cómo nuestra persona llega a  influenciar a una paciente  más allá de toda teoría    y reflexionando sobre cómo nuestros pacientes influyen en nuestro desarrollo profesional y personal, me gustaría referirme a un efecto mutuo, inconsciente, no verbal que no podemos medir pero que sí podemos sospechar.
Muchos años después, esta misma paciente, ahora en torno a los 60 años, volvió a verme. Se había casado con un hombre que llegó a ser un buen padre para su hijo. Centramos nuestra atención en problemas que nunca se habían explorado durante su análisis. Más concretamente, el que hubiera sido abusada sexualmente por un hombre que la  cuidó cuando tenía menos de 4 años. Esto había contaminado su relación con los hombres de un modo muy importante. Me entregó algunas cartas que me había escrito y nunca me había enviado. Habían sido  escritas unos años después de haber terminado el análisis, coincidiendo con su menopausia. En una de ellas  me reprochaba  mi falta de generosidad al no haberle ofrecido  mi conocimiento personal de lo que era ser mujer. ¿Por qué no había ella podido  aprender  de mí lo que su madre no había podido ofrecerle? ¿No podría haberla enseñado yo a ser más femenina, más seductora?
Y la pregunta continúa abierta  ¿podría mi paciente haber aprendido esto de mí? O, tal vez, de hecho lo  aprendió,- por ejemplo logrando a toda costa su  maternidad antes de que fuera demasiado tarde. Ninguna de nosotras sospechó nunca que mi presencia en su vida, principalmente el análisis cuidadoso de su difícil  relación con una madre con la que no había querido identificarse pudiera haber influido en esa decisión.
Volviendo al tema de las teorías conscientes e inconscientes y a nuestra capacidad de saber cómo y cuándo aplicarlas y  de ser capaces de de  calibrar y re-pensar   nuestras intervenciones analíticas, me viene a la mente este ejemplo. Cuando estaba embarazada de mi primer hijo, aún en formación psicoanalítica, uno de mis supervisores comentó que yo parecía muy orgullosa de mi panza  fálica. En ese momento no encontré las palabras para decir que no había nada fálico en la experiencia de estar embarazada. Nada en absoluto. El orgullo que él leyó acertadamente era por el extraordinario sentimiento   de generosa plenitud en mi cuerpo. Esa interpretación errónea de mi experiencia no habría tenido lugar si él se hubiera preocupado de preguntar y escuchar, en lugar de repetir  teorías que estructuraban el mundo que él conocía. Éstas no ofrecían nuevos horizontes. De aquel encuentro aprendí que cualquier teoría establecida puede ser utilizada para enclaustrar la verdad, y transformar un conjunto de  hipótesis  ya conocidas  en  ley. Esto ni avanza ni representa el pensamiento psicoanalítico. En cambio, congela la visión del fenómeno  y despoja  del potencial de organizar  de manera creativa lo que  nuestra  imaginación aún no ha podido concebir hasta entonces.
Siempre he estado muy interesada en la condición de las mujeres, en sus conflictos, inhibiciones, teorías y su papel en la historia, sus relaciones con los hermanos, figuras parentales, maridos e hijos. He llegado a la conclusión de que simplemente no es posible definir las características de la feminidad sin prejuicios. Ni pienso que lo mismo sea posible para la masculinidad. Sí podemos  centrarnos en los conflictos  que nuestra paciente encuentra para negociar con las normas y expectativas de su entorno inmediato íntimo y cultural. En cómo nuestra paciente se siente siendo mujer y respecto a la maternidad, en sus teorías y expectativas hacia el otro género, en qué la atrae y qué enciende su deseo. Este conocimiento puede conducirla  a un sentimiento de satisfacción consigo misma y con los demás, independientemente  de su género y  el de los otros.
 
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