aperturas psicoanalíticas

aperturas psicoanalíticas

revista internacional de psicoanálisis

Número 045 2013

¿Siguen siendo importantes las palabras y el fraseo del analista?

Autor: Levin, Carol B.

Palabras clave

Palabras del analista, Fraseo.


The analyst's words and wording: Do they still matter? fue publicado originariamente en Journal of American Psychoanalyic Association, 2011, 59: 1221-1237

Traducción: Marta González Baz
Revisión: Ariel Liberman

Al abrir este panel clínico y teórico, organizado para explorar no sólo si las palabras y las expresiones siguen siendo importantes para los psicoanalistas, sino también para explorar en qué modo lo son, Joseph Lichtenberg recordaba al panel y a la audiencia que muchos analistas hoy en día ya no consideran que la comunicación basada en el lenguaje que lleva a la interpretación y el insight sea el principal agente de cambio terapéutico. Trabajamos en una época en la que el péndulo en la teorización analítica sobre la acción terapéutica ha oscilado de un foco en la verbalización a un foco en los procesos no verbales implícitos, a menudo inefables, como la interconexión relacional, la función contenedora, los momentos de encuentro, los compromisos disciplinadamente espontáneos, la inmersión empática, la resolución de las puestas en escena (enactment) y la disociación, la reparación de las rupturas y el papel de “el tercero” teorizado de diversos modos. Tal vez, pensaba Lichtenberg, no se ha dicho suficiente en estos días sobre cómo las palabras y las expresiones que elegimos para hablar con nuestros pacientes contribuyen a la acción terapéutica del proceso analítico.

Lichtenberg articuló el vasto terreno que abarca la cuestión, “¿Siguen importando las palabras y el fraseo del analista?[*]” planteando una serie de cuestiones retóricas diseñadas para explorar dónde nos hallamos hoy como campo. ¿Es mejor la elección de unas palabras que la de otras? Las palabras de los analistas, ¿se basan en la teoría? ¿Saben los analistas que esto es así? ¿Cuánta importancia deposita un analista o su teoría en los efectos mutativos de la espontaneidad y el compromiso afectivo frente a las explicaciones cuidadosamente razonadas? ¿Cuánto de la elección de las palabras y el modo de expresarse está determinado por el estilo comunicativo individual, culturalmente influenciado, independientemente de la teoría y la formación de un analista? ¿Están la elección de palabras y el fraseo de un analista co-creados bidireccionalmente (a veces o todo el tiempo) en cada díada y en cada momento? ¿Es posible saber si un enfoque verbal, por ejemplo el uso de la ambigüedad o la metáfora, es mejor que otro? ¿Puede ser evaluada la eficacia verbal, incluyendo el tono y la prosodia, sólo en una díada concreta, o puede generalizarse? Lichtenberg pidió a los panelistas y a la audiencia, al escuchar las palabras que cada panelista utilizaba para presentar al paciente, que se centraran en el impacto que las palabras y el fraseo tenían en la relacionalidad, el flujo de asociaciones y el insight. Los panelistas, todos analistas experimentados en activo, lidiaron con estas cuestiones implícitamente en las presentaciones de sus procesos y explícitamente en sus comentarios reflexivos sobre su material y en cómo interactuaron primero entre sí y luego con la audiencia.

Las meditaciones sobre las cuestiones retóricas de Lichtenberg emergieron y fueron articuladas a través de las lentes teóricas particulares del trabajo de cada panelista y en el diálogo vivo, sin guión, de los panelistas entre sí y con la audiencia sobre sus procesos clínicos. Paradójicamente, las respuestas a las cuestiones retóricas planteadas por Lichtenberg a menudo se respondían no por ponerles palabras sino que se mostraban[1]. Este informe intenta captar la riqueza del serpenteante diálogo mediante el cual se mostraban y se formulaban sus respuestas.

Fred Busch, que habló primero, comenzó su presentación clínica coincidiendo con Toni Morrison en que las palabras fortalecen la meditación, ahuyentan “el miedo que dan las cosas que no tienen nombre”, y alivian la carga de opresión. Las palabras nos permiten dotar de sentido a nuestra existencia permitiéndonos hacernos a un lado y narrarla. Las palabras, entonces, importan. A continuación presentó el material de su paciente, quien resaltaba que se sentía “embotado”. Busch escuchó tranquila y atentamente, como suele hacerlo, con su teoría en un segundo plano de su mente en lugar de en el primero. Pero pronto observó que no se le ocurrían muchas cosas mientras su paciente hablaba. Su propia mente no se sentía libre. Su estado mental embotado captaba lo que la mente preconsciente de su paciente estaba elaborando, pero pronto su paciente se animó cuando asoció con un sueño. Recíprocamente, el propio Busch se sintió más animado y capaz de pensar. Entonces pudo encontrar palabras que estimularan la curiosidad del paciente por su propia mente y sus palabras liberaron al paciente para que hablara de los temores edípicos y de castración implícitos que Busch creía que contribuían al sentimiento inicial de embotamiento tanto suyo como del paciente.

En esta viñeta, Busch estaba siguiendo la dinámica del momento clínico en lugar de buscar algo que pudiera estar enterrado (el pasado en el presente). Intentó hacer sus interpretaciones (palabras y formulación) lo menos saturadas (sin ideas preformadas) posible, de modo que su paciente pudiera elegir la dirección en la cual tomarlas. En realidad, para Busch, la belleza del proceso de asociación libre es que le da al paciente la libertad de mostrar al analista para qué está preparado. Fue encontrando palabras para los sentimientos y pensamientos que era demasiado peligroso conocer, y no digamos decir, como Busch y su paciente pudieron recuperar  sus mentes y la libertad para pensar y sentir lo que había sido previamente inalcanzable. En el psicoanálisis, al contrario que en otras formas de terapia, según Bush, descubrir la propia mente es crucial para el proceso curativo. Las palabras del analista, cuando son clarificadoras, ayudan al paciente a encontrar sus propias palabras para representar acciones y así entrar en contacto con su mente. Lo que es representado puede construir estructura y mejorar la capacidad para contener. Busch añadió que piensa que los analistas a menudo confunden  su capacidad para leer el inconsciente con la capacidad de sus pacientes para entenderlo. Cuando la distinción entre una comunicación inconsciente y la capacidad para comunicarse con el inconsciente de un paciente no está clara en la mente del analista, las interpretaciones de éste corren el riesgo de añadirse a la confusión del paciente en lugar de construir estructura.

Busch piensa que a lo largo de los últimos 35 años, el método psicoanalítico clásico ha cambiado de un paradigma de levantar la represión a un paradigma de transformar algo que ha sido reprimido, poco representado o no representado, en algo representable, como una idea o un significado. Busch siempre trabaja con el objetivo de construir representaciones mediante las palabras y los símbolos, extraer significados de las asociaciones aquí y ahora que están preconsciente o inconscientemente disponibles para el yo. Cree que antes de que puedan interpretarse las construcciones del pasado o cualquier significado, es necesario representar el mecanismo psíquico en juego, puesto que las representaciones son potentes herramientas mentales que la mente puede usar de modos que no son posibles con lo que no es representado. La mente puede jugar con representaciones, observarlas, darles la vuelta, incluirse en otras representaciones o usarlas para construir un pensamiento, una novela, o una idea psicoanalítica.

Al abrir el panel de discusión de la presentación de Busch, Lichtenberg apreció cómo el trabajo de Busch mostraba cómo nosotros y nuestros pacientes podemos jugar con las palabras. Luego le hacía una pregunta a Busch: “Si su presuposición, la que nos trae aquí, es que los temores de castración son muy potentes para su paciente, ¿en qué medida cree que su pensamiento de fondo o formulación afecta a las palabras que elige, aunque no mediante un plan consciente, puesto que las palabras fluyen de nosotros (aunque no son arbitrarias)? Busch respondió que en realidad nunca había usado la palabra “castración” con su paciente y que su intención consciente había sido centrar su investigación en lo que hacía que su paciente “se volviera loco”, es decir, lo que bloqueaba sus pensamientos. Pero las palabras “angustia” y “peligro” se repetían cuando Busch le hablaba a su paciente, replicó Lichtenberg, y le parecía que “castración” estaba circulando en la mente de Busch durante la sesión, influyendo en su modo de organizar el material del paciente.

Busch dijo, haciendo referencia a Bion, que aunque siempre está pensando en qué impide que las mentes de sus pacientes sean libres, intenta comenzar cada sesión “sin memoria ni deseo”. Aquí siguió preguntándose qué llevaba a su paciente a volverse loco, y seguía escuchando “peligro”. Es el peligro de pensar o sentir algo el que ocasiona problemas a la gente. Busch siempre escucha “qué es lo que hace difícil pensar en eso”, “qué es lo que impide que la mente de [su] paciente sea libre”.

Judith Yanof agregó que Busch ayudó a su paciente a nombrar lo que temía cuando introdujo la palabra “curiosidad”. Esta idea, que creó novedad para el paciente, lo ayudó a liberar su mente. Busch respondió que se centró en el peligro asociado a la curiosidad de su paciente porque está intentando ayudarlo a construir representaciones más ricas para incrementar su capacidad de pensar con mayor complejidad.

Frank Lachmann dijo a continuación que pensaba que Busch y su paciente tenían un hermoso diálogo en el que el paciente se sintió comprendido, mientras que Busch estaba comprendiéndolo y ayudándolo a él a comprenderse. Pero si hubiera sido otro analista el que tratase a este paciente, el diálogo emergente habría sido totalmente distinto. El paciente habría crecido también, pero la vía para ese crecimiento habría sido a través de diferentes palabras. Así que debe haber algo terapéutico en el diálogo que un analista establece con su paciente que es independiente del contenido y de las palabras elegidas. Para ilustrar esto, Lachmann ofreció una perspectiva del material de Busch a través de la lente de la psicología del self en lugar de la psicología del yo y la teoría pulsional. Si consideramos a Busch como un objeto evolutivo para este paciente, que acudía a su analista en busca de ayuda para algo para lo cual se sentía inepto, podemos escuchar al paciente implorando “enséñeme”. Entonces pensaríamos que el paciente de Busch estaba buscando una experiencia de afinidad o de sentirse guiado por su analista, a quien veía a través de la lente de una transferencia idealizada. Entonces, el reconocimiento de su necesidad de ayuda que las palabras aportan también habría podido contribuir a las representaciones que liberaron su mente.

En su respuesta a Lachmann, Busch apuntó que había diferencias entre los panelistas, no sólo en el contenido y en las palabras que elegirían al hablar a sus pacientes, sino también en sus razones para decir algo. Diferentes analistas siempre podrían encontrar diferentes palabras, es decir, diferentes preguntas e interpretaciones, pero, óptimamente, cada uno necesita darse cuenta también de sus razones para hablar y de qué está intentando conseguir. Busch repitió que él habla para conseguir algo para el paciente: representaciones de lo que está sucediendo en el momento, representaciones que él piensa que son esenciales para la cura psicoanalítica. Una mayor capacidad para construir representaciones lleva a los pacientes a sentir y pensar cosas que no eran posibles antes del análisis, incluyendo la posibilidad de sentir libertad.

Lichtenberg apuntó que escuchar las palabras de Lachmann en contraste con las de Busch ofrecía a la audiencia una oportunidad de sentir cómo la formulación y la conceptualización que un analista hace de su experiencia con el paciente colorea sus palabras y su fraseo. Subrayó cómo la acertada y alegre elección de palabras de Busch (por ejemplo, “curiosidad”, “comienzo”, “final”) creó un sentimiento de seguridad para su paciente y cómo tanto Busch como el paciente se animaron según iban corporeizando mutuamente la curiosidad. El medio era el mensaje: mediante ese juego de palabras, el paciente de Busch sintió que no tenía que acallarse a sí mismo (“finalizar”) porque su curiosidad fuera peligrosa. En cambio, pudo descubrir que su curiosidad podía ser un “principio”. Las palabras de Busch crearon una “apertura” para la exploración.

Carol Levin, informadora del panel [panel reporter] añadió una perspectiva intersubjetiva a la discusión apuntando que Busch y su paciente se hallaban en una díada analítica establecida en la que Busch estaba comunicando su propia mente al paciente mediante, por ejemplo, lo que respondía, las preguntas que hacía, y el tono de su voz. Así, el paciente ya sabía lo que le interesaba escuchar a su analista, habiendo aprendido implícitamente de él estudiando sus palabras y su musicalidad a lo largo de cientos de sesiones. Aunque Busch intentaba conscientemente que sus interpretaciones no fueran saturadas, él y su paciente trabajaban en un campo de influencia recíproca en el que co-creaban el material que iba emergiendo. Levin se preguntó si Busch se daba cuenta de cómo este paciente parecía capaz de leer su mente y producir material que podía considerarse como una acomodación a las conceptualizaciones teóricas de Busch. Busch replicó en broma que sus pacientes ciertamente no parecían leerle la mente y darle el material que quería escuchar, pero que, por supuesto, había algo de verdad en los comentarios de Levin.

Yanof comentó que todos tenemos ideas acerca de lo que intentamos hacer y temores sobre lo que estamos haciendo y a que nuestras ideas y miedos afecten lo que decimos. Pero existen otras cosas que suceden al mismo tiempo. Si estamos realmente conectados con nuestro paciente, decimos más de lo que creemos decir y, recíprocamente, nuestro paciente también. Cuando todo va bien, como iba en el diálogo entre Busch y su paciente, todo es una pieza. La parte informativa, simbólica y la parte emocional, no verbal, de lo que está pasando están sincronizadas, y no las percibimos como separadas. Pero cuando estas dos hebras no están sincronizadas, las percibimos como distintas, y esta disyuntiva nos salta a la vista. Hubo algo que conmovió a Busch al principio de su sesión con el paciente, y conectó con él. Yanof piensa que la elección de palabras de Busch no fue planeada sino que emergió del fragmento emocional que era parte del intercambio pero no estaba formulado en palabras. La elección de palabras, añadió Lichtenberg, forma parte de la riqueza del campo analítico, de lo que está pasando, de lo que se ha construido, de lo que vive y crece allí.

Yanof, la analista de niños del panel, presentó a continuación viñetas clínicas que ilustraban cómo ella usa el lenguaje contextualmente. Las palabras se usaban de distintas formas en sus transacciones con su joven paciente según cambiaba su modo de comunicarse con ella. En el modo de realidad (observar, interpretar), intentaba hablarle directamente, mientras que en el modo simulado (o juego) usaba múltiples voces, representando personajes, para trabajar en el desplazamiento de las dificultades de su paciente. Se movía ágil y alegremente entre los personajes que simulaba y sus puntos de vista mientras se esforzaba por ser una buena compañera de juego capaz de comprometerse con su pequeña paciente y animarla.

Los niños, apuntó Yanof, pueden expresar cosas en sus narrativas de juego que no están evolutivamente preparados para expresar en palabras: pueden probarse ideas con las que no están plenamente comprometidos. El juego es un canal comunicativo que es paradójicamente real y no real al mismo tiempo y es similar a la asociación libre, la expresión de fantasía o el trabajo con la transferencia de los adultos. La joven paciente de Yanof podía expresar en el modo simulado cosas sobre ella misma y sobre su mundo que tenían demasiada carga afectiva como para reconocerlas o expresarlas en el modo de realidad. Yanof intuía lo que su paciente necesitaba en momentos concretos e intentaba enmarcar su intervención en palabras que sintonizaran con el estado de su paciente momento-a-momento (en diferentes momentos).

En su primera viñeta clínica, Yanof le habló a su joven paciente, que tenía apego desorganizado, usando su voz analítica (es decir, el modo de realidad, no de juego) y le dio una explicación cognitiva para su elección de una palabra distante de la experiencia a la que la paciente acababa de poner objeciones. Yanof nos dice que piensa, retrospectivamente, que eligió la palabra porque sintió que su paciente estaba a punto de sentirse afectivamente abrumada y era incapaz de jugar. Así, estaba intentando conscientemente regular a la baja el afecto desorganizador de su paciente para contenerla al tiempo que intentaba simultáneamente llamar la atención de su paciente y despertar su curiosidad.

Yanof y su paciente encontraron después el camino de vuelta al modo de juego después que Yanof pudiera hablarle a su paciente mediante una metáfora más afectiva, más cercana a la experiencia. Entonces, cambió el clima de la sesión, y la paciente expresó sus sentimientos mediante una acción exuberante en lugar de expresarlos sólo con palabras. Yanof se alegró de este cambio, que también deleitó al panel y a la audiencia, puesto que analista y paciente entraron en el modo simulado con su alegre uso de múltiples voces de juego y palabras gráficas y expresivas.

Yanof se dio cuenta de que estaba navegando semiconscientemente por un complejo juego narrativo mientras éste se desplegaba, eligiendo sus palabras y su formulación cuidadosamente de modo de no bloquear la voluntad de su paciente de contarle su historia, de aumentar el ya elevado afecto o de tomar el control de la narrativa. Era como caminar por la cuerda floja. Yanof notó que su joven paciente revelaba sus profundos temores y sus fantasías mediante el juego, los cuales luego su analista podía simbolizar y poner en palabras. Su capacidad para compartir y elaborar estos temores y fantasías con su paciente en el juego le permitió crear un sentimiento de intimidad en el cual pudieran intercambiar y negociar nuevos significados. La esperanza de Yanof al hacer este trabajo con su paciente es que este complejo proceso (incluyendo el juego, las palabras y la conexión íntima) reorganice la vieja experiencia de un modo más adaptativo.

Lichtenberg abrió la discusión de las viñetas de Yarnof apuntando que ilustraban modos ricos y complejos de trabajar con palabras con una niña en periodo latente que inicialmente estaba en modo “No voy a obedecer”, y más tarde en modo “ya sé lo que estamos haciendo, estamos jugando”.  En el primer modo, Yanof hablaba la mayor parte del tiempo mientras que su paciente respondía con silencios o con breves palabras, como si temiera el poder de su analista y estuviera luchando contra él. Luego, en el segundo modo, Yanof y su paciente se turnaban y cada una elaboraba lo que la otra decía. El poder residía en su juego y en cómo éste era dirigido. Se distribuía entre las participantes y se ayudaban la una a la otra a llegar donde necesitaban ir.

Lichtenberg preguntó luego a Yanof si pensaba que el poder era una dimensión crucial de su trabajo y si las luchas de poder surgían de la naturaleza de la interacción, como parecía pasar en sus viñetas. Yanof pensaba que cuando su paciente no es capaz de jugar, está demasiado asustada como para dejar que nada de lo que Yanof diga la influya, porque en ese momento no tiene un sentimientos fuerte de sí misma. Por tanto, la paciente es rechazante y oposicionista. Pero Yanof dijo que pensaría un poco más sobre las cuestiones de poder.

Lachmann comentó cuánto placer sentía al presenciar el delicioso juego entre Yanof y su paciente y sentía que la paciente se movió de sentir que ella y el mundo eran malos a ser capaz de sentirse a sí misma y a su mundo con placer. La paciente de Yanof primero sintió que las palabras de ésta eran parte de un mundo que la impactaba. Estas viñetas iluminaron cómo el uso de palabras puede tener múltiples significados. Pueden ser escuchadas en cierto modo primitivamente, como una sustancia aversiva, o de un modo más natural como parte de un diálogo que involucra y transmite significado.

Busch apuntó que el panel se había visto alcanzado por el investimento mutuo de Yanof y su paciente, pero quería centrarse primero en cómo la joven paciente de Yanof era incapaz de adueñarse de su propia mente, lo que la llevaba a proyectar sus malos sentimientos en su analista. Se adueñaba de sus pensamientos y sus sentimientos en el desplazamiento, el único modo en que puede hacerlo un niño. Así, representaba juguetonamente sus sentimientos. A causa de la capacidad de Yanof para ayudarla a representar su propia mente de modo que no tuviera que proyectarla defensivamente, su tratamiento la llevó muy lejos.

Levin observó que el tono y el lenguaje cognitivos iniciales de Yanof, como ella había apuntado para sí misma, con su larga (incluso sermoneante) intervención, parecían fuera de sincronía con su paciente, que estaba en un estado defensivo, incluso desorganizado, y probablemente era incapaz de usar palabras en el modo de realidad. ¿Pudieron encender las palabras de Yanof el fuego y hacer que la paciente actuase más? Fue más adelante, cuando Yanof se encontró con su paciente donde ésta estaba con una exclamación afirmativa y entusiasta “¡Tienes razón…!” y alabó su movimiento hacia la acción comunicativa al tiempo que establecía reglas contenedoras, cuando el clima de la sesión cambió y la paciente pudo calmarse y jugar. Yanof reflexionó sobre esto, diciendo que estaba intentando conscientemente contener a su agitada paciente y ayudarla a autorregularse. Pensó que fue cuando se interesó por lo que decía su paciente, y viceversa, cuando cambió el clima de la sesión. Lichtenberg se hizo eco de Lachmann al apuntar que la paciente de Yanof cambió de sentir el todo como malo a sentir la parte como mala, y esta mayor complejidad en sus relaciones objetales representó un paso evolutivo importante. Sólo después de ese cambio pudieron tener lugar el habla y el juego metafóricos de un modo tan hermoso.

A continuación, Lachmann presentó una sesión de urgencia que una paciente, con dificultades para autorregularse, solicitó durante las vacaciones de verano. Lachmann quería utilizar palabras para aumentar la capacidad de autorregulación de su paciente mientras ésta lo inundaba con asociaciones, viviendo su desregulación en el consultorio.  Consciente de querer encontrar un camino intermedio entre seguir con la exploración y ofrecer dirección, Lachmann comenzó a intervenir con palabras que reflejaban directamente las palabras de su paciente. Hizo la elección consciente de no interpretar sus comunicaciones transferenciales, aun cuando se le había pasado por la cabeza que no conseguir explorar la transferencia podía exponerlo a las críticas del panel. Siguió su juicio clínico y no sacó a colación la transferencia con su paciente, porque pensaba que focalizar en los sentimientos de la paciente hacia él podía forzarla a un reaseguramiento poco productivo o a preocuparla por lo que él pensara de ella. Apuntó que sus decisiones en fracciones de segundo de enmarcar sus intervenciones, estaban más influenciadas por el tono y la musicalidad de las palabras de su paciente que por el contenido explícito de su comunicación.

Lachmann consiguió impactar a su paciente al máximo cuando encontró palabras que la sorprendieron, violaron sus expectativas, y evocaron afecto. Por ejemplo, añadiendo  “¿No es extraño?” a su indagación sobre el menosprecio que ella hacía de su propio atractivo, comunicaba que oía a su paciente y creaba una conexión entre ellos que sería un soporte para explorar su duda acerca de su atractivo. Para ofrecer a la paciente una cierta estructura que apoye sus esfuerzos por autocontenerse y autorregularse, eligió la palabra “trasero” tras un silencio deliberado de décimas de segundo, en el que descartó “pompis” por parecerle demasiado suave. La paciente integró su intervención traduciéndolo sin problemas a su propia palabra, “culo”, evidencia del impacto y la efectividad de la elección de la palabra de Lachmann, puesto que provocó nuevo material cuando ella recogió la palabra de Lachmann y la transformó en la suya propia. Las palabras importan, concluía Lachmann.

Al abrir la discusión del material clínico de Lachmann, Lichtenberg se centró en cómo las palabras “estoy en apuros” señalaban un cambio en una paciente que hasta ese momento no había pensado ni reflexionado de manera confiable. Lachmann recogió esto y repitió las palabras cuatro veces en la sesión. También utilizó la ironía para intentar aumentar la capacidad de la paciente para el procesamiento verbal y la reflexividad. Lachmann dijo que le alegraba escuchar esto de esta paciente, lo que lo llevaba a pensar que estaban en un punto crítico en el que la paciente estaba desarrollando una capacidad mucho mayor para tolerar la incomodidad interna. Sabía que quería centrar la sesión en apoyarla en sus esfuerzos, puesto que él pensaba que esforzarse aumentaba su tolerancia al afecto.

Busch comentó que el material de Lachmann resaltaba los diversos modos de trabajar de los panelistas. Lachmann quería ayudar a su paciente a sentirse apoyada y a negociar su vida de forma más eficaz. Él aprecia ese enfoque, pero cuando la paciente de Lachmann dijo “no puedo creer que lo haya llamado”, tuvo otra idea. Pensó que aunque ella había demostrado su desesperación llamándolo, también sentía que había algo malo en llevar ese sentimiento a su analista. Eso es transferencia, y dentro de esta posición de apoyo, Lachmann no lo exploró.

Así, Lachmann estuvo acertado en su decisión de que no explorar la transferencia sería provechoso. Si él hubiera sido el analista, explicó Busch, se habría centrado en esta experiencia de transferencia que estaba viva en este momento, porque él considera que la angustia de la paciente proviene de no permitirse estar cómoda con su analista. Así, no puede encontrar gente que la satisfaga, porque no puede sentir reconocimiento por sus propias necesidades. Busch habría explorado su dilema preguntándole qué le hizo sentir, dentro de ella, que no está bien llamar a su analista, porque a menos que un analista ayude a un paciente a elaborar su conflicto acerca de necesitar a otro, seguirá teniendo ese conflicto.

Lichtenberg añadió que, por supuesto, si Lachmann hubiera tomado ese rumbo, las palabras utilizadas en la sesión habrían sido muy diferentes. La audiencia presenció otra demostración de cómo las palabras y la expresión que los analistas eligen reflejan lo que ellos consideran más dinámico en el aquí y ahora. Lichtenberg pensaba que todos en el panel podían estar de acuerdo con eso, aunque no todos estarían de acuerdo en qué es más dinámico en un momento determinado.

En otra demostración de cómo la musicalidad que tiñe las palabras y transmite sus significados se pierde en la traducción y cómo la lente teórica que se tiene puede organizar el significado de las palabras, Lachmann replicó que escuchó las palabras de su paciente de un modo radicalmente distinto a como Busch las había tomado. Lo elaboró apuntando que el rumbo que había tomado se debió a cómo escuchó “no puedo creer que lo haya llamado”. No escuchó las palabras de su paciente como “Esto es tan raro que me siento incómoda”. En cambio, lo escuchó como comunicando que la paciente se sentía contenta de haber podido contactar con él. Oyéndolo de esta forma, le daba miedo que si lo comentaba como proponía Busch, la paciente sintiera sus palabras como una crítica. Es, piensa él, una cuestión de ritmo. La vida de su paciente estaba tan en peligro que él pensó que para ella era un progreso, después de que diez años de análisis clásico con un analista respetado hubieran terminado de mala manera, que él hubiera llegado a ocupar un lugar en su precario equilibrio entre la impulsividad y el control de los impulsos. Por tanto, Lachmann dio la bienvenida a su llamada y no quiso centrarse en la transferencia. Sentía que ese foco la habría alejado de su temor a hacer algo que pudiera lamentar.

Yanof añadió que la paciente de Lachmann no parece capaz de pensar que haya algo que ella pueda hacer para ayudarse cuando está en aprietos. Podría, por ejemplo, tolerar sus sentimientos. Parecía usar a Lachmann de un modo mágico para impedirse actuar. “¡Y él la detiene! ¡Él la ayuda a “mantener el culo” en la silla!” A Yanof le preocupaba que si él no lo hubiera hecho, la paciente no habría podido hacerlo por sí misma. Es un dilema. Si Yanof estuviera en el lugar de Lachmann, puede que ella pensara en cómo llevar a esta paciente a un lugar en el que pudiera comprender que actúa para no sentir.

Levin comentó que pensaba que todo el mundo estaría de acuerdo con el objetivo de aumentar la autonomía de un paciente, pero que se podrían encontrar diferentes vías para lograrlo. Una perspectiva como la psicología del self se interesaría por el estado del self como foco y filtraría la elección de palabras a través de esa lente. Levin pensaba que Lachmann estaba sintonizado y era reflexivo sobre el estado del self vulnerable y propenso a la acción de su paciente y sobre lo que ésta realmente podría manejar en un momento especialmente arriesgado. Reconoció sus “tiernos zarcillos de esfuerzos saludables” (Tolpin, 2002, p. 169), el hecho de que estaba haciendo todo lo que podía con los recursos que tenía para protegerse de la fragmentación. Él se hizo disponible ayudando a su paciente a articular sus muy cargados sentimientos en palabras que dieran lugar a la contención que pudiera disminuir su presión a la acción caótica. Levin considera este proceso de monitorizar continuamente lo que un paciente puede y no puede hacer por sí mismo en una relación concreta en un momento determinado y luego articular y afirmar sus esfuerzos y su progreso como fundamental para un proceso evolutivo que amplíe las capacidades y los recursos del self con el tiempo. Cuando la participación de un analista es suficientemente buena y el análisis está funcionando, la coherencia del self se amplía. Preguntarle a un paciente en el momento actual más de lo que puede manejar o, alternativamente, hacer más por un paciente de lo que realmente necesita interfiere con el desarrollo, en el primer caso arriesgándose al trauma por fragmentación, en el segundo infantilizándolo.

Las limitaciones de tiempo  evitaron que continuase esta rica discusión entre los panelistas, y Lichtenberg abrió el turno de la audiencia. Nancy Olson señaló que una frase repetitiva en el juego entre Yanof y su paciente tenía un doble significado oculto. Yanof no había notado esto hasta que Olson le llamó la atención sobre ello. Yanof dijo que el lenguaje, tanto en los niños como en los adultos, a menudo conlleva significados inconscientes para el paciente y el analista que no se articulan en palabras y que no pueden ser conscientemente reconocidos por ninguna de las partes. Yanof está de acuerdo con Stern (2002) y Rizzuto (2001) en que las palabras siempre conllevan significados no verbales, inefables, en su prosodia, su contexto, su uso histórico, etc. Lo verbal y lo no verbal son, por tanto, inseparables[2].

Wendy Katz pidió a los panelistas que comentaran si su elección de palabras llenas de significado siempre era intencional y benigna. ¿Puede una palabra determinada comunicar otra cosa distinta de lo que el analista está intentando comunicar conscientemente? ¿Habría tenido la elección de otras palabras un impacto diferente en el paciente y habría movido las asociaciones del paciente en una dirección distinta? Katz se preguntaba si podía haber un deseo no del todo consciente por parte del analista de mover el material en una dirección determinada, si las elecciones de palabras en un momento dado emergen de la lucha contratransferencial de un analista con el material. Añadió: “Los analistas y los pacientes usamos las palabras defensivamente, como Levin apuntó, para reasegurar, para poner orden en el desorden”.

Busch  estuvo de acuerdo en que las palabras y el fraseo pueden usarse de muchos modos particulares. Lo que un analista dice no siempre transmite lo que piensa. En cambio, sus palabras podrían transmitir: “No piense ahora en esto, sino en otra cosa”, o sus palabras podrían ser defensivas, agresivas, o muchas otras cosas. “Con lo que estamos intentando enfrentarnos aquí, sin embargo, es con la intención de lo que estamos intentando hacer cuando hablamos con un paciente”. Todos los panelistas lidian con dónde reside la acción terapéutica.

Kathy Reicker se preguntó por el significado de que la paciente de Lachmann cambiara “trasero” por “culo”. ¿Era un comentario sobre la reacción de ella al comentario del terapeuta? ¿Quiso decir “Creo que realmente me escuchó”? Lachmann pensaba que la rapidez de la interacción indicó que ella lo escuchaba: estaba animada y en ese momento había un intercambio rápido. “Culo” era su modo personal de apropiarse de la intervención. Lachmann apuntó cómo la desorganización inicial de su paciente se hizo más organizada, lo que se reflejaba en la elección de la palabra. Su logro provino de cómo hablaban entre sí, de la musicalidad y de las palabras, y fue consonante con su progreso de un estado de lucha y desorganización a otro de especificidad y organización.

Paul Ornstein comentó que él siempre pensó que las palabras eran importantes. El panel demostraba que así era, pero él seguía pensando: “Son importantes, pero cómo” Cada panelista tenía una idea diferente de lo que necesitaba o quería lograr con su paciente. El objetivo de Busch era ampliar el rango de capacidad de su paciente para estar en contacto con sus sentimientos internos. En lugar de centrarse en la terapéutica del análisis, se centraba en cómo crear una mente analítica. Los otros también tenían sus agendas. De modo que Ornstein seguía preguntándose cómo, de qué modo las palabras importan son importantes. Su respuesta fue que las palabras importan respecto a lo que el analista espera lograr con el paciente, al tiempo que, obviamente, también escucha lo que el paciente desea lograr. Así, las palabras importan en el modo en que siempre lo hicieron, pero importan también en algo más, debido a la multiplicidad de cosas que los analistas quieren lograr hoy en día en un proceso analítico.

Busch replicó que él considera que la parte terapéutica del análisis desarrolla la capacidad del paciente de pensar y sentir –sentir realmente- lo que está pasando.  Así, la terapéutica del análisis no es diferente de la creación de una mente analítica. Lichtenberg agregó que si cada uno de los panelistas tuviera que escribir sobre el cambio terapéutico, todos ellos estarían de acuerdo en que las palabras son importantes para lograrlo. Pero dejando eso a un lado, todos ellos preguntarían “¿Cómo importan las palabras que utilizo en esta situación concreta para hacer algo que mi paciente y yo nos estamos esforzando por hacer?”. Así que las palabras importan en la inmediatez de aquello con lo que lucha cada analista. Los panelistas han utilizado diferentes palabras, pero el proceso de la importancia de las palabras es similar para todos ellos.

Yanof comentó que ninguno de los panelistas había hablado sobre las palabras de sus pacientes, aun cuando las cosas vayan bien, los pacientes pueden poner en palabras experiencias que a menudo no han podido articular antes y ver que sus palabras son escuchadas y entendidas por alguien con quien están conectados. Sea lo inefable el resultado del trauma, la presión del inconsciente dinámico, o algo que nunca se ha pensado, las palabras del paciente importan. Los analistas generalmente usan las palabras para decirles a sus pacientes que los entienden, y usan palabras cubiertas de significado articulado y no articulado. Yanof piensa que este complejo proceso de palabras es una parte muy importante de lo que pasa en el tratamiento.

Henry Friedman comentó que los panelistas estaban unidos en su profunda implicación con sus pacientes. La convicción que había tras sus palabras les otorgaba poder, que servía para sus pacientes y para ellos mismos. Uno puede encontrar una teoría para cada uno de sus enfoques, pero su teoría parecía estar en un segundo plano, tras la convicción e intensidad con el que cada uno de ellos se aproximaba a su paciente. Cada analista tuvo éxito a su manera. Friedman estaba de acuerdo con todos ellos y sentía que todos y cada uno estaban haciendo lo correcto, pero se sintió decepcionado cuando comenzaron a supervisarse. “Hemos cambiado como analistas”, dijo, “Había transparencia en estas presentaciones; no había jerga, sólo palabras hermosas y una maravillosa musicalidad para la convicción de lo que cada uno de Uds. estaba haciendo”. Eso es lo que Friedman piensa que llevará a los pacientes, con lo difícil que eso es, a donde necesitan ir. La audiencia aplaudió espontáneamente, expresando sin palabras su afirmación de las palabras de Friedman.

Neil Spira preguntó entonces a Lachmann si la llamada de su paciente durante sus vacaciones era una puesta a prueba del encuadre (marco) y cómo podía responder él. Se preguntaba cómo su tono afectivo general, lo que Friedman acababa de llamar la musicalidad de sus palabras, contribuyó al resultado favorable. Lachmann replicó que puesto que él se toma unas vacaciones prolongadas, siempre le da a sus pacientes su número de teléfono. De modo que forma parte de su marco. Cuando  su paciente lo llamó para concertar la sesión, a él le encantó. Estaba de acuerdo en que era una puesta a prueba, pero piensa que ella llamó por una buena razón, no por un motivo frívolo. A ella le encantó haber vencido su reticencia a llamarlo, algo que había desarrollado con su anterior analista. Lachmann concluyó: “La musicalidad por mi padre era un acompañamiento musical a sus palabras; éramos un dueto”.

Michael Rudy comentó que en la teoría clásica, los análisis tienen lugar en un entorno de deprivación, pero que todos los panelistas tenían un diálogo agradable con sus pacientes. Se preguntaba cómo los panelistas piensan en las palabras como gratificación y cómo ese pensamiento puede influenciar las interacciones con sus pacientes. Lachmann dijo que a él no le preocupa la gratificación, porque “hay muchos modos implícitos en que un paciente puede ser gratificado en el tratamiento. Responder a una llamada de teléfono es un juego de niños comparado con algunos de los modos más evidentes en que tiene lugar la gratificación implícita”. Hay muchas cosas que Lachmann no hace, pero él no piensa en términos de gratificación. En cambio, piensa en cómo algo sintoniza en el tratamiento: “No me contengo porque sea gratificante responder, sino porque es mejor para el diálogo psicoanalítico no responder”.

Busch recordó a la audiencia que Freud alimentó al Hombre de los Lobos, comunicando que un analista depriva o gratifica en base a lo que el paciente puede tolerar. Pero reconocía que hubo un tiempo en que la deprivación no se entendió bien. No está preocupado por la gratificación, porque parte esencial del trabajo analítico es ayudar a una persona a sentir que otro ser humano lo comprende. “Si eso no sucede, si no es el trasfondo básico –y la gratificación es parte del trasfondo básico de la interacción humana- no funcionará la empresa entera”.

Theodore Shapiro comentó que un analista dice lo que dice en respuesta al paciente que tiene. Todos los panelistas parecían ampliar el rango de posibilidad de que un paciente se sienta comprendido y por tanto amplíe las posibilidades de que los pacientes piensen en ellos mismos. Pero ninguno de los panelistas obedeció el encargo de Lichtenberg de ofrecer un momento de material clínico. Shapiro pensó que eso es porque el análisis es un proceso. Los comentarios no surgen de la nada. Al final, la organización psíquica de cada paciente permitía diferentes intervenciones, desde requerimientos a interpretaciones más tradicionales. Pero cada panelista habló sólo de una posibilidad en el material, cuando la audiencia podía oír muchas más.

Con el tiempo agotándose, Lichtenberg concluyó el panel. Como dijo anteriormente, lo había propuesto para intentar refocalizar la atención del campo en las palabras y la formulación. Esperaba revitalizar nuestro interés en la parte verbal del intercambio clínico. “Quería recordarnos que estamos en un campo en el que el habla –las palabras y el fraseo- son un medio importante de hacer conexiones, todo ello sin disminuir la importancia de la dimensión implícita, no verbal, de lo que sucede entre un analista y su paciente”. Entonces, añadiendo un uso anteriormente no mencionado de las palabras en el campo verbal, analítico, Lichtenberg recordó a todos las palabras que un analista usa internamente. “Como analistas nos hablamos a nosotros mismos mientras pensamos, entendemos o sentimos, y a partir de esta conversación interna hacemos diversas elecciones, como por ejemplo qué decirle a un paciente determinado. Nuestra reverie interna, nuestra habla con nosotros mismos, es una matriz importante de la que emergen nuestras palabras habladas”.

Lichtenberg afirmó luego cómo cada panelista había ilustrado profusamente cómo las palabras se usan de múltiples modos en el proceso clínico: “Las palabras pueden funcionar como actos, comunicación y/o reguladores de afecto y conducta. Mediante el juego de palabras, las palabras pueden crear aperturas que faciliten el uso de la mente de un modo juguetón que mejore el pensamiento y la reflexión. Las palabras nos permiten decirle a nuestro paciente te entiendo, y ahora tú me estás entendiendo mejor a mí, y eso hace que nuestra situación sea segura. Tu mente puede volver ahora al juego. Puedes empezar a jugar con algo y así dar un pequeño salto hacia delante. Las palabras pueden ser un principio, pueden hacer posible un pequeño avance, un movimiento hacia algo nuevo, diferente y, con suerte, un poco mejor. Somos humanos, y como humanos somos personas verbales. Las palabras importan. Son un aspecto crucial de nuestra humanidad.

Las palabras de Lichtenberg y las palabras de este panel se unen a una literatura emergente sobre el papel complejo y fundamental que el lenguaje desempeña en la acción terapéutica del psicoanálisis. Además de Shore (2011), Anna Ornstein (2009) ha elaborado el uso de palabras en lo que ella denomina el “diálogo terapéutico, un modo de conversación terapéutica que crea una sensación de seguridad en la díada analítica y también intrapsíquicamente” (p. 466). El Boston Change Process Study Group (2008) ha abandonado su atención primera al papel del conocimiento implícito, procedimental, en la acción terapéutica –“de cómo hacer cosas con los otros, cómo estar con ellos” (p. 128)- para involucrarse en lo que ellos llaman el “campo reflexivo-verbal puesto que mucho de lo que se revela en la terapia implica el uso de palabras… de modo pragmático, narrativo o reflexivo…” (p. 128). Otros analistas están explorando, también, el papel de los procesos verbales explícitos en psicoanálisis. Altman (2002) esboza cómo el término implícito se ha importado al psicoanálisis desde la psicología cognitiva y explora la cuestión de cómo los campos implícito y explícito interactúan en la acción terapéutica del psicoanálisis. Fosshage (2005, 2011) también toma este tema como foco en sus artículos recientes, y Bucci (2011) continúa su exploración y la explicación de los campos simbólico y subsimbólico en la “coreografía del intercambio psicoanalítico” (p. 52). Ella piensa que la receptividad del analista hacia la comunicación subsimbólica de su paciente “abre potencialmente nuevas conexiones con el modo simbólico, que luego facilita el profundizar las exploraciones subsimbólicas, y que se construyan nuevos esquemas compartidos” (p. 45).

Las palabras dichas en resonancia con un paciente –el que el analista “lo capte”, dando lugar, así, a que su paciente se sienta “captada”- crean seguridad y transmiten una comprensión que da lugar a la regulación de la excitación y el afecto, la contención y el dominio cognitivo. Las palabras desempeñan su papel en el poder transformador de la relación analítica ampliando las posibilidades, las capacidades y la cohesión del self. Las palabras y el fraseo tienen el potencial de articular lo no formulado (Stern, 1983) en nuestras mentes, en la mente de nuestros pacientes y en la relación analítica. Nos abren a nuevas posibilidades.

Bibliografía

Altman, N. (2002). Where is the action in the "talking cure"? Contemporary Psychoanalysis 38:499-513.

Boston Change Process Study Group (2008). Forms of relational meaning: Issues in the relations between the implicit and reflective-verbal domains. Psychoanalytic Dialogues 18:125-148.

Buca, W (2011). The interplay of subsymbolic and symbolic processes in psychoanalytic treatment: It takes two to tango-but who knows the steps, who's the leader? The choreography of the psychoanalytic exchange. Psychoanalytic Dialogues 21:45-54.

Fosshage, J.L. (2005). The explicit and implicit domain in psychoanalytic change. Psychoanalytic Inquiry 25:516-539.

Fosshage, J.L. (2011). How do we "know" what we "know" and change what we "know"? Psychoanalytic Dialogues 21:55-74.

Ornstein, A. (2009). Do words still matter? Further comments on the inter­pretive process and the theory of change. International Journal of Psy­choanalytic Self Psychology 4:466-484.

Schore, A.N. (2011). The right brain implicit self lies at the core of psycho­analysis. Psychoanalytic Dialogues 21:75-100.

Rizzuto, A.-M. (200 1). Metaphors of a bodily mind. Journal of the American Psychoanalytic Association 49:535-568.

Stern, D.B. (1983). Unformulated experience-from familiar chaos to cre­ative disorder. Contemporary Psychoanalysis 19:71-99.

Stern, D.B. (2002). Words and wordlessness in the psychoanalytic situation. Journal of the American Psychoanalytic Association 50:221-247.

Tolpin, M. (2002). Doing psychoanalysis of normal development. Progress in Self Psychology 18:167-190.

 

 

 



[*] N. de T.: Se traduce el término “wording” como el fraseo, la forma de construir las frases que tiene el analista. A lo largo del texto se han utilizado sinónimos tales como “expresión”, o “formulación”.



[1] Este informe incluye sólo los resúmenes más breves de las viñetas clínicas de los pacientes (para proteger la confidencialidad), centrando la atención en las palabras que el analista elige y en los efectos de sus opciones en el trabajo con sus pacientes.

[2] Schore (2011) evalúa el estado actual de la investigación de la ciencia cognitiva sobre el self implícito del hemisferio cerebral derecho y su importancia para el psicoanálisis. Apunta a hallazgos recientes según los cuales tanto el hemisferio derecho como el izquierdo participan para procesar palabras emocionales positivas y negativas (p. 92), construyendo un andamiaje teórico para nuestra sensación clínica de que las palabras y la musicalidad son inseparables en la acción terapéutica.