aperturas psicoanalíticas

aperturas psicoanalíticas

revista internacional de psicoanálisis

Número 047 2014

Regulación diádica y autorregulación afectiva en los primeros cinco años de vida: su relación con la simbolización en el juego interactivo madre-niño y el funcionamiento reflexivo materno

Autor: Schejtman, Clara - Huerin, Vanina - Vernengo, María Pía - Esteve, María Jimena - Silver, Rosa - Vardy, Inés - Laplacette, Juan Augusto - Duhalde, Constanza

Palabras clave

Regulacion afectiva, juego, simbolización, Relacion madre-hijo.


Resumen

Presentamos resultados y reflexiones provenientes de un programa de investigación acerca de la relación entre Regulación Afectiva madre-niño, la Autorregulación Afectiva de los infantes, el Funcionamiento Reflexivo Materno y los procesos de Simbolización que se van constituyendo en los primeros 5 años de vida. En la primera etapa, 48 madres y sus bebés de 6 meses, fueron filmados en dos situaciones interactivas: 3 minutos cara a cara y 5 minutos de juego libre. Cuando los mismos niños tenían 4-5 años, 21 madres fueron entrevistadas para evaluar el Funcionamiento Reflexivo Parental y 17 díadas fueron filmadas durante una interacción de juego libre de 15 minutos. Resaltamos  que a los 6 meses los resultados apuntan a estudiar la regulación diádica y la autorregulación que va logrando el bebé y la importancia de estas observaciones para diferenciar momentos de autorregulación de momentos de retraimiento, dato de gran utilidad para la detección temprana de sufrimiento psíquico y para ampliar el aporte del psicoanálisis a un abordaje clínico temprano. Respecto de los resultados encontrados a los 4-5 años de los niños, subrayamos la relación entre el modo interactivo convergente, el funcionamiento reflexivo parental y el nivel simbólico observado en el niño durante las interacciones lúdicas madre-niño.

 DESCRIPTORES: Regulación afectiva – Juego – Simbolización – relación madre-hijo

 

Summary

In this paper we present outcomes and some reflections on a research program that focuses on the relationship between mother-child Affective Regulation, affective self-regulation of infants, Maternal Reflective Functioning and Symbolization processes in children in the first 5 years of life. The first stage of the program was conducted with 48 mothers and their infants (6 months), filmed in two situations: face-to-face (3 minutes) and free play (5 minutes). When the same children were 4-5 years, 21 mothers were interviewed in order to assess Parental Reflective Functioning and 17 mother-child dyads were filmed during a free-play interaction. Discussion points to the two sides of affect regulation: the mother-child dyadic regulation and affective self-regulation that develops in the infant around 6 months. We emphasize the importance of this kind of observations in order to discriminate self-regulation from withdrawal. This differentiation is essential in the early detection of infant’s distress and broadens psychoanalytical contribution for an early clinical approach in infancy. When children were 4-5 years we found a positive relationship between the mother-infant convergent affective mode of playing and the symbolic level of play observed in the child during dyadic play situations.

 KEYWORDS: Affective regulation – Play – Symbolization – Mother-infant relationship

 

INTRODUCCION

El estudio de los afectos y la posibilidad o no de su regulación, está inequívocamente ligado a la estructuración del psiquismo y es un tema de interés en el psicoanálisis actual. El presente artículo es el resultado del trabajo de un equipo de profesionales que se desempeñan simultáneamente como psicoanalistas e investigadores en primera infancia. Su objetivo es construir puentes entre los conceptos freudianos ligados al afecto, como desvalimiento, apuntalamiento, experiencia de satisfacción, autoerotismo, función materna y simbolización y los descubrimientos provenientes de la investigación en interacciones tempranas. Desde el psicoanálisis, así como desde la investigación observacional en primera infancia, la relación con el otro humano es fundante de la constitución psíquica y el juego es el escenario privilegiado donde se despliegan la subjetividad de la madre y la del infante en constitución.

Presentaremos en este texto algunos resultados y reflexiones provenientes de un programa de investigación acerca de la relación entre regulación afectiva madre-niño, la autorregulación afectiva de los infantes, el funcionamiento reflexivo materno y los procesos de simbolización que se van constituyendo en los primeros 5 años de vida[1]. Este estudio explora la escena del juego interactivo en dos momentos evolutivos del mismo grupo de niños: el primero a los 6 meses de edad, a través del análisis minucioso de filmaciones de interacciones lúdicas madre-bebé, y el segundo a los 4-5 años de los mismos niños, mediante la filmación y análisis del juego libre madre-niño y la realización de entrevistas en profundidad a las madres a fin de evaluar el funcionamiento reflexivo parental.

MARCO TEORICO

Primeros tiempos de estructuración psíquica

Al inicio de la vida, el yo es incapaz de satisfacer sus pulsiones por sí mismo. Freud (1915) llamó "yo realidad inicial" a la instancia incipiente que  distingue un adentro y un afuera según una marca objetiva: El infans casi inerme muy pronto se halla en condiciones de establecer un primer distingo y una primera orientación entre estímulos de los que puede sustraerse mediante una acción muscular (huida) y otros estímulos frente a los cuales una acción así resulta inútil, pues conservan su carácter de esfuerzo (drang) constante. A los primeros, los imputa a un mundo exterior y los segundos son la marca de un mundo interior, correspondientes a necesidades pulsionales. Es en la eficacia de su actividad muscular, que el humano encuentra un asidero para separar un afuera y un adentro (Calzetta, 2000). Winnicott (1987) ubicó esta acción muscular aún en la vida intrauterina y la conceptualizó como "agressiveness" y gesto espontáneo. Estas ideas pueden reafirmarse a la luz de los descubrimientos actuales acerca de la preconstitución del infante humano para el establecimiento de una interacción significativa con el otro y de las capacidades perceptivas innatas de los bebés (Brazelton, 1975; Brazelton y Cramer, 1993; Stern, 1985).

En la perspectiva freudiana, los cuidados parentales satisfacen simultáneamente las pulsiones autoconservativas, a través de la satisfacción real de la necesidad y las pulsiones sexuales, a través del plus libidinal con el que ejercen esos cuidados, ubicando al infans bajo predominio del principio del placer. Así el desvalimiento es reemplazado por un yo placer que prolonga el estado narcisista primordial. El yo placer constituye el primer nivel de diferenciación entre placer y displacer. El yo, en esta época de la teoría coincide con el sujeto y con lo placentero y el mundo exterior con lo indiferente aun no investido libidinalmente. Freud define el amar como la relación del yo con sus fuentes; el yo placer es narcisista y megalómano, el infans sólo se ama a sí mismo y no reconoce la fuente de proveniencia de su satisfacción (Freud, 1915).

Freud (1925) llama principio de constancia a la tendencia a evitar el aumento de displacer proveniente de la excitación. El precario yo en constitución rechaza aquello que pueda devenir fuente de displacer, lo arroja hacia fuera. El yo placer purificado quiere introyectar todo lo bueno, proyectando la hostilidad hacia el exterior.

Green (1993) refuerza este punto planteando que este yo de placer purificado, núcleo de experiencias placenteras, es indispensable para adquirir una organización mínima que permitirá al sujeto tolerar posteriormente lo desagradable. Tanto los estímulos pulsionales provenientes del mundo interno, como los estímulos externos permanentemente novedosos constituyen una potencialidad disruptiva durante toda la vida que requiere una organización y reorganización del yo, capaz de metabolizarla.

La porosidad de los límites del yo puede llevar a una tendencia en el sujeto a defenderse de las excitaciones displacenteras provenientes del interior con los mismos métodos de que se vale contra un displacer de origen externo. Este es el punto de partida de sustanciales perturbaciones patológicas (Freud, 1930).

El adulto auxiliador percibe el desvalimiento y el displacer del infante y opera la acción específica que disminuye el displacer, instalando la primera vivencia de satisfacción. Los padres, en consecuencia, van transformando el desvalimiento originario en yo placer, constituyéndose en primeros objeto de la libido. La cualidad y cantidad de la presentación de estímulos en momentos de constitución psíquica, deberá preservar los intercambios del bebé con el mundo circundante bajo el dominio del principio del placer. Encontramos una ligazón significativa entre la preservación de los intercambios bajo predominio del principio del placer y el concepto de regulación afectiva.

Regulación Afectiva

El tema de los afectos es de interés central en psicoanálisis. Freud (1926) postula que los afectos son señales para el yo, que activan las defensas y preservan así al sujeto del exceso de excitación. El yo es la sede de la angustia y productor de la señal morigerada que protege al aparato psíquico tanto frente a la amenaza pulsional, como a la proveniente de estímulos del mundo exterior. A partir de la segunda tópica freudiana, en la cual el yo se ubica en su doble vertiente como “vasallo” y “jinete” frente a los embates del ello, del super-yo y de la realidad exterior (Freud, 1923), algunos investigadores desarrollaron la noción de regulación afectiva (Fonagy et al., 2002). La regulación afectiva fue definida como la capacidad de controlar y modular nuestras respuestas afectivas, y distintos investigadores han encontrado una relación significativa entre los fracasos en el logro de regulación y autorregulación afectiva en la primera infancia y la psicopatología (Gergely, 1995; Tronick y Gianino, 1986; Dio Bleichmar, 2005).

Los estudios empíricos en primera infancia han recurrido a la observación minuciosa de la expresividad de los infantes –miradas, gestos y vocalizaciones– como vía privilegiada para inferir estados afectivos, motivaciones y procesos de construcción de sentido desde el inicio de la vida. Los infantes están abiertos al mundo y despliegan una actividad interna propia para solicitar la interacción. El logro de una conexión emocional sólida es la base de un desarrollo adecuado (Brazelton y Cramer, 1993; Stern, 1985; Trevarthen, 1980; Tronick, 1989; Tronick y Weinberg, 1997). Estos autores encontraron que el infante tiene una capacidad regulatoria propia al nacer con diferencias individuales en la reactividad sensorial, en el logro de la homeostasis y en la autorregulación. Esta capacidad regulatoria del niño es inicialmente lábil y requiere del andamiaje regulatorio que provee el ambiente cuidador para el desarrollo afectivo, psicomotor, social y cognitivo.

Para los seres humanos el mantenimiento de la homeostasis fisiológica y emocional es un proceso diádico. El adulto es una parte del sistema regulador del infante, tal como cualquier proceso regulador interno. Las investigaciones dan cuenta del  carácter diádico de la primera regulación a la que accede el infante humano (Beebe y Lachman, 1988; Barret et al., 1993; Brazelton y Cramer, 1993; Tronick, 1989;  Weinberg y Tronick, 1999).

Gianino y Tronick (1988) han descripto conductas regulatorias auto-dirigidas y hetero-dirigidas (dirigidas al otro) como transformadoras del displacer que los estados emocionales negativos producen en el bebé. La resolución del displacer permite al infante dirigir su atención hacia la vinculación intersubjetiva y hacia los objetos del mundo exterior. El adulto es el agente transformador del displacer a través de la reparación del afecto negativo en positivo. Repetidos fracasos en la reparación de estados afectivos negativos y de desencuentros se correlacionan con un aumento del sentimiento de desvalimiento en los bebés y con dificultades en el logro de la regulación afectiva, que pueden obturar la apertura a la vinculación social y a los procesos de simbolización.

Fonagy y Target (2003) relacionan la internalización de la función de transformación de los afectos excesivos y negativos, con la capacidad creciente del infante para ir autorregulando sus propios afectos negativos. Siguiendo a Bion (1962), enfatizan la relación entre la cualidad continente materna y el desarrollo del pensamiento en el niño en momentos de estructuración del psiquismo. Sugieren que una falla en la función de contención materna dificulta el proceso de discriminación y convierte la identificación proyectiva estructurante en un proceso patológico de evacuación permanente.

La función materna cumple un rol crucial en el logro de la regulación afectiva. La intervención materna como agente regulador y transformador de afectos se va complejizando frente a los cambios en el desarrollo del niño, promoviendo el enriquecimiento simbólico y la construcción de funciones cognitivas más avanzadas (Leonardelli et al., 2009).

En el programa de investigación que llevamos a cabo analizamos situaciones de juego madre-niño como escenario privilegiado para el estudio del decurso de la regulación afectiva, del pasaje de la regulación afectiva diádica a la autorregulación que van logrando los infantes, y su impacto en los procesos de simbolización en la primera infancia.

Juego y jugar en la infancia

En los primeros años de vida, la experiencia del juego está relacionada con la construcción de la experiencia de sí, y contribuye a la confianza en uno mismo y en el otro, base de la salud mental. El juego infantil está íntimamente relacionado con el sentimiento de placer, permitiéndole al niño la exploración del mundo que lo rodea. Dio Bleichmar (2005) sostiene que el placer está dado para el niño por ser causa de lo que sucede. El niño busca lograr una afirmación o el restablecimiento del equilibrio de la representación de sí. En el juego interactivo entre la madre y el bebé se producen secuencias lúdicas en las cuales sonreír, vocalizar, manipular objetos o tocarse uno al otro, van construyendo un conjunto de reglas establecido y reconocido por cada participante. Cada uno ajusta la intensidad del otro, a los tiempos, los tonos, la duración y el modo elegido (Stern, 1985).

En el curso de esta experimentación, el bebé va construyendo en su mente “representaciones sensoriomotrices” de los objetos de juego y de sí mismo y del otro. A los 6 meses observamos que predominan aún los juegos de sostén. Es esperable que empiece en esa etapa la transición de un sostén corporal hacia un sostén a través de la mirada y la voz, que implicaría instalar un espacio entre la mamá y el bebé (Calmels, 2004).  En el primer año de vida, cuando la voz y la mirada de la madre adquieren la función de holding, se crea un espacio nuevo entre el niño y su madre y, consecuentemente, una separación mental interna entre el self emergente y el otro (Stern, 1985). El interés por los juguetes indica que el bebé ha comenzado a diferenciarse a sí mismo de los objetos como modo de controlar el ambiente circundante (Toda y Fogel, 1993; Winnicott, 1971)

Winnicott (1971) ubicó el juego como soporte de la experiencia de mutualidad del niño con su ambiente. Este autor describió secuencias en el jugar entre la madre y el niño. En un primer tiempo la madre se orienta a hacer real lo que el niño está dispuesto a encontrar (objeto subjetivo), lo que le permite al niño vivir la experiencia de omnipotencia. Luego la madre, en un “ir y venir”, oscila entre ser lo que el niño tiene la capacidad de encontrar, y alternativamente ser ella misma, a la espera de que la encuentren. Se constituye así un campo de juego intermedio, espacio potencial de unión entre la madre y el hijo, también caracterizado por su precariedad, en el cual se producen los iniciales fenómenos transicionales que contribuirán a elaborar la presencia-ausencia materna. En el siguiente paso el niño logra jugar solo en presencia de otro, posibilitado por el supuesto de que la persona digna de confianza se encuentra cerca, en presencia o en su ausencia, recordándola después de haberla olvidado. La última fase consiste en la superposición de dos zonas de juego, intersección de los espacios potenciales de la madre y del niño. Por ello puede hablarse de ahora en más, de un jugar juntos en una relación (Duhalde et al., 2011). Este logro implica que la madre introduce su propio modo de jugar descubriendo en el bebé la aceptación o el rechazo.

En algunas ocasiones se producen obstáculos en el fluir de las secuencias de juego. Cuando hay acuerdo se observa una escena lúdica de reciprocidad y acomodación mutua. Si predominan los desacuerdos no reparados y cierta intrusividad materna, es probable que el “jugar” se vea interrumpido, expresándose en el niño como protesta o sometimiento (Silver et al., 2008).

Juego y simbolización

La emergencia del juego simbólico es inseparable del desarrollo cognitivo, social y del lenguaje.

Recientemente investigadores ingleses encontraron que bebés de 12 meses de madres deprimidas buscaban escasamente un objeto escondido mientras que bebés de madres no deprimidas, no sólo encontraban el objeto sino lo exploraban y jugaban con él varios minutos (Alvarez, 2012). Si hay otro libidinal hay magia, hay enigma y está abierta la posibilidad de explorar.

Piaget (1969) considera al juego simbólico, como el juego por excelencia. El niño puede disponer de un sector de actividad, cuya motivación no sea la adaptación a lo real sino la asimilación de lo real al yo, sin coacciones ni sanciones. El juego simbólico es un refugio para el yo, frente a la constante demanda de adaptación al mundo de los adultos.

En este sentido, jugar al caballo con un palo, es un acto creativo, único,  de apropiación del mundo a los esquemas propios del niño. Nos preguntamos si el niño que cabalga un palo de escoba ve allí un caballo. ¿Lo representa? ¿Traslada rasgos del palo de madera a las características de un caballo? ¿O el palo, en realidad  sustituye al caballo en la necesidad lúdica del niño? El niño produce una ficción propia singular, manipula el palo y pone el cuerpo y allí está el germen de la creatividad.

En el juego ficcional el niño toma situaciones vividas o fantaseadas y las reconfigura  según su necesidad deseante. En este “como si”, además, al tomar y sustituir  roles, suspende  la asimetría respecto del adulto.

El adulto acompañante del juego de ficción ofrece nuevos significantes a los mensajes preverbales del niño promoviendo la retranscripción de representaciones cosa a representación palabra, dejando huellas en el sistema inconsciente.

Al mismo tiempo, el juego “con otro” permite descargar la agresividad y el odio que conlleva la separación de los objetos primarios. El objeto debe  sobrevivir, al decir de Winnicott  (1968) a la agresión necesaria sin poner en riesgo el amor para que el niño pueda adquirir la capacidad de “usar” objetos en el interior de vínculos afectivos: padres, hermanos,  analista.

Feldman (2007) señala que la constitución del juego simbólico es un proceso que se despliega a través de secuencias temporales en las cuales se generan relaciones entre la facilitación del adulto y la simbolización y complejidad de la expresión simbólica del niño. Los episodios complejos en el juego pueden relacionarse con acciones recíprocas de la madre que influyen en el aumento o disminución del juego simbólico (Slade, 1987; Vygotsky, 1934). Algunos investigadores (Keren et al., 2005) refuerzan la idea de que la capacidad de los niños preescolares para el juego simbólico se forma por la capacidad de los padres para jugar. En cambio, para Singer (2002), la capacidad de los niños para el juego simbólico se relaciona con una serie de factores del desarrollo, tales como la emotividad positiva y una mayor habilidad lingüística.

Profundizando la exploración del juego en niños preescolares, Feldman (2007) realizó un estudio acerca del surgimiento de las competencias simbólicas en niños de 3 años. La hipótesis central de este estudio es que la sincronía existente en la interacción entre padres y niños es el estímulo ambiental esencial en un periodo crítico para la maduración del cerebro y la disponibilidad social que da forma al desarrollo posterior. Fogel y Thelen (1987) sugirieron que las interacciones recíprocas y de apoyo facilitan el juego simbólico, mientras que las interacciones intrusivas y directivas tienen el efecto contrario.

La segunda etapa de nuestro estudio se realizó cuando la edad promedio de los niños era de 4 años. Este período coincide, según distintos investigadores (Fonagy y Target, 1996; Leslie, 1987; Rivière, 1991; Wimmer y Perner, 1983) con el momento en que se consolida la atribución a otros de estados intencionales más complejos. En esta etapa ya está presente la habilidad infantil para simular estados mentales, mediante la conducta de “hacer de cuenta” (pretende mode) en una situación lúdica, básica para el enriquecimiento del mundo simbólico (Fonagy y Target, 1996; Slade, 1987). La creación de un juego simbólico más complejo como el juego de ficción implica la noción de la existencia de mentes separadas, con procesos reflexivos autónomos que conducen a la ampliación del sí mismo a través del juego simbólico (Fonagy y Target, 1996; Leslie, 1987; Rivière, 1991). La capacidad de simbolización le permite al niño diferenciar entre los procesos mentales y emocionales intrapersonales e interpersonales y distinguir entre realidad interna y realidad externa. Esta distinción también se expresará en la sensibilidad para diferenciar entre los propios procesos mentales y aquéllos que guían el accionar de los demás.

El juego permite aislar situaciones respecto de su contexto de temporalidad y realidad material y  reensamblarlas  de modo de  desplegar nuevas respuestas emocionales y construir nuevos recursos simbólicos. Estas recreaciones de experiencias infantiles vividas o fantaseadas son modos de explicarse mensajes enigmáticos que escucha e interpreta y son el material privilegiado en la clínica psicoanalítica con niños.

Diversos autores trabajaron acerca de la relación entre el juego y la simbolización. Vygotsky (1933) señala que lo que caracteriza al juego es la creación de una situación ficcional, en la cual el niño puede tomar el lugar del adulto, mostrando la peculiar relación con la realidad presente en el juego. A través del juego, adulto y niño comparten una experiencia mental real, donde participan tanto la actitud mentalizadora parental (funcionamiento reflexivo parental) como las representaciones que construye el niño acerca de su mente y de sí mismo (Fonagy et al., 1995, 1998; Slade et al., 2004, 2005a).

Funcionamiento Reflexivo parental

Como se reportó en otras publicaciones, una de las variables parentales que probaron tener un impacto sobre el logro de la regulación afectiva de los niños es el funcionamiento reflexivo parental. El funcionamiento reflexivo parental, junto con los fantasmas inconscientes y el narcisismo materno, se encuentra íntimamente relacionado con la regulación afectiva diádica (Esteve et al., 2012; Huerin et al., 2008).

El funcionamiento reflexivo se ha definido como la capacidad de percibir y comprenderse a sí mismo, tanto como a los demás, en términos de estados mentales, es decir: sentimientos, pensamientos, creencias, deseos. Este concepto ha sido desarrollado por Peter Fonagy (Fonagy et al., 1998) y considerado como factor clave para comprender la organización del self y la regulación afectiva . Algunos autores proponen estudiar el funcionamiento reflexivo vinculado al ejercicio de la parentalidad (Duhalde, 2004; Grienenberger et al., 2005; Slade et al., 2004). Slade (2002) señala que la capacidad reflexiva materna permite al niño descubrir su propia experiencia interna vía la experiencia que su madre tiene de él.

La capacidad de una madre para reconocer la dinámica de su propia experiencia afectiva actuará como reguladora para el niño. Una madre cuyo funcionamiento reflexivo es adecuado puede imaginar cómo se siente ser un niño pequeño y, al mismo tiempo, reconocer que esta inferencia se ve limitada por la asimetría adulto-niño. Más allá de esta disparidad, la madre buscará comprender a su hijo activamente y en esa búsqueda ella podrá responder en forma sensible y contenedora. Una respuesta sensible y adecuada por parte de la madre depende tanto de la posibilidad de comprender las intenciones y sentimientos de su hijo como su capacidad emocional para transmitir los mismos de una forma coherente.

Los estudios acerca del funcionamiento reflexivo parental resaltan también la influencia de éste en el desarrollo de la capacidad infantil para simular estados mentales. Como describimos más arriba, el análisis del despliegue del juego simbólico interactivo se liga a los procesos de mentalización y a la noción de la existencia de mentes separadas. A partir del logro de esta capacidad, el juego se transforma en un nuevo modo de exploración del mundo, centrado en procesos reflexivos autónomos que conducen a la ampliación del sí mismo (Leslie, 1987; Fonagy y Target, 1996; Rivière, 1991).

Las representaciones que la mujer va construyendo acerca de la maternidad tienen su origen en la dramática edípica, se resignifican frente al embarazo y las primeras experiencias de mutualidad con su hijo y se caracterizan por poseer aspectos conscientes, preconscientes e inconscientes. Estudiar el funcionamiento reflexivo materno a través del análisis de entrevistas en profundidad, permite inferir acerca de los modos en los cuales las representaciones que la madre posee tanto de la relación actual con su hijo, como de sus propias experiencias con sus padres en la infancia., constituyen un aspecto crítico del ejercicio de la parentalidad y pueden funcionar como mediadoras en las respuestas de la madre hacia el niño (Lieberman, 1997; Slade, 1996; Solomon y George, 1996). En este sentido, Slade plantea que el funcionamiento reflexivo parental explica las cualidades internas que permiten a un adulto ser suficientemente sensible para comprender y significar acciones, sentimientos, deseos e intenciones propias y de su hijo. El funcionamiento reflexivo permitirá a la madre amortiguar el incremento de afectos negativos del niño cuando, por su intensidad, éstos no pueden ser contrarrestados ni atemperados (Slade et al., 2004).

Si bien tanto el funcionamiento reflexivo como la regulación afectiva se estudian a través de expresiones que corresponden al nivel consciente y preconsciente, creemos que son un aspecto observable de un fenómeno más profundo y que pueden relacionarse con la concepción que Freud (1896) y su revisión por Silvia Bleichmar (1993) sostienen respecto de la estratificación sucesiva del aparato psíquico. Freud propone que los signos perceptivos (WZ) son las primeras transcripciones de las percepciones, no susceptibles de conciencia y articuladas según una asociación por contigüidad. El pasaje del WZ al sistema inconsciente y preconsciente implica una nueva escritura. Cada reescritura inhibe a la anterior y desvía el proceso excitatorio. Sin embargo, las retranscripciones no son completas y dejan un resto que sigue funcionando según las leyes del período psíquico previo. Los signos perceptivos no retranscriptos por falta de ligazón constituyen un núcleo pre-representativo que funciona por las leyes “anacrónicas” de la descarga y son potencialmente pasibles de ser activados traumáticamente. La función del adulto es ligar los afectos excesivos preservando al infante en constitución de la inundación afectiva. En este sentido creemos que profundizar sobre los modos de acompañamiento de los adultos reflexivos puede tener un efecto preventivo, ya que la capacidad ligadora del adulto permite desviar e inhibir los niveles de excitación hipertróficos y potencialmente traumáticos para el precario psiquismo en constitución.

Sostenemos, además, que la capacidad reflexiva del “adulto auxiliador”, en términos freudianos, colabora en el logro de la regulación afectiva diádica y el pasaje a la autorregulación y a la simbolización.

DESCRIPCIÓN DE LA INVESTIGACIÓN

El programa de investigación se desarrolló en 2 etapas. En la primera etapa, 48 madres y sus bebés sanos de 6 meses fueron filmadas en dos situaciones diferentes: 3 minutos en los que interactuaban cara a cara (el bebé estaba ubicado en un bebe-sit, sin objetos a su alcance) y 5 minutos juego libre en una superficie lisa con juguetes a disposición de la díada. En la segunda etapa[2], cuando los mismos niños tenían de 4 a 5 años, 21 de las  madres fueron entrevistadas con la entrevista semiestructurada PDI (Parental Development Interview, Entrevista de Desarrollo Parental, Slade et al. 2005 a, b) para evaluar el funcionamiento reflexivo parental y 17 de ellas fueron filmadas con sus hijos durante 15 minutos de interacción de juego libre con un set fijo de juguetes.

Instrumentos

En la primera etapa, cuando los bebés tenían 6 meses se evaluó la regulación afectiva diádica y la autorregulación afectiva del infante. En la situación de 3 minutos de interacción cara a cara se realizó un microanálisis segundo a segundo de la expresividad emocional de la madre y el bebé separadamente, utilizando la escala ICEP de Fases de Vinculación Infante-cuidador[3]. La situación de 5 minutos de juego libre se analizó en segmentos de 5 segundos con la Escala de Juego Libre (Tronick, 2000). La confiabilidad entre evaluadores fue satisfactoria para el análisis de ambas situaciones.

Las variables evaluadas en este análisis fueron: a- Expresividad afectiva: positiva, neutra y negativa (en el bebé y en la madre, por separado); .b- Regulación afectiva diádica: encuentros y desencuentros diádicos (en el encuentro: la madre y el infante expresan afecto positivo a la vez; en el desencuentro: expresan estados afectivos diferentes) y c- Autorregulación afectiva del infante: indicadores de auto-apaciguamiento oral (el bebé se chupa el dedo u otra parte del cuerpo) y de distanciamiento (el bebé se tira hacia atrás o hacia el costado, alejándose corporalmente de la madre).

En la segunda etapa, a los 4-5 años de los niños, se evaluó el funcionamiento reflexivo materno a través del análisis de las transcripciones de la Entrevista de Desarrollo Parental[4]. De acuerdo a esta evaluación el funcionamiento reflexivo materno puede ser: a- Cuestionable o Bajo (3): nivel rudimentario de funcionamiento reflexivo materno donde las referencias a estados mentales y su impacto en la conducta no son explícitas; b- Alto (5-7). Ordinario (5): capacidad reflexiva clara y bien integrada. Se observan limitaciones para comprender aspectos más complejos de las relaciones interpersonales; c- Acentuado (7): conciencia clara de los estados mentales, integración original de sus propios estados mentales con los de su hijo. Formulaciones originales que muestran detalles sobre pensamientos y sentimientos.

Análisis del juego libre (4-5 años): se diseñó un sistema de análisis (Duhalde et al., 2010) en el que los 15 minutos de juego libre madre-niño fueron segmentados en 45 fragmentos de 20 segundos cada uno. Este análisis evaluó las siguientes variables: a- Modos de interacción afectiva madre-niño: Modo convergente (madre y niño comparten un mismo “programa de acción” en el juego); Modo divergente (madre y niño no logran establecer juntos un programa de acción en el juego); Modo no interactivo, juego paralelo o juego solitario (predomina el desarrollo de actividades de madre y niño en paralelo). b- Nivel de simbolización en el juego: Juego funcional (uso de un objeto con su función convencional de modo descontextualizado); Juego simbólico simple o “como si” (se desarrolla una actividad imaginaria, como por ejemplo tomar el té); Juego simbólico complejo (se desarrolla una situación imaginaria ficcional en la que hay atribución de roles o uso sustitutivo del objeto). c- Ocurrencia de indicadores de desregulación: Se registró por separado para la madre y para el niño la ocurrencia de los siguientes indicadores de desregulación afectiva: a. Queja de la madre o llanto del niño; b. Interrupción disruptiva: detención brusca del juego; c. Impulsividad/ agresividad: desligadas de la secuencia lúdica, agresividad directa hacia el cuerpo del otro; d. Retraimiento/inhibición: cuando la madre o el niño no se mueven, no toman objetos, no hablan.

Resultados

En la primera etapa, es decir a los 6 meses del bebé, encontramos similitudes en el modo en que se da  la expresividad afectiva de la madre y del bebé en la interacción cara a cara y en el juego libre. En términos generales, las madres muestran afecto positivo en una proporción mucho mayor que sus bebés (5 veces más), quienes expresan mayormente afecto neutro. Los encuentros positivos (match), es decir el tiempo en que mamá y bebé coinciden en expresar afecto positivo cubre sólo el 16% del tiempo codificado. Es decir que en tres cuartas partes del tiempo madre y bebé están en una situación de “desencuentro” en cuanto a la expresión afectiva. El patrón más común de desencuentro (mismatch) es: la madre muestra afecto positivo y el bebé muestra afecto neutro.

Sin embargo, sí encontramos algunas diferencias entre la interacción cara a cara y el juego libre en cuanto a los indicadores de autorregulación afectiva. En la interacción cara a cara, la mitad de los bebés mostraron conductas autorregulatorias (principalmente autoapaciguamiento oral) y las madres, mayormente, mostraban afecto positivo aun cuando sus hijos mostraban afecto neutro y desplegaban sus propios recursos autorregulatorios. Pero en el juego libre, el uso del recurso de autoapaciguamiento oral cambia drásticamente: sólo 2 de los 48 infantes utilizaron este recurso autorregulatorio; en esta situación, con mayor libertad para el movimiento del bebé y con juguetes, los bebés se interesan más en los objetos que en sus madres o en su propio cuerpo.

En la segunda etapa, a los 4-5 años, estudiamos la modalidad interactiva en el juego, los niveles de simbolización y la presencia de indicadores de desregulación afectiva.

En cuanto a la modalidad interactiva, encontramos que más de la mitad del tiempo las madres y sus hijos juegan en un modo interactivo de convergencia, compartiendo una misma agenda de juego. Casi una tercera parte del tiempo se observa juego no interactivo (juego paralelo o el niño juega y la madre lo observa) y en una proporción aún menor  observamos un modo interactivo de divergencia, es decir un estado en que madre y niño no arriban a un acuerdo acerca de la agenda de juego.

Como se describió anteriormente se establecieron 3 niveles de simbolización en el juego, de creciente nivel de complejidad (juego funcional, juego simbólico simple y  juego simbólico complejo). Encontramos que aproximadamente durante tres cuartas partes del tiempo las díadas desarrollaron juego simbólico, ya sea simple o complejo y en el tiempo restante desplegaron juego funcional. 

En la muestra estudiada -madres y niños sanos, sin motivo de consulta- la frecuencia de aparición de indicadores de desregulación llanto o queja, interrupción disruptiva, impulsividad/agresividad, retraimiento/ inhibición ha sido baja. Los indicadores de desregulación más frecuentes fueron, en el niño, impulsividad/agresividad, y en la madre, queja sobre la conducta del niño.

La distribución del nivel de funcionamiento reflexivo materno en el grupo de madres estudiado es similar al encontrado en investigaciones anteriores. Aproximadamente dos tercios de las madres presentaron un funcionamiento reflexivo materno alto (en su mayor parte corriente u ordinario, en un menor porcentaje acentuado) y el tercio restante de las madres presenta un funcionamiento reflexivo cuestionable o bajo (3).

 Relación entre las variables estudiadas

Como mencionamos anteriormente prácticamente no hubo diferencias en la expresividad afectiva diádica a los 6 meses en cuanto a la situación estudiada (cara a cara o juego libre), excepto por la menor presencia de indicadores de autorregulación afectiva durante el juego libre.

También en el juego libre encontramos una vinculación entre el funcionamiento reflexivo materno y la expresividad afectiva de las madres: aquellas que presentaban funcionamiento reflexivo materno ordinario o marcado mostraban menos afecto positivo y más afecto neutro que aquellas que presentaban funcionamiento reflexivo materno bajo.

Al mismo tiempo, se hallaron más encuentros (matches) de afecto positivo en aquellas díadas cuyas madres presentaban un funcionamiento reflexivo materno alto que en las díadas de madres con funcionamiento reflexivo materno bajo. 

En el estudio de la relación entre los niveles de simbolización en el juego y los Modos de Interacción lúdica, a los 4-5 años de los niños, encontramos que a mayor proporción de modo convergente de interacción mayor era la proporción de juego simbólico (simple y complejo), y menor la proporción de juego funcional.  Es decir que a mayor convergencia (jugar juntos) mayor presencia de juego simbólico. Por otra parte, un análisis cualitativo, díada por díada, mostró que las secuencias de convergencia más prolongadas están acompañadas por una mayor complejidad de las escenas de juego.

En general no encontramos una relación directa entre funcionamiento reflexivo materno y la frecuencia o la complejidad del juego simbólico del niño. El juego paralelo ha sido más alto en las madres con funcionamiento reflexivo materno bajo y, aunque la relación estadística expresa sólo una tendencia, el modo interactivo divergente es también mayor en las madres de funcionamiento reflexivo materno bajo.

En cuanto a la relación entre modalidad de interacción lúdica e indicadores de desregulación afectiva encontramos que en las 8 díadas que presentaron por lo menos uno de los  indicadores de desregulación afectiva la frecuencia de juego funcional –no simbólico–, fue mayor que en las 9 díadas que no presentaron signos de desregulación afectiva. Además, en las díadas que presentaron por lo menos uno de los indicadores de desregulación afectiva, la frecuencia de juego simbólico complejo fue menor que en las díadas que no presentaron indicadores de desregulación afectiva.

Finalmente, se puede apreciar una vinculación entre el funcionamiento reflexivo materno y la presencia de indicadores de desregulación afectiva. Se encontraron más indicadores de desregulación  en niños cuyas madres mostraron un funcionamiento reflexivo materno bajo.

DISCUSIÓN

Hemos presentado algunos de los resultados producidos en este extenso programa de investigación, muchos de los cuales ya fueron publicados en referencias citadas en este trabajo.

Los resultados obtenidos en la primera etapa (6 meses del bebé) mostraron similitudes en cuanto a las proporciones de expresividad afectiva (positiva, neutra y negativa) desplegadas por madre y niño en las situaciones de interacción cara a cara y de juego libre con juguetes. En la interacción cara a cara se produjeron encuentros[5] de afecto positivo durante el 16% del tiempo codificado, el resto del tiempo de interacción las madres suelen seguir desplegando afecto positivo mientras sus bebés despliegan afecto neutro. De estos resultados surgió nuestro interés en profundizar acerca de la relación entre regulación diádica y autorregulación como dos caras del mismo proceso de regulación afectiva.

Sugerimos que la representación idealizada de una “buena madre” puede llevar a cierta sobreoferta materna y a una dificultad para tolerar los esperables desencuentros de expresividad afectiva, que lleve a las mamás a percibir el distanciamiento y la autoexploración de sus bebés como rechazo y dificultar la reparación de afectos negativos. Estudios mostraron que las madres deprimidas fallan más frecuentemente en la reparación de afectos negativos. Vinculamos, a su vez la tolerancia y facilitación de las madres a la autoexploración de los infantes con la idea de Winnicott de un tiempo de creación en el niño de la capacidad de “estar solo, en presencia de otro”, en la construcción del self (Winnicott, 1965).

En cuanto al uso de recursos de autorregulación en el bebé, mientras que 21 de 48 infantes desplegaron indicadores de autoapaciguamiento oral en la situación cara a cara, sólo 2 de 48 infantes lo hicieron en la situación de juego libre con juguetes. Este dato nos sugiere que los infantes pueden usar el autoapaciguamiento oral como recurso autorregulatorio que le permite lidiar con la estimulación materna que le resulte excesiva. Observamos que cuando la oferta de juguetes es accesible, el niño escoge este mediador transicional entre el cuerpo propio y el de la madre, construyendo un sentimiento de agencia en camino hacia la autonomía.

En trabajos anteriores (Schejtman et al., 2009; Zucchi et al., 2006), se ha sugerido que la observación minuciosa permite detectar precozmente indicios pre-verbales de autorregulación. Podríamos inferir que si el bebé eligiera la autoestimulación oral en una situación donde existe la disponibilidad de intercambio lúdico con su madre y otros objetos, como los juguetes, por ejemplo, estaríamos frente a un indicador que permitiría diferenciar autorregulación de retraimiento afectivo, diferenciación que consideramos de alto valor clínico. Entendemos que todos los bebés necesitan momentos de repliegue interactivo y de construcción de recursos autoeróticos, sin embargo  cuando estos recursos toman un tiempo prolongado pueden llevar a retraimiento defensivo que puede restringir la apertura al mundo.

En la actualidad estamos trabajando sobre el material  videograbado, en la sutil distinción entre conductas autorregulatorias del bebé -que surgen como recurso para la reparación de su propio afecto negativo, y/o como mensaje a la madre para  frenar la sobre estimulación-  de una conducta auto-exploratoria más defensiva ligada al rechazo y a la retracción. Una retracción temprana puede relacionarse con inscripciones sensoriomotoras que resisten la cualificación de cantidad y probablemente obstaculizan la ampliación del mundo representacional.

En cuanto al funcionamiento reflexivo materno no hubo una relación significativa entre éste y los encuentros positivos diádicos en la situación de interacción cara a cara a los 6 meses. Sin embargo, en la situación de juego libre hallamos que en las díadas cuyas madres presentaban un funcionamiento reflexivo materno ordinario o acentuado, el despliegue de encuentros positivos era mayor que en las díadas cuyas madres presentaban un funcionamiento reflexivo materno bajo. A su vez, las madres con funcionamiento reflexivo materno ordinario o acentuado presentaron mayor despliegue de afecto neutro y menos despliegue de afecto positivo, y entonaron más con las iniciativas de sus bebés en la exploración de los juguetes. Podemos inferir que las madres sensitivas con funcionamiento reflexivo materno alto logran acompañar el “gesto espontáneo” (Winnicott, 1987) y las iniciativas lúdicas de los bebés, expandiendo la interacción y la complejidad de la comunicación, logrando mayor frecuencia de encuentros positivos. Hemos sugerido en trabajos anteriores (Duhalde et al., 2010) que las madres reflexivas tienden a facilitar y acompañar la exploración y auto-exploración de sus hijos, colaborando a que el bebé adquiera la “capacidad de estar a solas en presencia de otro” libidinizador y ligador (Winnicott, 1965).

Globalmente, estos resultados van en línea con una concepción de la interacción temprana madre-bebé diferente de aquella idealizada como altamente sincronizada y caracterizada por el despliegue predominante de afecto positivo mutuo. Resaltamos la concepción de que la interacción temprana es un interjuego de encuentros y desencuentros y que muchas veces notamos en nuestra muestra de madres y niños sin patología la dificultad de las mamás de tolerar la no respuesta inmediata del bebé. Sostenemos la importancia de una posición materna empática de espera frente a la expresividad del bebé, reparando afectos negativos y acompañando a sus hijos en sus búsquedas de recursos propios de autorregulación, como antecedente a la simbolización.

Algunos autores hicieron hincapié en la relación entre empatía en la relación madre-hijo y la constitución de la simbolización (Békei, 1984). Esta autora sugiere que una madre falta de empatía impide de varias maneras el desarrollo normal del  proceso de simbolización de su hijo. Si es una madre que frecuentemente sobresatura al bebé, o no le da ocasión de frustrarse, de deprimirse; no le deja lugar para la representación de la ausencia. Por el contrario, si es muy severa y restrictiva, inhibe las actividades autoeróticas de su hijo y bloquea al mismo tiempo las fantasías acompañantes. También puede suceder que sea una madre con marcadas características  narcisistas, que solo registra sus propias necesidades y no las de los deseos de su bebé, ahogando todo intento de comunicación simbólica de sus necesidades afectivas y corporales.

Respecto al despliegue de juego simbólico a los 4-5 años encontramos una relación significativa entre el modo de interacción convergente -hacer juntos- y la mayor complejidad simbólica del juego del niño. Un análisis cualitativo, caso por caso, de las interacciones, mostró que cuando las secuencias de convergencia madre-hijo se sostienen por un tiempo más prolongado, la complejidad simbólica del juego aumenta.

Aunque no hallamos una relación directa entre el funcionamiento reflexivo materno y la frecuencia o la complejidad del juego simbólico del niño, encontramos que los indicadores de desregulación aparecen más en la madres con funcionamiento reflexivo bajo y se vinculan a una menor complejidad simbólica en el juego. Sugerimos que las disrupciones abruptas en el juego obstaculizan la construcción de la continuidad del juego y como consecuencia de esto se produce menor complejidad simbólica. Desde el punto de vista del análisis cualitativo, estas interrupciones podrían conectarse con la aparición de angustia o sufrimiento que no pueden resolverse dentro de la escena lúdica misma.

Las madres que presentan funcionamiento reflexivo alto parecen estar más a tono con el despliegue afectivo y la agenda de juego de sus hijos y mostrar una mayor disposición a seguir las transiciones entre los modos de juego evitando interrupciones disruptivas. En este sentido, cuando madre e hijo logran construir una agenda de juego común en convergencia pueden “jugar juntos en una relación” (Winnicott, 1971). Ambas zonas de juego se superponen y enriquecen la producción simbólica.

Tal como se desprende de las reflexiones anteriores, nuestra investigación apunta a profundizar el conocimiento de dos momentos fundantes en la estructuración psíquica, que creemos responden a la propuesta conceptual de Winnicott. Un primer momento en el cual se plantea uno de los primeros desafíos del infante: lograr la capacidad de “estar a solas en presencia de otro”, que en términos de nuestra investigación estaría dada por el pasaje de la regulación afectiva diádica a la autorregulación y por los modos en los cuales el infante construye recursos de autorregulación sin retraimiento. Un segundo momento fundante es aquél en el cual al “jugar juntos en una relación” se superponen la subjetividad del niño y la de la madre. En nuestra investigación, este movimiento se expresó en la fuerte influencia que la convergencia madre-niño en la propuesta de juego tuvo sobre el nivel de juego simbólico complejo.

 

A MODO DE CONCLUSIÓN

El aporte de la investigación observacional en díadas madre-bebé a los conocimientos acerca de los enigmáticos tiempos de la estructuración psíquica temprana pueden pensarse a partir del paradigma de la complejidad (Morin, 1990)  

En esta etapa de nuestra investigación surge la cuestión de cuáles pueden ser los beneficios para el psicoanálisis del intercambio fluido entre un psicoanálisis conceptual y hermenéutico, y la investigación empírica. Como clínicos, los aportes de la observación microanalítica nos dan la oportunidad de descubrir detalles impactantes acerca del desarrollo de los infantes y del vínculo temprano madre-hijo, no perceptibles a primera vista, promoviendo cambios en nuestro conocimiento previo, y activando nuestra creatividad hacia una posterior exploración.

Consideramos que el estudio de interacciones tempranas a través del pasaje de la regulación diádica madre-bebé a la autorregulación es un aporte al conocimiento de la compleja intrincación entre la subjetividad materna y la transformación mutua entre madre e infante. Esta transformación bidireccional tiene sus propias determinaciones y puede ser pensada como intermediaria entre variables intrapsíquicas de la madre y aquellas del infante. Al mismo tiempo, el despliegue afectivo interactivo impacta en la subjetividad materna y puede relacionarse con imágenes y representaciones inconscientes de mala madre o de madre ideal.

Por otro lado, diversos autores plantean que los fallos en la regulación diádica temprana no reparados mantienen al bebé en estados prolongados de desregulación. La frecuencia de la desregulación se relaciona con potencial desarrollo psicopatológico (Benjamin, 2012; Dio Bleichmar, 2005; Gianino y Tronick, 1988; Miller, 2013) y tiene efectos permanentes en la constitución subjetiva.

Actualmente, surge el requerimiento de intervenciones psicoanalíticas en primera infancia. Creemos que el psicoanálisis posee herramientas conceptuales probadas acerca del devenir de los primeros tiempos de estructuración psíquica y su potencial vulnerabilidad como base de la construcción de los procesos de simbolización. Los efectos y resignificación de las primeras inscripciones son el material de nuestro trabajo clínico cotidiano con niños y adultos. Sin embargo para intervenir tempranamente con los infantes y sus familias creemos que un enfoque abarcativo y complejo se enriquece a partir del interjuego de conocimientos acerca de los tiempos de estructuración psíquica del bebé, la subjetividad materna y el momento a momento del despliegue interactivo observable entre el bebé y su entorno.

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[1] Este programa se lleva a cabo desde el año 2002 con la acreditación y subsidios en sus diferentes etapas de la Asociación Psicoanalítica Internacional y de la Universidad de Buenos Aires. Una versión modificada de este artículo recibió el premio al mejor trabajo de investigación sobre Regulación Afectiva en el Congreso Internacional de IPA, Praga 2013.

[2] Se intentó el contacto con toda la muestra inicial para esta etapa de seguimiento, pero diferentes situaciones de la mamás  al cabo de tres años no lo hicieron posible.

[3] Infant and Caregiver Engagement Phases, de Tronick y Weinberg, 2000.

[4] Entrevista de Desarrollo Parental (PDI-RII, Parental Development Interview; Slade y et al., 2005 a,b): Entrevista clínica semiestructurada de aproximadamente 90 minutos, que explora la visión de la madre acerca de sí misma y de su hijo, realizada por clínicos entrenados en Psicoanálisis del equipo. El análisis de las mismas fue realizado por dos codificadoras certificadas del equipo entrenadas y supervisadas por la  Prof. Arietta Slade en CUNY.

[5] Madre y niño expresando el mismo estado afectivo a la vez.